ORACIONES INICIALES

lunes, 2 de agosto de 2021

LAS HORAS DE LA PASION CON LECTURAS DEL LIBRO DEL CIELO INCORPORADAS

LA SIERVA DE DIOS LUISA PICCARRETA

Nació en Corato, provincia de Bari, al sur de Italia, el 23 de abril de 1865. Cursó solamente el primer año de primaria y a la edad de nueve años hizo su primera comunión y recibió la confirmación.

Desde aquel momento la Eucaristía se convirtió en su pasión y siete años más tarde se hizo terciaria dominica con el nombre de Magdalena. Pasó toda su larga vida bajo la obediencia de sus confesores, asignados por el arzobispo de Trani.

Luisa Piccarreta

La pequeña hija de la Divina Voluntad.

Por obediencia, en 1899, empezó a escribir un diario que llegó a abarcar 36 volúmenes, con la finalidad de dar a conocer más profundamente y vivir diariamente la Voluntad Divina, según la petición del Padrenuestro: «Hágase tu Voluntad como en el Cielo así en la tierra».

Jesús formó a esta Primogénita Hija de su Voluntad a través de la escuela de la Pasión, la Eucaristía, el amor filial a la Madre de Dios, la oración, la obediencia a la Iglesia, el amor al prójimo, el silencio y el trabajo manual de costura.

Tuvo en su vida fenómenos místicos extraordinarios y el regalo de los estigmas de la Pasión, aunque invisibles por su petición. Murió a la edad de ochenta y un años, el 4 de marzo de 1947.

El 20 de noviembre de 1994, monseñor Carmelo Cassati, arzobispo de Trani, habiendo obtenido la autorización de parte de la Santa Sede, dio inicio al proceso de beatificación y canonización de la sierva de Dios, proceso que fue clausurado favorablemente por el arzobispo monseñor Giovanni Battista Picchieri, el 29 de octubre de 2005.

Nihil obstat

Pbro. Lic. José Gracián Ordaz

Censor Eclesiástico

Imprimatur

Mons. G. Ramiro Valdés Sánchez

Vicario General

Ediciones en español:

1a. edición: Trani (Bari), Italia, 1997,

nihil obstat, Mons. Carmelo Cassati, Arzobispo.

2a. edición: Guadalajara, 2006,

imprimatur, Mons. G. Ramiro Valdés, Vicario General.

3a. edición: Guadalajara, 2010,

reimprimatur, Mons. G. Ramiro Valdés, Vicario General.

15a Edición: Cd. de México, 2021

imprimatur, Mons. G. Ramiro Valdés, Vicario General.

Ediciones fuera de comercio para uso privado.

Traducción directa de los manuscritos

de la sierva de Dios Luisa Piccarreta

Dr. Salvador Thomassiny

En el Distrito Federal:

Martha Reynoso

Cel: 5537112746

Salvador Thomassiny

Tel. 55.55.77.33.05

Celular 55.23.57.74.77


1

Parte I Introducción Una de las causas del alejamiento que existe en la actualidad entre el hombre y Dios, dice Jesús a Luisa Piccarreta (febrero 2, 1917), es el haber perdido de vista mi Pasión, por lo cual el mundo se ha desequilibrado. En las tinieblas no ha encontrado la luz de la Pasión que lo ilumine, y haciéndole conocer mi Amor y cuántas penas me cuestan las almas, pueda reaccionar y amar a quien verdaderamente lo ha amado; la luz de mi Pasión, guiándolo, lo pondría en guardia de todos los peligros; en la debilidad no ha encontrado la fuerza de esta Pasión que lo sostenga; en la impaciencia no ha encontrado el espejo de mi paciencia que le infunda la calma, resignación, y ante ésta, avergonzándose tenga como un deber dominarse a sí mismo; en las penas no ha encontrado el consuelo de las penas de un Dios, que sosteniendo las suyas le infunda amor al sufrir; en el pecado no ha encontrado la verdadera santidad, que haciéndole frente le infunda odio a la culpa; por esto el mundo ha perdido el equilibrio, ha hecho como un niño que no ha querido conocer más a su madre, como un discípulo que desconociendo al maestro no ha querido escuchar más sus enseñanzas ni aprender sus lecciones, ¿qué será de este niño y de este discípulo? He aquí el porqué de la situación del mundo actual: ya no existe conciencia clara de quiénes somos, no conocemos más nuestro valor, pero, sobre todo, desconocemos, si no es que rechazamos abiertamente, a quien pagó por nuestra liberación. Nuestro Señor le pide a Luisa, desde los comienzos de su vida de intimidad con Él, que la meditación sobre la Pasión se convierta en una actividad cotidiana, que nunca se aparte de su mente los sufrimientos que tuvo que aceptar para rescatar a la familia humana. San Annibale Ma. Di Francia conoce a Luisa en 1910, y la exhorta a escribir sus meditaciones, lo que da como resultado el presente libro. La primera edición fue en el año de 1915, para la cual, Luisa le escribe una carta explicando la finalidad del libro, pidiéndole haga conocer la finalidad del mismo con una introducción; carta que anexamos a continuación:

2

"Muy Reverendo Padre”. Finalmente le mando a Ud. las horas escritas de la Pasión, todo para gloria de Nuestro Señor. Le mando también un folleto en el que están mencionados los efectos, los méritos, y las promesas de Jesús para quien hace estas horas de la Pasión. Yo creo que, si la persona que las medite es pecadora, se convertirá; si es imperfecto, se volverá perfecto; si es santo, se hará más santo; si es tentado, encontrará la victoria; si está sufriendo, encontrará en estas horas la fuerza, la medicina, el consuelo; y si su alma es débil y pobre, encontrará un alimento espiritual, y un espejo donde se mirará de continuo para embellecerse y hacerse similar a Jesús, nuestro modelo. Es tanta la complacencia que siente Jesús bendito por la meditación de estas horas, que Él quisiera que al menos, de estas meditaciones, hubiera una copia por cada ciudad o país para que alguien las practicara, y entonces sucedería que en esas reparaciones, Jesús oiría su misma voz y sus plegarias tal y como las elevaba a su Padre en las 24 horas de su dolorosa Pasión; y si esto se hiciera por lo menos en cada país o ciudad por algunas almas, Jesús me hace entender que la Divina Justicia quedaría en parte aplacada y vendrían aplacados o detenidos los flagelos en estos tristes tiempos. Haga Ud., reverendo Padre un llamado a todos, y cumpla así la obra que mi amable Jesús me ha hecho hacer. Le digo también que la finalidad de estas horas de la Pasión no es tanto el narrar la historia de la Pasión, porque ya hay muchos libros que tratan este piadoso argumento, y no habría sido necesario hacer otro; la finalidad es la REPARACIÓN, conectando (nótese) los diversos puntos de la Pasión de Nuestro Señor con la diversidad de tantas ofensas, y junto a Jesús hacer una digna reparación, rehaciéndolo casi de todo lo que todas las criaturas le deben; y por esto los diversos modos de reparar en estas horas. En algunos puntos se bendice, en otros se compadece, en otros se alaba, en otros se consuela al penante Jesús, en otros se compensa, en otros se suplica, se ruega, se pide. Pido a Ud., Reverendo Padre, el hacer conocer con una introducción la finalidad de estos escritos".

3

Introducción de San Annibale Ma. Di Francia La presente obra, si bien publicada bajo mi nombre, o mejor, a mi cargo, no ha sido escrita por mí 1. Yo la conseguí, la obtuve después de mucho insistir, de una persona que vive solitaria en íntima comunión de inefables sufrimientos con nuestro adorable y divino Redentor Jesús, y no sólo con los de Él, sino también con las penas de su Santísima e Inmaculada Madre María. Esta persona inició la serie de sus meditaciones a partir del siguiente suceso: Tenía la edad de trece años cuando, mientras se encontraba un día en su estancia, escuchó ruidos extraños, como de una multitud de gente ruidosa que pasara por la calle. Corrió al balcón y asistió a un espectáculo conmovedor: Una turba de feroces soldados, con antiguos cascos, armados con lanzas, y cuyo caminar se mezclaba con gritos, blasfemias y empellones, llevando entre ella a un hombre encorvado, vacilante, ensangrentado. ¡Ay, qué escena! El alma contemplativa se conmueve y se estremece. Mira entre la turba para ver quién es ese hombre, ese infeliz tan maltratado, tan arrastrado. Ese hombre se encuentra ya bajo su balcón, y levantando su cabeza, la mira en actitud de pedirle ayuda". ¡Oh Dios! el alma lo mira, lo reconoce, ¡es Jesús!, es el Redentor divino coronado de espinas, cargado con la pesada cruz, quien es cruelmente llevado hacia el calvario. La escena de la vía dolorosa se le presenta ante la mirada espiritual y corporal, lo que sucedió veinte siglos atrás se le hace presente por la divina omnipotencia. En ese momento la jovencita, a punto de desvanecerse ante tal vista y no pudiendo soportar tan desgarrador espectáculo, rompe en llanto y deja el balcón para entrar a la estancia, pero el amor, la compasión que han surgido hacia el sumo Bien así reducido, la llevan de nuevo al balcón. Temblando dirige su mirada hacia la calle, pero todo ha desaparecido, excepto la viva imagen de Jesús sufriente que fue al calvario a morir crucificado por nuestro amor". El alma solitaria, en el florecer de su juventud espiritual fue presa en aquel momento de tal amor a Jesús sufriente, que ni 1 Esto lo escribe San Annibale Ma. di Francia, confesor extraordinario de Luisa y censor de sus escritos. Él realizó las primeras ediciones de este libro.

4

de día ni de noche ha podido dejar de meditar, con la más profunda contemplación de amor y de amoroso dolor en los sufrimientos y en la muerte del adorable Redentor Jesús.

Muchos años han transcurrido desde el día de aquella dolorosa visión, y desde entonces no ha dejado nunca sus dolorosas contemplaciones.

No me es lícito manifestar su nombre, ni el lugar donde sencillamente y en la soledad ella vive. Me contentaré con   llamarla simplemente con el nombre de "Alma", y a este nombre se agregarán frecuentemente adjetivos de toda clase, tanto en el curso de esta introducción como en el cuerpo de las

meditaciones de este libro.

Antes de todo, hay que decir que cualquier meditación

acerca de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo es de suma

complacencia al corazón adorable de Jesús, y de sumo

provecho espiritual para quien devotamente la hace. El bien

espiritual que obtiene el alma de la asidua y cotidiana

meditación de los padecimientos de nuestro amorosísimo Bien

Jesús, no hay lengua humana que lo pueda dignamente

expresar. Ante todo, es imposible que el alma no se sienta

inflamar día a día en amor hacia el Divino Redentor Jesús.

Aquí se realiza lo dicho por el Profeta: "En la meditación el

fuego se enciende”. ¿Y cómo podrá quedar indiferente un alma

considerando diariamente los excesos, o mejor los extremos de la Pasión de Nuestro Señor? ¿Y cuáles son estos extremos?

En primer lugar: ¿Quién es Aquél que se somete a padecer y a las humillaciones? Es el Hijo eterno del Eterno Padre; Dios igual al Padre; Creador, con el Padre, del Cielo y de la Tierra, de los ángeles y de los hombres. Aquél que si mira indignado la Tierra, la Tierra tiembla y los montes eructan. Aquél bajo

cuyos pies se inclinan los más sublimes coros de los ángeles.

Aquél de quien nadie puede hablar dignamente, y cuyas grandezas son tan infinitas que ni siquiera María Santísima puede llegar a comprenderlas enteramente. Ése es Jesucristo,Hombre y Dios, el Santísimo, de belleza inenarrable; la dulzura,

la bondad y caridad infinitas. Y este Hombre Dios, digno de todas las adoraciones y de los homenajes de los ángeles y de los hombres es Aquél que por nuestro amor se hizo como un leproso, escarnecido y humillado, colmado de oprobios y pisoteado como un vil gusano de la tierra.

5

En segundo lugar: ¿Cuáles son las penas que sufrió? Éstas

son de tres clases:

1.- Sufrimientos corporales.

2.- Ignominias,

3.- Sufrimientos interiores.

Cada una de estas tres categorías es un abismo

inconmensurable.

Si contemplamos los padecimientos que sufrió Jesucristo

Nuestro Señor en su cuerpo adorable, nos sentimos

estremecer ante el Varón de dolores, como lo llamó Isaías, y

en el Cual no había parte sana, porque se hizo una sola llaga,

desde las plantas de los pies hasta el extremo de la cabeza...,

hasta el punto de quedar irreconocible: "Y lo vimos y no era de

mirarse”. (Is. 53, 2).

Meditando en los padecimientos de la Humanidad Santísima

de Jesucristo, nuestro Sumo Bien, los Santos se deshacían en

lágrimas, se desvanecían de amor y no cesaban de flagelarse

y mortificarse de todas maneras a sí mismos.

Otra categoría de inauditos padecimientos son las

ignominias sufridas por el Verbo Divino hecho Hombre. Aquí el

alma contemplativa se siente desmayar viendo la majestuosa,

divina y sacrosanta Persona de Jesucristo, abandonada a la

ferocidad, más diabólica que terrena, de los pérfidos y vilísimos

hombres que no se saciaban de cubrir de ultrajes e ignominias

al Omnipotente, al Eterno, al Infinito... Y golpearlo, arrojarlo a

tierra, pisotearlo, arrastrarlo, darle puñetazos, puntapiés,

escupirle en su rostro santísimo, en su boca adorable...

colmarlo con toda clase de injurias. ¡Qué espectáculo

inexpresable, que ha incitado a los siervos de Dios a desear, a

suspirar los ultrajes, las ignominias y los desprecios como el

más grande tesoro que puede haber en esta tierra!

Una tercera serie de penas inefables del Hombre-Dios, y

poco o nada comprendidas, son las que Él sufrió en su alma

santísima y en su amorosísimo y sensibilísimo corazón.

¡Aquí entramos en un océano sin playas! En un grado infinito

Él sufrió las tristezas, las angustias, los dolores, el abandono,la infidelidad, la ingratitud, los temores, los terrores... Como cuatro inmensas cataratas se derramaban en su interior, por

6

cuatro motivos, las aguas de todas las penas que se dicen del alma:

Primera: De la vista horrenda de todas las iniquidades humanas que Él había tomado sobre Sí como si Él hubiese sido el responsable y el culpable... ¡Él, que era la Santidad Infinita!

Segunda: La vista continua de las cuentas que debía rendir a la Justicia inexorable de la Divinidad, y las penas con las que debía todo pagar.

Tercera: La vista amarguísima de todas las ingratitudes humanas, y el terrorífico espectáculo de todas las almas que se habrían condenado, y para las cuales su Pasión no habría servido sino para hacerlas más infelices eternamente.

¡Oh, qué dolor para el Corazón Santísimo de Jesús que ama infinitamente a cada alma! Por esto, Él habla con el profeta diciendo: "Los dolores del Infierno me circundaron”. (Sal. 17, 6).

Como si dijera: Siento en Mí los acervos dolores en los que serán atormentados eternamente los pecadores que se condenarán.

Cuarta: La vista de todas las aflicciones que habría sufrido su Santa Iglesia. La vista de todas las penas corporales y espirituales a las que habrían sido sometidos inevitablemente todos los elegidos, tanto en esta vida como en el purgatorio, y mucho más la pena del detrimento de los elegidos en las virtudes y en la adquisición de los bienes eternos, habiendo Él dicho que la adquisición de todo el universo no es de compararse a un simple detrimento del espíritu: "¿De qué sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?” (Mc. 8,36).

Uno de los extremos de estas interminables categorías de padecimientos del alma y del cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo que ha de considerarse también es su duración, la cual no es desde el jueves santo en la tarde hasta el viernes santo, sino desde el primer instante de su Encarnación en el Seno Purísimo de María Virgen hasta el último respiro dado en la cruz. Son treinta y cuatro años de continua agonía y de continuo inefable sufrir del alma y del cuerpo, en lo que se realiza de un modo misterioso la palabra del Profeta: "Un abismo llama a otro abismo, al fragor de tus cataratas”. (Salmo

41, 8).

7

El alma santísima de Jesucristo, bajo el ímpetu y la caída

continua de sus penas espirituales y de las agonías de su

corazón divino, pasaba de abismo en abismo, porque un

abismo de penas llamaba a otro, y a otro... hasta lo infinito.

¡Ah, Él debía pagar en Sí mismo toda la deuda de culpa y de

pena eterna de sus elegidos y sentir todas sus penas

temporales!

De aquí venía que Nuestro Señor amorosísimo moría a todo

momento, en cuanto que el colmo de sus penas era tal que

como puro Hombre Él habría muerto a cada instante, pero que,

como Dios, sostenía con un milagro continuo su vida mortal

para prolongar hasta el fin sus padecimientos y coronarlos con

todos los dolores y los ultrajes de su pasión y de su muerte de

cruz.

¡Cuán cierto es entonces que estamos obligados ante

Nuestro Sumo Bien Jesús no por una muerte sola, sino por

miles y cientos de miles de muertes por amor nuestro!

Y sin embargo, Jesucristo Nuestro Señor, tratando con sus

criaturas durante los treinta y tres años y nueve meses de su

vida terrena, aparecía calmado, dulce, sereno, tranquilo,

manso, conversador, y hasta sonriente. Él mantuvo

perfectísimamente y comunicó este estado de paz y serena

quietud en medio de abismos absolutamente inescrutables de

penas interiores, diciendo por boca del profeta, con una

expresión que solo el Espíritu Santo podía dictar: "He aquí en

la paz mi amargura amarguísima”. (Is. 38, 17.)

Otro extremo, o mejor, exceso, que se debe meditar en la

Pasión adorable de Jesucristo Nuestro Señor es que para

salvar las almas nuestras, para redimir el mundo todo, no era

en realidad necesario que Él sufriera las penas inefables del

Alma y del Cuerpo a que se quiso sujetar, ni todas las

ignominias a que se quiso someter. Habiéndose hecho Hombre

en el Seno Inmaculado de su Santísima Madre, le bastaba

elevar una sola oración a su Padre, hacer un solo acto de

adoración a la Divinidad, derramar una sola gota de su sangre

preciosísima, cuanta se puede derramar por una pequeña

herida hecha con la punta de un alfiler, y con esto habría

podido redimir no un mundo solo, sino millones y millones de

8

mundos, pues cada acción, aún la más pequeña, del adorable

Señor Nuestro Jesucristo era de valor infinito.

Pero ¿por qué, entonces, quiso ser más que inundado,

sumergido en tantos cruelísimos, acerbísimos y dolorosísimos

tormentos, penas, ignominias y agonías... que lo hicieron decir

con el Profeta: "Me he adentrado en altamar y la tempestad me

ha anegado”. (Sal. 68, 3). ¡Oh misterio de amor infinito del

corazón de Jesús! Lo que bastaba para redimir millones de

mundos era nada para el amor suyo por nosotros. Él quiso

mostrarnos cuánto nos ama, hasta dónde se extiende su amor

por nosotros, y quiso prepararnos una Redención copiosa de

demostraciones, de expiaciones, de ejemplos admirables y de

inobjetables argumentos y pruebas de su ternísimo amor. ¿Y

qué corazón es el nuestro si somos insensibles a un amor que

para convencernos y atraernos se quiso manifestar a nosotros

con las pruebas de penas tan inauditas como continuas? ***

Ah, una de las causas de nuestra dureza e insensibilidad es

precisamente el imperdonable descuido en meditar y

considerar cotidianamente la Pasión adorable de Nuestro

Sumo Bien. Jesús no se cansó de sufrir y agonizar treinta y

cuatro años, en su alma y en su cuerpo, por nosotros. Y

nosotros, ¿nos cansamos en dirigir, por lo menos media hora al

día, la mirada del alma a meditar penas tan inefables y por

amor a nosotros sufridas por el Hijo de Dios hecho Hombre,

por el Santo de los Santos, por el Impecable, que por nosotros

se hizo pecado, esto es, víctima de todos los pecados?

Pero otro extremo de tan infinito amor debemos considerar

en la dolorosa e ignominiosa Pasión de Nuestro Señor

Jesucristo. Un extremo que es como el golpe decisivo para

destrozar la frialdad y dureza de nuestro corazón y

encadenarlo todo al amor del Eterno Divino Amante de las

almas; extremo que si no sirve para conmovernos, servirá para

hacernos reos de la más culpable crueldad, y para

precipitarnos por el camino de la perdición. Este extremo, sí, es

considerar que todo lo que Jesucristo Nuestro Señor sufrió por

amor y salvación de todas las generaciones humanas, es decir,

por un número interminable de almas, lo sufrió igualmente por

cada alma en particular. Es decir, que si en el mundo no

hubiera existido sino una sola alma, por aquella alma sola

Nuestro Señor Jesucristo habría hecho y sufrido cuanto hizo y

sufrió por la redención de todo el género humano. O sea, oh

lector o lectora míos, que si en el mundo no hubiera existido

9

sino sólo tu alma que salvar, por ti sola el Hijo de Dios habría

bajado del Cielo a la tierra, se habría encarnado tomando un

cuerpo pasible, habría sufrido treinta y cuatro años, sin un solo

instante de tregua, en el alma y en el cuerpo; se habría

entregado por ti sola en manos de los mismos sufrimientos, de

los mismos ultrajes, de las agonías, de los flagelos, de las

espinas, de la misma Cruz y de la misma muerte... ¡Sí, así es!

Pues es verdad que Nuestro Señor Jesucristo ama tanto a un

alma cuanto ama a todas las almas presentes, pasadas y

futuras, juntamente tomadas.

¿Quién podrá permanecer indiferente ante esta Caridad

Infinita?

El alma que contempla la dolorosa e ignominiosa Pasión del

Redentor Divino, debe contemplarla con esta consideración;

debe decir: Por mí, Jesús sufrió treinta y cuatro años; por mí

sudó Sangre en el Huerto, por mí se hizo capturar, por mí se

hizo conducir a los injustos tribunales, por mí soportó

ignominias, golpes, escupitinas, empellones; por mí se hizo

flagelar, coronar de espinas, condenar a muerte; por mí subió

al Calvario, se hizo crucificar, agonizó tres horas, sufrió la sed,

la hiel, el vinagre, el abandono; por mí por amor a mí, murió

sumergido en un abismo de sufrimientos...

¡Qué ingratitud! Olvidarse de Jesús sufriente; esto es, de

cuanto sufrió por amor a nosotros, que no somos más que

vilísimos gusanos. ¿Qué, acaso Él tenía necesidad de

nosotros? ¡Ah! ¡Él, que sin criatura alguna habría sido, por

virtud de su misma Divinidad, eterna e infinitamente feliz, como

lo es!

Una Comparación

La enorme ingratitud del hombre que no corresponde amor

por amor y se olvida de cuanto por él ha sufrido el Sumo y

Eterno Amante, se demuestra con esta comparación,

propuesta por el gran Doctor de la Iglesia, San Alfonso M. De

Ligorio, y que yo quiero reproducir aquí, ampliándola:

Un esclavo, por sus delitos fue condenado a muerte por un

rey. Puesto en la cárcel, entre cadenas esperaba temblando el

momento de ser conducido al patíbulo. Pero el rey tenía un hijo

único que era toda su delicia. Este joven príncipe, por una

10

bondad incomparable, tiempo hacía que había nutrido un gran

afecto, junto con una gran compasión, por aquel mísero

esclavo. Habiendo conocido el estado infeliz en que aquel se

encontraba, ya próximo a ser ajusticiado, fue invadido por tal

dolor, por tan tierno y piadoso amor, que presentándose ante

su padre y arrojándose a sus pies, con lágrimas y suspiros le

suplicó que perdonara al mísero esclavo y que revocara la

terrible sentencia. El padre, que amaba intensamente a aquel

su único hijo, fue presa también él de un profundo e inaudito

dolor en lo más íntimo de su corazón, y dirigiéndose a su hijo le

dijo: "Oh hijo mío y delicia de mi corazón, grande es mi pena

por haber sido obligado a condenar a muerte a aquel culpable

esclavo, y tú bien conoces las inevitables exigencias de mi

tremenda justicia. Tú sabes que Yo no puedo, sin gran

deshonor mío, dispensarme de exigir una satisfacción digna de

mi majestad ultrajada; y la satisfacción puede venirme solo de

la muerte del culpable, pues se necesita que mi justicia sea

satisfecha."

"Padre mío amantísimo, replicó el joven príncipe, es tiempo

ya de que yo os manifieste que mi amor por este esclavo es tal

y tanto que yo no puedo resistir ante el solo pensamiento de su

condena; por tanto, oh padre mío, ya que vuestra justicia no

puede revocar la terrible sentencia, os pido una gracia, pero

vos, padre mío, prometedme que me la concederéis." "Hijo

mío, agregó el rey, yo empeño mi palabra de que, mientras no

me pidas algo que pueda lesionar mi justicia, cualquier otra

gracia te la concederé." Empeñada así la palabra del padre, el

hijo, rompiendo en lágrimas de amor le dijo: "Padre mío, padre

y señor mío, aceptad otra víctima y dejad libre al esclavo..."

"¿Otra víctima?" exclamó el padre, "Oh hijo mío amadísimo,

para poder Yo aceptar otra víctima en lugar del culpable, ésta

debería ser no otro esclavo, no un ser cualquiera, sino una

víctima digna de mi majestad ofendida, uno igual a mí. ¿Y

dónde encontrar a esta tal víctima?" "Heme aquí, heme aquí

padre, esta víctima soy yo", respondió el hijo. "Ecce ego, mitte

me (Is. 6, 8). ¡Mandadme a mí, mandadme a mí a la muerte!

¡Muera yo y viva el esclavo! ¡Ésta es la gracia que os pido y

que habéis empeñado vuestra palabra en concedérmela!". Oh

momento tremendo... El rey no puede retirar su palabra... Su

justicia no puede evitar el tener una satisfacción... Y queda

obligado a aceptar el cambio... y lo acepta. Pero el generoso

hijo no está aún satisfecho, y le pide a su padre otra gracia

más y le dice: "Padre mío, en este momento no podéis

11

negarme nada, yo os suplico que al esclavo culpable no solo lo

perdonéis de corazón, sino que además lo toméis y lo recibáis

como hijo en lugar mío, y lo hagáis partícipe en todos los

bienes de vuestro reino y heredero de los mismos." ¡El rey y

padre está vencido! Traspasado por el dolor y profundamente

conmovido concede todo al hijo... El cual inmediatamente,

despidiéndose de su padre y rey, se encamina a la prisión del

esclavo, hace abrir la puerta, quita de sus manos las cadenas

al culpable, lo besa tiernamente, lo estrecha a su noble

corazón con un fuerte abrazo, y llorando le dice: "¡Oh esclavo,

mira cuánto te he amado! Eres ya libre, eres el nuevo hijo y el

heredero del rey, mi padre, el cual te acogerá en su seno como

a mi misma persona, pero yo voy a morir en lugar tuyo para

satisfacer la justicia de mi padre y rey. ¡Adiós, hermano mío

amado, hijo de mi dolor y de mi muerte...!¿Ves cuánto te amo?

¡Tú pecaste y yo pago por ti! ¡Antes de morir sufriré, según la

ley del reino, mil torturas, que debías sufrir tú, y luego seré

llevado al patíbulo! Pero una sola cosa te pido: Que no te

olvides de cuánto te amé y de cuánto por ti voy a sufrir. No me

seas ingrato y me desconozcas, prométeme que te recordarás

siempre de las torturas y de los tormentos a cuyo encuentro

voy por amor a ti, y de la muerte ignominiosa que voy por ti

solo a sufrir... ¿me lo prometes?".

En este punto considera, oh lector mío, cuál habría sido tu

respuesta si tú te hubieras encontrado en el lugar de aquel

esclavo culpable...

Seguramente que arrojándote a los pies de tan enamorado

príncipe, en medio de un diluvio de lágrimas le hubieras dicho:

"Oh generoso e inapreciable príncipe! ¡Ah nobilísimo corazón,

rico de inefable bondad y caridad! ¿Qué habéis encontrado en

mí para amarme hasta este exceso? Yo he pecado. Yo,

miserable esclavo que nada valgo... seré libre, seré hijo del

gran rey, partícipe de los bienes de su reino, su heredero... ¡Mi

infelicidad será cambiada en una suerte tan inmensamente

grande que no podría ni soñarla! ¡Y todo esto sólo porque vos

os habéis ofrecido a sufrir y a morir por mí, oh generosísimo

amante mío! Y ahora vos, en este momento en que os

encamináis al encuentro de los tormentos y de la muerte en el

patíbulo por amor mío, me pedís de favor que yo no olvide

vuestros dolores y vuestra muerte, ni el amor con el que, para

hacerme feliz los abrazáis. Ah mi ternísimo amante, ¿cómo

podré jamás olvidarlos? ¡No, no! ¡Desde este momento mi vida

12

no será sino una vida de lágrimas, pensando en cuánto habéis

sufrido y la muerte que habéis encontrado por amor mío! ¡Os

prometo, os juro que recorreré todos los días el mismo camino

por el que ahora vais a morir, me postraré sobre vuestra

tumba, y ahí pensaré en vuestro amor, en las ternuras para mí

de vuestro nobilísimo corazón, tendré continuamente en mi

pensamiento las torturas que, por el riguroso decreto real, me

correspondía sufrir, y que vos las habéis querido sufrir en lugar

mío! Meditaré continuamente en la agonía mortal, en la muerte

lenta e ignominiosa que os será dada ante todo el pueblo. Y

quiero tanto llorar y amaros que querré morir de dolor sobre

vuestra tumba".

Mi querido lector, mi devota lectora, vosotros habéis ya

comprendido todo el significado de esta comparación, la cual,

por cuanto conmovedora sea, está aun inmensamente lejana

de poder representar los extremos de amor del Hijo Eterno de

Dios por el hombre. Y no sólo por toda la humanidad, sino por

cada alma en particular.

Cada uno de nosotros es ese esclavo culpable ante Dios,

que es el Rey del Cielo y de la tierra; esclavo digno y

merecedor de eterna muerte y eternos tormentos... El Hijo

Unigénito de Dios, delicia eterna del Eterno Padre, lleno de

amor infinito e incomprensible por este esclavo, se presentó al

Padre y le dijo: "Padre mío, tu Divina Justicia exige una víctima

digna de Ti para poder liberar a este mísero esclavo. Nadie

podrá jamás darte tan digna satisfacción, excepto Yo. ¡Pues

bien... Muera Yo y viva el esclavo! "Ecce ego, mitte me".

"Heme aquí envíame a la tierra, fórmame un cuerpo pasible, en

el cual yo pueda experimentar los más atroces, los más

inauditos tormentos y la muerte más dolorosa e ignominiosa

por amor de este esclavo”. Quiero ponerme enteramente en su

lugar, me haré Yo el esclavo, me haré encadenar, me haré

arrastrar a los tribunales, me someteré al juicio de inicuos

jueces; de inocente pasaré a ser declarado reo y malhechor;

pues quiero demostrar a este mísero esclavo hasta dónde llega

mi amor por él. Y con tal de que él sea libre y feliz, Yo me haré

ultrajar, golpear, maldecir; me haré el oprobio, el vituperio de

todos; seré semejante a un gusano que todos pisotean; pero te

suplico, oh Padre mío, que el esclavo, siempre y cuando te sea

fiel y agradecido, entre en tu Gracia como mi misma Persona,

que Tú lo ames como me amas a Mí mismo, que él sea hijo

adoptivo, que todos nuestros bienes eternos se los participes

13

en vida y después de la muerte; que por los méritos de mi

muerte en cruz, él sea enriquecido de gracias, sea confortado

en sus penas, le sean aliviados los indispensables dolores de

la vida, le sirva de mérito eterno la misma necesaria penitencia

por el pecado; tenga, en el final de su vida, una muerte

tranquila y preciosa, y, de ahí, venga a reinar con Nosotros

eternamente en nuestro mismo gozo."

Y así, o bastante mejor que así, habló el Verbo Divino a su

Padre. Y el Padre, encendido de un igual amor por el mísero

esclavo culpable que soy yo, que eres tú, oh lector o lectora

míos, le concedió todo lo que con lágrimas, suspiros y

clamores le pidió. Como dice el Apóstol: "Oró con lágrimas y

clamor válido, y fue escuchado con reverencia”. (Hebreos 5, 7).

Y así sucedió que por este mísero esclavo rebelde, el Santo

de los Santos, el Impecable, el Inocentísimo, el Cordero

Inmaculado, se dio a toda clase de sufrimientos y vivió treinta y

cuatro años ahogado en inefables penas, nunca interrumpidas

ni por un solo instante, penas en el alma y en el cuerpo, y que

luego todas se reunieron en su tremenda Pasión desde la tarde

del Jueves hasta el Viernes Santo, en el que expiró como el

más abyecto y el más nefando de los culpables, sobre el

patíbulo, entonces infame, de la Cruz.

¡Oh hombre! ¿Cómo podrás tú olvidar cuánto te amó y

cuánto sufrió y soportó tu Divino Eterno Amante? ¿No eres tú,

no soy yo, más duro que el granito y más cruel que la más

feroz bestia si olvidamos lo que Jesucristo, sumo Bien, padeció

por nuestro amor? Considera, oh alma cristiana, que Jesús

yendo a morir y a sufrir por ti, te haya dicho como aquel joven

príncipe de la misteriosa narración: "Oh hijito mío, alma que Yo

voy a redimirte derramando toda mi Sangre; esta

correspondencia y esta compensación de amor te pido: Que no

olvides cuánto habré sufrido por amor tuyo. Recuérdate a

menudo de los dolores, de las heridas y de las llagas de mi

cuerpo santísimo, a que me someteré. Recuérdate que para

arrancarte de la muerte eterna venceré una tal lucha con la

humana repugnancia al sufrir y al morir que agonizaré y sudaré

sangre. ¡Ah, recuérdate de cuánto me cuestas! Recuérdate de

cómo, por amor tuyo, presentaré mi adorable rostro a los

golpes, a las escupitinas, a los crueles tirones de mi barba, a

los puñetazos; mira esta corona de espinas que me traspasará

la cabeza con penas tales que ni criatura humana ni angélica

14

comprenderá jamás... Pero he aquí que ya me condenan a

muerte, como indigno ya de vivir; he aquí que me cargan con la

pesada cruz; adiós, hijito mío amado, delicia de mi corazón, no

más esclavo, sino heredero de mi reino, adiós..., otros

tormentos más atroces me esperan, seré extendido

horriblemente y clavado a un madero en cruz, estaré tres horas

en una agonía tan terrible, tan desprovisto de todo socorro, tan

abandonado por todos, hasta por mi Padre, tan miserable y

oprimido en el alma y en el cuerpo... que estas tres horas no

serán tres horas, sino tres siglos de dolores. Todo, todo lo voy

a sufrir por ti, por amor tuyo. ¡Pero no me seas tan ingrato que

olvides mi sufrir y mi morir! Yo recorreré contento la vía

dolorosa, llevaré contento la cruz, contento abrazaré las

terribles agonías que me esperan, me será ligera la

ignominiosa y amarguísima muerte, con tal de que tú me

prometas que no olvidarás mi sufrir ni mi morir, ni el amor

infinito con el que, por ti, tanto a uno como a otro me

someteré".

¡Alma! ¿Qué cosa habrías respondido tú en aquel momento

a tu Dios, a tu Divino y amorosísimo Redentor?

Jesucristo, verdadero Hombre y verdadero Dios, tuvo todo

presente. El vio la frialdad e indiferencia inexcusables de

quienes nunca, o casi nunca, meditan en su adorabilísima

pasión y muerte, y también tuvo presente el piadoso y santo

fervor de aquellas almas que de esta salutífera y obligada

meditación hacen su alimento cotidiano. Subió al calvario con

el corazón desolado por los primeros y experimentó un

consuelo por la fidelidad y el amor de las segundas. ¿Y qué

cosa vio Él de ti, oh mi lector, oh mi lectora? ¿Eres tú el

esclavo redimido con tantas penas, que olvidas quién te

redimió y lo que por ti sufrió tu Redentor, para pasarla distraído

entre bagatelas y vanidades del mundo, y renuevas al amante

de las almas todos sus padecimientos y su atrocísima muerte

con tus pecados y con tu ingratitud y olvido?

¡Ah, meditemos, meditemos diariamente en la pasión

adorable del amantísimo Redentor nuestro Jesús! "¡No nos

cansemos de meditar en lo que Jesucristo no se cansó de

soportar por nosotros!”

La meditación de la Pasión Santísima de nuestro Señor

Jesucristo produce bienes inestimables en quien la hace

15

diariamente. Esta meditación enciende el alma de amor y

gratitud; produce la verdadera y perfecta contrición de los

pecados, esto es, el arrepentimiento no por temor a los

castigos, temporales o eternos, sino por el motivo del puro

amor a Dios; desapega de las cosas terrenas; aleja el pecado,

el cual no puede subsistir con esta santa meditación; mortifica

sin violencia y por vía de amor las pasiones; purifica el espíritu;

infunde la ciencia y la sabiduría, suscita grandes deseos de

perfección; fortifica al alma en el sufrimiento; aumenta de día

en día la gracia santificante; acelera la perfecta unión con

Dios... "¡Oh hombre –exclama San Buenaventura -, ¿quieres

siempre crecer de virtud en virtud, de gracia en gracia? ¡Medita

diariamente la pasión del Redentor!" El alma que medita con

amor diariamente la pasión de nuestro adorable Redentor y

Sumo Bien de nuestros corazones, y que la medita, se puede

decir, en compañía de Jesús penante, Jesús la asiste, la

transporta, la llena de compunción, la compenetra, la ilumina,

la inflama, y frecuentemente le comunica el don tan precioso

de las lágrimas, ese don que es una de las ocho

bienaventuranzas en esta tierra, pues nuestro Señor Jesucristo

dijo: "Bienaventurados los que lloran”.

Y oh, cuántas almas elegidas, meditando cotidianamente en

las dolorosas escenas de la pasión, finalmente, de las arideces

han pasado a la profunda conmoción de los sollozos, del llanto

y de los suspiros. Quiera también a nosotros el Sumo Bien

darnos tan grande gracia, dándonos la santa perseverancia en

esta amorosa meditación.

Leemos de un San Francisco de Asís que por el tanto llorar

sobre la pasión de nuestro Señor se quedó ciego. El profeta

Zacarías, como si tuviera presente todas las lágrimas que

habrían derramado en el tiempo del cristianismo las almas

amantes de Jesucristo sobre sus penas, y todos los lamentos

que habrían elevado, dijo: "¡Y se llorará sobre Él como suelen

llorar las madres, las muertes de sus unigénitos!" (Zac. 12, 10).

Yo no sé si entre los signos de predestinación a la vida

eterna haya alguno mayor que éste; por eso el apóstol dijo que

si compadecíamos a Jesucristo, seríamos con Él glorificados. Y

si ahora lloramos y nos interesamos por los padecimientos, por

las ignominias, por las angustias sufridas por Jesucristo por

amor nuestro, es muy justo que un día participemos también de

su gozo y de su eterna felicidad.

16

Otro gran provecho de meditar diariamente en la pasión de

nuestro Señor Jesucristo es el del más eficaz medio que se

adquiere para obtener toda gracia del Eterno Padre. Quien se

familiariza con los misterios de la pasión de nuestro Señor, los

cuales son innumerables, adquiere como un derecho de

presentarse ante el Divino Padre y pedirle todo lo que quiera.

Fue esta también una revelación de nuestro Señor Jesucristo a

Santa Gertrudis: "Mi Padre –le dijo- , no puede negar nada que

se le pida en virtud de mi pasión”. Y no debemos olvidarnos

que el objeto principal de nuestro Señor Jesucristo en su

inmenso sufrir y humillarse fue el amor, la obediencia y el celo

hacia su Eterno Padre. Y por eso, Él mismo en el evangelio

nos dejó dicho: "Hasta ahora habéis pedido y no habéis

obtenido, porque no habéis pedido en mi nombre, y Yo ahora

en verdad os digo que todo lo que pidiereis al Padre en mi

nombre, todo se os concederá, y vuestro gozo será pleno”. ¿Y

en dónde esta petición hecha al Eterno Padre por los méritos

de la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo tiene su

mayor eficacia? Sí, en el gran sacrificio de la Santa Misa, en el

cual se renueva, si bien de manera incruenta e impasible, el

misterio del Gólgota. ¿Y qué cosa es la Santísima Eucaristía si

no el memorial continuo de la pasión y muerte de nuestro

Señor Jesucristo? Precisamente por esto, nuestro Señor la

instituyó la tarde del Jueves Santo, mientras sus enemigos

preparaban sus padecimientos y su muerte, y, al instituirla

como exceso de su infinito amor por el hombre, dijo: "Tomad y

comed , esto es mi cuerpo, que por vosotros será entregado a

los flagelos y a la muerte. Tomad y bebed, esto es mi sangre,

la sangre del nuevo y eterno testamento, que será derramada

por vosotros y por muchos en remisión de los pecados. Esto

que Yo he hecho, hacedlo en memoria mía”. Y con esto dicho,

¿quién puede separar la pasión de nuestro Señor de la

Santísima Eucaristía, o ésta de aquella?

Y he aquí otro gran e inmenso provecho de la cotidiana

meditación de la pasión y muerte del Divino Redentor, el cual

es el crecer en el conocimiento, en el amor y en el

acercamiento al Santísimo Sacramento del altar. De los pies de

Jesús crucificado se va a los pies del Sacramento, donde se

adora, se ama y se pasa a la unión más íntima que pueda

haber entre el alma y Dios mediante la santísima comunión

eucarística. Ninguno que se acerque a recibir la Santa

Comunión debe descuidar dedicar media hora de meditación

sobre los sufrimientos de nuestro Señor Jesucristo.

17

Especialmente las almas que tienen el gran bien de acercarse

diariamente a la mesa de los ángeles, deben antes dedicarse a

meditar cualquier pasaje de la pasión de Nuestro Señor. El

doctor de la Iglesia, San Alfonso, expresa este concepto

cuando comienza la preparación de la Santa Comunión en sus

"Obras Espirituales" con aquellas palabras del sagrado Cantar:

"He aquí que Él viene por los montes, superando las colinas”. Y

explica: Oh mi Divino Redentor Jesús, cuántos collados

difíciles y ásperos habéis debido superar, etc.

Quien descuida la santa meditación de la adorable pasión de

nuestro Señor Jesucristo nunca hará una comunión fervorosa,

ni sacará nunca verdadero provecho de ella.

Lector o lectora mía, la meditación cotidiana de los

padecimientos y de la muerte de nuestro Señor Jesucristo,

mientras en nosotros produce los citados provechos, y mil otros

que yo, mísero no sé decir, otro bien inmenso produce, y del

cual gran aprecio hemos de tener: ¡Ella nos une a la

compasión de la más pura, de la más Santa entre las criaturas,

de la Santísima Virgen María, de la Madre misma del Verbo

Divino hecho Hombre!

¡Oh! Qué otro misterio de amor y de dolor hay aquí, y que el

cristiano no debe jamás olvidar: ¡María Santísima Dolorosa,

desolada, Reina de los mártires, copartícipe de todas las penas

del Redentor Divino! ¡María Santísima Corredentora del género

humano en unión con el Hombre Dios!

Los dolores de la gran Madre de Dios menos se pueden

comprender y penetrar por quien no los medita diariamente,

pues éstos no tienen nada de corporal y visible, sino que todas

son penas interiores, desolaciones íntimas, proporcionadas al

amor incomprensible de esta gran Madre de Jesucristo, su

Dios y su Hijo... Aquí los extremos son también ellos excesivos,

tanto por la sensibilidad delicadísima y materna de la Santísima

Virgen, que por cuanto era inmaculada, purísima, santísima y

sapientísima, tanto más era susceptible de penas interiores,

como por la medida del amor por Jesús, que en María era

inconmensurable, tanto, que superaba al ardor de todos los

serafines, y también por el conocimiento de la infinita majestad

y dignidad de Jesucristo, a quien Ella veía tan

ignominiosamente ultrajado y pisoteado como un gusano. Y

también por la inmensidad de su caridad por el género humano

18

y por cada alma en particular, puesto que por cada alma

entregaba con pleno consentimiento de su voluntad a su Divino

Hijo a los dolores, a los oprobios, a la muerte... y también

conocía y ponderaba la pérdida de tantas almas.

Solo ella comprendió y dividió las penas interiores y las

agonías del corazón santísimo de Jesús, desde la Encarnación

hasta la muerte, y todas las sufrió, bebiendo hasta las heces el

cáliz doloroso. Y de esta manera el martirio de la Santísima

Virgen, como dicen los autores sagrados, empezó en el

momento de la Encarnación y continuó siempre creciendo

hasta la muerte del Redentor Divino; y desde ésta hasta la

Resurrección de Jesucristo nuestro Señor tenemos lo que se

llama desolación de la santísima Virgen, que es el mayor de

sus insuperables dolores; y después del misterio de la

Resurrección tenemos un periodo de penas sensibilísimas de

la Inmaculada Señora, que es precisamente la gran escuela

abierta a todas las almas amantes de Jesucristo acerca de la

obligación y del modo de meditar la pasión de Jesucristo

bendito. Periodo éste que duró todo el tiempo restante de la

vida mortal de la Santísima Virgen María, que según unos fue

de doce años, según otros, de dieciséis, y según otros de

veintiún años. Durante todo este tiempo la Santísima Virgen no

hizo sino repasar día y noche en su alma santísima y uno por

uno todos los padecimientos de nuestro Señor Jesucristo en el

modo más íntimo que sólo Ella podía recordar y penetrar, tanto

los padecimientos que Jesús soportó en su Santísima

Humanidad como las ignominias y los ultrajes a los que se

quiso someter, como también las penas aun más tremendas de

su divino corazón y de su alma. La Santísima Virgen, al

recordar estos divinos padecimientos, los renovaba todos

dentro de Ella misma con tanto dolor y con tanta pena que por

ello habría podido morir a cada momento si la virtud divina no

la hubiese continuamente sostenido, como la sostuvo con un

continuo milagro durante la pasión de Nuestro Señor, en la cual

no una sino innumerables veces habría muerto de puro dolor.

Durante el tiempo que vivió en Jerusalén, Ella visitaba todos

los lugares en los que su Divino Hijo padeció por nosotros, y en

modo particular recorría personalmente, con profundas y

dolorosas contemplaciones, la vía de la cruz, comenzando

desde el palacio de Pilatos, donde Nuestro Señor fue

condenado a muerte, y siguiendo hasta el calvario. ¡De aquí

nació el piadoso ejercicio del vía crucis, que es una de las más

santas devociones de la Iglesia!

19

¡Así que, la escuela de la meditación de la pasión y muerte

de nuestro Señor Jesucristo la encontramos en María Dolorosa

y desolada! Oh, bienaventurada el alma que se está todo su

tiempo pensando entre Jesús y María, compadeciendo ora al

Hijo ora a la Madre, ora llorando con Una, ora con Otro, ora

representándose las escenas del huerto, de la captura, de los

tribunales, de los flagelos, de las espinas, de la condena, del

camino al calvario, de la crucifixión, de las tres horas de

agonía, de la sed, del abandono, y luego dirigiendo los ojos del

alma a toda la parte que tuvo en tales misterios de amor y de

dolor la Madre de Dios, la más afligida de las madres, la cual

sufrió con Jesucristo, si bien en un modo todo espiritual, y por

eso más doloroso, el huerto, la captura, los ultrajes, los

flagelos, las espinas, el camino al calvario, los clavos, la agonía

de la cruz y la misma amarguísima muerte...

Bienaventurada el alma que, internándose en los Corazones

Santísimos de Jesús y de María, entrevé, por cuanto es

posible, el abismo de las penas interiores; y en las olas

tempestuosas de esta contrición tan grande como un mar sin

playas, mezcla afanosamente sus lágrimas de amor, extraídas

por la cotidiana contemplación de las penas de Jesús y de

María.

+ + +

Sumergiéndonos en la Pasión de nuestro Señor

Ahora pasemos a las palabras de Nuestro Señor Jesucristo, expresadas a través de sus escritos, para ver la importancia que estas horas contienen:

2-69

Septiembre 2, 1899

“Hija mía, ten siempre ante tu mente la luz de mi Pasión,

porque al ver mis acerbísimas penas, las tuyas te parecerán

pequeñas, y al considerar la causa por la que sufrí tantos

dolores inmensos, que fue el pecado, los más pequeños

defectos te parecerán graves. En cambio, si no te miras en Mí,

las más pequeñas penas te parecerán pesadas y los defectos

graves los tomarás como cosa de nada”. Y ha desaparecido.

20

4-106

Febrero 8, 1902

Esta mañana, al venir mi adorable Jesús me ha participado

parte de su Pasión. Ahora, mientras me encontraba sufriendo,

el Señor para aliviarme me ha dicho:

“Hija mía, el primer significado de la Pasión contiene gloria,

alabanza, honor, agradecimiento, reparación a la Divinidad. El

segundo es la salvación de las almas y todas las gracias que

se necesitan para obtener esta finalidad. Entonces, quien

participa en las penas de mi Pasión, su vida contiene estos

mismos significados, no sólo, sino que toma la misma forma de

mi Humanidad, y como dicha Humanidad está unida con la

Divinidad, también el alma que participa en mis penas está en

contacto con la Divinidad y puede obtener lo que quiere. Es

más, sus penas son como llaves para abrir los tesoros divinos,

esto mientras vive acá abajo, y después allá en el Cielo

también le está reservada una gloria distinta que le es dada por

mi Humanidad y Divinidad, en modo de semejarse a mi misma

luz y gloria, y será una gloria más especial para toda la corte

celestial, que le será dada por medio de esta alma, por lo que

Yo le he comunicado, porque por cuantas más almas se han

semejado a Mí en las penas, tanto más de dentro de la

Divinidad saldrá luz y gloria, y toda la corte celestial participará

de esta gloria”.

Sea siempre bendito el Señor, y todo sea para su gloria y

honor.

6-40

Mayo 30, 1904

“Hija mía, cuánta ruina hace en el alma la soberbia, basta

decirte que forma un muro de división entre la criatura y Dios, y

de imágenes mías las transforma en demonios. Y además, si

tanto te duele y te desagrada que las criaturas sean tan ciegas

que ellas mismas no entiendan ni vean el precipicio en el cual

se encuentran, y tanto deseas que Yo las ayude, mi Pasión

sirve como vestido al hombre, que le cubre las más grandes

miserias, lo embellece y le restituye todo el bien que por el

pecado se había quitado y había perdido, por lo cual Yo te

hago don de mi Pasión, a fin de que te sirva a ti y para quien

quieras tú”.

21

6-116

Junio 5, 1905

…“Hija mía, las cruces, las mortificaciones, son otras tantas

fuentes bautismales, y cualquier especie de cruz que está

empapada en el pensamiento de mi Pasión, pierde la mitad de

la aspereza y disminuye la mitad del peso”.

7-63

Noviembre 9, 1906

…“Hija mía, me es tan querido quien siempre va pensando

en mi Pasión, y siente desagrado y me compadece, que me

siento como retribuido por todo lo que sufrí en el curso de mi

Pasión, y el alma rumiándola siempre, viene a formar un

alimento continuo, en el que hay tantos diversos condimentos y

sabores que producen diversos efectos. Así que si en el curso

de mi Pasión me dieron cadenas y cuerdas para atarme, el

alma me desata y me da la libertad; aquellos me despreciaron,

me escupieron y me deshonraban, ella me aprecia, me limpia

de esas escupitinas y me honra; aquellos me desnudaron y me

flagelaron, ella me cura y me viste; aquellos me coronaron de

espinas tratándome como rey de burla, me amargaron la boca

con hiel y me crucificaron, el alma rumiando todas mis penas

me corona de gloria y me honra como su Rey, me llena la boca

de dulzura dándome el alimento más exquisito como es el

recuerdo de mis mismas obras, y desclavándome de la cruz

me hace resucitar en su corazón, dándole Yo por recompensa,

cada vez que hace esto, una nueva vida de gracia, así que ella

es mi alimento y Yo me hago su alimento continuo. Así que la

cosa que más me agrada es que el alma piense siempre en mi

Pasión”.

7-76

Enero 13, 1907

“Hija mía, cuánto amo a las almas, mira: La naturaleza

humana estaba corrompida, humillada, sin esperanza de gloria

y de resurgimiento, y Yo quise sufrir todas las humillaciones en

mi Humanidad, especialmente quise ser desnudado, flagelado

y que a pedazos cayeran mis carnes bajo los azotes, casi

deshaciendo mi Humanidad para rehacer la humanidad de las

criaturas, y hacerla resurgir llena de vida, de honor y de gloria a

22

la vida eterna. ¿Qué otra cosa podía hacer y que no haya

hecho?”

11-50

Marzo 24, 1913

…“Hija mía, a mi querida Mamá nunca se le escapó el

pensamiento de mi Pasión, y a fuerza de repetirla se llenó toda,

toda de Mí. Así sucede al alma, a fuerza de repetir lo que Yo

sufrí viene a llenarse de Mí”.

11-52

Abril 10, 1913

“Hija mía, quien piensa siempre en mi Pasión forma en su

corazón una fuente, y por cuanto más piensa en ella, tanto más

esta fuente se agranda, y como las aguas que brotan son

aguas comunes a todos, así esta fuente de mi Pasión que se

forma en el corazón sirve para bien del alma, para gloria mía y

para bien de las criaturas”.

Y yo: “Dime bien mío, ¿qué cosa darás en recompensa a

aquellos que harán las horas de la Pasión como Tú me las has

enseñado?”

Y Él: “Hija mía, estas horas no las consideraré como cosas

vuestras, sino como hechas por Mí, os daré mis mismos

méritos como si Yo estuviera sufriendo en acto mi Pasión y los

mismos efectos según las disposiciones de las almas, esto en

la tierra, premio mayor no podría darles; luego en el Cielo, a

estas almas me las pondré de frente, saeteándolas con saetas

de amor y de contentos por cuantas veces han hecho las horas

de mi Pasión, y ellas me saetearán a Mí. ¡Qué dulce encanto

será esto para todos los bienaventurados!”

11-60

Septiembre 6, 1913

…Estaba pensando en las horas de la Pasión escritas, y en

que como están sin indulgencias, quien las hace no gana nada,

mientras que hay tantas oraciones enriquecidas con tantas

indulgencias. Mientras esto pensaba, mi siempre amable

Jesús, todo benignidad me ha dicho:

“Hija mía, con las oraciones indulgenciadas se gana alguna

cosa, en cambio las horas de mi Pasión, que son mis mismas

oraciones, mis reparaciones y todo amor, han salido

23

propiamente del fondo de mi corazón. ¿Has acaso olvidado

cuántas veces me he unido contigo para hacerlas juntos y he

cambiado los flagelos en gracias para toda la tierra? Por eso es

tal y tanta mi complacencia, que en lugar de la indulgencia le

doy al alma un puñado de amor, que contiene precio

incalculable de infinito valor, y además, cuando las cosas son

hechas por puro amor, mi amor encuentra en eso su desahogo,

y no es indiferente que la criatura dé alivio y desahogo al amor

de su Creador”.

11-80

Octubre, 1914

…Estaba escribiendo las horas de la Pasión y pensaba entre

mí: “Cuántos sacrificios para escribir estas benditas horas de la

Pasión, especialmente por tener que poner en el papel ciertos

actos internos que sólo entre yo y Jesús han pasado, ¿cuál

será la recompensa que Él me dará por esto?” Y Jesús

haciéndome oír su voz tierna y dulce me ha dicho:

“Hija mía, en recompensa por haber escrito las horas de mi

Pasión, por cada palabra que has escrito te daré un beso, un

alma”.

Y yo: “Amor mío, esto a mí, y a aquellos que las harán, ¿qué

les darás?”

Y Jesús: “Si las hacen junto Conmigo y con mi misma

Voluntad, por cada palabra que reciten les daré también un

alma, porque toda la mayor o menor eficacia de estas horas de

mi Pasión está en la mayor o menor unión que tienen Conmigo,

y haciéndolas con mi Voluntad, la criatura se esconde en mi

Querer, y actuando mi Querer puedo hacer todos los bienes

que quiero, aun por medio de una sola palabra, y esto cada vez

que las hagan”.

En otra ocasión estaba lamentándome con Jesús, porque

después de tantos sacrificios para escribir las horas de la

Pasión, eran muy pocas las almas que las hacían, y entonces

Él me dijo:

“Hija mía, no te lamentes, aunque fuera sólo una deberías

estar contenta, ¿no habría sufrido Yo toda mi Pasión aunque

se debiera salvar una sola alma? Así también tú, jamás se

debe omitir el bien porque sean pocos los que lo aprovechen,

todo el mal es para quien no lo aprovecha, y así como mi

Pasión hizo adquirir el mérito a mi Humanidad como si todos se

salvaran, a pesar de que no todos se salvan, porque mi

Voluntad era la de salvarlos a todos, entonces merecí según lo

24

que Yo quería, no según el provecho que las criaturas harían;

así tú, según que tu voluntad se haya ensimismado con mi

Voluntad, de querer y de hacer el bien a todos, así serás

recompensada, todo el mal es de aquellos que pudiendo no las

hacen, estas horas son las más preciosas de todas, pues no

son otra cosa que repetir lo que Yo hice en el curso de mi vida

mortal, y lo que continúo en el Santísimo Sacramento. Cuando

escucho estas horas de mi Pasión, escucho mi misma voz, mis

mismas oraciones, veo mi Voluntad en esa alma, la cual es de

querer el bien de todos y de reparar por todos, y Yo me siento

transportado a morar en ella para poder hacer en ella lo que

hace ella misma. ¡Oh, cuánto quisiera que aunque fuera una

sola por región hiciera estas horas de mi Pasión!, me oiría a Mí

mismo en cada lugar, y mi Justicia en estos tiempos tan

grandemente indignada, quedaría en parte aplacada”.

Agrego que un día estaba haciendo la hora cuando la Mamá

Celestial dio sepultura a Jesús, y yo la seguía para hacerle

compañía en su amarga desolación para compadecerla. No

tenía la costumbre de hacer esta hora siempre, sólo algunas

veces, y estaba indecisa si debía hacerla o no, y Jesús bendito,

todo amor y como si me lo rogara me ha dicho:

“Hija mía, no quiero que la descuides, la harás por amor mío

en honor de mi Mamá. Debes saber que cada vez que tú la

haces, mi Mamá se siente como si estuviera en persona en la

tierra y repetir su vida, y por lo tanto recibe Ella la gloria y el

amor que me dio a Mí en la tierra, y Yo siento como si

estuviera de nuevo mi Mamá en la tierra, sus ternuras

maternas, su amor y toda la gloria que Ella me dio, por eso te

tendré en consideración de madre”.

Entonces, abrazándome, oía que me decía quedo, quedo:

“Mamá mía, mamá”. Y me sugería lo que hizo y sufrió en esta

hora la dulce Mamá, y yo la seguía. Desde ese día en adelante

no la he descuidado, ayudada por su gracia.

11-82

Noviembre 4, 1914

“Hija mía, si tú supieras la gran complacencia que siento al

verte repetir estas horas de mi Pasión, y siempre repetirlas, y

de nuevo repetirlas, quedarías feliz. Es verdad que mis santos

han meditado mi Pasión y han comprendido cuánto sufrí y se

han deshecho en lágrimas de compasión, tanto, de sentirse

consumar de amor por mis penas, pero no lo han hecho así de

continuo y siempre repetido con este orden, así que puedo

25

decir que tú eres la primera que me da este gusto tan grande y

especial, y al ir desmenuzando en ti hora por hora mi Vida y lo

que sufrí, Yo me siento tan atraído, que hora por hora te voy

dando el alimento y como contigo el mismo alimento, y hago

junto contigo lo que haces tú. Debes saber que te

recompensaré abundantemente con nueva luz y nuevas

gracias, y aun después de tu muerte, cada vez que sean

hechas por las almas en la tierra estas horas de mi Pasión, Yo

en el Cielo te cubriré siempre de nueva luz y gloria”.

11-83

Noviembre 6, 1914

…“Hija mía, el mundo está en continuo acto de renovar mi

Pasión, y como mi inmensidad envuelve a todos, dentro y fuera

de las criaturas, por eso estoy obligado por su contacto a

recibir clavos, espinas, flagelos, desprecios, escupitajos y todo

lo demás que sufrí en la Pasión, y aun más. Ahora, quien hace

estas horas de mi Pasión, a su contacto me siento sacar los

clavos, romper las espinas, endulzar las llagas, quitar los

salivazos, me siento cambiar en bien el mal que me hacen los

demás, y Yo, sintiendo que su contacto no me hace mal, sino

bien, me apoyo siempre más sobre ella”.

Después de esto, volviendo el bendito Jesús a hablar de

estas horas de la Pasión ha dicho:

“Hija mía, has de saber que con hacer estas horas, el alma

toma mis pensamientos y los hace suyos, mis reparaciones, las

oraciones, los deseos, los afectos y aun mis más íntimas fibras

y las hace suyas, y elevándose entre el Cielo y la tierra hace mi

mismo oficio, y como corredentora dice junto Conmigo: “Ecce

ego mitte me”, quiero repararte por todos, responderte por

todos e implorar el bien para todos”.

11-122

Abril 23, 1916

Continuando mi habitual estado, mi adorable Jesús se hacía

ver todo circundado de luz que le salía de dentro de su

Santísima Humanidad, que lo embellecía en modo tal de

formar una vista encantadora y raptora, yo quedé sorprendida y

Jesús me dijo:

“Hija mía, cada pena que sufrí, cada gota de sangre, cada

llaga, oración, palabra, acción, paso, etc., produjo una luz en

mi Humanidad capaz de embellecerme en modo tal, de tener

26

raptados a todos los bienaventurados. Ahora, el alma a cada

pensamiento de mi Pasión, a cada condolencia, a cada

reparación, etc., que hace, no hace otra cosa que tomar luz de

mi Humanidad y embellecerse a mi semejanza, así que un

pensamiento de más de mi Pasión, será una luz de más que le

llevará un gozo eterno”.

11-133

Octubre 13, 1916

Estaba haciendo las horas de la Pasión, y el bendito Jesús

me dijo:

“Hija mía, en el curso de mi Vida mortal, millones y millones

de ángeles cortejaban a mi Humanidad y recogían todo lo que

Yo hacía, los pasos, las obras, las palabras y aun los suspiros,

las penas, las gotas de sangre, en suma, todo. Eran ángeles

destinados a mi custodia, a darme honor, obedientes a todas

mis señales, subían y bajaban del Cielo para llevar al Padre

todo lo que Yo hacía. Ahora estos ángeles tienen un oficio

especial, y conforme el alma hace memoria de mi Vida, de mi

Pasión, de mi sangre, de mis llagas, de mis oraciones, se

ponen en torno a esta alma y recogen sus palabras, sus

oraciones y condolencias que me hacen, las lágrimas, los

ofrecimientos, los unen con los míos y los llevan ante mi

Majestad para renovarme la gloria de mi misma Vida, es tanta

la complacencia de los ángeles, que reverentes están en torno

para oír lo que dice el alma y rezan junto con ella, por eso con

qué atención y respeto el alma debe hacer estas horas,

pensando que los ángeles están pendientes de sus labios, para

repetir junto a ella lo que ella dice”.

Luego ha agregado: “Ante tantas amarguras que las

criaturas me dan, estas horas son los pequeños sorbos dulces

que las almas me dan, pero ante tantos sorbos amargos que

recibo, son demasiado pocos los dulces, por eso, más difusión,

más difusión”.

11-144

Febrero 2, 1917

Encontrándome en mi habitual estado, me he encontrado

fuera de mí misma, y he encontrado a mi siempre amable

Jesús, todo chorreando sangre, con una horrible corona de

espinas, y con dificultad me miraba por entre las espinas, y me

dijo:

27

“Hija mía, el mundo se ha desequilibrado porque ha perdido

el pensamiento de mi Pasión. En las tinieblas no ha encontrado

la luz de mi Pasión que lo ilumine, que haciéndole conocer mi

Amor y cuántas penas me cuestan las almas, pueda reaccionar

y amar a quien verdaderamente lo ha amado, y la luz de mi

Pasión, guiándolo, lo ponía en guardia de todos los peligros; en

la debilidad no ha encontrado la fuerza de mi Pasión que lo

sostenga; en la impaciencia no ha encontrado el espejo de mi

paciencia que le infunda la calma, resignación, y ante mi

paciencia, avergonzándose tenga como un deber dominarse a

sí mismo; en las penas no ha encontrado el consuelo de las

penas de un Dios, que sosteniendo las suyas le infunda amor

al sufrir; en el pecado no ha encontrado mi santidad, que

haciéndole frente le infunda odio a la culpa. ¡Ah! en todo ha

prevaricado el hombre porque se ha separado en todo de quien

podía ayudarlo, por eso el mundo ha perdido el equilibrio, ha

hecho como un niño que no ha querido conocer más a su

madre, como un discípulo que desconociendo al maestro no ha

querido escuchar más sus enseñanzas ni aprender sus

lecciones, ¿qué será de este niño y de este discípulo? Serán el

dolor de sí mismos y el terror y el dolor de la sociedad. Tal se

ha hecho el hombre, terror y dolor, pero dolor sin piedad, ¡ah,

el hombre empeora, empeora siempre más y Yo lo lloro con

lágrimas de sangre!”

12-10

Mayo 16, 1917

“Hija mía, cada vez que la criatura se funde en Mí, da a

todas las criaturas el influjo de Vida Divina, y según tienen

necesidad obtienen su efecto: Quien es débil siente la fuerza,

quien es obstinada en la culpa recibe la luz, quien sufre recibe

el consuelo, y así de todo lo demás”.

Después me he encontrado fuera de mí misma, me

encontraba en medio de muchas almas que me hablaban, –

parecía que fueran almas purgantes y santos–, y nombraban a

una persona conocida mía, muerta no hacía mucho, y me

decían: “Él se siente feliz al ver que no hay alma que entre en

el Purgatorio que no lleve el sello de las horas de la Pasión, y

cortejadas, ayudadas por estas horas, toma sitio en lugar

seguro; y no hay alma que vuele al Paraíso que no sea

acompañada por estas horas de la Pasión; estas horas hacen

llover del Cielo continuo rocío sobre la tierra, en el Purgatorio y

hasta en el Cielo”. Al oír esto decía entre mí: “Tal vez mi

28

amado Jesús para mantener la palabra dada, que por cada

palabra de las horas de la Pasión daría un alma, no hay alma

que se salve que no se sirva de estas horas”.

Después he vuelto en mí misma, y habiendo encontrado a

mi dulce Jesús le he preguntado si eso era verdad.

Y Él: “Estas horas son el orden del universo, y ponen en

armonía el Cielo y la tierra y me disuaden de no destruir al

mundo; siento poner en circulación mi sangre, mis llagas, mi

amor y todo lo que Yo hice, y corren sobre todos para salvar a

todos. Y conforme las almas hacen estas horas de la Pasión,

me siento poner en camino mi sangre, mis llagas, mis ansias

de salvar las almas, y me siento repetir mi Vida. ¿Cómo

pueden obtener las criaturas algún bien si no es por medio de

estas horas? ¿Por qué lo dudas? La cosa no es tuya, sino mía,

tú has sido el esforzado y débil instrumento”.

12-55

Julio 12, 1918

Estaba rezando con cierto temor y ansiedad por un alma

moribunda, y mi amable Jesús al venir me ha dicho:

“Hija mía, ¿por qué temes? ¿No sabes tú que por cada

palabra sobre mi Pasión, pensamiento, compasión, reparación,

recuerdo de mis penas, tantas vías de comunicación de

electricidad se abren entre el alma y Yo, y por lo tanto de

tantas variedades de belleza se va adornando el alma? Ella ha

hecho las horas de mi Pasión y Yo la recibiré como hija de mi

Pasión, vestida con mi sangre y adornada con mis llagas. Esta

flor ha crecido en tu corazón y Yo la bendigo y la recibo en el

mío como una flor predilecta”.

13-26

Octubre 21, 1921

Estaba pensando en la Pasión de mi dulce Jesús, entonces

Él, al venir me ha dicho.

“Hija mía, cada vez que el alma piensa en mi Pasión,

recuerda lo que he sufrido o me compadece, en ella se

renueva la aplicación de mis penas, surge mi sangre para

inundarla y mis llagas se ponen en camino para sanarla si está

llagada, o para embellecerla si está sana, y todos mis méritos

para enriquecerla. El negocio que hace es sorprendente, es

como si pusiera en el banco todo lo que hice y sufrí, y de ello

obtiene el doble, porque todo lo que hice y sufrí está en

29

continuo acto de darse al hombre, así como el sol está en

continuo acto de dar luz y calor a la tierra; mi obrar no está

sujeto a agotarse, solamente conque el alma lo quiera, y por

cuantas veces lo quiera, recibe el fruto de mi Vida, así que si

se recuerda veinte, cien, mil veces de mi Pasión, tantas veces

de más gozará los efectos de Ella, pero qué pocos son los que

de Ella hacen tesoro. Con todo el bien de mi Pasión se ven

almas débiles, ciegas, sordas, mudas, cojas, cadáveres

vivientes que dan repugnancia, porque mi Pasión ha sido

puesta en el olvido. Mis penas, mis llagas, mi sangre, son

fuerza que quita las debilidades, luz que da vista a los ciegos,

lengua que desata las lenguas y abre el oído, es medio que

endereza a los cojos, vida que resucita los cadáveres. Todos

los remedios necesarios a la humanidad están en mi Vida y en

mi Pasión, pero la criatura desprecia la medicina y no pone

atención a los remedios, por eso se ve que con toda mi

Redención, el hombre perece en su estado como afectado por

una tisis incurable. Pero lo que más me duele es ver a

personas religiosas que se fatigan para hacer adquisición de

doctrinas, de especulaciones, de historias, pero de mi Pasión,

nada, así que mi Pasión muchas veces está desterrada de las

iglesias, de la boca de los sacerdotes, así que su hablar es sin

luz, y las gentes se quedan más en ayunas que antes”.

28-4

Marzo 9, 1930

Después de esto estaba siguiendo mi giro en el Querer

Divino, y ahora me detenía en un punto, y ahora en algún otro

de lo que había hecho y padecido mi amado Jesús, y Él, como

herido por sus mismos actos que yo le ponía alrededor con

decirle: “Amor mío, mi te amo corre en el tuyo; mira oh Jesús,

cuánto nos has amado, sin embargo te falta otra cosa por

hacer, no has hecho todo, te falta darnos el gran don de tu Fiat

Divino como vida en medio a las criaturas, a fin de que reine y

forme su pueblo; pronto, oh Jesús, ¿qué esperas? Tus mismas

obras, tus penas, reclaman el Fiat Voluntas Tua come in Cielo

così in terra”. Pero mientras esto pensaba, mi dulce Jesús ha

salido de dentro de mi interior y me ha dicho:

“Hija mía, cuando un alma recuerda lo que Yo hice y sufrí en

el curso de mi Vida acá abajo, me siento renovar mi amor, por

lo cual se inflama y desborda, y el mar de mi amor forma olas

altísimas para verterse en modo duplicado sobre las criaturas.

Si tú supieras con cuanto amor te espero cuando giras en mi

30

Querer Divino en cada uno de mis actos, porque en Él todo lo

que Yo hice y sufrí, está todo en acto como si realmente lo

estuviese haciendo, y Yo con todo amor te espero para decirte:

‘Mira hija, esto lo hice para ti, lo sufrí por ti, ven a reconocer las

propiedades de tu Jesús, que son también tuyas’. Mi corazón

sufriría si la pequeña hija de mi Querer Divino no reconociera

todos mis bienes; tener ocultos nuestros bienes a quien vive en

nuestro Fiat Divino, sería no tenerla como hija, o bien, no tener

con ella nuestra plena confianza, lo que no puede ser, porque

nuestra Voluntad nos la unifica tanto, que lo que es nuestro es

suyo. Así que para Nosotros sería más bien una pena, y nos

encontraríamos en las condiciones de un padre riquísimo que

posee muchas propiedades, y los hijos no saben que el padre

posee tantos bienes, por lo que no conociéndolos se habitúan

a vivir como pobres, a tener modos rústicos, ni se preocupan

de vestir noblemente; ¿no sería un dolor para el padre que

tiene ocultas sus propiedades a estos hijos? Mientras que con

hacerlas conocer cambiarían hábitos en el vivir, vestir, y

usarían modos nobles según su condición. Si dolor sería para

un padre terreno, mucho más para tu Jesús, que es Padre

Celestial. Conforme te hago conocer lo que he hecho y

padecido, y los bienes que posee mi Querer Divino, así mi

amor crece hacia ti, y tu amor crece siempre más hacia Mí, y

mi corazón se alegra al ver a la pequeña hija nuestra rica de

nuestros mismos bienes. Por eso tu girar en mi Querer Divino

es un desahogo de mi amor, y me dispone a hacerte conocer

cosas nuevas y a darte una leccioncita de más de todo lo que

nos pertenece, y te dispone a ti a escucharla y a recibir

nuestros dones”.

Para qué meditar la Pasión de Jesús.

Meditar la PASIÓN DE JESUS debiera ser un

desbordamiento de nuestra inteligencia, de nuestro corazón,

para estar siempre unidos con nuestro amado Jesús y

consolarlo no sólo con el recuerdo de todo lo que Él sufrió, sino

con el fundirnos en Él para acompañarlo y hacer nuestras sus

penas. Sin embargo, lo que más lo consolaría sería que

aprovecháramos al máximo estos sufrimientos, obteniendo el

fruto completo de su Redención, pero, ¿cuál es este fruto

completo? S. Ireneo, nos da la respuesta correcta: «Porque el

Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios» También S.

Atanasio nos deja delineado nuestro fin: «El Hijo Unigénito de

Dios, queriendo hacernos participantes de su divinidad, asumió

31

nuestra naturaleza, para que, habiéndose hecho hombre,

hiciera dioses a los hombres»

Ésta es, ni más ni menos, nuestra finalidad, la finalidad que

Dios se trazó desde toda la eternidad, así que la Redención no

fue únicamente para "salvarnos", no, la salvación era

simplemente el principio de la gran obra, principio, no finalidad,

por eso, el consuelo más grande que podemos darle a Jesús,

no es el recordar su Pasión, no es el condolernos de Él, sino el

consuelo máximo debe ser que vea que todo lo que hizo en su

Vida logra su cometido, o sea unificarnos con Él y que pueda

comunicarnos su propia "Naturaleza", y nosotros que la

podamos recibir.

De la misma manera que un padre no estaría satisfecho con

que su hijo solamente se pasara la vida recordando todo lo que

trabajó, los esfuerzos que hizo, los sufrimientos y las penurias

para mantenerlo, alimentarlo, darle educación, etc., pero que

no se hubiera aprovechado de todo eso para llegar a ser lo que

el padre anheló, de igual manera Dios con nosotros.

En primer lugar habrá que analizar la causa de la venida de

Jesús al mundo en forma «pasible», pues debemos recordar

que Jesús tenía que venir al mundo aunque no hubiera habido

pecado, para eso fue creado, y sobre todo tenía que venir para

enseñarnos a vivir de su Voluntad y dejar sus actos en acto

para que los pudiéramos tomar.

En el siguiente capítulo veremos tanto la finalidad de la

creación del hombre, como el por qué Jesús tuvo que

padecer:

25-34

Marzo 31, 1929

"Pequeña hija de mi Querer, tú debes saber que son

derechos absolutos de mi Fiat Divino el tener el primado sobre

cada uno de los actos de la criatura, y quien le niega el

primado le quita sus derechos divinos que por justicia le son

debidos, porque es creador del querer humano. ¿Quién puede

decirte hija mía cuánto mal puede hacer una criatura cuando

llega a sustraerse de la Voluntad de su Creador? Mira, bastó

un acto de sustracción del primer hombre a nuestra Voluntad

Divina para cambiar la suerte de las generaciones humanas, y

no sólo eso, sino que cambió la misma suerte de nuestra

Divina Voluntad. Si Adán no hubiese pecado, el Verbo Eterno,

que es la misma Voluntad del Padre Celestial, debía venir a la

32

tierra glorioso, triunfante y dominador, acompañado

visiblemente por su ejército angélico, que todos debían ver, y

con el esplendor de su gloria debía fascinar a todos y atraer a

todos a Sí con su belleza; coronado como rey y con el cetro de

mando para ser rey y cabeza de la familia humana, de modo

de darle el gran honor de poder decir: 'Tenemos un rey

hombre y Dios.’ Mucho más que tu Jesús no descendía del

Cielo para encontrar al hombre enfermo, porque si no se

hubiera sustraído de mi Voluntad Divina no debían existir

enfermedades, ni de alma ni de cuerpo, porque fue la voluntad

humana la que casi ahogó de penas a la pobre criatura; el Fiat

Divino era intangible de toda pena y tal debía ser el hombre.

Por lo tanto Yo debía venir a encontrar al hombre feliz, santo

y con la plenitud de los bienes con los cuales lo había creado.

En cambio, porque quiso hacer su voluntad cambió nuestra

suerte, y como estaba decretado que Yo debía descender

sobre la tierra, y cuando la Divinidad decreta, no hay quien la

aparte, sólo cambié modo y aspecto, así que descendí, pero

bajo vestidos humildísimos, pobre, sin ningún aparato de gloria,

sufriente, llorando y cargado con todas las miserias y penas del

hombre. La voluntad humana me hacía venir a encontrar al

hombre infeliz, ciego, sordo y mudo, lleno de todas las

miserias, y Yo para sanarlo lo debía tomar sobre de Mí, y para

no infundirle espanto debía mostrarme como uno de ellos para

hermanarlos y darles las medicinas y remedios que se

necesitaban. Así que el querer humano tiene la potencia de

volverse feliz o infeliz, santo o pecador, sano o enfermo.

Entonces mira, si el alma se decide a hacer siempre, siempre

mi Divina Voluntad y vivir en Ella, cambiará su suerte y mi

Divina Voluntad se lanzará sobre la criatura, la hará su presa y

dándole el beso de la Creación cambiará aspecto y modo, y

estrechándola a su seno le dirá: 'Pongamos todo a un lado,

para ti y para Mí han regresado los primeros tiempos de la

Creación, todo será felicidad entre tú y Yo, vivirás en nuestra

casa, como hija nuestra, en la abundancia de los bienes de tu

Creador.’ Escucha mi pequeña recién nacida de mi Divina

Voluntad, si el hombre no hubiese pecado, no se hubiese

sustraído de mi Divina Voluntad, Yo habría venido a la tierra,

pero ¿sabes como? Lleno de Majestad, como cuando resucité

de la muerte, que si bien tenía mi Humanidad similar al

hombre, unida al Verbo Eterno, pero con qué diversidad mi

Humanidad resucitada era glorificada, vestida de luz, no sujeta

ni a sufrir, ni a morir, era el divino triunfador. En cambio mi

Humanidad antes de morir, estaba sujeta, si bien

33

voluntariamente, a todas las penas, es más, fui el hombre de

los dolores. Y como el hombre tenía aún los ojos ofuscados por

el querer humano, y por eso aún enfermo, pocos fueron los que

me vieron resucitado, lo que sirvió para confirmar mi

Resurrección. Después subí al Cielo para dar tiempo al hombre

de tomar los remedios y las medicinas a fin de que curase y se

dispusiera a conocer mi Divina Voluntad, para vivir no de la

suya, sino de la mía, y así podré hacerme ver lleno de

majestad y de gloria en medio a los hijos de mi reino. Por eso

mi Resurrección es la confirmación del Fiat Voluntas Tua come

in Cielo cosí in terra. Después de un tan largo dolor, sufrido por

mi Divina Voluntad por tantos siglos por no tener su reino sobre

la tierra y su absoluto dominio, era justo que mi Humanidad

pusiera a salvo sus derechos y realizase mi y su finalidad

primaria, la de formar su reino en medio a las criaturas.

Además de esto, tú debes saber, para confirmarte

mayormente, cómo la voluntad humana cambió su suerte y la

de la Divina Voluntad en relación a él. En toda la historia del

mundo, sólo dos han vivido de Voluntad Divina sin jamás hacer

la suya, y fuimos la Soberana Reina y Yo, y la distancia, la

diversidad entre Nosotros y las otras criaturas es infinita, tanto,

que ni siquiera nuestros cuerpos quedaron sobre la tierra,

habían servido como morada al Fiat Divino y Él se sentía

inseparable de nuestros cuerpos y por eso los reclamó, y con

su fuerza imperante raptó nuestros cuerpos junto con nuestras

almas en su patria celestial. ¿Y por qué todo esto? Toda la

razón está en que jamás nuestra voluntad humana tuvo un acto

de vida, sino que todo el dominio y el campo de acción fue sólo

de mi Divina Voluntad. Su Potencia es infinita, su Amor es

insuperable."

Después de esto ha hecho silencio y yo sentía que nadaba

en el mar del Fiat y, ¡oh, cuántas cosas comprendía, y mi dulce

Jesús ha agregado:

"Hija mía, con no hacer mi Divina Voluntad, la criatura pone

en desorden el orden que tuvo la Divina Majestad en la

Creación, se deshonra a sí misma, desciende en lo bajo, se

pone a distancia con su Creador, pierde el principio, el medio y

el fin de aquella Vida Divina que con tanto amor le fue

infundida en el acto de ser creada. Nosotros amábamos tanto a

este hombre, que poníamos en él, como principio de vida a

nuestra Divina Voluntad, queríamos sentirnos raptar por él,

queríamos sentir en él nuestra fuerza, nuestra potencia,

nuestra felicidad, nuestro mismo eco continuo, y ¿quién más

podía hacernos sentir y ver todo esto, sino nuestra Divina

34

Voluntad bilocada en él? Queríamos ver en el hombre al

portador de su Creador, el cual debía volverlo feliz en el tiempo

y en la eternidad. Por eso al no hacer nuestra Divina Voluntad,

sentimos a lo vivo el gran dolor de nuestra obra desordenada,

nuestro eco apagado, nuestra fuerza raptora que debía

raptarnos para darle nuevas sorpresas de felicidad se convirtió

en debilidad, en suma, se trastornó. He aquí por qué no

podemos tolerar tal desorden en nuestra obra, y si tanto he

dicho sobre mi Fiat Divino, es propiamente ésta la finalidad,

que queremos poner al hombre en el orden, a fin de que

regrese sobre los primeros pasos de su creación, y corriendo

en él el humor vital de nuestro Querer, forme de nuevo a

nuestro portador, nuestra morada sobre la tierra, su y nuestra

felicidad."

¿Cómo hacer estas Horas?

Generalmente estas horas se hacen en forma individual,

meditándose una hora por día, no es necesario hacerla a la

hora indicada en cada una de ellas, pudiendo meditarla en el

momento en que se tenga el tiempo suficiente para hacerla con

calma, así en el transcurso de 24 días se terminará todo el

reloj, volviendo a comenzar nuevamente, en forma

ininterrumpida.

Otra manera de hacerlo es reunir 24 personas que se

comprometan a meditar 1 hora diariamente, repartiéndose las

horas entre las 24 personas, por lo que diariamente se

meditarán las 24 horas; de ahí en adelante se avanzará

normalmente una meditación por día, no repitiendo la misma

meditación, de la misma manera que cuando se hacen en

forma particular, y en un lapso de 24 días, cada uno de los

integrantes habrá meditado todas las horas. Esto se puede

hacer una sola vez, o mejor, si todos se comprometen se

puede hacer en forma continua. Lo importante es hacerlas

junto con Él y con su misma Voluntad.

11-126

Junio 15, 1916

Y así toda la noche me la pasé con Jesús en su Querer.

Después sentí a la Reina Mamá junto a mí y me dijo:

“Hija mía, reza”.

Y yo: “Mamá mía, recemos juntas, pues por mí sola yo no sé

rezar”.

35

Y Ella ha agregado: “Las oraciones más potentes sobre el

corazón de mi Hijo y que más lo enternecen, es cuando la

criatura se reviste con todo lo que Él mismo obró y sufrió,

habiendo dado todo eso como don a la criatura. Por tanto hija

mía, reviste tu cabeza con las espinas de Jesús, adorna tus

ojos con sus lágrimas, impregna tu lengua con su amargura,

reviste tu alma con su sangre, adórnate con sus llagas,

traspasa tus manos y pies con sus clavos, y como otro Cristo

preséntate ante su Divina Majestad. Este espectáculo lo

conmoverá, de manera que no sabrá rehusar nada al alma

revestida con sus mismas divisas, pero, ¡oh, cuán poco saben

las criaturas servirse de los dones que mi Hijo les ha dado!

Estas eran mis oraciones en la tierra, y éstas lo son aún en el

Cielo”.

Entonces juntas nos hemos revestido con las divisas de

Jesús, y juntas nos hemos presentado ante el trono divino,

cosa que conmovía a todos, los ángeles nos querían ver y

quedaban sorprendidos. Yo agradecí a la Mamá y me encontré

en mí misma.

36

37

Parte II

Las 24 Horas de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo

Preparación antes de cada meditación

Oh Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina presencia,

suplico a tu amorosísimo corazón que quieras admitirme a la

dolorosa meditación de las 24 horas en las que por nuestro

amor quisiste padecer, tanto en tu cuerpo adorable como en tu

alma santísima, hasta la muerte de cruz.

Ah, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y

entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora la

hora… Y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad

que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas

durante todas las horas en que estoy obligada a dedicarme a

mis deberes, o a dormir. Acepta, oh misericordioso Señor, mi

amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para

muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que

deseo practicar.

Ofrecimiento Después de Cada Hora

Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta hora de tu

Pasión para hacerte compañía, y yo he venido. Me parecía

oírte angustiado y doliente que oras, reparas y sufres, y con las

palabras más conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación

de las almas. He tratado de seguirte en todo; ahora,

debiéndote dejar por mis acostumbradas ocupaciones, siento

el deber de decirte “gracias” y un “te bendigo”.

Sí, oh Jesús, gracias te repito mil y mil veces y te bendigo

por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos;

gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has

derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso,

palabra, mirada, amargura, ofensa que has soportado.

En todo, oh mi Jesús, quiero ponerte un “gracias” y un “te

bendigo.” Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo

continuo de agradecimientos y bendiciones, de manera que

atraiga sobre mí y sobre todos el flujo de tus gracias y

bendiciones.

Ah Jesús, estréchame a tu corazón y con tus santísimas

manos márcame todas las partículas de mi ser con tu “te

bendigo”, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un

himno continuo de agradecimiento hacia Ti Nuestros latidos se

38

tocarán continuamente, de manera que me darás vida, amor, y

una estrecha e inseparable unión contigo.

Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves que alguna vez estoy

por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío, tus

manos me estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me

miren y me lancen saetas de fuego, a fin de que sintiéndote,

rápidamente me deje atraer a la unión contigo.

Ah mi Jesús, mantente en guardia para que no me aleje de

Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y que me des tus

santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me

conviene hacer. Mi Jesús, ah, dame el beso del divino amor,

abrázame y bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo corazón y

me quedo en Ti.

+ + +

39

PRIMERA HORA

De las 5 a las 6 de la tarde

Jesús se despide de su Madre Santísima

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Oh Celestial Mamá, la hora de la separación se acerca y yo

vengo a Ti. ¡Oh Madre, dame tu amor y tus reparaciones, dame

tu dolor, porque junto contigo quiero seguir paso a paso al

adorado Jesús!

Y he aquí que Jesús viene, y Tú con el alma rebosante de

amor corres a su encuentro, pero al verlo tan pálido y triste el

corazón se te oprime por el dolor, las fuerzas te abandonan y

estás a punto de desfallecer a sus pies. Oh dulce Mamá mía,

¿sabes por qué ha venido a Ti el adorable Jesús? ¡Ah! Él ha

venido para darte el último adiós, para decirte la última palabra,

para recibir el último abrazo.

Oh Mamá, a Ti me estrecho con toda la ternura de la cual es

capaz este mi pobre corazón, a fin de que estrechado y unido a

Ti, también yo pueda recibir los abrazos del adorado Jesús.

¿Me desdeñarás acaso Tú? ¿No es más bien un consuelo para

tu corazón tener un alma a tu lado y que comparta contigo las

penas, los afectos, las reparaciones?

Oh Jesús, en esta hora tan desgarradora para tu ternísimo

corazón, qué lección nos das de filial y amorosa obediencia

hacia tu Mamá. ¡Qué dulce armonía hay entre Tú y María, qué

suave encanto de amor que sube hasta el trono del Eterno y se

extiende para salvación de todas las criaturas de la tierra!

Oh Celestial Mamá mía, ¿sabes qué quiere de Ti el adorado

Jesús? No quiere otra cosa que tu última bendición. Es verdad

que de todas las partes de tu ser no salen sino bendiciones y

alabanzas a tu Creador, pero Jesús al despedirse de Ti quiere

oír las dulces palabras: «Te bendigo oh Hijo». Y este te

bendigo aleja todas las blasfemias de sus oídos, y dulce y

suave desciende a su corazón; y casi como para poner una

defensa a todas las ofensas de las criaturas, Jesús quiere tu

“te bendigo.”

Yo me uno a Ti, oh dulce Mamá, sobre las alas del viento

quiero girar por el Cielo para pedir al Padre, al Espíritu Santo, a

todos los ángeles, un “te bendigo” para Jesús, a fin de que

40

yendo a Él le pueda llevar sus bendiciones. Y aquí en la tierra

quiero ir a todas las criaturas y pedir de cada labio, de cada

latido, de cada paso, de cada respiro, de cada mirada, de cada

pensamiento, bendiciones y alabanzas a Jesús, y si ninguno

me las quiere dar, yo quiero darlas por ellos.

Oh dulce Mamá, después de haber girado y vuelto a girar

para pedir a la Trinidad Sacrosanta, a los ángeles, a todas las

criaturas, a la luz del sol, al perfume de las flores, a las olas del

mar, a cada soplo de viento, a cada llama de fuego, a cada

hoja que se mueve, al centellear de las estrellas, a cada

movimiento de la naturaleza un “te bendigo”, vengo a Ti y uno

mis bendiciones a las tuyas.

Dulce Mamá mía, veo que recibes consuelo y alivio por esto,

y ofreces a Jesús todas mis bendiciones en reparación de las

blasfemias y maldiciones que Él recibe de las criaturas. Pero

mientras te ofrezco todo, oigo tu voz temblorosa que dice:

“Hijo, bendíceme también a Mí.”

Oh dulce amor mío, Jesús, bendíceme también a mí junto

con tu Mamá, bendice mis pensamientos, mi corazón, mis

manos, mis obras, mis pasos, y junto con tu Mamá bendice a

todas las criaturas.

Oh Madre mía, al mirar el rostro del adolorido Jesús, pálido,

triste, desgarrador, se despierta en Ti el recuerdo de los

dolores que dentro de poco Él deberá sufrir. Adivinas su rostro

cubierto de salivazos y lo bendices, la cabeza traspasada por

las espinas, los ojos vendados, el cuerpo desgarrado por los

azotes, las manos y los pies traspasados por los clavos, y

adonde quiera que Él está a punto de ir, Tú lo sigues con tus

bendiciones, y junto contigo lo sigo también yo. Cuando Jesús

sea golpeado por los azotes, coronado de espinas, abofeteado,

traspasado por los clavos, dondequiera encontrará junto a tu

“te bendigo”, el mío.

Oh, Jesús, oh Madre, os compadezco; inmenso es vuestro

dolor en estos últimos momentos, el corazón de uno parece

que arranque el corazón del otro. Oh Madre arranca mi

corazón de la tierra y átalo fuerte a Jesús, a fin de que

estrechado a Él pueda tomar parte de tus dolores, y mientras

os estrecháis, os abrazáis, os dirigís las últimas miradas, los

últimos besos, estando yo en medio de vuestros dos corazones

pueda recibir vuestros últimos besos, vuestros últimos abrazos.

¿No veis que yo no puedo estar sin Vosotros, no obstante mi

miseria y mi frialdad?

Jesús, Mamá, ténganme estrechada a Ustedes, denme su

amor, su Querer, saetead mi pobre corazón, estréchenme

41

entre sus brazos, y junto contigo, oh dulce Mamá, quiero seguir

paso a paso al adorado Jesús con la intención de darle

consuelo, alivio, amor y reparación por todos.

Oh Jesús, junto a tu Mamá te beso el pie izquierdo

suplicándote que quieras perdonarme a mí y a todas las

criaturas por cuantas veces no hemos caminado hacia Dios.

Beso tu pie derecho, perdóname a mí y a todos por cuantas

veces no hemos seguido la perfección que Tú querías de

nosotros.

Te beso la mano izquierda pidiéndote nos comuniques tu

pureza.

Beso tu mano derecha, bendice todos mis latidos,

pensamientos, afectos, a fin de que validados por tu bendición

todos se santifiquen, y junto conmigo bendice también a todas

las criaturas, y sella la salvación de sus almas con tu

bendición.

Oh Jesús, junto a tu Mamá te abrazo, y besándote el

corazón te ruego que pongas en medio de vuestros dos

corazones el mío, a fin de que se alimente continuamente de

vuestros amores, de vuestros dolores, de vuestros mismos

afectos, deseos y de vuestra misma vida. Así sea.

+ + +

Reflexiones de la primera Hora (5 PM)

5-19

Octubre 3, 1903

Mientras estaba pensando en la hora de la Pasión cuando

Jesús se despidió de su Madre para ir a la muerte y se

bendijeron mutuamente, y estaba ofreciendo esta hora para

reparar por aquellos que no bendicen en cada cosa al Señor,

sino más bien lo ofenden, para impetrar todas aquellas

bendiciones que son necesarias para conservarnos en gracia

de Dios y para llenar el vacío de la gloria de Dios, como si

todas las criaturas lo bendijeran. Mientras esto hacía, lo he

sentido moverse en mi interior, y decía:

“Hija mía, en el acto de bendecir a mi Madre intenté también

bendecir a cada una de las criaturas en particular y en general,

de modo que todo está bendecido por Mí: Los pensamientos,

las palabras, los latidos, los pasos, los movimientos hechos por

Mí, todo, todo está avalado con mi bendición. También te digo

que todo lo bueno que hacen las criaturas, todo fue hecho por

mi Humanidad, para hacer que todo el obrar de las criaturas

42

fuera primero divinizado por Mí. Además de esto, mi vida

continúa todavía real y verdadera en el mundo, no sólo en el

Santísimo Sacramento, sino también en las almas que se

encuentran en mi Gracia, y siendo muy restringida la capacidad

de la criatura, no pudiendo tomar de una sola todo lo que Yo

hice, hago de manera que un alma continúe mis reparaciones,

otra las alabanzas, alguna otra el agradecimiento, alguna otra

el celo de la salud de las almas, otra mis sufrimientos y así de

todo lo demás, y según me correspondan así desarrollo mi vida

en ellas, así que piensa en que estrechuras y penas me ponen,

pues mientras Yo quiero obrar en ellos, ellos no me hacen

caso”

Dicho esto ha desaparecido, y yo me he encontrado en mí

misma.

+ + +

12-141

Noviembre 28, 1920

Estaba pensando cuando mi Jesús, para dar principio a su

dolorosa Pasión, quiso ir con su Mamá a pedirle su bendición,

y el bendito Jesús me ha dicho:

“Hija mía, cuántas cosas dice este misterio, Yo quise ir a

pedir la bendición a mi amada Mamá para darle ocasión de que

también Ella me la pidiera a Mí. Eran demasiados los dolores

que debía soportar, y era justo que mi bendición la reforzara.

Es mi costumbre que cuando quiero dar, pido; y mi Mamá me

comprendió inmediatamente, tan es verdad, que no me bendijo

sino hasta que me pidió mi bendición, y después de haber sido

bendecida por Mí, me bendijo Ella. Pero esto no es todo, para

crear el universo pronuncié un Fiat, y con ese solo Fiat

reordené y embellecí cielo y tierra. Al crear al hombre, mi

aliento omnipotente le infundió la vida. Al dar principio a mi

Pasión, quise con mi palabra creadora y omnipotente bendecir

a mi Mamá, pero no era sólo a Ella a quien bendecía, en mi

Mamá veía a todas las criaturas, era Ella quien tenía el

primado sobre todo, y en Ella bendecía a todas y a cada una,

es más, bendecía cada pensamiento, palabra, acto, etc.,

bendecía cada cosa que debía servir a la criatura, al igual que

cuando mi Fiat omnipotente creó el sol, y este sol sin disminuir

ni en su luz ni en su calor continúa su carrera para todos y para

cada uno de los mortales; así mi palabra creadora, bendiciendo

quedaba en acto de bendecir siempre, siempre, sin cesar

nunca de bendecir, como jamás cesará de dar su luz el sol a

todas las criaturas. Pero esto no es todo aún, con mi bendición

43

quise renovar el valor de la Creación; quise llamar a mi Padre

Celestial a bendecir para comunicar a la criatura la potencia;

quise bendecirla a nombre mío y del Espíritu Santo para

comunicarle la sabiduría y el amor, y así renovar la memoria, la

inteligencia y la voluntad de la criatura, restableciéndola como

soberana de todo. Debes saber que al dar, quiero, y mi amada

Mamá comprendió y súbito me bendijo, no sólo por Ella sino a

nombre de todos. ¡Oh! si todos pudieran ver esta mi bendición,

la sentirían en el agua que beben, en el fuego que los calienta,

en el alimento que toman, en el dolor que los aflige, en los

gemidos de la oración, en los remordimientos de la culpa, en el

abandono de las criaturas, en todo escucharían mi palabra

creadora que les dice, pero desafortunadamente no

escuchada: “Te bendigo en el nombre del Padre, de Mí, Hijo, y

del Espíritu Santo, te bendigo para ayudarte, te bendigo para

defenderte, para perdonarte, para consolarte, te bendigo para

hacerte santo.” Y la criatura haría eco a mis bendiciones,

bendiciéndome también ella en todo.

Estos son los efectos de mi bendición, de la cual mi Iglesia,

enseñada por Mí, me hace eco, y en casi todas las

circunstancias, en la administración de los sacramentos y en

otras ocasiones da su bendición”.

+ + +

14-40

Julio 6, 1922

Estaba pensando y acompañando a Jesús en la hora de la

Pasión cuando fue ante la Divina Mamá para pedirle su santa

bendición, y mi dulcísimo Jesús en mi interior me ha dicho:

“Hija mía, antes de mi Pasión quise bendecir a mi Mamá y

ser bendecido por Ella, pero no fue únicamente a mi Mamá a

quien bendije, sino a todas las criaturas, no sólo animadas sino

también inanimadas; vi a las criaturas débiles, cubiertas de

llagas, pobres, mi corazón tuvo un latido de dolor y de tierna

compasión y dije: ‘¡Pobre humanidad, cómo estás decaída,

quiero bendecirte a fin de que resurjas de tu decaimiento; mi

bendición imprima en ti el triple sello de la potencia, de la

sabiduría y del amor de las Tres Divinas Personas y te

restituya la fuerza, te sane y te enriquezca, y para circundarte

de defensas bendigo todas las cosas creadas por Mí, a fin de

que las recibas bendecidas por Mí: te bendigo la luz, el aire, el

agua, el fuego, el alimento, a fin de que quedes como

abismada y cubierta con mis bendiciones, pero como tú no las

44

merecías, por eso quise bendecir a mi Mamá, sirviéndome de

Ella como canal para hacer llegar a ti mis bendiciones”. Y así

como me correspondió mi Mamá con sus bendiciones, así

quiero que las criaturas me correspondan con sus bendiciones;

pero, ¡ay de Mí!, en vez de correspondencia de bendiciones,

me corresponden con ofensas y maldiciones, por eso hija mía,

entra en mi Querer, y poniéndote sobre todas las cosas

creadas sella todas con las bendiciones que todos me deben, y

trae a mi doliente y tierno corazón las bendiciones de todos”.

Después de haber hecho esto, como para recompensarme

me ha dicho:

Amada hija mía, te bendigo en modo especial, te bendigo el

corazón, la mente, el movimiento, la palabra, el respiro, toda y

todo te bendigo”.

+ + +

45

SEGUNDA HORA

De las 6 a las 7 de la tarde

Jesús se separa de su Madre Santísima y se encamina al

Cenáculo

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Mi adorable Jesús, mientras junto contigo he tomado parte

en tus dolores y en los de la afligida Mamá, veo que te decides

a partir para ir a donde el Querer del Padre te llama. Es tanto el

amor entre Hijo y Madre que os vuelve inseparables, por lo que

Tú te quedas en el corazón de la Mamá, y la Reina y dulce

Mamá se deja en el tuyo, de otra manera os habría sido

imposible el separaros. Pero después, bendiciéndoos

mutuamente, Tú le das el último beso para darle fuerzas en los

acerbos dolores que está por sufrir, le das el último adiós y

partes.

Pero la palidez de tu rostro, tus labios temblorosos, tu voz

sofocada como si quisiera romper en llanto al decirle adiós,

¡ah! todo me dice cuánto la amas y cuánto sufres al dejarla,

pero para cumplir la Voluntad del Padre, con vuestros

corazones fundidos el uno en el otro, a todo os sometéis,

queriendo reparar por aquellos que, por no vencer las ternuras

de los parientes y amigos, los vínculos y los apegos, no se

preocupan por cumplir el Querer Santo de Dios y corresponder

al estado de santidad al que Dios los llama. ¡Qué dolor no te

dan estas almas al rechazar de sus corazones el amor que

quieres darles, para contentarse con el amor de las criaturas!

Amable amor mío, mientras contigo reparo, permíteme que

permanezca con tu Mamá para consolarla y sostenerla

mientras Tú te alejas, después apresuraré mis pasos para

alcanzarte. Pero con sumo dolor veo que mi angustiada Mamá

tiembla, y es tanto el dolor, que mientras trata de decir adiós al

Hijo, la voz se le apaga en los labios y no puede articular

palabra, casi desfallece y en su desfallecimiento de amor dice:

«¡Hijo mío, Hijo mío, te bendigo! ¡Qué amarga separación,

más cruel que cualquier muerte!»

Pero el dolor le impide aun el hablar y la deja muda.

Desconsolada Reina, déjame que te sostenga, te enjugue las

lágrimas y te compadezca en tu amargo dolor. Mamá mía, yo

46

no te dejaré sola, y Tú tenme contigo, enséñame en este

momento tan doloroso para Ti y para Jesús lo que debo hacer,

cómo debo defenderlo, cómo debo repararlo y consolarlo, y si

debo dar mi vida para defender la suya.

No, no me separaré de debajo de tu manto, a una señal tuya

volaré a Jesús y le llevaré tu amor, tus afectos, tus besos junto

a los míos y los pondré en cada llaga, en cada gota de su

sangre, en cada pena e insulto, a fin de que sintiendo Él en

cada pena los besos y el amor de la Mamá, sus penas queden

endulzadas. Después regresaré bajo tu manto trayéndote sus

besos para endulzar tu corazón traspasado. Mamá mía, el

corazón me late fuertemente, quiero ir a Jesús, y mientras beso

tus manos maternas bendíceme como has bendecido a Jesús

y permíteme que vaya a Él.

Mi dulce Jesús, el amor me descubre tus pasos y te alcanzo

mientras recorres las calles de Jerusalén junto con tus amados

discípulos; te miro y te veo aún pálido, oigo tu voz, dulce, sí,

pero triste, tanto que rompe el corazón de tus discípulos, que

por oírte así están turbados.

«Es la última vez –dices- que recorro estas calles por Mí

mismo, mañana las recorreré atado, arrastrado entre mil

insultos».

Y señalando los lugares donde serás más deshonrado y

maltratado, sigues diciendo:

«Mi vida está por llegar a su ocaso acá abajo, como está por

llegar a su ocaso el sol, y mañana a esta hora no estaré más,

pero como sol resurgiré al tercer día».

Por tus palabras, los apóstoles quedan tristes y taciturnos y

no saben qué responder. Pero Tú agregas:

«Ánimo, no se aflijan, Yo no los dejo, siempre estaré con

ustedes, pero es necesario que Yo muera por el bien de todos

ustedes».

Al decir esto, estás conmovido, pero con voz trémula

continúas instruyéndolos. Antes de que entres en el cenáculo

miras el sol que ya se pone, así como está por llegar al ocaso

tu vida; ofreces tus pasos por aquellos que se encuentran en el

ocaso de la vida y les das la gracia de que la hagan terminar

en Ti, reparando por aquellos que no obstante los sinsabores y

los desengaños de la vida se obstinan en no rendirse a Ti.

Después miras de nuevo a Jerusalén, el centro de tus

prodigios y de las predilecciones de tu corazón, y que en pago

te está preparando la cruz y afilando los clavos para cometer el

deicidio, y Tú te estremeces, se te rompe el corazón y lloras

por su destrucción.

47

Con esto reparas por tantas almas consagradas a Ti, que

con tanto cuidado tratabas de formar como portentos de tu

amor, y ellas, ingratas, sin corresponderte, te hacen sufrir más

amarguras. Quiero reparar junto contigo para endulzar el dolor

de tu corazón.

Pero veo que quedas horrorizado ante la vista de Jerusalén,

y retirando de ella tu mirada, entras en el cenáculo. Amor mío,

estréchame a tu corazón, a fin de que haga mías tus

amarguras para ofrecerlas junto contigo, y Tú, mira piadoso mi

alma, y derramando en ella tu amor, bendíceme.

+ + +

Reflexiones de la segunda Hora (6 PM)

11-53

Mayo 9, 1913

Mientras rezaba estaba pensando en el momento cuando

Jesús se despidió de la Madre Santísima para ir a sufrir su

Pasión, y decía entre mí: “¿Cómo es posible que Jesús se

haya podido separar de la querida Mamá, y Ella de Jesús?” Y

el bendito Jesús me ha dicho:

“Hija mía, ciertamente que no podía haber separación entre

Yo y mi dulce Mamá, la separación fue sólo aparentemente, Yo

y Ella estábamos fundidos juntos, y era tal y tanta la fusión que

Yo quedé con Ella, y Ella vino Conmigo, así que se puede decir

que hubo una especie de bilocación. Esto sucede también a las

almas cuando están unidas verdaderamente Conmigo, y si

rezando hacen entrar en sus almas como vida la oración,

sucede una especie de fusión y de bilocación, Yo dondequiera

que me encuentre las llevo Conmigo y Yo quedo con ellas.

Hija mía, tú no puedes comprender bien lo que fue mi

querida Mamá para Mí. Yo, viniendo a la tierra no podía estar

sin Cielo, y mi Cielo fue mi Mamá. Entre Yo y Ella pasaba tal

electricidad, que ni siquiera un pensamiento hubo en Ella que

no lo tomara de mi mente, y este tomar de Mí la palabra, y la

voluntad, y el deseo, y la acción, y el paso, en suma, todo,

formaba en este Cielo el sol, las estrellas, la luna y todos los

gozos posibles que puede darme la criatura y que puede ella

misma gozar. ¡Oh cómo me deleitaba en este Cielo, cómo me

sentía consolado y rehecho de todo! También los besos que

me daba mi Mamá encerraban el beso de toda la humanidad y

me restituían el beso de todas las criaturas; en todo me sentía

a mi dulce Mamá, me la sentía en el respiro, y si era afanoso

48

me lo aliviaba; me la sentía en el corazón, y si estaba

amargado me lo endulzaba; en el paso, y si estaba cansado

me daba aliento y reposo; ¿y quién puede decirte como me la

sentía en la Pasión? En cada flagelo, en cada espina, en cada

llaga, en cada gota de mi sangre, en todo me la sentía y me

hacía el oficio de mi verdadera Madre. ¡Ah, si las almas me

correspondieran, si todo tomaran de Mí, cuántos cielos y

cuántas madres tendría sobre la tierra!”

+ + +

12-18

Agosto 14, 1917

Vivir en el Divino Querer significa inseparabilidad, no hacer

nada por sí mismo, porque delante al Divino Querer se siente

incapaz de todo, no pide órdenes ni las recibe, porque se

siente incapaz de ir solo y dice: “Si quieres que haga, hagamos

juntos, y si quieres que vaya, vayamos juntos”. Así que hace

todo lo que hace el Padre: Si el Padre piensa, hace suyos los

pensamientos del Padre, y no hace ni un pensamiento de más

de los que hace el Padre; si el Padre mira, si habla, si obra, si

camina, si sufre, si ama, también ella mira lo que mira el Padre,

repite las palabras del Padre, obra con las manos del Padre,

camina con los pies del Padre, sufre las mismas penas del

Padre y ama con el amor del Padre; vive no fuera sino dentro

del Padre, así que es el reflejo y el retrato perfecto del Padre

+ + +

14-73

Noviembre 11, 1922

Mi Humanidad, santa, libre también Ella, que no queriendo

otra vida que la sola Voluntad Divina, nadando en este mar

inmenso iba duplicando cada pensamiento, palabra y obra de

criatura, y extendía sobre todo un acto de Voluntad Divina, y

esto daba satisfacción y glorificaba al Padre Divino, de modo

que Él pudo mirar al hombre y abrirle las puertas del Cielo, y

Yo anudaba con más fuerza a la voluntad humana, dejándola

siempre libre de no separarse de la Voluntad de su Creador,

causa por la que se había precipitado en tantas desgracias. No

estuve contento sólo con esto, sino que quise que mi Mamá,

también santa, me siguiera en el mar inmenso del Querer

Supremo y junto Conmigo duplicara todos los actos humanos,

poniendo en ellos el doble sello, después del mío, de los actos

49

hechos en mi Voluntad sobre todos los actos de las

criaturas. Cómo me era dulce la compañía de mi inseparable

Mamá en mi Voluntad; la compañía en el obrar hace surgir la

felicidad, la complacencia, el amor de ternura, la competencia,

el acuerdo, el heroísmo; en cambio el aislamiento produce lo

contrario. Entonces, conforme obraba junto con mi amada

Mamá, así surgían mares de felicidad, de complacencia de

ambas partes, mares de amor que haciendo competencia, uno

se arrojaba en el otro, y producían gran heroísmo. Y no para

Nosotros solos surgían estos mares, sino también para quien

nos habría hecho compañía en nuestra Voluntad; es más,

podría decir que estos mares se convertían en tantas voces

que llamaban al hombre a vivir en nuestro Querer, para

restituirle la felicidad, su naturaleza primera, y todos los bienes

que había perdido con sustraerse de nuestra Voluntad.

+ + +

50

51

TERCERA HORA

De las 7 a las 8 de la noche

La Cena Legal

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigopor medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:

Oh Jesús, ya llegas al cenáculo junto con tus amados discípulos y te pones a cenar con ellos. Qué dulzura, qué afabilidad no muestras en toda tu persona al abajarte a tomar por última vez el alimento material. Allí todo es amor en Ti,también en esto no sólo reparas por los pecados de gula, sino que impetras también la santificación del alimento, y así como éste se convierte en fuerza, así nos obtienes la santidad hasta en las cosas más bajas y más comunes.

Jesús, vida mía, tu mirada dulce y penetrante parece

escrutar a todos los apóstoles, y aun en el acto de tomar el alimento tu corazón queda traspasado al ver a tus amados apóstoles débiles y vacilantes aún, especialmente el pérfido Judas que ya ha puesto un pie en el infierno. Y Tú desde el fondo de tu corazón amargamente dices:

«¿Cuál es la utilidad de mi sangre? ¡He aquí un alma, tan beneficiada por Mí, y está perdida!»

Y con tus ojos resplandecientes de luz lo miras, como queriendo hacerle comprender el gran mal cometido. Pero tu suprema caridad te hace soportar este dolor y no lo manifiestas ni siquiera a tus amados discípulos; y mientras te dueles por

Judas, tu corazón quisiera llenarse de júbilo al ver a tu izquierda a tu amado discípulo Juan, tanto, que no pudiendo contener más el amor, atrayéndolo dulcemente a Ti le haces apoyar su cabeza sobre tu corazón, haciéndole sentir el paraíso por adelantado.

Es en esta hora solemne que en los dos discípulos vienen representados los dos pueblos: el réprobo y el elegido. El réprobo en Judas, que siente ya el infierno en el corazón; y el elegido en Juan, que en Ti reposa y goza.

Oh dulce bien mío, también yo me pongo cerca de Ti, y junto a tu amado discípulo quiero apoyar mi cabeza cansada sobre tu corazón adorable y rogarte que me hagas sentir, aun sobre esta tierra, las delicias del Cielo, y así, raptada por las dulces

52

armonías de tu corazón, la tierra no sea para mí más tierra, sino Cielo.

Pero en esas armonías dulcísimas y divinas, siento que se te escapan dolorosos latidos, son por las almas perdidas. ¡Oh Jesús, no permitas que nuevas almas se pierdan, haz que tu latido corriendo en el suyo les haga sentir los latidos de la vida del Cielo, como los siente tu amado discípulo Juan, y atraídas

por la suavidad y dulzura de tu amor, todas puedan rendirse a Ti!

Oh Jesús, mientras permanezco en tu corazón, dame también a mí el alimento como se lo diste a los apóstoles, el alimento de tu divina Voluntad, el alimento del amor, el alimento de la palabra divina. Jamás me niegues, oh mi Jesús,este alimento que Tú tanto deseas darme, de modo de formar

en mí tu misma vida.

Dulce bien mío, mientras me estoy a tu lado, veo que el alimento que tomas junto con tus amados discípulos no es otro que un cordero. Es el cordero que te representa, y así como en este cordero, por la fuerza del fuego, no queda ningún humor vital, así Tú, cordero místico, que por las criaturas debes consumirte todo por fuerza de amor, ni siquiera una gota de tu sangre conservarás para Ti, derramándola toda por amor nuestro.

Así que, oh Jesús, nada haces que no represente a lo vivo tu dolorosísima Pasión, que tienes siempre presente en la mente,en el corazón, en todo, y esto me enseña que si también yo tuviera siempre delante a mi mente y en el corazón el pensamiento de tu Pasión, jamás me negarías el alimento de tu

amor. ¡Cuánto te agradezco por esto!

Oh mi Jesús, ningún acto se te escapa en que no me tengas

presente y con el que no intentes hacerme un bien especial,

por eso te ruego que tu Pasión esté siempre en mi mente, en

mi corazón, en mis miradas, en mis obras, en mis pasos, a fin

de que a donde quiera que me dirija, dentro y fuera de mí, te

encuentre siempre presente a mí, y dame la gracia de que

jamás olvide lo que has sufrido y padecido por mí. Ésta sea

para mí un imán, que atrayendo todo mi ser en Ti, no me deje

alejarme de Ti.

+ + +

53

Reflexiones de la tercera Hora (7 PM)

13-22

Octubre 9, 1921

Estaba pensando en el momento en el que mi dulce Jesús

tomaba la última cena con sus discípulos, y mi amable Jesús

en mi interior me ha dicho:

“Hija mía, mientras cenaba con mis discípulos, no era sólo a

ellos a quienes tenía a mi alrededor, sino a toda la familia

humana, una por una las tenía junto a Mí, las conocí todas, las

llamé por su nombre; también te llamé a ti y te di el puesto de

honor entre Juan y Yo y te constituí pequeña secretaria de mi

Querer, y mientras dividía el cordero ofreciéndolo a mis

apóstoles, lo daba a todos y a cada uno. Aquel cordero

desvenado, asado, cortado en pedazos, hablaba de Mí, era el

símbolo de mi Vida y de cómo debía reducirme por amor de

todos, y Yo quise darlo a todos como alimento exquisito que

representaba mi Pasión, porque todo lo que hice, dije y sufrí,

mi amor lo convertía en alimento del hombre, ¿pero sabes tú

por qué llamé a todos y les di el cordero a todos? Porque

también Yo quería el alimento de ellos, cada cosa que hicieran

quería que fuese alimento para Mí, quería el alimento de su

amor, de sus obras, de sus palabras, de todo”.

Y yo: “Amor mío, ¿cómo puede ser que se convierta en

alimento para Ti nuestro obrar?”

Y Jesús: “No es sólo de pan que se puede vivir, sino de todo

aquello a lo que mi Voluntad da la virtud de poder hacer vivir, y

si el pan alimenta al hombre es porque Yo lo quiero. Ahora, lo

que la criatura dispone con su voluntad formarme con su obrar,

esa forma toma su obrar, si de su obrar quiere formarme el

alimento, me forma el alimento; si de su obrar quiere formarme

amor, me da el amor; si reparación, me forma la reparación; y

si en su voluntad me quiere ofender, con su obrar me forma el

cuchillo para herirme, y tal vez aun para matarme”.

Después ha agregado: “La voluntad en el hombre es lo que

más lo asemeja a su Creador, en la voluntad humana he

puesto parte de mi inmensidad y de mi Potencia, y dándole el

puesto de honor la he constituido reina de todo el hombre y

depositaria de todo su obrar. Así como las criaturas tienen

cajas para conservar sus cosas para tenerlas custodiadas, así

el alma tiene su voluntad para conservar y custodiar todo lo

que piensa, lo que dice y lo que obra, ni siquiera un

pensamiento perderá. Lo que no puede hacer con el ojo, con la

boca, con las obras, lo puede hacer con la voluntad; en un

54

instante puede querer mil bienes o mil males, la voluntad hace

volar el pensamiento al Cielo, en las partes más lejanas y hasta

en los abismos; a la criatura se le puede impedir que obre, que

vea, que hable, pero todo esto lo puede hacer en la voluntad, y

todo lo que hace y quiere forma un acto y lo deja en depósito

en su mismo querer; y como la voluntad se puede extender,

¿cuántos bienes y cuántos males no puede contener? Por eso,

entre todo quiero el querer del hombre, porque si tengo esto, la

fortaleza está vencida”.

+ + +

55



CUARTA HORA

De las 8 a las 9 de la noche

La Cena Eucarística

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Dulce amor mío, incontentable siempre en tu amor, veo que

al terminar la cena legal te levantas de la mesa y junto con tus

amados discípulos elevas el himno de agradecimiento al Padre

por haberles dado el alimento, queriendo reparar con esto

todas las faltas de agradecimiento de las criaturas por los

tantos medios como nos das para la conservación de la vida

corporal. Por eso Tú, oh Jesús, en lo que haces, tocas o ves,

tienes siempre en tus labios las palabras:

«¡Gracias te sean dadas, oh Padre!»

También yo, oh Jesús, unida contigo tomo las palabras de

tus labios y diré siempre y en todo: “Gracias por mí y por

todos”, para continuar la reparación por las faltas de agradecimiento.

Lavatorio de los pies

Pero, oh mi Jesús, parece que tu amor no tiene reposo, veo que de nuevo haces sentarse a tus amados discípulos, tomas una palangana con agua, te ciñes una blanca toalla y te postras a los pies de los apóstoles, en un acto tan humilde que

te atrae la mirada de todo el Cielo y lo hace permanecer

estático, los mismos apóstoles se quedan casi sin movimiento

al verte postrado a sus pies. Pero dime amor mío, ¿qué

quieres? ¿Qué pretendes con este acto tan humilde, humildad

jamás vista y que jamás se verá?

«¡Ah hija mía, quiero todas las almas, y postrado ante ellas

como un pobre mendigo, las pido, las urjo, y llorando tramo mis

insidias de amor para tenerlas! Quiero, postrado a sus pies,

con esta agua mezclada con mis lágrimas lavarlas de cualquier

imperfección y prepararlas a recibirme en el sacramento. Me

importa tanto este acto de recibirme en la Eucaristía, que no

quiero confiar este oficio ni a los ángeles, ni siquiera a mi

amada Mamá, sino que Yo mismo quiero purificarlas, aun las

fibras más íntimas, para disponerlas a recibir el fruto del

56

sacramento, y en los apóstoles era mi intención preparar a

todas las almas.

Intento reparar todas las obras santas y la administración de

los sacramentos, sobre todo hechas por sacerdotes con

espíritu de soberbia, vacías de espíritu divino y de desinterés.

¡Ah, cuántas obras buenas me llegan más para deshonrarme

que para darme honor! ¡Más para amargarme que para

complacerme! ¡Más para darme muerte que para darme vida!

Éstas son las ofensas que más me afligen. Ah, sí hija mía,

numera todas las ofensas más íntimas que se me hacen y

repárame con mis mismas reparaciones, consuela mi corazón

amargado».

¡Oh mi afligido bien, hago mía tu vida y junto contigo intento

reparar todas estas ofensas! Quiero entrar en los más íntimos

escondites de tu corazón divino y reparar con tu mismo

corazón las ofensas más íntimas y secretas que recibes de tus

más amados, y junto contigo quiero girar en todas las almas

que te deben recibir en la Eucaristía, y entrar en sus

corazones, y junto a tus manos pongo las mías para

purificarlas.

Ah, Jesús, con estas tus lágrimas y esta agua con las cuales

lavaste los pies de los apóstoles, lavemos a las almas que te

deben recibir, purifiquemos sus corazones, incendiémoslos,

sacudamos de ellos el polvo con el cual están manchados, a fin

de que recibiéndote, Tú puedas encontrar en ellas tus

complacencias en vez de tus amarguras.

Pero, afectuoso bien mío, mientras estás atento a lavar los

pies de los apóstoles, te miro y veo que otro dolor traspasa tu

corazón santísimo. Estos apóstoles representan a todos los

futuros hijos de la Iglesia, y cada uno de ellos representa la

serie de cada uno de tus dolores: en uno las debilidades; en

otro los engaños; en otro las hipocresías; en otro el amor

desmedido a los intereses; en San Pedro, la falla a los buenos

propósitos y todas las ofensas de los jefes de la Iglesia; en San

Juan, las ofensas de tus más fieles; en Judas todos los

apóstatas, con toda la serie de los graves males causados por

ellos.

¡Ah! Tu corazón está sofocado por el dolor y por el amor,

tanto, que no pudiendo resistir te detienes a los pies de cada

apóstol y rompes en llanto, y ruegas y reparas por cada una de

estas ofensas, e imploras y consigues para todos el remedio

oportuno.

Jesús mío, también yo me uno a Ti, hago mías tus plegarias,

tus reparaciones, tus oportunos remedios para cada alma.

57

Quiero mezclar mis lágrimas a las tuyas, a fin de que jamás

estés solo, sino que siempre me tengas contigo para dividir tus

penas.

Veo, dulce amor mío, que ya estás a los pies de Judas, oigo

tu respiro afanoso, veo que no sólo lloras, sino que sollozas, y

mientras lavas aquellos pies, los besas, te los estrechas al

corazón, y no pudiendo hablar porque tu voz está ahogada por

el llanto, lo miras con tus ojos hinchados por el llanto y le dices

con el corazón:

«Hijo mío, ah, te ruego con la voz de mis lágrimas: ¡No te

vayas al infierno, dame tu alma que postrado a tus pies te pido!

Di, ¿qué quieres? ¿Qué pretendes? Todo te daré con tal de

que no te pierdas. ¡Ah, evítame este dolor, a Mí, tu Dios!»

Y te estrechas de nuevo esos pies a tu corazón, pero viendo

la dureza de Judas, tu corazón se ve en apuros, el amor te

sofoca y estás a punto de desfallecer. Corazón mío y vida mía,

permíteme que te sostenga entre mis brazos.

Comprendo que éstas son las estratagemas amorosas que

usas con cada pecador obstinado, y yo te ruego, oh Jesús,

mientras te compadezco y te doy reparación por las ofensas

que recibes de las almas que se obstinan en no quererse

convertir, que me permitas recorrer junto contigo la tierra, y

donde estén los pecadores obstinados démosles tus lágrimas

para ablandarlos, tus besos y tus abrazos de amor para

encadenarlos a Ti, de manera que no te puedan huir, y así

consolarte por el dolor de la pérdida de Judas.

La institución de la santísima Eucaristía

Jesús mío, gozo y delicia mía, veo que tu amor corre, y

rápidamente corre, te levantas, doliente como estás, y casi

corres a la mesa donde está ya preparado el pan y el vino para

la consagración.

Te veo, corazón mío, que tomas un aspecto todo nuevo y

nunca antes visto, tu divina Persona toma un aspecto tierno,

amoroso, afectuoso, tus ojos resplandecen de luz, más que si

fueran soles; tu rostro encendido resplandece; tus labios

sonrientes, abrasados de amor; y tus manos creadoras se

ponen en actitud de crear. Te veo, amor mío, todo

transformado, parece como si tu Divinidad se desbordara fuera

de tu Humanidad.

Corazón mío y vida mía, Jesús, este aspecto tuyo jamás

visto llama la atención de todos los apóstoles, ellos son presa

de un dulce encanto y no se atreven ni siquiera a respirar. La

58

dulce Mamá corre en espíritu a los pies del altar para

contemplar los portentos de tu amor; los ángeles descienden

del Cielo y se preguntan entre ellos: «¿Qué sucede? ¿Qué

pasa?» ¡Son verdaderas locuras, verdaderos excesos! ¡Un

Dios que crea, no el cielo o la tierra, sino a Sí mismo! ¿Y

dónde? ¡Dentro de la materia vilísima de un poco de pan y un

poco de vino!

Pero mientras están todos en torno a Ti, oh amor insaciable,

veo que tomas el pan entre las manos, lo ofreces al Padre y

oigo tu voz dulcísima que dice:

«Padre Santo, gracias te sean dadas, pues siempre

escuchas a tu Hijo. Padre Santo, concurre conmigo, Tú un día

me enviaste del Cielo a la tierra a encarnarme en el seno de mi

Mamá para venir a salvar a nuestros hijos, ahora permíteme

que me encarne en cada una de las hostias para continuar su

salvación y ser vida de cada uno de mis hijos. Mira, oh Padre,

pocas horas me quedan de vida, ¿cómo tendré corazón para

dejar solos y huérfanos a mis hijos? Son muchos sus

enemigos, las tinieblas, las pasiones, las debilidades a que

están sujetos, ¿quién los ayudará? ¡Ah, te suplico que Yo

permanezca en cada hostia para ser vida de cada uno y poner

en fuga a sus enemigos, y ser su luz, fuerza y ayuda, de otra

manera, ¿a dónde irán? ¿Quién los ayudará? Nuestras obras

son eternas, mi amor es irresistible, no puedo ni quiero dejar a

mis hijos».

El Padre se enternece ante la voz tierna y afectuosa del Hijo,

y desciende del Cielo. Está ya sobre el altar y unido con el

Espíritu Santo para concurrir con el Hijo. Y Jesús con voz

sonora y conmovedora pronuncia las palabras de la

consagración, y sin dejarse a Si mismo, crea a Si mismo en

aquel pan y en aquel vino. Después te das en comunión a tus

apóstoles, y creo que nuestra celestial Mamá no quedó privada

de recibirte. ¡Ah Jesús, los cielos se postran, y todos te

mandan un acto de adoración en tu nuevo estado de tan

profundo aniquilamiento!

Pero, oh dulce Jesús, mientras tu amor queda contentado y

satisfecho no teniendo otra cosa qué hacer, veo, oh mi bien,

sobre este altar, en tus manos, todas las hostias consagradas

que se perpetuarán hasta el fin de los siglos, y en cada una de

las hostias desplegada toda tu dolorosa Pasión, porque las

criaturas, a los excesos de tu amor, corresponderán con

excesos de ingratitud y de enormes delitos, y yo, corazón de mi

corazón, quiero encontrarme siempre contigo en cada uno de

los tabernáculos, en todos los copones y en cada una de las

59

hostias consagradas que habrá hasta el fin del mundo, para

ofrecerte mis actos de reparación a medida que recibes las

ofensas. Por eso corazón mío, me pongo cerca de Ti y te beso

la frente majestuosa, pero mientras te beso siento en mis

labios los pinchazos de las espinas que circundan tu cabeza.

Oh mi Jesús, en esta hostia santa no te limitan las espinas

como en la Pasión, veo que las criaturas vienen a tu presencia

y en vez de darte el homenaje de sus pensamientos, te

mandan sus pensamientos malos, y Tú de nuevo bajas la

cabeza como en la Pasión para recibir las espinas de los malos

pensamientos que se hacen en tu presencia.

Oh mi amor, junto contigo la abajo también yo para dividir

contigo tus penas, y pongo todos mis pensamientos en tu

mente para quitar estas espinas que tanto te hacen sufrir, y

cada pensamiento mío corra en cada pensamiento tuyo para

hacerte el acto de reparación por cada pensamiento malo y así

endulzar tus afligidos pensamientos.

Jesús mío, bien mío, beso tus bellos ojos, te veo en esta

hostia santa, con estos ojos amorosos, en acto de esperar a

todos aquellos que vienen a tu presencia para mirarlos con tus

miradas de amor, para tener la correspondencia de sus

miradas amorosas, pero cuántos vienen a tu presencia y en

vez de mirarte a Ti y buscarte a Ti, miran cosas que los

distraen de Ti, y te privan del gusto del intercambio de las

miradas entre Tú y ellos, y Tú lloras, y por eso, besándote,

siento mis labios bañados por tus lágrimas. Ah, mi Jesús, no

llores, quiero poner mis ojos en los tuyos para compartir estas

tus penas y llorar contigo, y repararte por todas las miradas

distraídas de las criaturas con ofrecerte mis miradas y tenerlas

siempre fijas en Ti.

Jesús mío, amor mío, beso tus santísimos oídos, ah, te veo

atento para escuchar lo que las criaturas quieren de Ti, para

consolarlas, pero ellas, en cambio, te hacen llegar a los oídos

oraciones mal hechas, llenas de desconfianza, oraciones

hechas más por costumbre y sin vida, y tus oídos en esta

hostia santa son molestados más que en la misma Pasión.

Oh mi Jesús, quiero tomar todas las armonías del Cielo y

ponerlas en tus oídos para repararte estas penas, y quiero

poner mis oídos en los tuyos, no sólo para compartir contigo

esta pena, sino para estar siempre atenta a lo que quieres, a lo

que sufres, para poner pronto mi acto de reparación y

consolarte.

Jesús, vida mía, beso tu santísimo rostro, lo veo

ensangrentado, lívido e hinchado. Las criaturas, oh Jesús,

60

vienen ante esta hostia santa, y con sus posturas indecentes,

con sus conversaciones malas que hacen delante a Ti, en vez

de darte honor te dan bofetadas y salivazos, y Tú, como en la

Pasión, con toda paz y paciencia los recibes, y todo soportas.

Oh Jesús, quiero poner mi rostro junto al tuyo, no sólo para

acariciarte y besarte conforme te llegan estas bofetadas y

quitarte los salivazos, sino que quiero fundir mi rostro en el tuyo

para dividir contigo estas penas, también quiero hacer de mi

ser tantos diminutos pedacitos para ponerlos ante Ti como

tantas estatuas arrodilladas continuamente, para repararte por

todos los deshonores que te hacen en tu presencia.

Jesús, mi todo, beso tu dulcísima boca. Ah, veo que al

descender en los corazones de las criaturas, el primer apoyo

que Tú haces es sobre la lengua. ¡Oh, cómo quedas amargado

encontrando muchas lenguas mordaces, impuras, malas! ¡Ah!

Tú te sientes atormentar por esas lenguas, y peor aún cuando

desciendes a sus corazones. ¡Oh Jesús, si fuera posible

quisiera encontrarme en la boca de cada una de las criaturas

para endulzarte y repararte cualquier ofensa que recibas de

ellas!

Fatigado bien mío, beso tu santísimo cuello, te veo cansado,

agotado y todo ocupado en tu trabajo de amor, dime ¿qué

haces? Y Jesús:

«Hija mía, Yo en esta hostia trabajo desde la mañana hasta

la noche formando continuas cadenas de amor, a fin de que

conforme las almas vienen a Mí, Yo las hago encontrar pronta

mi cadena de amor para encadenarlas a mi corazón; ¿pero

sabes tú qué me hacen ellas a cambio? Muchas toman a mal

estas mis cadenas, y por la fuerza se liberan de ellas y las

hacen pedazos, y como estas cadenas están atadas a mi

corazón, Yo quedo torturado y doy en delirio; al romper mis

cadenas tiran al vacío mi trabajo que hago en el Sacramento, y

buscan las cadenas de las criaturas, y esto lo hacen aun en mi

presencia, sirviéndose de Mí para lograr sus intentos. Esto me

da tanto dolor que me da una fiebre tan violenta que me hace

desfallecer y delirar».

Prisionero de amor, Tú estás no sólo aprisionado sino

también encadenado, y con ansia febril estás esperando los

corazones de las criaturas para descender en ellos y salir de tu

prisión, y con las cadenas que te ataban encadenar sus almas

a tu amor.

Pero con sumo dolor ves que vienen ante Ti con un aire

indiferente, sin premuras por recibirte; otras de hecho no te

reciben; y otras, si te reciben, sus corazones están atados por

61

otros amores y llenos de vicios, como si Tú fueras

despreciable, y Tú, vida mía, estás obligado a salir de estos

corazones encadenado como entraste, porque no te han dado

la libertad de hacerse atar, y han cambiado tus ansias en

llanto.

Jesús mío, permíteme que enjugue tus lágrimas y te

tranquilice el llanto con mi amor, y para repararte te ofrezco las

ansias y suspiros, los deseos ardientes que te han dado todos

los santos que han existido y existirán, los de tu Mamá y el

mismo amor del Padre y del Espíritu Santo, y yo haciendo mío

este amor, quiero ponerme a las puertas del tabernáculo para

hacerte las reparaciones y gritar detrás a las almas que

quisieran recibirte para hacerte llorar, ‘te amo’, y tantas veces

intento repetir estos actos de reparación, por cuantos contentos

das a todos los santos, y por cuantos movimientos contiene la

santísima Trinidad.

Coronada Mamá, te beso el corazón y te pido que custodies

mis afectos, mis deseos, mis latidos, mis pensamientos, y que

los pongas como lámparas a la puerta de los tabernáculos para

cortejar a Jesús.

¡Cuánto te compadezco, oh Jesús! Tu amor es puesto en

aprietos, ¡ah! te ruego, para consolarte por las ofensas que

recibes y para repararte por tus cadenas que son hechas

pedazos, que encadenes mi corazón con todas estas cadenas

para poder darte por todos mi correspondencia de amor.

Jesús mío, flechero divino, beso tu pecho. Es tal y tanto el

fuego que él contiene, que para dar un poco de desahogo a tus

llamas que se elevan tan alto, Tú, queriendo hacer un

descanso en tu trabajo, quieres jugar en el Sacramento, y tu

juego es formar flechas, dardos, saetas, a fin de que cuando

vengan ante Ti, Tú te pongas a jugar con las criaturas,

haciendo salir de tu pecho tus flechas para flecharlas, y cuando

las reciben Tú haces fiesta y formas tu juego, pero muchas, oh

Jesús, te las rechazan, enviándote en correspondencia flechas

de frialdad, dardos de tibieza y saetas de ingratitud; y Tú

quedas tan afligido por esto, que lloras porque las criaturas te

hacen fracasar en tu juego de amor.

Oh Jesús, he aquí mi pecho dispuesto a recibir no sólo tus

flechas destinadas para mí, sino también aquellas que te

rechazan los demás, y así no quedarás más frustrado en tus

juegos, y quiero también repararte por las frialdades, las

tibiezas y las ingratitudes que recibes.

Oh Jesús, beso tu mano izquierda y quiero reparar por todos

los tocamientos ilícitos y no santos hechos en tu presencia, y te

62

ruego que con esta mano me tengas siempre estrechada a tu

corazón.

Oh Jesús, beso tu mano derecha, e intento reparar todos los

sacrilegios, especialmente las misas malamente celebradas.

¡Cuántas veces, amor mío Tú eres obligado a descender del

Cielo a las manos de los sacerdotes, que en virtud de su

potestad te llaman, y encuentras esas manos llenas de fango,

que chorrean inmundicia, y Tú, aunque sientes náusea de esas

manos te ves obligado por tu amor a permanecer en ellas! Es

más, en algunos sacerdotes, Tú encuentras en ellos a los

sacerdotes de tu Pasión, que con sus enormes delitos y

sacrilegios renuevan el deicidio. ¡Jesús mío, me da espanto el

sólo pensarlo! Y otra vez, como en la Pasión, te estás en

aquellas manos indignas, como manso corderito, esperando de

nuevo tu muerte.

¡Oh Jesús, cuánto sufres, Tú quisieras una mano amorosa

para liberarte de esas manos sanguinarias! Ah, te ruego que

cuando te encuentres en esas manos me llames para estar

presente, y para repararte quiero cubrirte con la pureza de los

ángeles, perfumarte con tus virtudes para disminuir el hedor de

aquellas manos y mi corazón como consuelo y refugio, y

mientras estés en mí yo te rogaré por los sacerdotes, para que

sean dignos ministros tuyos, y no pongan en peligro tu vida

sacramental.

Oh Jesús, beso tu pie izquierdo, y quiero repararte por

quienes te reciben por rutina y sin las debidas disposiciones.

Oh Jesús, beso tu pie derecho, y quiero repararte por

aquellos que te reciben para ultrajarte. Ah, te ruego que

cuando se atrevan a hacer esto, renueves el milagro cuando

Longinos te traspasó el corazón con la lanza, y al flujo de

aquella sangre que brotó, tocándole los ojos lo convertiste y lo

sanaste, y así, a tu toque sacramental, conviertas las ofensas

en amor.

Oh Jesús, beso tu corazón, contra el cual se hacen todas las

ofensas, y yo intento repararte de todo, y por todos darte una

correspondencia de amor, y siempre junto contigo compartir tus

penas.

Ah, te ruego celestial flechero de amor, si alguna ofensa

huye a mi reparación, aprisióname en tu corazón y en tu

Voluntad, a fin de que nada se me escape. Rogaré a la dulce

Mamá que me tenga alerta, y junto con Ella te repararemos

todo y por todos, juntas te besaremos, y haciéndonos tu

defensa alejaremos de Ti las olas de las amarguras que

recibes de las criaturas.

63

Ah Jesús, recuerda que también yo soy una pobre

encarcelada, es verdad que tu cárcel es más estrecha, cual es

el breve giro de una hostia, por eso enciérrame en tu corazón,

y con las cadenas de tu amor no solo aprisióname, sino ata

uno por uno mis pensamientos, mis afectos, mis deseos, átame

las manos y los pies a tu corazón para que yo no tenga otras

manos y otros pies que los tuyos. Así que, amor mío, mi cárcel

será tu corazón, las cadenas el amor, las puertas que me

impedirán salir será tu santísima Voluntad, tus llamas serán mi

alimento, tu respiro será el mío, así que no veré más que

llamas, no tocaré sino fuego, que me darán vida y muerte,

como la que sufres Tú en la hostia, y así te daré mi vida; y

mientras yo quedaré aprisionada en Ti, Tú quedarás libre en

mí. ¿No ha sido éste tu intento al encarcelarte en la hostia, el

ser desencarcelado por las almas que te reciben, tomando vida

en ellas? Por eso, en señal de amor bendíceme y dame un

beso, yo te abrazo y permanezco en Ti.

Pero, oh dulce corazón mío, veo que después de que has

instituido el santísimo Sacramento y que has visto las enormes

ingratitudes y ofensas de las criaturas, si bien quedas herido y

amargado, no te haces para atrás, es más, quieres ahogarlo

todo en la inmensidad de tu amor; veo que instruyes a tus

apóstoles, y después agregas que lo que has hecho Tú lo

deben hacer ellos también, dándoles potestad de consagrar, y

de tal manera los ordenas sacerdotes e instituyes este otro

sacramento. Así que, oh Jesús, en todo piensas y todo

reparas, las predicaciones mal hechas, los sacramentos

administrados y recibidos sin disposiciones, y por eso, sin

efectos; las vocaciones equivocadas de los sacerdotes, por

parte de ellos como por parte de quien los ordena, no usando

todos los medios para conocer las verdaderas vocaciones.

Nada se te escapa, oh Jesús, y yo quiero seguirte y reparar

todas estas ofensas.

Después de que has dado cumplimiento a todo, en

compañía de tus apóstoles te encaminas al huerto de

Getsemaní para dar principio a tu dolorosa Pasión. Te seguiré

en todo, para hacerte fiel compañía.

+ + +

64

Reflexiones de la Cuarta Hora (8 PM)

20-21

Noviembre 4, 1926

…En el Evangelio se lee con asombro cuando Yo postrado a

los pies de mis apóstoles les lavé los pies y no omití ni siquiera

al pérfido Judas, este acto, ciertamente muy humilde y de

indecible ternura, del cual la Iglesia hace memoria, pero fue

sólo una vez que Yo hice este acto. En cambio mi Voluntad

desciende más en lo bajo, se pone bajo los pies con un acto

continuado para sostenerlos, para volver firme la tierra, a fin de

que no se precipiten en el abismo, sin embargo ninguna

atención. Y la noble Reina espera con paciencia invicta,

velada por tantos siglos en todas las cosas creadas, que su

Voluntad sea conocida, y cuando sea conocida romperá sus

tantos velos que la esconden y hará conocer qué cosa ha

hecho durante tantos siglos por amor del hombre, dirá cosas

inauditas, excesos de amor jamás pensados por nadie. He

aquí por qué hablándote de mi Voluntad te hablo

frecuentemente de la Creación, porque Ella es vida de todas

las cosas creadas y por medio de ellas da vida a todos, y esta

vida quiere ser conocida para que venga el Reino del Eterno

Fiat. Mi Voluntad está velada en todo: Está velada en el viento

y desde dentro de aquellos velos le lleva su refrigerante

frescura como acariciándolo, y su aliento regenerador para

regenerarlo continuamente a nueva vida siempre creciente de

gracia, y la noble Reina velada en el viento se siente cambiar

sus caricias en ofensas y su frescura en ardores de pasiones

humanas, y su aliento regenerador en recambio de aliento

mortal a su Gracia, y Ella sacude sus velos y el viento se

cambia en furor, y con su impetuosidad arrastra gentes,

ciudades y regiones como si fueran plumas, haciendo conocer

la potencia de la noble Reina que se esconde en el viento. No

hay cosa creada en la que mi Voluntad no esté velada, y por

eso todas esperan que sea conocida y que venga el reino del

Fiat Supremo y su pleno triunfo”.

+ + +

4-183

Marzo 12, 1903

…“Hija mía, lo mismo sucedió cuando en el consistorio de la

Sacrosanta Trinidad se decretó el misterio de la Encarnación

para salvar al género humano, y Yo unido con su Voluntad

65

acepté y me ofrecí víctima por el hombre; todo fue unión entre

las Tres Divinas Personas y todo fue planeado juntos, pero

cuando me puse a la obra llegó un momento, especialmente

cuando me encontré en el ambiente de las penas, de los

oprobios, cargado de todas las maldades de las criaturas, que

me quedé solo y abandonado por todos, hasta por mi amado

Padre; y no sólo esto, sino que así, cargado de todas las penas

como estaba, debía forzar al Omnipotente que aceptara y que

me hiciera continuar mi sacrificio por la salvación de todo el

género humano, presente, pasado y futuro. Y esto lo obtuve. El

sacrificio dura aún, el esfuerzo es continuo, si bien esfuerzo

todo de amor, ¿y quieres saber dónde y cómo? En el

sacramento de la Eucaristía, en él el sacrificio es continuo,

perpetuo, es la fuerza que hago al Padre para que use

misericordia con las criaturas y con las almas para obtener su

amor, y me encuentro en continuo contraste de morir

continuamente, si bien todas muertes de amor. Entonces, ¿no

estás contenta de que te haga partícipe de los períodos de mi

misma vida?”

+ + +

11-111

Noviembre 13, 1915

Después de haber recibido la Santa Comunión, pensaba

para mí cómo debía ofrecerla para complacer a Jesús. Y Él,

siempre benigno, me dijo:

“Hija mía, si quieres agradarme, ofrécela como la ofreció mi

misma Humanidad. Yo, antes de darme en comunión a los

demás, me comulgué a Mí mismo, y quise hacer esto para dar

al Padre la gloria completa de todas las Comuniones de las

criaturas, para encerrar en Mí todas las reparaciones de todos

los sacrilegios, de todas las ofensas que habría de recibir en el

Sacramento. Mi Humanidad, encerrando la Voluntad Divina,

encerraba todas las reparaciones de todos los tiempos, y

recibiéndome a Mí mismo, me recibía dignamente; y como

todas las obras de las criaturas fueron divinizadas por mi

Humanidad, así también quise sellar con mi comunión las

comuniones de las criaturas; de otra manera, ¿cómo podía la

criatura recibir a un Dios? Fue mi Humanidad la que abrió esta

puerta a las criaturas y les mereció recibirme a Mí mismo.

Ahora tú hija mía, recíbela en mi Voluntad, únete a mi

Humanidad y así encerrarás todo y Yo encontraré en ti las

reparaciones de todos, la retribución de todo y mi

complacencia, más bien encontraré otra vez a Mí mismo en ti”.

66

11-132

Octubre 2, 1916

Esta mañana recibí la comunión como Jesús me había

enseñado, esto es, unida con su Humanidad, Divinidad y

Voluntad suya, y Jesús se hizo ver y yo lo besé y lo estreché a

mi corazón, y Él devolviéndome el beso y el abrazo, me dijo:

“Hija mía, ¡cómo estoy contento de que hayas venido a

recibirme unida con mi Humanidad, mi Divinidad y mi Voluntad!

Me has renovado todo el contento que sentí al recibirme en

comunión a Mí mismo, y mientras tú me besabas y me

abrazabas, estando en ti todo Yo mismo, contenías todas las

criaturas, y Yo sentía darme el beso de todas, los abrazos de

todas, porque ésta era tu voluntad, igual que fue la mía al

recibirme en la comunión, rehacer al Padre por todo el amor de

las criaturas y a pesar de que muchos no lo amarían, y el

Padre se rehacía en Mí del amor de todas las criaturas, y Yo

me rehago en ti del amor de todas las criaturas, y habiendo

encontrado en mi Voluntad quien me ama, me repara, etc., a

nombre de todas, porque en mi Voluntad no hay cosa que el

alma no pueda darme, me siento amar a las criaturas a pesar

de que me ofendan, y voy inventando estratagemas de amor

en torno a los corazones más duros para convertirlos. Sólo por

amor de estas almas que hacen todo en mi Querer, Yo me

siento como encadenado y raptado y les concedo los prodigios

de las más grandes conversiones”.

+ + +

12-24

Octubre 23, 1917

Esta mañana, después de haber recibido al bendito Jesús

estaba diciéndole: “Vida mía Jesús, dime, ¿cuál fue el primer

acto que hiciste cuando te recibiste a Ti mismo

Sacramentalmente”.

Y Jesús: “Hija mía, el primer acto que hice fue el de

multiplicar mi Vida en tantas Vidas mías por cuantas criaturas

puedan existir en el mundo, a fin de que cada una tuviera una

Vida mía únicamente para ella, que continuamente reza,

agradece, da satisfacción, ama, por ella sola, como también

multiplicaba mis penas por cada alma, como si por ella sola

sufriera y no por otros. En aquel momento supremo de

recibirme a Mí mismo, Yo me daba a todos, y a sufrir en cada

uno de los corazones mi Pasión, para poder sojuzgar los

67

corazones por vía de penas y de amor, y dándoles todo lo mío

divino, venía a tomar el dominio de todos. Pero, ¡ay de Mí! mi

amor quedó desilusionado por muchos y espero con ansia los

corazones amantes, que recibiéndome se unan Conmigo para

multiplicarse en todos, deseando y queriendo lo que quiero Yo,

para tomar al menos de ellos lo que no me dan los otros, y

para recibir el contento de tenerlos conforme a mi deseo y a mi

Voluntad. Por eso hija mía, cuando me recibas haz lo que hice

Yo, y Yo tendré el contento de que al menos seamos dos que

queremos la misma cosa”.

Pero mientras esto decía, Jesús estaba muy afligido, y yo le

he dicho: “Jesús, ¿qué tienes que estás tan afligido?”

“¡Ay, ay, cuantos males, como torrente impetuoso inundarán

los países, cuántos males, cuántos males! Italia está

atravesando horas tristes, tristísimas. Estréchense más a Mí,

estén de acuerdo entre ustedes, rueguen a fin de que los

males no sean peores”.

Y yo: “¡Ah! mi Jesús, ¿qué será de mi país? No será que ya

no me quieres como antes, porque queriéndome Tú

perdonabas en algo los castigos”.

Y Él casi llorando: “No es verdad, te quiero bien”.

+ + +

12-66

Octubre 24, 1918

Estaba preparándome para recibir a mi dulce Jesús en el

sacramento y le pedía que cubriera Él mi gran miseria, y Jesús

me ha dicho:

“Hija, para hacer que la criatura pudiera tener todos los

medios necesarios para recibirme, quise instituir este

sacramento al final de mi Vida, para poder alinear en torno a

cada hostia toda mi Vida, como preparativo para cada una de

las criaturas que me habría de recibir. La criatura jamás podría

recibirme si no tuviera a un Dios que preparara todo, que

movido solamente por exceso de amor por quererse dar a la

criatura, y no pudiendo ésta recibirme, ese mismo exceso me

llevara a dar toda mi Vida para prepararla, así que ponía todos

mis pasos, mis obras, mi amor, delante de los suyos, y como

en Mí estaba también mi Pasión, ponía también mis penas

para prepararla. Así que revístete de Mí, cúbrete con cada uno

de mis actos y ven”.

Después me he lamentado con Jesús porque ya no me

hacía sufrir como antes, y Él ha agregado:

68

“Hija mía, Yo no miro tanto el sufrir, sino la buena voluntad

del alma y el amor con el que sufre, por eso el más pequeño

sufrimiento se hace grande, las naderías toman vida en el todo

y adquieran valor, y el no sufrir es más fuerte que el mismo

sufrir. ¡Qué dulce violencia es para Mí ver a una criatura que

quiere sufrir por amor mío! Qué me importa a Mí que no sufra,

cuando veo que el no sufrir le es un clavo más doloroso que el

mismo sufrir; en cambio, la no buena voluntad, las cosas

forzadas y sin amor, por cuanto grandes, son pequeñas; Yo no

las miro, más bien me son de peso”.

+ + +

12-144

Diciembre 25, 1920

…Has de saber que mi suerte Sacramental es más dura aún

que mi suerte infantil: La gruta, si bien fría, era espaciosa,

tenía aire para respirar; la hostia también es fría, es tan

pequeña que casi me falta el aire. En la gruta tuve un pesebre

con un poco de heno por lecho, en mi Vida Sacramental aun el

heno me falta, y por lecho no tengo más que metales duros y

helados. En la gruta tenía a mi amada Mamá que

frecuentemente me tomaba con sus purísimas manos y me

cubría con besos ardientes para calentarme, me calmaba el

llanto, me nutría con su leche dulcísima; todo lo contrario en mi

Vida Sacramental, no tengo una Mamá, si me toman, siento el

toque de manos indignas, manos que huelen a tierra y a

estiércol; ¡oh! cómo siento más esta peste que la del estiércol

de la gruta, en vez de cubrirme con besos me tocan con actos

irreverentes, y en vez de leche me dan la hiel de los

sacrilegios, de los descuidos, de las frialdades. En la gruta,

San José no dejó que me faltara una lamparita de luz en las

noches; aquí en el sacramento, ¿cuántas veces quedo en la

oscuridad, aun en la noche? ¡Oh! cómo es más dolorosa mi

suerte Sacramental, cuántas lágrimas ocultas no vistas por

ninguno, cuántos gemidos no escuchados. Si te ha movido a

piedad mi suerte infantil, mucho más te debe mover a piedad

mi suerte Sacramental”.

+ + +

69

14-16

Marzo 24, 1922

…“Hija mía, conforme el alma hace sus actos en mi Querer,

así multiplica mi Vida, de manera que si hace diez actos en mi

Voluntad, diez veces me multiplica; si hace veinte, cien, mil, o

aún más, tantas veces de más quedo multiplicado. Sucede

como en la Consagración Sacramental, cuantas hostias ponen,

tantas veces quedo multiplicado, la diferencia que hay es que

en la Consagración Sacramental tengo necesidad de las

hostias para multiplicarme y del sacerdote que me consagre.

En mi Voluntad para quedar multiplicado, tengo necesidad de

los actos de la criatura, donde más que hostia viva, no muerta

como las hostias antes de Consagrarme, mi Voluntad me

Consagra y me encierra en el acto de la criatura, y Yo quedo

multiplicado en cada acto suyo hecho en mi Voluntad, por eso

mi amor tiene su desahogo completo con las almas que hacen

mi Voluntad y viven en mi Querer, son siempre ellas las que

suplen no sólo a todos los actos que me deben las criaturas,

sino a mi misma Vida Sacramental. Cuántas veces queda

obstaculizada mi Vida Sacramental en las pocas hostias en las

que Yo quedo consagrado, porque son pocos los que

comulgan, otras veces faltan sacerdotes que me consagren, y

mi Vida Sacramental no sólo no queda multiplicada cuanto

quisiera, sino que queda sin existencia. ¡Oh! cómo sufre por

ello mi amor, quisiera multiplicar mi Vida todos los días en

tantas hostias por cuantas criaturas existen para darme a ellas,

pero en vano espero, mi Voluntad queda sin efecto. Pero lo

que he decidido, todo tendrá cumplimiento, por eso tomo otro

camino y me multiplico en cada acto de la criatura hecho en mi

Querer, para hacerme suplir a la multiplicación de las Vidas

Sacramentales. Ah, sí, sólo las almas que vivan en mi Querer

suplirán a todas las comuniones que no reciben las criaturas, a

todas las consagraciones que no son hechas por los

sacerdotes; en ellas encontraré todo, aun la misma

multiplicación de mi Vida Sacramental. Por eso te repito que tu

misión es grande, a misión más alta, más noble, sublime y

divina no podría escogerte, no hay cosa que no concentraré en

ti, aun la multiplicación de mi Vida, haré nuevos prodigios de

gracia jamás hechos hasta ahora; por eso te pido, sé atenta,

seme fiel, haz que mi Voluntad tenga vida siempre en ti, y Yo

en mi mismo Querer en ti, encontraré toda completada la obra

de la Creación, con mis plenos derechos, y todo lo que quiero”.

70

14-40

Julio 6, 1922

…Después de esto he continuado con las demás horas de la

Pasión, y mientras seguía la cena eucarística, mi dulce Jesús

se movió en mi interior y con la punta de su dedo ha tocado

fuerte en mi interior, tanto que lo he oído con mis oídos y he

dicho entre mí: “¿Qué querrá Jesús que llama?” Y Él

llamándome me ha dicho:

“No bastaba tocar para hacerme oír, sino también llamarte

para ser escuchado. Escucha hija mía, mientras instituía la

cena Eucarística llamé a todos en torno a Mí, miré todas las

generaciones, del primero al último hombre, para dar a todos

mi Vida Sacramental, y no una vez, sino tantas veces por

cuantas veces tiene necesidad del alimento corporal. Yo quería

constituirme como alimento del alma, pero me encontré muy

mal al ver que esta mi Vida Sacramental quedaba rodeada por

desprecios, por descuidos y aun por muerte despiadada. Me

sentí mal, sentí todas las congojas de la muerte de mi Vida

Sacramental tan dolorosa y repetida; pero miré mejor, hice uso

de la potencia de mi Querer y llamé en torno a Mí a las almas

que habrían vivido en mi Querer, ¡oh! ¡Cómo me sentía feliz!

Me sentía rodeado por estas almas a las cuales la potencia de

mi Voluntad las tenía como abismadas, y que como centro de

su vida estaba mi Querer; vi en ellas mi inmensidad y me

encontré bien defendido por todas, y a ellas confié mi Vida

Sacramental, la deposité en ellas para que no sólo me cuidaran

sino que me correspondieran por cada hostia Consagrada con

una vida de ellas, y esto sucede como connatural, porque mi

Vida Sacramental está animada por mi Voluntad eterna, y la

vida de estas almas tiene como centro de vida mi Querer, así

que cuando se forma mi Vida Sacramental, mi Querer obrante

en Mí obra en ellas y Yo siento su vida en mi Vida

Sacramental, se multiplican Conmigo en cada una de las

hostias, y Yo siento que me dan vida por vida. ¡Oh, cómo

exulté al verte a ti como primera, que en modo especial te

llamé a formar vida en mi Querer! Hice en ti mi primer depósito

de todas mis Vidas Sacramentales, te confié a la potencia y a

la inmensidad del Querer Supremo, a fin de que te hicieran

capaz de recibir este depósito, y desde entonces tú estabas

presente a Mí y te constituí depositaria de mi Vida

Sacramental, y en ti a todas las demás almas que habrían

vivido en mi Querer. Te di el primado sobre todo, y con razón,

porque mi Querer no está puesto por debajo de ninguno, aun

71

sobre los apóstoles, sobre los sacerdotes, porque si bien ellos

me Consagran pero no quedan vida junto Conmigo, más bien

me dejan solo, olvidado, no teniendo cuidado de Mí; en cambio

esas almas habrían sido vida en mi misma Vida, inseparables

de Mí, por eso te amo tanto, es a mi mismo Querer que amo en

ti”.

+ + +

15-12

Marzo 27, 1923

Habiendo recibido la comunión, mi dulce Jesús se ha hecho

ver, y yo apenas lo he visto me he arrojado a sus pies para

besarlos y estrecharme toda a Él. Y Jesús extendiéndome la

mano me ha dicho:

"Hija mía, ven entre mis brazos y hasta dentro de mi

corazón, me he cubierto de los velos Eucarísticos para no

infundir temor, he descendido en el abismo más profundo de

las humillaciones en este Sacramento para elevar a la criatura

hasta Mí, fundiéndola tanto en Mí de formar una sola cosa

Conmigo, y con hacer correr mi sangre sacramental en sus

venas constituirme vida de su latido, de su pensamiento y de

todo su ser. Mi amor me devoraba y quería devorar a la

criatura en mis llamas para hacerla renacer como otro Yo, por

eso quise esconderme bajo estos velos eucarísticos, y así

escondido entrar en ella para formar esta transformación de la

criatura en Mí; pero para que suceda esta transformación se

necesitaban las disposiciones por parte de las criaturas, y mi

amor llegando al exceso, mientras instituía el Sacramento

Eucarístico, así ponía fuera de dentro de mi Divinidad otras

gracias, dones, favores, luz para bien del hombre, para volverlo

digno de poderme recibir; podría decir que puse fuera tanto

bien de sobrepasar los dones de la Creación, quise darle

primero las gracias para recibirme, y después darme para darle

el verdadero fruto de mi Vida Sacramental. Pero para preparar

con estos dones a las almas, se necesita un poco de vacío de

ellas mismas, de odio a la culpa, de deseo de recibirme; estos

dones no descienden en la podredumbre, en el fango, por tanto

sin mis dones no tienen las verdaderas disposiciones para

recibirme, y Yo descendiendo en ellas no encuentro el vacío

para comunicar mi Vida, estoy como muerto para ellas, y ellas

muertas para Mí; Yo ardo y ellas no sienten mis llamas, soy luz

y ellas quedan más cegadas. ¡Ay de Mí! cuántos dolores en mi

Vida Sacramental, muchas por falta de disposiciones, no

sintiendo nada de bien en el recibirme, llegan a nausearme, y

72

si continúan recibiéndome es para formar mi continuo calvario

y su eterna condenación, si no es el amor lo que las lleva a

recibirme, es una afrenta de más que me hacen, es una culpa

de más que agregan a sus almas. Por eso reza y repara por los

tantos abusos y sacrilegios que se hacen al recibirme

Sacramentado".

+ + +

15-30

Junio 18, 1923

Me sentía toda absorbida en la Santísima Voluntad de Dios,

y el bendito Jesús me hacía presentes, como en acto, todos los

actos de su Vida sobre la tierra, y como lo había recibido

sacramentado en mi pobre corazón, me hacía ver como en

acto, en su Santísimo Querer, cuando mi dulce Jesús

instituyendo el Santísimo Sacramento se comulgó a Sí mismo.

Cuántas maravillas, cuántos prodigios, cuántos excesos de

amor en este comulgarse a Sí mismo, mi mente se perdía en

tantos prodigios divinos, y mi siempre amable Jesús me ha

dicho:

"Hija querida de mi Supremo Querer, mi Voluntad contiene

todo, conserva todas las obras divinas como en acto y nada

deja escapar, y a quien en Ella vive quiere hacerle conocer los

bienes que contiene. Por eso quiero hacerte conocer la causa

por la que quise recibirme a Mí mismo al instituir el Santísimo

Sacramento. El prodigio era grande e incomprensible a la

mente humana: recibir la criatura a un Hombre y Dios, encerrar

en el ser finito el infinito, y a este Ser infinito darle los honores

divinos, el decoro, la habitación digna de Él, era tan profundo e

incomprensible este misterio, que los mismos apóstoles,

mientras creyeron con facilidad en la Encarnación y en tantos

otros misterios, delante a éste quedaron turbados y su

inteligencia se resistía a creer, y se necesitó hablarles

repetidamente para rendirlos; entonces, ¿cómo hacer? Yo que

lo instituía debía pensar en todo, porque mientras la criatura

debía recibirme, a la Divinidad no debían faltarle los honores, el

decoro divino, la habitación digna de Dios. Por eso hija mía,

mientras instituía el Santísimo Sacramento, mi Voluntad eterna

unida a mi voluntad humana me hizo presentes todas las

hostias que hasta el fin de los siglos debían recibir la

Consagración Sacramental, y Yo una por una las miré, las

consumí, y vi mi Vida Sacramental palpitante en cada hostia

porque quería darse a las criaturas. Mi Humanidad, a nombre

de toda la familia humana tomó el empeño por todos y dio la

73

habitación en Sí misma a cada hostia, y mi Divinidad, que era

inseparable de Mí, circundó cada hostia sacramental con

honores, alabanzas y bendiciones divinas para hacer digno

decoro a mi Majestad, así que cada hostia sacramental fue

depositada en Mí y contiene la habitación de mi Humanidad y

el cortejo de los honores de mi Divinidad; de otra manera,

¿cómo podía descender en la criatura? Y fue sólo por esto que

toleré los sacrilegios, las frialdades, las irreverencias, las

ingratitudes, porque habiéndome recibido a Mí mismo puse a

salvo mi decoro, los honores, la habitación que se necesitaba a

mi misma persona. Si no me hubiera recibido a Mí mismo, Yo

no habría podido descender en ella, y a ella le habría faltado el

camino, la puerta, los medios para recibirme.

Así es mi costumbre en todas mis obras, las hago una vez

para dar vida a todas las demás veces que se repetirán,

uniéndolas al primer acto como si fuera un acto solo, así que la

potencia, la inmensidad, la Omnividencia de mi Voluntad me

hicieron abrazar todos los siglos, me hicieron presentes todos

los comulgantes y todas las hostias sacramentales, y me recibí

otras tantas veces a Mí mismo, para hacer pasar por Mí a Mí

mismo en cada criatura. ¿Quién ha pensado jamás en tanto

amor mío, que para descender en los corazones de las

criaturas, Yo debía recibirme a Mí mismo para poner a salvo

los derechos divinos, y poder dar a ellas no sólo a Mí mismo,

sino también los mismos actos que Yo hice al recibirme, para

disponerlas y darles casi el derecho de poderme recibir?"

Yo he quedado maravillada y como si quisiera dudar, y

Jesús ha agregado:

"¿Por qué dudas? ¿No es acaso éste el obrar de Dios? ¿Y

de este acto solo formar tantos actos por cuantos se quiera

disfrutar, mientras que es un solo acto? ¿No fue lo mismo para

el acto de la Encarnación, de mi Vida y de mi Pasión? Una sola

vez me Encarné, una fue mi Vida, una la Pasión, sin embargo,

esta Encarnación, Vida y Pasión son para todos y para cada

uno, como si fuera para él solo, así que están aún como en

acto y para cada uno, como si ahora me estuviera Encarnando

y sufriendo mi Pasión, si no fuera así no obraría como Dios,

sino como criatura, que no conteniendo un poder divino no

puede hacerse de todos, ni puede darse a todos."

Ahora hija mía, quiero decirte otro exceso de mi amor:

Quien hace mi Voluntad y vive en Ella, viene a abrazar el obrar

de mi Humanidad, porque Yo amo mucho que la criatura se

vuelva similar a Mí, y como mi Querer y el suyo son uno solo,

Él toma placer y recreándose pone en la criatura todo el bien

74

que contengo, y hago en ella el depósito de las mismas hostias

sacramentales. Mi Voluntad que la criatura contiene le presta y

la circunda con decoro, homenajes y honores divinos, y Yo

todo a ella le confío, porque estoy cierto de poner al seguro mi

obrar, porque mi Voluntad se hace actor, espectador y custodio

de todos mis bienes, de mis obras y de mi misma Vida".

+ + +

21-16

Abril 16, 1927

Estaba haciendo la hora cuando Jesús instituyó la Santísima

Eucaristía, y moviéndose en mi interior me ha dicho:

“Hija mía, cuando hago un acto, primero veo si hay al menos

una criatura donde poner el depósito de mi acto, a fin de que

tome el bien que hago, lo tenga custodiado y bien defendido.

Ahora, cuando instituí el Santísimo Sacramento busqué a esta

criatura y mi Reina Mamá se ofreció a recibir este acto mío y el

depósito de este gran don diciéndome: ‘Hijo mío, si te ofrecí mi

seno y todo mi Ser en tu Concepción para tenerte custodiado y

defendido, ahora te ofrezco mi corazón materno para recibir

este gran depósito, y dispongo en orden de batalla en torno a

tu Vida Sacramental, mis afectos, mis latidos, mi amor, mis

pensamientos, toda Yo misma para tenerte defendido,

cortejado, amado, reparado; tomo Yo el empeño de

corresponderte por el gran don que haces, confía en tu Mamá y

Yo pensaré en la defensa de tu Vida Sacramental; y como Tú

mismo me has constituido Reina de toda la Creación, tengo el

derecho de alinear en torno a Ti toda la luz del sol como

homenaje y adoración, a las estrellas, al cielo, al mar, a todos

los habitantes del aire, todo lo pongo en torno a Ti para darte

amor y gloria”.

Ahora, asegurándome donde podía poner este gran depósito

de mi Vida Sacramental y fiándome de mi Mamá que me había

dado todas las pruebas de su fidelidad, instituí el Santísimo

Sacramento. Era Ella la única criatura digna que podía

custodiar, defender y reparar mi acto. Entonces mira, cuando

las criaturas me reciben, Yo desciendo en ellas junto con los

actos de mi inseparable Mamá, y sólo por esto puedo continuar

mi Vida Sacramental. Por esto es necesario que escoja primero

una criatura cuando quiero hacer una obra grande, digna de

Mí, primero para tener el lugar donde poner mi don, segundo

para tener la correspondencia. También en el orden natural se

hace así, si el agricultor quiere sembrar la semilla, no la arroja

75

en medio del camino, sino que va en busca del pequeño

terreno, lo prepara, forma los surcos y después arroja la

semilla, y para estar seguro la cubre con tierra, esperando con

ansia la cosecha para recibir la correspondencia de su trabajo

y de la semilla que ha confiado a la tierra. Otro quiere formar

un bello objeto, primero prepara las materias primas, el lugar

donde ponerlo y después lo forma. Así también he hecho

contigo, te escogí, te preparé y después te confié el gran don

de las manifestaciones de mi Voluntad, y así como confié a mi

amada Mamá la suerte de mi Vida Sacramental, así he querido

fiarme de ti, confiándote la suerte del Reino de mi Voluntad”

+ + +

76

77

QUINTA HORA

De las 9 a las 10 de la noche

Primera hora de agonía en el Huerto de Getsemaní

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Mi afligido Jesús, como por una corriente eléctrica me siento

atraída a este huerto, comprendo que Tú, imán potente para mi

herido corazón me llamas, y yo corro pensando entre mí:

«¿Qué son estas atracciones de amor que siento en mí? ¡Ah,

tal vez mi perseguido Jesús se encuentra en estado de tal

amargura, que siente la necesidad de mi compañía!»

Y yo vuelo, ¿pero qué?, me siento horrorizada al entrar en

este huerto, la oscuridad de la noche, la intensidad del frío, el

lento moverse de las hojas, que como tristes y débiles voces,

anuncian penas, tristezas y muerte para mi dolorido Jesús. El

dulce centellear de las estrellas, que como ojos llorosos están

todas atentas a mirarlo, y haciendo eco a las lágrimas de Jesús

me reprochan por mis ingratitudes, y yo tiemblo y a tientas lo

voy buscando, lo llamo: «Jesús, ¿dónde estás? ¿Me llamas y

no te dejas ver? ¿Me llamas y te escondes?».

Pero todo es terror, todo es espanto y silencio profundo.

Pongo atentos mis oídos y oigo un respiro afanoso, y es

precisamente a Jesús a quien encuentro, pero qué cambio

funesto, no es más el dulce Jesús de la cena eucarística, en

donde su rostro resplandecía con una belleza deslumbrante y

raptora, sino que está triste, con una tristeza mortal que

desfigura su natural belleza.

Ya agoniza y me siento turbada pensando que tal vez no

escucharé más su voz, porque parece que muere. Por eso me

abrazo a sus pies; me hago más atrevida y me acerco a sus

brazos, le pongo la mano en la frente para sostenerlo y en voz

baja lo llamo: «Jesús, Jesús». Y Él, sacudido por mi voz, me

mira y me dice:

«Hija, ¿estás aquí? ¡Ah! te estaba esperando, y era ésta la

tristeza que más me oprimía, el total abandono de todos, y te

esperaba a ti para hacerte ser espectadora de mis penas, y

hacerte beber junto conmigo el cáliz de las amarguras que

dentro de poco mi Padre celestial me enviará por medio de un

ángel. Lo beberemos juntos, no será un cáliz de consuelo sino

78

de amarguras intensas, y siento la necesidad de que alguna

alma amante beba alguna gota al menos, por eso te he

llamado, para que tú lo aceptes y compartas conmigo mis

penas y me asegures que no me dejarás solo en tanto

abandono».

¡Ah! sí, mi atormentado Jesús, beberemos juntos el cáliz de

tus amarguras, sufriremos juntos tus penas y no me apartaré

jamás de tu lado.

Y el afligido Jesús, después de habérselo asegurado, entra

en agonía mortal, sufre penas jamás vistas ni entendidas, y yo,

no pudiendo resistir y queriendo compadecerlo y aliviarlo le

digo:

«Dime, ¿por qué estás tan triste, afligido y solo en este

huerto y en esta noche? Es la última noche de tu vida sobre la

tierra, pocas horas te quedan para dar principio a tu Pasión.

Creí encontrar aquí al menos a la Celestial Mamá, a la amante

Magdalena y a tus fieles apóstoles, en cambio te encuentro

solo, en poder de una tristeza que te da muerte despiadada,

sin hacerte morir. Oh mi bien, mi todo, ¿no me respondes?

¡Háblame! Pero parece que te falta la palabra, tanta es la

tristeza que te oprime. Pero, oh mi Jesús, tu mirada, llena de

luz, sí, pero afligida e indagadora, que parece que buscas

ayuda, tu rostro pálido, tus labios abrazados por el amor, tu

divina Persona que tiembla toda de pies a cabeza, tu corazón

que late fuerte, fuerte, y aquellos latidos buscan almas y te dan

tal afán que parece que de un momento a otro expires, me

dicen que estás solo y por eso buscas mi compañía».

¡Heme aquí oh mi Jesús, toda para Ti, junto contigo! Mi

corazón no resiste el verte tirado en la tierra; te tomo entre mis

brazos y te estrecho a mi corazón, quiero numerar uno por uno

tus afanes, una por una las ofensas que te hacen, para darte

alivio por todo, reparación por todo, y por todo, al menos

compadecerte.

Pero, oh mi Jesús, mientras te tengo entre mis brazos, tus

sufrimientos se acrecientan, siento, oh vida mía, correr en tus

venas un fuego, y siento que la sangre te hierve y quiere

romperlas para salir fuera. Dime amor mío, ¿qué tienes? No

veo flagelos, no espinas, no clavos ni cruz, no obstante,

apoyando mi cabeza sobre tu corazón siento que crueles

espinas te traspasan la cabeza; azotes despiadados no te

dejan a salvo ninguna parte, ni dentro ni fuera de tu divina

Persona; tus manos paralizadas y contraídas más que por

clavos. Dime dulce bien mío, ¿quién tiene tanto poder, aun en

tu interior, que te atormenta y te hace sufrir tantas muertes por

79

cuantos tormentos te da? Ah, me parece que Jesús bendito

abre sus labios moribundos y me dice:

«Hija mía, ¿quieres saber quién me atormenta más que los

mismos verdugos? Es más, estos verdugos son nada en

comparación de esto. Es el amor eterno que queriendo el

primado en todo, me está haciendo sufrir todo junto y en las

partes más íntimas lo que los verdugos me harán sufrir poco a

poco.

Ah, hija mía, es el amor el que prevalece en todo sobre Mí, y

en Mí el amor me es clavo, el amor me es flagelo, el amor me

es corona de espinas, el amor me es todo, el amor es mi

Pasión perenne, mientras que la de los hombres es temporal.

Ah hija mía, entra en mi corazón, ven a perderte en mi amor,

pues sólo en mi amor comprenderás cuánto he sufrido y cuánto

te he amado, y aprenderás a amarme y a sufrir sólo por amor».

Oh mi Jesús, ya que Tú me llamas dentro de tu corazón para

hacerme ver lo que el amor te hace sufrir, yo entro en él. Pero

mientras entro veo los portentos del amor, que no te corona la

cabeza con espinas materiales, sino con espinas de fuego; que

no te azota con látigos de cuerdas, sino con látigos de fuego;

que te crucifica no con clavos de fierro, sino de fuego; todo es

fuego que penetra hasta los huesos, y en la misma médula,

convirtiendo toda tu santísima Humanidad en fuego, te da

penas mortales, ciertamente más que en la misma Pasión, y

prepara un baño de amor a todas las almas que querrán

lavarse de cualquier mancha y adquirir el derecho de hijas del

amor.

¡Oh amor sin término, yo siento retroceder ante tal

inmensidad de amor, y veo que para poder entrar en el amor y

comprenderlo, debería ser toda amor! ¡Oh mi Jesús, no lo

soy...! Pero ya que Tú quieres mi compañía y quieres que entre

en Ti, te suplico que me conviertas toda en amor.

Por eso te pido que corones mi cabeza, cada uno de mis

pensamientos con la corona del amor; te suplico, oh Jesús, que

me azotes con el flagelo del amor mi alma, mi cuerpo, mis

potencias, mis sentimientos, mis deseos, mis afectos, en suma,

todo, y en todo quede flagelada y sellada por el amor. Haz, oh

amor interminable, que no haya cosa en mí que no tome vida

del amor.

Oh Jesús, centro de todos los amores, te suplico que claves

mis manos, mis pies con los clavos del amor, a fin de que toda

clavada por el amor me convierta en amor, el amor entienda,

de amor me vista, de amor me alimente, el amor me tenga toda

clavada en Ti, a fin de que ninguna cosa, dentro y fuera de mí,

80

se atreva a tocarme, a desviarme y alejarme del amor, oh

Jesús.

+ + +

Reflexiones de la Quinta Hora (9 PM)

9-25

Noviembre 25, 1909

Encontrándome en mi habitual estado, estaba pensando en

la agonía de Jesús en el huerto; y apenas haciéndose ver el

bendito Jesús me ha dicho:

“Hija mía, los hombres no hicieron otra cosa que trabajar la

corteza de mi Humanidad, y el amor eterno me trabajó todo lo

de adentro, así que en mi agonía, no los hombres, sino el amor

eterno, el amor inmenso, el amor incalculable, el amor oculto,

fue el que me abrió grandes heridas, me traspasó con clavos

abrasadores, me coronó con espinas ardientes, me dio de

beber hiel hirviente, así que mi pobre Humanidad no pudiendo

contener tantas especies de martirios a un mismo tiempo, hizo

salir fuera ríos de sangre, se contorsionaba y llegó a decir:

“Padre, si es posible quita de Mí este cáliz, pero no la mía, sino

que se haga tu Voluntad”. Lo que no hizo en el resto de la

Pasión. Así que todo lo que sufrí en el curso de la Pasión, lo

sufrí todo junto en la agonía del huerto, pero en modo más

intenso, más doloroso, más íntimo, porque el amor me penetró

hasta en la médula de los huesos y en las fibras más íntimas

del corazón, donde jamás podían llegar las criaturas, pero el

amor a todo llega, no hay cosa que le pueda resistir. Así que mi

primer verdugo fue el amor. Por eso en el curso de la Pasión

no hubo en Mí ni siquiera una mirada amenazadora hacia

quien me hacía de verdugo, porque tenía un verdugo más

cruel, más activo en Mí, el cual era el amor, y donde los

verdugos externos no llegaban, o cualquier punto que quedaba

sin tocar, el amor hacía su trabajo y en nada me perdonaba. Y

así es en todas las almas, el primer trabajo lo hace el amor, y

cuando el amor ha trabajado y la ha llenado de sí, lo que se ve

de bien en el exterior no es otra cosa que el desahogo del

trabajo que el amor ha hecho en el interior”.

+ + +

81

11-45

Enero 22, 1913

Estaba pensando en la Pasión de mi siempre amable Jesús,

especialmente en lo que sufrió en el huerto, entonces me he

encontrado toda sumergida en Jesús y Él me ha dicho:

“Hija mía, mi primera Pasión fue el amor, porque el hombre

al pecar, el primer paso que da en el mal es la falta de amor,

por lo tanto, faltando el amor se precipita en la culpa; por eso,

el Amor para rehacerse en Mí de esta falta de amor de las

criaturas, me hizo sufrir más que todos, casi me trituró más que

bajo una prensa, me dio tantas muertes por cuantas criaturas

reciben la vida.

El segundo paso que sucede en la culpa es defraudar la

gloria de Dios, y el Padre para rehacerse de la gloria quitada

por las criaturas me hizo sufrir la Pasión del pecado, esto es,

que cada culpa me daba una pasión especial; si la pasión fue

una, el pecado en cambio me dio tantas pasiones por cuantas

culpas se cometerán hasta el fin del mundo; y así se rehizo la

gloria del Padre.

El tercer efecto que produce la culpa es la debilidad en el

hombre, y por eso quise sufrir la Pasión por manos de los

judíos, esta es mi tercera Pasión, para rehacer al hombre de la

fuerza perdida.

Así que con la Pasión del amor se rehizo y se puso en justo

nivel el Amor, con la Pasión del pecado se rehizo y se puso a

nivel la gloria del Padre, con la Pasión de los judíos se puso a

nivel y se rehizo la fuerza de las criaturas. Todo esto lo sufrí en

el huerto, fue tal y tanto el sufrimiento, las muertes que sufrí,

los espasmos atroces, que habría muerto de verdad si la

Voluntad del Padre hubiera llegado a que Yo muriera”.

Después continué meditando cuando mi amable Jesús fue

arrojado por los enemigos al torrente Cedrón. El bendito Jesús

se hacía ver en un aspecto que movía a piedad, todo bañado

con aquellas aguas puercas y me ha dicho:

“Hija mía, al crear el alma la vestí de un manto de luz y de

belleza; el pecado quita este manto de luz y de belleza y la

cubre con un manto de tinieblas y de fealdad, volviéndola

repugnante y nauseante, y Yo para quitar este manto tan

nauseabundo que el pecado pone al alma, permití que los

judíos me arrojaran en este torrente, donde quedé como

recubierto dentro y fuera de Mí, porque estas aguas pútridas

me entraron hasta en las orejas, en las narices, en la boca,

tanto, que los judíos tenían asco de tocarme. ¡Ah, cuánto me

82

costó el amor de las criaturas, hasta volverme nauseabundo a

Mí mismo!”

+ + +

13-34

Noviembre 19, 1921

Estaba haciendo compañía a mi Jesús agonizante en el

Huerto de Getsemaní, y por cuanto me era posible lo

compadecía, lo estrechaba fuerte a mi corazón tratando de

secarle el sudor mortal, y mi doliente Jesús, con voz apagada y

agonizante me ha dicho:

“Hija mía, dura y penosa fue mi agonía en el Huerto, quizá

más penosa que la de la cruz, porque si ésta fue el

cumplimiento y el triunfo sobre todos, aquí en el Huerto fue el

principio, y los males se sienten más al principio que cuando

están por terminar, en esta agonía la pena más desgarradora

fue cuando se me hicieron presentes uno por uno todos los

pecados, mi Humanidad comprendió toda la enormidad de

ellos y cada delito llevaba el sello de “muerte a un Dios”, y

estaba armado con espada para matarme. Delante a la

Divinidad la culpa me aparecía tan horrenda y más horrible que

la misma muerte; sólo al comprender qué significa pecado, Yo

me sentía morir y moría en realidad, grité al Padre y fue

inexorable, no hubo uno solo que al menos me diera una ayuda

para no hacerme morir, grité a todas las criaturas que tuvieran

piedad de Mí, pero en vano, así que mi Humanidad languidecía

y estaba por recibir el último golpe de la muerte, pero ¿sabes

tú quién impidió la ejecución y sostuvo mi Humanidad para no

morir? Primero fue mi inseparable Mamá, Ella al oírme pedir

ayuda voló a mi lado y me sostuvo, y Yo apoyé mi brazo

derecho en Ella, la miré casi agonizante y encontré en Ella la

inmensidad de mi Voluntad íntegra, sin haber habido nunca

ruptura alguna entre mi Voluntad y la suya. Mi Voluntad es

Vida, y como la Voluntad del Padre era inamovible, y la muerte

me venía de las criaturas, otra criatura que encerraba la Vida

de mi Voluntad me daba la vida. Y he aquí que mi Mamá, que

en el portento de mi Voluntad me concibió y me hizo nacer en

el tiempo, y ahora me da por segunda vez la vida para

hacerme cumplir la obra de la Redención. Después miré a la

izquierda y encontré a la pequeña hija de mi Querer, te

encontré a ti como primera, con el séquito de las otras hijas de

mi Voluntad, y así como a mi Mamá la quise Conmigo como

primer eslabón de la misericordia, con el cual debíamos abrir

las puertas a todas las criaturas, por eso quise apoyar en Ella

83

la derecha; a ti te quise como primer eslabón de la justicia,

para impedir que se descargase sobre todas las criaturas como

se merecen, por eso quise apoyar la izquierda, a fin de que la

sostuvieras junto Conmigo. Entonces, con estos dos apoyos Yo

me sentí dar nuevamente la vida, y como si nada hubiera

sufrido, con paso firme fui al encuentro de mis enemigos, y en

todas las penas que sufrí en mi Pasión, muchas de ellas

capaces de darme la muerte, estos dos apoyos no me dejaban

jamás, y cuando me veían a punto de morir, con mi Voluntad

que contenían me sostenían y me daban como tantos sorbos

de vida. ¡Oh! los prodigios de mi Querer, ¿quién puede jamás

numerarlos y calcular su valor? Por eso amo tanto a quien vive

de mi Querer, reconozco en ella mi retrato, mis nobles rasgos,

siento en ella mi mismo aliento, mi voz, y si no la amase me

defraudaría a Mí mismo, sería como un padre sin generación,

sin el noble cortejo de su corte y sin la corona de sus hijos, y si

no tuviera la generación, la corte, la corona, ¿cómo podría

llamarme Rey? Así que mi reino es formado por aquellos que

viven en mi Voluntad, y de este reino escojo la Madre, la Reina,

los hijos, los ministros, el ejército, el pueblo, Yo soy todo para

ellos y ellos son todos para Mí”.

Después estaba pensando en lo que Jesús me decía, y

decía entre mí: “¿Cómo se hace para poner en práctica esto?”

Y Jesús regresando ha agregado:

“Hija mía, las verdades para conocerlas, es necesario que

haya voluntad y el deseo de conocerlas. Supón una estancia

con las persianas cerradas, por cuanto sol haya afuera la

estancia está siempre en oscuridad; ahora, abrir las persianas

significa querer la luz, pero esto no basta si no se aprovecha la

luz para reordenar la estancia, sacudirla, ponerse a trabajar,

porque si no, es como matar esa luz y hacerse ingrato por la

luz recibida. Así no basta tener voluntad de conocer las

verdades, si a la luz de la verdad que lo ilumina no busca

sacudirse de sus debilidades y reordenarse según la luz de la

verdad que conoce, y junto con la luz de la verdad ponerse a

trabajar haciendo de ella sustancia propia,“” en modo de

trasparentar por su boca, por sus manos, por su

comportamiento, la luz de la verdad que ha absorbido,

entonces sería como si asesinara la verdad, y con no ponerla

en práctica sería estarse en pleno desorden delante de esa luz.

Pobre estancia, llena de luz pero toda desordenada,

trastornada y en pleno desorden, y una persona dentro que no

se preocupa de reordenarla, ¿qué compasión no daría? Tal es

quien conoce las verdades y no las pone en práctica.

84

Has de saber que en todas las verdades, como primer

alimento entra la simplicidad, si las verdades no fueran

simples, no serían luz y no podrían penetrar en las mentes

humanas para iluminarlas, y donde no hay luz no se pueden

distinguir los objetos; la simplicidad no sólo es luz, sino es

como el aire que se respira, que aunque no se ve da la

respiración a todo, y si no fuese por el aire, la tierra y todos

quedarían sin movimiento, así que si las virtudes, las verdades,

no llevan la marca de la simplicidad, serán sin luz y sin aire”.

+ + +

14-46

Julio 28, 1922

…Entonces Jesús ha agregado: “¿No quisieras tú mi

semejanza? ¿No quisieras tú aceptar las muertes de amor

como aceptaste las muertes de dolor?”

Y yo: “¡Ah! mi Jesús, yo no sé qué me haya sucedido, siento

aún gran repugnancia por haber aceptado las de dolor, ¿cómo

podría aceptar las de amor que me parecen más duras? Yo

tiemblo al sólo pensarlo, mi pobre naturaleza se aniquila más,

se deshace. Ayúdame, dame la fuerza porque siento que no

puedo seguir adelante”.

Y Jesús todo bondad y decidido ha agregado: “Pobre hija

mía, ánimo, no temas ni quieras turbarte por la repugnancia

que sientes; es más, para tranquilizarte te digo que también

ésta es una semejanza mía. Debes saber que también mi

Humanidad, por cuan santa, deseosa a lo sumo de sufrir,

sentía esta repugnancia, pero no era mía, eran todas las

repugnancias de las criaturas que sentían en hacer el bien, en

aceptar las penas que merecían, y Yo debía sufrir estas penas

que me torturaban no poco, para dar a ellas la inclinación al

bien y hacerles más dulces las penas, tanto, que en el huerto

grité al Padre: ‘Si es posible pase de Mí este cáliz”. ¿Crees tú

que fui Yo? ¡Ah no! Te engañas, Yo amaba el sufrir hasta la

locura, amaba la muerte para dar vida a mis hijos, era el grito

de toda la familia humana que resonaba en mi Humanidad, y

Yo, gritando junto con ellos para darles fuerzas repetí tres

veces: ‘Si es posible pase de Mí este cáliz’. Yo hablaba a

nombre de todos, como si fueran cosa mía, pero me sentía

aplastar; así que la repugnancia que sientes no es tuya, es el

eco de la mía, si fuera tuya me habría retirado, por eso hija

mía, queriendo generar de Mí otra imagen mía, quiero que

aceptes, y Yo mismo quiero imprimir en tu voluntad

85

ensanchada y consumida en la mía estas mis muertes de

amor”.

Y mientras esto decía, con su santa mano me las imprimía, y

ha desaparecido. Sea todo para gloria de Dios.

+ + +

17-21

Octubre 30, 1924

…Después de esto, con el pensamiento me he puesto junto

a mi Jesús en el huerto de Getsemaní, y le pedía que me

hiciera penetrar en aquel amor con el cual tanto me amó, y mi

Jesús, moviéndose de nuevo en el fondo de mi interior me ha

dicho:

“Hija mía, entra en mi amor, no salgas jamás, corre junto a

él, o detente en mi mismo amor para comprender bien cuánto

he amado a la criatura, todo es amor en Mí hacia ella. La

Divinidad al crear a esta criatura se propuso amarla siempre,

así que en cada cosa de dentro y fuera de ella, debía correr

hacia ella con un continuo e incesante nuevo acto de amor. Por

lo tanto puedo decir que en cada pensamiento, mirada,

palabra, respiro, latido, y en todo lo demás de la criatura, corre

un acto de amor eterno. Pero si la Divinidad se propuso el

amarla siempre y en cada cosa a esta criatura, era porque

quería recibir en cada cosa la correspondencia del nuevo e

incesante amor de la criatura, quería dar amor para recibir

amor, quería amar para ser amada. ¡Pero no fue así! La

criatura no sólo no quiso mantener el compás del amor, ni

responder al eco del amor de su Creador, sino que rechazó

este amor, lo desconoció y lo ofendió. Ante esta afrenta la

Divinidad no se detuvo, sino que continuó su nuevo e incesante

amor hacia la criatura, y como la criatura no lo recibía,

quedaban llenos Cielos y tierra esperando a quien debía tomar

este amor para tener en ella la correspondencia, porque Dios

cuando decide y propone, todos los eventos en contrario no lo

cambian, sino que permanece inmutable en su inmutabilidad.

He aquí por qué pasando a otro exceso de amor, vine Yo,

Verbo del Padre, a la tierra, y tomando una Humanidad, recogí

en Mí todo este amor que llenaba Cielo y tierra para

corresponder a la Divinidad con tanto amor por cuanto había

dado y debía dar a las criaturas, y me constituí amor de cada

pensamiento, de cada mirada, de cada palabra, latido,

movimiento y paso de cada criatura. Por esto mi Humanidad

fue trabajada aun en su más pequeña fibra por las manos del

86

eterno amor de mi Padre Celestial, para darme capacidad de

poder encerrar todo el amor que la Divinidad quería dar a las

criaturas, para darle el amor de todas y constituirme amor de

cada uno de los actos de criatura. Así que cada pensamiento

tuyo está coronado por mis incesantes actos de amor; no hay

cosa en ti o fuera de ti que no esté circundada por mis

repetidos actos de amor, por eso mi Humanidad en este huerto

gime, se afana, agoniza, se siente triturada bajo el peso de

tanto amor, porque amo y no soy correspondido. Las penas del

amor son las más amargas, las más crueles, son penas sin

piedad, más dolorosas que mi misma Pasión. ¡Oh! si me

amaran, el peso de tanto amor se volvería ligero, porque el

amor correspondido queda apagado y satisfecho en el amor

mismo de quien ama, pero no correspondido llega a la locura,

delira y se siente correspondido con un acto de muerte por

aquel amor que de él salió. Mira entonces cómo fue mucho

más amarga y dolorosa la Pasión de mi amor, porque si en mi

Pasión fue una sola la muerte que me dieron, en cambio en la

Pasión del amor, tantas muertes me hicieron sufrir por cuantos

actos de amor salieron de Mí y no fui por ellos correspondido.

Por eso ven tú, hija mía, a corresponderme a tanto amor, en mi

Voluntad encontrarás como en acto todo este amor, hazlo tuyo

y constitúyete, junto Conmigo, amor de cada acto de criatura,

para corresponderme por el amor de todos”.

+ + +

87

SEXTA HORA

De las 10 a las 11 de la noche

Segunda hora de agonía en el Huerto de Getsemaní

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Oh mi dulce Jesús, ya ha pasado una hora desde que te

encontré en este huerto; el amor ha tomado el primado en

todo, haciéndote sufrir todo junto, todo lo que los verdugos te

harán sufrir a lo largo de tu amarguísima Pasión; es más, suple

y llega a hacerte sufrir lo que ellos no pueden hacerte, en las

partes más íntimas de tu divina Persona. Oh mi Jesús, te veo

vacilante en los pasos, no obstante quieres caminar. Dime, oh

mi bien, ¿a dónde quieres ir? Ah, he entendido, quieres ir a

encontrar a tus amados discípulos; yo quiero acompañarte a fin

de que si Tú vacilas yo te sostenga.

Pero, oh mi Jesús, otra amargura para tu corazón, ellos

duermen, y Tú siempre piadoso los llamas, los despiertas, y

con amor todo paterno los amonestas y les recomiendas la

vigilia y la oración, y regresas al huerto, pero te llevas otra

herida en el corazón. En esa herida veo, oh amor mío, todas

las heridas de las almas consagradas a Ti, que, o por

tentaciones, o por estado de ánimo, o por falta de mortificación,

en vez de estrecharse a Ti, de vigilar y orar, se abandonan a sí

mismas, y soñolientas, en vez de progresar en el amor y en la

unión contigo, retroceden. Cuánto te compadezco, oh amante

apasionado, y te reparo todas las ingratitudes de tus más

fieles. Son éstas las ofensas que más entristecen tu corazón

adorable, y es tal y tanta su amargura, que te hacen dar en

delirio.

Pero, oh amor sin confines, tu amor que ya bulle en tus

venas vence todo y todo olvida. Te veo postrado por tierra y

oras, te ofreces, reparas y en todo buscas glorificar al Padre

por las ofensas hechas a Él por las criaturas. También yo, oh

mi Jesús, me postro contigo y junto contigo intento hacer lo que

haces Tú.

Pero, oh Jesús, delicia de mi corazón, veo que en tropel

todos los pecados, nuestras miserias, nuestras debilidades, los

delitos más enormes, las más negras ingratitudes te vienen al

88

encuentro, se te arrojan encima, te aplastan, te atacan, te

hieren, y Tú, ¿qué haces?

La sangre que te hierve en las venas hace frente a todas

estas ofensas, rompe las venas y como ríos sale fuera, te baña

todo, corre por tierra, y das sangre por ofensas, vida por

muerte. ¡Ah amor, a qué estado te veo reducido! Tú expiras.

Oh mi bien, dulce vida mía, no te mueras, levanta la cara de

esta tierra que has bañado con tu santísima sangre, ven a mis

brazos, haz que yo muera en vez de Ti. Pero oigo la voz

trémula y moribunda de mi dulce Jesús que dice:

«¡Padre, si es posible pase de Mí este cáliz, pero no se haga

mi voluntad sino la tuya»” (Lc 22,42)

Ya es la segunda vez que oigo esto de mi dulce Jesús,

¿pero qué cosa me hace entender con este: «Padre, si es

posible pase de Mí este cáliz»

Oh Jesús, se te hacen presentes todas las rebeliones de las

criaturas; aquel «Fiat Voluntas Tua» que debía ser la vida de

cada criatura, lo ves rechazado por casi todas, y en vez de

encontrar la vida encuentran la muerte; y Tú queriendo dar la

vida a todas y hacer una solemne reparación al Padre por las

rebeliones de las criaturas, por tres veces repites:

«Padre, si es posible pase de Mí este cáliz», es decir, que

las almas sustrayéndose de nuestra Voluntad se pierdan; este

cáliz para Mí es muy amargo, pero no se haga mi voluntad,

sino la tuya.

Pero mientras dices esto, es tal y tanta tu amargura que

desfalleces, agonizas y estás a punto de dar el último respiro.

Oh mi Jesús, mi bien, ya que estás entre mis brazos quiero

también yo junto contigo, repararte y compadecerte por todos

los pecados que se cometen contra tu santísimo Querer, y al

mismo tiempo suplicarte que en todo yo haga siempre tu

santísima Voluntad. Tu Voluntad sea mi respiro, mi aire; tu

Voluntad sea mi latido, mi corazón, mi pensamiento, mi vida y

mi muerte.

Pero, ah, no mueras, ¿adónde iré sin Ti? ¿A quién me

dirigiré? ¿Quién me dará ayuda? ¡Todo terminará para mí! Ah,

no me dejes, tenme como quieras, como más te plazca, pero

tenme contigo, siempre contigo; jamás sea que por un solo

instante quede separada de Ti. Déjame endulzarte, repararte y

compadecerte por todos, porque veo que todos los pecados,

de cualquier especie que sean, pesan sobre Ti.

Por eso, amor mío, beso tu santísima cabeza, pero, ¿qué

veo? Veo todos los malos pensamientos, y Tú sientes horror de

ellos. A tu santísima cabeza cada pensamiento malo le es una

89

espina que te hiere acerbamente. Ah, ante esto es nada la

corona de espinas que te pondrán los judíos; cuántas coronas

de espinas te ponen sobre tu cabeza adorable los malos

pensamientos de las criaturas, tantas, que la sangre te chorrea

por todas partes, por la frente, de entre los cabellos. Jesús, te

compadezco y quisiera ponerte otras tantas coronas de gloria,

y para endulzarte te ofrezco todas las inteligencias angélicas y

tu misma inteligencia, para ofrecerte una compasión y una

reparación por todos.

Oh Jesús, beso tus ojos piadosos y en ellos veo todas las

malas miradas de las criaturas, que hacen correr sobre tu

rostro lágrimas de sangre. Te compadezco y quisiera endulzar

tu vista poniéndote delante todos los placeres que se puedan

encontrar en el Cielo y en la tierra.

Jesús, mi bien, beso tus santísimos oídos. ¿Pero qué

escucho? Oigo en ellos el eco de las horrendas blasfemias, los

gritos de venganza y de maledicencia; no hay voz que no

resuene en tus castísimos oídos. Oh amor insaciable, te

compadezco y quiero consolarte haciendo resonar en ellos

todas las armonías del Cielo, la voz dulcísima de la amada

Mamá, los encendidos acentos de la Magdalena y de todas las

almas amantes.

Jesús, vida mía, un beso más ardiente quiero poner en tu

rostro, cuya belleza no tiene par. Ah, éste es el rostro ante el

cual los ángeles ávidamente desean grabárselo, por la tanta

belleza que los rapta, no obstante, las criaturas lo ensucian con

salivazos, lo golpean con bofetadas y lo pisotean bajo los pies.

¡Amor mío, qué osadía! ¡Quisiera gritar tanto, para ponerlos en

fuga!

Te compadezco, y para reparar todos estos insultos me dirijo

a la Trinidad Sacrosanta para pedir el beso del Padre y del

Espíritu Santo, las inimitables caricias de sus manos

creadoras, me dirijo también a la Celestial Mamá, a fin de que

me dé sus besos, las caricias de sus manos maternas, sus

adoraciones profundas, me dirijo después a todas las almas

consagradas a Ti y todo te ofrezco para repararte por las

ofensas hechas a tu santísimo rostro.

Dulce bien mío, beso tu dulcísima boca, amargada por las

horribles blasfemias, por la náusea de las embriagueces y

gulas, por las conversaciones obscenas, por las oraciones mal

hechas, por las malas enseñanzas, por todo lo que de mal

hace el hombre con la lengua. Jesús, te compadezco y quiero

endulzar tu boca ofreciéndote todas las alabanzas angélicas y

el buen uso que hacen tantos santos cristianos de la lengua.

90

Oprimido amor mío, beso tu cuello y lo veo cargado de

sogas y cadenas por los apegos y los pecados de las criaturas.

Te compadezco y para aliviarte te ofrezco la unión indisoluble

de las divinas Personas y yo, fundiéndome en esta unión te

extiendo mis brazos, y formando en torno a tu cuello una dulce

cadena de amor, quiero alejar de ti las cuerdas de los apegos

que casi te sofocan, y para endulzarte te estrecho fuerte a mi

corazón.

Fortaleza divina, beso tus santísimos hombros. Los veo

lacerados y tus carnes casi arrancadas a pedazos por los

escándalos y los malos ejemplos de las criaturas. Te

compadezco y para aliviarte te ofrezco tus santísimos

ejemplos, los ejemplos de la Reina Mamá y los de todos los

santos; y yo, oh mi Jesús, haciendo correr mis besos sobre

cada una de estas llagas quiero encerrar en ellas a las almas

que por vía de escándalo te han sido arrancadas del corazón, y

quiero así sanar las carnes de tu santísima Humanidad.

Mi atormentado Jesús, beso tu pecho que veo herido por las

frialdades, tibiezas, falta de correspondencia e ingratitudes de

las criaturas. Te compadezco, y para endulzarte te ofrezco el

recíproco amor del Padre, de Ti y del Espíritu Santo, la

correspondencia perfecta de las tres divinas Personas, y yo, oh

mi Jesús, sumergiéndome en tu amor quiero hacerte un refugio

para poder rechazar los nuevos golpes que las criaturas te

lanzan con sus pecados, y tomando tu amor quiero con él

herirlas para que ya no se atrevan a ofenderte más, y quiero

derramarlo en tu pecho para endulzarte y sanarte.

Mi Jesús, beso tus manos creadoras, veo todas las malas

acciones de las criaturas que como otros tantos clavos

traspasan tus santísimas manos, así que no con tres clavos,

como sobre la cruz, Tú quedas traspasado, sino con tantos

clavos por cuantas obras malas cometen las criaturas. Te

compadezco, y para endulzarte te ofrezco todas las obras

santas, el valor de los mártires al dar su sangre y su vida por tu

amor; quisiera, en suma, oh Jesús mío, ofrecerte todas las

obras buenas para quitarte los tantos clavos de las obras

malas.

Oh Jesús, beso tus pies santísimos, siempre incansables en

la búsqueda de almas; en ellos encierras todos los pasos de

las criaturas, pero muchas de ellas sientes que te huyen y Tú

quisieras aferrarlas. Por cada mal paso te sientes clavar un

clavo, y Tú quieres servirte de esos mismos clavos para

clavarlas a tu amor; y tal y tanto es el dolor que sientes y el

esfuerzo que haces por clavarlas a tu amor, que te estremeces

91

todo. Mi Dios y mi bien, te compadezco, y para consolarte te

ofrezco los pasos de todas las almas fieles que exponen su

vida para salvar almas.

Oh Jesús, beso tu corazón. Tú continúas agonizando, no por

lo que te harán sufrir los judíos, sino por el dolor que te causan

todas las ofensas de las criaturas.

En estas horas Tú quieres dar el primado al amor, el

segundo lugar a todos los pecados, por los cuales Tú expías,

reparas, glorificas al Padre y aplacas a la divina Justicia; y el

tercer lugar a los judíos. Con esto muestras que la Pasión que

te harán sufrir los judíos no será otra cosa que la

representación de la doble amarguísima Pasión que te hacen

sufrir el amor y el pecado, y es por esto que yo veo en tu

corazón todo concentrado: la lanza del amor, la lanza del

pecado, y esperas la tercera lanza, la lanza de los judíos, y tu

corazón sofocado por el amor sufre contracciones violentas,

sentimientos impacientes de amor, deseos que te consumen y

latidos de fuego que quisieran dar vida a cada corazón.

Y es propiamente aquí, en el corazón, donde sientes todo el

dolor que te causan las criaturas, las cuales con sus malos

deseos, con sus desordenados afectos, con sus latidos

profanados, en vez de querer tu amor buscan otros amores.

¡Jesús, cuánto sufres! Te veo desfallecer sumergido por las

olas de nuestras iniquidades; te compadezco y quiero endulzar

la amargura de tu corazón triplemente traspasado, ofreciéndote

las dulzuras eternas y el amor dulcísimo de la amada Mamá

María y el de todos tus verdaderos amantes.

Y ahora, oh mi Jesús, haz que de tu corazón tome vida mi

pobre corazón, a fin de que no viva más que con tu solo

corazón, y en cada ofensa que recibas haz que yo esté

siempre pronta a ofrecerte un alivio, un consuelo, una

reparación, un acto de amor jamás interrumpido.

+ + +

Reflexiones de la Sexta Hora (10 PM)

14-46

Julio 28, 1922

Me sentía toda inmersa en su Santísimo Querer, y mi dulce

Jesús al venir me ha dicho:

“Hija mía, funde tu inteligencia con la mía, a fin de que

circule en todas las inteligencias de las criaturas, y reciba el

vínculo de cada uno de los pensamientos de ellas para

92

sustituirlos con tantos otros pensamientos hechos en mi

Querer, y Yo reciba la gloria como si todos los pensamientos

fuesen hechos en modo divino. Ensancha tu querer en el mío,

ninguna cosa debe escapar que no quede atrapada en la red

de la tuya y mía Voluntad; mi Querer en Mí y mi Querer en ti

deben confundirse juntos y tener los mismos confines

interminables, pero tengo necesidad de que tu querer se preste

a extenderse en el mío y no se le escape ninguna cosa creada

por Mí, a fin de que en todas las cosas escuche el eco de la

Voluntad Divina en la voluntad humana, a fin de que ahí genere

mi semejanza. Mira hija mía, Yo sufrí doble muerte por cada

una de las criaturas, una de amor y la otra de pena, porque al

crearla la creé un complejo todo de amor, por lo cual no debía

salir de ella otra cosa que amor, tanto que mi amor y el suyo

debían estar en continuas corrientes, pero el hombre no sólo

no me amó, sino que ingrato me ofendió, y Yo debía rehacer a

mi Divino Padre de esta falta de amor, y debí aceptar una

muerte de amor por cada uno, y otra de dolor por las ofensas”.

Pero mientras esto decía, veía a mi dulce Jesús todo una

llama, que lo consumía y le daba muerte por cada uno, es más,

veía que cada pensamiento, palabra, movimiento, obra, paso,

etc., eran tantas llamas que consumían a Jesús y lo vivificaban.

Entonces Jesús ha agregado: “¿No quisieras tú mi

semejanza? ¿No quisieras tú aceptar las muertes de amor

como aceptaste las muertes de dolor?”

Y yo: “¡Ah! mi Jesús, yo no sé qué me haya sucedido, siento

aún gran repugnancia por haber aceptado las de dolor, ¿cómo

podría aceptar las de amor que me parecen más duras? Yo

tiemblo al sólo pensarlo, mi pobre naturaleza se aniquila más,

se deshace. Ayúdame, dame la fuerza porque siento que no

puedo seguir adelante”.

Y Jesús todo bondad y decidido ha agregado: “Pobre hija

mía, ánimo, no temas ni quieras turbarte por la repugnancia

que sientes; es más, para tranquilizarte te digo que también

ésta es una semejanza mía. Debes saber que también mi

Humanidad, por cuan santa, deseosa a lo sumo de sufrir,

sentía esta repugnancia, pero no era mía, eran todas las

repugnancias de las criaturas que sentían en hacer el bien, en

aceptar las penas que merecían, y Yo debía sufrir estas penas

que me torturaban no poco, para dar a ellas la inclinación al

bien y hacerles más dulces las penas, tanto, que en el huerto

grité al Padre: ‘Si es posible pase de Mí este cáliz”. ¿Crees tú

que fui Yo? ¡Ah no! Te engañas, Yo amaba el sufrir hasta la

locura, amaba la muerte para dar vida a mis hijos, era el grito

93

de toda la familia humana que resonaba en mi Humanidad, y

Yo, gritando junto con ellos para darles fuerzas repetí tres

veces: ‘Si es posible pase de Mí este cáliz’. Yo hablaba a

nombre de todos, como si fueran cosa mía, pero me sentía

aplastar; así que la repugnancia que sientes no es tuya, es el

eco de la mía, si fuera tuya me habría retirado, por eso hija

mía, queriendo generar de Mí otra imagen mía, quiero que

aceptes, y Yo mismo quiero imprimir en tu voluntad

ensanchada y consumida en la mía estas mis muertes de

amor”.

Y mientras esto decía, con su santa mano me las imprimía, y

ha desaparecido. Sea todo para gloria de Dios.

+ + +

16-39

Enero 4, 1924

Estaba pensando en las palabras de Jesús en el huerto

cuando dijo: “Padre, si es posible pase de Mí este cáliz, pero,

non mea voluntas, sed Tua Fiat”. Y mi dulce Jesús moviéndose

en mi interior me ha dicho:

“Hija mía, ¿crees tú que fue el cáliz de mi Pasión por el cual

decía al Padre: Padre, si es posible pase de Mí este cáliz? No,

absolutamente no, era el cáliz de la voluntad humana que

contenía tal amargura y plenitud de vicios, que mi voluntad

humana unida a la Divina sintió tal repugnancia, terror y

espanto, que grité: ‘Padre, si es posible pase de Mí este cáliz’.

Cómo es fea la voluntad humana sin la Voluntad Divina, la cual

casi como dentro de un cáliz se encierra dentro de cada

criatura; no hay mal en las generaciones del cual ella no sea el

origen, la semilla, la fuente, y Yo, viéndome cubierto por todos

estos males que ha producido la voluntad humana, frente a la

santidad de la mía me sentía morir, y habría muerto de verdad

si la Divinidad no me hubiera sostenido. ¿Pero sabes tú por

qué agregué, y por tres veces: ‘Non mea voluntas, sed Tua

Fiat?’ Yo sentía sobre de Mí todas las voluntades de las

criaturas juntas, todos sus males, y a nombre de todas grité al

Padre: ‘No se haga más la voluntad humana en la tierra, sino la

Divina; la voluntad humana sea desterrada y la Tuya reine’. Así

que desde entonces, y lo quise hacer desde el principio de mi

Pasión, porque era la cosa que más me interesaba y la más

importante, la de llamar a la tierra el Fiat Voluntas Tua como en

el Cielo así en la tierra. Yo era el que a nombre de todos

decía: ‘Non mea voluntas, sed Tua Fiat’. Desde entonces Yo

94

constituía la época del Fiat Voluntas Tua sobre la tierra; y con

decirlo por tres veces, en la primera la impetraba, en la

segunda la hacía descender, en la tercera la constituía reinante

y dominadora; y con decir: ‘Non mea voluntas, sed Tua Fiat’,

Yo intentaba vaciar a las criaturas de su voluntad y llenarlas de

la Divina.

Antes de morir, porque no me quedaban más que horas, Yo

quise contratar con mi Padre Celestial mi primera finalidad por

la cual vine a la tierra, que la Divina Voluntad tomara su primer

lugar de honor en la criatura. El sustraerse de la Voluntad

Suprema había sido el primer acto del hombre, y por lo tanto

nuestra primera ofensa, todos sus demás males entran en el

orden secundario, y Yo debí primero realizar la finalidad del

Fiat Voluntas Tua come in Cielo così in terra, y después formar

con mis penas la Redención, porque la misma Redención entra

en el orden secundario; es siempre mi Voluntad la que tiene el

primado sobre todas las cosas, y si bien de los frutos de la

Redención se vieron los efectos, pero fue en virtud de este

contrato que Yo hice con mi Padre Divino, el que su Fiat debía

venir a reinar sobre la tierra, realizando la verdadera finalidad

de la creación del hombre y mi finalidad primaria por la cual

vine a la tierra, que el hombre pudo recibir los frutos de la

Redención, de otra manera habría faltado el orden a mi

sabiduría; si el principio del mal fue su voluntad, a ésta debía

Yo ordenar y restablecer, reunir Voluntad Divina y humana, y si

bien se vieron primero los frutos de la Redención, esto dice

nada; mi Voluntad es como un rey, que si bien es el primero

entre todos, llega al último, precediéndolo por su honor y

decoro sus pueblos, ejércitos, ministros, príncipes y toda la

corte real. Así que primero eran necesarios los frutos de mi

Redención para hacer encontrar la corte real, los pueblos, los

ejércitos, los ministros, a la altura de la Majestad de mi

Voluntad.

¿Pero sabes tú quién fue la primera en gritar junto Conmigo:

‘Non mea voluntas, sed Tua Fiat’? Fue mi pequeña recién

nacida en mi Voluntad, mi pequeña hija, que tuvo tal

repugnancia, tal espanto de su voluntad, que temblorosa se

estrechó a Mí y gritó junto Conmigo: ‘Padre, si es posible pase

de mí este cáliz de mi voluntad’, y llorando agregaste junto

Conmigo: ‘Non mea voluntas, sed Tua Fiat’. ¡Ah! sí, estuviste

tú junto Conmigo en aquel primer contrato con mi Padre

Celestial, porque se necesitaba al menos una criatura que

debía hacer válido este contrato, de otra manera, ¿a quién

darlo? ¿A quién confiarlo? Y para volver más segura la

95

custodia del contrato, te hice don de todos los frutos de mi

Pasión, formándolos a tu alrededor como un ejército

formidable, que mientras hace su cortejo real a mi Voluntad,

hace guerra encarnizada a la tuya, por eso, ánimo en el estado

en el que te encuentras, quita el pensamiento de que Yo pueda

dejarte, esto sería en menoscabo de mi Querer, siendo que

tengo el contrato de mi Voluntad depositado en ti. Por eso

estate en paz, es mi Voluntad que te prueba, que quiere no

sólo purificarte sino destruir aun la sombra de tu voluntad, por

eso con toda paz sigue el vuelo en mi Querer, no te preocupes

por nada, tu Jesús hará de manera que todo lo que pueda

suceder dentro y fuera de ti, hará resaltar mayormente mi

Voluntad, y ensanchará en ti los confines de la mía en tu

voluntad humana; soy Yo quien llevará la batuta en tu interior,

para dirigir todo en ti según mi Querer. Yo no me ocupé de otra

cosa sino sólo de la Voluntad de mi Padre, y como todas las

cosas están en Ella, por eso me ocupé de todo; y si enseñé

alguna oración, no fue otra sino que la Divina Voluntad se haga

como en el Cielo así en la tierra, pero era la oración que

encierra todo. Así que Yo no giraba sino sólo en torno a la

Voluntad Suprema, mis palabras, mis penas, mis obras, mis

latidos estaban llenos de Voluntad Celestial. Así quiero que

hagas tú, debes girar tanto en torno a Ella, hasta hacerte

quemar por el aliento eterno del fuego de mi Voluntad, de

manera que pierdas cualquier otro conocimiento, y no sepas

otra cosa, sino sólo y siempre mi Querer”.

+ + +

96

97

SÉPTIMA HORA

De las 11 a las 12 de la noche

Tercera hora de agonía en el Huerto de Getsemaní

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Dulce bien mío, mi corazón no resiste; te miro y veo que

sigues agonizando. La sangre a ríos te escurre por todo el

cuerpo y con tanta abundancia, que no sosteniéndote en pie

has caído en un lago de sangre. ¡Oh mi amor, se me rompe el

corazón al verte tan débil y agotado! Tu rostro adorable y tus

manos creadoras se apoyan en la tierra y se llenan de sangre;

me parece que a los ríos de iniquidad que te mandan las

criaturas, Tú quieras dar ríos de sangre para hacer que estas

culpas queden ahogadas en ellos y así, con eso, dar a cada

uno el reescrito de tu perdón. Pero, oh mi Jesús, reanímate, es

demasiado lo que sufres; baste hasta aquí a tu amor.

Y mientras parece que mi amable Jesús muere en su propia

sangre, el amor le da nueva vida. Lo veo moverse con

dificultad, se pone de pie y así, manchado de sangre y de

fango, parece que quiere caminar, pero no teniendo fuerzas

con trabajo se arrastra. Dulce vida mía, deja que te lleve entre

mis brazos. ¿Vas tal vez a tus amados discípulos? Pero cual

no es el dolor de tu adorable corazón al encontrarlos de nuevo

dormidos. Y Tú con voz temblorosa y apagada los llamas:

«Hijos míos, no duerman, la hora está próxima, ¿no ven a

qué estado me he reducido? Ah, ayúdenme, no me abandonen

en estas horas extremas».

Y casi vacilante estás a punto de caer a su lado, mientras

Juan extiende los brazos para sostenerte. Estás tan

irreconocible que si no hubiera sido por la suavidad y dulzura

de tu voz, no te habrían reconocido. Después,

recomendándoles que estén despiertos y que oren, regresas al

huerto, pero con una segunda herida en el corazón. En esta

herida veo, mi bien, todas las culpas de aquellas almas que, no

obstante, las manifestaciones de tus favores en dones, besos y

caricias, en las noches de la prueba, olvidándose de tu amor y

de tus dones, quedan somnolientas y adormiladas, perdiendo

así el espíritu de continua oración y vigilancia.

98

Mi Jesús, es cierto que después de haberte visto, después

de haber gustado tus dones, para permanecer privados y

resistir se necesita gran fuerza, sólo un milagro puede hacer

que tales almas resistan la prueba. Por eso, mientras te

compadezco por esas almas, cuyas negligencias, ligerezas y

ofensas son las más amargas a tu corazón, te ruego que en

caso de que ellas llegasen a dar un solo paso que pueda en lo

más mínimo disgustarte, las circundes de tanta gracia que las

detengas, para que no pierdan el espíritu de continua oración.

Mi dulce Jesús, mientras regresas al huerto, parece que no

puedes más; levantas al Cielo la cara manchada de sangre y

de tierra y por tercera vez repites:

«Padre, si es posible pase de Mí este cáliz. Padre Santo,

ayúdame, tengo necesidad de consuelo; es verdad que por las

culpas que he tomado sobre Mí soy repugnante, despreciable,

el último entre los hombres ante tu Majestad infinita; tu Justicia

está indignada conmigo; pero mírame, Oh Padre, soy siempre

tu Hijo, que formo una sola cosa contigo. ¡Ah, ayuda, piedad oh

Padre, no me dejes sin consuelo!»

Después me parece oír, oh dulce bien mío, que llamas en tu

ayuda a la amada Mamá:

«Dulce Mamá, estréchame entre tus brazos como me

estrechabas siendo niño; dame aquella leche que tomaba de ti

para darme fuerzas y endulzar las amarguras de mi agonía;

dame tu corazón que es todo mi contento. Mamá mía,

Magdalena, amados apóstoles, todos ustedes que me aman,

ayúdenme, confórtenme, no me dejen solo en estos momentos

extremos, háganme todos corona a mi alrededor, denme por

consuelo su compañía y su amor».

Jesús, amor mío, ¿quién puede resistir el verte en estos

extremos? ¿Qué corazón será tan duro que no se rompa al

verte ahogado en sangre? ¿Quién no derramará a torrentes

amargas lágrimas al escuchar los dolorosos acentos que

buscan ayuda y consuelo?

Jesús mío, consuélate; veo que ya el Padre te envía un

ángel como consuelo y ayuda, para que puedas salir de éste

estado de agonía y puedas entregarte en manos de los judíos.

Y mientras estés con el ángel, yo recorreré Cielo y tierra. Tú

me permitirás que tome esta sangre que has derramado, a fin

de que pueda darla a todos los hombres como prenda de la

salvación de cada uno y llevarte por consuelo y en

correspondencia, sus afectos, latidos, pensamientos, pasos y

obras.

99

Celestial Mamá mía, vengo a Ti para que vayamos juntas a

todas las almas dándoles la sangre de Jesús. Dulce Mamá,

Jesús quiere consuelo, y el mayor consuelo que le podemos

dar es llevarle almas.

Magdalena, acompáñanos; ángeles todos, venid a ver a qué

estado se ha reducido Jesús. Él quiere consuelo de todos y es

tal y tanto el abatimiento en el cual se encuentra, que no

rechaza ninguno.

Jesús mío, mientras bebes el cáliz lleno de intensas

amarguras que el Padre te ha enviado, oigo que suspiras más,

que gimes y que deliras, y con voz sofocada dices:

«¡Almas, almas, vengan, alívienme, tomen su puesto en mi

Humanidad, las quiero, las suspiro! ¡Ah, no sean sordas a mi

voz, no hagan vanos mis deseos ardientes, mi sangre, mi

amor, mis penas! ¡Vengan, almas, vengan!»

Delirante Jesús, cada gemido tuyo y suspiro es una herida a

mi corazón, que no me da paz, por lo que hago mía tu sangre,

tu Querer, tu ardiente celo, tu amor, y girando por Cielo y tierra

quiero ir a todas las almas para darles tu sangre como prenda

de su salvación y llevártelas a Ti para calmar tus deseos, tus

delirios y endulzar las amarguras de tu agonía. Y mientras

hago esto, Tú acompáñame con tu mirada.

Mamá mía, vengo a Ti porque Jesús quiere almas, quiere

consuelo. Así que dame tu mano materna y giremos juntas por

todo el mundo en busca de almas. Encerremos en su sangre

los afectos, los deseos, los pensamientos, las obras, los pasos

de todas las criaturas, y arrojemos en sus almas las llamas del

corazón de Jesús, a fin de que se rindan, y así, encerradas en

su sangre y transformadas en sus llamas, las conduciremos en

torno a Jesús para endulzarle las penas de su amarguísima

agonía.

Ángel mío de mi guarda, precédenos tú, y ve disponiendo a

las almas que han de recibir esta sangre, a fin de que ninguna

gota quede sin su copioso efecto. ¡Mamá mía, pronto, giremos!

Veo la mirada de Jesús que nos sigue, escucho sus repetidos

sollozos que nos incitan a apresurar nuestra tarea.

Y he aquí, Mamá, a los primeros pasos nos encontramos a

las puertas de las casas donde yacen los enfermos. ¡Cuántos

miembros desgarrados! Cuántos bajo la atrocidad de los

dolores prorrumpen en blasfemias e intentan quitarse la vida,

otros son abandonados por todos y no tienen quién les dé una

palabra de consuelo, ni los más necesarios socorros, y por eso

mayormente maldicen y se desesperan. Ah, Mamá, escucho

los sollozos de Jesús que ve correspondidas con ofensas sus

100

más delicadas predilecciones de amor que hacen sufrir a las

almas para volverlas semejantes a Él.

Ah, démosles su sangre, a fin de que les suministre las

ayudas necesarias y con su luz les haga comprender el bien

que hay en el sufrir y la semejanza que adquieren con Jesús; y

tú Mamá mía, ponte a su lado y como Madre afectuosa toca

con tus manos maternas sus miembros doloridos, alivia sus

dolores, tómalas en tus brazos y de tu corazón derrama

torrentes de gracias sobre todas sus penas.

Haz compañía a los abandonados, consuela a los afligidos,

a quien carece de los medios necesarios dispón tú almas

generosas que los socorran, a quien se encuentra bajo la

atrocidad de los dolores obtenles tregua y reposo, y así,

fortalecidos, puedan con más paciencia soportar cuanto Jesús

dispone para ellos.

Sigamos nuestro recorrido y entremos en las habitaciones

de los moribundos. ¡Mamá mía, qué terror, cuántas almas

están por caer en el infierno, cuántas después de una vida de

pecado quieren dar el último dolor a ese corazón

repetidamente traspasado, coronando su último respiro con un

acto de desesperación!

Muchos demonios están en torno a ellas infundiendo en su

corazón terror y espanto de los divinos juicios, y así dar el

último asalto para llevarlas al infierno, quisieran hacer salir las

llamas infernales para envolverlas en ellas y así no dar lugar a

la esperanza. Otras, atadas a los vínculos de la tierra no saben

resignarse a dar el último paso; ah Mamá, los momentos son

extremos, tienen mucha necesidad de ayuda, ¿no ves cómo

tiemblan? ¿Cómo se debaten entre los espasmos de la

agonía? ¿Cómo piden ayuda y piedad?

¡La tierra ya ha desaparecido para ellas! Mamá Santa, pon

tu mano materna sobre sus heladas frentes, acoge Tú sus

últimos respiros; demos a cada moribundo la sangre de Jesús,

y así, poniendo en fuga a los demonios, disponga a todos a

recibir los últimos sacramentos y a una buena y santa muerte.

Por consuelo démosles la agonía de Jesús, sus besos, sus

lágrimas, sus llagas; rompamos las ataduras que los tienen

atados, hagamos oír a todos la palabra del perdón y

pongámosles tal confianza en el corazón, que hagamos que se

arrojen en los brazos de Jesús. Y así, cuando Él los juzgue los

encontrará cubiertos con su sangre, abandonados en sus

brazos y a todos les dará su perdón.

Continuemos aún, oh Mamá; tu mirada materna vea con

amor la tierra y se mueva a compasión de tantas pobres

101

criaturas que tienen necesidad de esta sangre. Mamá mía, me

siento incitada por la mirada indagadora de Jesús a correr,

porque quiere almas; oigo sus gemidos en el fondo de mi

corazón que me repiten:

«¡Hija mía, ayúdame, dame almas!»

Pero mira, oh Mamá, cómo la tierra está llena de almas que

están por caer en el pecado y Jesús rompe en llanto viendo a

su sangre sufrir nuevas profanaciones. Se requiere un milagro

que les impida la caída, por eso démosles la sangre de Jesús,

para que encuentren en ella la fuerza y la gracia para no caer

en el pecado.

Un paso más, Mamá mía, y he aquí almas ya caídas en la

culpa, las cuales quisieran una mano que las levante, Jesús las

ama pero las mira horrorizado porque están enfangadas, y su

agonía se hace más intensa. Démosles la sangre de Jesús, y

así encuentren esa mano que las levante. Mira, oh Mamá, son

almas que tienen necesidad de esta sangre, almas muertas a

la gracia; ¡oh cómo es deplorable su estado! El Cielo las mira y

llora con dolor, la tierra las mira con repugnancia, todos los

elementos están contra ellas y quisieran destruirlas, porque

son enemigas del Creador. Ah Mamá, la sangre de Jesús

contiene la vida, démosla pues a fin de que a su contacto estas

almas renazcan, pero renazcan más bellas, tanto, que hagan

sonreír a todo el Cielo y a toda la tierra.

Giremos aún, oh Mamá; mira, hay almas que llevan la marca

de la perdición, almas que pecan y huyen de Jesús, que lo

ofenden y tienen desesperanza de su perdón, son los nuevos

Judas esparcidos por la tierra, y que traspasan ese corazón tan

amargado. Démosles la sangre de Jesús, a fin de que esta

sangre les borre la marca de la perdición y les imprima la de la

salvación; ponga en sus corazones tal confianza y amor

después de la culpa, que los haga correr a los pies de Jesús y

estrecharse a esos pies divinos para no separarse de ellos

jamás.

Mira, oh Mamá, hay almas que corren alocadamente hacia la

perdición y no hay quien las detenga en su carrera. Ah,

pongamos esta sangre delante a sus pies, para que al tocarla,

ante su luz y sus voces suplicantes porque las quiere salvas,

puedan retroceder y ponerse en el camino de la salvación.

Continuemos, Mamá, nuestro giro; mira, hay almas buenas,

almas inocentes en las que Jesús encuentra sus

complacencias y el reposo en la Creación, pero las criaturas

van a su alrededor con tantas insidias y escándalos, para

arrancar esta inocencia y convertir las complacencias y el

102

reposo de Jesús en llanto y amarguras, como si no tuvieran

otra mira que el dar continuos dolores a ese corazón divino.

Sellemos y circundemos pues su inocencia con la sangre de

Jesús, como si fuera un muro de defensa, a fin de que no entre

en ellas la culpa; con esa sangre pon en fuga a quien quisiera

contaminarlas, y las conserve puras y sin mancha, a fin de que

Jesús encuentre su reposo en la Creación y todas sus

complacencias, y por amor a ellas se mueva a piedad de tantas

otras pobres criaturas.

Mamá mía, pongamos a estas almas en la sangre de Jesús,

atémoslas una y otra vez con el Santo Querer de Dios,

llevémoslas a sus brazos, y con las dulces cadenas de su

amor, atémoslas a su corazón para endulzar las amarguras de

su mortal agonía.

Pero escucha, oh Mamá, esta sangre grita y quiere todavía

otras almas; corramos juntas y vayamos a las regiones de los

herejes y de los infieles. ¡Cuánto dolor no siente Jesús en

estas regiones! Él, que es vida de todos, no recibe en

correspondencia ni siquiera un pequeño acto de amor y no es

conocido por sus mismas criaturas.

Ah Mamá, démosles esta sangre a fin de que les disipe las

tinieblas de la ignorancia y de la herejía, les haga comprender

que tienen un alma, y abra a ellas el Cielo. Después

pongámoslas todas en la sangre de Jesús y conduzcámoslas

en torno a Él como tantos hijos huérfanos y exiliados que

encuentran a su Padre, y así Jesús se sentirá confortado en su

amarguísima agonía.

Pero parece que Jesús no está aún contento, porque quiere

otras almas aún. Las almas de los moribundos en estas

regiones se las siente arrancar de sus brazos para ir a caer en

el infierno. Estas almas están ya a punto de expirar y

precipitarse en el abismo, no hay nadie a su lado para

salvarlas; el tiempo apremia, los momentos son extremos y se

perderán sin duda. No, Mamá, esta sangre no será derramada

inútilmente por ellas, por eso volemos inmediatamente hacia

ellas, derramemos la sangre de Jesús sobre su cabeza y les

sirva de bautismo e infunda en ellas Fe, Esperanza y Amor.

Ponte a su lado, Mamá, suple todo lo que les falta, más aún,

déjate ver, en tu rostro resplandece la belleza de Jesús, tus

modos son en todo iguales a los suyos, y así, viéndote a Ti,

con certeza podrán conocer a Jesús; después estréchalas a tu

corazón materno, infunde en ellas la vida de Jesús que Tú

posees, diles que siendo Tú su Madre las quieres para siempre

felices contigo en el Cielo, y así, mientras expiran, recíbelas en

103

tus brazos y haz que de los tuyos pasen a los de Jesús; y si

Jesús mostrase, según los derechos de la Justicia, que no las

quiere recibir, recuérdale el amor con el que te las confió bajo

la cruz, reclama tus derechos de Madre, de manera que a tu

amor y a tus plegarias Él no sabrá resistir, y mientras

contentará tu corazón, contentará también sus ardientes

deseos.

Y ahora, oh Mamá, tomemos esta sangre y démosla a todos:

A los afligidos, para que por ella reciban consuelo; a los

pobres, para que sufran resignados su pobreza; a los que son

tentados, para que obtengan la victoria; a los incrédulos, para

que triunfe en ellos la virtud de la fe; a los blasfemos, para que

cambien las blasfemias en bendiciones; a los sacerdotes, a fin

de que comprendan su misión y sean dignos ministros de

Jesús. Con esta sangre toca sus labios, a fin de que no digan

palabras que no sean de gloria de Dios; toca sus pies para que

corran y vuelen en busca de almas para conducirlas a Jesús.

Demos esta sangre a los que rigen los pueblos, para que

estén unidos entre ellos y tengan mansedumbre y amor hacia

sus súbditos.

Volemos ahora al purgatorio y démosla también a las almas

purgantes, pues ellas lloran y suplican esta sangre para su

liberación. ¿No escuchas, Mamá, sus gemidos, sus delirios de

amor que las torturan, y cómo continuamente se sienten

atraídas hacia el sumo bien?

Mira cómo Jesús mismo quiere purificarlas para tenerlas

cuanto antes consigo, las atrae con su amor, y ellas le

corresponden con continuos ímpetus de amor hacia Él, pero al

encontrarse en su presencia, no pudiendo aún sostener la

pureza de la divina mirada, son obligadas a retroceder y a caer

de nuevo en las llamas. Mamá mía, descendamos en esta

profunda cárcel y derramando sobre ellas esta sangre,

llevémosles la luz, mitiguemos sus delirios de amor,

extingamos el fuego que las quema, purifiquémoslas de sus

manchas, y así, libres de toda pena, vuelen a los brazos del

sumo bien.

Demos esta sangre a las almas más abandonadas, a fin de

que encuentren en ella todos los sufragios que las criaturas les

niegan; a todas, oh Mamá, demos esta sangre, no privemos a

ninguna, a fin de que todas en virtud de ella encuentren alivio y

liberación. Haz de reina en estas regiones de llanto y de

lamentos, extiende tus manos maternas y una a una sácalas

de estas llamas ardientes, y haz que todas emprendan el vuelo

hacia el Cielo.

104

Y ahora hagamos también nosotras un vuelo hacia el Cielo.

Pongámonos a las puertas eternas, y permíteme, oh Mamá,

que también a Ti te dé esta sangre para tu mayor gloria. Esta

sangre te inunde de nueva luz y de nuevos contentos, y haz

que esta luz descienda en beneficio de todas las criaturas para

dar a todas gracias de salvación.

Mamá mía, dame también a mí esta sangre; Tú sabes

cuánto la necesito. Con tus mismas manos maternas retoca

todo mi ser con esta sangre, y retocándome purifica mis

manchas, sana mis llagas, enriquece mi pobreza; haz que esta

sangre circule en mis venas y me dé toda la vida de Jesús,

descienda en mi corazón y me lo transforme en el corazón

mismo de Jesús, me embellezca tanto que Jesús pueda

encontrar todos sus contentos en mí.

Ahora sí, oh Mamá, entremos a las regiones Celestiales y

demos esta sangre a todos los santos, a todos los ángeles, a

fin de que puedan recibir mayor gloria, prorrumpir en himnos de

agradecimiento a Jesús y rueguen por nosotros, y así en virtud

de esta sangre podamos un día reunirnos con ellos. Y después

de haber dado a todos esta sangre, vayamos de nuevo a

Jesús.

Ángeles, santos, vengan con nosotras; ah, Él suspira las

almas, quiere hacerlas reentrar a todas en su Humanidad para

darles a todas los frutos de su sangre. Pongámoslas en torno a

Él y se sentirá regresar la vida y recompensar por la

amarguísima agonía que ha sufrido. Y ahora Mamá santa,

llamemos a todos los elementos a hacerle compañía a fin de

que también ellos le den honor a Jesús.

Oh luz del sol, ven a disipar las tinieblas de esta noche para

dar consuelo a Jesús; oh estrellas, con vuestros trémulos rayos

descended del cielo y venid a dar consuelo a Jesús; flores de

la tierra, venid con vuestro perfume; pajarillos, venid con

vuestros trinos; elementos todos de la tierra, venid a confortar a

Jesús. Ven, oh mar, a refrescar y a lavar a Jesús, Él es nuestro

Creador, nuestra vida, nuestro todo; vengan todos a

confortarlo, a rendirle homenaje como a nuestro soberano

Señor. Pero, ay, Jesús no busca luz, estrellas, flores, pájaros,

Él quiere almas, almas.

Helas aquí, dulce bien mío, a todas juntas conmigo; a tu lado

está la amada Mamá, descansa entre sus brazos, también Ella

tendrá consuelo al estrecharte a su seno, pues ha tomado

mucha parte en tu dolorosa agonía; también está aquí

Magdalena, está Marta, y todas las almas amantes de todos

los siglos. Oh Jesús, acéptalas, y diles a todas una palabra de

105

perdón y de amor; átalas a todas en tu amor, a fin de que

ningún alma te huya más. Pero me parece que dices:

«¡Ah! Hija, ¡cuántas almas por la fuerza huyen de Mí y se

precipitan en la ruina eterna! ¿Cómo podrá entonces calmarse

mi dolor, si Yo amo tanto a una sola alma cuanto amo a todas

las almas juntas?»

Conclusión de la Agonía

Agonizante Jesús, mientras parece que está por apagarse tu

vida, oigo ya el estertor de la agonía, veo tus bellos ojos

eclipsados por la cercana muerte, tus santísimos miembros

abandonados, y frecuentemente siento que no respiras más, y

siento que el corazón se me rompe por el dolor. Te abrazo y te

siento helado; te muevo y no das señales de vida. ¿Jesús, has

muerto?

Afligida Mamá, ángeles del Cielo, vengan a llorar a Jesús y

no permitan que yo continúe viviendo sin Él, porque no puedo.

Me lo estrecho más fuerte y oigo que da otro respiro y de

nuevo no da señales de vida, y yo lo llamo: «¡Jesús, Jesús,

vida mía, no te mueras! Ya oigo el ruido de tus enemigos que

vienen a prenderte, ¿quién te defenderá en el estado en que te

encuentras?» Y Él, sacudido, parece que resurge de la muerte

a la vida, me mira y me dice:

«Hija, ¿estás aquí? ¿Has sido entonces espectadora de mis

penas y de las tantas muertes que he sufrido? Debes saber, oh

hija, que en estas tres horas de amarguísima agonía he

reunido en Mí todas las vidas de las criaturas, y he sufrido

todas sus penas y sus mismas muertes, dando a cada una mi

misma vida.

Mis agonías sostendrán las suyas; mis amarguras y mi

muerte se cambiarán para ellas en fuente de dulzura y de vida.

¡Ah, cuánto me cuestan las almas! ¡Si fuese al menos

correspondido! Por eso tú has visto que mientras moría, volvía

a respirar, eran las muertes de las criaturas que sentía en Mi»

Mi atormentado Jesús, ya que has querido encerrar en Ti

también mi vida, y por lo tanto también mi muerte, te ruego por

esta tu amarguísima agonía, que vengas a asistirme en el

momento de mi muerte. Yo te he dado mi corazón como

refugio y reposo, mis brazos para sostenerte y todo mi ser a tu

disposición, y yo, oh, de buena gana me entregaría en manos

de tus enemigos para poder morir yo en lugar tuyo.

Ven, oh vida de mi corazón en aquel momento a darme lo

que te he dado, tu compañía, tu corazón como lecho y

106

descanso, tus brazos como sostén, tu respiro afanoso para

aliviar mis afanes, de modo que conforme respire, respiraré por

medio de tu respiro, que como aire purificador me purificará de

toda mancha y me dispondrá al ingreso de la eterna

bienaventuranza.

Más aún mi dulce Jesús, aplicarás a mi alma toda tu

santísima Humanidad, de modo que mirándome me verás a

través de Ti mismo, y mirándote a Ti mismo en mí, no

encontrarás nada de qué juzgarme; después me bañarás en tu

sangre, me vestirás con la cándida vestidura de tu santísima

Voluntad, me adornarás con tu amor y dándome el último beso

me harás emprender el vuelo de la tierra al Cielo. Y ahora te

ruego que hagas esto que quiero para mí, a todos los

agonizantes; estréchatelos a todos en tu abrazo de amor y

dándoles el beso de la unión contigo sálvalos a todos y no

permitas que ninguno se pierda.

Afligido bien mío, te ofrezco esta hora santa en memoria de

tu Pasión y Muerte, para desarmar la justa ira de Dios por los

tantos pecados, por la conversión de todos los pecadores, por

la paz de los pueblos, por nuestra santificación y en sufragio de

las almas del purgatorio.

Pero veo que tus enemigos están ya cerca y Tú quieres

dejarme para ir a su encuentro. Jesús, permíteme que te de un

beso en tus labios, en los cuales Judas osará besarte con su

beso infernal; permíteme que te limpie el rostro bañado en

sangre, sobre el cual lloverán bofetadas y salivazos, y

estrechándome fuerte a tu corazón, yo no te dejo, sino que te

sigo y Tú me bendices y me asistes.

+ + +

Reflexiones de la Séptima Hora (11 PM)

13-34

Noviembre 19, 1921

Estaba haciendo compañía a mi Jesús agonizante en el

Huerto de Getsemaní, y por cuanto me era posible lo

compadecía, lo estrechaba fuerte a mi corazón tratando de

secarle el sudor mortal, y mi doliente Jesús, con voz apagada y

agonizante me ha dicho:

“Hija mía, dura y penosa fue mi agonía en el Huerto, quizá

más penosa que la de la cruz, porque si ésta fue el

cumplimiento y el triunfo sobre todos, aquí en el Huerto fue el

principio, y los males se sienten más al principio que cuando

107

están por terminar, en esta agonía la pena más desgarradora

fue cuando se me hicieron presentes uno por uno todos los

pecados, mi Humanidad comprendió toda la enormidad de

ellos y cada delito llevaba el sello de “muerte a un Dios”, y

estaba armado con espada para matarme. Delante a la

Divinidad la culpa me aparecía tan horrenda y más horrible que

la misma muerte; sólo al comprender qué significa pecado, Yo

me sentía morir y moría en realidad, grité al Padre y fue

inexorable, no hubo uno solo que al menos me diera una ayuda

para no hacerme morir, grité a todas las criaturas que tuvieran

piedad de Mí, pero en vano, así que mi Humanidad languidecía

y estaba por recibir el último golpe de la muerte, pero ¿sabes

tú quién impidió la ejecución y sostuvo mi Humanidad para no

morir? Primero fue mi inseparable Mamá, Ella al oírme pedir

ayuda voló a mi lado y me sostuvo, y Yo apoyé mi brazo

derecho en Ella, la miré casi agonizante y encontré en Ella la

inmensidad de mi Voluntad íntegra, sin haber habido nunca

ruptura alguna entre mi Voluntad y la suya. Mi Voluntad es

Vida, y como la Voluntad del Padre era inamovible, y la muerte

me venía de las criaturas, otra criatura que encerraba la Vida

de mi Voluntad me daba la vida. Y he aquí que mi Mamá, que

en el portento de mi Voluntad me concibió y me hizo nacer en

el tiempo, y ahora me da por segunda vez la vida para

hacerme cumplir la obra de la Redención. Después miré a la

izquierda y encontré a la pequeña hija de mi Querer, te

encontré a ti como primera, con el séquito de las otras hijas de

mi Voluntad, y así como a mi Mamá la quise Conmigo como

primer eslabón de la misericordia, con el cual debíamos abrir

las puertas a todas las criaturas, por eso quise apoyar en Ella

la derecha; a ti te quise como primer eslabón de la justicia,

para impedir que se descargase sobre todas las criaturas como

se merecen, por eso quise apoyar la izquierda, a fin de que la

sostuvieras junto Conmigo. Entonces, con estos dos apoyos Yo

me sentí dar nuevamente la vida, y como si nada hubiera

sufrido, con paso firme fui al encuentro de mis enemigos, y en

todas las penas que sufrí en mi Pasión, muchas de ellas

capaces de darme la muerte, estos dos apoyos no me dejaban

jamás, y cuando me veían a punto de morir, con mi Voluntad

que contenían me sostenían y me daban como tantos sorbos

de vida. ¡Oh! los prodigios de mi Querer, ¿quién puede jamás

numerarlos y calcular su valor? Por eso amo tanto a quien vive

de mi Querer, reconozco en ella mi retrato, mis nobles rasgos,

siento en ella mi mismo aliento, mi voz, y si no la amase me

defraudaría a Mí mismo, sería como un padre sin generación,

108

sin el noble cortejo de su corte y sin la corona de sus hijos, y si

no tuviera la generación, la corte, la corona, ¿cómo podría

llamarme Rey? Así que mi reino es formado por aquellos que

viven en mi Voluntad, y de este reino escojo la Madre, la Reina,

los hijos, los ministros, el ejército, el pueblo, Yo soy todo para

ellos y ellos son todos para Mí”.

Después estaba pensando en lo que Jesús me decía, y

decía entre mí: “¿Cómo se hace para poner en práctica esto?”

Y Jesús regresando ha agregado:

“Hija mía, las verdades para conocerlas, es necesario que

haya voluntad y el deseo de conocerlas. Supón una estancia

con las persianas cerradas, por cuanto sol haya afuera la

estancia está siempre en oscuridad; ahora, abrir las persianas

significa querer la luz, pero esto no basta si no se aprovecha la

luz para reordenar la estancia, sacudirla, ponerse a trabajar,

porque si no, es como matar esa luz y hacerse ingrato por la

luz recibida. Así no basta tener voluntad de conocer las

verdades, si a la luz de la verdad que lo ilumina no busca

sacudirse de sus debilidades y reordenarse según la luz de la

verdad que conoce, y junto con la luz de la verdad ponerse a

trabajar haciendo de ella sustancia propia,“” en modo de

trasparentar por su boca, por sus manos, por su

comportamiento, la luz de la verdad que ha absorbido,

entonces sería como si asesinara la verdad, y con no ponerla

en práctica sería estarse en pleno desorden delante de esa luz.

Pobre estancia, llena de luz pero toda desordenada,

trastornada y en pleno desorden, y una persona dentro que no

se preocupa de reordenarla, ¿qué compasión no daría? Tal es

quien conoce las verdades y no las pone en práctica.

Has de saber que en todas las verdades, como primer

alimento entra la simplicidad, si las verdades no fueran

simples, no serían luz y no podrían penetrar en las mentes

humanas para iluminarlas, y donde no hay luz no se pueden

distinguir los objetos; la simplicidad no sólo es luz, sino es

como el aire que se respira, que aunque no se ve da la

respiración a todo, y si no fuese por el aire, la tierra y todos

quedarían sin movimiento, así que si las virtudes, las verdades,

no llevan la marca de la simplicidad, serán sin luz y sin aire”.

+ + +

109

14-20

Abril 8, 1922

Encontrándome en mi habitual estado, estaba pensando en

el dolor que sufrió mi dulce Jesús en el huerto de Getsemaní,

cuando se presentaron ante su santidad todas nuestras culpas,

y Jesús todo afligido, en mi interior me ha dicho:

“Hija mía, mi dolor fue grande e incomprensible a la mente

creada, especialmente cuando vi la inteligencia humana

deformada, mi bella imagen que hice reproducir en ella, no más

bella, sino fea, horrible. Yo doté al hombre de voluntad,

inteligencia y memoria; en la primera refulgía mi Padre

Celestial, el cual como acto primero comunicaba su potencia,

su santidad, su altura, por lo cual elevaba a la voluntad

humana invistiéndola de su misma santidad, potencia y

nobleza, dejando todas las corrientes abiertas entre Él y la

voluntad humana, a fin de que siempre más se enriqueciera de

los tesoros de mi Divinidad; entre la voluntad humana y la

Divina no había tuyo ni mío, sino todo en común, con acuerdo

recíproco, era imagen nuestra, cosa nuestra, así que ella nos

reflejaba, por lo tanto nuestra Vida debía ser la suya, y por eso

constituía como acto primero su voluntad libre, independiente,

como era acto primero la Voluntad de mi Padre Celestial, pero

esta voluntad cuánto se ha desfigurado, de libre se ha vuelto

esclava de vilísimas pasiones. ¡Ah! es ella el principio de todos

los males del hombre, no se reconoce más, cómo ha

descendido de su nobleza, da asco mirarla.

Después, como acto segundo concurrí Yo, Hijo de Dios,

dotando al hombre de inteligencia, comunicándole mi

sabiduría, la ciencia de todas las cosas, a fin de que

conociéndolas pudiese gustar y hacerse feliz en el bien. Pero,

¡ay de Mí! Qué mar de vicios es la inteligencia de la criatura, de

la ciencia se ha servido para desconocer a su Creador.

Y después, como acto tercero concurrió el Espíritu Santo,

dotándolo de memoria, a fin de que recordándose de tantos

beneficios, pudiera estar en continuas corrientes de amor, en

continuas relaciones, el amor debía coronarla, abrazarla e

informar toda su vida. ¡Pero cómo queda contristado el Eterno

Amor! Esta memoria se recuerda de los placeres, de las

riquezas y hasta de pecar, y la Trinidad Sacrosanta es puesta

fuera de los dones dados a su criatura. Mi dolor fue

indescriptible al ver la deformidad de las tres potencias del

hombre, habíamos formado nuestra morada en él, y él nos

había arrojado fuera”.

110

111

OCTAVA HORA

De las 12 de la noche a la 1 de la mañana

La captura de Jesús

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Oh Jesús mío, ya es media noche; escuchas que se

aproximan los enemigos, y Tú limpiándote y enjugándote la

sangre, reanimado por los consuelos recibidos vas de nuevo a

donde están tus amados discípulos, los llamas, los amonestas

y te los llevas junto contigo, y vas al encuentro de tus

enemigos, queriendo reparar con tu prontitud mi lentitud, mi

desgano y pereza en el obrar y en el sufrir por amor tuyo.

Pero, oh dulce Jesús, mi bien, que escena tan conmovedora

veo: Al primero que encuentras es al pérfido Judas, el cual

acercándose a Ti y poniéndote un brazo alrededor de tu cuello

te saluda y te besa; y Tú, amor entrañable, no desdeñas besar

aquellos labios infernales, lo abrazas y te lo estrechas al

corazón, queriéndolo arrancar del infierno y dándole muestras

de nuevo amor.

Mi Jesús, ¿cómo es posible no amarte? Es tanta la ternura

de tu amor que debiera arrebatar a cada corazón a amarte, y

sin embargo no te aman. Y Tú, oh mi Jesús, en este beso de

Judas, soportándolo, reparas las traiciones, los fingimientos,

los engaños bajo aspecto de amistad y de santidad,

especialmente de los sacerdotes. Tu beso, además, manifiesta

que a ningún pecador, con tal de que venga a Ti humillado,

rehusarías darle el perdón.

Ternísimo Jesús mío, ya te entregas en manos de tus

enemigos, dándoles el poder de hacerte sufrir lo que ellos

quieran. También yo, oh mi Jesús, me entrego en tus manos, a

fin de que Tú, libremente, puedas hacer de mí lo que más te

agrade; y junto contigo quiero seguir tu Voluntad, tus

reparaciones y sufrir tus penas. Quiero estar siempre en torno

a Ti para hacer que no haya ofensa que no te repare, amargura

que no endulce, salivazos y bofetadas que recibas que no

vayan seguidas por un beso y una caricia mía.

En tus caídas, mis manos estarán siempre dispuestas a

ayudarte para levantarte. Así que siempre contigo quiero estar,

oh mi Jesús, ni siquiera un minuto quiero dejarte solo; y para

112

estar más segura, ponme dentro de Ti, y yo estaré en tu mente,

en tus miradas, en tu corazón y en todo Tú mismo, para hacer

que lo que haces Tú, pueda hacerlo también yo, así podré

hacerte fiel compañía y no pasar por alto ninguna de tus penas,

para darte por todo mi correspondencia de amor.

Dulce bien mío, estaré a tu lado para defenderte, para

aprender tus enseñanzas y para numerar una por una todas

tus palabras. ¡Ah, cómo me desciende dulce la palabra que

dirigiste a Judas:

«Amigo, ¿a qué has venido?» (Mt 26,50)

Y siento que a mí también me diriges las mismas palabras,

no llamándome amiga sino con el dulce nombre de hija: «Hija,

¿a qué has venido?» Para oír que te respondo: «Jesús, a

amarte». «¿A qué has venido?», me repites si me despierto en

la mañana; «¿a qué has venido?», si hago oración; «¿a qué

has venido?», me repites desde la Hostia Santa si vengo a

recibirte en mi corazón.

¡Qué bello reclamo para mí y para todos! Pero cuántos a tu

«¿a qué has venido?» responden: Vengo a ofenderte. Otros,

fingiendo no escucharte se entregan a toda clase de pecados,

y a tu pregunta «¿a qué has venido?» responden con irse al

infierno. ¡Cuánto te compadezco, oh mi Jesús! Quisiera tomar

las mismas cuerdas con que van a atarte tus enemigos, para

atar a estas almas y evitarte este dolor. Pero de nuevo escucho

tu voz ternísima que dice, mientras vas al encuentro de tus

enemigos:

«¿A quién buscan?» (Jn 18,4)

Y ellos responden:

«A Jesús Nazareno». (Jn 18,5)

Y Tú les dices:

«Yo soy». (Jn 18,5)

Con esta sola palabra dices todo y te das a conocer por lo

que eres, tanto que tus enemigos tiemblan y caen por tierra

como muertos, y Tú, amor sin par, repitiendo de nuevo «Yo

soy», los vuelves a llamar a la vida, y por Ti mismo te entregas

en manos de tus enemigos.

Jesús es encadenado

Y ellos, pérfidos e ingratos, en vez de caer humildes y

palpitantes a tus pies y pedirte perdón, abusando de tu bondad

y despreciando gracias y prodigios te ponen las manos encima

y con sogas y cadenas te atan, te inmovilizan, te arrojan por

tierra, te pisotean bajo sus pies, te arrancan los cabellos, y Tú,

113

con paciencia inaudita callas, sufres y reparas las ofensas de

aquellos que a pesar de los milagros, no se rinden a tu gracia y

se obstinan de más.

Con tus sogas y cadenas consigues del Padre la gracia de

romper las cadenas de nuestras culpas, y nos atas con la dulce

cadena del amor. Y corriges amorosamente a Pedro que quiere

defenderte, y llega hasta cortar una oreja a Malco; quieres

reparar con esto las obras buenas que no son hechas con

santa prudencia, y que por demasiado celo caen en la culpa.

Mi pacientísimo Jesús, estas cuerdas y cadenas parece que

ponen algo de más bello a tu divina Persona. Tu frente se hace

más majestuosa, tanto que atrae la atención de tus mismos

enemigos; tus ojos resplandecen con más luz; tu rostro divino

se pone en actitud de una paz y dulzura suprema, capaz de

enamorar a tus mismos verdugos; con tu tono de voz suave y

penetrante, si bien pocos, los haces temblar, tanto que si se

atreven a ofenderte es porque Tú mismo se los permites.

Oh amor encadenado y atado, ¿podrás permitir que Tú seas

atado por causa mía, haciendo más desahogo de amor, y yo,

pequeña hija tuya, esté sin cadenas? No, no, más bien átame

con tus manos santísimas con tus mismas sogas y cadenas.

Por eso te ruego que ates, mientras beso tu frente divina,

todos mis pensamientos, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi

corazón, mis afectos y todo mi ser, y al mismo tiempo ata a

todas las criaturas, para que sintiendo las dulzuras de tus

amorosas cadenas no se atrevan a ofenderte más.

Dulce bien mío, ya es la una de la madrugada, la mente

comienza a adormecerse; haré lo que más pueda por

mantenerme despierta, pero si el sueño me sorprende, me dejo

en Ti para seguir lo que haces Tú; más bien lo harás Tú mismo

por mí.

En Ti dejo mis pensamientos para defenderte de tus

enemigos, mi respiración como cortejo y compañía, mi latido

para decirte siempre que te amo y para darte el amor que los

demás no te dan, las gotas de mi sangre para repararte y

restituirte el honor y la estima que te quitarán con los insultos,

salivazos y bofetadas. Jesús mío, bendíceme y hazme dormir

en tu adorable corazón, para que por tus latidos, acelerados

por el amor o por el dolor, pueda despertarme frecuentemente,

y así jamás interrumpir nuestra compañía. Así queda acordado,

oh Jesús.

+ + +

114

Reflexiones de la Octava Hora (12 PM)

13-33

Noviembre 16, 1921

Esta mañana, mi siempre amable Jesús se hacía ver todo

atado, atadas las manos, los pies, la cintura; del cuello le

descendía una doble cadena de fierro, pero estaba atado tan

fuertemente, que le quitaba el movimiento a su Divina Persona.

Qué dura posición era ésta, de hacer llorar aun a las piedras, y

mi sumo bien Jesús me ha dicho:

“Hija mía, en el curso de mi Pasión todas las otras penas

hacían competencia entre ellas, pero una cedía el lugar a la

otra, y se mantenían vigilantes para hacerme sufrir lo peor,

para darse la vanagloria de que una había sido más dura que

las demás, pero las cuerdas no me las quitaron jamás, desde

que me apresaron hasta el monte calvario estuve siempre

atado, es más, agregaban siempre más cuerdas y cadenas por

temor de que pudiese huir, y para hacer más burla y juego de

Mí; cuántos dolores, confusiones, humillaciones y caídas me

causaron estas cadenas. Pero debes saber que en estas

cadenas había un gran misterio y una gran expiación: El

hombre, al empezar a caer en el pecado queda atado con las

mismas cadenas de su pecado, si es grave son cadenas de

fierro, si venial son cuerdas; entonces, si quiere caminar en el

bien, siente las trabas de las cadenas y queda obstaculizado

en su paso, el estorbo que siente lo agota, lo debilita, y lo lleva

a nuevas caídas; si obra siente el impedimento en las manos y

casi queda como si no tuviera manos para hacer el bien; las

pasiones, viéndolo tan atado hacen fiesta y dicen: “Es nuestra

la victoria”. Y de rey que es el hombre, lo vuelven esclavo de

pasiones brutales. Cómo es abominable el hombre en el

estado de culpa, y Yo para romper sus cadenas quise ser

atado, y no quise estar en ningún momento sin cadenas, para

tener siempre listas las mías para romper las suyas, y cuando

los golpes, los empujones me hacían caer, Yo le extendía las

manos para desatarlo y hacerlo libre de nuevo”.

Pero mientras esto decía, yo veía a casi todas las gentes

atadas por cadenas, que daban piedad, y rogaba a Jesús que

tocara con sus cadenas las cadenas de ellas, a fin de que por

el toque de las suyas quedaran rotas las de las criaturas.

+ + +

115

14-14

Marzo 18, 1922

Estaba acompañando a mi dulce Jesús en sus penas de la

Pasión, y Él haciéndose ver me ha dicho:

“Hija mía, la culpa encadena al alma y le impide hacer el

bien: La mente siente la cadena de la culpa y queda impedida

para comprender el bien, la voluntad siente la cadena que la

ata y se siente entorpecida, y en lugar de querer el bien quiere

el mal, el deseo encadenado siente que le cortan las alas para

volar a Dios. ¡Oh, cómo me da compasión ver al hombre

encadenado por sus mismas culpas! He aquí por qué la

primera pena que quise sufrir en la Pasión fueron las cadenas,

quise estar atado para liberar al hombre de sus cadenas.

Aquellas cadenas que Yo sufrí se convirtieron, en cuanto me

tocaron, en cadenas de amor, las cuales tocando al hombre

quemaban y rompían las suyas y lo ataban con mis amorosas

cadenas. Mi amor es operativo, no sabe estar si no obra, por

eso para todos y para cada uno preparé lo que se necesita

para rehabilitarlo, para sanarlo, para embellecerlo de nuevo,

todo hice a fin de que si se decide encuentre todo preparado y

a su disposición, por eso tengo listas mis cadenas para quemar

las suyas; los pedazos de mi carne para cubrir sus llagas y

adornarlo de belleza; mi sangre para darle nuevamente la vida;

todo lo tengo listo. Tengo en reserva para cada uno lo que se

necesita, mi amor quiere darse, quiere obrar, siento una

intranquilidad, una fuerza irresistible que no me da paz si no

doy, ¿y sabes qué hago? Cuando veo que ninguno toma,

concentro mis cadenas, los pedazos de mi carne, mi sangre,

en quien los quiere y me ama, y lo cubro de belleza,

envolviéndolo todo con mis cadenas de amor, le centuplico la

vida de gracia, y así mi amor se desahoga y se tranquiliza”.

Pero mientras esto decía, yo veía que sus cadenas, los

pedazos de su carne, su sangre, corrían sobre mí, y Él se

divertía aplicándolos sobre de mí y envolviéndome toda. ¡Cómo

es bueno Jesús, sea siempre bendito! Después ha regresado y

ha agregado:

“Hija mía, siento la necesidad de que la criatura repose en

Mí y Yo en ella, ¿pero sabes cuando la criatura reposa en Mí y

Yo en ella? Cuando su inteligencia piensa en Mí y me

comprende, ella reposa en la inteligencia de su Creador, y la

del Creador encuentra su reposo en la mente creada; cuando

la voluntad humana se une con la Voluntad Divina, las dos

voluntades se abrazan y reposan juntas; si el amor humano se

eleva sobre todas las cosas creadas y ama sólo a su Dios,

116

¡qué bello reposo encuentran mutuamente Dios y el alma!

Quien da reposo, lo encuentra, Yo le hago de lecho y la tengo

en el más dulce sueño, estrechada entre mis brazos, por eso

ven y reposa en mi seno”.

+ + +

117

NOVENA HORA

De la 1 a las 2 de la mañana

Jesús, atado, es hecho caer en el torrente Cedrón

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Amado bien mío, mi pobre mente te sigue entre la vigilia y el

sueño. ¿Cómo puedo abandonarme al sueño si veo que todos

te dejan y huyen de Ti? Los mismos apóstoles, el ferviente

Pedro que hace poco dijo que quería dar la vida por Ti, el

discípulo predilecto que con tanto amor has hecho reposar

sobre tu corazón, ah, todos te abandonan y te dejan en poder

de tus crueles enemigos.

Mi Jesús, estás solo. Tus purísimos ojos miran a tu alrededor

para ver si al menos uno de aquellos que han sido beneficiados

por Ti te sigue para testimoniarte su amor y para defenderte; y

mientras descubres que ninguno, ninguno te ha permanecido

fiel, el corazón se te oprime y rompes en abundante llanto. Y

Tú sientes más dolor por el abandono de tus fieles amigos que

por lo que te están haciendo tus mismos enemigos. Mi Jesús,

no llores, o haz que yo llore junto contigo. Y el amable Jesús

parece que dice:

«Ah hija mía, lloremos juntos la suerte de tantas almas

consagradas a Mí, que por pequeñas pruebas, por incidentes

de la vida, no se ocupan más de Mí y me dejan solo; lloremos

por tantas otras, tímidas y viles, que por falta de valor y de

confianza me abandonan; por tantos y tantos que, al no hallar

su provecho en las cosas santas no se ocupan de Mí; por

tantos sacerdotes que predican, que celebran la Santa Misa,

que confiesan por amor al interés y a su propia gloria; esos

hacen ver que están en torno a Mí, pero Yo permanezco

siempre solo.

Ah hija, ¡cómo me es duro este abandono! No sólo me lloran

los ojos, sino que me sangra el corazón. Ah, te ruego que

repares mi acerbo dolor prometiéndome que no me dejarás

jamás solo».

¡Sí, oh mi Jesús, lo prometo, ayudada por tu gracia y

fundiéndome en tu divina Voluntad! Pero mientras Tú lloras el

abandono de tus amados, tus enemigos no te perdonan ningún

ultraje que te puedan hacer. Oprimido y atado como estás, oh

118

mi bien, tanto, que por Ti mismo ni siquiera puedes dar un

paso, te pisotean, te arrastran por esas calles llenas de piedras

y de espinas, así que no hay movimiento que no te haga

tropezar en las piedras y herirte con las espinas.

Ah mi Jesús, veo que mientras te arrastran, Tú dejas detrás

de Ti tu preciosa sangre, los rubios cabellos que te arrancan de

la cabeza. Mi vida y mi todo, permíteme que los recoja a fin de

poder atar todos los pasos de las criaturas, que ni aun de

noche dejan de herirte; más bien se sirven de la noche para

ofenderte mayormente: quién con sus encuentros, quién por

placeres, quién por teatros, quién para llevar a cabo robos

sacrílegos. Mi Jesús, me uno a Ti para reparar todas estas

ofensas.

Pero, oh mi Jesús, estamos ya en el torrente Cedrón, y los

pérfidos judíos se disponen a arrojarte dentro, hacen que te

golpees contra una piedra que hay ahí, con tanta fuerza, que

de tu boca derramas tu preciosísima sangre, con la cual dejas

marcada aquella piedra. Después, jalándote, te arrastran bajo

aquellas aguas pútridas, de modo que te entran en los oídos,

en la boca, en la nariz.

Oh amor incomparable, Tú quedas todo bañado y como

cubierto por aquellas aguas pútridas, nauseantes y frías, y en

este estado representas a lo vivo el estado deplorable de las

criaturas cuando cometen el pecado. ¡Oh, cómo quedan

cubiertas por dentro y por fuera con un manto de inmundicias,

que dan asco al Cielo y a cualquiera que pudiese verlas,

atrayéndose así los rayos de la divina Justicia!

Oh vida de mi vida, ¿puede darse jamás amor más grande?

Para quitarnos este manto de inmundicias Tú permites que los

enemigos te arrojen en ese torrente, y todo sufres para reparar

por los sacrilegios y las frialdades de las almas que te reciben

sacrílegamente y que te obligan a que entres en sus

corazones, peores que el torrente, y que sientas toda la náusea

de sus almas; Tú permites también que estas aguas te

penetren hasta en las entrañas, tanto, que los enemigos

temiendo que te ahogues, y queriendo reservarte para mayores

tormentos te sacan fuera, pero causas tanto asco, que ellos

mismos sienten asco de tocarte.

Mi tierno Jesús, estás ya fuera del torrente, mi corazón no

resiste verte tan empapado por esas aguas nauseantes; veo

que por el frío Tú tiemblas de pies a cabeza; miras a tu

alrededor buscando con los ojos, lo que no haces con la voz,

uno al menos que te seque, te limpie y te caliente, pero en

vano; ninguno tiene piedad de Ti, los enemigos se burlan y se

119

ríen de ti; los tuyos te han abandonado, la dulce Mamá está

lejana, porque así lo dispone el Padre.

Aquí me tienes, oh Jesús, ven a mis brazos. Quiero llorar

tanto, hasta formar un baño para lavarte, limpiarte y

acomodarte con mis manos, los desordenados cabellos. Mi

amor, quiero encerrarte en mi corazón para calentarte con el

calor de mis afectos, quiero perfumarte con mis deseos santos,

quiero reparar todas estas ofensas y ofrecer mi vida junto con

la tuya para salvar a todas las almas. Quiero ofrecerte mi

corazón como lugar de reposo, para poderte reconfortar en

algún modo por las penas sufridas hasta aquí, y después

continuaremos juntos el camino de tu Pasión.

+ + +

Reflexiones de la Novena Hora (1 AM)

11-45

Enero 22, 1913

Estaba pensando en la Pasión de mi siempre amable Jesús,

especialmente en lo que sufrió en el huerto, entonces me he

encontrado toda sumergida en Jesús y Él me ha dicho:

“Hija mía, mi primera Pasión fue el amor, porque el hombre

al pecar, el primer paso que da en el mal es la falta de amor,

por lo tanto, faltando el amor se precipita en la culpa; por eso,

el Amor para rehacerse en Mí de esta falta de amor de las

criaturas, me hizo sufrir más que todos, casi me trituró más que

bajo una prensa, me dio tantas muertes por cuantas criaturas

reciben la vida.

El segundo paso que sucede en la culpa es defraudar la

gloria de Dios, y el Padre para rehacerse de la gloria quitada

por las criaturas me hizo sufrir la Pasión del pecado, esto es,

que cada culpa me daba una pasión especial; si la pasión fue

una, el pecado en cambio me dio tantas pasiones por cuantas

culpas se cometerán hasta el fin del mundo; y así se rehízo la

gloria del Padre.

El tercer efecto que produce la culpa es la debilidad en el

hombre, y por eso quise sufrir la Pasión por manos de los

judíos, esta es mi tercera Pasión, para rehacer al hombre de la

fuerza perdida.

Así que con la Pasión del amor se rehízo y se puso en justo

nivel el Amor, con la Pasión del pecado se rehízo y se puso a

nivel la gloria del Padre, con la Pasión de los judíos se puso a

nivel y se rehizo la fuerza de las criaturas. Todo esto lo sufrí en

120

el huerto, fue tal y tanto el sufrimiento, las muertes que sufrí,

los espasmos atroces, que habría muerto de verdad si la

Voluntad del Padre hubiera llegado a que Yo muriera”.

Después continué meditando cuando mi amable Jesús fue

arrojado por los enemigos al torrente Cedrón. El bendito Jesús

se hacía ver en un aspecto que movía a piedad, todo bañado

con aquellas aguas puercas y me ha dicho:

“Hija mía, al crear el alma la vestí de un manto de luz y de

belleza; el pecado quita este manto de luz y de belleza y la

cubre con un manto de tinieblas y de fealdad, volviéndola

repugnante y nauseante, y Yo para quitar este manto tan

nauseabundo que el pecado pone al alma, permití que los

judíos me arrojaran en este torrente, donde quedé como

recubierto dentro y fuera de Mí, porque estas aguas pútridas

me entraron hasta en las orejas, en las narices, en la boca,

tanto, que los judíos tenían asco de tocarme. ¡Ah, cuánto me

costó el amor de las criaturas, hasta volverme nauseabundo a

Mí mismo!”

+ + +

121

DECIMA HORA

De las 2 a las 3 de la mañana

Jesús es presentado a Anás

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Jesús sea siempre conmigo. Dulce Mamá, sigamos juntas a

Jesús. Mi Jesús, centinela divino que me vigilas en tu corazón,

y no queriendo quedarte solo sin mí me despiertas y haces que

me encuentre junto contigo en casa de Anás. Te encuentras en

aquel momento en que Anás te interroga sobre tu doctrina y tus

discípulos; y Tú, oh Jesús, para defender la gloria del Padre

abres tu sacratísima boca, y con voz sonora y llena de dignidad

respondes:

«Yo he hablado en público, y todos los que aquí están me

han escuchado». (Jn 18,20)

Ante estas dignas palabras tuyas, todos tiemblan, pero es

tanta la perfidia, que un siervo, queriendo honrar a Anás, se

acerca a Ti y te da una bofetada con la mano, tan fuerte de

hacerte tambalear y ponerse pálido tu rostro santísimo.

Ahora comprendo dulce vida mía por qué me has

despertado, Tú tenías razón: ¿Quién habría de sostenerte en

este momento en que estás por caer? Tus enemigos rompen

en risas satánicas, en silbidos y en palmadas, aplaudiendo un

acto tan injusto, y Tú, tambaleándote, no tienes en quien

apoyarte.

Mi Jesús, te abrazo, es más, quiero hacer un apoyo con mi

ser; te ofrezco mi mejilla con ánimo y pronta a soportar

cualquier pena por amor tuyo; te compadezco por este ultraje,

y junto contigo te reparo las timideces de tantas almas que

fácilmente se desaniman, por aquellos que por temor no dicen

la verdad, por las faltas de respeto debido a los sacerdotes, y

por todas las faltas cometidas por murmuraciones.

Pero veo afligido Jesús mío, que Anás te envía a Caifás, y

tus enemigos te precipitan por las escaleras, y Tú amor mío, en

esta dolorosa caída reparas por aquellos que de noche se

precipitan en la culpa, aprovechándose de las tinieblas, y

llamas a los herejes y a los infieles a la luz de la fe. También yo

quiero seguirte en esas reparaciones, y mientras llegas ante

Caifás te envío mis suspiros para defenderte de tus enemigos.

122

Y mientras yo duermo continúa haciéndome de centinela y

despiértame cuando tengas necesidad. Por eso dame un beso

y bendíceme, y yo beso tu corazón y en él continúo mi sueño.

+ + +

Reflexiones de la Décima Hora (2 AM)

2-27

Mayo 31, 1899

Esta mañana, estando en mi habitual estado, mi adorable

Jesús ha venido y al mismo tiempo vi al confesor. Jesús se

mostraba un poco disgustado con él, porque parecía que el

confesor quería que todos aprobasen que lo mío era obra de

Dios, y casi quería convencer a otros sacerdotes con

manifestarles algunas cosas de mi interior.

Jesús se ha vuelto al confesor y le ha dicho: “Esto es

imposible, hasta Yo tuve contrarios, y esto en personas de las

más notables y también sacerdotes y otras dignidades, tuvieron

que decir sobre mis santas obras, hasta tacharme de

endemoniado. Estas oposiciones, aun por personas religiosas,

Yo las permito para hacer que a su tiempo pueda relucir más la

verdad. Que quieras hacerte aconsejar por dos o tres

sacerdotes de los más buenos y santos y aun doctos, para

tener luz y hasta para hacer lo que quiero Yo en las cosas que

se deben hacer, como es el consejo de los buenos y la oración,

esto Yo lo permito, pero el resto no, no, sería querer hacer un

derroche de mis obras y ponerlas en burla, lo que mucho me

disgusta”.

Después me dijo a mí: “Lo que quiero de ti es un obrar recto

y simple, que del pro y del contra de las criaturas no te

preocupes, déjalas pensar como quieran, sin tomarte el más

mínimo fastidio, pues el querer que todos sean favorables es

un querer desviarse de la imitación de mi Vida”.

+ + +

123

UNDÉCIMA HORA

De la 3 a las 4 de la mañana

Jesús en casa de Caifás

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Afligido y abandonado bien mío, mientras mi débil naturaleza

duerme en tu dolorido corazón, mi sueño frecuentemente es

interrumpido por las opresiones de amor y de dolor de tu

corazón divino, y entre la vigilia y el sueño oigo los golpes que

te dan, y me despierto y digo: «Pobre de mi Jesús,

abandonado por todos, no hay quién te defienda».

Pero desde dentro de tu corazón yo te ofrezco mi vida para

servirte de apoyo en el momento en que te hacen tropezar y

me adormezco de nuevo, pero otra opresión de amor de tu

corazón divino me despierta, y siento ensordecer por los

insultos que te dicen, por las voces, por los gritos, por el correr

de la gente. Amor mío, ¿cómo es que todos están contra Ti?

¿Qué has hecho que como tantos lobos feroces te quieren

despedazar?

Siento que la sangre se me hiela al oír los preparativos de

tus enemigos; yo tiemblo y estoy triste pensando cómo haré

para defenderte. Pero mi afligido Jesús teniéndome en su

corazón me estrecha más fuerte y me dice:

«Hija mía, no he hecho nada de mal y he hecho todo, oh, mi

delito es el amor, que contiene todos los sacrificios, el amor de

costo inmensurable. Estamos aún al principio; tú estate en mi

corazón, observa todo, ámame, calla y aprende; haz que tu

sangre helada corra en mis venas para dar alivio a mi sangre

que es toda llamas; haz que tu temblor corra en mis miembros

a fin de que fundida en Mí puedas afirmarte y calentarte para

sentir parte de mis penas, y al mismo tiempo adquirir fuerza al

verme sufrir tanto; esta será la más bella defensa que me

harás; sé fiel y atenta».

Dulce amor mío, es tal y tanto el estrépito de tus enemigos

que no me dejan dormir más; los golpes se hacen más

violentos, oigo el rumor de las cadenas con que te han atado

tan fuertemente, que hacen salir sangre por las muñecas, con

la cual Tú marcas aquellos caminos. Recuerda que mi sangre

124

está en la tuya, y conforme Tú la derramas, la mía te la besa, la

adora y repara.

Tu sangre sea luz a todos aquellos que de noche te ofenden

e imán para atraer a todos los corazones en torno a Ti. Amor

mío y todo mío, mientras te arrastran y el aire parece que

ensordece por los gritos y silbidos, ya llegas ante Caifás, Tú te

muestras todo manso, modesto, humilde, tu dulzura y

paciencia es tanta que hace aterrorizar a los mismos

enemigos, y Caifás todo furor, quisiera devorarte. ¡Ah, cómo se

distingue bien la inocencia y el pecado!

Amor mío, Tú estás ante Caifás como el más culpable, en

acto de ser condenado. Caifás pregunta a los testigos cuáles

son tus delitos. ¡Ah, hubiera hecho mejor preguntando cuál es

tu amor! Y quién te acusa de una cosa y quién de otra,

diciendo disparates y contradiciéndose entre ellos; y mientras

te acusan, los soldados que están a tu lado te jalan de los

cabellos, descargan sobre tu rostro santísimo horribles

bofetadas que resuenan en toda la sala, te tuercen los labios,

te golpean, y Tú callas, sufres, y si los miras, la luz de tus ojos

desciende en sus corazones, y no pudiendo soportarla se

alejan de ti, pero otros llegan para darte más tormentos.

Las negaciones de Pedro

Pero entre tantas acusaciones y ultrajes veo que pones

atentos tus oídos, tu corazón late fuerte como si fuera a estallar

por el dolor. Dime, afligido bien mío, ¿qué sucede ahora?

Porque veo que todo eso que te están haciendo tus enemigos,

es tan grande tu amor que con ansia lo esperas y lo ofreces

por nuestra salvación; y tu corazón con toda calma repara las

calumnias, los odios, los falsos testimonios, y el mal que se

hace a los inocentes con premeditación, y reparas por aquellos

que te ofenden por instigación de sus jefes, y por las ofensas

de los eclesiásticos; y mientras unida contigo sigo tus mismas

reparaciones, siento en Ti un cambio, un nuevo dolor no

sentido hasta ahora. Dime, dime qué pasa. Hazme partícipe de

todo, oh Jesús.

«¡Ah! hija, ¿quieres saberlo? Oigo la voz de Pedro que dice

no conocerme y ha jurado, ha jurado en falso, y por tercera

vez, que no me conoce. ¡Ah! Pedro, ¿cómo? ¿No me conoces?

¿No recuerdas con cuántos bienes te he colmado? ¡Oh, si los

demás me hacen morir de penas, tú me haces morir de dolor!

¡Ah, cuánto mal has hecho al seguirme desde lejos,

exponiéndote a la ocasión!»

125

Negado bien mío, cómo se conocen inmediatamente las

ofensas de tus más amados. Oh Jesús, quiero hacer correr mi

latido en el tuyo para endulzar el dolor atroz que sufres, y mi

latido en el tuyo te jura fidelidad y amor y repito mil y mil veces

que te conozco; pero tu corazón no se calma todavía y tratas

de mirar a Pedro. A tus miradas amorosas, llenas de lágrimas

por su negación, Pedro se enternece, llora y se retira de allí; y

Tú, habiéndolo puesto a salvo te calmas y reparas las ofensas

de los Papas y de los jefes de la Iglesia, y especialmente por

aquellos que se exponen a las ocasiones. Pero tus enemigos

continúan acusándote, y viendo Caifás que nada respondes a

sus acusaciones te dice:

«Te conjuro por el Dios vivo, dime, ¿eres Tú

verdaderamente el Hijo de Dios?» (Mt 26, 63)

Y Tú amor mío, teniendo siempre en tus labios palabras de

verdad, con una actitud de majestad suprema y con voz sonora

y suave, tanto que todos quedan asombrados, y los mismos

demonios se hunden en el abismo, respondes:

«Tú lo dices Sí, ¡Yo soy el verdadero Hijo de Dios, y un día

descenderé sobre las nubes del cielo para juzgar a todas las

naciones!» (Mt 26, 64)

Ante tus palabras creadoras todos hacen silencio, se sienten

estremecer y espantados, pero Caifás después de pocos

instantes de espanto, reaccionando y todo furibundo, más que

bestia feroz, dice a todos:

«¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? ¡Ya ha dicho una

gran blasfemia! ¿Qué más esperamos para condenarlo? ¡Ya es

reo de muerte!» (Mt 26, 65-66)

Y para dar más fuerza a sus palabras se rasga las vestiduras

con tanta rabia y furor, que todos, como si fuesen uno solo, se

lanzan contra Ti, bien mío, y quién te da puñetazos en la

cabeza, quién te tira por los cabellos, quién te da bofetadas,

quién te escupe en la cara, quién te pisotea con los pies.

Son tales y tantos los tormentos que te dan, que la tierra

tiembla y los Cielos quedan sacudidos. Amor mío y vida mía,

conforme te atormentan, mi pobre corazón queda lacerado por

el dolor. Ah, permíteme que salga de tu dolorido corazón, y que

yo en tu lugar afronte todos esos ultrajes. Ah, si me fuera

posible quisiera arrebatarte de las manos de tus enemigos,

pero Tú no lo quieres, porque lo exige la salvación de todos, y

yo me veo obligada a resignarme.

Pero, dulce amor mío, déjame que te limpie, que te arregle

los cabellos, que te quite los salivazos, que te limpie y te seque

la sangre, para encerrarme en tu corazón, porque veo que

126

Caifás, cansado, quiere retirarse, entregándote en manos de

los soldados. Por eso te bendigo, y Tú bendíceme, y dándonos

el beso del amor me encierro en el horno de tu corazón divino

para conciliar el sueño, poniendo mi boca sobre tu corazón, a

fin de que conforme respire te bese, y según la diversidad de

tus latidos más o menos sufrientes, pueda advertir si Tú sufres

o reposas. Y así, protegiéndote con mis brazos para tenerte

defendido, te abrazo, me estrecho fuerte a tu corazón y me

duermo.

+ + +

Reflexiones de la Undécima Hora (3 AM)

10-7

Diciembre 22, 1910

Continuando mi habitual estado, veía ante mi mente a varios

sacerdotes, y el bendito Jesús decía:

“Para ser hábil en obrar cosas grandes para Dios, es

necesario destruir la estima propia, el respeto humano y la

propia naturaleza, para revivir de la Vida Divina y preocuparse

sólo de la estima de Nuestro Señor y de lo que corresponde al

honor y gloria suya; es necesario triturar, pulverizar lo que

concierne a lo humano para poder vivir de Dios; y he aquí que,

no ustedes, sino Dios en ustedes hablará, obrará, y las almas y

las obras a ustedes confiadas tendrán espléndidos efectos, y

tendrán los frutos deseados por ustedes y por Mí, como la obra

de las reuniones de los sacerdotes que te dije antes, y uno de

estos podría ser hábil para promover y también efectuar esta

obra, pero un poco de estima propia, de vano temor, de

respeto humano lo vuelve inhábil, y la gracia cuando encuentra

al alma circundada por estas bajezas, vuela y no se detiene y

el sacerdote queda hombre y obra como hombre, y tiene en su

obrar los efectos que puede tener un hombre, no ya los efectos

que puede tener un sacerdote animado por el Espíritu de

Jesucristo”.

+ + +

10-15

Enero 28, 1911

…“Hija mía, la Iglesia en estos tiempos está agonizante,

pero no morirá, más bien resurgirá más bella.

Los sacerdotes buenos luchan por llevar una vida más

desapegada, más sacrificada, más pura; los malos sacerdotes

luchan por una vida más interesada, más cómoda, más

127

sensual, toda terrena. Yo hablo a los primeros, pero no a los

segundos, hablo a los primeros, o sea a los pocos buenos,

aunque sea uno solo por ciudad o país, a éstos hablo y mando,

ruego, suplico que hagan estas casas de reunión, salvándome

a los sacerdotes que vendrán a estos asilos, volviéndolos libres

del todo de cualquier vínculo de familia, y por estos pocos

buenos se recuperará mi Iglesia de su agonía, éstos son mi

apoyo, mis columnas, la continuación de la vida de la Iglesia.

Yo no hablo a los segundos, a todos aquellos que no quieren

desvincularse de los vínculos de la familia, porque si hablo

ciertamente no soy escuchado, es más, al sólo pensar en

romper cualquier vínculo quedan indignados, ¡ah!

desgraciadamente están habituados a beber la taza del interés

y otras más, que mientras es dulzura a la carne, es veneno

para el alma, estos tales terminarán por beber la cloaca del

mundo. Yo quiero salvarlos a cualquier costo, pero no soy

escuchado, por eso hablo, pero para ellos es como si no

hablase”.

+ + +

12-61

Septiembre 4, 1918

Encontrándome en mi habitual estado, mi siempre amable

Jesús en cuanto ha venido me ha dicho:

“Hija mía, las criaturas quieren desafiar mi justicia, no

quieren rendirse y por eso mi justicia hace su curso contra las

criaturas, y éstas de todas las clases, no faltando ni siquiera

aquellos que se dicen mis ministros, y tal vez éstos más que

los demás; que veneno contienen, envenenan a quien se les

acerca, en lugar de ponerme a Mí en las almas quieren

ponerse ellos, quieren hacerse rodear, hacerse conocer, y Yo

quedo a un lado; su contacto venenoso en lugar de hacer a las

almas recogidas, me las distraen; en vez de hacerlas retiradas,

las hacen más disipadas, más defectuosas, tanto, que se ven

almas que no tienen contacto con ellos más buenas, más

recogidas, más retiradas, así que no puedo fiarme de ninguno;

estoy obligado a permitir que las gentes se alejen de las

iglesias, de los sacramentos, a fin de que su contacto no me

las envenene más y las vuelva más malas. Mi dolor es grande,

las heridas de mi corazón son profundas, por eso ruega, y

unida con los pocos buenos que hay, compadece mi acerbo

dolor”.

+ + +

128

12-97

Abril 7, 1919

Después me ha transportado en medio de las criaturas, pero

¿quién puede decir todo lo que hacían? Sólo digo que mi Jesús

con acento doloroso ha agregado:

“Qué desorden en el mundo, pero este desorden es culpa de

las cabezas, tanto civiles como eclesiásticas; su vida

interesada y corrupta no tiene fuerza para corregir a los

súbditos, por tanto, han cerrado los ojos ante los males de los

miembros, porque hubieran recriminado los males propios, y si

lo han hecho ha sido todo en modo superficial, porque no

teniendo en ellos la vida de aquel bien, ¿cómo podían

infundirla en los demás? Y cuántas veces estas perversas

cabezas han antepuesto los malos a los buenos, tanto que los

pocos buenos han quedado turbados por este actuar de las

cabezas, por eso haré castigar a las cabezas en modo

especial”.

Y yo: “Perdona a las cabezas de la Iglesia, ya son pocos, si

Tú los golpeas faltaran los regidores”.

Y Jesús: ¿No recuerdas que con doce apóstoles fundé mi

Iglesia? Así, los pocos que quedarán bastarán para reformar al

mundo. El enemigo está ya a sus puertas, las revoluciones

están ya en acto, las naciones nadarán en la sangre, las

cabezas serán dispersadas; reza, reza y sufre, a fin de que el

enemigo no tenga la libertad de convertir todo en ruinas”.

+ + +

129

DUODÉCIMA HORA

De las 4 a las 5 de la mañana

Jesús en medio de los soldados

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Dulcísima vida mía, Jesús, mientras estrechada a tu corazón

dormía, sentía muy a menudo los pinchazos de las espinas que

herían a tu corazón santísimo; y queriéndome despierta junto

contigo, para tener al menos una que vea todas tus penas y te

compadezca, me estrechas más fuerte a tu corazón, y yo,

sintiendo más a lo vivo tus pinchazos, me despierto, pero, ¿qué

veo? ¿Qué siento?

Quisiera esconderte dentro de mi corazón para ponerme yo

en lugar tuyo y recibir sobre mí penas tan dolorosas, insultos y

humillaciones tan increíbles, que sólo tu amor podría soportar

tantos ultrajes. Mi pacientísimo Jesús, ¿qué cosa podías

esperar de gente tan inhumana?

Ya veo que juegan contigo, te cubren el rostro de densos

salivazos, la luz de tus bellos ojos queda eclipsada por los

salivazos, y derramando ríos de lágrimas por nuestra salvación

retiras esos salivazos de tus ojos, y aquellos malvados, no

soportando su corazón ver la luz de tus ojos, vuelven a

cubrirlos de nuevo con salivazos, otros haciéndose más

atrevidos en el mal, te abren tu dulcísima boca y te la llenan de

fétidos salivazos, tanto que ellos sienten nausea, y como

algunos de esos esputos caen, muestran en parte la majestad

de tu rostro, tu sobrehumana dulzura.

Ellos se sienten estremecer y se avergüenzan de ellos

mismos y para estar más libres te vendan los ojos con un

vilísimo trapo, de modo de poder desenfrenarse del todo sobre

tu adorable persona; así que te golpean sin piedad, te

arrastran, te pisotean bajo sus pies, repiten los puñetazos, las

bofetadas, sobre tu rostro y sobre tu cabeza, rasguñándote y

jalándote los cabellos y empujándote de un lado a otro.

Jesús, amor mío, mi corazón no resiste verte en tantas

penas, Tú quieres que ponga atención a todo, pero yo siento

que quisiera cubrirme los ojos para no ver escenas tan

dolorosas que arrancan de cada pecho los corazones, pero tu

amor me obliga a ver lo que sucede contigo, y veo que no

130

abres la boca, que no dices ni una palabra para defenderte,

estás en manos de esos soldados como un harapo, y te

pueden hacer lo que quieren; y viéndolos saltar sobre Ti temo

que mueras bajo sus pies.

Mi bien y mi todo, es tanto el dolor que siento por tus penas,

que quisiera gritar tan fuere que me hiciera oír en el Cielo para

llamar al Padre, al Espíritu Santo y a los ángeles todos, y aquí

en la tierra, de un extremo a otro, llamar en primer lugar a la

dulce Mamá y a todas las almas amantes, a fin de que

haciendo un cerco en torno a Ti, impidamos el paso a estos

insolentes soldados para que no te insulten y atormenten más,

y junto contigo reparemos toda clase de pecados nocturnos,

especialmente aquellos que cometen los sectarios sobre tu

sacramental persona en las horas de la noche, y todas las

ofensas de aquellas almas que no se mantienen fieles en la

noche de la prueba.

Pero veo, insultado bien mío, que los soldados, cansados y

ebrios quieren descansar, y mi pobre corazón oprimido y

lacerado por tus tantas penas no quiere quedarse solo contigo,

siente la necesidad de otra compañía, ah dulce Mamá mía, sé

Tú mi inseparable compañía; me estrecho fuerte a tu mano

materna y te la beso y Tú fortifícame con tu bendición, y

abrazándonos junto con Jesús apoyemos nuestra cabeza

sobre su dolorido corazón para consolarlo.

Oh Jesús, junto con la Mamá te beso, bendícenos y junto

con Ella tomaremos el sueño del amor en tu adorable corazón.

+ + +

Reflexiones de la Duodécima Hora (4 AM)

4-59

Marzo 19, 1901

Esta mañana, encontrándome toda oprimida y sufriente,

sobre todo por la privación de mi dulce Jesús, después de

mucho esperar, en cuanto lo he visto me ha dicho:

“Hija mía, el verdadero modo de sufrir es no mirar de quién

vienen los sufrimientos, ni qué cosa se sufre, sino al bien que

debe venir de los sufrimientos; este fue mi modo de sufrir, no

miré ni a los verdugos, ni al sufrir, sino al bien que quería hacer

por medio de mi sufrir, aun a aquellos mismos que me daban el

sufrimiento, y mirando el bien que debía producir a los hombres

desprecié todo lo demás, y con intrepidez seguí el curso de mi

sufrir. Hija mía, este es el modo más fácil y más provechoso

131

para sufrir no sólo con paciencia, sino con ánimo invicto y

animoso”.

+ + +

12-75

Enero 2, 1919

Esta mañana mi siempre amable Jesús se hacía ver bajo

una tempestad de golpes, y con su dulce mirada me miraba

pidiéndome ayuda y refugio. Yo me he arrojado hacia Él para

quitarlo de aquellos golpes y encerrarlo en mi corazón, y Jesús

me ha dicho:

“Hija mía, mi Humanidad bajo los golpes de los flagelos

callaba, y no sólo callaba la boca, sino todo en Mí callaba:

Callaba la estima, la gloria, la potencia, el honor; pero con

mudo lenguaje hablaban elocuentemente mi paciencia, las

humillaciones, mis llagas, mi sangre, el aniquilamiento casi

hasta el polvo de mi Ser; y mi amor ardiente por la salud de las

almas ponía un eco a todas mis penas.

He aquí hija mía el verdadero retrato de las almas amantes,

todo debe callar en ellas y en torno a ellas: Estima, gloria,

placeres, honores, grandezas, voluntad, criaturas, y si las

hubiera, debe estar como sorda y como si nada viera, en

cambio debe hacer entrar en ella mi paciencia, mi gloria, mi

estima, mis penas, y en todo lo que hace, piensa, ama, no será

otra cosa que amor, el cual tendrá un solo eco con el mío y me

pedirá almas.

Mi amor por las almas es grande, y como quiero que todos

se salven, por eso voy en busca de almas que me amen y que

tomadas por las mismas ansias de mi amor, sufran y me pidan

almas. Pero, ¡ay de Mí, qué escaso es el número de los que

me escuchan!”

+ + +

132

133

DECIMOTERCERA HORA

De las 5 a las 6 de la mañana

Jesús en prisión

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Mi prisionero Jesús, me he despertado y no te encuentro, el

corazón me late fuerte y delira de amor, dime, ¿dónde estás?

Ángel mío, llévame a la casa de Caifás. Pero busco, recorro,

vuelvo a buscar por todas partes y no te encuentro.

Amor mío, pronto, con tus manos mueve las cadenas que

tienen atado mi corazón al tuyo, atráeme a Ti, para que atraída

por Ti pueda emprender el vuelo para ir a arrojarme en tus

brazos. Ya amor mío, herido por mi voz y queriendo mi

compañía, me atraes a Ti y veo que te han puesto en prisión.

Mi corazón, mientras exulta de alegría por encontrarte, lo

siento herido por el dolor al ver el estado al que te han

reducido.

Te veo atado a una columna, con las manos atrás, atados

los pies, tu santísimo rostro golpeado, hinchado y

ensangrentado por las brutales bofetadas recibidas, tus

santísimos ojos lívidos, tu mirada cansada y triste por la vigilia,

tus cabellos todos en desorden, tu santísima persona toda

golpeada, y por añadidura no puedes valerte por Ti mismo para

ayudarte y limpiarte porque estás atado.

Y yo, oh mi Jesús, llorando, abrazándome a tus pies

exclamo: «¡Ay de mí, cómo te han dejado, oh Jesús!» Y Jesús

mirándome, me responde:

«Ven, oh hija mía, y pon atención a todo lo que ves que

hago Yo para que lo hagas tú junto conmigo, y así poder

continuar mi vida en ti.»

Y veo con asombro que en vez de ocuparte de tus penas,

con un amor indescriptible piensas en glorificar al Padre para

darle satisfacción por todo lo que nosotros estamos obligados a

hacer, y llamas a todas las almas en torno a Ti para tomar

todos sus males sobre de Ti y darles a ellas todos los bienes. Y

como estamos al amanecer del día oigo tu voz dulcísima que

dice:

«Padre Santo, gracias te doy por todo lo que he sufrido y por

lo que me queda por sufrir; y así como esta aurora llama al día

134

y el día hace surgir el sol, así la aurora de la gracia despunte

en todos los corazones, y haciéndose día, Yo, Sol divino,

pueda surgir en todos los corazones y reinar en todos. Mira, oh

Padre a estas almas, Yo quiero responderte por todas, por sus

pensamientos, palabras, obras, pasos, a costa de mi sangre y

de mi muerte».

Mi Jesús, amor sin límites, me uno contigo; también yo te

agradezco por cuanto me has hecho sufrir, por lo que me

quede por sufrir, y te ruego hagas despuntar en todos los

corazones la aurora de la gracia para que Tú, Sol divino,

puedas resurgir en todos los corazones y reinar sobre todos.

Pero también veo, mi dulce Jesús, que Tú reparas todas las

primicias de los pensamientos, de los afectos y palabras que al

principio del día no son ofrecidos a Ti para darte honor, y

llamas en Ti, como en custodia, los pensamientos, los afectos y

palabras de las criaturas para reparar y dar al Padre la gloria

que ellas le deben.

Mi Jesús, maestro divino, ya que en esta prisión tenemos

una hora libre y estando solos, quiero hacer no sólo lo que

haces Tú, sino limpiarte, reordenarte los cabellos y fundirme en

todo Tú, por eso me acerco a tu santísima cabeza y

reordenándote los cabellos quiero repararte por tantas mentes

trastornadas y llenas de tierra, que no tienen ni un pensamiento

para Ti; y fundiéndome en tu mente quiero reunir en Ti todos

los pensamientos de las criaturas y fundirlos en tus

pensamientos, para encontrar suficientes reparaciones por

todos los malos pensamientos, por tantas luces e inspiraciones

sofocadas. Quisiera hacer de todos los pensamientos uno solo

con los tuyos para darte verdadera reparación y perfecta gloria.

Mi afligido Jesús, beso tus ojos tristes y cargados de

lágrimas, y que teniendo las manos atadas a la columna no

puedes limpiártelos ni quitarte los salivazos con que te han

ensuciado, y como la posición en la que te han atado es

desgarradora, no puedes cerrar tus ojos cansados para tomar

reposo.

Amor mío, cuanto deseo hacer con mis brazos un lecho para

darte reposo; quiero enjugarte los ojos y pedirte perdón y

repararte por cuantas veces no hemos tenido la intención de

agradarte y de mirarte para ver qué querías de nosotros, qué

cosa debíamos hacer y adónde querías que fuésemos; quiero

fundir mis ojos y los de todas las criaturas en los tuyos, para

poder reparar con tus mismos ojos todo el mal que hemos

hecho con la vista.

135

Mi piadoso Jesús, beso tus oídos cansados por los insultos

de toda la noche, y mucho más por el eco que resuena en tus

oídos de todas las ofensas de las criaturas; te pido perdón y

reparo por cuantas veces Tú nos has llamado y hemos sido

sordos, hemos fingido no escucharte, y Tú, cansado bien mío,

has repetido las llamadas, pero en vano; quiero fundir mis

oídos y los de todas las criaturas en los tuyos para darte una

continua y completa reparación.

Enamorado Jesús, beso tu rostro santísimo, todo lívido por

las bofetadas, te pido perdón y reparo por cuantas veces Tú

nos has llamado a ser víctimas de reparación, y nosotros

uniéndonos a tus enemigos te hemos dado bofetadas y

salivazos. Mi Jesús, quiero fundir mi rostro en el tuyo para

restituirte tu natural belleza y darte entera reparación por todos

los desprecios que han hecho a tu santísima Majestad.

Amargado bien mío, beso tu dulcísima boca, dolorida por los

golpes y abrasada por el amor, quiero fundir mi lengua y la de

todas las criaturas en la tuya, para reparar con tu misma

lengua por todos los pecados y las conversaciones malas que

se tienen; quiero mi sediento Jesús unir todas las voces en una

sola con la tuya, para hacer que cuando estén por ofenderte, tu

voz corriendo en la voz de las criaturas sofoque las voces del

pecado y las cambie en voces de alabanza y de amor.

Encadenado Jesús, beso tu cuello oprimido por pesadas

cadenas y cuerdas, que van desde el pecho hasta detrás de la

espalda y sujetándote los brazos te tienen fuertemente atado a

la columna; ya tus manos están hinchadas y amoratadas por la

estrechez de las ataduras y de algunas partes brota sangre.

Ah, permíteme atado Jesús, que te desate; y si amas ser

atado, te ato con las cadenas del amor, que siendo dulces, en

vez de hacerte sufrir te aliviarán, y mientras te desato, quiero

fundirme en tu cuello, en tu pecho, en tus hombros, en tus

manos y en tus pies, para poder reparar junto contigo todos los

apegos, y dar a todos las cadenas de tu amor; para poder

reparar por todas las frialdades y llenar todos los pechos de las

criaturas con tu fuego, porque veo que es tanto lo que Tú

tienes que no puedes contenerlo; para poder reparar por todos

los placeres ilícitos y el amor a las comodidades y dar a todos

el espíritu de sacrificio y el amor al sufrimiento.

Quiero fundirme en tus manos para reparar por todas las

obras malas y por el bien hecho malamente y con presunción,

y dar a todos el perfume de tus obras. Y fundiéndome en tus

pies, encierro todos los pasos de las criaturas para repararte y

dar tus pasos a todos para hacerlos caminar santamente.

136

Y ahora dulce vida mía, permíteme que fundiéndome en tu

corazón encierre todos los afectos, latidos, deseos, para

repararlos junto contigo y dar a todos tus afectos, latidos y

deseos, a fin de que ninguno te ofenda más.

Pero oigo en mis oídos el ruido de la llave, son tus enemigos

que vienen a llevarte. ¡Jesús, yo tiemblo, me siento helar la

sangre porque Tú estarás de nuevo en manos de tus

enemigos! ¿Qué será de Ti? Me parece oír también el ruido de

las llaves de los tabernáculos, cuántas manos profanadoras

vienen a abrirlos y tal vez para hacerte descender en

corazones sacrílegos. En cuántas manos indignas eres

obligado a encontrarte.

Mi prisionero Jesús, quiero encontrarme en todas tus

prisiones de amor para ser espectadora cuando tus ministros te

saquen y hacerte compañía y repararte por las ofensas que

puedas recibir. Pero veo que tus enemigos están cerca y Tú

saludas al sol naciente en el último de tus días, y ellos

desatándote y viéndote todo majestad y que los miras con

tanto amor, en pago descargan sobre tu rostro bofetadas tan

fuertes que lo hacen enrojecer con tu preciosísima sangre.

Amor mío, antes de que salgas de la prisión, en mi dolor te

ruego que me bendigas, para recibir fuerza para seguirte en el

resto de tu Pasión.

+ + +

Reflexiones de la Decimotercera Hora (5 AM)

12-71

Diciembre 4, 1918

Esta noche la he pasado junto con Jesús en la prisión, lo

compadecía, me estrechaba a sus rodillas para sostenerlo, y

Jesús me ha dicho:

“Hija mía, en mi Pasión quise sufrir también la prisión para

liberar a la criatura de la prisión de la culpa. ¡Oh! qué prisión

horrenda es para el hombre el pecado, sus pasiones lo

encadenan como vil esclavo, y mi prisión y mis cadenas lo

liberaban y lo desataban. Para las almas amantes mi prisión

les formaba la prisión de amor, donde están al seguro y

defendidas de todos y de todo, y las escogía para tenerlas

como prisiones y tabernáculos vivientes, que me debían

calentar de las frialdades de los tabernáculos de piedra, y

mucho más de las frialdades de las criaturas, que

aprisionándome en ellas me hacen morir de frío y de hambre;

137

he aquí por qué muchas veces dejo las prisiones de los

tabernáculos y vengo a tu corazón, para calentarme del frío,

para restablecerme con tu amor, y cuando te veo ir en busca

de Mí a los tabernáculos de las iglesias, Yo te digo: ¿No eres

tú mi verdadera prisión de amor para Mí? Búscame en tu

corazón y ámame”.

+ + +

13-29

Octubre 29, 1921

Esta noche la he pasado en vigilia, y mi mente

frecuentemente volaba a mi Jesús atado en la prisión, quería

abrazarme a aquellas rodillas que temblaban por la cruel y

dolorosa posición en la que los enemigos lo habían atado,

quería limpiarlo de aquellos salivazos con los que lo habían

ensuciado. Pero mientras esto pensaba, mi Jesús, mi vida, se

ha dejado ver como entre densas tinieblas, en las cuales

apenas se descubría su adorable persona, y sollozando me ha

dicho:

“Hija, los enemigos me dejaron solo en la prisión, atado

horriblemente y en la oscuridad, así que en torno a Mí todo era

densas tinieblas; ¡oh!, cómo me afligía esta oscuridad, tenía las

vestiduras bañadas por las sucias aguas del torrente cedrón,

sentía la peste de la prisión y de los salivazos con los que

estaba cubierto, tenía los cabellos en desorden, sin una mano

piadosa que me los quitara de los ojos y de la boca, las manos

atadas por las cadenas, y la oscuridad no me permitía ver mi

estado, ay de Mí, demasiado doloroso y humillante. ¡Oh,

cuántas cosas decía este mi estado tan doloroso en esta

prisión!

En la prisión estuve tres horas, con esto quise rehabilitar las

tres edades del mundo: La de la ley natural, la de la ley escrita,

y la de la ley de la gracia; quería liberarlos a todos,

reuniéndolos a todos juntos y darles la libertad de hijos míos.

Con estar tres horas quise también rehabilitar las tres edades

del hombre: La niñez, la juventud y la vejez, quise rehabilitarlo

cuando peca por pasión, por voluntad y por obstinación. ¡Oh!

cómo la oscuridad que veía en torno a Mí me hacía sentir las

densas tinieblas que produce la culpa en el hombre, ¡oh! cómo

lo lloraba y le decía: “Oh hombre, son tus culpas las que me

han arrojado en estas densas tinieblas, las cuales sufro para

darte la luz, son tus infamias quienes así me han ensuciado, a

las cuales la oscuridad no me permite ni siquiera ver; mírame,

138

soy la imagen de tus culpas, si quieres conocerlas míralas en

Mí”.

También debes saber que en la última hora que estuve en la

prisión despuntó el alba, y por las fisuras entró algún

resplandor de luz, ¡oh! cómo respiró mi corazón al poderme

ver, mi estado tan doloroso, pero esto significaba cuando el

hombre cansado de la noche de la culpa, la gracia como alba

se pone en torno a él, mandándole resplandores de luz para

llamarlo, por eso mi corazón dio un suspiro de alivio, y en esta

alba te vi a ti, mi amada prisionera, a quien mi amor debía atar

en este estado, y que no me habrías dejado solo en la

oscuridad de la prisión, sino que esperando el alba a mis pies,

y siguiendo mis suspiros, habrías llorado Conmigo la noche del

hombre; esto me alivió y ofrecí mi prisión para darte la gracia

de seguirme.

Pero otro significado contenía esta prisión y esta oscuridad,

y era mi larga permanencia en la prisión en los tabernáculos, la

soledad en la cual soy dejado, en la que muchas veces no

tengo a quién decir una palabra o darle una mirada de amor;

otras veces siento en la santa hostia la impresión de los toques

indignos, la peste de manos purulentas y enfangadas, y no hay

quien me toque con manos puras y me perfume con su amor, y

cuántas veces la ingratitud humana me deja en la oscuridad,

sin la mísera luz de una lamparita, así que mi prisión continúa y

continuará. Y como ambos somos prisioneros, tú prisionera en

tu lecho sólo por amor a Mí, y Yo prisionero por ti, atemos, con

las cadenas que me tienen atado, a todas las criaturas con mi

amor, así nos haremos compañía recíprocamente y me

ayudarás a extender las cadenas para atar todos los corazones

a mi amor”.

Después estaba pensando para mí: “Qué pocas cosas se

saben de Jesús, mientras que ha hecho tanto, ¿por qué han

hablado tan poco de todo lo que mi Jesús hizo y sufrió? Y

regresando de nuevo ha agregado:

“Hija mía, todos son avaros Conmigo, aun los buenos,

cuánta avaricia tienen Conmigo, cuántas restricciones, cuántas

cosas no manifiestan de lo que les digo y comprenden de Mí, y

tú, ¿cuántas veces no eres avara Conmigo? Cuantas veces no

escribes lo que te digo o no lo manifiestas, es un acto de

avaricia que haces Conmigo, porque cada conocimiento de

más que se tiene de Mí, es una gloria y un amor de más que

recibo de las criaturas. Por tanto, sé atenta, y sé más liberal

Conmigo, y Yo seré más liberal contigo”.

139

20-32

Diciembre 3, 1926

Después de esto estaba siguiendo a mi apasionado Jesús

en su dolorosa prisión, que estando atado a una columna, por

el modo tan bárbaro como lo habían atado no podía estar

firme, apoyado en la columna, sino que estaba suspendido,

con las piernas dobladas atadas a ella y por tanto se

tambaleaba ahora a la derecha, ahora a la izquierda. Y yo

abrazándome a sus rodillas para hacerlo estar firme y

reordenándole los cabellos todos revueltos que le cubrían

hasta su rostro adorable, no faltándole ni siquiera los salivazos

que tanto lo habían ensuciado. ¡Oh! cómo habría querido

desatarlo para liberarlo de aquella posición tan dolorosa y

humillante. Y mi prisionero Jesús todo afligido me ha dicho:

“Hija mía, ¿sabes por qué permití ser puesto en la prisión en

el curso de mi Pasión? Para liberar al hombre de la prisión de

la voluntad humana. Mira cómo es horrenda mi prisión, era un

pequeño lugar que servía para encerrar las inmundicias y

excrementos de las criaturas, así que la peste era intolerable,

la oscuridad era densa, no me dejaron ni siquiera una pequeña

lamparita, mi posición era desgarradora, ensuciado de

salivazos, con los cabellos revueltos, adolorido en todos los

miembros, atado, ni siquiera derecho sino encorvado, no me

podía ayudar en ningún modo, ni siquiera quitarme los cabellos

de los ojos que me molestaban.

Esta mi prisión es la verdadera similitud de la prisión que

forma la voluntad humana de las criaturas, la peste que exhala

es horrible, la oscuridad es densa, muchas veces no les queda

ni siquiera la pequeña lamparita de la razón, están siempre

inquietas, trastornadas, ensuciadas por pasiones viles. ¡Oh!

cómo hay que llorar sobre esta prisión de la voluntad humana,

cómo sentí a lo vivo en esta prisión el mal que había hecho a

las criaturas; fue tanto mi dolor que derramé amargas lágrimas

y pedí a mi Celestial Padre que liberase a las criaturas de esta

prisión tan ignominiosa y dolorosa. También tú pide junto

Conmigo que las criaturas se liberen de su voluntad”.

+ + +

20-41

Diciembre 25, 1926

Después de esto estaba pensando cómo era infeliz aquella

gruta donde el niñito Jesús había nacido, cómo estaba

140

expuesta a todos los vientos, al frío, de hacer temblar por el

frío, en vez de hombres había bestias que le hacían compañía.

Por eso pensaba cuál podría ser más infeliz y dolorosa, la

prisión de la noche de su Pasión o la gruta de Belén. Y mi

dulce niño ha agregado:

“Hija mía, no se puede comparar la infelicidad de la prisión

de mi Pasión con la gruta de Belén. En la gruta tenía a mi

Mamá junto, en alma y cuerpo estaba junto Conmigo, por lo

tanto, tenía todas las alegrías de mi amada Mamá y Ella tenía

todas las alegrías de Mí, Hijo suyo, que formaban nuestro

Paraíso. Las alegrías de Madre con poseer al Hijo son

grandes, las alegrías de poseer una Madre son más grandes

aún; Yo encontraba todo en Ella y Ella encontraba todo en Mí;

además estaba mi amado padre San José que me hacía de

padre, y Yo sentía todas las alegrías que él sentía por causa

mía. En cambio en mi Pasión fueron interrumpidas todas

nuestras alegrías, porque debíamos dar lugar al dolor, y

sentíamos entre Madre e Hijo el gran dolor de la cercana

separación, al menos sensible, que debía suceder con mi

muerte. En la gruta las bestias me reconocieron y honrándome

buscaban calentarme con su aliento, en la prisión ni siquiera

los hombres me reconocieron y para insultarme me cubrieron

de salivazos y de oprobios, por eso no hay comparación entre

la una y la otra”.

+ + +

141

DECIMOCUARTA HORA

De las 6 a las 7 de la mañana

Jesús de nuevo ante Caifás y después es llevado a Pilatos

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Dolorido Jesús mío, ya estás fuera de la prisión, estás tan

agotado que vacilas a cada paso. Quiero ponerme a tu lado

para sostenerte cuando vea que estás a punto de caer. Pero

veo que los soldados te presentan ante Caifás, y Tú, oh mi

Jesús, como sol apareces en medio de ellos, y si bien

desfigurado, envías luz por todas partes.

Veo que Caifás se regocija de gusto al verte tan malamente

reducido, y a los reflejos de tu luz se ciega más, y en su furor te

pregunta de nuevo:

«¿Así que Tú realmente eres el verdadero Hijo de Dios?»

(Mt 26, 63)

Y Tú amor mío, con una majestad suprema y con una gracia

en tu decir, con tu acostumbrado acento dulce y conmovedor

que rapta los corazones respondes:

«Sí, Yo soy el verdadero Hijo de Dios». (Mt 26. 64)

Y ellos, si bien sienten toda la fuerza de tu palabra,

sofocando todo, sin querer saber más, con voz unánime gritan:

«¡Es reo de muerte, es reo de muerte!» (Mt 26, 66)

Y Caifás confirma la sentencia de muerte y te envía a

Pilatos. Y Tú, condenado Jesús mío, aceptas esta sentencia

con tanto amor y resignación que casi la arrebatas del inicuo

pontífice, y reparas todos los pecados hechos deliberadamente

y con toda malicia, y por aquellos que en vez de afligirse por el

mal, se alegran y exultan por el mismo pecado, y esto los lleva

a la ceguera y a sofocar cualquier luz y gracia en ellos.

Vida mía, tus reparaciones y oraciones hacen eco en mi

corazón y reparo y suplico junto contigo. Dulce amor mío, veo

que los soldados, habiendo perdido la poca estima que les

quedaba de Ti, al verte sentenciado a muerte te toman y

agregan cuerdas y cadenas, te atan tan fuerte que casi quitan

el movimiento a tu divina Persona, y empujándote y

arrastrándote te sacan del palacio de Caifás. Turbas del pueblo

te esperan, pero ninguno para defenderte, y Tú, mi Sol divino,

142

sales en medio de ellos queriendo envolverlos a todos con tu

luz.

Y conforme das los primeros pasos, queriendo encerrar en

los tuyos todos los pasos de las criaturas, ruegas y reparas por

aquellos que dan sus primeros pasos y obran con fines malos:

quién para vengarse, quién para matar, quién para traicionar,

quién para robar, y tantas otras cosas. Oh, cómo todas estas

culpas te hieren el corazón, y para impedir tanto mal, ruegas,

reparas y te ofreces todo Tú mismo.

Pero mientras te sigo, veo que Tú, mi sol Jesús, al momento

de salir del palacio de Caifás te encuentras con la bella María,

nuestra dulce Mamá; vuestras miradas se encuentran, se

hieren, y si bien quedáis aliviados al veros, también se agregan

nuevos dolores: Tú, al ver a la bella Mamá traspasada, pálida

y enlutada; y a la amada Mamá al verte a Ti, sol divino,

eclipsado por tantos oprobios, lloroso y envuelto en un manto

de sangre.

Pero no podéis disfrutar mucho el intercambio de miradas, y

con el dolor de no poder deciros ni siquiera una palabra,

vuestros corazones se dicen todo, y fundidos el uno en el otro

cesan de mirarse porque los soldados te empujan, y así,

pisoteado y arrastrado llegas a Pilatos. Mi Jesús, me uno a la

traspasada Mamá en seguirte, para fundirme junto con Ella en

Ti; y dándome una mirada de amor, bendíceme.

+ + +

Reflexiones de la Decimocuarta Hora (6 AM)

13-19

Septiembre 21, 1921

Después he regresado en mí misma, y era la hora cuando mi

amado Jesús salía de la prisión y era llevado de nuevo ante

Caifás, yo he tratado de acompañarlo en este misterio, y Jesús

me ha dicho:

“Hija mía, cuando fui presentado ante Caifás era pleno día, y

era tanto el amor que Yo tenía hacia las criaturas, que salía en

este último día ante el pontífice todo deformado, llagado, para

recibir la condena de muerte; pero cuantas penas debía

costarme esta condena, y Yo estas penas las convertía en días

eternos, con los cuales circundaba a cada una de las criaturas,

a fin de que alejándole las tinieblas, cada una encontrara la luz

necesaria para salvarse y ponía a su disposición mi condena

de muerte para que encontraran en ella su vida. Así que cada

143

pena y cada bien que Yo hacía, era un día de más que daba a

la criatura; y no sólo Yo, sino también el bien que hacen las

criaturas es siempre día que forman, así como el mal es noche.

Sucede como cuando una persona tiene una luz y se

encuentran cerca de ella diez, veinte personas, a pesar de que

la luz no es de todas, sino de una sola, las otras gozan de la

luz, pueden trabajar, leer, y mientras ellas se aprovechan de la

luz, no hacen ningún daño a la persona que la posee. Así

sucede con el bien obrar, no sólo es día para ella, sino que

puede hacer el día a quién sabe cuántas otras; el bien es

siempre comunicativo y mi amor no sólo me incitaba a Mí, sino

que daba la gracia a las criaturas que me aman de formar

tantos días en provecho de sus hermanos, por cuantas obras

buenas van haciendo”.

+ + +

144

145

DECIMOQUINTA HORA

De las 7 a las 8 de la mañana

Jesús ante Pilatos. Pilatos lo envía a Herodes

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Atado bien mío, tus enemigos unidos a los sacerdotes te

presentan ante Pilatos, y ellos fingiendo santidad y

escrupulosidad, debiendo festejar la Pascua se quedan fuera

en el atrio, y Tú, mi amor, viendo el fondo de su malicia reparas

las hipocresías del cuerpo religioso.

También yo reparo junto contigo, pero mientras Tú te ocupas

del bien de ellos, ellos en cambio comienzan a acusarte ante

Pilatos, vomitando todo el veneno que tienen contra Ti, pero

Pilatos mostrándose insatisfecho de las acusaciones que te

hacen, para poderte condenar con motivo te llama aparte y a

solas te examina y te pregunta:

«¿Eres Tú el rey de los judíos?» (Jn 18, 33)

Y Tú mi Jesús, verdadero rey mío respondes:

«Mi reino no es de este mundo; de lo contrario millares de

legiones de ángeles me defenderían».

Y Pilatos conmovido por la suavidad y dignidad de tu

palabra, sorprendido te dice:

«¿Cómo, Tú eres rey?» (Jn 18, 37)

Y Tú:

«Es como tú lo dices, Yo lo soy, y he venido al mundo para

dar testimonio de la Verdad». (Jn 18, 37)

Y Pilatos sin querer saber más y convencido de tu inocencia,

sale a la terraza y dice:

«Yo no encuentro culpa alguna en este hombre». (Jn 18, 38)

Los judíos enfurecidos te acusan de tantas otras cosas, y Tú

callas y no te defiendes, y reparas las debilidades de los jueces

cuando se encuentran de frente a los poderosos y sus

injusticias, y ruegas por los inocentes oprimidos y

abandonados. Entonces Pilatos al ver el furor de tus enemigos

y para desentenderse te envía a Herodes.

146

Jesús ante Herodes

Mi Rey divino, quiero repetir tus oraciones y reparaciones y

acompañarte hasta Herodes. Veo que tus enemigos,

enfurecidos, quisieran devorarte y te conducen entre insultos,

burlas y befas, y así te hacen llegar ante Herodes, el cual en

actitud soberbia te hace muchas preguntas, y Tú no respondes,

no lo miras, y Herodes irritado porque no se ve satisfecho en

su curiosidad y sintiéndose humillado por tu prolongado

silencio, dice a todos que Tú eres un loco y sin juicio, y como a

tal ordena que seas tratado, y para mofarse de Ti hace que

seas vestido con una vestidura blanca y te entrega en las

manos de los soldados para que te hagan lo peor que puedan.

Inocente Jesús, ninguno encuentra culpa en Ti, sólo los

judíos, porque su fingida religiosidad no merece que

resplandezca en sus mentes la luz de la verdad. Mi Jesús,

sabiduría infinita, cuánto te cuesta el haber sido declarado loco.

Los soldados abusando de Ti te arrojan por tierra, te pisotean,

te cubren de salivazos, te escarnecen, te golpean con palos, y

son tantos los golpes que te sientes morir. Son tales y tantas

las penas, los oprobios, las humillaciones que te hacen, que los

ángeles lloran y se cubren el rostro con sus alas para no

verlas.

También yo, mi loquito Jesús, quiero llamarte loco, pero loco

de amor, y es tanta tu locura de amor que en vez de ofenderte,

Tú ruegas y reparas por las ambiciones de los reyes que

ambicionan reinos para ruina de los pueblos, por las

destrucciones que provocan, por tanta sangre que hacen

derramar por sus caprichos, por todos los pecados de

curiosidad y por las culpas cometidas en las cortes y en las

milicias.

Mi Jesús, cómo es tierno el verte en medio de tantos ultrajes

orando y reparando, tus palabras repercuten en mi corazón y

sigo lo que haces Tú. Y ahora deja que me ponga a tu lado y

tome parte en tus penas y te consuele con mi amor, y

alejándote a los enemigos, te tomo entre mis brazos para darte

fuerzas y besarte la frente.

Dulce amor mío, veo que no te dan reposo y que Herodes te

envía nuevamente a Pilatos. Si doloroso ha sido el venir, más

trágico será el regreso, porque veo que los judíos están más

enfurecidos que antes y están resueltos a hacerte morir a

cualquier precio. Por eso antes que salgas del palacio de

Herodes quiero besarte, para testimoniarte mi amor en medio

147

de tantas penas, y Tú fortifícame con tu beso y con tu

bendición, y te sigo ante Pilatos.

+ + +

Reflexiones de la Decimoquinta Hora (7 AM)

13-18

Septiembre 16, 1921

Estaba haciendo la hora de la Pasión cuando mi dulce Jesús

se encontraba en el palacio de Herodes vestido de loco,

recibiendo burlas, y mi siempre amable Jesús, haciéndose ver

me ha dicho:

“Hija mía, no solamente en aquel momento fui vestido de

loco, escarnecido y recibí burlas, sino que las criaturas

continúan dándome estas penas, más bien estoy bajo

continuas burlas y por toda clase de personas. Si una persona

se confiesa y no mantiene sus propósitos de no ofenderme, es

una burla que me hace; si un sacerdote confiesa, predica,

administra Sacramentos, y su vida no corresponde a las

palabras que dice y a la dignidad de los Sacramentos que

administra, tantas burlas me hace por cuantas palabras dice,

por cuantos Sacramentos administra; y mientras Yo en los

Sacramentos les doy la vida nueva, ellos me dan escarnios,

burlas, y al profanarlos me preparan la vestidura para vestirme

de loco; si los superiores ordenan a sus inferiores sacrificios,

oración, virtud, desinterés, y ellos llevan una vida cómoda,

viciosa, interesada, son tantas burlas que me hacen; si las

cabezas civiles y eclesiásticas quieren la observancia de las

leyes, y ellos son los primeros transgresores, son burlas que

me hacen. ¡Oh, cuántas burlas me hacen! Son tantas que

estoy cansado de ellas, especialmente cuando bajo apariencia

de bien ponen el veneno del mal, ¡oh! cómo hacen de Mí un

juego, como si Yo fuera su juguete y su pasatiempo, pero mi

justicia tarde o temprano se burlará de ellos castigándolos

severamente. Tú reza y repárame estas burlas que tanto me

duelen, y que son la causa por la que no puedo hacer conocer

quién soy Yo”.

Después, habiendo venido nuevamente, y como yo estaba

fundiéndome toda en el Divino Querer, me ha dicho:

“Hija queridísima de mi Querer, Yo estoy esperando con

ansia tus fusiones en mi Voluntad; tú debes saber que

conforme Yo pensaba en mi Voluntad, así iba modelando tus

148

pensamientos en Ella, preparándoles su lugar; al obrar,

modelaba tus obras en mi Querer, y así de todo lo demás.

Ahora, lo que Yo hacía no lo hacía para Mí, porque no tenía

necesidad, sino para ti, y por eso te espero en mi Voluntad

para que vengas a tomar los lugares que te preparó mi

Humanidad, y sobre las obras que preparé ven a hacer las

tuyas, y entonces por ello estaré contento y recibiré completa

gloria cuando te vea hacer lo que Yo hice”.

+ + +

13-35

Noviembre 22, 1921

Dicho esto ha desaparecido. Después ha regresado y ha

agregado:

“Hija mía, la pena que más me traspasó en mi Pasión fue el

fingimiento de los fariseos, fingían justicia y eran los más

injustos; fingían santidad, legalidad, orden, y eran los más

perversos, fuera de toda regla y en pleno desorden, y mientras

fingían honrar a Dios, se honraban a sí mismos, su propio

interés, su propia conveniencia, por eso la luz no podía entrar

en ellos, porque sus modos fingidos les cerraban las puertas, y

el fingimiento era la llave que a doble giro de cerradura,

cerrándola a muerte, obstinadamente impedía aun cualquier

resplandor de luz, tanto que Pilatos, idólatra, encontró más luz

que los mismos fariseos, porque todo lo que él hizo y dijo no

partía del fingimiento, sino a lo más del temor, y Yo me siento

más atraído hacia el pecador más perverso, no fingido, que

hacia aquellos que son más buenos, pero fingidos. ¡Oh!, cómo

me da repugnancia quien aparentemente hace el bien, finge

ser bueno, reza, pero por dentro anida el mal, el propio interés,

y mientras los labios rezan su corazón está lejano de Mí, y en

el mismo acto de hacer el bien piensa cómo satisfacer sus

pasiones brutales. Además, el hombre fingido en el bien que

aparentemente hace y dice, no es capaz de dar luz a los

demás, habiéndole cerrado las puertas a la luz, así que obran

como demonios encarnados, que muchas veces bajo aspecto

de bien atraen al hombre, y éstos viendo el bien se dejan

atraer, pero cuando van en lo mejor del camino los precipitan

en las culpas más graves. ¡Oh! cómo son más seguras las

tentaciones bajo aspecto de culpa, que aquellas bajo aspecto

de bien, así es más seguro tratar con personas perversas, que

con personas buenas pero fingidas, ¿cuánto veneno no

esconden, cuantas almas no envenenan? Si no fuera por los

149

fingimientos y todos se hicieran conocer por lo que son, se

quitarían las raíces del mal de la faz de la tierra, y todos

quedarían desengañados”.

+ + +

14-32

Junio 1, 1922

Encontrándome en mi habitual estado, estaba siguiendo las

horas de la Pasión de mi dulce Jesús, especialmente cuando

fue presentado a Pilatos, el cual le preguntó cuál era su reino, y

mi siempre amable Jesús me ha dicho:

“Hija mía, fue la primera vez en mi Vida terrena que tuve que

tratar con un gobernante gentil, el cuál me preguntó cuál era mi

reino, y Yo le respondí que mi reino no es de este mundo, que

si de este mundo fuera, millones de legiones de ángeles me

defenderían. Con esto abría a los gentiles mi reino y les

comunicaba mi celestial doctrina, tanto que Pilatos me

preguntó: ‘¿Cómo, Tú eres rey?’ Y Yo inmediatamente le

respondí: ‘Rey soy Yo, y he venido al mundo a enseñar la

verdad.’ Con esto Yo quería abrirme camino en su mente para

hacerme conocer, y él, sintiéndose como golpeado me

preguntó: ‘¿Qué cosa es la verdad?’ Pero no esperó mi

respuesta, no tuve el bien de hacerme comprender, le habría

dicho: ‘La verdad soy Yo, todo en Mí es verdad; verdad es mi

paciencia en medio de tantos insultos; verdad es mi mirada

dulce entre tantas burlas, calumnias, desprecios; verdad son

mis modos afables, atrayentes, en medio de tantos enemigos,

que mientras ellos me odian Yo los amo, y mientras quieren

darme la muerte Yo quiero abrazarlos y darles la vida; verdad

son mis palabras dignas y llenas de sabiduría celestial; todo en

Mí es verdad”. La verdad es más que sol majestuoso, que por

cuanto se quiera pisotear, surge más bello, más luminoso y

hace avergonzar a los mismos enemigos, haciéndolos caer por

tierra, a sus pies.

Pilatos me preguntó con ánimo sincero, y Yo le respondí

inmediatamente, en cambio Herodes me preguntó con maldad

y por curiosidad, y Yo no le respondí, así que a quien quiere

saber las cosas santas con sinceridad, Yo me revelo más allá

de lo que se quiere; en cambio, a quien quiere saberlas con

maldad y para curiosear, Yo me le escondo, y mientras éstos

quieren hacer burla de Mí, Yo los confundo y me burlo de ellos.

Pero como mi persona llevaba consigo la verdad, también ante

Herodes hizo su oficio, mi silencio ante sus tempestuosas

150

preguntas, mi mirada modesta, el aspecto todo lleno de

dulzura, de dignidad, de nobleza de mi misma persona, eran

todas verdades, y verdades operantes”.

+ + +

14-76

Noviembre 24, 1922

Estaba pensando en mi dulce Jesús cuando fue presentado

a Herodes, y decía entre mí: “Cómo es posible que Jesús, tan

bueno, no se haya dignado decirle una palabra, ni dirigirle una

mirada. ¿Quién sabe y a lo mejor aquel pérfido corazón, ante la

potencia de la mirada de Jesús se hubiera convertido?” Y

Jesús haciéndose ver me ha dicho:

“Hija mía, era tanta su perversidad e indisposición de ánimo,

que no mereció que lo mirara y le dijera una palabra, y si lo

hubiera hecho él se habría hecho más culpable, porque cada

palabra mía o mirada son vínculos de más que se forman entre

Yo y la criatura. Cada palabra es una unión mayor, un mayor

estrechamiento; y en cuanto el alma se siente mirada, la gracia

comienza su trabajo. Si la mirada o la palabra ha sido dulce,

benigna, el alma dice: ‘Cómo era bella, penetrante, suave,

melodiosa, ¿cómo no amarlo?’ O bien si ha sido una mirada o

palabra majestuosa, fulgurante de luz, dice: ‘Qué majestad,

qué grandeza, qué luz tan penetrante, cómo me siento

pequeña, cómo soy miserable, cuántas tinieblas en mí ante esa

luz tan fulgurante’. Si te quisiera decir la potencia, la gracia, el

bien que lleva mi palabra o mirada, cuántos libros te haría

escribir”.

+ + +

15-34

Julio 5, 1923

Estaba acompañando a mi penante Jesús en las horas de su

amarguísima Pasión, especialmente cuando fue presentado y

acusado por los judíos ante Pilatos, y Pilatos, no contento con

las simples acusaciones que le hacían, volvía a los

interrogatorios para encontrar, o causa suficiente para

condenarlo o para liberarlo. Y Jesús, hablándome en mi interior

me ha dicho:

"Hija mía, todo en mi Vida es misterio profundo y

enseñanzas sublimes, en las cuales el hombre debe mirarse

como en un espejo para imitarme. Tú debes saber que era

tanta la soberbia de los judíos, especialmente por la fingida

151

santidad que profesaban, por la que eran tenidos por hombres

rectos y concienzudos, que creían que sólo con presentarme

ellos y decir que me habían encontrado culpable y reo de

muerte, Pilatos debía creerles y sin interrogarlos debía

condenarme, mucho más porque estaban tratando con un juez

gentil que no tenía ni conocimiento de Dios ni conciencia. Pero

Dios dispuso diversamente para confundirlos y para enseñar a

los superiores que por mucho que parezcan buenas y santas

las personas que acusan a un pobre reo, no les crean

fácilmente, sino que las interroguen cuidadosamente para ver

si están en la verdad, o bien, ver si bajo aquel vestido de

bondad hay algunos celos, rencores, o es para obtener de los

superiores, haciéndose camino en sus corazones, algún puesto

o dignidad que ambicionan. El escrutinio hace conocer a las

personas, las confunde y se muestra que no se tiene confianza

en ellas, y al no verse apreciadas se quitan el pensamiento de

ambicionar puestos o de acusar a otros. Cuánto mal hacen

aquellos superiores cuando a ojos cerrados, fiándose de una

fingida bondad, no de una virtud probada, los ponen en un

puesto, o dan oídos a quien acusa a otro de alguna falta.

Cuánto no quedaron humillados los judíos al no ser creídos

fácilmente por Pilatos y al sufrir tantos interrogatorios, y si

cedió en condenarme no fue porque les creyera, sino forzado y

para no perder su puesto; esto los confundió, de modo que

quedó como marca sobre su frente una extrema confusión y

una humillación profunda, mucho más que descubrían más

rectitud y más conciencia en un juez gentil que en ellos. Cuán

necesario y justo es el escrutinio, arroja luz, produce calma en

los verdaderos buenos y confusión en los malos. Y cuando

queriendo examinarme Pilatos me preguntó: ‘¿Tú eres rey? Y

¿dónde está tu reino?’ Yo quise dar otra sublime lección con

decir: ‘Yo soy rey’. Y quería decir: ‘¿Pero sabes tú cuál es mi

reino? Mi reino son mis dolores, mi sangre, mis virtudes; éste

es el verdadero reino, que no fuera de Mí, sino dentro de Mí

poseo, lo que se posee por afuera no es verdadero reino ni

seguro dominio, porque lo que no está dentro del hombre le

puede ser quitado, usurpado y será obligado a dejarlo; en

cambio lo que está dentro nadie se lo podrá quitar, el dominio

será eterno dentro de él. Las características de mi reino son

mis llagas, las espinas, la cruz, donde no hago como los

demás reyes, que hacen vivir a sus pueblos fuera de ellos, en

la inseguridad y tal vez en ayunas; Yo no, Yo llamo a mis

pueblos a habitar en las estancias de mis llagas, fortificados y

defendidos por mis dolores, quitada su sed por mi sangre,

152

alimentados por mi carne, y sólo esto es el verdadero reinar,

todos los demás reinos son reinos de esclavitud, de peligros y

de muerte; en mi reino está la verdadera vida. Cuántas

enseñanzas sublimes, cuántos misterios profundos en mis

palabras, cada alma debería decirse a sí misma en las penas y

dolores, en las humillaciones y abandonos de todos, al

practicar las verdaderas virtudes: ‘Este es mi reino, no sujeto a

perecer, nadie me lo puede quitar ni tocar, es más, mi reino es

eterno y divino, semejante al de mi dulce Jesús, mis dolores y

penas me lo certifican y me vuelven el reino más fortificado y

aguerrido, tanto, que ninguno podrá hacerme guerra en vista

de mi gran fortaleza’. Este es reino de paz, que deberían

ambicionar todos mis hijos".

+ + +

16-2

Julio 16, 1923

Estaba pensando en la Pasión de mi dulce Jesús y sentía

sus penas junto a mí, como si ahora las estuviera Él sufriendo,

y mirándome me ha dicho:

“Hija mía, Yo sufrí todo en mi Voluntad, y a medida que

sufría mis penas abrían tantos caminos en mi Voluntad para

llegar a cada criatura. Si no hubiera sufrido en mi Voluntad, que

envuelve todo, mis penas no habrían llegado hasta ti, ni hasta

todos y cada uno, habrían quedado con mi Humanidad; es

más, con haberlas sufrido en mi Voluntad no sólo abrían tantos

caminos para ir a todas las criaturas, sino que abrían también

tantos otros para hacerlas entrar a ellas hasta Mí, y unirse con

esas penas y darme cada una de las penas que con sus

ofensas me debían dar en todo el curso de los siglos, y

mientras Yo estaba bajo la tempestad de los golpes, mi

Voluntad me traía a cada una de las criaturas a golpearme, así

que no fueron sólo aquellos los que me flagelaron, sino las

criaturas de todos los tiempos, que habrían con sus ofensas

concurrido a la bárbara flagelación, y así en todas las demás

penas mi Voluntad me traía a todos, ninguno faltaba a la

llamada, todos me estaban presentes, ninguno faltó, por eso

mis penas fueron ¡oh, cuánto más duras, más múltiples que las

que se vieron! Entonces si quieres que los ofrecimientos de mis

penas, tu compasión y reparación, tus pequeñas penas, no

sólo lleguen hasta Mí, sino que hagan los mismos caminos de

las mías, haz que todo entre en mi Querer, y todas las

generaciones recibirán los efectos. Y no sólo mis penas, sino

153

también mis palabras, porque dichas en mi Voluntad llegaban a

todos, como por ejemplo cuando Pilatos me preguntó si Yo era

rey y Yo le respondí: ‘Mi reino no es de este mundo, si de este

mundo fuera, millones de legiones de ángeles me defenderían’.

Y Pilatos al verme tan pobre, humillado, despreciado, se

asombró y dijo más marcado: ¡Cómo! ¿Tú eres rey?’ Y Yo con

firmeza le respondí a él y a todos los que se encuentran en

algún puesto: ‘Rey soy Yo, y he venido al mundo a enseñar la

verdad, y la verdad es que no son los puestos, los reinos, las

dignidades, el derecho de mando lo que hace reinar al hombre,

lo que lo ennoblece, lo que lo eleva sobre todos; es más, éstas

cosas son esclavitudes, miserias, que lo hacen servir a viles

pasiones, a hombres injustos, cometiendo también él tantos

actos de injusticia que lo desnoblecen, lo arrojan en el fango y

le atraen el odio de sus dependientes, así que las riquezas son

esclavitudes, los puestos son espadas con las que muchos

quedan muertos o heridos; el verdadero reinar es la virtud, el

despojamiento de todo, el sacrificarse por todos, el someterse

a todos, y esto es el verdadero reinar que vincula a todos y se

hace amar por todos, por eso mi reino no tendrá jamás fin, y el

tuyo está próximo a perecer’. Y estas palabras en mi Voluntad

las hacía llegar a los oídos de todos aquellos que se

encuentran en puestos de autoridad, para hacerles conocer el

gran peligro en el que se encuentran, y para poner en guardia

a quienes aspiran a los puestos, a las dignidades, al mando”.

+ + +

20-45

Enero 4, 1927

Después de esto estaba siguiendo a mi apasionado Jesús

en la Pasión, y habiendo llegado al punto cuando Herodes lo

acosaba a preguntas y Él callaba, pensaba entre mí: “Si Jesús

hubiese hablado tal vez aquél se hubiera convertido”. Y Jesús

moviéndose en mi interior me ha dicho:

“Hija mía, Herodes no me preguntó para conocer la verdad

sino para curiosear y burlarse de Mí, y si Yo hubiese

respondido habría hecho burla de él, porque cuando falta la

voluntad de conocer la verdad y de llevarla a cabo, falta el

humor en el alma para recibir el calor que lleva consigo la luz

de mis verdades; este calor no encontrando la humedad para

hacer germinar y fecundar la verdad, quema de más y hace

secar el bien que puede producir. Sucede como al sol, que

cuando no encuentra la humedad en las plantas, su calor sirve

154

para secar y quemar la vida de las plantas, pero si encuentra

humedad hace prodigios, por eso la verdad es bella, es

amable, es la restauradora y fecundadora de las almas, con su

calor y luz forma prodigios de desarrollo, de gracias y de

santidad, pero esto para quien ama conocerla para hacerla;

pero para quien no ama hacerla, la verdad se burla de ellos en

vez de quedar burlada”.

+ + +

155

DECIMOSEXTA HORA

De las 8 a las 9 de la mañana

Jesús de nuevo ante Pilatos. Es pospuesto a Barrabás.

Jesús es flagelado.

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Mi atormentado Jesús, mi pobre corazón te sigue entre

ansias y penas, y al verte vestido de loco, conociendo quién

eres Tú, sabiduría infinita, que das el juicio a todos, doy en

delirio y digo: ¿cómo, Jesús loco? ¿Jesús malhechor? ¡Y

ahora serás pospuesto al más grande malhechor, a Barrabás!

Mi Jesús, santidad que no tiene igual, ya estás de nuevo

ante Pilatos, y éste, al verte tan malamente reducido y vestido

de loco, y sabiendo que ni siquiera Herodes te ha condenado,

queda más indignado contra los judíos y se convence

mayormente de tu inocencia y de no condenarte, pero

queriendo dar alguna satisfacción a los judíos, como para

aplacar el odio, el furor, la rabia y la sed que tienen de tu

sangre, te propone a ellos junto con Barrabás, pero los judíos

gritan:

«¡No queremos libre a Jesús, sino a Barrabás!» (Jn 18, 40)

Y entonces Pilatos no sabiendo ya qué hacer para calmarlos

te condena a la flagelación.

Mi pospuesto Jesús, se me rompe el corazón al ver que

mientras los judíos se ocupan de Ti para hacerte morir, Tú,

encerrado en Ti mismo piensas en dar a todos la vida, y

poniendo atención te escucho decir:

«Padre Santo, mira a tu Hijo vestido de loco, esto te repara

la locura de tantas criaturas al caer en el pecado; esta

vestidura blanca sea ante Ti como disculpa por tantas almas

que se visten con la lúgubre vestidura de la culpa. Mira oh

Padre, el odio, el furor, la rabia que tienen contra Mí, que casi

les hace perder la luz de la razón, la sed que tienen de mi

sangre, y Yo quiero repararte todos los odios, las venganzas,

las iras, los homicidios, y conseguir a todos la luz de la razón.

Mírame de nuevo Padre mío, ¿se puede dar insulto mayor?

Me han pospuesto al más grande malhechor, y Yo quiero

repararte todas las posposiciones que se hacen, ¡ah, todo el

mundo está lleno de posposiciones! Quién nos pospone a un

156

vil interés, quién a los honores, quién a las vanidades, quién a

los placeres, a los apegos, a las dignidades, a las crápulas y

hasta al mismo pecado, y en modo unánime todas las

criaturas, aun a cada pequeña tontería nos posponen, y Yo

estoy dispuesto a aceptar ser pospuesto a Barrabás para

reparar las posposiciones de las criaturas.”

Mi Jesús, me siento morir de dolor y de confusión al ver tu

gran amor en medio de tantas penas y el heroísmo de tus

virtudes en medio de tantas penas e insultos. Tus palabras y

reparaciones, como tantas heridas se repercuten en mi pobre

corazón, y en mi dolor repito tus plegarias y tus reparaciones,

ni siquiera un instante puedo separarme de Ti, de otra manera

muchas cosas de lo que haces Tú se me escaparían. Pero,

¿qué veo? Los soldados te conducen a una columna para

flagelarte. Amor mío, te sigo y Tú con tu mirada de amor

mírame y dame la fuerza para asistir a tu dolorosa flagelación.

Jesús Flagelado

Mi purísimo Jesús, ya estás junto a la columna, los soldados

enfurecidos te sueltan para atarte a ella, pero no es suficiente,

te despojan de tus vestiduras para hacer cruel carnicería de tu

santísimo cuerpo. Amor mío, vida mía, me siento desfallecer

por el dolor de verte desnudo, Tú tiemblas de pies a cabeza y

tu santísimo rostro se tiñe de virginal rubor, y es tanta tu

confusión y tu agotamiento, que no sosteniéndote en pie estás

a punto de caer a los pies de la columna, pero los soldados

sosteniéndote, no por ayudarte sino para poderte atar, no te

dejan caer.

Ya toman las sogas, te atan los brazos, pero tan fuerte que

enseguida se hinchan y de la punta de los dedos brota sangre.

Después, en torno a la columna pasan sogas que sujetan tu

santísima persona hasta los pies, y tan fuerte que no puedes

hacer ni siquiera un movimiento, y así poder ellos

desenfrenarse sobre de Ti libremente.

Despojado Jesús mío, permíteme que me desahogue, de

otra manera no puedo continuar viéndote sufrir tanto. ¿Cómo?

Tú que vistes a todas las cosas creadas, al sol de luz, al cielo

de estrellas, a las plantas de hojas, a los pajarillos de plumas,

Tú, ¿desnudo? ¡Qué atrevimiento! Pero mi amante Jesús, con

la luz que irradia de sus ojos me dice:

«Calla, oh hija. Era necesario que fuese desnudado para

reparar por tantos que se despojan de todo pudor, de candor y

de inocencia; que se desnudan de todo bien y virtud, de mi

157

gracia, y se visten de toda brutalidad, viviendo a modo de

brutos. En mi virginal rubor reparé las tantas deshonestidades

y afeminaciones y placeres bestiales. Por eso atenta a lo que

hago y ruega y repara conmigo y cálmate».

Flagelado Jesús, tu amor pasa de exceso en exceso, veo

que los verdugos toman los flagelos y te azotan sin piedad,

tanto, que todo tu santísimo cuerpo queda lívido; es tanta la

ferocidad y el furor al golpearte, que están ya cansados, pero

otros dos los sustituyen y tomando varas espinosas te azotan

tanto, que enseguida de tu santísimo cuerpo comienza a

chorrear a ríos la sangre, y lo continúan golpeando todo,

abriendo surcos y lo llenan de llagas.

Pero aún no les basta, otros dos continúan, y con cadenas

de fierro continúan la dolorosa carnicería. A los primeros

golpes esas carnes llagadas se desgarran y a pedazos caen

por tierra; los huesos quedan al descubierto y la sangre brota

tanto, que forma un lago de sangre en torno a la columna.

Mi Jesús desnudado, amor mío, mientras Tú estás bajo esta

tempestad de golpes, me abrazo a tus pies para poder tomar

parte en tus penas y quedar toda cubierta con tu preciosísima

sangre, pero cada golpe que Tú recibes es una herida a mi

corazón, mucho más, pues poniendo atención oigo tus

gemidos, los cuales no se escuchan bien porque la tempestad

de golpes ensordece el ambiente, y en esos gemidos Tú dices:

«Ustedes, todos los que me aman, vengan a aprender el

heroísmo del verdadero amor; vengan a apagar en mi sangre

la sed de sus pasiones, la sed de tantas ambiciones, de tantas

vanidades y placeres, de tanta sensualidad; en ésta mi sangre

encontrarán el remedio a todos sus males».

Tus gemidos continúan diciendo:

«Mírame, oh Padre, bajo esta tempestad de golpes, todo

llagado, pero no basta, quiero formar tantas llagas en mi

cuerpo para dar suficientes moradas en el Cielo de mi

Humanidad a todas las almas, en modo de formar en Mí mismo

su salvación, y después hacerlas pasar al Cielo de la Divinidad.

Padre mío, cada golpe de estos flagelos repare ante Ti, uno a

uno cada especie de pecado, y conforme me golpean, así sea

excusa para aquellos que los cometen. Que estos golpes

golpeen los corazones de las criaturas y les hablen de mi amor

por ellas, tanto, de forzarlas a rendirse a Mí».

Y mientras esto dices, es tan grande tu amor, si bien con

sumo dolor, que casi incitas a los verdugos a que te azoten aún

más. Mi descarnado Jesús, tu amor me aplasta, me siento

enloquecer; y si bien tu amor no está cansado, los verdugos

158

están agotados y no pueden continuar la dolorosa carnicería.

Ya te quitan las cuerdas y Tú caes casi muerto en tu propia

sangre; y al ver los pedazos de tus carnes te sientes morir por

el dolor, al ver en aquellas carnes arrancadas de Ti, a las

almas perdidas, y es tanto tu dolor, que agonizas en tu propia

sangre.

Mi Jesús, deja que te tome entre mis brazos para restaurarte

un poco con mi amor. Te beso, y con mi beso encierro a todas

las almas en Ti, así ninguna más se perderá, y Tú bendíceme.

+ + +

Reflexiones de la Decimosexta Hora (8 AM)

14-2

Febrero 9, 1922

Encontrándome en mi habitual estado, estaba siguiendo las

horas de la Pasión y mi dulce Jesús, mientras lo acompañaba

en el misterio de su dolorosa flagelación, se hacía ver todo

descarnado, su cuerpo desnudo no sólo de sus vestiduras, sino

también de su carne; sus huesos se podían numerar uno por

uno; su aspecto era no sólo desgarrador sino horrible al verse,

tanto que infundía temor, espanto, reverencia y amor a la vez.

Yo me sentía muda ante esta escena tan desgarradora, habría

querido hacer no sé qué cosa para aliviar a mi Jesús, pero no

sabía hacer nada, la vista de sus penas me daba la muerte, y

Jesús, todo bondad me ha dicho:

“Querida hija mía, mírame bien para que conozcas a fondo

mis penas. Mi cuerpo es el verdadero retrato del hombre que

comete pecado; el pecado lo despoja de la vestidura de mi

gracia, y Yo para dársela nuevamente me hice despojar de mis

vestidos; el pecado lo deforma, y mientras es la más bella

criatura que salió de mis manos, se vuelve la más fea y da

asco y horror. Yo era el más bello de los hombres, y para darle

de nuevo la belleza al hombre, puedo decir que mi Humanidad

tomó la forma más fea; mírame cómo estoy horrible, me hice

quitar la piel por los azotes y quedé irreconocible. El pecado no

sólo quita la belleza, sino que forma llagas profundas,

putrefactas y gangrenosas que corroen las partes más íntimas,

consumen los humores vitales, así que todo lo que el hombre

hace en estado de pecado son obras muertas, esqueléticas, el

pecado le arranca la nobleza de su origen, la luz de su razón y

se vuelve ciego, y Yo para llenar la profundidad de sus llagas

159

me hice arrancar a pedazos la carne, me reduje todo a una

sola llaga, y con derramar a ríos mi sangre hice correr los

humores vitales en su alma, para darle nuevamente la vida.

¡Ah! si no tuviera en Mí la fuente de la vida de mi Divinidad, Yo

habría muerto desde el principio de mi Pasión, porque a cada

pena que me daban mi Humanidad moría, pero ella me

restituía la vida.

Ahora, mis penas, mi sangre, mis carnes arrancadas a

pedazos están siempre en acto de dar vida al hombre, pero el

hombre rechaza mi sangre para no recibir la vida, pisotea mis

carnes para quedar llagado, ¡oh! cómo siento el peso de la

ingratitud”.

Y arrojándose en mis brazos ha roto en llanto. Yo me lo he

estrechado a mi corazón, pero Él lloraba fuertemente, ¡qué

desgarro ver llorar a Jesús! Habría querido sufrir cualquier

pena para no hacerlo llorar. Entonces lo he compadecido, le he

besado sus llagas, le he secado las lágrimas, y Él como

reconfortado ha agregado:

“¿Sabes cómo hago Yo? Como un padre que ama mucho a

su hijo, y este hijo es ciego, deforme, tullido; y el padre que lo

ama hasta la locura, ¿qué hace? Se saca los ojos, se arranca

las piernas, se quita la piel y se lo da todo al hijo y dice: ‘Estoy

más contento con quedar ciego, cojo, deforme, con tal que te

vea a ti, hijo mío, que puedes ver, que puedes caminar, que

eres bello”. ¡Oh, cómo está contento aquel padre porque ve a

su hijo mirar con sus ojos, caminar con sus piernas y cubierto

con su belleza! ¿Pero cuál sería el dolor del padre si viera que

su hijo, ingrato, arroja de sí los ojos, las piernas, la piel, y se

contenta con permanecer feo como está? Así soy Yo, en todo

he pensado, pero ellos, ingratos, forman mi más acerbo dolor”.

+ + +

14-18

Abril 1, 1922

Después he seguido las horas de la Pasión, y seguía a mi

dulce Jesús en el momento en que fue vestido y tratado como

loco; mi mente se perdía en este misterio, y Jesús me ha dicho:

“Hija mía, el paso más humillante de mi Pasión fue

propiamente éste, el ser vestido y tratado como loco, llegué a

ser el juguete de los judíos, su harapo; humillación más grande

no podría tener mi infinita sabiduría; no obstante era necesario

que Yo, Hijo de Dios, sufriera esta pena. El hombre pecando se

vuelve loco; locura más grande no puede darse, y de rey cual

160

es, se convierte en esclavo y juguete de vilísimas pasiones que

lo tiranizan, y más que a un loco lo encadenan a su antojo,

arrojándolo en el fango y cubriéndolo con las cosas más

sucias. ¡Oh! qué gran locura es el pecado, en este estado el

hombre jamás podía ser admitido ante la Majestad Suprema,

por eso quise sufrir esta pena tan humillante, para conseguirle

al hombre que saliera de este estado de locura, ofreciéndome

Yo a mi Padre Celestial para sufrir las penas que merecía su

locura. Cada pena que sufrí en mi Pasión no era otra cosa que

el eco de las penas que merecían las criaturas; este eco

retumbaba en Mí y me sometía a penas, a desprecios, a burlas

y a todos los tormentos”.

+ + +

16-40

Enero 14, 1924

Estaba acompañando a mi Jesús en el misterio de la

flagelación, compadeciéndolo cuando se vio tan confundido en

medio de los enemigos, despojado de sus vestidos, bajo una

tempestad de golpes, y mi amable Jesús saliendo de mi interior

en el estado en el que se encontraba cuando fue flagelado me

ha dicho:

“Hija mía, ¿quieres saber la causa por la que fui desnudado

cuando fui flagelado? En cada misterio de mi Pasión primero

me ocupaba de consolidar la rotura entre la voluntad humana y

la Divina, y después de las ofensas que esta rotura

produjo. Cuando el hombre en el edén rompió los vínculos de

la unión entre la Voluntad Suprema y la suya, se despojó de las

vestiduras reales de mi Voluntad y se vistió con los miserables

harapos de la suya, débil, inconstante, impotente para hacer

algo de bien. Mi Voluntad le era un dulce encanto que lo tenía

absorbido en una luz purísima que no le hacía conocer otra

cosa que a su Dios, del cual había salido, quien no le daba otra

cosa que felicidad sin medida, y estaba tan absorbido por lo

mucho que le daba su Dios, que no se daba ningún

pensamiento de sí mismo. ¡Oh! cómo era feliz el hombre y

cómo la Divinidad se deleitaba en darle tantas partículas de su

Ser por cuanto la criatura puede recibir, para hacerlo

semejante a Él. Ahora, en cuanto rompió la unión de nuestra

Voluntad con la suya, perdió la vestidura real, perdió el

encanto, la luz, la felicidad; se miró a sí mismo sin la luz de mi

Voluntad y viéndose sin el encanto que lo tenía absorto, se

conoció, tuvo vergüenza, tuvo miedo de Dios, tanto que su

161

misma naturaleza sintió sus tristes efectos, sintió el frío y la

desnudez y sintió la viva necesidad de cubrirse; y así como

nuestra Voluntad lo tenía en el puerto de felicidades inmensas,

así la suya lo puso en el puerto de las miserias. Nuestra

Voluntad era todo para el hombre, y en Ella encontraba todo,

era justo que habiendo salido de Nosotros y viviendo como un

tierno hijo nuestro en nuestro Querer, viviera de lo nuestro, y

este Querer debiera sustituirse a todo lo que él necesitaba; por

lo tanto, como quiso vivir de su querer, tuvo necesidad de todo,

porque el querer humano no tiene el poder de sustituirse a

todas las necesidades, ni tiene en sí la fuente del bien, por eso

fue obligado a procurarse con cansancio las cosas necesarias

a la vida. ¿Ves entonces qué significa no estar unido con mi

Voluntad? ¡Oh! si todos la conocieran, sólo tendrían un solo

suspiro: ‘Que mi Querer venga a reinar sobre la tierra’. Así que,

si Adán no se hubiera sustraído de la Voluntad Divina, aun su

naturaleza no habría tenido necesidad de vestidos, no habría

sentido la vergüenza de su desnudez, ni habría estado sujeto a

sufrir el frío, el calor, el hambre, la debilidad, pero estas cosas

naturales eran casi nada, eran más bien símbolos del gran bien

que había perdido su alma.

Por eso hija mía, antes de ser atado a la columna para ser

flagelado, quise ser desnudado para sufrir y reparar la

desnudez del hombre cuando se desnudó del vestido real de

mi Voluntad. Sentí en Mí tal confusión y pena al verme así

desnudo en medio de los enemigos que se burlaban de Mí, que

lloré por la desnudez del hombre y ofrecí a mi Celestial Padre

mi desnudez, para hacer que el hombre fuera revestido de

nuevo con el vestido real de mi Voluntad, y como pago, para

que esto no me fuera negado, ofrecí mi sangre, mis carnes

arrancadas a pedazos, me hice desnudar no sólo de los

vestidos, sino también de mi piel para poder pagar el precio y

satisfacer el delito de esta desnudez del hombre; derramé tanta

sangre en este misterio, que en ningún otro derramé tanta, que

bastaba para cubrir al hombre como con un segundo vestido, y

vestido de sangre para cubrirlo de nuevo, y así calentarlo y

lavarlo para disponerlo a recibir la vestidura real de mi

Voluntad”.

Yo al oír esto, sorprendida he dicho: “Mi amado Jesús,

¿cómo puede ser posible que el hombre con sustraerse de tu

Voluntad tuvo necesidad de vestirse, tuvo vergüenza, miedo?

Sin embargo, Tú hiciste siempre la Voluntad del Padre

Celestial, eras una sola cosa con Él; tu Mamá no conoció

162

jamás su querer, sin embargo, tuvisteis necesidad de vestidos,

de alimento y sentisteis el frío y el calor”.

Y Jesús ha agregado: “Sin embargo hija mía es

precisamente así. Si el hombre sintió vergüenza de su

desnudez y quedó sujeto a tantas miserias naturales, fue

precisamente porque perdió el dulce encanto de mi Voluntad, y

si bien el mal lo hizo el alma, no el cuerpo, pero indirectamente

fue como cómplice de la mala voluntad del hombre, la

naturaleza quedó como profanada por el mal querer del

hombre, por lo tanto, la una y el otro debían sentir la pena del

mal hecho. Respecto a Mí, es verdad que hice siempre la

Voluntad Suprema, pero Yo no vine a encontrar al hombre

inocente, al hombre antes de que pecara, sino que vine a

encontrar al hombre pecador y con todas sus miserias, y debí

fraternizarme con él, tomar sobre de Mí todos sus males y

sujetarme a las necesidades de la vida, como si fuera uno de

ellos; pero en Mí había este prodigio, que si lo quería de nada

tenía necesidad, ni de vestidos, ni de alimento, ni de nada.

Pero no quise servirme de él por amor al hombre, quise

sacrificarme en todo, aun en las cosas más inocentes creadas

por Mí mismo, para atestiguarle mi ardiente amor, es más, esto

servía para impetrar de mi Divino Padre que, por consideración

mía y de mi voluntad toda sacrificada a Él, restituyera al

hombre la noble vestidura real de nuestra Voluntad”.

+ + +

17-4

Julio 1, 1924

Me sentía muy oprimida por la privación de mi adorable

Jesús. ¡Oh, cómo me sangra el corazón y me siento sometida

a sufrir muertes continuas! Sentía que no podía más sin Él, y

que más duro no podía ser mi martirio, y mientras trataba de

seguir a mi Jesús en los diferentes misterios de su Pasión, he

llegado a acompañarlo en el misterio de su dolorosa

flagelación. Mientras estaba en esto se ha movido en mi

interior llenándome toda de su adorable Persona; yo al verlo le

quería decir mi duro estado, pero Jesús imponiéndome silencio

me ha dicho:

“Hija mía, recemos juntos; hay ciertos tiempos tan tristes en

los cuales mi justicia, no pudiendo contenerse por los males de

las criaturas quisiera inundar la tierra de nuevos flagelos, y por

eso es necesaria la oración en mi Voluntad, la que

extendiéndose sobre todos se pone en defensa de las

163

criaturas, y con su potencia impide que mi justicia se acerque a

la criatura para golpearla”.

¡Cómo era bello y conmovedor oír rezar a Jesús! Y como lo

estaba acompañando en el doloroso misterio de la flagelación,

se hacía ver chorreando sangre, y oía que decía:

“Padre mío, te ofrezco esta mi sangre, ¡ah! haz que esta

sangre cubra todas las inteligencias de las criaturas y haga

vanos todos sus malos pensamientos, disminuya el fuego de

sus pasiones y haga resurgir inteligencias santas. Esta sangre

cubra sus ojos y haga velo a su vista, a fin de que no le entre el

gusto de los placeres malos, y no se ensucien con el fango de

la tierra. Esta sangre mía cubra y llene su boca y deje muertos

sus labios a las blasfemias, a las imprecaciones, a todas sus

malas palabras. Padre mío, esta mi sangre cubra sus manos y

le dé terror de tantas acciones infames. Esta sangre circule en

nuestra Voluntad Eterna para cubrir a todos, para defender y

para ser arma defensora en favor de las criaturas ante los

derechos de nuestra justicia”.

¿Pero quién puede decir el modo como rezaba Jesús y todo

lo que decía? Después ha hecho silencio y me sentía en mi

interior que Jesús tomaba en sus manos mi pequeña y pobre

alma, la estrechaba, la retocaba, la miraba, y yo le he dicho:

“Amor mío, ¿qué haces? ¿Hay alguna cosa en mí que te

desagrada?”

Y Él: “Estoy trabajando y ensanchando tu alma en mi

Voluntad. Además, no debo darte cuentas a ti de lo que hago,

porque habiéndote dado tú toda a Mí, has perdido tus

derechos, ahora todos los derechos son míos. ¿Sabes cuál es

tu único derecho? Que mi Voluntad sea tuya y te suministre

todo lo que puede hacerte feliz en el tiempo y en la eternidad”.

+ + +

164

165

DECIMOSÉPTIMA HORA

De las 9 a las 10 de la mañana

Jesús coronado de espinas. “Ecce Homo.” Jesús es

condenado a muerte.

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Mi Jesús, amor infinito, mientras más te miro más

comprendo cuánto sufres. Ya estás todo lacerado y no hay

parte sana en Ti; los verdugos enfurecidos al ver que Tú en

medio de tantas penas los miras con tanto amor, que tu mirada

amorosa formando un dulce encanto, casi como tantas voces

ruegan y suplican más penas y nuevas penas, y estos, si bien

inhumanos, pero también forzados por tu amor, te ponen de

pie, y Tú, no sosteniéndote caes de nuevo en tu propia sangre,

y ellos, irritados, con patadas y con empujones te hacen llegar

al lugar donde te coronarán de espinas.

Amor mío, si Tú no me sostienes con tu mirada de amor, yo

no puedo continuar viéndote sufrir. Siento ya un escalofrío en

los huesos, el corazón me late fuertemente, me siento morir,

¡Jesús, Jesús, ayúdame! Y mi amable Jesús me dice:

«Animo, no pierdas nada de lo que he sufrido; sé atenta a

mis enseñanzas. Yo debo rehacer en todo al hombre, la culpa

le ha quitado la corona y lo ha coronado de oprobios y de

confusión, así que no puede comparecer ante mi Majestad, la

culpa lo ha deshonrado haciéndole perder todo derecho a los

honores y a la gloria, por eso quiero ser coronado de espinas,

para poner sobre la frente del hombre la corona y restituirle

todos los derechos a cualquier honor y gloria; y mis espinas

serán ante mi Padre reparaciones y voces de disculpa por los

tantos pecados de pensamiento y especialmente de soberbia; y

serán voces de luz y de súplica a cada mente creada para que

no me ofendan; por eso, tú únete conmigo y ora y repara junto

conmigo».

Coronado Jesús, tus crueles enemigos te hacen sentar, te

ponen encima un trapo de púrpura, toman la corona de espinas

y con furia infernal te la ponen sobre tu adorable cabeza, y a

golpes de palo te hacen penetrar las espinas en la frente, y

algunas te llegan hasta los ojos, a las orejas, al cráneo y hasta

166

detrás en la nuca. ¡Amor mío, qué desgarro, qué penas tan

inenarrables! ¡Cuántas muertes crueles no sufres!

La sangre te corre sobre tu rostro, de manera que no se ve

más que sangre, pero bajo esas espinas y esa sangre se

descubre tu rostro santísimo radiante de dulzura, de paz y de

amor, y los verdugos queriendo completar la tragedia te

vendan los ojos, te ponen una caña en la mano por cetro y

comienzan sus burlas. Te saludan como rey de los judíos, te

golpean la corona, te dan bofetadas y te dicen:

«Adivina quién te ha golpeado». (Lc 22, 64)

Y Tú callas y respondes con reparar las ambiciones de

quienes aspiran a reinos, a las dignidades, a los honores, y por

aquellos que encontrándose en estos puestos, no

comportándose bien forman la ruina de los pueblos y de las

almas confiadas a ellos, y cuyos malos ejemplos son causa de

empujar al mal y de que se pierdan almas.

Con esa caña que tienes en la mano reparas por tantas

obras buenas vacías de espíritu interior, e incluso hechas con

malas intenciones. En los insultos y en esa venda reparas por

aquellos que ponen en ridículo las cosas más santas,

desacreditándolas y profanándolas, y reparas por aquellos que

se vendan la vista de la inteligencia para no ver la luz de la

verdad.

Con esta venda impetras para nosotros el que nos quitemos

las vendas de las pasiones, de las riquezas y los placeres. Mi

Rey Jesús, tus enemigos continúan sus insultos, y la sangre

que escurre de tu santísima cabeza es tanta, que llegándote

hasta la boca te impide hacerme oír claramente tu dulcísima

voz, y por eso no puedo hacer lo que haces Tú, por eso vengo

a tus brazos, quiero sostener tu cabeza traspasada y dolorida,

quiero poner mi cabeza bajo esas espinas para sentir sus

pinchazos.

Pero mientras digo esto, mi Jesús me llama con su mirada

de amor y yo corro, me abrazo a su corazón y trato de sostener

su cabeza. ¡Oh, cómo es bello estar con Jesús, aun en medio

de mil tormentos! Y Él me dice:

«Hija mía, estas espinas dicen que quiero ser constituido rey

de cada corazón; a Mí me corresponde todo dominio; tú toma

estas espinas y pincha tu corazón y haz salir de él todo lo que

a Mí no pertenece y deja las espinas dentro de tu corazón

como señal de que Yo soy tu Rey y para impedir que ninguna

otra cosa entre en ti. Después gira por todos los corazones, y

pinchándolos haz salir de ellos todos los humos de soberbia, la

podredumbre que contienen, y constitúyeme Rey de todos».

167

Amor mío, el corazón se me oprime al dejarte, por eso te

ruego que ensordezcas mis oídos con tus espinas para que

sólo pueda oír tu voz; que me cubras los ojos con tus espinas

para poder mirarte sólo a Ti; que me llenes con tus espinas la

boca, de modo que mi lengua quede muda a todo lo que

pudiera ofenderte, y tenga libre la lengua para alabarte y

bendecirte en todo.

Oh mi Rey Jesús, circúndame de espinas, y estas espinas

me custodien, me defiendan y me tengan toda atenta a Ti. Y

ahora quiero limpiarte la sangre y besarte, porque veo que tus

enemigos te conducen a Pilatos, el cual te condenará a muerte.

Amor mío, ayúdame a continuar tu dolorosa vida y bendíceme.

Jesús de nuevo ante Pilatos

Mi coronado Jesús, mi pobre corazón herido por tu amor y

traspasado por tus penas no puede vivir sin Ti, por eso te

busco y te encuentro nuevamente ante Pilatos. ¡Pero qué

espectáculo conmovedor! ¡Los Cielos se horrorizan y el infierno

tiembla de espanto y de rabia! Vida de mi corazón, mi mirada

no puede soportar el mirarte sin sentirme morir; pero la fuerza

raptora de tu amor me obliga a mirarte para hacerme

comprender bien tus penas; y yo entre lágrimas y suspiros te

contemplo.

Mi Jesús, estás desnudo, y en vez de vestidos te veo vestido

de sangre, las carnes abiertas y destrozadas, los huesos al

descubierto, tu santísimo rostro irreconocible; las espinas

clavadas en tu santísima cabeza te llegan a los ojos, al rostro,

y yo no veo más que sangre, que corriendo hasta la tierra

forma un arroyo sanguinolento bajo tus pies.

¡Mi Jesús, no te reconozco más por como has quedado

reducido! ¡Tu estado ha llegado a los excesos más profundos

de las humillaciones y de los dolores! ¡Ah, no puedo soportar tu

visión tan dolorosa!

Me siento morir, quisiera arrebatarte de la presencia de

Pilatos para encerrarte en mi corazón y darte descanso;

quisiera sanar tus llagas con mi amor, y con tu sangre quisiera

inundar todo el mundo para encerrar en ella a todas las almas

y conducirlas a Ti como conquista de tus penas. Y Tú, oh

paciente Jesús, a duras penas parece que me miras por entre

las espinas y me dices:

«Hija mía, ven entre mis atados brazos, apoya tu cabeza

sobre mi seno y verás dolores más intensos y acerbos, porque

lo que ves por fuera de mi Humanidad no es otra cosa que el

168

desahogo de mis penas interiores. Pon atención a los latidos

de mi corazón y oirás que reparo las injusticias de los que

mandan, la opresión de los pobres, de los inocentes

pospuestos a los culpables, la soberbia de aquellos que para

conservar las dignidades, los cargos, las riquezas, no dudan en

romper cualquier ley y en hacer mal al prójimo, cerrando los

ojos a la luz de la verdad.

Con estas espinas quiero romper el espíritu de soberbia de

“sus señorías”, y con las heridas que forman en mi cabeza

quiero abrirme camino en sus mentes, para reordenar en ellas

todas las cosas según la luz de la verdad. Con estar así

humillado ante este injusto juez, quiero hacer comprender a

todos que solamente la virtud es la que constituye al hombre

rey de sí mismo, y enseño a quien manda, que solamente la

virtud, unida al recto saber, es la única digna y capaz de

gobernar y regir a los demás, mientras que todas las otras

dignidades, sin la virtud, son cosas peligrosas y deplorables.

Hija mía, haz eco a mis reparaciones y sigue poniendo

atención a mis penas».

Amor mío, veo que Pilatos, al verte tan malamente reducido,

se siente estremecer y todo impresionado exclama:

«¿Será posible tanta crueldad en los corazones humanos?

¡Ah, no era esta mi voluntad al condenarlo a los azotes!»

Y queriendo liberarte de las manos de tus enemigos, para

poder encontrar razones más convenientes, todo hastiado y

apartando la mirada, porque no puede sostener tu visión

demasiado dolorosa, vuelve a interrogarte:

«Pero dime, ¿qué has hecho? Tu gente te ha entregado en

mis manos, dime, ¿Tú eres rey? ¿Cuál es tu reino?»

A las preguntas apresuradas de Pilatos, Tú, oh mi Jesús, no

respondes, y ensimismado en Ti mismo piensas en salvar mi

pobre alma a costa de tantas penas. Y Pilatos, porque no

respondes, añade:

«¿No sabes Tú que está en mi poder el liberarte o el

condenarte?» (Jn 19, 10)

Pero Tú, oh amor mío, queriendo hacer resplandecer en la

mente de Pilatos la luz de la verdad le respondes:

«No tendrías ningún poder sobre Mí si no te viniera de lo

alto, pero aquellos que me han entregado en tus manos han

cometido un pecado más grave que el tuyo». (Jn 19, 11)

Entonces Pilatos, como movido por la dulzura de tu voz,

indeciso como está, con el corazón en tempestad, creyendo

que los corazones de los judíos fuesen más piadosos, se

169

decide a mostrarte desde la terraza, esperando que se muevan

a compasión al verte tan desgarrado, y así poderte liberar.

Dolorido Jesús mío, mi corazón desfallece al verte seguir a

Pilatos, con trabajos caminas y encorvado bajo aquella horrible

corona de espinas, la sangre marca tus pasos, y en cuanto

sales fuera escuchas a la muchedumbre escandalosa que,

ansiosa espera tu condena.

Pilatos imponiendo silencio para llamar la atención de todos

y hacerse escuchar por todos, toma con repugnancia los dos

extremos de la púrpura que te cubre el pecho y los hombros,

los levanta para hacer que todos vean a qué estado has

quedado reducido, y en voz alta dice:

«¡Ecce Homo!» (“¡Aquí tienen al hombre!”)

Mírenlo, no tiene más figura de hombre, observen sus llagas;

ya no se le reconoce; si ha hecho mal ya ha sufrido suficiente,

más bien demasiado; yo estoy arrepentido de haberle hecho

sufrir tanto, por eso dejémoslo libre».

Jesús, amor mío, deja que te sostenga, porque veo que no

sosteniéndote en pie bajo el peso de tantas penas, vacilas. Ah,

en este momento solemne se decide tu suerte, a las palabras

de Pilatos se hace un profundo silencio en el Cielo, en la tierra

y en el infierno. Y después, como en una sola voz oigo el grito

de todos:

«¡Crucifícalo, crucifícalo, a cualquier costo lo queremos

muerto!» (Lc 23, 21)

Vida mía, Jesús, veo que tiemblas, el grito de muerte

desciende en tu corazón, y en estas voces descubres la voz de

tu amado Padre que dice:

«¡Hijo mío, te quiero muerto, y muerto crucificado!»

Ah, oyes también a tu Mamá, que si bien traspasada,

desolada, hace eco a tu amado Padre: «¡Hijo, te quiero

muerto!» Los ángeles, los santos, el infierno, todos a voz

unánime gritan: «¡Crucifícalo, crucifícalo!» Así que no hay

alma que te quiera vivo. Y, ay, ay, con mi mayor rubor, dolor y

horror, también yo me siento obligada por una fuerza suprema

a gritar: «¡Crucifícalo!»

Mi Jesús, perdóname si también yo, miserable alma

pecadora, te quiero muerto. Sin embargo, te ruego que me

hagas morir junto contigo. Y Tú, mientras tanto, oh mi

destrozado Jesús, movido por mi dolor parece que me dices:

«Hija mía, estréchate a mi corazón y toma parte en mis

penas y en mis reparaciones; el momento es solemne, se debe

decidir, o mi muerte, o la muerte de todas las criaturas. En este

momento dos corrientes se vierten en mi corazón, en una están

170

las almas que, si me quieren muerto es porque quieren hallar

en Mí la vida, y así, al aceptar Yo la muerte por ellas son

absueltas de la condenación eterna y las puertas del Cielo se

abren para recibirlas; en la otra corriente están aquellas que

me quieren muerto por odio y como confirmación de su

condenación y mi corazón está lacerado y siente la muerte de

cada una de éstas y sus mismas penas del infierno.

Mi corazón no soporta estos acerbos dolores; siento la

muerte a cada latido y a cada respiro, y voy repitiendo:

«¿Por qué tanta sangre será derramada en vano? ¿Por qué

mis penas serán inútiles para tantos? ¡Ah, hija, sostenme que

no puedo más, toma parte en mis penas, tu vida sea un

continuo ofrecimiento para salvar las almas y para mitigarme

penas tan desgarradoras!»

Corazón mío, Jesús, tus penas son las mías y hago eco a

tus reparaciones. Pero veo que Pilatos queda atónito y se

apresura a decir:

«¿Cómo? ¿Debo crucificar a vuestro Rey? Yo no encuentro

culpa en Él para condenarlo». (Jn 19, 6)

Y los judíos haciendo escándalo gritan:

«No tenemos otro rey que el Cesar, y si tú no lo condenas

no eres amigo del Cesar; loco, insensato, crucifícalo,

crucifícalo». (Jn 19, 15)

Pilatos, no sabiendo qué más hacer, por temor a ser

destituido hace traer un recipiente con agua y lavándose las

manos dice:

«Yo soy inocente de la sangre de este Justo». (Mt 27, 24)

Y te condena a muerte. Pero los judíos gritan:

«¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»

(Mt 27, 25)

Y al verte condenado estallan en fiesta, aplauden, silban,

gritan; mientras Tú, oh Jesús, reparas por aquellos que

encontrándose en el poder, por vano temor y por no perder su

puesto rompen las leyes más sagradas, no importándoles la

ruina de pueblos enteros, favoreciendo a los impíos y

condenando a los inocentes; reparas también por aquellos que

después de la culpa instigan a la Ira divina a castigarlos.

Pero mientras reparas todo esto, el corazón te sangra por el

dolor de ver al pueblo escogido por Ti, fulminado por la

maldición del Cielo, que ellos mismos con plena voluntad han

querido, sellándola con tu sangre que han imprecado. Ah, tu

corazón desfallece, déjame que lo sostenga entre mis manos

haciendo mías tus reparaciones y tus penas; pero tu amor te

empuja aún más alto, e impaciente ya buscas la cruz. Vida

171

mía, te seguiré, pero por ahora repósate en mis brazos, y

después llegaremos juntos al monte calvario; por eso

permanece en mí y bendíceme.

+ + +

Reflexiones de la Decimoséptima Hora (9 AM)

CUARTA MEDITACIÓN NOVENA DE NAVIDAD

“Hija mía, del amor devorante pasa a mirar mi Amor obrante.

Cada alma concebida me llevó el fardo de sus pecados, de sus

debilidades y pasiones, y mi Amor me ordenó tomar el fardo de

cada uno, y no sólo concebí a las almas, sino las penas de

cada una, las satisfacciones que cada una de ellas debía dar a

mi Celestial Padre. Así que mi Pasión fue concebida junto

Conmigo. Mírame bien en el seno de mi Celestial Mamá. Oh

cómo mi pequeña Humanidad era desgarrada, mira bien como

mi pequeña cabecita está circundada por una corona de

espinas, que ciñéndome fuerte las sienes me hace derramar

ríos de lágrimas de los ojos, y no puedo moverme para

secarlas. Ah, muévete a compasión de Mí, sécame los ojos de

tanto llanto, tú que tienes los brazos libres para podérmelo

hacer, estas espinas son la corona de los tantos pensamientos

malos que se agolpan en las mentes humanas, oh, como me

pinchan más estos pensamientos que las espinas que produce

la tierra.

+ + +

4-181

Marzo 6, 1903

Después de haber esperado mucho, el bendito Jesús se

hacía ver dentro de mi interior, diciéndome:

“¿Quieres que vayamos a ver si las criaturas me quieren?”

Y yo: “Seguro que te querrán; siendo Tú el Ser más amable,

¿quién tendrá la osadía de no quererte?”

Y Él: “Vayamos y después verás lo que harán”.

Nos hemos ido, y cuando llegamos a un punto donde había

mucha gente, ha sacado su cabeza de dentro de mi interior y

ha dicho aquellas palabras que dijo Pilatos cuando lo mostró al

pueblo: “Ecce Homo”. Y comprendía que aquellas palabras

significaban si querían que el Señor reinase como su Rey, y

tuviese el dominio en sus corazones, en las mentes, y obras; y

aquellos respondieron: “Quítenlo, no lo queremos, más bien

172

crucifíquenlo, a fin de que sea destruida toda memoria suya”.

¡Oh, cuántas veces se repiten estas escenas! Entonces el

Señor ha dicho a todos: “Ecce Homo”.

Al decir esto sucedió un murmullo, una confusión, quién

decía: “No lo quiero por Rey mío, quiero la riqueza, otro el

placer, otro el honor, quién las dignidades y quién tantas otras

cosas más. Con horror yo escuchaba estas voces y el Señor

me ha dicho:

“Has comprendido como nadie me quiere, sin embargo esto

es nada, dirijámonos a la clase religiosa y veamos si me

quieren”.

Entonces me he encontrado en medio de sacerdotes,

obispos, religiosas, consagrados; y Jesús con voz sonora ha

repetido: “Ecce Homo”.

Y aquellos decían: “Lo queremos, pero queremos también

nuestra conveniencia”. Otros: “Lo queremos, pero junto con el

interés”. Respondían otros: “Lo queremos, pero unido a la

estima, al honor, ¿qué hace un religioso sin estima?”

Replicaban otros: “Lo queremos, pero unido a alguna

satisfacción de criatura, ¿cómo se puede vivir solo y sin que

nadie nos satisfaga?” Y algunos llegaban a querer al menos la

satisfacción en el sacramento de la confesión. Pero solo, solo,

casi ninguno lo quería, no faltando también que alguno no se

ocupara de hecho de Jesucristo.

Entonces todo afligido me ha dicho: “Hija mía, retirémonos,

has visto cómo ninguno me quiere, o a lo más me quieren

unido con alguna cosa que a ellos les agrada, Yo no me

contento con esto, porque el verdadero reinar es cuando se

reina solo”.

Mientras esto decía me he encontrado en mí misma.

+ + +

5-21

Octubre 12, 1903

Esta mañana veía a mi adorable Jesús en mi interior

coronado de espinas, y viéndolo en aquel modo le he dicho:

“Dulce Señor mío, ¿por qué vuestra cabeza envidió a vuestro

flagelado cuerpo que había sufrido tanto y tanta sangre había

derramado, y no queriendo la cabeza quedarse atrás del

cuerpo, honrado con el adorno del sufrir, instigaste Tú mismo a

los enemigos a coronarte con una corona de espinas tan

dolorosa y tormentosa?”.

173

Y Jesús: “Hija mía, muchos significados tiene esta

coronación de espinas, y por cuanto dijera queda siempre

mucho por decir, porque es casi incomprensible a la mente

creada el por qué mi cabeza quiso ser honrada con tener su

porción distinta y especial, no general, de un sufrimiento y

esparcimiento de sangre, haciendo casi competencia con el

cuerpo, el por qué fue que siendo la cabeza la que une todo el

cuerpo y toda el alma, de modo que el cuerpo sin la cabeza es

nada tanto que se puede vivir sin los otros miembros, pero sin

la cabeza es imposible, siendo la parte esencial de todo el

hombre, tan es verdad, que si el cuerpo peca o hace el bien, es

la cabeza la que dirige, no siendo el cuerpo otra cosa que un

instrumento, entonces, debiendo mi cabeza restituir el régimen

y el dominio, y merecer que en las mentes humanas entraran

nuevos cielos de gracias, nuevos mundos de verdad, y destruir

los nuevos infiernos de pecados, por los que llegarían hasta

hacerse viles esclavos de viles pasiones, y queriendo coronar a

toda la familia humana de gloria, de honor y de decoro, por eso

quise coronar y honrar en primer lugar mi Humanidad, si bien

con una corona de espinas dolorosísima, símbolo de la corona

inmortal que restituía a las criaturas, quitada por el pecado.

Además de esto, la corona de espinas significa que no hay

gloria y honor sin espinas, que no puede haber jamás dominio

de pasiones, adquisición de virtudes, sin sentirse pinchar hasta

dentro de la carne y el espíritu, y que el verdadero reinar está

en el donarse a sí mismo, con las pinchaduras de la

mortificación y del sacrificio; además estas espinas significaban

que verdadero y único Rey soy Yo, y sólo quien me constituye

Rey del propio corazón, goza de paz y felicidad, y Yo la

constituyo reina de mi propio reino. Además, todos aquellos

ríos de sangre que brotaban de mi cabeza eran tantos

riachuelos que ataban la inteligencia humana al conocimiento

de mi supremacía sobre ellos”.

¿Pero quién puede decir todo lo que oigo en mi interior? No

tengo palabras para expresarlo; más bien lo poco que he dicho

me parece haberlo dicho incoherente, y así creo que debe ser

al hablar de las cosas de Dios, por cuan alto y sublime uno

pueda hablar, siendo Él increado y nosotros creados, no se

puede decir de Dios mas que balbuceos.

+ + +

174

11-91

Abril 24, 1915

Encontrándome en mi habitual estado, estaba pensando

cuánto sufrió el bendito Jesús al ser coronado de espinas, y

Jesús haciéndose ver me ha dicho:

“Hija mía, los dolores que sufrí son incomprensibles a mente

creada; pero mucho más dolorosos que aquellas espinas se

clavaban en mi mente todos los pensamientos malos de las

criaturas, de modo que de todos estos pensamientos de las

criaturas ninguno se me escapaba, todos los sentía en Mí, así

que no sólo sentía las espinas, sino también el horror de las

culpas que aquellas espinas clavaban en Mí”.

Entonces, traté de ver al amable Jesús, y veía su santísima

cabeza circundada como por una corona de espinas que le

salían de dentro. Todos los pensamientos de las criaturas

estaban en Jesús, y de Jesús pasaban a ellas y de ellas a

Jesús y en Él quedaban como concatenados juntos. ¡Oh, cómo

sufría Jesús! Después ha agregado:

“Hija mía, sólo las almas que viven en mi Voluntad pueden

darme verdaderas reparaciones y endulzarme espinas tan

punzantes, porque viviendo en mi Voluntad, mi Voluntad se

encuentra en todas partes, y ellas encontrándose en Mí y en

todos, descienden en las criaturas y suben a Mí y me traen

todas las reparaciones y me endulzan, y hacen cambiar en las

mentes las tinieblas en luz”.

+ + +

12-7

Mayo 2, 1917

“Hija mía, ánimo y firmeza en todo, o qué, ¿no quieres

imitarme? También Yo moría poco a poco, conforme las

criaturas me ofendían en sus pasos, Yo sentía el desgarro en

mis pies, pero con tal acerbidad de espasmos, capaces de

darme la muerte, y mientras me sentía morir no moría;

conforme me ofendían con sus obras Yo sentía la muerte en

mis manos, y por el cruel desgarro Yo agonizaba, me sentía

desfallecer, pero la Voluntad del Padre me sostenía, moría y no

moría; conforme las malas palabras, las blasfemias horrendas

de las criaturas se repercutían en mi voz, Yo me sentía

sofocar, ahogar, amargar la palabra y sentía la muerte en mi

voz, pero no moría. Y mi desgarrado corazón conforme

palpitaba, sentía en mi latido las vidas malas, las almas que se

175

arrancaban, y mi corazón estaba en continuos desgarros y

laceraciones; agonizaba y moría continuamente en cada

criatura, en cada ofensa, no obstante, el amor, el Querer

Divino, me obligaban a vivir. He aquí el porqué de tu morir poco

a poco, te quiero junto Conmigo, quiero tu compañía en mis

muertes, ¿no estás contenta?”

+ + +

14-52

Agosto 19, 1922

Encontrándome en mi habitual estado, el dulce Jesús me

hacía sufrir parte de sus penas y de sus muertes que sufrió por

cada una de las criaturas. Por mis pequeñas penas

comprendía cuán atroces y mortales habían sido las penas de

Jesús, entonces me ha dicho:

“Hija mía, mis penas son incomprensibles a la naturaleza

humana, las mismas penas de mi Pasión fueron sombras o

semejanzas de mis penas internas. Mis penas internas me

eran infligidas por un Dios Omnipotente, al cual ninguna fibra

podía esquivar el golpe; las de mi Pasión me eran infligidas por

los hombres, los cuales no teniendo ni la omnipotencia ni la

omnividencia, no podían hacer lo que ellos mismos querían, ni

podían penetrar en todas mis fibras internas. Mis penas

internas estaban encarnadas y mi misma Humanidad era

transformada en clavos, en espinas, en flagelos, en llagas, en

martirio, tan crueles que me daban muertes continuas, éstas

eran inseparables de Mí, formaban mi misma Vida; en cambio

las de mi Pasión eran extrañas a Mí, eran espinas y clavos que

se podían clavar, y queriendo se podían también quitar, y el

solo pensamiento de que una pena se puede quitar es un

alivio; pero mis penas internas, que eran formadas por la

misma carne, no había ninguna esperanza de que se me

pudieran quitar, ni disminuir la agudeza de una espina, del

traspasarme con clavos. Mis penas internas fueron tales y

tantas, que las penas de mi Pasión las podría llamar alivios y

besos que daban a mis penas internas, que uniéndose juntas

daban el último testimonio de mi grande y excesivo amor por

salvar a las almas. Mis penas externas eran voces que

llamaban a todos a entrar en el océano de mis penas internas,

para hacerlos comprender cuánto me costaba su salvación. Y

además, por tus mismas penas internas, comunicadas por Mí,

puedes comprender en algún modo la intensidad continua de

176

las mías. Por eso date ánimo, es el amor lo que a esto me

empuja”.

+ + +

17-26

Diciembre 24, 1924

“Hija mía, las penas que sufrí en este seno virginal de mi

Mamá son incalculables a la mente humana, ¿pero sabes tú

cuál fue la primera pena que sufrí desde el primer instante de

mi Concepción y que me duró toda la vida? La pena de la

muerte. Mi Divinidad descendía del Cielo plenamente feliz,

intangible de cualquier pena y de cualquier muerte, y cuando vi

a mi pequeña Humanidad sujeta a la muerte y a las penas por

amor a las criaturas, sentí tan a lo vivo la pena de la muerte,

que por pura pena habría muerto de verdad si la potencia de mi

Divinidad no me hubiera sostenido con un prodigio,

haciéndome sentir la pena de la muerte y la continuación de la

vida, así que para Mí fue siempre muerte, sentía la muerte del

pecado, la muerte del bien en las criaturas y también su muerte

natural. ¡Qué duro desgarro fue para Mí toda mi Vida! Yo, que

contenía la vida y era el dueño absoluto de la vida misma,

debía sujetarme a la pena de la muerte. ¿No ves a mi pequeña

Humanidad inmóvil y moribunda en el seno de mi querida

Madre? ¿Y no la sientes en ti misma cómo es dura y

desgarradora la pena de sentirse morir y no morir? Hija mía, es

tu vivir en mi Voluntad lo que te hace partícipe de la continua

muerte de mi Humanidad”.

Entonces me he pasado casi toda la mañana junto a mi

Jesús en el seno de mi Mamá y lo veía que mientras estaba en

acto de morir, volvía a tomar vida para abandonarse de nuevo

a morir. ¡Qué pena ver en ese estado al niño Jesús!

+ + +

19-28

Junio 20, 1926

Después de haber pasado días amarguísimos por la

privación de mi dulce Jesús, me sentía que no podía más, yo

gemía bajo una prensa que me trituraba alma y cuerpo y

suspiraba por mi patria celestial, donde ni siquiera por un

instante habría quedado privada de Aquél que es toda mi vida

y mi sumo y único bien. Luego, cuando me he reducido a los

extremos sin Jesús, me he sentido llenar toda de Él, de modo

que yo quedaba como un velo que lo cubría, y como estaba

177

pensando y acompañándolo en las penas de su Pasión,

especialmente en el momento cuando Pilatos lo mostró al

pueblo diciendo: “Ecce Homo”, mi dulce Jesús me ha dicho:

“Hija mía, cuando Pilatos dijo ‘Ecce Homo’, todos gritaron:

‘Crucifícalo, crucifícalo, lo queremos muerto’. También mi

mismo Padre Celestial y mi inseparable y traspasada Mamá, y

no sólo aquellos que estaban presentes sino todos los

ausentes y todas las generaciones pasadas y futuras, y si

alguno no lo dijo con la palabra, lo dijo con las acciones,

porque no hubo uno solo que dijera que me querían vivo, y el

callar es confirmar lo que quieren los demás. Este grito de

muerte de todos fue para Mí dolorosísimo, Yo sentía tantas

muertes por cuantas personas gritaron crucifícalo, me sentí

como ahogado de penas y de muerte, mucho más que veía

que cada una de mis muertes no llevaba a cada uno la vida, y

aquellos que recibían la vida por causa de mi muerte no

recibían todo el fruto completo de mi pasión y muerte. Fue

tanto mi dolor, que mi Humanidad gimiente estaba por

sucumbir y dar el último respiro, pero mientras moría, mi

Voluntad Suprema con su Omnividencia hizo presentes a mi

Humanidad muriente a todos aquellos que habrían hecho

reinar en ellos, con dominio absoluto al Eterno Querer, los

cuales tomarían el fruto completo de mi Pasión y muerte, entre

los cuales estaba, a la cabeza, mi amada Madre, Ella tomó

todo el depósito de todos mis bienes y de los frutos que hay en

mi Vida, Pasión y Muerte, ni siquiera un respiro mío perdió y

del cual no custodiase el precioso fruto, y de Ella debían ser

transmitidos a la pequeña recién nacida de mi Voluntad y a

todos aquellos en los cuales el Supremo Querer habría tenido

su Vida y su Reino. Cuando mi Humanidad expirante vio

puesto a salvo y asegurado el fruto completo de mi Vida,

Pasión y Muerte, pudo reemprender y continuar el curso de la

dolorosa Pasión.

+ + +

20-40

Diciembre 24, 1926

Ahora, mientras esto decía se ha puesto dentro de mí, en

medio de mi pecho, extendido, en un estado de perfecta

inmovilidad, sus piecitos y manitas estaban tan tiesos e

inmóviles que daban piedad, le faltaba el espacio para

moverse, para abrir los ojos, para respirar libremente, y lo que

más desgarraba era verlo en acto de morir continuamente. Qué

pena ver morir a mi pequeño Jesús, yo me sentía puesta junto

178

con Él en el mismo estado de inmovilidad. Entonces, después

de algún tiempo el niñito Jesús estrechándome a Sí me ha

dicho:

“Hija mía, mi estado en el seno materno fue dolorosísimo, mi

pequeña Humanidad tenía el uso perfecto de razón y de

sabiduría infinita, por lo tanto desde el primer instante de mi

concepción comprendía todo mi estado doloroso, la oscuridad

de la cárcel materna, no tenía ni siquiera un hueco por donde

entrara un poco de luz. ¡Qué larga noche de nueve meses! La

estrechez del lugar que me obligaba a una perfecta

inmovilidad, siempre en silencio, no me era dado gemir, ni

sollozar para desahogar mi dolor, cuántas lágrimas no derramé

en el sagrario del seno de mi Mamá sin hacer el mínimo

movimiento, y esto era nada, mi pequeña Humanidad había

tomado el empeño de morir tantas veces, para satisfacer a la

Divina Justicia, por cuantas veces las criaturas habían hecho

morir la Voluntad Divina en ellas, haciendo la gran afrenta de

dar vida a la voluntad humana, haciendo morir en ellas una

Voluntad Divina. ¡Oh! cómo me costaron estas muertes; morir y

vivir, vivir y morir, fue para Mí la pena más desgarradora y

continua, mucho más que mi Divinidad, si bien era Conmigo

una sola cosa e inseparable de Mí, al recibir de Mí estas

satisfacciones se ponía en actitud de justicia, y si bien mi

Humanidad era santa y también era la lamparita delante al Sol

inmenso de mi Divinidad, Yo sentía todo el peso de las

satisfacciones que debía dar a este Sol Divino y la pena de la

decaída humanidad que en Mí debía resurgir a costa de tantas

muertes mías. Fue el rechazar la Voluntad Divina dando vida a

la propia lo que formó la ruina de la humanidad decaída, y Yo

debía tener en estado de muerte continua a mi Humanidad y

voluntad humana, para hacer que la Voluntad Divina tuviera

vida continua en Mí para extender ahí su reino. Desde que fui

concebido, Yo pensaba y me ocupaba en extender el reino del

Fiat Supremo en mi Humanidad, a costa de no dar vida a mi

voluntad humana, para hacer resurgir a la humanidad decaída,

a fin de que fundado en Mí este reino, preparase las gracias,

las cosas necesarias, las penas, las satisfacciones que se

necesitaban para hacerlo conocer y fundarlo en medio de las

criaturas. Por eso todo lo que tú haces, lo que hago en ti para

este reino, no es otra cosa que la continuación de lo que Yo

hice desde que fui concebido en el seno de mi Mamá. Por eso

si quieres que desenvuelva en ti el reino del Eterno Fiat,

déjame libre y no des jamás vida a tu voluntad”.

179

DECIMOCTAVA HORA

De las 10 a las 11 de la mañana

Jesús toma la cruz y se dirige al calvario donde es

desnudado.

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Mi Jesús, amor insaciable, veo que no te das paz, siento tus

desvaríos de amor, tus dolores; el corazón te late con fuerza y

en cada latido siento explosiones, torturas, violencias de amor,

y Tú, no pudiendo contener el fuego que te devora, te afanas,

gimes, suspiras, y en cada gemido te oigo decir: «¡Cruz!»

Cada gota de tu sangre repite: «¡Cruz!» Todas tus penas, en

las cuales como en un mar interminable Tú nadas dentro,

repiten entre ellas: «¡Cruz!» Y Tú exclamas:

«¡Oh cruz amada y suspirada, tú sola salvarás a mis hijos, y

Yo concentro en ti todo mi amor!»

Segunda coronación de espinas

Entre tanto, tus enemigos te hacen reentrar en el pretorio, te

quitan la púrpura queriendo ponerte de nuevo tus vestidos.

¡Pero ay, cuánto dolor! ¡Me sería más dulce el morir que verte

sufrir tanto! ¡La vestidura se atora en la corona y no pueden

sacártela por arriba, así que con crueldad jamás vista te

arrancan todo junto, vestidos y corona!

A tan cruel tirón muchas espinas se rompen y quedan

clavadas en tu santísima cabeza; la sangre a ríos te llueve y es

tanto tu dolor, que gimes; pero tus enemigos no tomando en

cuenta tus torturas, te ponen tus vestiduras y de nuevo vuelven

a ponerte la corona oprimiéndola fuertemente sobre tu cabeza,

y hacen que las espinas te lleguen a los ojos, a las orejas, así

que no hay parte de tu santísima cabeza que no sienta los

pinchazos de ellas.

Es tanto tu dolor que vacilas bajo esas manos crueles, te

estremeces de pies a cabeza y entre atroces espasmos estás a

punto de morir, y con tus ojos apagados y llenos de sangre,

con trabajos me miras para pedirme ayuda en medio de tanto

dolor.

180

Mi Jesús, Rey de los dolores, deja que te sostenga y te

estreche a mi corazón. Quisiera tomar el fuego que te devora

para incinerar a tus enemigos y ponerte a salvo, pero Tú no

quieres porque las ansias de la cruz se hacen más ardientes y

quieres inmolarte ya sobre ella, aun para bien de tus mismos

enemigos. Pero mientras te estrecho a mi corazón, Tú

estrechándome al tuyo me dices:

«Hija mía, hazme desahogar mi amor, y junto conmigo

repara por aquellos que hacen el bien y me deshonran. Estos

judíos me visten con mis ropas para desacreditarme

mayormente ante el pueblo, para convencerlo de que Yo soy

un malhechor. Aparentemente la acción de vestirme era buena,

pero en sí misma era mala. Ah, cuántos hacen obras buenas,

administran sacramentos, los frecuentan pero con fines

humanos e incluso perversos, pero el bien mal hecho lleva a la

dureza; Yo quiero ser coronado una segunda vez, con dolores

más atroces que en la primera, para romper esta dureza y así,

con mis espinas, atraerlos a Mí.

Ah, hija mía, esta segunda coronación me es mucho más

dolorosa, la cabeza me la siento nadando entre espinas, y en

cada movimiento que hago o golpe que me dan, tantas

muertes crueles sufro. Reparo así la malicia de las ofensas,

reparo por aquellos que en cualquier estado de ánimo en que

se encuentren, en vez de pensar en la propia santificación se

disipan y rechazan mi Gracia, y regresan a darme espinas más

punzantes, y Yo soy obligado a gemir, a llorar con lágrimas de

sangre y a suspirar por su salvación. ¡Ah! ¡Yo hago todo por

amarlas, y las criaturas hacen de todo para ofenderme! Al

menos tú no me dejes solo en mis penas y en mis

reparaciones».

Jesús toma la cruz

Destrozado bien mío, contigo reparo, contigo sufro, pero veo

que tus enemigos te precipitan por las escaleras, el pueblo con

furor y ansias te espera; ya te hacen encontrar preparada la

cruz, que con tantos suspiros buscas, y Tú con amor la miras y

con paso decidido te acercas a abrazarla, pero antes la besas,

y corriéndote un estremecimiento de alegría por tu santísima

Humanidad, con sumo contento tuyo vuelves a mirarla y mides

su largo y su ancho.

En ella estableces la porción para todas las criaturas, las

dotas suficientemente para vincularlas a la Divinidad con nudo

de nupcias y hacerlas herederas del Reino de los Cielos;

181

después, no pudiendo contener el amor con el cual las amas,

vuelves a besar la cruz y le dices:

«Cruz adorada, finalmente te abrazo; eras tú el suspiro de mi

corazón, el martirio de mi amor, pero tú, oh cruz, tardaste hasta

ahora, mientras mis pasos siempre se dirigían hacia ti. Cruz

santa, eras tú la meta de mis deseos, la finalidad de mi

existencia acá abajo, en ti concentro todo mi Ser; en ti pongo a

todos mis hijos y tú serás su vida y su luz, su defensa, su

custodia, su fuerza.

Tú los ayudarás en todo y me los conducirás gloriosos al

Cielo. Oh cruz, cátedra de sabiduría, sólo tú enseñarás la

verdadera santidad, sólo tú formarás los héroes, los atletas, los

mártires, los santos. Cruz bella, tú eres mi trono y debiendo Yo

partir de la tierra, tú permanecerás en lugar mío; a ti te entrego

en dote a todas las almas. A ti las confío para que me las

custodies y me las salves».

Y diciendo esto, ansioso te la haces poner sobre tus

santísimos hombros. Ah mi Jesús, la cruz para tu amor es

demasiado ligera, pero al peso de la cruz se une el de nuestras

enormes e inmensas culpas, enormes e inmensas cuanto es la

extensión de los cielos, y Tú, quebrantado bien mío, te sientes

aplastar bajo el peso de tantas culpas, tu alma se horroriza

ante la vista de ellas y siente la pena de cada culpa; tu

santidad queda turbada ante tanta fealdad, y por esto poniendo

la cruz sobre tus hombros, vacilas, jadeas, y de tu santísima

Humanidad brota un sudor mortal.

Ah, amor mío, no tengo ánimo para dejarte solo, quiero

dividir junto contigo el peso de la cruz, y para aliviarte el peso

de las culpas me estrecho a tus pies; quiero darte a nombre de

todas las criaturas: Amor por quien no te ama, alabanzas por

quien te desprecia, bendiciones, agradecimientos, obediencia

por todas.

Declaro que en cualquier ofensa que recibas, yo quiero

ofrecerte toda yo misma para repararte, hacer el acto opuesto

a las ofensas que las criaturas te hacen y consolarte con mis

besos y mis continuos actos de amor.

Pero veo que soy demasiado miserable, tengo necesidad de

Ti para poderte reparar de verdad, por eso me uno a tu

santísima Humanidad, y junto a Ti uno mis pensamientos a los

tuyos para reparar mis pensamientos malos y los de todos; uno

mi boca a la tuya para reparar las blasfemias y las malas

conversaciones; uno mi corazón al tuyo para reparar las

inclinaciones, los deseos y los afectos malos; en una palabra,

quiero reparar todo lo que repara tu santísima Humanidad,

182

uniéndome a la inmensidad de tu amor por todos y al bien

inmenso que haces a todos.

Pero no estoy contenta aún, quiero unirme a tu Divinidad y

perder mi nada en Ella, y así te doy el todo: Te doy tu amor

para confortar tus amarguras; te doy tu corazón para

reconfortarte por nuestras frialdades, incorrespondencias,

ingratitudes y poco amor de las criaturas; te doy tus armonías

para aliviarte el oído de las blasfemias que le llegan; te doy tu

belleza para reconfortarte de las fealdades de nuestras almas

cuando nos ensuciamos en la culpa; te doy tu pureza para

aliviarte por las faltas de rectitud de intención, y por el fango y

podredumbre que ves en tantas almas; te doy tu inmensidad

para aliviarte de las estrecheces voluntarias donde se meten

las almas; te doy tu ardor para quemar todos los pecados y

todos los corazones, a fin de que todos te amen y ninguno más

te ofenda; en suma, te doy todo lo que Tú eres para darte

satisfacción infinita, amor eterno, inmenso e infinito.

La vía dolorosa al calvario

Mi pacientísimo Jesús, veo que das los primeros pasos bajo

el peso enorme de la cruz, y yo uno mis pasos a los tuyos y

cuando Tú, débil, desangrado y vacilante estés por caer, yo

estaré a tu lado para sostenerte, pondré mis hombros bajo la

cruz para dividir junto contigo el peso de ella. Tú no me

desdeñarás, sino acéptame como tu fiel compañera.

Oh Jesús, me miras y veo que reparas por aquellos que no

llevan con resignación su propia cruz, sino que maldicen, se

irritan, se suicidan y cometen homicidios; y Tú impetras para

todos amor y resignación a la propia cruz; pero es tanto tu

dolor, que te sientes como destrozar bajo la cruz.

Jesús cae por primera vez

Son apenas los primeros pasos que das y ya caes bajo de

ella, y al caer te golpeas en las piedras, las espinas se clavan

más en tu cabeza, mientras que todas tus llagas se abren y

sangran nuevamente; y como no tienes fuerzas para

levantarte, tus enemigos, irritados, a patadas y con empujones

tratan de ponerte en pie.

Caído amor mío, deja que te ayude a ponerte en pie, te

bese, te limpie la sangre y junto contigo repare por aquellos

que pecan por ignorancia, por fragilidad y debilidad, y te ruego

que des ayuda a estas almas.

183

Jesús encuentra a su Madre Santísima

Vida mía, Jesús, tus enemigos haciéndote sufrir penas

inauditas, han logrado ponerte en pie, y mientras caminas

vacilante oigo tu respiro afanoso, tu corazón late más fuerte y

nuevas penas te lo traspasan intensamente, sacudes la cabeza

para quitar de tus ojos la sangre que los llena, y ansioso miras.

Ah mi Jesús, he entendido todo, es tu Mamá que como

gimiente paloma va en tu busca, quiere decirte una última

palabra y recibir una última mirada tuya, y Tú sientes sus

penas, su corazón lacerado en el tuyo, y enternecido y herido

por vuestro común amor la descubres, que abriéndose paso a

través de la muchedumbre, a cualquier costo quiere verte,

abrazarte y darte el último adiós.

Pero Tú quedas aún más traspasado al ver su palidez mortal

y todas tus penas reproducidas en Ella por la fuerza del amor.

Y si Ella continúa viviendo es sólo por un milagro de tu

Omnipotencia. Ya diriges tus pasos al encuentro de los suyos,

pero con trabajo podéis intercambiar las miradas.

¡Oh dolor del corazón de ambos! Los soldados lo advierten y

con golpes y empujones impiden que Madre e Hijo se den el

último adiós, y es tan grande la angustia de los dos, que tu

Mamá queda petrificada por el dolor y casi está por sucumbir;

el fiel Juan y las piadosas mujeres la sostienen, mientras Tú de

nuevo caes bajo la cruz.

Jesús cae por segunda vez

Entonces tu doliente Mamá, lo que no hace con el cuerpo

porque se ve imposibilitada lo hace con el alma, entra en Ti,

hace suyo el Querer del Eterno y asociándose en todas tus

penas te hace el oficio de Mamá, te besa, te repara, te cura, y

en todas tus llagas derrama el bálsamo de su doloroso amor.

Mi Penante Jesús, también yo me uno con la traspasada

Mamá, hago mías todas tus penas y en cada gota de tu

sangre, en cada una de tus llagas quiero hacerte de mamá, y

junto con Ella y contigo reparo por todos los encuentros

peligrosos y por aquellos que se exponen a las ocasiones de

pecar, o que obligados a exponerse por la necesidad quedan

atrapados por el pecado.

Tú entre tanto gimes caído bajo la cruz, los soldados temen

que mueras bajo el peso de tantos martirios y por la pérdida de

tanta sangre; no obstante esto, a fuerza de latigazos y patadas,

con dificultad llegan a ponerte de pie. Así reparas las repetidas

184

caídas en el pecado, los pecados graves cometidos por toda

clase de personas y ruegas por los pecadores obstinados, y

lloras con lágrimas de sangre por su conversión.

La llaga del hombro

Quebrantado amor mío, mientras te sigo en las

reparaciones, veo que no te sostienes bajo el peso enorme de

la cruz. Ya tiemblas todo, las espinas a los continuos golpes

que recibes penetran siempre más en tu santísima cabeza, la

cruz por su gran peso se hunde en tu hombro formando una

llaga tan profunda que descubre los huesos, y a cada paso me

parece que mueres, y por lo tanto te ves imposibilitado para

seguir adelante.

Pero tu amor que todo puede te da la fuerza, y conforme

sientes que la cruz se hunde en tu hombro, reparas por los

pecados escondidos, que no siendo reparados acrecientan la

crudeza de tus dolores. Mi Jesús, deja que ponga mi hombro

bajo la cruz para aliviarte, y contigo reparo todos los pecados

ocultos.

El Cirineo carga la cruz de Jesús

Pero tus enemigos, por temor de que Tú mueras bajo la

cruz, obligan al Cireneo a ayudarte a llevar la cruz, el cual, de

mala gana y refunfuñando, no por amor sino por fuerza te

ayuda. Y entonces en tu corazón hacen eco todos los lamentos

de quien sufre, las faltas de resignación, las rebeliones, los

enojos y los desprecios en el sufrir; pero mucho más quedas

herido al ver que las almas consagradas a Ti, a quienes llamas

por compañeras y ayudas en tu dolor te huyen, y si Tú las

estrechas a Ti con el dolor, ah, ellas se desvinculan de tus

brazos para ir en busca de placeres y así te dejan solo para

sufrir.

Mi Jesús, mientras reparo contigo te ruego que me estreches

entre tus brazos, y tan fuerte que no haya ninguna pena que Tú

sufras de la cual no tome parte, para transformarme en ellas y

para compensarte por el abandono de todas las criaturas.

Fatigado Jesús mío, con trabajo caminas y todo encorvado,

pero veo que te detienes y tratas de mirar. Corazón mío, pero,

¿qué pasa? ¿Qué quieres? Ah, es la Verónica, que sin temor a

nada, valientemente con un paño te limpia el rostro todo

cubierto de sangre, y Tú se lo dejas estampado en señal de

gratitud.

185

Generoso Jesús mío, también yo quiero enjugarte, y no con

un paño, sino que quiero ofrecerte todo mi ser para darte alivio,

quiero entrar en tu interior, y darte, oh Jesús, latidos por

latidos, respiros por respiros, afectos por afectos, deseos por

deseos; lo que quiero decir es que quiero arrojarme en toda tu

santísima inteligencia, y haciendo correr todos estos latidos,

respiros, afectos y deseos en la inmensidad de tu Voluntad,

intento multiplicarlos al infinito.

Quiero, oh mi Jesús, formar olas de latidos, para hacer que

ningún latido malo repercuta en tu corazón, y así, endulzar

todas las internas amarguras de tu corazón. Intento formar olas

de deseos y de afectos, para alejar todos los deseos y afectos

malos que pudieran, mínimamente entristecer tu corazón.

Intento también, oh mi Jesús, formar olas de respiros y de

pensamientos, para alejar cualquier respiro o pensamiento que

pudiera, mínimamente desagradarte. Me estaré haciendo

guardia, oh Jesús, a fin de que nada que pudiera afligirte,

pueda acercársete, y agregue a tus penas internas otras

amarguras.

Oh, mi Jesús, haz que todo mi interior nade en la

inmensidad del tuyo, así podré encontrar amor suficiente, y

voluntad inmensa, para impedir que entre en tu interior amor

malo, ni voluntad que pudiera desagradarte.

Oh mi Jesús, para estar más segura te suplico que selles

con tus pensamientos los míos, con tu Voluntad la mía, con tus

deseos los míos, con tus afectos y con tus latidos los míos, a

fin de que sellados por los tuyos, no tomen vida sino sólo de Ti.

Te ruego aún, oh mi Jesús, que aceptes mi pobre cuerpo

hecho pedazos por amor tuyo, reducido en pequeñísimas

partículas, las que pondré sobre cada una de tus llagas.

Sobre aquella llaga, oh Jesús, que te da dolor por las tantas

blasfemias, es mi intención que estas partículas de mi cuerpo,

te digan siempre: “te bendigo”.

Sobre aquella llaga que te causa dolor por las tantas

ingratitudes, intento poner una porción de mi cuerpo roto, para

atestiguarte mi gratitud, por mí, y por todos.

Sobre aquella llaga, oh Jesús, que tanto te hace sufrir por

las frialdades y ausencias de amor, intento poner tantas

partículas de mi carne lacerada, que te digan siempre: “te amo,

te amo, te amo”.

Sobre aquella llaga que te da dolor por las tantas

irreverencias y falta de estima hacia tu Persona, intento poner

un pedazo de mí misma, deshecha por amor tuyo, que te diga

siempre: “Te adoro, te adoro, te adoro”.

186

Oh mi Jesús, quiero difundirme en todo, y en aquellas llagas

exacerbadas por las tantas incredulidades, es mi intención que

los pedazos de mi cuerpo te digan siempre: “Creo, creo en Ti,

oh mi Jesús, Dios mío, y en tu santa Iglesia, e intento dar mi

vida para atestiguarte mi Fe”.

Oh, mi Jesús, me sumerjo en la inmensidad de tu Querer, y

tomándolo, quiero suplir por todos, pedirte las almas de todos

para encerrarlas en tu Voluntad.

Oh mi Jesús, me queda aún mi sangre, la que quiero verter,

como bálsamo y como un calmante sobre tus llagas para

endulzarte, de modo de poderte sanar del todo.

Intento aún, oh Jesús, hacer correr mis pensamientos en el

corazón de cada uno de los pecadores, para corregirlo

continuamente, a fin de que no ose ofenderte, y te ruego con

las voces de tu sangre, a fin de que todos se rindan ante mis

pobres oraciones, y así podré llevarlos a tu corazón.

Otra gracia, oh Jesús, te pido, que en todo lo que vea, toque

y sienta, te vea, toque y sienta siempre a Ti; y que tu santísima

imagen, y tu santísimo nombre, estén siempre impresos en

cada partícula de mi pobre ser.

Jesús consuela a las piadosas mujeres

Entre tanto los enemigos viendo mal este acto de la

Verónica, te azotan, te empujan y te hacen proseguir el

camino. Otros pocos pasos y te detienes de nuevo, pero tu

amor, bajo el peso de tantas penas no se detiene, y viendo a

las piadosas mujeres que lloran por causa de tus penas, te

olvidas de Ti mismo y las consuelas diciéndoles:

«Hijas, no lloréis por mis penas sino por vuestros pecados y

los de vuestros hijos». (Lc 23, 28)

¡Qué enseñanza sublime! ¡Cómo es dulce tu palabra! Oh

Jesús, contigo reparo las faltas de caridad y te pido la gracia de

olvidarme de mí misma para que no recuerde otra cosa que a

Ti solo.

Jesús cae por tercera vez

Pero tus enemigos, oyéndote hablar se llenan de furia, te

jalan con las cuerdas, te empujan con tanta rabia que te hacen

caer, y cayendo te golpeas en las piedras; el peso de la cruz te

oprime y te sientes morir. Deja que te sostenga y que con mis

manos resguarde tu santísimo rostro. Veo que tocas la tierra y

boqueas en la sangre; pero tus enemigos te quieren poner de

187

pie, tiran de Ti con las cuerdas, te levantan por los cabellos, te

dan patadas, pero todo en vano.

¡Tú mueres Jesús mío! ¡Qué pena, se me rompe el corazón

por el dolor! Y casi arrastrándote te conducen al monte

calvario. Mientras te arrastran siento que reparas todas las

ofensas de las almas consagradas a Ti, que te dan tanto peso,

que por cuanto Tú te esfuerzas por levantarte te resulta

imposible. Y así, arrastrado y pisoteado llegas al calvario,

dejando por donde pasas rojas huellas de tu preciosa sangre.

Jesús desvestido y coronado de espinas por tercera vez

Aquí en el calvario nuevos dolores te esperan. Te desnudan

de nuevo y te arrancan vestidura y corona de espinas. Ah,

gimes al sentir que te arrancan las espinas de tu cabeza; y al

tiempo que te arrancan la vestidura, te arrancan también las

carnes desgarradas que están adheridas a ella. Las llagas se

abren de nuevo, la sangre corre a ríos hasta la tierra, y es tanto

el dolor que caes casi muerto.

Pero nadie se mueve a compasión por Ti, mi bien, al

contrario, con bestial furor te ponen de nuevo la corona de

espinas, te la clavan a golpes, y es tanto el tormento por las

laceraciones y por el arrancar de tus cabellos amasados en la

sangre coagulada, que sólo los ángeles podrían decir lo que

sufres, mientras horrorizados retiran sus celestiales miradas y

lloran.

Desnudado Jesús mío, permíteme que te estreche a mi

corazón para calentarte, porque veo que tiemblas y que un frío

sudor de muerte invade tu santísima Humanidad. ¡Cuánto

quisiera darte mi vida y mi sangre para sustituir a la tuya, que

has perdido para darme vida! Mientras tanto, Jesús mirándome

con sus lánguidos y moribundos ojos, parece que me dice:

¡Hija mía, cuánto me cuestan las almas! Aquí es el lugar

donde los espero a todos para salvarlos, donde quiero reparar

los pecados de aquellos que llegan a degradarse por debajo de

las bestias, y se obstinan tanto en ofenderme que llegan a no

saber vivir sin cometer pecados. Su razón queda ciega y pecan

a tontas y a locas; he aquí el por qué me coronan de espinas

por tercera vez.

Y con el desnudarme reparo por aquellos que llevan vestidos

de lujo e indecentes, por los pecados contra la modestia y por

aquellos que están tan atados a las riquezas, a los honores, a

los placeres, que de ellos se forman un dios para sus

corazones. Ah sí, cada una de estas ofensas es una muerte

188

que siento, y si no muero es porque el Querer de mi eterno

Padre no ha decretado aún el momento de mi muerte».

Desnudado bien mío, mientras reparo contigo te ruego que

con tus santísimas manos me despojes de todo y no permitas

que ningún afecto malo entre en mi corazón, te ruego que Tú

me lo vigiles, me lo circundes con tus penas, me lo llenes de tu

amor, te ruego que mi vida no sea otra cosa que la repetición

de la tuya, y reafirma con tu bendición mi despojamiento;

bendíceme de corazón y dame la fuerza de asistir a tu dolorosa

crucifixión para quedar crucificada junto contigo.

+ + +

Reflexiones de la Decimoctava Hora (10 AM)

6-11

Diciembre 17, 1903

Continuando mi habitual estado, por pocos instantes he visto

al bendito Jesús con la cruz sobre la espalda, en el momento

de encontrarse con su Santísima Madre, y yo le he

dicho: “Señor, ¿qué cosa hizo tu Madre en este encuentro

dolorosísimo?”

Y Él: “Hija mía, no hizo otra cosa que un acto de adoración

profundísimo y simplísimo, y como el acto por cuanto más

simple, tanto más fácil para unirse con Dios, Espíritu

simplísimo, por eso en este acto se fundió en Mí y continuó lo

que obraba Yo mismo en mi interior; y esto me fue sumamente

más grato que si me hubiese hecho cualquier otra cosa más

grande, porque el verdadero espíritu de adoración consiste en

esto, que la criatura se pierda a sí misma y se encuentre en el

ambiente divino, y adore todo lo que obra Dios, y con Él se

una. ¿Crees tú que sea verdadera adoración aquella en que la

boca adora mientras la mente está en otra parte, o sea, la

mente adora y la voluntad está lejos de Mí? O bien, ¿que una

potencia me adora y las otras están todas desordenadas? No,

Yo quiero todo para Mí, y todo lo que le he dado en Mí, y éste

es el acto de culto y de adoración más grande que la criatura

puede hacerme”.

+ + +

189

6-99

Marzo 28, 1905

Entonces yo he continuado mi acostumbrado trabajo interior

sobre la Pasión, y habiendo llegado a aquel momento del

encuentro de Jesús y María en el camino a la cruz, de nuevo

se ha hecho ver y me ha dicho:

“Hija mía, también con el alma me encuentro continuamente,

y si en el encuentro que hago con el alma la encuentro en acto

de ejercitar las virtudes y unida Conmigo, me recompensa del

dolor que sufrí cuando encontré a mi Madre tan adolorida por

mi causa”.

+ + +

7-33

Julio 27, 1906

Esta mañana se hacía ver mi adorable Jesús abrazando la

cruz, y yo pensaba en mi interior cuáles habían sido sus

pensamientos al recibirla”.

Y Él me ha dicho: “Hija mía, cuando recibí la cruz la abracé

como a mi más amado tesoro, porque en la cruz dote a las

almas y las desposé Conmigo. Ahora, mirando la cruz, su

largura y anchura, Yo me alegré porque veía en ella las dotes

suficientes para todas mis esposas, y ninguna podía temer el

no poder desposarse Conmigo, teniendo Yo en mis propias

manos, en la cruz, el precio de su dote, pero con esta sola

condición, que si el alma acepta los pequeños donativos que

Yo le envío, los cuales son las cruces, como prenda de que me

acepta por Esposo, el desposorio es formado y le hago la

donación de la dote. Pero si no acepta los donativos, esto es,

no resignándose a mi Voluntad, queda todo anulado, y a pesar

de que Yo quiero dotarla no puedo, porque para formar un

esponsalicio se necesita siempre la voluntad de ambas partes,

y el alma no aceptando los donativos, significa que no quiere

aceptar el esponsalicio”.

+ + +

9-43

Septiembre 2, 1910

Estaba pensando en Jesús cuando llevaba la cruz al

calvario, especialmente cuando encontró a las mujeres, que

olvidó sus dolores y se ocupó en consolar, oír, instruir a

aquellas pobres mujeres. Cómo todo era amor en Jesús; Él

190

tenía necesidad de ser consolado, en cambio consuela, y en

qué estado consuela, estaba todo cubierto de llagas,

traspasada la cabeza por punzantes espinas, jadeante y casi

muriendo bajo la cruz, y consuela a los demás, ¡qué ejemplo!

¡Qué vergüenza para nosotros, que basta una pequeña cruz

para hacernos olvidar el deber de consolar a los demás!

Entonces recordaba cuantas veces, encontrándome yo

oprimida por los sufrimientos o por las privaciones de Jesús

que me traspasaban, me laceraban de lado a lado mi interior, y

encontrándome rodeada de personas, Jesús me incitaba a

imitarlo en este paso de su Pasión, y yo, si bien amargada

hasta la médula de los huesos, me esforzaba en olvidarme de

mí misma para consolar e instruir a los demás. Y ahora,

encontrándome libre y exenta de tratar con personas, gracias a

la obediencia, agradecía a Jesús que no me encontraba más

en estas circunstancias; ahora siento que respiro un aire más

libre para poderme ocupar sólo de mí misma. Y Jesús

moviéndose en mi interior me ha dicho:

“Hija mía, sin embargo, para Mí era un alivio y me sentía

como restaurado, especialmente en aquellos que venían para

hacer el bien. En estos tiempos falta verdaderamente quien

infunda el verdadero espíritu interno en las almas, porque no

teniéndolo, no saben infundirlo en los demás, y las almas

aprenden a ser susceptibles, escrupulosas, ligeras, sin

verdadero fondo de desapego de todo y de todos, y esto

produce virtudes estériles, que hacen por florecer y mueren.

Algunos creen hacer progreso en las almas porque llegan a la

minuciosidad y a la escrupulosidad; pero en lugar de progreso

son verdaderos obstáculos que arruinan las almas, y mi amor

queda en ayunas en ellas. Entonces, habiéndote Yo dado

mucha luz sobre los caminos internos, y habiéndote hecho

comprender la verdad de las verdaderas virtudes y del

verdadero amor, encontrándote tú en la verdad, Yo podría por

boca tuya hacer comprender a los demás la verdad del

verdadero camino de las virtudes, y Yo por ello me sentiría

contento”.

Y yo: “Pero Jesús bendito, después del sacrificio que yo

hacía, esas personas iban diciendo chismes y habladurías, y la

obediencia justamente ha prohibido que vengan las personas”.

Y Jesús: “Esta es la equivocación, que se ponga atención a

las habladurías y no al bien que se debe hacer. También de Mí

se dijeron muchos chismes, y si hubiera puesto atención a esto

no habría cumplido la Redención del hombre, por eso se debe

191

pensar en lo que se debe hacer, y no en lo que se dice; las

habladurías quedan a cuenta de quien las dice”.

+ + +

10-2

Noviembre 12, 1910

Estaba pensando en el bendito Jesús cuando llevaba la cruz

al calvario, especialmente cuando encontró a la Verónica, que

le ofreció el lienzo para secar su rostro bañado en sangre, y

decía a mi amable Jesús: “Amor mío, Jesús, corazón de mi

corazón, si la Verónica te ofreció el lienzo, yo no quiero

ofrecerte lienzos para secarte la sangre, sino que te ofrezco mi

corazón, mi latido continuo, todo mi amor, mi pequeña

inteligencia, el respiro, la circulación de mi sangre, los

movimientos, todo mi ser para enjugarte la sangre, y no sólo de

tu rostro sino de toda tu santísima Humanidad, intento

desmenuzarme en tantos pedazos por cuantas son tus llagas,

tus dolores, tus amarguras, las gotas de sangre que derramas,

para poner en todos tus sufrimientos, dónde mi amor, dónde un

alivio, dónde un beso, dónde una reparación, dónde un

compadecimiento, dónde un agradecimiento, etc., no quiero

que quede ninguna parte de mi ser, ninguna gota de mi sangre

que no se ocupe de Ti, pero, ¿sabes oh Jesús qué

recompensa quiero? Que en todas las partes de mi ser me

imprimas, me selles tu imagen, a fin de que encontrándote en

todo y dondequiera, pueda multiplicar mi amor”. Y tantos otros

disparates que decía. Ahora, habiendo recibido la comunión, y

mirando en mí misma, veía en todas las partecitas de mi ser a

Jesús todo entero dentro de una llama, y esta llama decía

amor, y Jesús me ha dicho:

“He aquí que he contentado a mi hija; por cuantos modos se

ha dado a Mí, en otros tantos y triplicados modos me he

donado a ella”.

+ + +

11-75

Abril 10, 1914

Esta mañana mi siempre amable Jesús ha venido crucificado

y me participaba sus penas, y me ha atraído hacia Él en el mar

de su Pasión, tanto, que casi paso a paso la seguía. ¿Pero

quién puede decir todo lo que comprendía?

Es tanto que no sé por dónde empezar, diré sólo que al verle

arrancar la corona de espinas, las espinas mismas obstruían el

192

paso a la sangre y no la dejaban salir del todo, pero al

arrancarle la corona de espinas esa sangre ha brotado fuera

por aquellas heridas y le chorreaba a grandes ríos sobre el

rostro, sobre los cabellos y después descendía por toda la

persona de Jesús.

Y Jesús: “Hija, estas espinas que me atraviesan la cabeza,

pincharán el orgullo, la soberbia, las llagas más ocultas de las

almas para hacerles salir fuera el pus que contienen, y las

espinas tintas en mi sangre las sanarán y les restituirán la

corona que el pecado les había quitado”.

+ + +

14-6

Febrero 24, 1922

Encontrándome en mi habitual estado, mi siempre adorable

Jesús se hacía ver en el momento de tomar la cruz para

ponerla sobre su santísimo hombro, y me ha dicho:

“Hija mía, cuando recibí la cruz la miré de arriba a abajo para

ver el lugar que tomaba en mi cruz cada alma, y entre tantas,

miré con más amor y puse atención especial a aquéllas que

habrían estado resignadas y habrían hecho vida en mi

Voluntad, las miré y vi su cruz ancha y larga como la mía,

porque mi Voluntad suplía a lo que a su cruz le faltaba, y la

alargaba y ensanchaba como la mía. ¡Oh! cómo sobresalía tu

cruz larga, larga por tantos años de cama, sufrida sólo para

cumplir mi Voluntad. La mía era sólo para cumplir la Voluntad

de mi Padre Celestial, la tuya para cumplir la mía; una hacía

honor a la otra, y como una y otra contenían la misma medida

se confundían juntas.

Ahora, mi Voluntad tiene la virtud de ablandar la dureza, de

endulzar la amargura, de alargar y ensanchar las cosas

pequeñas, por eso cuando sentí la cruz sobre mi hombro, sentí

también la suavidad, la dulzura de la cruz de las almas que

habrían sufrido en mi Querer, ¡ah! mi corazón tuvo un respiro

de alivio, y la suavidad de las cruces de ellas hizo adaptar la

cruz sobre mi hombro, y se hundió tanto que me hizo una llaga

profunda, y si bien me dio un dolor acerbo, sentía al mismo

tiempo la suavidad y la dulzura de las almas que habrían

sufrido en mi Querer. Y como mi Voluntad es eterna, su sufrir,

sus reparaciones, sus actos, corrían en cada gota de mi

sangre, corrían en cada llaga, en cada ofensa; mi Querer las

hacía encontrarse como presentes a las ofensas pasadas,

desde que el primer hombre pecó; a las presentes y a las

193

futuras; eran propiamente ellas las que me daban nuevamente

los derechos de mi Querer, y Yo, por amor de ellas decretaba

la Redención, y si los demás toman parte de Ella, es por causa

de éstas que pueden hacerlo. No hay bien que Yo conceda, ni

en el Cielo ni en la tierra, que no sea por causa de ellas.”

+ + +

194

195

DECIMONOVENA HORA

De las 11 a las 12 del día

La Crucifixión de Jesús

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Jesús, Mamá mía, vengan a escribir conmigo, préstenme

sus santísimas manos a fin de que pueda escribir lo que a

Ustedes les plazca y sólo lo que quieran.

Amor mío, Jesús, ya estás despojado de tus vestiduras, tu

santísimo cuerpo está tan lacerado, que pareces un cordero

desollado, veo que tiemblas de cabeza a pies, y no

sosteniéndote de pie, mientras tus enemigos te preparan la

cruz Tú te dejas caer a tierra en este monte. Mi bien y mi todo,

el corazón se me oprime por el dolor al verte chorreando

sangre por todas partes de tu santísimo cuerpo y todo llagado

de cabeza a pies.

Jesús coronado de espinas por tercera vez

Tus enemigos, cansados, pero no satisfechos, al desnudarte

han arrancado de tu santísima cabeza, con indecible dolor, la

corona de espinas, y después te la han clavado de nuevo entre

dolores inauditos, traspasando con nuevas heridas tu

sacratísima cabeza. Ah, Tú reparas la perfidia y la obstinación

en el pecado, especialmente de soberbia. Jesús, veo que si el

amor no te empujase más arriba, Tú habrías muerto por la

acerbidad del dolor que sufriste en esta tercera coronación de

espinas.

Pero veo que no puedes resistir el dolor, y con aquellos ojos

velados por la sangre, miras para ver si al menos uno se

acerca a Ti para sostenerte en tanto dolor y confusión. Dulce

bien mío, amada vida mía, aquí no estás solo como en la

noche de la Pasión, está la doliente Mamá, que lacerada en su

corazón sufre tantas muertes por cuantas penas Tú sufres. Oh

Jesús, también está la amante Magdalena, parece enloquecida

por causa de tus penas; el fiel Juan, que parece enmudecido

por la fuerza del dolor de tu Pasión.

Aquí es el monte de los amantes, no puedes estar solo. Pero

dime amor mío, ¿a quién quisieras para sostenerte en tanto

196

dolor? Ah, permíteme que venga yo a sostenerte. Soy yo quien

tiene más necesidad que todos; la amada Mamá, con los

demás, me ceden el puesto, y yo, oh Jesús, me acerco a Ti, te

abrazo y te ruego que apoyes tu cabeza sobre mis hombros y

que me hagas sentir en mi cabeza tus espinas.

Quiero poner mi cabeza junto a la tuya, no sólo para sentir

tus espinas sino también para lavar con tu preciosísima sangre

que te escurre de la cabeza, todos mis pensamientos, a fin de

que puedan estar todos en actitud de repararte cualquier

ofensa de pensamiento que cometan todas las criaturas.

Mi amor, ah, estréchate a mí, quiero besar una por una las

gotas de sangre que chorrean sobre tu santísimo rostro; y

mientras las adoro una por una, te ruego que cada gota de esta

sangre sea luz a cada mente de criatura, para hacer que

ninguna te ofenda con pensamientos malos, pero mientras te

tengo estrechado y apoyado en mí, te miro, oh Jesús, y veo

que miras la cruz que los enemigos te preparan, oyes los

golpes que dan a la cruz para hacerle los agujeros donde te

clavarán; escucho oh mi Jesús, a tu corazón latir fuertemente y

casi estremeciéndose, anhelando el lecho para Ti más

apetecible, donde, si bien con dolor indescriptible, sellarás en

Ti la salvación de nuestras almas. Ah, te oigo decir:

«Amor mío, amada cruz, precioso lecho mío, Tú has sido mi

martirio en vida y ahora eres mi reposo; ¡oh cruz, recíbeme

pronto en tus brazos, Yo estoy impaciente de tanto esperar,

cruz santa, en ti vendré a dar cumplimiento a todo, pronto oh

cruz, cumple mis deseos ardientes que me consumen de dar

vida a las almas, y estas vidas serán selladas por ti, oh cruz!

¡Oh cruz, no tardes más, con ansia espero extenderme

sobre ti para abrir el Cielo a todos mis hijos y cerrar el infierno!

Oh cruz, es verdad que tú eres mi batalla, pero eres también mi

victoria y mi triunfo completo, y en ti daré abundantes

herencias, victorias, triunfos y coronas a mis hijos».

¿Pero quién puede decir todo lo que mi dulce Jesús dice a la

cruz? Pero mientras Jesús se desahoga con la cruz, los

enemigos le ordenan extenderse sobre ella y Tú pronto

obedeces a su querer para reparar nuestras desobediencias.

Amor mío, antes de que te extiendas sobre la cruz, permíteme

que te estreche más fuerte a mi corazón y que te dé un beso;

escucha oh Jesús, no quiero dejarte, quiero venir junto contigo

a extenderme sobre la cruz y permanecer clavada contigo. El

verdadero amor no soporta separación de ningún tipo.

Tú perdonarás la osadía de mi amor y me concederás el

quedarme crucificada contigo. Mira tierno amor mío, no soy

197

sólo yo quien esto te pide, sino también la doliente Mamá, la

inseparable Magdalena, el predilecto Juan, todos te dicen que

les sería más soportable el permanecer crucificados contigo,

que asistir a verte a Ti crucificado. Por eso junto contigo me

ofrezco al eterno Padre, fundida con tu Voluntad, con tu amor,

con tus reparaciones, con tu mismo corazón y con todas tus

penas. Ah, parece que mi dolorido Jesús me dice:

«Hija mía, has previsto mi amor, esta es mi Voluntad, que

todos aquellos que me aman queden crucificados conmigo. Ah

sí, ven también a extenderte conmigo sobre la cruz; te daré

vida de mi vida y te tendré como la predilecta de mi corazón».

La crucifixión

Y he aquí dulce bien mío que te extiendes sobre la cruz,

miras a los verdugos que tienen en las manos clavos y martillo

para clavarte, con tanto amor y dulzura, que les haces una

dulce invitación para que pronto te crucifiquen.

Y ellos, si bien sienten repugnancia, con ferocidad inhumana

te toman la mano derecha, ponen el clavo, y con golpes de

martillo lo hacen salir por el otro lado de la cruz, pero es tal y

tanto el dolor que sufres, oh mi Jesús, que te estremeces, la

luz de tus bellos ojos se eclipsa, tu rostro santísimo palidece y

se hace lívido. Diestra bendita, te beso, te compadezco, te

adoro y te agradezco por mí y por todos.

Y por cuantos golpes recibiste, tantas almas te pido en este

momento que liberes de la condena del infierno; por cuantas

gotas de sangre derramaste, tantas almas te ruego que laves

en esta sangre preciosa; y por el dolor acerbo que sufriste,

especialmente cuando te la clavaron a la cruz, de modo de

desgarrarte los nervios de los brazos, te ruego que abras a

todos el Cielo y que bendigas a todos, y pueda tu bendición

llamar a la conversión a los pecadores, y a la luz de la fe a los

herejes y a los infieles.

Oh Jesús, dulce vida mía, habiendo terminado de clavar la

mano derecha, los enemigos con crueldad inaudita te toman la

izquierda, te la tiran tanto para hacer que llegue al agujero

preparado, que sientes dislocarse las articulaciones de los

brazos y de los hombros, y por la fuerza del dolor, las piernas

quedan contraídas y con movimientos convulsos.

Mano izquierda de mi Jesús, te beso, te compadezco, te

adoro y te agradezco; te ruego por cuantos golpes y dolores

sufriste cuando te clavaron el clavo, que me concedas tantas

almas en este momento para hacerlas volar del purgatorio al

198

Cielo; y por la sangre que derramaste te ruego que extingas las

llamas que queman a aquellas almas, y sirva a todas de

refrigerio y de baño saludable para purificarlas de todas las

manchas, para disponerlas a la visión beatífica.

Amor mío y mi todo, por el agudo dolor sufrido cuando te

clavaron el clavo en la mano izquierda, te ruego que cierres el

infierno a todas las almas, y que detengas los rayos de la

divina Justicia, desafortunadamente irritada por nuestras

culpas. Ah Jesús, haz que este clavo en tu bendita mano

izquierda sea llave que cierre la divina Justicia, para hacer que

no lluevan los flagelos sobre la tierra, y abra los tesoros de la

divina Misericordia en favor de todos, por eso te ruego que nos

estreches entre tus brazos.

Ya has quedado incapacitado para todo, y nosotros hemos

quedado libres para poderte hacer todo; por lo tanto pongo en

tus brazos al mundo y a todas las generaciones, y te ruego

amor mío con las voces de tu misma sangre, que no niegues el

perdón a ninguno, y por los méritos de tu preciosísima sangre,

te pido la salvación y la gracia para todos, no excluyas a

ninguno, oh mi Jesús.

Amor mío, Jesús, tus enemigos no están contentos aún, con

ferocidad diabólica toman tus santísimos pies, siempre

incansables en la búsqueda de almas, y contraídos como

estaban por la fuerza del dolor de las manos, los tiran tanto,

que quedan dislocadas las rodillas, las costillas y todos los

huesos del pecho.

Mi corazón no soporta, oh mi bien, te veo que por la fuerza

del dolor tus bellos ojos eclipsados y velados por la sangre se

contraen, tus labios lívidos e hinchados por los golpes se

tuercen, tus mejillas se hunden, los dientes se aprietan, el

pecho jadeante, el corazón por la fuerza del estiramiento de las

manos y de los pies, queda todo desquiciado. ¡Amor mío, con

que ganas tomaría tu lugar para evitarte tanto dolor! Quiero

distenderme sobre todos tus miembros para darte en todo un

alivio, un beso, un consuelo, una reparación por todos.

Jesús mío, veo que ponen un pie sobre el otro y con un

clavo, por añadidura despuntado, te clavan tus santísimos pies,

oh mi Jesús, permíteme que mientras te los traspasa el clavo,

te ponga en el pie derecho a todos los sacerdotes, para que

sean luz a los pueblos, especialmente a aquellos que no llevan

una vida buena y santa; y en el pie izquierdo a todos los

pueblos, a fin de que reciban luz de los sacerdotes, los

respeten y les sean obedientes; y conforme el clavo traspasa

199

tus pies, así traspase a los sacerdotes y a los pueblos, a fin de

que unos y otros no se puedan separar de Ti.

Pies benditos de Jesús, os beso, os compadezco, os adoro y

os agradezco; y te ruego, oh Jesús, por los agudísimos dolores

que sufriste cuando por los estiramientos que te hicieron te

dislocaron todos los huesos, y por la sangre que derramaste,

que encierres a todas las almas en las llagas de tus santísimos

pies, no desdeñes a ninguna, oh Jesús; tus clavos crucifiquen

nuestras potencias a fin de que no se aparten de Ti; nuestro

corazón, a fin de que se fije siempre y solamente en Ti; todos

nuestros sentimientos queden clavados por tus clavos a fin de

que no tomen ningún gusto que no venga de Ti.

Oh mi Jesús crucificado, te veo todo ensangrentado,

nadando en un baño de sangre, y estas gotas de sangre no te

dicen otra cosa sino: ¡Almas! Es más, en cada una de estas

gotas de tu sangre veo moverse almas de todos los siglos; así

que a todas nos contenías en Ti, oh Jesús. Por la potencia de

esta sangre te pido que ninguna huya de Ti.

Oh mi Jesús, hasta que los verdugos terminan de clavarte

los pies, yo me acerco a tu corazón, veo que no puedes más,

pero el amor grita más fuerte:

«¡Más penas aún!»

Mi Jesús, te abrazo, te beso, te compadezco, te adoro, te

agradezco por mí y por todos. Jesús, quiero apoyar mi cabeza

sobre tu corazón para sentir lo que sufres en esta dolorosa

crucifixión.

Ah, siento que cada golpe de martillo hace eco en tu

corazón; este corazón es el centro de todo, y de él comienzan

los dolores y en él terminan. Ah, si no fuera porque esperas

una lanza para ser traspasado, las llamas de tu amor y la

sangre que regurgita en torno a tu corazón, se hubieran abierto

camino y ya te lo habrían traspasado.

Estas llamas y esta sangre llaman a las almas amantes a

hacer feliz estancia en tu corazón, y yo, oh Jesús, te pido, por

amor de este corazón y por tu santísima sangre, la santidad de

las almas, y a aquellas que te aman, oh Jesús, no las dejes

salir jamás de tu corazón, y con tu gracia multiplica las

vocaciones de las almas víctimas que continúen tu vida sobre

la tierra. Tú quisieras dar un puesto distinto en tu corazón a las

almas amantes, haz que este puesto no lo pierdan jamás.

Oh Jesús, las llamas de tu corazón me abrasen y me

consuman, que tu sangre me embellezca, que tu amor me

tenga siempre clavada al amor con el dolor y con la reparación.

200

Oh mi Jesús, ya los verdugos han clavado tus manos y tus

pies a la cruz, y volteándola para remachar los clavos obligan a

tu rostro adorable a tocar la tierra empapada por tu misma

sangre, y Tú con tu boca divina la besas intentando con este

beso besar a todas las almas y vincularlas a tu amor, sellando

con esto su salvación. Oh Jesús, quiero tomar yo tu lugar para

que tu sacratísimo cuerpo no toque esa tierra impregnada de tu

preciosa sangre; quiero estrecharte entre mis brazos, y

mientras los verdugos rematan los clavos haz que estos golpes

me hieran también a mí y me claven toda a tu amor.

Pongo mi cabeza en la tuya, y mientras las espinas se van

hundiendo siempre más en tu santísima cabeza, quiero

ofrecerte, oh mi Jesús, todos mis pensamientos como besos

para consolarte y endulzar las amarguras de tus espinas.

Oh Jesús, pongo mis ojos en los tuyos, y veo que tus

enemigos aún no están saciados de insultarte y escarnecerte, y

yo quiero hacerte una defensa con mi vista dándote miradas de

amor para endulzar tus miradas divinas.

Pongo mi boca en la tuya, veo tu lengua casi pegada al

paladar por la amargura de la hiel y la sed ardiente. Para

aplacar tu sed, oh mi Jesús, Tú quisieras todos los corazones

de las criaturas rebosantes de amor, pero no teniéndolos te

abrazas cada vez más por ellas. Oh Jesús, quiero enviarte ríos

de amor para mitigar en algún modo la amargura de tu sed.

Oh mi Jesús, pongo mis manos en las tuyas, veo que a cada

movimiento que haces, las llagas se abren más y el dolor se

hace más intenso y acerbo. Oh Jesús, quiero ofrecerte todas

las obras santas de las criaturas para reconfortar y mitigar en

algún modo la amargura de tus llagas.

Oh Jesús, pongo mis pies en los tuyos, cuánto sufres, todos

los movimientos de tu sacratísimo cuerpo parece que se

repercuten en los pies, y no hay nadie a tu lado para

sostenerlos y mitigar un poco la acerbidad de tus dolores.

Oh mi Jesús, quisiera girar por todas las generaciones,

pasadas, presentes y futuras, tomar todos sus pasos y

ponerlos en los tuyos para sostenerte y endulzar tu dolor, es

más, quiero poner también todos los pasos del Eterno y así

poder dar un verdadero consuelo a tu divina Persona.

Oh mi Jesús, pongo mi corazón en el tuyo, pobre corazón

cómo estás destrozado. Si mueves los pies, los nervios de la

punta del corazón te los sientes como arrancar; si mueves las

manos, los nervios de arriba del corazón quedan estirados; oh

Jesús, si mueves la cabeza, la boca del corazón mana sangre

y sufre la completa crucifixión.

201

Oh mi Jesús, ¿cómo puedo aliviar tanto dolor? Me difundiré

en todo Tú, pondré mi corazón en el tuyo, mis deseos en tus

ardientes deseos, para destruir los malos deseos de las

criaturas; difundiré mi amor en el tuyo, y de él tomaré fuego

suficiente para abrazar todos los corazones de las criaturas y

destruir los amores profanos.

Me difundiré en tu santísima Voluntad para poder aniquilar

cualquier acto maligno. Y es así que tu corazón queda aliviado

y yo te prometo mantenerme siempre clavada a este corazón

con los clavos de tus deseos, de tu amor y de tu Voluntad. Y he

aquí, oh mi Jesús, crucificado Tú, crucificada yo en Ti. Tú no

me permitirás que me desclave en lo más mínimo de Ti, para

poderte amar y reparar por todos y reconfortarte por las

ofensas que te hacen las criaturas.

Jesús crucificado. Junto con Él desarmamos a la divina

Justicia.

Y ahora, oh mi Jesús, veo que tus enemigos levantan el

pesado madero y lo dejan caer en el hoyo que han preparado;

y Tú, dulce amor mío, quedas suspendido en el aire, entre el

Cielo y la tierra, y es en este solemne momento que Tú te

diriges al Padre, y con voz débil y apagada le dices:

«Padre Santo, estoy aquí cargado con todos los pecados del

mundo, no hay pecado que no recaiga sobre Mí, por eso no

descargues más sobre el mundo los flagelos de la divina

Justicia, sino sobre Mí, tu Hijo. Oh Padre, permíteme que ate

todas las almas a esta cruz y con las voces de mi sangre y de

mis llagas responda por ellas. Oh Padre, ¿no ves a qué estado

me he reducido? Es desde esta cruz que Yo reconcilio Cielo y

tierra, y en virtud de estos dolores concede a todos paz, perdón

y salvación.

Detén tu indignación contra la pobre humanidad, contra mis

hijos; están ciegos y no saben lo que hacen, por eso mírame

bien cómo he quedado reducido por causa de ellos; si no te

mueves a compasión por ellos, que te enternezca al menos

este mi rostro ensuciado por escupitinas, cubierto de sangre,

amoratado e hinchado por tantas bofetadas y golpes recibidos.

Piedad Padre mío, era Yo el más bello de todos, y ahora estoy

todo desfigurado, tanto, que no me reconozco más, he llegado

a ser la abominación de todos, por eso a cualquier costo quiero

salva a la pobre criatura».

Oh Jesús, mientras estás crucificado sobre esta cruz, tu

alma no está más sobre la tierra sino en los Cielos, con tu

202

divino Padre, para defender y perorar la causa de las almas.

Crucificado amor mío, también yo quiero seguirte ante el trono

del Eterno, y junto contigo quiero desarmar la divina Justicia.

Hago mía tu santísima Humanidad, unida con tu Voluntad y

junto contigo quiero hacer lo que haces Tú; es más, permíteme

vida mía que corran mis pensamientos en los tuyos, mi amor,

mi voluntad, mis deseos en los tuyos, mis latidos corran en tu

corazón, todo mi ser en Ti a fin de que no deje escapar nada y

repita acto por acto, palabra por palabra todo lo que haces Tú.

Pero veo, crucificado bien mío, que Tú, viendo al divino

Padre indignado contra las criaturas, te postras ante Él y

escondes a todas las criaturas dentro de tu santísima

Humanidad, poniéndonos al seguro, a fin de que el Padre,

mirándonos en Ti, por amor tuyo no arroje a la criatura de Sí. Y

si las mira enfadado es porque muchas almas han desfigurado

la bella imagen creada por Él, y no tienen otro pensamiento

que para ofenderlo, y de la inteligencia que debía ocuparse en

comprenderlo forman por el contrario un receptáculo donde

anidan todas las culpas.

Tú, oh mi Jesús, para aplacarlo atraes la atención del divino

Padre a mirar tu santísima cabeza traspasada entre atroces

dolores, que tienen en tu mente como clavadas todas las

inteligencias de las criaturas, por las cuales, una por una

ofreces una expiación para satisfacer a la divina Justicia.

¡Oh! cómo estas espinas son ante la Majestad divina voces

piadosas que excusan todos los malos pensamientos de las

criaturas. Jesús mío, mis pensamientos con los tuyos son uno

solo, por eso junto contigo ruego, imploro, reparo y excuso ante

la divina Majestad todo el mal que se comete por todas las

inteligencias de las criaturas; y permíteme que tome tus

espinas y tu misma inteligencia, y junto contigo gire por todas

las criaturas y una tu inteligencia a las de ellas, y con la

santidad de la tuya les restituya la primera inteligencia, tal

como fue por Ti creada; que con la santidad de tus

pensamientos reordene todos los pensamientos de ellas en Ti

y con tus espinas traspase todas las mentes de las criaturas y

te restituya el dominio y el régimen de todas.

¡Ah! sí, oh mi Jesús, sé Tú solo el dominador de cada

pensamiento, de cada afecto, y de todas las gentes; rige Tú

solo cada cosa, sólo así será renovada la faz de la tierra que

causa horror y espanto.

Pero me doy cuenta crucificado Jesús que continúas viendo

al divino Padre enojado, que mira a las pobres criaturas y las

encuentra a todas sucias de culpas, cubiertas con las más feas

203

suciedades, tanto de dar asco a todo el Cielo. ¡Oh, cómo

queda horrorizada la pureza de la mirada divina, no

reconociendo más como obra de sus santísimas manos a la

pobre criatura! Más bien parece que sean tantos monstruos

que ocupan la tierra y que van atrayendo la indignación de la

mirada paterna; pero Tú, oh mi Jesús, para aplacarlo, tratas de

endulzarlo cambiando tus ojos con los suyos, haciéndole verlos

cubiertos de sangre e hinchados de lágrimas, y lloras ante la

divina Majestad para moverla a compasión por la desventura

de tantas pobres criaturas, y oigo tu voz que dice:

«Padre mío, es cierto que la ingrata criatura cada vez más

se va ensuciando con las culpas, hasta no merecer ya tu

mirada paterna, pero mírame a Mí, oh Padre, Yo quiero llorar

tanto ante Ti, para formar un baño de lágrimas y de sangre

para lavar estas suciedades con las cuales se han cubierto las

criaturas. Padre mío, ¿querrás acaso Tú rechazarme? No, no

lo puedes, soy tu Hijo, y a la vez que soy tu Hijo soy también la

cabeza de todas las criaturas, y ellas son mis miembros,

salvémoslas, oh Padre, salvémoslas».

Mi Jesús, amor sin fin, quisiera tener tus ojos para llorar ante

la Majestad Suprema por la pérdida de tantas pobres criaturas

y por estos tiempos tan tristes.2 Permíteme que tome tus

lágrimas y tus mismas miradas, que son una con las mías, y

gire por todas las criaturas; y para moverlas a compasión por

sus almas y por tu amor les haré ver que Tú lloras por su

causa, y que mientras se van ensuciando, Tú tienes

preparadas tus lágrimas y tu sangre para lavarlas, y al verte

llorar se rendirán.

Ah, con estas tus lágrimas permíteme que lave todas las

inmundicias de las criaturas; que estas lágrimas las haga

descender en sus corazones y pueda reblandecer a tantas

almas endurecidas en la culpa y venza la obstinación de todos

los corazones; y con tus miradas las penetre, de modo de

hacer que todos dirijan sus miradas al Cielo para amarte, y no

las dirijan más a la tierra para ofenderte; así el divino Padre no

desdeñará mirar a la pobre humanidad.

Crucificado Jesús, veo que el divino Padre aún no se aplaca

en su indignación, porque mientras su paterna bondad, movida

por tanto amor hacia la pobre criatura ha llenado Cielo y tierra

de tantas pruebas de amor y de beneficios hacia ella, que casi

2 Desde aquí hasta el final de esta hora no forma parte del escrito original de Luisa, fue

escrita entre el año de 1916 y 1917, después de la primera edición (1915), y a petición

expresa de ella se agregó. Por tanto, la frase “estos tiempos tan tristes” corresponde a los

sucesos de la primera guerra mundial.

204

a cada paso y acto se siente correr el amor y las gracias de

aquel corazón paterno, la criatura siempre ingrata,

despreciando este amor no lo quiere reconocer, más bien hace

frente a tanto amor llenando el Cielo y la tierra de insultos,

desprecios y ultrajes, y llega a pisotearlo bajo sus inmundos

pies, queriéndolo casi destruir idolatrándose a sí misma.

¡Ah, todas estas ofensas penetran hasta en los Cielos y

llegan ante la Majestad divina, la Cual, oh cómo se indigna al

ver a la vilísima criatura que llega hasta insultarla y ofenderla

en todos los modos! Pero Tú, oh mi Jesús, siempre atento a

defendernos, con la fuerza arrebatadora de tu amor obligas al

Padre a mirar tu santísimo rostro cubierto de todos estos

insultos y desprecios, y dices:

«Padre mío, no rechaces a la pobre criatura, si la rechazas a

ella, a Mí me rechazas; ¡ah! aplácate, todas estas ofensas las

tengo sobre mi rostro que te responde por todas».

Jesús mío, ¿será posible que nos ames tanto? Tu amor

tritura este mi pobre corazón, y queriendo seguirte en todo,

permíteme que tome este tu rostro santísimo para tenerlo en mi

poder, para mostrarlo continuamente así desfigurado al Padre,

para moverlo a compasión de la pobre humanidad, que está

tan oprimida bajo el azote de la divina Justicia, que yace como

moribunda; permíteme que me ponga en medio de todas las

criaturas y les haga ver tu rostro tan desfigurado por su causa,

y las mueva a compasión de sus almas y de tu amor; y que con

la luz que brota de ese tu rostro y con la fuerza arrebatadora de

tu amor, les haga comprender quién eres Tú y quiénes son

ellas que osan ofenderte, y haga resurgir sus almas de en

medio de tantas culpas en las cuales viven muriendo a la

gracia, y las haga postrarse ante Ti, todas en acto de adorarte

y glorificarte.

Mi Jesús, crucificado adorable, la criatura va siempre

irritando a la divina Justicia, y desde su lengua hace resonar el

eco de horribles blasfemias, voces de imprecaciones y

maldiciones, conversaciones malas, concertaciones para

decidir cómo destrozarse mejor entre ellas y llevar a cabo

matanzas. Ah, todas estas voces ensordecen la tierra y

penetrando hasta en los Cielos ensordecen el oído divino, el

cual, cansado de estos ecos venenosos que la criatura le

manda, quisiera deshacerse de ella arrojándola lejos de Sí,

porque todas esas voces venenosas imprecan y claman

venganza y justicia contra ellas mismas.

¡Oh, cómo la divina Justicia se siente incitada a mandar

flagelos; cómo encienden su furor contra la criatura tantas

205

blasfemias horrendas! Pero Tú, oh mi Jesús, amándonos con

amor sumo, haces frente a estas voces asesinas con tu voz

omnipotente y creadora, en la cual recoges todas estas voces y

haces resonar en el oído paterno tu voz dulcísima, para

tranquilizarlo por las molestias que las criaturas le dan con

otras tantas voces de bendiciones, de alabanzas, y gritas:

«¡Misericordia, gracias, amor para la pobre criatura!»

Y para aplacarlo más le muestras tu santísima boca y le

dices:

«Padre mío, mírame de nuevo; no oigas las voces de las

criaturas sino escucha la mía; soy Yo quien da satisfacción por

todas; por eso te ruego que mires a la criatura, pero que la

mires en Mí, ¿si las miras fuera de Mí qué será de ella? Es

débil, ignorante, capaz sólo de hacer el mal, llena de todas las

miserias; piedad, piedad de la pobre criatura, respondo Yo por

ellas con esta mi lengua amargada por la hiel, reseca por la

sed, quemada y abrazada por el amor».

Mi amargado Jesús, mi voz en la tuya quiere hacer frente a

todas estas ofensas, y permíteme que tome tu lengua, tus

labios y gire por todas las criaturas y toque sus lenguas con la

tuya, a fin de que ellas sintiendo en el momento de ofenderte la

amargura de la tuya, si no por amor, al menos por la amargura

que sienten no blasfemen; déjame que toque sus labios con los

tuyos, a fin de que apague el fuego de la culpa sobre los labios

de todas ellas, y con tu voz omnipotente, haciéndola resonar

en todos los pechos, pueda detener la corriente de todas las

voces malas, y cambiar todas las voces humanas en

bendiciones y alabanzas.

Crucificado bien mío, la criatura ante tanto amor y dolor tuyo

no se rinde aún, por el contrario, despreciándote va agregando

culpas a culpas, cometiendo sacrilegios enormes, homicidios,

suicidios, fraudes, engaños y traiciones. Ah, todas estas obras

malas hacen más pesados los brazos paternos, y el Padre, no

pudiendo sostener el peso está a punto de dejarlos caer y

verter sobre la tierra furor y destrucción.

Y Tú, oh mi Jesús, para arrancar a la criatura del furor divino,

temiendo verla destruida, extiendes tus brazos y estrechas los

brazos paternos, a fin de que no los deje caer para destruir a la

criatura, y ayudándolo con los tuyos a sostener el peso lo

desarmas, e impides que la Justicia actúe; y para moverlo a

compasión por la mísera humanidad y enternecerlo, le dices

con la voz más insinuante:

«Padre mío, mira estas manos destrozadas y estos clavos

que me las traspasan, que me clavan junto a todas estas obras

206

malas. Ah, es en estas manos que siento todos los dolores que

me dan todas estas obras malas. ¿No estás contento Padre

mío con mis dolores? ¿No son tal vez capaces de satisfacerte?

Ah, estos mis brazos dislocados serán siempre cadenas que

tendrán estrechada a la pobre criatura, a fin de que no me

huya, sólo alguna que quisiera arrancarse a viva fuerza; y

estos mis brazos serán cadenas amorosas que te atarán,

Padre mío, para impedir que Tú destruyas a la pobre criatura,

es más, te atraeré siempre más hacia ella para que viertas

sobre ella tus gracias y tus misericordias».

Mi Jesús, tu amor es un dulce encanto para mí y me empuja

a hacer lo que haces Tú, por eso dame tus brazos, porque

junto contigo quiero impedir, a costa de cualquier pena, que la

divina Justicia haga su curso contra la pobre humanidad; con la

sangre que escurre de tus manos quiero apagar el fuego de la

culpa que la enciende y calmar su furor; y para mover al Padre

a piedad de las criaturas, permíteme que yo ponga en tus

brazos los tantos miembros destrozados, los gemidos de tantos

pobres heridos, los tantos corazones doloridos y oprimidos, y

permíteme que gire por todas las criaturas y las ponga a todas

en tus brazos, a fin de que todas regresen a tu corazón, y

permíteme que con la potencia de tus manos creadoras

detenga la corriente de tantas obras malas y aparte a todos de

obrar el mal.

Mi amable Jesús crucificado, la criatura no está satisfecha

aún de ofenderte, quiere beber hasta el fondo toda la hez de la

culpa y corre como enloquecida en el camino del mal, se

precipita de culpa en culpa, desobedece tus leyes y

desconociéndote se rebela contra Ti, y casi sólo por darte dolor

quiere irse al infierno.

¡Oh! cómo se indigna la Majestad Suprema, y Tú, oh mi

Jesús, triunfando sobre todo, y también sobre la obstinación de

las criaturas, para aplacar al divino Padre le muestras toda tu

santísima Humanidad lacerada, dislocada, desgarrada en

modo horrible, y tus santísimos pies traspasados, en los cuales

contienes todos los pasos de las criaturas que te dan dolores

mortales, tanto, que están contraídos por la atrocidad de los

dolores; y escucho tu voz más que nunca conmovedora, como

a punto de apagarse, que quiere vencer por fuerza de amor y

de dolor a la criatura y triunfar sobre el corazón paterno, que

dice:

«Padre mío, mírame, de la cabeza a los pies no hay parte

sana en Mí, no tengo donde hacerme abrir otras llagas y

procurarme otros dolores; si no te aplacas ante este

207

espectáculo de amor y de dolor, ¿quién podrá aplacarte? Oh

criaturas, ¿si no os rendís ante tanto amor, ¿qué esperanza os

queda de convertiros? Estas mis llagas y esta sangre serán

siempre voces que llamarán del Cielo a la tierra gracias de

arrepentimiento, de perdón y compasión por la pobre

humanidad».

Mi Jesús, te veo en estado de violencia para aplacar al

Padre y para vencer a la pobre criatura, por eso permíteme que

tome tus santísimos pies y gire por todas las criaturas, y ate

sus pasos a tus pies, a fin de que si quieren caminar por el

camino del mal, sintiendo las cadenas que tienes puestas entre

Tú y ellas, no lo podrán hacer. Ah, con estos tus pies hazles

retroceder del camino del mal y ponlas sobre el camino del

bien, haciéndolas más dóciles a tus leyes, y con tus clavos

cierra el infierno para que nadie más caiga en él.

Mi Jesús, amante crucificado, veo que no puedes más, la

tensión terrible que sufres sobre la cruz, el crujido continuo de

tus huesos que se dislocan cada vez más a cada pequeño

movimiento, las carnes que se abren cada vez más, las

repetidas ofensas que te llegan, repitiéndote una pasión y

muerte más dolorosa, la sed ardiente que te consume, las

penas internas que te sofocan de amargura, de dolor y de

amor, y en tantos martirios tuyos la ingratitud humana que te

hace frente y que penetra como ola impetuosa hasta dentro de

tu corazón traspasado, ah, tanto te aplastan, que tu santísima

Humanidad, no resistiendo bajo el peso de tantos martirios está

por sucumbir, y como delirando de amor y de sufrimiento pide

ayuda y piedad. Crucificado Jesús, ¿será posible que Tú, que

riges todo y das vida a todos pidas ayuda?

¡Ah, cómo quisiera penetrar en cada gota de tu sangre y

derramar la mía para endulzarte cada llaga, para mitigar el

dolor de cada espina, para hacer menos dolorosas sus

pinchaduras, para aliviar en cada pena interior de tu corazón la

intensidad de tus amarguras!

Quisiera darte vida por vida, y si me fuera posible quisiera

desclavarte de la cruz para ponerme en lugar tuyo, pero veo

que soy nada y nada puedo, soy demasiado insignificante, por

eso dame a Ti mismo, tomaré vida en Ti y te daré a Ti mismo,

así contentarás mis ansias. Desgarrado Jesús, veo que tu

santísima Humanidad termina, no por Ti, sino para cumplir en

todo nuestra Redención. Tienes necesidad de ayuda divina, y

por eso te arrojas en los brazos paternos y pides ayuda y

auxilio.

208

¡Oh! cómo se enternece el divino Padre al mirar el horrendo

desgarro de tu santísima Humanidad, el trabajo terrible que la

culpa ha hecho en tus santísimos miembros, y para contentar

tus ansias de amor te estrecha a su corazón paterno y te da las

ayudas necesarias para cumplir nuestra Redención.

Y mientras te estrecha, sientes en tu corazón repetirse más

fuertemente los golpes sobre los clavos, los azotes de los

flagelos, las laceraciones de las llagas, las pinchaduras de las

espinas. ¡Oh, cómo queda conmovido el Padre! ¡Cómo se

indigna viendo que todas estas penas te las dan hasta en tu

corazón, aun las almas a Ti consagradas! Y en su dolor te dice:

«¿Será posible Hijo mío, que ni siquiera la parte elegida por

Ti esté contigo? Al contrario, parece que piden refugio y alojo

en este tu corazón para amargarte y darte una muerte más

dolorosa, y lo que es más, todos estos dolores que te dan

están escondidos y cubiertos por hipocresías. ¡Ah! Hijo, no

puedo contener más la indignación por la ingratitud de estas

almas, las cuales me dan más dolor que todas las otras

criaturas juntas»

Pero Tú, oh mi Jesús, triunfando sobre todo defiendes a

estas almas, y con el amor inmenso de tu corazón das

reparación por las olas de amarguras y de heridas que éstas te

dan; y para aplacar al Padre le dices:

«Padre mío, mira este mi corazón, todos estos dolores te

satisfacen, y por cuanto más acerbos tanto más potentes sobre

tu corazón de Padre para obtenerles gracias, luz y perdón.

Padre mío, no las rechaces, ellas serán mis defensoras,

continuarán mi vida sobre la tierra».

Oh, mi Jesús, dame tu corazón, a fin de que ponga en él mi

beso, y con mi latido te restituya el amor y los afectos de todas

las almas consagradas a Ti. Permíteme que gire por todas

ellas, y ponga en ellas tu corazón, y al toque de él, las almas

frías se enfervoricen, se sacudan las tibias, este toque vuelva a

llamar a las desviadas, y haga regresar en ellas las tantas

gracias rechazadas.

Este tu corazón está sofocado por el dolor y por la amargura

al ver los tantos designios que tenías sobre ellas, y que por su

incorrespondencia no se han llevado a cabo, pero con el darles

la vida de este corazón tendrán cumplimiento, de manera que

ellas estarán en ti, y en torno a ti, no más para ofenderte, sino

para repararte, consolarte y defenderte.

Vida mía, crucificado Jesús, veo que aún agonizas sobre la

cruz, no habiendo sido correspondido tu amor para dar

cumplimiento a todo. También yo agonizo junto contigo y llamo

209

a todos ustedes, ángeles, santos, venid al monte calvario a

mirar los excesos y las locuras de amor de un Dios.

Besemos sus llagas sangrantes, adorémoslas, sostengamos

esos miembros lacerados, agradezcamos a Jesús por la

Redención; demos una mirada a la traspasada Madre, que

tantas penas y muertes siente en su inmaculado corazón por

cuantas penas ve en su Hijo Dios; sus mismos vestidos están

mojados de la sangre que está esparcida por todo el monte

calvario.

Por eso, todos juntos tomemos esta sangre y roguemos a la

doliente Madre que se una a nosotros, dividámonos por todo el

mundo y vayamos en ayuda de todos, ayudemos a los

vacilantes, a fin de que no perezcan; a los caídos, para que se

levanten; a aquellos que están por caer, para que no caigan;

demos esta sangre a tantos pobres ciegos a fin de que

resplandezca en ellos la luz de la verdad; y en modo especial

pongámonos en medio de los pobres combatientes, seamos

para ellos vigilantes centinelas.

Si están por caer alcanzados por los proyectiles

recibámoslos en nuestros brazos para confortarlos, a fin de que

si son abandonados por todos, si están impacientes por su

triste suerte, demos a ellos esta sangre para que se resignen y

se mitigue la atrocidad de sus dolores; y si vemos que hay

almas que están a punto de caer en el infierno, demos a ellas

esta sangre divina que contiene el precio de la Redención y

arrebatémoslas a Satanás.

Y mientras tengo a Jesús estrechado a mi corazón para

tenerlo defendido y reparado de todo, pondré a todos en este

corazón a fin de que todos podamos obtener gracia eficaz de

conversión, de fuerza y salvación. Y ahora, volvamos al monte

calvario para asistir a la muerte de nuestro crucificado Jesús.

Oh Jesús, la sangre a ríos escurre de tus manos y de tus

pies, y los ángeles haciéndote corona, admiran los portentos

de tu inmenso amor, veo a tu Mamá a los pies de la cruz,

traspasada por el dolor, a tu amada Magdalena y al predilecto

Juan, y todos en un éxtasis de estupor.

Oh Jesús, me uno a Ti, me estrecho a tu cruz, tomo todas

las gotas de esta sangre y las pongo en mi corazón, y cuando

vea a tu Justicia irritada contra los pecadores, te mostraré esta

sangre para aplacarte; cuando vea almas obstinadas en la

culpa, te mostraré esta sangre y en virtud de ella no rechazarás

mi oración, porque tengo la prenda en mis manos.

210

Y ahora, crucificado bien mío, a nombre de todas las

generaciones, pasadas, presentes y futuras, junto con tu Mamá

y con todos los ángeles, me postro ante Ti y te digo:

«Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos, porque con tu

santa cruz has redimido al mundo».

+ + +

Reflexiones de la Decimonovena Hora (11 AM)

11-66

Noviembre 18, 1913

Estaba pensando en mi pobre estado y cómo aun la cruz se

ha alejado de mí, y Jesús en mi interior me ha dicho:

“Hija mía, cuando dos voluntades están opuestas entre ellas,

una forma la cruz de la otra; así es entre Yo y las criaturas:

Cuando su voluntad está opuesta a la Mía, Yo formo la cruz de

ellas y ellas la cruz mía, así que Yo soy el asta larga de la cruz

y ellas la corta, que cruzándose forman la cruz. Ahora, cuando

la voluntad del alma se une con la Mía, las astas no quedan

más cruzadas, sino unidas entre ellas, y por lo tanto la cruz no

es más cruz, ¿has entendido? Y además, Yo santifiqué a la

cruz, no la cruz a Mí, así que no es la cruz la que santifica, es

la resignación a mi Voluntad lo que santifica la cruz; por lo

tanto, también la cruz tanto de bien puede obrar por cuanta

conexión se tiene con mi Voluntad, no sólo esto, la cruz

santifica, crucifica parte de la persona, pero a mi Voluntad no

se le escapa nada, santifica todo y crucifica los pensamientos,

los deseos, la voluntad, los afectos, el corazón, todo, y siendo

luz, mi Voluntad hace ver al alma la necesidad de esta

santificación y crucifixión completa, de modo que ella misma

me incita a querer cumplir el trabajo de mi Voluntad en ella. Así

que la cruz y todas las demás virtudes se contentan con tener

alguna cosa, y si pueden clavar a la criatura con tres clavos se

alegran y cantan victoria; en cambio mi Voluntad, no sabiendo

hacer obras incompletas, no se contenta con tres clavos, sino

con tantos clavos por cuantos actos de mi Voluntad dispongo

sobre la criatura”.

+ + +

211

12-130

Mayo 15, 1920

Me lamentaba con mi dulce Jesús diciéndole: “¿Dónde están

tus promesas? No más cruz, no más semejanza Contigo, todo

se ha esfumado y no me queda más que llorar mi doloroso fin”.

Y Jesús, moviéndose me ha dicho en mi interior:

“Hija mía, mi crucifixión fue completa, ¿y sabes por qué?

Porque fue hecha en la Voluntad Eterna de mi Padre. En esta

Voluntad la cruz se hizo tan larga y tan ancha, de abrazar

todos los siglos, para penetrar en cada corazón presente,

pasado y futuro, de modo que quedaba crucificado en cada

corazón de criatura; esta Divina Voluntad ponía clavos a todo

mi interior, a mis deseos, a los afectos, a mis latidos, puedo

decir que no tenía vida propia, sino la Vida de la Voluntad

eterna, que encerraba en Mí a todas las criaturas y quería que

respondiera por todo. Jamás mi crucifixión podía estar

completa y tan extendida para abrazar a todos, si el Querer

eterno no fuera el actor. También en ti quiero que la crucifixión

sea completa y extendida a todos. He aquí el porqué de las

continuas llamadas que te hago en mi Querer, son las

incitaciones para llevar ante la Majestad Suprema a toda la

familia humana, y a nombre de todos hacer los actos que ellos

no hacen. El olvido de ti, la falta de reflexiones personales, no

son otra cosa que clavos que pone mi Voluntad. Mi Voluntad

no sabe hacer cosas incompletas o pequeñas, y haciéndose

corona en torno al alma, la quiere en Sí, y extendiéndola en

todo el ámbito de su Querer eterno, pone el sello de su

cumplimiento. Mi Querer vacía todo lo humano del interior de la

criatura, y pone todo lo divino, y para estar más seguro va

sellando todo el interior con tantos clavos por cuantos actos

humanos pueden tener vida en la criatura, sustituyéndolos con

otros tantos actos divinos, y así forma las verdaderas

crucifixiones, y no por un tiempo, sino por toda la vida”.

+ + +

14-33

Junio 6, 1922

Estaba pensando entre mí: “Mi buen Jesús ha cambiado

conmigo, antes se deleitaba en hacerme sufrir, todo era

participación de clavos y cruz, ahora todo ha desaparecido, no

se deleita más en hacerme sufrir, y si alguna vez sufro me mira

con indiferencia

y no muestra más aquel gusto de antes”.

212

Ahora, mientras esto pensaba, mi dulce Jesús moviéndose en

mi interior, suspirando me ha dicho:

“Hija mía, cuando se tienen gustos mayores, los gustos

menores pierden su deleite, su atractivo, y por eso se ven con

indiferencia. La cruz ata a la gracia, pero, ¿quién la alimenta?

¿Quién la hace crecer a la debida estatura? Mi Voluntad. Es

sólo Ella que completa todo y hace cumplir mis más altos

designios en el alma, y si no fuera por mi Voluntad, la misma

cruz, por cuanto poder y grandeza contiene, puede hacer que

las almas permanezcan a medio camino. ¡Oh! cuántos sufren,

pero como les falta el alimento continuo de mi Voluntad, no

llegan a la meta, a la destrucción del querer humano, y el

Querer Divino no puede dar el último toque, la última pincelada

de la santidad Divina. Mira, tú dices que han desaparecido

clavos y cruz, falso hija mía, falso, antes tu cruz era pequeña,

incompleta, ahora mi Voluntad elevándote en Ella, hace que tu

cruz sea grande, y cada acto que haces en mi Querer es un

clavo que recibe tu querer, y viviendo en mi Voluntad, la tuya

se extiende tanto, que te difundes en cada criatura, y me da

por cada una la vida que les he dado para devolverme el

honor, la gloria, la finalidad para las que las he creado. Mira, tu

cruz se extiende no sólo por ti, sino por cada una de las

criaturas, así que por todas partes veo tu cruz; primero la veía

sólo en ti, ahora la veo por dondequiera. Este fundirte en mi

Voluntad sin ningún interés personal, sino sólo para darme lo

que todos deberían darme, y para dar a todos todo el bien que

mi Querer contiene, es sólo de la Vida Divina, no de la

humana; así que sólo mi Voluntad es la que forma esta

Santidad divina en el alma. Entonces tus cruces anteriores

eran santidad humana, y lo humano por cuan santo sea, no

sabe hacer cosas grandes sino pequeñas, mucho menos

elevar al alma a la santidad y a la fusión del obrar de su

Creador, queda siempre en la restricción de criatura, pero mi

Voluntad derribando todas las barreras humanas, la arroja en

la inmensidad divina, y todo se hace inmenso en ella: Cruz,

clavos, santidad, amor, reparación, todo; mi mira sobre ti no

era la santidad humana, si bien era necesario que primero

hiciera las cosas pequeñas en ti, y por eso me deleitaba tanto.

Ahora, habiéndote hecho pasar más adelante y debiéndote

hacer vivir en mi Querer, viendo tu pequeñez, tu átomo,

abrazar la inmensidad para darme por todos y por cada uno

amor y gloria para volverme a dar todos los derechos de toda

la Creación, esto me deleita tanto, que todas las otras cosas no

me dan más gusto. Entonces tu cruz, tus clavos, serán mi

213

Voluntad, la que teniendo crucificada a la tuya completará en ti

la verdadera crucifixión, no a intervalos sino perpetua, toda

semejante a la mía, que fui concebido crucificado y morí

crucificado, alimentada mi cruz de la sola Voluntad eterna, y

por eso, por todos y por cada uno Yo fui crucificado. Mi cruz

selló a todos con su emblema”.

+ + +

14-56

Septiembre 1, 1922

Encontrándome en lo acostumbrado, mi siempre amable

Jesús se hacía ver todo afanado y oprimido, pero lo que más lo

oprimía eran las llamas de su amor, que mientras salían de Él

para expandirse, eran obligadas por la ingratitud humana a

aprisionarse nuevamente. ¡Oh! cómo su corazón santísimo

quedaba sofocado por sus mismas llamas, y pedía refrigerio.

Entonces me ha dicho:

“Hija mía, dame alivio, porque no puedo más; mis llamas me

devoran, déjame agrandar tu corazón para poder poner en él

mi amor rechazado y el dolor de mi mismo amor, ¡ah! las penas

de mi amor superan a todas mis demás penas juntas”.

Ahora, mientras esto decía, ponía su boca en mi corazón y

lo soplaba fuertemente, de modo que me lo sentía inflar,

después me lo tocaba con sus manos como si lo quisiera

agrandar y volvía a soplarle; yo sentía como si se fuera a

romper, pero Él, no prestándome atención volvía a soplarle.

Después que lo ha inflado bien, con sus manos lo ha cerrado,

como si pusiera un sello, de modo que no había esperanza que

pudiera recibir alivio, y luego me dijo:

“Hija de mi corazón, he querido encerrar con mi sello mi

amor y mi dolor que he puesto en ti, para hacerte sentir cuán

terrible es la pena del amor contenido, del amor rechazado.

Hija mía, paciencia, tú sufrirás mucho, es la pena más dura,

pero es tu Jesús, tu vida, quien quiere este alivio de ti”.

Sólo Jesús sabe lo que sentía y sufría, por eso creo que es

mejor no ponerlo en el papel. Entonces, habiendo pasado todo

un día sintiéndome continuamente morir, en la noche,

regresando mi dulce Jesús quería inflarme más la parte del

corazón, y yo le decía: “Jesús, no puedo más; no puedo

contener lo que tengo, y ¿quieres agregar más?” Y Él

tomándome entre sus brazos para darme la fuerza, me ha

dicho:

214

“Hija mía, ánimo, déjame hacer, es necesario, de otra

manera no te daría tanta pena, los males han llegado a tanto

que hay toda la necesidad de que tú sufras a lo vivo mis penas,

como si de nuevo estuviera Yo viviente sobre la tierra. La tierra

está por hacer salir llamas para castigar a las criaturas; mi

amor que corre hacia ellas para cubrirlas de gracia, rechazado

se convierte en fuego para castigarlas, así que la humanidad

se encuentra en medio de dos fuegos: Fuego del Cielo y fuego

de la tierra. Son tantos los males, que estos fuegos están por

unirse, y las penas que te hago sufrir corren en medio de estos

dos fuegos e impiden que se unan; si no hiciera esto, para la

pobre humanidad todo habría terminado. Por eso déjame

hacer, Yo te daré la fuerza y estaré contigo”.

Ahora, mientras esto decía, volvía a soplarme, y yo, como si

no pudiera más, le rogaba que me tocase con sus manos para

sostenerme y darme la fuerza, y Jesús me ha tocado, sí,

tomándome el corazón entre sus manos y apretándolo tan

fuerte, que sólo Él sabe lo que me hizo sentir. Pero no contento

con esto me ha estrechado tan fuerte la garganta con sus

manos, que me sentía despedazar los huesos, los nervios de la

garganta y me sentía asfixiar. Entonces, después que me ha

dejado en aquella posición por algún tiempo, todo ternura me

ha dicho:

“Ánimo, en este estado se encuentra la presente generación,

y de todas las clases, son tales y tantas las pasiones que la

dominan, que están ahogados por las mismas pasiones y por

los vicios más feos; la podredumbre, el fango es tanto, que

está por sumergirlas, he aquí por qué he querido hacerte sufrir

la pena de sofocarte la garganta, esta es pena de los excesos

extremos, y Yo no pudiendo soportar más el ver a la

humanidad sofocada por sus mismos males, he querido de ti

una reparación. Pero debes saber que esta pena la sufrí

también Yo cuando me crucificaron, me estiraron tanto sobre la

cruz, que todos los nervios me los estiraron tanto que me los

sentía despedazar, retorcer, pero los de mi garganta tuvieron

un dolor y un estiramiento mayor, tanto que me sentía asfixiar.

Era el grito de la humanidad sumergida por las pasiones, que

apretándome la garganta me ahogaba de penas. Fue tremenda

y horrible esta pena mía al sentirme estirar los nervios, los

huesos de la garganta con tal fuerza, que sentía destrozarme

todos los nervios de la cabeza, de la boca y hasta de los ojos;

fue tal la tensión, que cada pequeño movimiento me hacía

sentir penas mortales; ahora me quedaba inmóvil y ahora me

contorsionaba tanto, que me sacudía en modo horrible sobre la

215

cruz, que los mismos enemigos quedaban aterrorizados. Por

eso te repito, ánimo, mi Voluntad te dará fuerza para todo”.

+ + +

216

217

VIGÉSIMA HORA

De las 12 a la 1 de la tarde

Primera hora de agonía en la cruz. La Primera Palabra

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Crucificado bien mío, te veo sobre esta cruz, sobre tu trono

de triunfo, en acto de conquistar todo y a todos los corazones,

y de atraerlos tanto a Ti, que todos sientan tu sobrehumano

poder. La naturaleza horrorizada de tanto delito se postra ante

Ti y en silencio espera una palabra tuya para rendirte

homenaje y hacer reconocer tu dominio; el sol lloroso retira su

luz, no pudiendo soportar tu vista demasiado dolorosa. El

infierno siente terror y silencioso espera; los mismos enemigos

pierden el ánimo, y si algún insulto te lanzan, este muere en los

labios, así que todo es silencio.

La traspasada Mamá, tus fieles, están todos mudos y tan

petrificados ante la vista, ay, demasiado dolorosa de tu

destrozada y dislocada Humanidad, y silenciosos esperan

también una palabra tuya. Tu misma Humanidad que yace en

un mar de dolores entre los espasmos atroces de la agonía,

está silenciosa, tanto, que temo que de un respiro a otro Tú

mueras.

Pero penetrando en tu interior veo que el amor desborda, te

sofoca y no puedes contenerlo, y obligado por tu amor que te

atormenta más que las mismas penas, con voz fuerte y

conmovedora hablas como el Dios que eres, y dices:

«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». (Lc 23,

34)

Y de nuevo quedas en silencio, inmerso en penas inauditas.

Crucificado Jesús, ¿será posible tanto amor? ¡Ah! después de

tantas penas e insultos, la primera palabra es el perdón, y nos

excusas ante el Padre por tantos pecados; esta palabra la

haces descender en cada corazón después de la culpa, y eres

Tú el primero en ofrecerles el perdón. Pero cuántos te

rechazan y no lo aceptan, y tu amor da en delirio y quieres dar

a todos el perdón y el beso de paz.

A esta palabra tuya el infierno tiembla y te reconoce por

Dios. La naturaleza y todos quedan atónitos y reconocen tu

Divinidad, tu inextinguible amor, y silenciosos esperan para ver

218

hasta dónde llega tu amor. Pero no es sólo tu voz, sino también

tu sangre y tus llagas que gritan a cada corazón después del

pecado:

«Ven a mis brazos, que te perdono, y el sello del perdón es

el precio de mi sangre.»

Oh mi amable Jesús, repite esta palabra a cuantos

pecadores hay en el mundo. Para todos implora misericordia, a

todos aplica los méritos infinitos de tu preciosísima sangre, por

todos, oh buen Jesús, continúa aplacando a la divina Justicia y

concede gracia a quien encontrándose en acto de tener que

perdonar, no siente la fuerza. Mi Jesús, crucificado adorado, en

estas tres horas de amarguísima agonía Tú quieres dar

cumplimiento a todo, y mientras silencioso te estás sobre esta

cruz, veo que en tu interior quieres satisfacer en todo al Padre.

Por todos le agradeces, satisfaces por todos y por todos

pides perdón, y a todos consigues la gracia de que nunca más

te ofendan. Y para obtener esto del Padre resumes toda tu

vida, desde el primer instante de tu concepción hasta tu último

respiro. Mi Jesús, amor interminable, deja que también yo

recapitule toda tu vida junto contigo, con la inconsolable Mamá,

con san Juan y con las pías mujeres.

Mi dulce Jesús, te agradezco por las tantas espinas que han

traspasado tu adorable cabeza, por las gotas de sangre que de

ésta has derramado, por los golpes que en ella has recibido y

por los cabellos que te han arrancado. Te agradezco por el

bien que has hecho e impetrado a todos, por las luces y las

buenas inspiraciones que nos has dado, y por cuantas veces

has perdonado todos nuestros pecados de pensamiento, de

soberbia, de orgullo y de estima propia.

Te pido perdón a nombre de todos, oh mi Jesús, por cuantas

veces te hemos coronado de espinas, por cuantas gotas de

sangre te hemos hecho derramar de tu sacratísima cabeza, por

cuantas veces no hemos correspondido a tus inspiraciones.

Por todos esos dolores sufridos por Ti te pido, oh buen Jesús,

impetrarnos la gracia de no cometer jamás pecados de

pensamientos. Quiero también ofrecerte todo lo que sufriste en

tu santísima cabeza, para darte toda la gloria que todas las

criaturas te habrían dado si hubieran hecho buen uso de su

inteligencia.

Adoro, oh Jesús mío, tus santísimos ojos y te agradezco por

cuantas lágrimas y sangre han derramado, por las espinas que

los han traspasado, por los insultos, escarnios y menosprecios

soportados en toda tu Pasión. Te pido perdón por todos

aquellos que se sirven de la vista para ofenderte y ultrajarte,

219

rogándote por los dolores sufridos en tus santísimos ojos, que

nos consigas la gracia de que nadie más te ofenda con malas

miradas.

Quiero también ofrecerte todo lo que sufriste en tus

santísimos ojos para darte toda la gloria que las criaturas te

habrían dado si sus miradas hubieran estado fijas solamente

en el Cielo, en la Divinidad y en Ti, oh mi Jesús.

Adoro tus santísimos oídos. Te agradezco por todo lo que

sufriste mientras los canallas sobre el calvario te los aturdían

con gritos e injurias. Te pido perdón a nombre de todos, por

cuantas malas conversaciones hemos hecho, y te ruego que se

abran nuestros oídos a las verdades eternas, a las voces de la

Gracia, y que ninguno más te ofenda con el sentido del oído.

Quiero también ofrecerte todo lo que sufriste en tus

santísimos oídos, para darte toda la gloria que las criaturas te

habrían dado si de este sentido siempre hubieran hecho uso

según tu Voluntad.

Adoro y beso, oh Jesús mío, tu santísimo rostro, y te

agradezco por cuanto sufriste por los salivazos, por las

bofetadas y las burlas recibidas, y por cuantas veces te has

dejado pisotear por tus enemigos. Te pido perdón a nombre de

todos por cuantas veces hemos tenido la osadía de ofenderte,

suplicándote por estas bofetadas y por estos salivazos

recibidos, que hagas que tu Divinidad sea por todos

reconocida, alabada y glorificada.

Es más, oh mi Jesús, quiero ir yo misma por todo el mundo,

de oriente a occidente, de sur a norte, para unir todas las voces

de las criaturas y cambiarlas en otros tantos actos de alabanza,

de amor y de adoración.

Quiero también, oh mi Jesús, traer a Ti todos los corazones

de las criaturas, a fin de que en todos Tú pongas luz, verdad,

amor y compasión a tu divina Persona; y mientras perdonarás

a todos, yo te ruego que no permitas que ninguno más te

ofenda, y si fuese posible, aun a costa de mi sangre. En fin,

quiero ofrecerte todo lo que sufriste en tu santísimo rostro, para

darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si ninguna

hubiera osado ofenderte.

Adoro tu santísima boca y te doy las gracias por tus primeros

gemidos, por cuanta leche mamaste, por cuantas palabras

dijiste, por los besos encendidos que diste a tu santísima

Madre, por el alimento que tomaste, por la amargura de la hiel

y por la sed ardiente que sufriste sobre la cruz, por las

plegarias que elevaste al Padre, y te pido perdón por cuantas

murmuraciones y conversaciones malas y mundanas se hacen,

220

y por cuantas blasfemias pronuncian las criaturas; quiero

ofrecer tus santas conversaciones en reparación de sus

conversaciones no buenas; la mortificación de tu gusto para

reparar sus gulas y todas las ofensas que te hacen con el mal

uso de la lengua.

Quiero ofrecerte todo lo que sufriste en tu santísima boca,

para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si

ninguna hubiera osado ofenderte con el sentido del gusto y con

el abuso de la lengua.

Oh Jesús, te doy las gracias por todo y a nombre de todos. A

Ti elevo un himno de agradecimiento eterno, infinito. Quiero, oh

mi Jesús, ofrecerte todo lo que has sufrido en tu santísima

persona, para darte toda la gloria que te habrían dado todas las

criaturas si hubiesen uniformado su vida a la tuya.

Te agradezco oh Jesús, por cuanto has sufrido en tus

santísimos hombros, por cuantos golpes has recibido, por

cuantas llagas te has dejado abrir en tu sacratísimo cuerpo y

por cuantas gotas de sangre has derramado. Te pido perdón a

nombre de todos, por cuantas veces, por amor a las

comodidades, te hemos ofendido con placeres ilícitos y no

buenos.

Te ofrezco tu dolorosa flagelación para reparar todos los

pecados cometidos con todos los sentidos, por el amor a los

propios gustos, a los placeres sensibles, al propio yo, a todas

las satisfacciones naturales, y quiero ofrecerte también todo lo

que has sufrido en tus hombros, para darte toda la gloria que

las criaturas te habrían dado si en todo hubiesen buscado

agradarte sólo a Ti y de refugiarse a la sombra de tu divina

protección.

Jesús mío, beso tu pie izquierdo, te doy las gracias por todos

los pasos que diste en tu vida mortal, y por cuantas veces

cansaste tus pobres miembros para ir en busca de almas para

conducirlas a tu corazón. Te ofrezco, oh mi Jesús, todas mis

acciones, pasos y movimientos, con la intención de darte

reparación por todo y por todos.

Te pido perdón por aquellos que no obran con recta

intención. Uno mis acciones a las tuyas para divinizarlas, y las

ofrezco unidas a todas las obras que hiciste con tu santísima

Humanidad, para darte toda la gloria que te habrían dado las

criaturas si hubiesen obrado santamente y con fines rectos.

Te beso, oh Jesús mío, el pie derecho y te agradezco por

cuanto has sufrido y sufres por mí, especialmente en esta hora

en que estás suspendido en la cruz. Te agradezco por el

desgarrador trabajo que hacen los clavos en tus llagas, las

221

cuales se abren siempre más al peso de tu sacratísimo cuerpo.

Te pido perdón por todas las rebeliones y desobediencias que

cometen las criaturas, ofreciéndote los dolores de tus

santísimos pies en reparación de estas ofensas, para darte

toda la gloria que las criaturas te habrían dado si en todo

hubiesen estado sujetas a Ti.

Oh mi Jesús, beso tu santísima mano izquierda, te

agradezco por cuanto has sufrido por mí, por cuantas veces

has aplacado a la divina Justicia satisfaciendo por todo. Beso

tu mano derecha y te doy las gracias por todo el bien que has

obrado y que obras por todos, especialmente te agradezco por

las obras de la Creación, de la Redención y de la Santificación.

Te pido perdón a nombre de todos por cuantas veces hemos

sido ingratos a tus beneficios, y por tantas obras nuestras

hechas sin recta intención. En reparación de todas estas

ofensas quiero ofrecerte toda la perfección y santidad de tus

obras, para darte toda la gloria que las criaturas te habrían

dado si hubiesen correspondido a todos estos beneficios.

Oh Jesús mío, beso tu sacratísimo corazón y te agradezco

por todo lo que has sufrido, deseado y anhelado por amor de

todos y por cada uno en particular. Te pido perdón por tantos

malos deseos, afectos y tendencias no buenas. Perdón, oh

Jesús, por tantos que posponen tu amor al amor de las

criaturas, y para darte toda la gloria que estos te han negado,

te ofrezco todo lo que ha hecho y continúa haciendo tu

adorabilísimo corazón.

+ + +

Reflexiones de la Vigésima Hora (12 AM)

14-74

Noviembre 16, 1922

Más tarde estaba recibiendo la absolución y decía entre mí:

“Mi Jesús, en tu Querer quiero recibirla”. Y Jesús, súbito, sin

darme tiempo ha agregado:

“Y Yo en mi Voluntad te absuelvo, y mientras te absuelvo a

ti, mi Querer pone en camino las palabras de la absolución

para absolver a quien quiera ser absuelto y para perdonar a

quien quiera el perdón. Mi Querer toma a todos, no toma uno

solo, sino que quien está dispuesto toma más que todos”.

+ + +

222

18-8

Octubre 21, 1925

Más tarde, continuando el fundirme en la Voluntad Divina,

doliéndome por cada ofensa que ha sido hecha a mi Jesús,

desde el primero hasta el último hombre que vendrá sobre la

tierra, y mientras me dolía pedía perdón, pero mientras esto

hacía decía entre mí:

“Jesús mío, amor mío, no me basta con dolerme y pedirte

perdón, sino que quisiera aniquilar cualquier pecado, para

hacer que jamás, jamás seas ofendido”. Y Jesús moviéndose

en mi interior me ha dicho:

“Hija mía, Yo tuve un dolor especial por cada pecado, y

sobre mi dolor estaba suspendido el perdón al pecador. Ahora,

este mi dolor está suspendido en mi Voluntad esperando al

pecador cuando me ofende, a fin de que doliéndose de

haberme ofendido descienda mi dolor a dolerse junto con el

suyo, y pronto darle el perdón; pero, ¿cuántos me ofenden y no

se duelen? Y mi dolor y perdón están suspendidos en mi

Voluntad y como aislados. Gracias hija mía, gracias por venir

en mi Voluntad a hacer compañía a mi dolor y a mi perdón.

Continúa girando en mi Voluntad y haciendo tuyo mi mismo

dolor, grita por cada ofensa: ‘dolor, perdón’, a fin de que no

sea Yo solo a dolerme y a impetrar el perdón, sino que tenga la

compañía de la pequeña hija de mi Querer que se duele junto

Conmigo”.

+ + +

223

VIGÉSIMA PRIMERA HORA

De la 1 a las 2 de la tarde

Segunda hora de agonía en la cruz. Segunda, tercera y

cuarta palabra sobre la cruz

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Crucificado amor mío, mientras contigo rezo, la fuerza

raptora de tu amor y de tus penas mantiene fija mi mirada en

Ti, pero el corazón se me rompe al verte sufrir tanto, y Tú

sufres atrozmente de amor y de dolor, las llamas que queman

tu corazón se elevan tan alto, que están en acto de incinerarte;

tu amor reprimido es más fuerte que la misma muerte, por eso,

queriéndolo desahogar pones tu mirada en el ladrón que está a

tu derecha, y queriéndoselo robar al infierno le tocas el

corazón, y ese ladrón se siente todo cambiado, te reconoce, te

confiesa por Dios, y todo contrito dice:

«Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino». (Lc 23,

42)

Y Tú no vacilas en responderle:

«Hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Y de él haces el primer triunfo de tu amor. Pero en tu amor

veo que no es solamente al ladrón a quien le robas el corazón,

sino a tantos moribundos. ¡Ah! Tú pones a su disposición tu

sangre, tu amor, tus méritos y usas todos los artificios y

estratagemas divinos para tocarles el corazón y robarlos todos

para Ti. Pero aquí también tu amor se ve impedido. ¡Cuántos

rechazos, cuántas desconfianzas y también cuántas

desesperaciones! Y es tanto el dolor, que de nuevo te reduces

al silencio.

Quiero, oh mi Jesús, reparar por aquellos que desesperan

de la divina Misericordia en el punto de la muerte. Dulce amor

mío, inspira a todos confianza y seguridad ilimitada en Ti solo,

especialmente a aquellos que se encuentran en las

estrechuras de la agonía, y en virtud de esta palabra tuya

concédeles luz, fuerza y ayuda para poder volar de esta tierra

al Cielo.

En tu santísimo cuerpo, en tu sangre, en tus llagas,

contienes todas, todas las almas, oh Jesús. Por los méritos de

224

tu preciosísima sangre no permitas que ni siquiera una sola

alma se pierda, tu sangre grite aún a todas, junto con tu voz:

«Hoy estarás conmigo en el Paraíso». (Lc 23, 43)

Tercera Palabra

Mi Jesús crucificado y atormentado, tus penas aumentan

siempre más. Ah, sobre esta cruz Tú eres el verdadero Rey de

los Dolores, pero entre tantas penas no se te escapa ninguna

alma, sino que das a cada una tu propia vida. Pero tu amor se

ve impedido por las criaturas, despreciado, no tomado en

cuenta, y no pudiendo desahogar se hace más intenso, te da

torturas indecibles; y en estas torturas va investigando qué más

puede dar al hombre para vencerlo y te hace decir:

«¡Mira, oh alma, cuánto te he amado, si no quieres tener

piedad de ti misma, ten piedad de mi amor!»

Entre tanto, viendo que no tienes nada más qué darle,

habiéndole dado todo, entonces ves a tu Mamá que está más

que agonizante por causa de tus penas, y es tanto el amor que

la tortura, que la tiene crucificada a la par contigo. Madre e Hijo

os entendéis, y Tú suspiras con satisfacción y te consuelas

viendo que puedes dar tu Mamá a la criatura, y considerando

en Juan a todo el género humano, con voz tan tierna para

enternecer a todos los corazones dices:

«Mujer, he ahí a tu hijo». (Jn 19, 26)

Y a Juan:

«He ahí a tu Madre». (Jn 19, 27)

Tu voz desciende en su corazón materno y unida a las voces

de tu sangre continúa diciendo:

«Mamá mía, te confío a todos mis hijos; todo el amor que

sientes por Mí tenlo por ellos; todas tus premuras y ternuras

maternas sean para mis hijos; Tú me los salvarás a todos».

Tu Mamá acepta, pero son tantas las penas, que te reducen

al silencio.

Quiero, oh mi Jesús, reparar las ofensas que se hacen a la

santísima Virgen, las blasfemias y las ingratitudes de tantos

que no quieren reconocer los beneficios que Tú has hecho a

todos dándonosla por Madre. ¿Cómo podemos no agradecerte

por tanto beneficio? Recurrimos, oh Jesús, a tu misma fuente,

y te ofrecemos tu sangre, tus llagas y el amor infinito de tu

corazón. Oh Virgen santísima, ¿cuál no es tu conmoción al oír

la voz del buen Jesús que te deja como Madre de todos

nosotros?

225

Y Tú, vencida por su amor y por la dulzura de su acento, sin

más aceptas y nosotros nos volvemos tus hijos. Te

agradecemos, oh Virgen bendita, y para agradecerte como

mereces te ofrecemos los mismos agradecimientos de tu

Jesús. Oh dulce mamá, sé Tú nuestra Madre, tómanos a tu

cuidado y no permitas jamás que te ofendamos, ni aun

mínimamente; tennos siempre estrechados a Jesús, con tus

manos átanos a todos a Él, de modo de no poderle huir jamás.

Con tus mismas intenciones quiero reparar por todas las

ofensas que se hacen a tu Jesús y a Ti, dulce Mamá mía.

Oh mi Jesús, mientras estás inmerso en tantas penas, Tú

abogas aún más por la causa de la salvación de las almas; y

yo no me estaré indiferente, sino que como paloma quiero

sobrevolar sobre tus llagas, besarlas, endulzarlas y

sumergirme en tu sangre para poder decir contigo: “¡Almas,

almas!” Quiero sostener tu cabeza traspasada y dolorida para

repararte y pedirte misericordia, amor y perdón por todos.

Reina en mi mente, oh mi Jesús, y sánala en virtud de las

espinas que circundan tu cabeza y no permitas que ninguna

turbación entre en mí. Frente majestuosa de mi Jesús, te beso

y te pido que atraigas todos mis pensamientos para

contemplarte, para comprenderte. Ojos dulcísimos de mi

Jesús, si bien cubiertos de sangre, mírenme, miren mi miseria,

miren mi debilidad, miren mi pobre corazón, y hagan que

pueda sentir los efectos admirables de vuestra mirada divina.

Oídos de mi Jesús, si bien ensordecidos por los insultos y las

blasfemias de los impíos, pero aún atentos a escucharnos, ah,

escuchen mis plegarias y no desdeñen mis reparaciones.

Escucha, oh Jesús, el grito de mi corazón, el cual sólo se

tranquilizará cuando lo hayas llenado de tu amor. Rostro

bellísimo de mi Jesús, muéstrate, deja que yo te vea a fin de

que de todos y de todo pueda yo desapegar mi pobre corazón;

tu belleza me enamore continuamente y me tenga siempre

raptada en Ti. Boca suavísima de mi Jesús, háblame, resuene

siempre tu voz en mí, y que la potencia de tu palabra destruya

todo lo que no es Voluntad de Dios, que no es amor.

Oh Jesús extiendo mis brazos a tu cuello para abrazarte, y

Tú extiéndeme los tuyos para abrazarme; y haz, oh mi bien,

que sea tan apretado este abrazo de amor, que ninguna

fuerza, ni humana ni sobrehumana pueda separarnos, así que

Tú quedarás siempre abrazado a mí y yo a Ti, y mientras

quedaremos abrazados, yo apoyaré mi cabeza sobre tu

corazón y Tú me darás tu beso de amor; y así me harás

respirar tu dulcísimo aliento, infundiendo en mí un siempre

226

nuevo y creciente amor hacia Ti, y conforme respire, respiraré

tu amor, tu Querer, tus penas y toda tu vida divina. Hombros

santísimos de mi Jesús, siempre fuertes y constantes en el

sufrir por amor mío, denme fuerza, constancia y heroísmo en el

sufrir por amor suyo.

Oh Jesús, no permitas que yo sea inconstante en el amor,

hazme tomar parte en tu inmutabilidad. Pecho encendido de mi

Jesús, dame tus llamas, tú no puedes contenerlas más, y mi

corazón con ansia las busca por medio de tu sangre y de tus

llagas. Son las llamas de tu amor, oh Jesús, las que más te

atormentan; oh mi bien, déjame tomar parte en ellas, ¿no te

mueve a compasión un alma tan fría y falta de tu amor?

Manos santísimas de mi Jesús, ustedes que habéis creado el

cielo y la tierra, ya estáis reducidas a no poderos mover más.

Oh Jesús, continúa tu creación, la creación del amor, crea

en todo mi ser vida nueva, vida divina, pronuncia tus palabras

sobre mi pobre corazón y transfórmalo todo, todo en el tuyo.

Pies santísimos de mi Jesús, no me dejen jamás sola, hagan

que yo corra siempre junto a ustedes y que no dé un solo paso

alejado de ustedes. Jesús, con mi amor y reparaciones quiero

reconfortarte por las penas que sufres en tus pies.

Oh mi Jesús crucificado, adoro tu sangre preciosísima, beso

una por una tus llagas con la intención de poner en ellas todo

mi amor, mis adoraciones, las más sentidas reparaciones. Una

por una tomo estas gotas de tu sangre y las doy a todas las

almas, para que sean para ellas luz en las tinieblas, consuelo

en las penas, fuerza en la debilidad, perdón en la culpa, ayuda

en las tentaciones, defensa en los peligros, sostén en la muerte

y alas para transportarlas de esta tierra al Cielo.

Oh Jesús, a Ti vengo y en tu corazón hago mi nido y mi

morada, y desde dentro de él, oh mi dulce amor, llamaré a

todos a Ti, y si alguno quisiera acercarse para ofenderte, yo

saldré en tu defensa y no permitiré que te hiera, más bien lo

encerraré en tu corazón, le hablaré de tu amor a fin de

convertir las ofensas en amor.

Oh Jesús, no permitas jamás que yo salga de tu corazón,

aliméntame con tus llamas, dame vida con tu vida para poderte

amar como Tú ansías ser amado.

Cuarta Palabra

Penante Jesús mío, mientras estrechada a tu corazón me

abandono numerando tus penas, veo que un temblor

convulsivo invade tu santísima Humanidad, tus miembros se

227

debaten como si quisieran separarse uno de otro, y entre

contorsiones por los atroces espasmos, Tú gritas fuertemente:

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt

27, 46)

A este grito todos tiemblan, las tinieblas se hacen más

densas, y la petrificada Mamá palidece y casi se desmaya. Mi

vida, mi todo, mi Jesús, ¿qué veo? Ah, Tú estás próximo a

morir, las mismas penas tan fieles a Ti están por dejarte; y

entre tanto, después de tanto sufrir, ves con inmenso dolor que

no todas las almas están incorporadas en Ti, más bien

descubres que muchas se perderán, y sientes la dolorosa

separación de ellas que se arrancan de tus miembros.

Y Tú, debiendo satisfacer a la divina Justicia también por

ellas, sientes la muerte de cada una y las mismas penas que

sufrirán en el infierno, y gritas fuertemente a todos los

corazones:

«¡No me abandonen! Si quieren que sufra más penas estoy

dispuesto, pero no se separen de mi Humanidad. ¡Éste es el

dolor de los dolores, es la muerte de las muertes, todo lo

demás me sería nada si no sufriera su separación de Mí! ¡Ah,

piedad de mi sangre, de mis llagas, de mi muerte! Este grito

será continuo a vuestros corazones: ¡No me abandonen!»

Amor mío, cuánto me duelo junto contigo, Tú te sofocas; tu

santísima cabeza cae ya sobre tu pecho; la vida te abandona.

Mi amor, me siento morir, también yo quiero gritar contigo:

¡Almas, almas! No me separaré de esta cruz, de estas llagas,

para pedirte almas, y si Tú quieres descenderé en los

corazones de las criaturas, los circundaré de tus penas, a fin

de que no me huyan, y si me fuera posible quisiera ponerme a

la puerta del infierno para hacer retroceder a las almas que

quieren ir ahí y conducirlas a tu corazón. Pero Tú agonizas y

callas, y yo lloro tu cercana muerte.

Oh mi Jesús, te compadezco, estrecho fuertemente tu

corazón al mío, lo beso y lo miro con toda la ternura de la cual

soy capaz, y para darte un alivio mayor tomo la ternura divina y

con ella quiero compadecerte, cambiar mi corazón en ríos de

dulzura y derramarlo en el tuyo para endulzar la amargura que

sientes por la pérdida de las almas. Es en verdad doloroso este

grito tuyo, oh mi Jesús; más que el abandono del Padre, es la

pérdida de las almas que se alejan de Ti lo que hace escapar

de tu corazón este doloroso lamento.

Oh mi Jesús, aumenta en todos la gracia, a fin de que

ninguno se pierda, y sea mi reparación en provecho de

228

aquellas almas que se deberían perder, para que no se

pierdan.

Te ruego además, oh mi Jesús, por este extremo abandono,

que des ayuda a tantas almas amantes, que para tenerlas de

compañeras en tu abandono, parece que las privas de Ti,

dejándolas en las tinieblas. Sean, oh Jesús, las penas de

éstas, como voces que llamen a las almas a tu lado y te alivien

en tu dolor.

+ + +

Reflexiones de la Vigésima Primera Hora (1 PM)

12-76

Enero 4, 1919

Continuando mi habitual estado, estaba toda afligida por la

privación de mi dulce Jesús, sin embargo trataba de estarme

unida con Él haciendo las horas de la Pasión, estaba haciendo

la de Jesús sobre la cruz, cuando lo he escuchado en mi

interior, que uniendo las manos y con voz articulada ha dicho:

“Padre mío, acepta el sacrificio de esta hija mía, el dolor que

siente por mi privación, ¿no ves cómo sufre? El dolor la deja

como sin vida, privada de Mí, tanto, que si bien escondido

estoy obligado a sufrirlo junto con ella para darle fuerza, de otra

manera sucumbiría. ¡Ah! Padre, acéptalo unido al dolor que

experimenté sobre la cruz cuando fui abandonado aun por Ti, y

concede que la privación que siente de Mí sea luz,

conocimiento, Vida Divina en las demás almas y todo lo que

conseguí Yo con mi abandono”.

Dicho esto se ha escondido de nuevo. Yo me sentía

petrificada por el dolor, y si bien llorando, he dicho: “Vida mía,

Jesús, ¡ah! sí, dame las almas, y el vínculo más fuerte que te

obligue a dármelas sea la pena desgarradora de tu privación, y

esta pena corre en tu Voluntad a fin de que todos sientan el

toque de mi pena y mi grito incesante y se rindan”. Después, ya

en la tarde, el bendito Jesús ha venido y ha agregado:

“Hija y refugio mío, qué dulce armonía hacía hoy tu pena en

mi Voluntad. Mi Voluntad está en el Cielo, y tu pena

encontrándose en mi Voluntad armonizaba en el Cielo y con su

grito pedía almas a la Trinidad Sacrosanta, y mi Voluntad

corriendo en todos los ángeles y santos, hacía que tu pena les

pidiera almas a todos, tanto que todos han quedado tocados

por tu armonía, y junto con tu pena todos han gritado ante mi

Majestad: “¡Almas, almas!” Mi Voluntad corría en todas las

229

criaturas y tu pena ha tocado todos los corazones y ha gritado

a todos: “¡Salvaos, salvaos!” Mi Voluntad se concentraba en ti

y como refulgente sol se ponía como guardia de todos para

convertirlos. Mira qué gran bien, sin embargo, ¿quién se ocupa

en conocer el valor, el precio incalculable de mi Querer?”

+ + +

12-142

Diciembre 18, 1920

Después de esto me he sentido fuera de mí misma y me he

encontrado junto con mi dulce Jesús, pero tan estrechada con

Él y Él conmigo, que casi no podía ver su Divina Persona; y no

sé cómo le he dicho: “Mi dulce Jesús, mientras estoy

estrechada a Ti quiero testimoniarte mi amor, mi

agradecimiento y todo lo que la criatura está en deber de hacer

por haber Tú creado a nuestra Reina Mamá Inmaculada, la

más bella, la más santa, y un portento de gracia,

enriqueciéndola con todos los dones y haciéndola nuestra

Madre, y esto lo hago a nombre de las criaturas pasadas,

presentes y futuras; quiero tomar cada acto de criatura,

palabra, pensamiento, latido, paso, y en cada uno de ellos

decirte que te amo, te agradezco, te bendigo, te adoro por todo

lo que has hecho a mí y a tu Celestial Mamá”. Jesús ha

agradecido mi acto, pero tanto que me ha dicho:

“Hija mía, con ansia esperaba este acto tuyo a nombre de

todas las generaciones; mi justicia, mi amor, sentían la

necesidad de esta correspondencia, porque grandes son las

gracias que descienden sobre todos por haber enriquecido

tanto a mi Mamá, sin embargo no tienen nunca una palabra, un

gracias que decirme”.

+ + +

14-48

Agosto 2, 1922

Encontrándome en mi habitual estado, me veía toda

confundida y como separada de mi dulce Jesús, tanto que al

venir le he dicho: “Amor mío, cómo han cambiado las cosas

para mí, antes me sentía tan fundida Contigo que no advertía

ninguna división entre Tú y yo, y en las mismas penas que

sufría Tú estabas conmigo. Ahora todo al contrario, si sufro me

siento dividida de Ti, y si te veo ante mí o dentro de mí, es con

aspecto de un juez que me condena a la pena, a la muerte, y

230

ya no tomas parte en las penas que Tú mismo me das, sin

embargo me dices: Elévate siempre más; en cambio yo

desciendo”. Y Jesús interrumpiendo mi hablar me ha dicho:

“Hija mía, cómo te engañas, esto sucede porque tú has

aceptado, y Yo he marcado en ti las muertes y las penas que

Yo sufrí por cada criatura. También mi Humanidad se

encontraba en estas dolorosas condiciones, Ella era

inseparable de mi Divinidad, sin embargo, siendo mi Divinidad

intangible en las penas, y no capaz de poder sufrir sombra de

penas, mi Humanidad se encontraba sola en el sufrir, y mi

Divinidad era sólo espectadora de las penas y muertes que Yo

sufría, más bien me era juez inexorable que quería el pago de

cada pena de cada criatura. ¡Oh, cómo mi Humanidad

temblaba, quedaba aplastada ante aquella luz y Majestad

Suprema al verme cubierto por las culpas de todos, y de las

penas y muertes que cada uno merecía! Fue la pena más

grande de mi Vida, que mientras era una sola cosa con la

Divinidad e inseparable, en las penas permanecía solo y como

apartado.

Por eso, si te he llamado a mi semejanza, ¿qué maravilla

que mientras me sientes en ti me ves espectador de tus penas

que Yo mismo te infrinjo y te sientes como separada de Mí? No

obstante tu pena no es otra cosa que la sombra de la mía, y así

como mi Humanidad no quedó jamás separada de la Divinidad,

así te aseguro que jamás quedas separada de Mí, son los

efectos lo que sientes, pero entonces más que nunca formo

una sola cosa contigo, por eso ánimo, fidelidad y no temas”.

+ + +

15-9

Marzo 12, 1923

Me sentía morir de pena por la privación de mi dulce Jesús,

y si viene lo hace como relámpago que huye. Entonces no

pudiendo más y teniendo Él compasión de mí, ha salido de

dentro de mi interior, y yo en cuanto lo he visto le he

dicho: “Amor mío, qué pena, me siento morir sin Ti, pero morir

sin morir, que es la más dura de las muertes, yo no sé cómo la

bondad de tu corazón puede soportar verme en estado de

muerte continua, sólo por causa tuya".

Y Jesús: "Hija mía, ánimo, no te abatas demasiado, no

estás sola en sufrir esta pena, también Yo la sufrí, como

también mi querida Mamá, ¡oh! ¡Cuánto más dura que la tuya!

Cuántas veces mi gimiente Humanidad, si bien era inseparable

231

de la Divinidad, pero para dar lugar a las expiaciones, a las

penas, siendo éstas incapaces de tocarla, Yo quedaba solo y la

Divinidad como apartada de Mí. ¡Oh! cómo sentía esta

privación, pero esto era necesario.

Tú debes saber que cuando la Divinidad puso fuera la obra

de la Creación, puso también fuera toda la gloria, todos los

bienes y felicidad que cada una de las criaturas debía recibir,

no sólo en esta vida sino también en la patria celestial. Ahora,

toda la parte que correspondía a las almas perdidas quedaba

suspendida, no tenía a quién darse, entonces Yo, debiendo

completar todo y absorber todo en Mí, me expuse a sufrir la

privación que los mismos condenados sufren en el infierno.

¡Oh, cuánto me costó esta pena! Me costó pena de infierno y

muerte despiadada, pero era necesario. Debiendo absorber

todo en Mí, todo lo que salió de Nosotros en la Creación, toda

la gloria, todos los bienes y felicidad, para hacerlos salir de Mí

de nuevo para ponerlos a disposición de todos aquellos que

quisieran aprovecharse de ellos, debía absorber todas las

penas y la misma privación de mi Divinidad, ahora, todos estos

bienes absorbidos en Mí de toda la obra de la Creación, siendo

Yo la cabeza de la que todo bien desciende sobre todas las

generaciones, voy buscando almas que me asemejen en las

penas, en las obras, para poder participar tanta gloria y

felicidad que mi Humanidad contiene, pero no todas las almas

las quieren aprovechar, ni todas están vacías de sí mismas y

de las cosas de acá abajo para poderme hacer conocer y

después sustraerme, y en estos vacíos de ellas mismas y del

conocimiento que han adquirido de Mí, formar esta pena de mi

privación, y en la privación que sufre venga a absorber en ella

esta gloria de mi Humanidad que otros rechazan. Si Yo no

hubiera estado casi siempre contigo, tú no me habrías

conocido ni amado, y este dolor de mi privación no lo sentirías

ni podría formarse en ti, y en ti faltaría la semilla y el alimento

de este dolor. ¡Oh! cuántas almas están privadas de Mí, y tal

vez están aun muertas, ellas se duelen si se ven privadas de

un pequeño placer, de una bagatela cualquiera, pero privadas

de Mí no tienen ningún dolor y ni siquiera un pensamiento, así

que este dolor debería consolarte, porque te da la señal segura

de que he venido a ti y que me has conocido, y que tu Jesús

quiere poner en ti la gloria, los bienes, la felicidad que los

demás rechazan".

+ + +

232

18-6

Octubre 10, 1925

Después veía a mi Mamá Celestial con el niño Jesús entre

sus brazos, que lo besaba y lo ponía a su pecho para darle su

purísima leche, y yo le he dicho: “Mamá mía, ¿y a mí nada me

das? ¡Ah! permíteme al menos que ponga mi te amo entre tu

boca y la de Jesús mientras os besáis, a fin de que en todo lo

que hagáis corra junto mi pequeño te amo. Y Ella me dijo:

“Hija mía, pon también tu pequeño te amo no sólo en la

boca, sino en todos los actos que corren entre Yo y mi Hijo. Tú

debes saber que en todo lo que hacía hacia mi Hijo, tenía la

intención de hacerlo hacia las almas que debían vivir en la

Voluntad Divina, porque estando en Ella estaban dispuestas a

recibir todos aquellos actos que Yo hacía hacia Jesús, y

encontraba espacio suficiente donde depositarlos. Así que si

Yo besaba a mi Hijo, las besaba a ellas, porque las encontraba

junto con Él en su Suprema Voluntad.

Eran ellas las primeras como alineadas en Él, y mi amor

materno me empujaba a hacerlas participar de lo que hacía a

mi Hijo. Gracias grandes se necesitaban para quien debía vivir

en esta Santa Voluntad, y Yo ponía a su disposición todos mis

bienes, mis gracias, mis dolores, para su ayuda, defensa,

fortaleza, apoyo, luz; y Yo me sentía feliz y honrada, con los

honores más grandes, detener por hijos míos los hijos de la

Voluntad del Padre Celestial, la cual también Yo poseía, y por

eso los veía también como partos míos. Es más, de ellos se

puede decir lo que se dice de mi Hijo, que las primeras

generaciones encontraban la salvación en los méritos del

futuro Redentor. Así estas almas en virtud de la Voluntad

Divina obrante en ellas, estas futuras hijas son aquellas que

imploran incesantemente la salvación, las gracias a las futuras

generaciones; están con Jesús y Jesús en ellas, y repiten junto

con Jesús lo que contiene Jesús.

Por eso, si quieres que te repita lo que hice a mi Hijo, haz

que te encuentre siempre en su Voluntad, y Yo te daré

magnánimamente mis favores”.

+ + +

20-28

Noviembre 21, 1926

Me sentía toda afligida por la muerte de improviso de una

hermana mía, el temor de que mi amable Jesús no la tuviese

233

Consigo me desgarraba el ánimo y al venir mi sumo Bien Jesús

le he dicho mi pena, y Él todo bondad me ha dicho:

“Hija mía, no temas, ¿no está acaso mi Voluntad que suple a

todo, a los mismos Sacramentos y a todas las ayudas que se

pueden dar a una pobre moribunda? Mucho más cuando no

está la voluntad de la persona de no querer recibir los

Sacramentos y todas las ayudas de la Iglesia, que como madre

da en aquel punto extremo. Debes saber que mi Querer al

arrebatarla de la tierra de improviso me la ha hecho circundar

por la ternura de mi Humanidad, mi corazón humano y divino

ha puesto en campo de acción mis fibras más tiernas, de modo

que sus defectos, sus debilidades, sus pasiones, han sido

miradas y pesadas con tal fineza de ternura infinita y divina, y

cuando Yo pongo en campo mi ternura no puedo hacer menos

que tener compasión y dejarla pasar a buen puerto, como

triunfo de la ternura de tu Jesús. Y además, ¿no sabes tú que

donde faltan las ayudas humanas abundan las ayudas divinas?

Tú temes porque no había nadie a su alrededor y si quiso

ayuda no tuvo a quien pedirla. ¡Ah, hija mía, en aquel punto las

ayudas humanas cesan, no tienen ni valor ni efecto, porque el

alma entra en el acto único y primero con su Creador, y en este

acto primero a ninguno le es dado entrar, y además, a quien no

es un perverso, la muerte repentina sirve para no hacer poner

en campo la acción diabólica, sus tentaciones, los temores que

con tanto arte arroja en los moribundos, porque se los siente

arrebatar sin poderlos tentar ni seguir, por eso lo que se cree

desgracia por los hombres, muchas veces es más que gracia”.

+ + +

35-40

Marzo 22, 1938

…Nuestra bondad, nuestro amor es tanto, que intentamos

todos los caminos, usamos todos los medios para arrancarlo

del pecado, para ponerlo a salvo, y si no lo logramos en vida, le

hacemos la última sorpresa de amor en el punto mismo de la

muerte. Tú debes saber que en aquel punto es la última espía

de amor que hacemos a la criatura, la circundamos de gracias,

de luz, de bondad; ponemos tales ternuras de amor, de

ablandar y vencer los corazones más duros, y cuando la

criatura se encuentra entre la vida y la muerte, entre el tiempo

que termina y la eternidad que está por comenzar, casi en el

acto en el que el alma está por salir del cuerpo, Yo, tu Jesús,

me hago ver con una amabilidad que rapta, con una dulzura

234

que encadena y endulza las amarguras de la vida,

especialmente las de aquel punto extremo; después la miro,

pero con tanto amor de arrancarle un acto de dolor, un acto de

amor, una adhesión a mi Voluntad.

Ahora, en aquel punto de desengaño, al ver, al tocar con la

mano cuánto la hemos amado y la amamos, sienten tal dolor

que se arrepienten de no habernos amado, y reconocen

nuestra Voluntad como principio y cumplimiento de su vida, y

como satisfacción aceptan la muerte, para cumplir un acto de

nuestra Voluntad. Porque tú debes saber que si la criatura no

hiciera ni siquiera un acto de Voluntad de Dios, las puertas del

Cielo no son abiertas, ni es reconocida como heredera de la

patria celestial, ni los ángeles ni los santos la pueden admitir

entre ellos, ni ella quisiera entrar, porque conocería que no le

pertenece.

Por eso, sin nuestra Voluntad no hay ni santidad verdadera

ni salvación, y cuántos son salvados en virtud de esta nuestra

última espía toda de amor, excepto los más perversos y

obstinados, si bien les convendrá hacer una larga etapa de

purgatorio. Por eso el punto de la muerte es nuestra pesca

diaria, el reencuentro del hombre extraviado”.

Después ha agregado: “Hija mía, el punto de la muerte es la

hora del desengaño, y todas las cosas se presentan en aquel

punto, la una después de la otra, para decirle: ‘Adiós, la tierra

para ti ha terminado, comienza la eternidad’. Sucede para la

criatura como cuando se encuentra encerrada en una

habitación y le es dicho que detrás de esta habitación hay otra,

en la cual está Dios, el paraíso, el purgatorio, el infierno, en

suma, la eternidad, pero ella nada ve, escucha que otros se lo

aseguran, pero como aquellos que lo dicen tampoco lo ven, lo

dicen de tal manera que casi no se hacen creer, no dando una

gran importancia para hacer creer con realidad, con certeza, lo

que dicen con las palabras, pero un buen día caen los muros y

ve con sus propios ojos lo que antes le decían, ve a su Padre

Dios que con tanto amor la ha amado, ve uno por uno los

beneficios que le ha hecho, ve cómo están lesionados todos

los derechos de amor que le debía, ve cómo su vida era de

Dios, no suya, todo se le pone delante: Eternidad, paraíso,

purgatorio, infierno; la tierra le huye, los placeres le voltean la

espalda, todo desaparece, y solamente queda presente lo que

está en aquella estancia de la cual han caído los muros, lo cual

es la eternidad. ¡Qué cambio sucede para la pobre criatura!

Mi bondad es tanta por querer a todos salvados, que permito

que estos muros caigan cuando las criaturas se encuentran

235

entre la vida y la muerte, entre el salir el alma del cuerpo para

entrar en la eternidad, a fin de que al menos hagan un acto de

dolor y de amor, y reconozcan a mi Voluntad adorable sobre de

ellas. Puedo decir que les doy una hora de verdad para

ponerlas a salvo. ¡Oh, si todos supieran mis industrias de amor

que hago en el último punto de la vida, a fin de que no huyan

de mis manos más que paternas, no esperarían llegar a aquel

punto, sino que me amarían por toda la vida!”

+ + +

236

237

VIGÉSIMA SEGUNDA HORA

De las 2 a las 3 de la tarde

Tercera hora de agonía en la cruz. Quinta, sexta y séptima

palabra sobre la cruz. Muerte de Jesús

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Mi crucificado moribundo, abrazada a tu cruz siento el fuego

que quema toda tu santísima persona; el corazón te late tan

fuerte, que levantándote las costillas te atormenta en modo tan

desgarrador y horrible, que toda tu santísima Humanidad sufre

una transformación que te hace irreconocible.

El amor que incendia tu corazón te seca y te quema, y Tú no

pudiendo contenerlo, sientes fuertemente el tormento, no sólo

de la sed corporal por el derramamiento de toda tu sangre, sino

mucho más por la sed ardiente de la salud de nuestras almas.

Tú, como agua quisieras bebernos para ponernos a todos a

salvo dentro de Ti, por eso, reuniendo tus debilitadas fuerzas

gritas:

«¡Tengo sed!» (Jn 19, 28)

¡Ah! esta palabra la repites a cada corazón:

«Tengo sed de tu voluntad, de tus afectos, de tus deseos, de

tu amor; agua más fresca y dulce no puedes darme, que tu

alma. ¡Ah! no me dejes quemar, tengo sed ardiente, por lo cual

no sólo me siento quemar la lengua y la garganta, tanto que no

puedo más articular palabra, sino que me siento también secar

el corazón y las entrañas. ¡Piedad de mi sed, piedad!»

Y como delirante por la gran sed te abandonas a la Voluntad

del Padre. Ah, mi corazón no puede vivir más al ver la

impiedad de tus enemigos, que en lugar de agua te dan hiel y

vinagre, y Tú no los rechazas. Ah, comprendo, es la hiel de

tantas culpas, es el vinagre de nuestras pasiones no domadas

que quieren darte, y que en lugar de confortarte te queman de

más.

Oh mi Jesús, he aquí mi corazón, mis pensamientos, mis

afectos, he aquí todo mi ser a fin de que Tú calmes tu sed y

des un alivio a tu boca seca y amargada. Todo lo que tengo,

todo lo que soy, todo es para Ti, oh mi Jesús. Si fueran

necesarias mis penas para poder salvar aun una sola alma,

238

aquí me tienes, estoy dispuesta a sufrirlo todo. A Ti yo me

ofrezco enteramente, haz de mí lo que mejor te plazca.

Quiero reparar el dolor que Tú sufres por todas las almas

que se pierden y la pena que te dan aquellas, a las cuales,

mientras Tú permites que tengan tristezas, abandonos, ellas en

vez de ofrecértelos a Ti como alivio de la sed ardiente que te

devora, se abandonan a sí mismas y así te hacen penar más.

Sexta Palabra

Moribundo bien mío, el mar interminable de tus penas, el

fuego que te consume, y más que todo el Querer Supremo del

Padre que quiere que Tú mueras, no nos permiten esperar que

puedas continuar viviendo. Y yo, ¿cómo podré vivir sin Ti? Ya

te faltan las fuerzas, tus ojos se velan, tu rostro se transforma y

se cubre de una palidez mortal, la boca está entreabierta, el

respiro afanoso e intermitente, tanto, que ya no hay esperanza

de que te puedas reanimar.

Al fuego que te quema lo sustituye un hielo y un sudor frío

que te baña la frente, los músculos, y los nervios se contraen

siempre más por la acerbidad de los dolores y por las

perforaciones de los clavos; las llagas se abren más y yo

tiemblo, me siento morir. Te miro, oh mi bien, y veo descender

de tus ojos las últimas lágrimas, mensajeras de la cercana

muerte, mientras que fatigosamente haces oír aún otra palabra:

«¡Todo está consumado!» (Jn 19, 30)

Oh mi Jesús, ya lo has agotado todo, ya no te queda nada

más, el amor ha llegado a su término. Y yo, ¿me he consumido

toda por tu amor? ¿Qué agradecimiento no deberé yo darte,

cuál no tendrá que ser mi gratitud hacia Ti? Oh mi Jesús,

quiero reparar por todos, reparar por las faltas de

correspondencia a tu amor, y consolarte por las afrentas que

recibes de las criaturas mientras te estás consumiendo de

amor sobre la cruz.

Séptima Palabra

Mi crucificado agonizante, Jesús, ya estás a punto de dar el

último respiro de tu vida mortal, tu santísima Humanidad está

ya rígida, el corazón parece que no te late más. Con la

Magdalena me abrazo a tus pies y quisiera, si fuera posible,

dar mi vida para reanimar la tuya.

Entre tanto, oh Jesús, veo que reabres tus ojos moribundos

y miras en torno a la cruz, como si quisieras dar el último adiós

239

a todos, miras a tu agonizante Mamá que no tiene más

movimiento ni voz, tantas son las penas que sufre, y con tu

mirada le dices:

«Adiós Mamá, Yo me voy, pero te tendré en mi corazón. Tú

ten cuidado de los hijos míos y tuyos».

Miras a la llorosa Magdalena, al fiel Juan; y a tus mismos

enemigos y con tu mirada les dices:

«Yo los perdono y les doy el beso de paz».

Nada escapa a tu mirada, de todos te despides y a todos

perdonas. Después reuniendo todas tus fuerzas y con voz

fuerte y sonora gritas:

«¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!» (Lc 23, 46)

La muerte de Jesús

E inclinando la cabeza expiras.

Mi Jesús, a este grito toda la naturaleza se trastorna y llora

tu muerte, la muerte de su Creador. La tierra tiembla

fuertemente y con su temblor parece que llore y quiera sacudir

las almas de todos para que te reconozcan como el verdadero

Dios. El velo del templo se rasga, los muertos resucitan, el sol

que hasta ahora ha llorado tus penas, retira horrorizado su luz.

Tus enemigos a este grito se arrodillan, se golpean el pecho y

dicen:

«Verdaderamente éste es el Hijo de Dios». (Mc 15, 39)

Y tu Madre, petrificada y moribunda, sufre penas más duras

que la muerte.

Muerto Jesús mío, con este grito Tú nos pones también a

todos nosotros en las manos del Padre, para que no se nos

rechace; por eso gritas fuerte, no sólo con la voz, sino con

todas tus penas y con las voces de tu sangre:

«¡Padre, en tus manos pongo mi espíritu y a todas las

almas!»

Mi Jesús, también yo me abandono en Ti, y dame la gracia

de morir toda en tu amor, en tu Querer, rogándote que no

permitas jamás, ni en la vida ni en la muerte, que yo salga de

tu santísima Voluntad. Quiero reparar por todos aquellos que

no se abandonan perfectamente a tu santísima Voluntad,

perdiendo así, o reduciendo el precioso fruto de tu Redención.

¿Cuál no será el dolor de tu corazón, oh mi Jesús, al ver tantas

criaturas que huyen de tus brazos y se abandonan a sí

mismas?

Piedad por todos, oh mi Jesús, piedad por mí. Beso tu

cabeza coronada de espinas y te pido perdón por tantos

240

pensamientos míos de soberbia, de ambición y de propia

estima, y te prometo que cada vez que me venga un

pensamiento que no sea todo para Ti, oh Jesús, y me

encuentre en las ocasiones de ofenderte, gritaré

inmediatamente: «¡Jesús y María, os encomiendo el alma

mía!»

Oh Jesús, beso tus hermosos ojos bañados aún por las

lágrimas y cubiertos por sangre coagulada, y te pido perdón

por cuantas veces te ofendí con miradas malas e inmodestas;

te prometo que cada vez que mis ojos se sientan impulsados a

mirar cosas de la tierra, gritaré inmediatamente: «¡Jesús y

María, os encomiendo el alma mía!»

Oh Jesús mío, beso tus sacratísimos oídos, aturdidos hasta

los últimos momentos por insultos y horribles blasfemias. Y te

pido perdón por cuantas veces he escuchado y he hecho

escuchar conversaciones que nos alejan de Ti, y por tantas

conversaciones malas que hacen las criaturas, y te prometo

que cada vez que me encuentre en la ocasión de oír aquello

que no conviene, gritaré inmediatamente: «¡Jesús y María, os

encomiendo el alma mía!»

Oh Jesús mío, beso tu santísimo rostro, pálido, lívido,

ensangrentado, y te pido perdón por tantos desprecios, insultos

y afrentas que recibes de nosotros, vilísimas criaturas, por

nuestros pecados. Yo te prometo que cada vez que me venga

la tentación de no darte toda la gloria, el amor y la adoración

que se te deben, gritaré inmediatamente: «¡Jesús y María, os

encomiendo el alma mía!»

Oh Jesús mío, beso tu santísima boca, ardida y amargada.

Te pido perdón por cuantas veces te he ofendido con mis

malas conversaciones, por cuantas veces he concurrido a

amargarte y a acrecentar tu sed; te prometo que cada vez que

me venga el pensamiento de decir cosas que podrían

ofenderte, gritaré inmediatamente: «¡Jesús y María, os

encomiendo el alma mía!»

Oh Jesús mío, beso tu cuello santísimo y veo aún las marcas

de las cadenas y de las cuerdas que te han oprimido, te pido

perdón por tantas ataduras y por tantos apegos de las

criaturas, que han añadido sogas y cadenas a tu santísimo

cuello. Te prometo que cada vez que me sienta turbado por

apegos, deseos y afectos que no sean para Ti, gritaré

inmediatamente: «¡Jesús y María, os encomiendo el alma

mía!»

Jesús mío, beso tus santísimos hombros y te pido perdón

por tantas ilícitas satisfacciones, perdón por tantos pecados

241

cometidos con los cinco sentidos de nuestro cuerpo; te

prometo que cada vez que me venga el pensamiento de

tomarme algún placer o satisfacción que no sea para tu gloria,

gritaré inmediatamente: «¡Jesús y María, os encomiendo el

alma mía!»

Jesús mío, beso tu santísimo pecho y te pido perdón por

tantas frialdades, indiferencias, tibiezas e ingratitudes

horrendas que recibes de las criaturas, y te prometo que cada

vez que me sienta enfriar en tu amor, gritaré inmediatamente:

«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!»

Jesús mío, beso tus sacratísimas manos; te pido perdón por

todas las obras malas e indiferentes, por tantos actos

envenenados por el amor propio y por la propia estima; te

prometo que cada vez que me venga el pensamiento de no

obrar solamente por tu amor, gritaré inmediatamente: «¡Jesús y

María, os encomiendo el alma mía!»

Oh Jesús mío, beso tus santísimos pies y te pido perdón por

tantos pasos, por tantos caminos recorridos sin recta intención,

por tantos que se alejan de Ti para ir en busca de los placeres

de la tierra. Te prometo que cada vez que me venga el

pensamiento de apartarme de Ti, gritaré inmediatamente:

«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!»

Oh Jesús mío, beso tu sacratísimo corazón y quiero encerrar

en él, junto con mi alma, a todas las almas redimidas por Ti,

para que todas sean salvas, sin excluir ninguna. Oh Jesús,

enciérrame en tu corazón y cierra las puertas de él, de modo

que yo no pueda ver otra cosa que a Ti solo. Te prometo que

cada vez que me venga el pensamiento de querer salir de este

corazón, gritaré inmediatamente: «¡Jesús y María, a ustedes

doy mi corazón y el alma mía!»

+ + +

Reflexiones de la Vigésima Segunda Hora (2 PM)

9-36

Julio 4, 1910

Continuando mi habitual estado lleno de privaciones y de

amargura, estaba pensando en la agonía de Nuestro Señor, y

entonces Él me dijo:

“Hija mía, quise sufrir en modo especial la agonía del huerto

para dar ayuda a todos los moribundos para bien morir. Mira

bien cómo se combina mi agonía con la agonía de los

242

cristianos: Tedios, tristezas, angustias, sudor de sangre; sentía

la muerte de todos y de cada uno como si realmente muriese

por cada uno en particular, por lo tanto sentía en Mí los tedios,

las tristezas, las angustias de cada uno, y con esto daba a

todos ayuda, consuelo, esperanza, para hacer que como Yo

sentía sus muertes en Mí, así ellos pudieran tener la gracia de

morir todos en Mí, como dentro de un solo aliento, con mi

aliento, y súbito beatificarlos con mi Divinidad.

Si la agonía del huerto fue en modo especial para los

moribundos, la agonía de la cruz fue para ayuda del último

momento, especialmente para el último respiro. Ambas son

agonías, pero una distinta de la otra: La agonía del huerto llena

de tristezas, de temores, de afanes, de espantos; la agonía de

la cruz, llena de paz, de calma imperturbable, y si grité tengo

sed, era sed insaciable de que todos pudieran expirar en mi

último respiro; y viendo que muchos se salían de mi último

respiro, por el dolor grité tengo sed, y este tengo sed lo

continúo gritando a todos y a cada uno, como timbre a la

puerta de cada corazón: “Tengo sed de ti, oh alma. Ah, no

salgas de Mí, sino entra en Mí y expira Conmigo”.

+ + +

11-18

Mayo 9, 1912

Esta mañana encontrándome en mi habitual estado, estaba

pensando cómo nos podemos consumar en el amor, y el

bendito Jesús al venir me ha dicho:

“Hija mía, si la voluntad no quiere otra cosa que a Mí solo, si

la inteligencia no se ocupa de otra cosa que de conocerme a

Mí, si la memoria no se recuerda de otra cosa sino sólo de Mí,

he aquí consumadas las tres potencias del alma en el amor.

Así también de los sentidos: Si habla sólo de Mí, si escucha

sólo lo que se refiere a Mí, si se gustan sólo las cosas mías, si

se obra y se camina sólo por Mí, si el corazón me ama sólo a

Mí, si los deseos me desean sólo a Mí, he aquí la consumación

del amor formada en los sentidos.

Hija mía, el amor tiene un dulce encanto y hace al alma

ciega a todo lo que no es amor, y la vuelve toda ojo a todo lo

que es amor, así que para quien ama, cualquier cosa que la

voluntad encuentra, si es amor, se vuelve toda ojo, si no, se

vuelve ciega, tonta y no comprende nada; así la lengua, si

debe hablar de amor se siente correr en su palabra tantos ojos

243

de luz y se hace elocuente, si no, se vuelve balbuceante y

termina por enmudecer; y así de todo el resto”.

+ + +

11-54

Mayo 21, 1913

Encontrándome en mi habitual estado, mi siempre amable

Jesús me ha dicho:

“Hija mía, Yo quiero la verdadera consumación en ti, no

fantástica sino verdadera, pero en modo simple y factible.

Supón que te viniera un pensamiento que no es para Mí, tú

debes destruirlo y sustituirlo con el divino, y así habrás hecho

la consumación del pensamiento humano y habrás adquirido la

vida del pensamiento divino; así también si el ojo quiere mirar

alguna cosa que me disgusta o que no se refiere a Mí, y el

alma se mortifica, ha consumado el ojo humano y ha adquirido

el ojo de la Vida Divina, y así el resto de tu ser. ¡Oh!, Cómo

estas nuevas Vidas Divinas me las siento correr en Mí y toman

parte en todo mi obrar, amo tanto estas vidas, que por amor de

ellas cedo a todo. Estas almas son las primeras delante de Mí,

y si las bendigo, a través de ellas vienen bendecidas las

demás; son las primeras beneficiadas, amadas, y por medio de

ellas vienen beneficiadas y amadas las demás”.

+ + +

12-58

Agosto 7, 1918

Me lamentaba con Jesús por su privación y decía entre mí:

“Todo ha terminado, qué días tan amargos, mi Jesús se ha

eclipsado, se ha retirado de mí, ¿cómo puedo seguir

viviendo?” Mientras esto y otros desatinos decía, mi siempre

amable Jesús, con una luz intelectual que de Él me venía me

ha dicho:

“Hija mía, mi consumación sobre la cruz continúa aún en las

almas. Cuando el alma está bien dispuesta y me da vida en

ella, Yo revivo en ella como dentro de mi Humanidad. Las

llamas de mi amor me queman, siento el deseo de

testimoniarlo a las criaturas y de decir: “Vean cuánto os amo,

no estoy contento con haberme consumado sobre la cruz por

amor vuestro, sino que quiero consumarme en esta alma por

amor vuestro, porque me ha dado vida en ella”. Y por esto

hago sentir al alma la consumación de mi Vida en ella, y ella se

244

siente como estrechada, sufre agonías mortales, no sintiendo

más la Vida de su Jesús en ella se siente consumir. Conforme

siente faltar mi Vida en ella, de la cual estaba habituada a vivir,

se debate, tiembla, casi como mi Humanidad sobre la cruz

cuando mi Divinidad, sustrayéndole la fuerza la dejó morir. Esta

consumación en el alma no es humana, sino toda divina, y Yo

siento la satisfacción como si otra Vida mía Divina se hubiera

consumido por amor mío; y como no es su vida la que se ha

consumido, sino la mía, la que ya no siente más, que ya no ve,

le parece que Yo haya muerto para ella. Y a las criaturas les

renuevo los efectos de mi consumación y al alma le duplico la

gracia y la gloria, siento el dulce encanto y los atractivos de mi

Humanidad que me hacía hacer lo que Yo quería. Por eso

déjame hacer también tú lo que quiero hacer en ti, déjame libre

y Yo desarrollaré mi Vida”.

+ + +

13-24

Octubre 16, 1921

Encontrándome en mi habitual estado, mi siempre amable

Jesús me hacía ver cómo de dentro de su Santísima

Humanidad salían todas las criaturas, y todo ternura me ha

dicho:

“Hija mía, mira el gran prodigio de la encarnación, en cuanto

fui concebido y se formó mi Humanidad, así hacía renacer a

todas las criaturas en Mí, así que en mi Humanidad, mientras

renacían en Mí, sentía todos sus actos distintos: En la mente

contenía cada pensamiento de criatura, buenos y malos, los

buenos los confirmaba en el bien, los rodeaba con mi gracia,

los investía con mi luz, a fin de que renaciendo de la santidad

de mi mente, fueran dignos partos de mi inteligencia; los malos

los reparaba, hacía la penitencia que les correspondía,

multiplicaba mis pensamientos al infinito para dar al Padre la

gloria por cada pensamiento de las criaturas. En mis miradas,

en mis palabras, en mis manos, en mis pies y hasta en mi

corazón, contenía las miradas, las palabras, las obras, los

pasos, los corazones de cada uno, y renaciendo en Mí todo

quedaba confirmado en la santidad de mi Humanidad, todo

reparado, y por cada ofensa sufrí una pena especial. Y

habiéndolos hecho renacer a todos en Mí, los llevé en Mí todo

el tiempo de mi Vida, ¿y sabes cuando los parí? Los parí sobre

la cruz, en el lecho de mis acerbos dolores, entre espasmos

atroces, en el último suspiro de mi Vida, y en cuanto morí, así

245

renacían todos a nueva vida, todos sellados y marcados con

todo el obrar de mi Humanidad; y no contento con haberlos

hecho renacer, a cada uno le daba todo lo que Yo había hecho

para tenerlos defendidos y seguros. ¿Ves qué santidad

contiene el hombre? La santidad de mi Humanidad, jamás

habría podido dar a luz hijos indignos y desemejantes de Mí,

por eso amo tanto al hombre, porque es parto mío, pero el

hombre es siempre ingrato y llega a no conocer al Padre que lo

ha parido con tanto amor y dolor”.

Después de esto se hacía ver todo en llamas, y Jesús

quedaba quemado y consumido en aquellas llamas, y no se

veía más, no se veía otra cosa que fuego, pero después se

veía renacer de nuevo, y después quedaba otra vez consumido

en el fuego. Entonces ha agregado:

“Hija mía, Yo ardo, el amor me consume, es tanto el amor,

las llamas que me queman, que muero de amor por cada

criatura. No fue solamente por las penas por lo que morí, sino

que las muertes de amor son continuas, no obstante, no hay

quien me dé su amor por refrigerio”.

+ + +

36-3

Abril 20, 1938

Mi vuelo continúa en el Querer Divino, y siento la necesidad

de hacer mío todo lo que ha hecho, poner en ello mi pequeño

amor, mis besos afectuosos, mis adoraciones profundas,

mis gracias por todo lo que ha hecho y sufrido por mí y por

todos, y habiendo llegado al momento cuando mi amado Jesús

fue crucificado y levantado en la cruz entre espasmos atroces y

penas inauditas, con acento tierno y lastimero, tanto que me

sentía romper el corazón, me ha dicho:

“Hija mía buena, la pena que más me traspasó sobre la cruz

fue mi sed ardiente, me sentía quemar vivo, todos los humores

vitales habían salido por mis llagas, que como tantas bocas

quemaban y sentían una sed ardiente que querían apagar,

tanto, que no pudiendo contenerme grité: ‘Sitio’. Este ‘sitio’

permanece siempre en acto de decir: ‘Tengo sed’. No termino

jamás de decirlo, con mis llagas abiertas y con mi boca

quemada digo siempre: ‘Yo ardo, tengo sed, ¡ah! dame una

gotita de tu amor para dar un pequeño refrigerio a mi sed

ardiente’. Así que en todo lo que hace la criatura Yo le repito

siempre con mi boca abierta y quemada por la sed: ‘Dame de

beber, tengo sed ardiente’. Y como mi Humanidad dislocada y

246

llagada tenía un solo grito: ‘Tengo sed’, por eso, conforme la

criatura camina, Yo grito a sus pasos con mi boca ardida:

‘Dame tus pasos hechos por mi amor para calmar mi sed’; si

obra, le pido sus obras hechas sólo por mi amor para refrigerio

de mi sed ardiente; si habla, le pido sus palabras; si piensa, le

pido sus pensamientos como tantas gotitas de amor para alivio

a mi sed ardiente. No era solamente mi boca la que se

quemaba, sino toda mi Santísima Humanidad sentía la extrema

necesidad de un baño de refrigerio al fuego ardiente de amor

que me quemaba, y como era por la criatura que Yo me

quemaba en medio de penas desgarradoras, por eso

solamente ellas podían, con su amor, extinguir mi sed ardiente

y dar el baño de refrigerio a mi Humanidad. Ahora, este grito:

‘Sitio’, lo dejé en mi Voluntad, y Ella tomaba el empeño de

hacerlo oír a cada instante en los oídos de las criaturas, para

moverlas a compasión de mi sed ardiente, para darles mi baño

de amor y recibir su baño de amor, aunque sean pequeñas

gotitas, como alivio de mi sed que me devora, pero, ¿quién me

escucha? ¿Quién tiene compasión de Mí? Sólo quien vive en

mi Voluntad, todos los demás se hacen los sordos y

acrecientan con su ingratitud mi sed, lo que me deja

intranquilo, sin esperanza de alivio. Y no solamente mi ‘sitio’,

sino todo lo que hice y dije lo dejé en mi Voluntad; estoy

siempre en acto de decir a mi Mamá doliente: ‘Madre, he ahí a

tus hijos’. Y la pongo a su lado como ayuda, por guía, para

hacerla amar por hijos, y Ella a cada instante se siente poner

por su Hijo al lado de sus hijos, y ¡oh! ¡Cómo los ama como

Mamá, y les da su Maternidad para hacerme amar por ellos

como Ella me ama! Y no sólo esto, sino que con dar su

Maternidad pone el amor perfecto entre las criaturas, a fin de

que se amen entre ellas con amor materno, que es amor de

sacrificio, de desinterés y constante. ¿Pero quién recibe todo

este bien? Quien vive en nuestro Fiat. Esta criatura siente la

Maternidad de la Reina; Ella, se puede decir que pone su

corazón materno en la boca de sus hijos para que succionen y

reciban la Maternidad de su amor, sus dulzuras y todas sus

dotes, de las cuales está enriquecido su materno corazón.

Hija mía, quien quiera encontrarnos, quien quiera recibir

todos nuestros bienes y a mi misma Madre, debe entrar en

nuestra Voluntad y debe permanecer dentro, Ella no sólo nos

es Vida, sino que forma en torno a Nosotros con su

inmensidad, nuestra habitación, en la cual mantiene todos

nuestros actos, palabras, y todo lo que somos, siempre en

acto. Nuestras cosas no salen de nuestra Voluntad, quien las

247

quiera se debe contentar con hacer vida junto con Ella, y

entonces todo es suyo, nada le es negado; mientras que si

queremos darle y no vive en nuestro Querer, no las apreciará,

no las amará, no se sentirá con el derecho de hacerlas suyas,

y cuando las cosas no se hacen propias, el amor no surge y

muere”.

+ + +

248

249

VIGÉSIMA TERCERA HORA

De las 3 a las 4 de la tarde

Jesús muerto es traspasado por la lanza. El

descendimiento de la cruz

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Muerto Jesús mío, toda la naturaleza ha dado un grito de

dolor al verte expirar y ha llorado tu dolorosa muerte,

reconociéndote como su Creador. Miles de ángeles se ponen

alrededor de tu cruz y lloran tu muerte; te adoran y te rinden

homenajes de reconocimiento, confesándote como nuestro

verdadero Dios y te acompañan al Limbo, a donde vas a

beatificar a tantas almas que desde siglos y siglos yacen en

aquella cárcel oscura y te suspiran ardientemente.

Y yo, muerto Jesús mío, no puedo separarme de esta cruz,

ni me sacio de besar y volver a besar tus santísimas llagas,

señales todas ellas de cuánto me has amado, pero al ver las

horribles laceraciones, la profundidad de tus llagas, tanto que

descubren tus huesos, ay, me siento morir.

Quiero llorar tanto sobre estas llagas para lavarlas con el

agua de mis lágrimas, quiero amarte tanto para curarte todo

con mi amor y restituir a tu irreconocible Humanidad su natural

belleza, quiero abrir mis venas para llenar las tuyas con mi

sangre y llamarte nuevamente a vida.

Vida mía, mi Jesús, ¿qué no puede el amor? El amor es vida

y yo con mi amor quiero darte vida, y si no basta con el mío,

dame tu amor y con él todo podré, sí, podré dar vida a tu

santísima Humanidad.

Pero, oh mi Jesús, aun después de muerto quieres decirnos

que nos amas, atestiguarnos tu amor y darnos un refugio, un

albergue en tu propio corazón, por eso, un soldado empujado

por una fuerza suprema, para asegurarse de tu muerte, con

una lanza te desgarra el corazón, abriéndote una llaga

profunda, y Tú, amor mío, derramas las últimas gotas de

sangre y agua que contiene tu ardiente corazón.

Ah, cuántas cosas me dice esta llaga, producida no por el

dolor sino por el amor, y si tu boca está muda, me habla tu

corazón y oigo que dice:

250

«Hija mía, después de haber dado todo, con esta he querido

hacerme abrir un refugio para todas las almas en este mi

corazón; este corazón abierto gritará continuamente a todos:

“Vengan a Mí si queréis ser salvos, en este mi corazón

encontraréis la santidad y os haréis santos, encontraréis el

consuelo en las aflicciones, la fuerza en la debilidad, la paz en

las dudas, la compañía en los abandonos”.

Oh almas que me aman, si quieren amarme de verdad,

vengan a morar siempre en este corazón, aquí encontrarán el

verdadero amor para amarme y llamas ardientes para

quemarlas y consumirlas todas de amor. Todo está

concentrado en este corazón, aquí están contenidos los

sacramentos, mi Iglesia, la vida de Ella y la vida de todas las

almas. En este mi corazón siento las profanaciones que se

hacen a mi Iglesia, las insidias de los enemigos, los ataques

que le lanzan, a mis hijos conculcados, porque no hay ofensa

que este mi corazón no sienta, por eso hija mía, tu vida sea en

este mi corazón, defiéndeme, repárame, condúceme a todos

hacia él».

Amor mío, si una lanza ha herido tu corazón por amor mío,

te ruego que con tus manos hieras mi corazón, mis afectos,

mis deseos, toda yo misma, y que no haya parte en mí que no

quede herida por tu amor.

Unida con nuestra traspasada Mamá, que cae desmayada

por el inmenso dolor al ver que te traspasan el corazón, y como

paloma vuela a tu corazón para tomar el primer lugar para ser

la primera reparadora, la reina de tu mismo corazón,

intermediaria entre Tú y las criaturas. También yo junto con Mi

Mamá quiero volar a tu corazón para oír cómo te repara y

repetir sus reparaciones en todas las ofensas que recibes.

Oh mi Jesús, después de tu muerte desgarradora y

dolorosísima, parece que yo no debería tener más vida propia,

pero en este tu corazón herido yo reencontraré mi vida, así que

cualquier cosa que esté por hacer, la tomaré siempre de él.

No daré más vida a los pensamientos, pero si quisieran vida,

la tomaré de tus pensamientos; no tendrá más vida mi querer,

pero si vida quiere, tomaré tu santísima Voluntad; no tendrá

más vida mi amor, pero si querrá vida la tomaré de tu amor. Oh

mi Jesús, toda tu vida es mía, ésta es tu Voluntad, éste es mi

querer.

251

El descendimiento de la cruz

Muerto Jesús mío, veo que se apresuran a bajarte de la

cruz; y tus discípulos José y Nicodemo, que hasta ahora

habían permanecido ocultos, ahora con valor y sin temer nada

quieren darte honorable sepultura, y por eso toman martillo y

pinzas para cumplir el sagrado y triste descendimiento de la

cruz, mientras que tu traspasada Mamá extiende sus brazos

maternos para recibirte en su regazo.

Mi Jesús, mientras te desclavan, también yo quiero ayudar a

tus discípulos a sostener tu santísimo cuerpo y con los clavos

que te quitan, clávame toda a Ti, y junto con nuestra Santa

Madre quiero adorarte y besarte, y después enciérrame en tu

corazón para no salir más de él.

+ + +

Reflexiones de la Vigésima Tercera Hora (3 PM)

9-36

Julio 4, 1910

…Así que son seis horas de mi Pasión que di a los hombres

para bien morir, las tres del huerto fueron para ayuda de la

agonía, las tres de la cruz para ayuda en el último suspiro de la

muerte. Después de esto, ¿quién no debe mirar sonriente a la

muerte? Mucho más para quien me ama, para quien busca

sacrificarse sobre mi misma cruz. Mira cómo es bella la muerte

y cómo hace cambiar las cosas, en vida fui despreciado, los

mismos milagros no hicieron los efectos de mi muerte; aún

sobre la cruz hubo insultos, pero en cuanto expiré, la muerte

tuvo la fuerza de cambiar las cosas, todos se golpeaban el

pecho confesándome por verdadero Hijo de Dios, mis mismos

discípulos tomaron valor, y aun aquellos ocultos se hicieron

atrevidos y pidieron mi cuerpo dándome honorable sepultura;

Cielo y tierra a plena voz me confesaron Hijo de Dios. La

muerte es una cosa grande, sublime; y esto sucede también

para mis mismos hijos, en vida despreciados, pisoteados,

aquellas mismas virtudes que como luz deberían brillar entre

quienes los rodeaban, quedan medio veladas, sus heroísmos

en el sufrir, sus abnegaciones, su celo por las almas, arrojan

claridad y dudas en los presentes, y Yo mismo permito estos

velos para conservar con más seguridad la virtud de mis

amados hijos. Pero apenas mueren, estos velos, no siendo

252

más necesarios, Yo los retiro y las dudas se hacen certezas, la

luz se hace clara, y esta luz hace apreciar su heroísmo, se

hace entonces aprecio de todo, aun de las cosas más

pequeñas, así que lo que no se puede hacer en vida, lo suple

la muerte, y esto es para lo que sucede acá abajo; y por lo que

sucede allá arriba es propiamente sorprenderte y envidiable a

todos los mortales”.

+ + +

12-79

Enero 27, 1919

Encontrándome en mi habitual estado, mi siempre amable

Jesús, al venir me hacía ver su adorable corazón todo lleno de

heridas de las que brotaban ríos de sangre, y todo doliente me

ha dicho:

“Hija mía, entre tantas heridas que contiene mi corazón, hay

tres heridas que me dan penas mortales y tal acerbidad de

dolor, que sobrepasan a todas las demás heridas juntas, y

éstas son: Las penas de mis almas amantes. Cuando veo a un

alma toda mía sufrir por causa mía, torturada, humillada,

dispuesta a sufrir aun la muerte más dolorosa por Mí, Yo siento

sus penas como si fueran mías, y tal vez más. ¡Ah! el amor

sabe abrir heridas más profundas, de no dejar sentir las otras

penas. En esta primera herida entra en primer lugar mi querida

Mamá, ¡oh! cómo su corazón traspasado por causa de mis

penas se vertía en el mío, y Yo sentía a lo vivo todas sus

heridas, y al verla agonizante y no morir por causa de mi

muerte, Yo sentía en mi corazón el desgarro, la crudeza de su

martirio, y sentía las penas de mi muerte que sentía el corazón

de mi amada Mamá, y por ello mi corazón moría junto, así que

todas mis penas unidas con las penas de mi Mamá,

sobrepasaban todo; por eso era justo que mi Celestial Mamá

tuviera el primer puesto en mi corazón, tanto en el dolor como

en el amor, porque cada pena sufrida por amor mío, abría

mares de gracias y de amor que se volcaban en su corazón

traspasado; en esta herida entran todas las almas que sufren

por causa mía y sólo por amor, en ésta entras tú, y aunque

todos me ofendieran y no me amaran, Yo encuentro en ti el

amor que puede suplirme por todos, y por eso, cuando las

criaturas me arrojan, me obligan a huir de ellas, Yo rápido

vengo a refugiarme en ti como a mi escondite, y encontrando

mi amor, no el de ellas, y penante sólo por Mí, digo: “No me

arrepiento de haber creado cielo y tierra y de haber sufrido

tanto”. Un alma que me ama y que sufre por Mí es todo mi

253

contento, mi felicidad, mi compensación de todo lo que he

hecho, y haciendo a un lado todo lo demás, me deleito y me

entretengo con ella. Sin embargo, esta herida de amor en mi

corazón, mientras es la más dolorosa y sobrepasa todo,

contiene dos efectos al mismo tiempo: Me da intenso dolor y

suma alegría, amargura indecible y dulzura indescriptible,

muerte dolorosa y vida gloriosa. Son los excesos de mi amor,

inconcebibles a mente creada; y en efecto, ¿cuántos contentos

no encontraba mi corazón en los dolores de mi traspasada

Mamá?

La segunda herida mortal de mi corazón es la ingratitud. La

criatura con la ingratitud cierra mi corazón, más bien, ella

misma da dos vueltas a la llave, y mi corazón se hincha porque

quiere derramar gracias, amor, y no puede, porque la criatura

me los ha encerrado y ha puesto el sello con la ingratitud, y Yo

doy en delirio, desvarío sin esperanza de que esta herida me

sea curada, porque la ingratitud me la va haciendo siempre

más profunda, dándome pena mortal.

La tercera es la obstinación. ¡Qué herida mortal a mi

corazón! La obstinación es la destrucción de todos los bienes

que he hecho para la criatura; es la firma de la declaración que

la criatura hace de no conocerme, de no pertenecerme más, es

la llave del infierno, al cual la criatura va a precipitarse; y mi

corazón siente por ello el desgarro, se me hace pedazos, y me

siento llevar uno de esos pedazos. ¡Qué herida mortal es la

obstinación!

Hija mía, entra en mi corazón y toma parte en estas mis

heridas, compadece mi despedazado corazón, suframos juntos

y roguemos”.

Yo he entrado en su corazón, cómo era doloroso, pero bello,

sufrir y rogar con Jesús.

+ + +

14-7

Febrero 26, 1922

Estaba pensando en el gran bien que el bendito Jesús nos

ha hecho con redimirnos, y Él, todo bondad me ha dicho:

“Hija mía, Yo creé a la criatura bella, noble, de origen eterno

y divino, plena de felicidad y digna de Mí; el pecado la derribó

de esta altura y la hizo caer hasta el fondo, la desnobleció, la

deformó y la volvió la criatura más infeliz, sin poder crecer,

porque el pecado le impedía el crecimiento y la cubría de

llagas, que daba horror el sólo verla. Ahora, mi Redención

254

rescató a la criatura de la culpa, y mi Humanidad no hizo otra

cosa que, como una tierna madre con su recién nacido, que no

pudiendo tomar otro alimento, para dar la vida a su bebé, se

abre el seno, pone a su pecho a su niño, y de su sangre

convertida en leche le suministra el alimento para darle la vida.

Más que madre mi Humanidad se hizo abrir en Sí misma, a

golpes de látigo, tantos orificios, casi como tantos pechos que

hacían salir ríos de sangre para hacer que mis hijos,

pegándose a ellos pudieran chupar el alimento para recibir la

vida y desarrollar su crecimiento, y con mis llagas cubría su

deformidad y los volvía más bellos que al principio, y si al

crearlos los hice cielos tersísimos y nobles, en la Redención los

adorné tachonándolos con las estrellas brillantísimas de mis

llagas para cubrir su fealdad y volverlos más bellos; en sus

llagas y deformidad Yo ponía los diamantes, las perlas, los

brillantes de mis penas, para ocultar todos sus males y

vestirlos con tal magnificencia de superar el estado de su

origen, por eso con razón la Iglesia dice: ‘Feliz culpa’, porque

por la culpa vino la Redención, y mi Humanidad no sólo los

alimentó con su sangre, no sólo los vistió con su misma

Persona y los adornó con su misma belleza, sino que mis

pechos están siempre llenos para alimentar a mis hijos. ¿Cuál

no será la condena de aquellos que no quieren pegarse a ellas

para recibir la vida y crecer, y para ser cubiertos en su

deformidad?”

+ + +

24-6

Abril 12, 1928

Estaba haciendo mi giro en el Fiat Divino y acompañaba a

mi dulce Jesús en las penas de su Pasión, y siguiéndolo en el

Calvario mi pobre mente se ha detenido a pensar en las penas

desgarradoras de Jesús sobre la cruz, y Él moviéndose en mi

interior me ha dicho:

“Hija mía, el Calvario es el nuevo Edén donde le venía

restituido al género humano lo que perdió al sustraerse de mi

Voluntad.

Analogía entre el Calvario y el Edén: En el Edén el hombre

perdió la gracia, sobre el Calvario la adquiere; en el Edén le fue

cerrado el Cielo, perdió su felicidad y se volvió esclavo del

enemigo infernal, aquí en el nuevo Edén le viene reabierto el

Cielo, readquiere la paz, la felicidad perdida, queda

encadenado el demonio y el hombre queda libre de su

esclavitud; en el Edén se oscureció y se retiró el Sol del Fiat

255

Divino y para el hombre fue siempre noche, símbolo del sol que

se retiró de la faz de la tierra en las tres horas de mi tremenda

agonía sobre la cruz, porque no pudiendo sostener la vista del

desgarro de su Creador, causado por el querer humano que

con tanta perfidia había reducido a mi Humanidad a este

estado, horrorizado se retiró, y cuando Yo expiré reapareció de

nuevo y continuó su curso de luz; así el Sol de mi Fiat, mis

dolores, mi muerte, llamaron nuevamente al Sol de mi Querer a

reinar en medio de las criaturas, así que el Calvario formó la

aurora que llamaba al Sol de mi Eterno Querer a resplandecer

de nuevo en medio a las criaturas. La aurora es certeza de que

debe salir el sol, así la aurora que formé en el Calvario

asegura, si bien han pasado cerca de dos mil años, que

llamará al Sol de mi Querer a reinar de nuevo en medio a las

criaturas. En el Edén mi amor quedó derrotado por parte de las

criaturas, aquí en el Calvario triunfa y vence a la criatura; en el

primer Edén el hombre recibe la condena de muerte para el

alma y el cuerpo, en el segundo queda libre de la condena y

viene reconfirmada la resurrección de los cuerpos con la

resurrección de mi Humanidad. Hay muchas relaciones entre el

Edén y el Calvario, lo que el hombre perdió en el prmero, en el

segundo lo readquiere; en el reino de mis dolores todo le viene

dado y reconfirmado el honor, la gloria de la pobre criatura por

medio de mis penas y de mi muerte.

El hombre con sustraerse de mi Voluntad formó el reino de

sus males, de sus debilidades, pasiones y miserias, y Yo quise

venir a la tierra, quise sufrir tanto, permití que mi Humanidad

fuese lacerada, le fuera arrancada a pedazos su carne toda

llena de llagas, y quise también morir para formar por medio de

mis tantas penas y de mi muerte, el reino opuesto a los tantos

males que se había formado la criatura. Un reino no se forma

con un solo acto, sino con muchos y muchos actos, y por

cuantos más actos tanto más grande y glorioso se vuelve un

reino, así que mi muerte era necesaria a mi amor, con mi

muerte debía dar el beso de vida a las criaturas, y de mis

tantas heridas debía hacer salir todos los bienes para formar el

reino de los bienes a las criaturas; por eso mis llagas son

fuentes que desbordan bienes, y mi muerte es fuente de donde

brota la Vida a provecho de todos.

Así como fue necesaria mi muerte, fue necesaria a mi amor

la Resurrección, porque el hombre con hacer su voluntad

perdió la Vida de mi Querer, y Yo quise resucitar para formar

no sólo la resurrección de los cuerpos, sino la resurrección de

la Vida de mi Voluntad en ellos, así que si Yo no hubiese

256

resucitado, la criatura no podría resurgir de nuevo en mi Fiat, le

faltaría la virtud, el vínculo de la resurrección en la mía y por

tanto mi amor se sentiría incompleto, sentiría que podría hacer

más y no lo hacía y habría quedado con el duro martirio de un

amor no completado; que después el hombre ingrato no se

sirva de todo lo que he hecho, el mal es todo suyo, pero mi

amor posee y goza su pleno triunfo”.

+ + +

257

VIGÉSIMA CUARTA HORA

De las 4 a las 5 de la tarde

La sepultura de Jesús

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Doliente Mamá mía, veo que te dispones al último sacrificio,

el de tener que dar sepultura a tu muerto Hijo Jesús, y

resignadísima al Querer de Dios lo acompañas y con tus

mismas manos lo pones en el sepulcro, y mientras recompones

aquellos miembros tratas de darle el último adiós y el último

beso, y por el dolor te sientes arrancar el corazón del pecho. El

amor te clava sobre esos miembros, y por la fuerza del amor y

del dolor tu vida está a punto de quedar apagada junto con tu

extinto Hijo.

Pobre Mamá, ¿cómo harás sin Jesús? Él es tu vida, tu todo,

y sin embargo es el Querer del Eterno que así lo quiere.

Tendrás que combatir con dos potencias insuperables: El

amor y el Querer divino. El amor te tiene clavada, de modo que

no puedes separarte; el Querer divino se impone y quiere este

sacrificio. Pobre Mamá, ¿cómo harás? ¡Cuánto te

compadezco! ¡Ah, ángeles del Cielo, venid a levantarla de

encima de los inmóviles miembros de Jesús, de otra manera

morirá!

Pero, oh portento, mientras parecía extinta junto con Jesús,

escucho su voz temblorosa e interrumpida por sollozos que

dice:

«Hijo amado, Hijo, éste era el único consuelo que me

quedaba y que mitigaba mis penas: tu santísima Humanidad,

desahogarme sobre estas llagas, adorarlas, besarlas, pero

ahora también esto me viene quitado, el Querer divino así lo

quiere y Yo me resigno; pero debes saber, oh Hijo, que lo

quiero y no lo puedo, al solo pensamiento de hacerlo me faltan

las fuerzas y la vida me abandona.

Ah, permíteme, oh Hijo, para poder recibir fuerza y vida para

hacer esta amarga separación, que me deje toda sepultada en

Ti, y que tome para Mí tu vida, tus penas, tus reparaciones y

todo lo que eres Tú. Ah, sólo un intercambio de vida entre Tú y

Yo puede darme fuerza para cumplir el sacrificio de separarme

de Ti».

258

Afligida Mamá mía, así decidida, veo que de nuevo recorres

esos miembros, y poniendo tu cabeza sobre la de Jesús, la

besas y en ella encierras tus pensamientos, tomando para ti

sus espinas, los afligidos y ofendidos pensamientos de Jesús,

y todo lo que ha sufrido en su sacratísima cabeza. ¡Oh, cómo

quisieras animar la inteligencia de Jesús con la tuya, para

poder dar vida por vida! Y ya sientes que empiezas a revivir,

con haber tomado en tu mente los pensamientos y las espinas

de Jesús.

Adolorida Mamá, te veo besar los ojos apagados de Jesús, y

quedas traspasada al ver que Él ya no te mira más. ¡Cuántas

veces esas miradas divinas, mirándote, te extasiaban en el

Paraíso y te hacían resurgir de la muerte a la vida! Pero ahora,

al ver que ya no te miran te sientes morir, por eso veo que

dejas tus ojos en los de Jesús y tomas para Ti los suyos, sus

lágrimas, la amargura de esa mirada que tanto ha sufrido al ver

las ofensas de las criaturas y tantos insultos y desprecios.

Pero veo traspasada Mamá que besas sus santísimos oídos,

lo llamas y lo vuelves a llamar y le dices:

«Hijo mío, ¿será posible que no me escuches más? Tú que

aun en cada pequeño ademán me escuchabas, y ahora lloro,

te llamo, ¿y no me escuchas? ¡Ah, el amor amoroso es el más

cruel tirano! Tú eras para Mí más que mi misma vida, ¿y ahora

deberé sobrevivir a tanto dolor? Por eso, oh Hijo, dejo mi oído

en el tuyo y tomo para Mí lo que ha sufrido tu santísimo oído, el

eco de todas las ofensas que se repercutían en el tuyo, sólo

esto me puede dar vida, tus penas, tus dolores».

Mientras esto dices, es tanto el dolor, las congojas del

corazón, que pierdes la voz y te quedas sin movimiento. ¡Pobre

Mamá mía! ¡Pobre Mamá mía, cuánto te compadezco, cuántas

muertes crueles no sufres!

Pero doliente Mamá, el Querer divino se impone y te da el

movimiento, y Tú miras el rostro santísimo de Jesús, lo besas y

exclamas:

«Adorado Hijo, cómo estás desfigurado, si el amor no me

dijera que eres mi Hijo, mi vida, mi todo, no te reconocería

más, tan irreconocible has quedado. Tu natural belleza se ha

transformado en deformidad, tus mejillas se han cambiado a

violáceas; la luz, la gracia que irradiaba tu hermoso rostro –que

mirarte y quedar beatificada era lo mismo–, se ha convertido en

palidez de muerte, oh Hijo amado, Hijo, cómo has quedado

reducido, qué feo trabajo ha hecho el pecado en tus santísimos

miembros, oh, cómo tu inseparable Mamá quisiera restituirte tu

primitiva belleza.

259

Quiero fundir mi rostro en el tuyo y tomar para Mí el tuyo, tus

bofetadas, los salivazos, los desprecios y todo lo que has

sufrido en tu rostro santísimo. ¡Ah! Hijo, si me quieres viva

dame tus penas, de otra manera Yo muero».

Y es tanto el dolor, que te sofoca, te corta las palabras y

quedas como extinta sobre el rostro de Jesús. ¡Pobre Mamá,

cuánto te compadezco! Ángeles míos, vengan a sostener a mi

Mamá, su dolor es inmenso, la inunda, la ahoga y ya no le

queda más vida ni fuerzas. Pero el Querer divino rompiendo

estas olas de dolor que la ahogan, le restituye la vida.

Estás ya sobre la boca, y al besarla te sientes amargar tus

labios por la amargura de la hiel que ha amargado tanto la

boca de Jesús, y sollozando continúas:

«Hijo mío, dile una última palabra a tu Mamá, ¿será posible

que no deba escuchar más tu voz? Todas tus palabras que en

vida me dijiste, como tantas flechas me hieren el corazón de

dolor y de amor; y ahora viéndote mudo, estas flechas se

remueven en mi lacerado corazón y me dan innumerables

muertes, y a viva fuerza parece que quieran arrancarte una

última palabra, y no obteniéndola me desgarran y me dicen:

“Así que no lo escucharás más; no volverás a oír más su dulce

acento, la melodía de su palabra creadora que en Ti creaba

tantos paraísos por cuantas palabras decía.”

Ah, mi paraíso ha terminado y no tendré otra cosa que

amarguras, ah Hijo, quiero darte mi lengua para animar la tuya,

dame lo que has sufrido en tu santísima boca, la amargura de

la hiel, tu sed ardiente, tus reparaciones y plegarias, y así,

oyendo por medio de éstas tu voz, mi dolor será más

soportable, y tu Mamá podrá seguir viviendo en medio de tus

penas».

Mamá destrozada, veo que te apresuras porque los que

están a tu alrededor quieren cerrar el sepulcro, y casi como

volando pasas sobre las manos de Jesús, las tomas entre las

tuyas, las besas, te las estrechas al corazón, y dejando tus

manos en las suyas tomas para Ti los dolores y las

perforaciones de aquellas manos santísimas. Y llegando a los

pies de Jesús y mirando el desgarro cruel que los clavos han

hecho en aquellos pies, pones en ellos los tuyos y tomas para

Ti aquellas llagas y te pones en lugar de Jesús a correr al lado

de los pecadores para arrancarlos del infierno.

Angustiada Mamá, ya veo que le das el último adiós al

corazón traspasado de Jesús. Aquí te detienes, es el último

asalto a tu corazón materno, te lo sientes arrancar del pecho

por la vehemencia del amor y del dolor, y por sí mismo se te

260

escapa para ir a encerrarse en el corazón santísimo de Jesús;

y Tú viéndote sin corazón te apresuras a tomar el corazón

Sacratísimo de Jesús en el tuyo, su amor rechazado por tantas

criaturas, tantos deseos suyos ardientes no realizados por la

ingratitud de ellas, los dolores las heridas que traspasan ese

corazón santísimo y que te tendrán crucificada durante toda tu

vida.

Y mirando esa ancha herida la besas y tomas en tus labios

su sangre, y sintiéndote la vida de Jesús, sientes la fuerza para

hacer la amarga separación, por eso lo abrazas y permites que

la piedra sepulcral lo encierre.

Doliente Mamá mía, llorando te suplico que no permitas que

por ahora Jesús nos sea quitado de nuestra mirada, espera

que primero me encierre en Jesús para tomar su vida en mí, si

Tú no puedes vivir sin Jesús, que eres la sin mancha, la santa,

la llena de gracia, mucho menos yo que soy la debilidad, la

miseria, la llena de pecados, ¿cómo puedo vivir sin Jesús? Ah

Mamá dolorosa, no me dejes sola, llévame contigo; pero antes

deposítame toda en Jesús, vacíame de todo para poder poner

a todo Jesús en mí, así como lo has puesto en Ti.

Comienza conmigo el oficio materno que Jesús te dio

estando en la cruz, y abriendo mi pobreza extrema una brecha

en tu corazón materno, con tus mismas manos maternas

enciérrame toda, toda en Jesús; encierra en mi mente los

pensamientos de Jesús, a fin de que ningún otro pensamiento

entre en mí; encierra los ojos de Jesús en los míos, a fin de

que jamás pueda huir de mi mirada; pon su oído en el mío,

para que siempre lo escuche y cumpla en todo su Santísimo

Querer.

Su rostro ponlo en el mío, a fin de que mirando aquel rostro

tan desfigurado por amor mío, lo ame, lo compadezca y repare;

pon su lengua en la mía para que hable, rece y enseñe con la

lengua de Jesús; sus manos en las mías para que cada

movimiento que yo haga y cada obra que realice tomen vida de

las obras y movimientos de Jesús; pon sus pies en los míos, a

fin de que cada paso que yo dé sea vida para las otras

criaturas, vida de salvación, de fuerza, de celo para todas las

criaturas.

Y ahora, afligida Mamá mía, permíteme que bese su corazón

y que beba su preciosísima sangre, y Tú, encerrando su

corazón en el mío haz que pueda vivir de su amor, de sus

deseos y de sus penas. Y ahora toma la mano derecha de

Jesús, rígida ya, para que me des con ella su última bendición.

261

La soledad de María

Y ahora permite que la piedra cierre el sepulcro, y Tú,

destrozada besas este sepulcro y llorando le dices tu último

adiós y partes, pero es tanto tu dolor, que ahora quedas

petrificada, ahora helada. Traspasada Mamá mía, junto contigo

doy el adiós a Jesús, y llorando, quiero compadecerte y

hacerte compañía en tu amarga desolación, quiero ponerme a

tu lado, para darte a cada suspiro tuyo, a cada congoja y dolor,

una palabra de consuelo, una mirada de compasión. Recogeré

tus lágrimas, y si te veo desfallecer te sostendré en mis brazos.

Pero veo que estás obligada a regresar a Jerusalén por el

camino por donde viniste. Unos cuantos pasos y te encuentras

ante la cruz sobre la cual Jesús ha sufrido tanto y ha muerto, y

Tú corres, la abrazas, y viéndola teñida de sangre, uno por uno

se renuevan en tu corazón los dolores que Jesús ha sufrido

sobre ella, y no pudiendo contener el dolor, sollozando

exclamas:

«¡Oh! cruz, ¿tan cruel debías ser con mi Hijo? ¡Ah, en nada

los has perdonado! ¿Qué mal te había hecho? No me has

permitido a Mí, su dolorosa Mamá, darle ni siquiera un sorbo

de agua cuando la pedía, y a su boca abrasada le has dado

hiel y vinagre; mi corazón traspasado me lo sentía licuar y

habría querido dar a aquellos labios mi licuado corazón para

quitarle la sed, pero tuve el dolor de verme rechazada.

Oh cruz, cruel, sí, pero santa, porque has sido divinizada y

santificada por el contacto de mi Hijo. Aquella crueldad que

usaste con Él, cámbiala en compasión hacia los miserables

mortales, y por las penas que Él ha sufrido sobre ti, obtén

gracia y fuerza a las almas sufrientes, para que ninguna se

pierda por causa de tribulaciones y cruces. Demasiado me

cuestan las almas, me cuestan la vida de un Hijo Dios; y Yo,

como Corredentora y Madre las confío a ti, oh cruz».

Y besándola y volviéndola a besar te alejas. Pobre Mamá,

cuánto te compadezco, a cada paso y encuentro surgen

nuevos dolores, que haciendo más grande su inmensidad y

volviéndose más amargas sus oleadas, te inundan, te ahogan,

y a cada instante te sientes morir.

Otros pasos más y llegas al punto donde esta mañana lo

encontraste bajo el peso enorme de la cruz, agotado,

chorreando sangre, con un manojo de espinas en la cabeza,

las cuales, golpeando en la cruz penetraban más adentro y en

cada golpe le daban dolores de muerte. La mirada de Jesús,

cruzándose con la tuya buscaba piedad, y los soldados para

262

quitar este alivio a Jesús y a Ti, lo empujaron y lo hicieron caer,

haciéndole derramar nueva sangre; ahora Tú ves el terreno

empapado con ella, y arrojándote a tierra te oigo decir mientras

besas aquella sangre: «Ángeles míos, venid a hacer guardia a

esta sangre, a fin de que ninguna gota sea pisoteada y

profanada».

Mamá doliente, déjame que te de la mano para levantarte y

sostenerte, porque te veo agonizar sobre la sangre de Jesús.

Pero nuevos dolores encuentras conforme caminas, por todas

partes ves huellas de sangre y recuerdos del dolor de Jesús.

Por eso apresuras el paso y te encierras en el cenáculo.

También yo me encierro en el cenáculo, pero mi cenáculo es el

corazón santísimo de Jesús; y de dentro de su corazón quiero

venir sobre tus rodillas maternas para hacerte compañía en

esta hora de amarga desolación. No resiste mi corazón dejarte

sola en tanto dolor.

Desolada Mamá, mira a la pequeña hija tuya, soy demasiado

pequeña, y por mi sola ni puedo ni quiero vivir; ponme sobre

tus rodillas y estréchame entre tus brazos maternos, hazme de

Mamá, tengo necesidad de guía, de ayuda, de sostén, mira mi

pobreza y sobre mis llagas derrama una lágrima tuya, y cuando

me veas distraída estréchame a tu corazón materno, y vuelve a

llamar en mí la vida de Jesús.

Pero mientras te ruego me veo obligada a detenerme para

poner atención a tus acerbos dolores, y me siento traspasar al

ver que conforme mueves la cabeza sientes que te penetran

más adentro las espinas que has tomado de Jesús, con los

pinchazos de todos nuestros pecados de pensamiento, que

penetrándote hasta en los ojos te hacen derramar lágrimas

mezcladas con sangre, y mientras lloras, teniendo en tus ojos

la vista de Jesús pasan ante tu vista todas las ofensas de las

criaturas.

Cómo quedas amargada por esto, cómo comprendes lo que

Jesús ha sufrido, teniendo en Ti sus mismas penas. Pero un

dolor no espera al otro, y poniendo atención en tus oídos te

sientes aturdir por el eco de las voces de las criaturas, y según

cada especie de voces ofensivas de criaturas, penetrando por

los oídos al corazón, te lo traspasan, y repites el estribillo:

«¡Hijo, cuánto has sufrido!»

Desolada Mamá, cuánto te compadezco, permíteme que te

limpie el rostro bañado en lágrimas y sangre, pero me siento

retroceder al verlo amoratado, irreconocible y pálido, con una

palidez mortal, ah, comprendo, son los malos tratos dados a

Jesús que has tomado sobre Ti y que te hacen tanto sufrir,

263

tanto, que moviendo tus labios para rezar o para dejar escapar

suspiros de tu inflamado pecho, siento tu aliento amargo y tus

labios quemados por la sed de Jesús.

Pobre Mamá mía, cuánto te compadezco, tus dolores van

creciendo siempre más, y parece que se den la mano entre

ellos, y tomando tus manos en las mías, las veo traspasadas

por clavos, y es en estas mismas manos que sientes el dolor al

ver los homicidios, las traiciones, los sacrilegios y todas las

obras malas que repiten los golpes, agrandando las llagas y

exacerbándolas cada vez más.

Cuánto te compadezco, Tú eres la verdadera Mamá

crucificada, tanto, que ni siquiera los pies quedan sin clavos; es

más, no sólo te los sientes clavar, sino también arrancar por

tantos pasos inicuos y por las almas que se van al infierno, y

Tú corres a su lado a fin de que no caigan en las llamas

infernales, pero aún no es todo, crucificada Mamá, todas tus

penas, reuniéndose juntas, hacen eco en el corazón y te lo

traspasan, no con siete espadas sino con miles y miles de

espadas; mucho más que teniendo en Ti el corazón divino de

Jesús, que contiene todos los corazones y envuelve en su

latido los latidos de todos, y ese latido divino conforme late así

va diciendo: «Almas, amor».

Y Tú, al latido que dice almas, te sientes correr en tus latidos

todos los pecados y te sientes dar muerte, y en el latido que

dice amor, te sientes dar vida; así que Tú estás en continua

actitud de muerte y de vida.

Mamá crucificada, cuánto compadezco tus dolores, son

inenarrables; quisiera cambiar mi ser en lenguas, en voz, para

compadecerte, pero ante tantos dolores son nada mis

compadecimientos; por eso llamo a los ángeles, a la Trinidad

Sacrosanta, y les ruego que pongan en torno a Ti sus

armonías, sus contentos, su belleza, para endulzar y

compadecer tus intensos dolores, que te sostengan entre sus

brazos y que te cambien en amor todas tus penas.

Y ahora desolada Mamá, un gracias a nombre de todos por

todo lo que has sufrido, y te ruego por esta tu amarga

desolación, que me vengas a asistir en el punto de mi muerte,

cuando mi pobre alma se encuentre sola, abandonada por

todos, en medio de mil angustias y temores; ven Tú entonces a

devolverme la compañía que tantas veces te he hecho en mi

vida, ven a asistirme, ponte a mi lado y ahuyenta al enemigo,

lava mi alma con tus lágrimas, cúbreme con la sangre de

Jesús, vísteme con sus méritos, embelléceme con tus dolores

y con todas las penas y las obras de Jesús; y en virtud de las

264

penas de Jesús y de tus dolores, haz desaparecer todos mis

pecados, dándome el total perdón, y expirando mi alma

recíbeme entre tus brazos, ponme bajo tu manto, escóndeme

de la mirada del enemigo y llévame al Cielo y ponme en los

brazos de Jesús. ¡Quedamos en esto, amada Mamá mía!

Y ahora te ruego que des a todos los moribundos la

compañía que te he hecho hoy, a todos hazles de Mamá, son

momentos extremos y se necesitan grandes ayudas, por eso

no niegues a ninguno tu oficio materno.

Una última palabra: Mientras te dejo, te ruego que me

encierres en el corazón santísimo de Jesús, y Tú doliente

Mamá mía, hazme de centinela a fin de que Jesús no me

ponga fuera de su corazón, y que yo, aunque lo quisiera, no

me pueda salir».

Por eso beso tu mano materna y bendíceme.

Reflexiones de la Vigésima Cuarta Hora (4 PM)

11-80

Octubre, 1914

…Agrego que un día estaba haciendo la hora cuando la

Mamá Celestial dio sepultura a Jesús, y yo la seguía para

hacerle compañía en su amarga desolación para

compadecerla. No tenía la costumbre de hacer esta hora

siempre, sólo algunas veces, y estaba indecisa si debía hacerla

o no, y Jesús bendito, todo amor y como si me lo rogara me ha

dicho:

“Hija mía, no quiero que la descuides, la harás por amor mío

en honor de mi Mamá. Debes saber que cada vez que tú la

haces, mi Mamá se siente como si estuviera en persona en la

tierra y repetir su vida, y por lo tanto recibe Ella la gloria y el

amor que me dio a Mí en la tierra, y Yo siento como si

estuviera de nuevo mi Mamá en la tierra, sus ternuras

maternas, su amor y toda la gloria que Ella me dio, por eso te

tendré en consideración de madre”.

Entonces, abrazándome, oía que me decía quedo, quedo:

“Mamá mía, mamá”. Y me sugería lo que hizo y sufrió en esta

hora la dulce Mamá, y yo la seguía. Desde ese día en adelante

no la he descuidado, ayudada por su gracia.

+ + +

265

16-32

Noviembre 24, 1923

Estaba haciendo la hora de la pasión en la que mi Mamá

Dolorosa recibió en sus brazos a su Hijo muerto y lo depositó

en el sepulcro, y en mi interior decía: “Mamá mía, junto con

Jesús pongo en tus brazos todas las almas, a fin de que a

todas las reconozcas como hijas tuyas, y una por una las

escribas en tu corazón y las pongas en las llagas de Jesús; son

hijas de tu dolor inmenso y esto basta para que las reconozcas

y las ames; y quiero poner todas las generaciones en la

Voluntad Suprema, a fin de que ninguna falte, y a nombre de

todas te doy consuelos, compadecimientos y alivios divinos”.

Ahora, mientras esto decía, mi dulce Jesús se ha movido en mi

interior y me ha dicho:

“Hija mía, si supieras cuál fue el alimento con el que alimentó

a todos estos hijos mi doliente Mamá”.

Y yo: “¿Cuál fue, oh mi Jesús?”

Y Él de nuevo: “Como tú eres mi pequeñita, elegida por Mí

para la misión de mi Querer y vives en aquel Fiat en el cual

fuiste creada, quiero hacerte saber la historia de mi Eterno

Querer, sus alegrías y sus dolores, sus efectos, su valor

inmenso, lo que hizo, lo que recibió, y quién tomó a corazón su

defensa. Los pequeños son más atentos a escucharme porque

no tienen la mente llena de otras cosas, están como en ayunas

de todo, y si se les quiere dar otro alimento sienten asco,

porque siendo pequeños están habituados a tomar sólo la

leche de mi Voluntad, que más que madre amorosa los tiene

pegados a su divino pecho para alimentarlos abundantemente,

y ellos están con sus boquitas abiertas para esperar la leche de

mis enseñanzas, y Yo me divierto mucho; ¡oh, cómo es bello

verlos ahora sonreír, ahora alegrarse y ahora llorar al oírme

narrar la historia de mi Voluntad! El origen de mi Voluntad es

eterno, jamás entró el dolor en Ella; entre las Divinas Personas

esta Voluntad estaba en suma concordia, es más, era una sola;

en cada acto que emitía fuera, tanto ad intra cuanto ad extra,

nos daba infinitas alegrías, nuevos contentos, felicidad

inmensa, y cuando quisimos poner fuera la máquina de la

Creación, ¿cuánta gloria, cuántas armonías y honor no nos

dio? En cuanto brotó el Fiat, este Fiat difundió nuestra belleza,

nuestra luz, nuestra potencia, el orden, la armonía, el amor, la

santidad, todo, y Nosotros quedamos glorificados por las

mismas virtudes nuestras, viendo por medio de nuestro Fiat el

florecimiento de nuestra Divinidad reflejada en todo el universo.

266

Nuestro Querer no se detuvo, henchido de amor como estaba

quiso crear al hombre, y tú sabes la historia de él, por eso sigo

adelante. ¡Ah! fue precisamente él quien llevó el primer dolor a

mi Querer, trató de amargar a Aquél que tanto lo amaba, que lo

había hecho feliz. Mi Querer lloró más que una tierna madre,

lloró a su hijo lisiado y ciego sólo porque se ha sustraído de la

Voluntad de la madre; mi Querer quería ser el primero en obrar

en el hombre, no para otra cosa sino para darle nuevas

sorpresas de amor, de alegrías, de felicidad, de luz, de

riquezas, quería siempre dar, he aquí el por qué quería obrar,

pero el hombre quiso hacer su voluntad y rompió con la Divina;

¡jamás lo hubiese hecho! Mi Querer se retiró y él se precipitó

en el abismo de todos los males. Ahora, para volver a anudar a

estas dos voluntades, se necesitaba Uno que contuviera en Sí

una Voluntad Divina, y por eso Yo, Verbo Eterno, amando con

un amor eterno a este hombre, decretamos entre las Divinas

Personas que tomara carne humana para venir a salvarlo y

volver a unir las dos voluntades separadas. ¿Pero dónde

descender? ¿Quién debía ser Aquélla que debía prestar su

carne a su Creador? He aquí por qué elegimos una criatura, y

en virtud de los méritos previstos del futuro Redentor fue

exentada de la culpa de origen, su querer y el Nuestro fueron

uno solo, fue esta Celestial Criatura la que comprendió la

historia de nuestra Voluntad. Nosotros, como a pequeñita, todo

le narramos, el dolor de nuestro Querer y cómo el hombre

ingrato con el romper su voluntad con la nuestra, había

encerrado nuestro Querer en el cerco divino, como

obstruyéndolo en sus designios, impidiendo que pudiera

comunicarle sus bienes y la finalidad para la que había sido

creado. Para Nosotros el dar es hacernos felices y hacer feliz a

quien de Nosotros recibe, es enriquecer sin Nosotros

empobrecer, es dar lo que Nosotros somos por naturaleza y

formarlo en la criatura por gracia, es salir de Nosotros para dar

lo que poseemos, con el dar, nuestro Amor se desahoga,

nuestro Querer hace fiesta; ¿si no debíamos dar, para qué

formar la Creación? Así que el sólo no poder dar a nuestros

hijos, a nuestras amadas imágenes, era como un luto para

nuestra Suprema Voluntad; sólo con ver al hombre obrar,

hablar, caminar, sin la conexión con nuestro Querer, porque él

la había destrozado, y que debían correr hacia él si estaba con

Nosotros, corrientes de gracias, de luz, de santidad, de ciencia,

etc., y no pudiéndolo hacer, nuestro Querer se ponía en actitud

de dolor; en cada acto de criatura era un dolor, porque veíamos

aquel acto vacío de valor divino, privado de belleza y de

267

santidad, todo desemejante de nuestros actos. ¡Oh! cómo

comprendió la Celestial Pequeña este nuestro sumo dolor y el

gran mal del hombre al sustraerse de Nuestro Querer, ¡oh!

cuántas veces Ella lloró ardientes lágrimas por nuestro dolor y

por la gran desventura del hombre, y por eso Ella, temiendo, no

quiso conceder ni siquiera un acto de vida a su voluntad, por

eso se mantuvo pequeña, porque su querer no tuvo vida en

Ella, ¿cómo podía hacerse grande? Pero lo que no hizo Ella lo

hizo nuestro Querer, la hizo crecer toda bella, santa, divina; la

enriqueció tanto que la hizo la más grande de todos; era un

prodigio de nuestro Querer, prodigio de gracia, de belleza, de

santidad, pero Ella se mantuvo siempre pequeña, tanto que no

descendía jamás de nuestros brazos, y tomando a pecho

nuestra defensa correspondió a todos los actos dolientes del

Supremo Querer, y no sólo estaba Ella toda en orden a nuestra

Voluntad, sino que hizo suyos todos los actos de las criaturas,

y absorbiendo en Sí toda nuestra Voluntad rechazada por ellas,

la reparó, la amó, y teniéndola como en depósito en su corazón

virginal, preparó el alimento de nuestra Voluntad a todas las

criaturas. ¿Ves entonces con qué alimento nutre a sus hijos

esta Madre amantísima? Le costó toda su vida, penas

inauditas, la misma Vida de su Hijo, para hacer en Ella el

depósito abundante de este alimento de mi Voluntad, para

tenerlo dispuesto para alimentar a todos sus hijos cual Madre

tierna y amorosa; Ella no podía amar más a sus hijos, con

darles este alimento su amor había llegado al último grado, así

que entre tantos títulos que Ella tiene, el más bello título que a

Ella se le podría dar es el de Madre y Reina de la Voluntad

Divina.

Ahora hija mía, si esto hizo mi Mamá por la obra de la

Redención, también tú para la obra del Fiat Voluntas Tua; tu

voluntad no debe tener vida en ti, y haciendo tuyos todos los

actos de mi Voluntad en cada criatura, los depositarás en ti, y

mientras a nombre de todos darás la correspondencia a mi

Voluntad, formarás en ti todo el alimento necesario para

alimentar a todas las generaciones con el alimento de mi

Voluntad. Cada dicho, cada efecto, cada conocimiento de más

de Ella, será un gusto de más que encontrarán en este

alimento, de manera que con avidez lo comerán; todo lo que te

digo sobre mi Querer servirá para excitar el apetito y para

hacer que ningún otro alimento tomen, aún a costa de

cualquier sacrificio. Si se dijera que un alimento es bueno, que

restituye las fuerzas, que sana a los enfermos, que contiene

todos los gustos, es más, que da la vida, la embellece, la hace

268

feliz, ¿quién no haría cualquier sacrificio para tomar ese

alimento? Así será de mi Voluntad, para hacerla amar, desear,

es necesario el conocimiento, por eso sé atenta, recibe en ti

este depósito de mi Querer, a fin de que cual segunda Madre

prepares el alimento a nuestros hijos, así imitarás a mi Mamá.

Te costará también a ti, pero ante mi Voluntad cualquier

sacrificio te parecerá nada. Hazla de pequeña, no desciendas

jamás de mis brazos y Yo continuaré narrándote la historia de

mi Voluntad”.

+ + +

21-16

Abril 16, 1927

…Después de esto estaba pensando en el dolor cuando mi

dolorosa Mamá, traspasada en el corazón se separó de Jesús

dejándolo muerto en el sepulcro, y pensaba entre mí: “¿Cómo

fue posible que haya tenido tanta fuerza de dejarlo? Es cierto

que estaba muerto, pero era siempre el cuerpo de Jesús,

¿cómo su amor materno no la consumió para no dejarle dar un

solo paso lejos de aquel cuerpo extinto? Y sin embargó lo dejó.

¡Qué heroísmo, qué fortaleza!” Pero mientras esto pensaba, mi

dulce Jesús se ha movido en mi interior y me ha dicho:

“Hija mía, ¿quieres saber cómo es que mi Mamá tuvo la

fuerza de dejarme? Todo el secreto de su fuerza estaba en mi

Voluntad reinante en Ella. Ella vivía de Voluntad Divina, no

humana, y por eso contenía la fuerza inmensurable. Es más, tú

debes saber que cuando mi traspasada Mamá me dejó en el

sepulcro, mi Querer la tenía inmersa en dos mares inmensos,

uno de dolor y el otro más extenso de alegrías, de

bienaventuranzas, y mientras el de dolor le daba todos los

martirios, el de la alegría le daba todos los contentos y su bella

alma me siguió al limbo y asistió a la fiesta que me hicieron

todos los patriarcas, los profetas, su padre y su madre, nuestro

amado San José; el limbo se transformó en paraíso con mi

presencia y Yo no podía hacer menos que hacer participar a

Aquélla que había sido inseparable en mis penas, hacerla

asistir a esta primera fiesta de las criaturas, y fue tanta su

alegría, que tuvo la fuerza de separarse de mi cuerpo,

retirándose y esperando el momento de mi Resurrección como

cumplimiento de la Redención. La alegría la sostenía en el

dolor, y el dolor la sostenía en la alegría. A quien posee mi

Querer no puede faltarle ni fuerza ni potencia, ni alegría, todo

lo tiene a su disposición. ¿No lo experimentas en ti misma

269

cuando estás privada de Mí y te sientes consumar? La luz del

Fiat Divino forma su mar, te hace feliz y te da la vida”.

+ + +

270

Quien se interese por los escritos de Luisa Piccarreta consulte

nuestras páginas web, donde encontrará los escritos de Luisa

Piccarreta en español, italiano e inglés, tanto para consulta

como para descarga, y otras cosas más.

http://www.tercerfiat.com

http://www.divinavoluntad.info

o, para hacer pedidos, dirigirse con la Sra. Martha Reynoso

Tel: 55 3711 2746

Dr. Salvador Thomassiny

Tel: 55 2357 7477

e-mail – salthom@gmail.com


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

11-28 214 de 1912 con su vida oculta Jesús santificó divinisó todas las acciones humanas

   Buenas noches, cómo estamos? Aquí nuevamente con su programa libro de cielo y acompañados por el doctor buenas un programa en estamos tra...