LA SIERVA DE DIOS
LUISA PICCARRETA
Nació en Corato,
provincia de Bari, al sur de Italia, el 23 de abril de 1865. Cursó solamente el
primer año de primaria y a la edad de nueve años hizo su primera comunión y
recibió la confirmación.
Desde aquel momento
la Eucaristía se convirtió en su pasión y siete años más tarde se hizo
terciaria dominica con el nombre de Magdalena. Pasó toda su larga vida bajo la
obediencia de sus confesores, asignados por el arzobispo de Trani.
Luisa Piccarreta
La pequeña hija de
la Divina Voluntad.
Por obediencia, en
1899, empezó a escribir un diario que llegó a abarcar 36 volúmenes, con la
finalidad de dar a conocer más profundamente y vivir diariamente la Voluntad
Divina, según la petición del Padrenuestro: «Hágase tu Voluntad como en el
Cielo así en la tierra».
Jesús formó a esta
Primogénita Hija de su Voluntad a través de la escuela de la Pasión, la
Eucaristía, el amor filial a la Madre de Dios, la oración, la obediencia a la
Iglesia, el amor al prójimo, el silencio y el trabajo manual de costura.
Tuvo en su vida
fenómenos místicos extraordinarios y el regalo de los estigmas de la Pasión,
aunque invisibles por su petición. Murió a la edad de ochenta y un años, el 4
de marzo de 1947.
El 20 de noviembre
de 1994, monseñor Carmelo Cassati, arzobispo de Trani, habiendo obtenido la
autorización de parte de la Santa Sede, dio inicio al proceso de beatificación
y canonización de la sierva de Dios, proceso que fue clausurado favorablemente
por el arzobispo monseñor Giovanni Battista Picchieri, el 29 de octubre de
2005.
Nihil obstat
Pbro. Lic. José
Gracián Ordaz
Censor Eclesiástico
Imprimatur
Mons. G. Ramiro
Valdés Sánchez
Vicario General
Ediciones en
español:
1a. edición: Trani
(Bari), Italia, 1997,
nihil obstat, Mons.
Carmelo Cassati, Arzobispo.
2a. edición:
Guadalajara, 2006,
imprimatur, Mons.
G. Ramiro Valdés, Vicario General.
3a. edición:
Guadalajara, 2010,
reimprimatur, Mons.
G. Ramiro Valdés, Vicario General.
15a Edición: Cd. de
México, 2021
imprimatur, Mons.
G. Ramiro Valdés, Vicario General.
Ediciones fuera de
comercio para uso privado.
Traducción directa
de los manuscritos
de la sierva de
Dios Luisa Piccarreta
Dr. Salvador
Thomassiny
En el Distrito
Federal:
Martha Reynoso
Cel: 5537112746
Salvador Thomassiny
Tel. 55.55.77.33.05
Celular
55.23.57.74.77
1
Parte I
Introducción Una de las causas del alejamiento que existe en la actualidad
entre el hombre y Dios, dice Jesús a Luisa Piccarreta (febrero 2, 1917), es el
haber perdido de vista mi Pasión, por lo cual el mundo se ha desequilibrado. En
las tinieblas no ha encontrado la luz de la Pasión que lo ilumine, y haciéndole
conocer mi Amor y cuántas penas me cuestan las almas, pueda reaccionar y amar a
quien verdaderamente lo ha amado; la luz de mi Pasión, guiándolo, lo pondría en
guardia de todos los peligros; en la debilidad no ha encontrado la fuerza de
esta Pasión que lo sostenga; en la impaciencia no ha encontrado el espejo de mi
paciencia que le infunda la calma, resignación, y ante ésta, avergonzándose
tenga como un deber dominarse a sí mismo; en las penas no ha encontrado el
consuelo de las penas de un Dios, que sosteniendo las suyas le infunda amor al
sufrir; en el pecado no ha encontrado la verdadera santidad, que haciéndole
frente le infunda odio a la culpa; por esto el mundo ha perdido el equilibrio,
ha hecho como un niño que no ha querido conocer más a su madre, como un
discípulo que desconociendo al maestro no ha querido escuchar más sus
enseñanzas ni aprender sus lecciones, ¿qué será de este niño y de este
discípulo? He aquí el porqué de la situación del mundo actual: ya no existe
conciencia clara de quiénes somos, no conocemos más nuestro valor, pero, sobre
todo, desconocemos, si no es que rechazamos abiertamente, a quien pagó por
nuestra liberación. Nuestro Señor le pide a Luisa, desde los comienzos de su
vida de intimidad con Él, que la meditación sobre la Pasión se convierta en una
actividad cotidiana, que nunca se aparte de su mente los sufrimientos que tuvo
que aceptar para rescatar a la familia humana. San Annibale Ma. Di Francia
conoce a Luisa en 1910, y la exhorta a escribir sus meditaciones, lo que da
como resultado el presente libro. La primera edición fue en el año de 1915,
para la cual, Luisa le escribe una carta explicando la finalidad del libro,
pidiéndole haga conocer la finalidad del mismo con una introducción; carta que
anexamos a continuación:
2
"Muy Reverendo
Padre”. Finalmente le mando a Ud. las horas escritas de la Pasión, todo para
gloria de Nuestro Señor. Le mando también un folleto en el que están
mencionados los efectos, los méritos, y las promesas de Jesús para quien hace
estas horas de la Pasión. Yo creo que, si la persona que las medite es
pecadora, se convertirá; si es imperfecto, se volverá perfecto; si es santo, se
hará más santo; si es tentado, encontrará la victoria; si está sufriendo,
encontrará en estas horas la fuerza, la medicina, el consuelo; y si su alma es
débil y pobre, encontrará un alimento espiritual, y un espejo donde se mirará
de continuo para embellecerse y hacerse similar a Jesús, nuestro modelo. Es
tanta la complacencia que siente Jesús bendito por la meditación de estas
horas, que Él quisiera que al menos, de estas meditaciones, hubiera una copia
por cada ciudad o país para que alguien las practicara, y entonces sucedería
que en esas reparaciones, Jesús oiría su misma voz y sus plegarias tal y como
las elevaba a su Padre en las 24 horas de su dolorosa Pasión; y si esto se
hiciera por lo menos en cada país o ciudad por algunas almas, Jesús me hace
entender que la Divina Justicia quedaría en parte aplacada y vendrían aplacados
o detenidos los flagelos en estos tristes tiempos. Haga Ud., reverendo Padre un
llamado a todos, y cumpla así la obra que mi amable Jesús me ha hecho hacer. Le
digo también que la finalidad de estas horas de la Pasión no es tanto el narrar
la historia de la Pasión, porque ya hay muchos libros que tratan este piadoso
argumento, y no habría sido necesario hacer otro; la finalidad es la
REPARACIÓN, conectando (nótese) los diversos puntos de la Pasión de Nuestro
Señor con la diversidad de tantas ofensas, y junto a Jesús hacer una digna
reparación, rehaciéndolo casi de todo lo que todas las criaturas le deben; y
por esto los diversos modos de reparar en estas horas. En algunos puntos se
bendice, en otros se compadece, en otros se alaba, en otros se consuela al
penante Jesús, en otros se compensa, en otros se suplica, se ruega, se pide.
Pido a Ud., Reverendo Padre, el hacer conocer con una introducción la finalidad
de estos escritos".
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Introducción de San
Annibale Ma. Di Francia La presente obra, si bien publicada bajo mi nombre, o
mejor, a mi cargo, no ha sido escrita por mí 1. Yo la conseguí, la obtuve
después de mucho insistir, de una persona que vive solitaria en íntima comunión
de inefables sufrimientos con nuestro adorable y divino Redentor Jesús, y no
sólo con los de Él, sino también con las penas de su Santísima e Inmaculada
Madre María. Esta persona inició la serie de sus meditaciones a partir del
siguiente suceso: Tenía la edad de trece años cuando, mientras se encontraba un
día en su estancia, escuchó ruidos extraños, como de una multitud de gente
ruidosa que pasara por la calle. Corrió al balcón y asistió a un espectáculo
conmovedor: Una turba de feroces soldados, con antiguos cascos, armados con
lanzas, y cuyo caminar se mezclaba con gritos, blasfemias y empellones,
llevando entre ella a un hombre encorvado, vacilante, ensangrentado. ¡Ay, qué
escena! El alma contemplativa se conmueve y se estremece. Mira entre la turba
para ver quién es ese hombre, ese infeliz tan maltratado, tan arrastrado. Ese
hombre se encuentra ya bajo su balcón, y levantando su cabeza, la mira en
actitud de pedirle ayuda". ¡Oh Dios! el alma lo mira, lo reconoce, ¡es
Jesús!, es el Redentor divino coronado de espinas, cargado con la pesada cruz,
quien es cruelmente llevado hacia el calvario. La escena de la vía dolorosa se
le presenta ante la mirada espiritual y corporal, lo que sucedió veinte siglos
atrás se le hace presente por la divina omnipotencia. En ese momento la
jovencita, a punto de desvanecerse ante tal vista y no pudiendo soportar tan
desgarrador espectáculo, rompe en llanto y deja el balcón para entrar a la
estancia, pero el amor, la compasión que han surgido hacia el sumo Bien así
reducido, la llevan de nuevo al balcón. Temblando dirige su mirada hacia la
calle, pero todo ha desaparecido, excepto la viva imagen de Jesús sufriente que
fue al calvario a morir crucificado por nuestro amor". El alma solitaria,
en el florecer de su juventud espiritual fue presa en aquel momento de tal amor
a Jesús sufriente, que ni 1 Esto lo escribe San Annibale Ma. di Francia,
confesor extraordinario de Luisa y censor de sus escritos. Él realizó las
primeras ediciones de este libro.
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de día ni de noche
ha podido dejar de meditar, con la más profunda contemplación de amor y de
amoroso dolor en los sufrimientos y en la muerte del adorable Redentor
Jesús.
Muchos años han
transcurrido desde el día de aquella dolorosa visión, y desde entonces no
ha dejado nunca sus dolorosas contemplaciones.
No me es lícito
manifestar su nombre, ni el lugar donde sencillamente y en la soledad ella
vive. Me contentaré con llamarla simplemente con el nombre de
"Alma", y a este nombre se agregarán frecuentemente adjetivos de
toda clase, tanto en el curso de esta introducción como en el cuerpo de
las
meditaciones de
este libro.
Antes de todo, hay
que decir que cualquier meditación
acerca de la pasión
de Nuestro Señor Jesucristo es de suma
complacencia al
corazón adorable de Jesús, y de sumo
provecho espiritual
para quien devotamente la hace. El bien
espiritual que
obtiene el alma de la asidua y cotidiana
meditación de los
padecimientos de nuestro amorosísimo Bien
Jesús, no hay
lengua humana que lo pueda dignamente
expresar. Ante
todo, es imposible que el alma no se sienta
inflamar día a día
en amor hacia el Divino Redentor Jesús.
Aquí se realiza lo
dicho por el Profeta: "En la meditación el
fuego se enciende”.
¿Y cómo podrá quedar indiferente un alma
considerando
diariamente los excesos, o mejor los extremos de la Pasión de Nuestro
Señor? ¿Y cuáles son estos extremos?
En primer lugar:
¿Quién es Aquél que se somete a padecer y a las humillaciones? Es el Hijo
eterno del Eterno Padre; Dios igual al Padre; Creador, con el Padre, del
Cielo y de la Tierra, de los ángeles y de los hombres. Aquél que si mira
indignado la Tierra, la Tierra tiembla y los montes eructan. Aquél bajo
cuyos pies se inclinan
los más sublimes coros de los ángeles.
Aquél de quien
nadie puede hablar dignamente, y cuyas grandezas son tan infinitas que ni
siquiera María Santísima puede llegar a comprenderlas enteramente. Ése es
Jesucristo,Hombre y Dios, el Santísimo, de belleza inenarrable; la dulzura,
la bondad y caridad
infinitas. Y este Hombre Dios, digno de todas las adoraciones y de los
homenajes de los ángeles y de los hombres es Aquél que por nuestro amor se
hizo como un leproso, escarnecido y humillado, colmado de oprobios
y pisoteado como un vil gusano de la tierra.
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En segundo lugar:
¿Cuáles son las penas que sufrió? Éstas
son de tres clases:
1.- Sufrimientos corporales.
2.- Ignominias,
3.- Sufrimientos
interiores.
Cada una de estas
tres categorías es un abismo
inconmensurable.
Si contemplamos los
padecimientos que sufrió Jesucristo
Nuestro Señor en su
cuerpo adorable, nos sentimos
estremecer ante el
Varón de dolores, como lo llamó Isaías, y
en el Cual no había
parte sana, porque se hizo una sola llaga,
desde las plantas
de los pies hasta el extremo de la cabeza...,
hasta el punto de
quedar irreconocible: "Y lo vimos y no era de
mirarse”. (Is. 53,
2).
Meditando en los
padecimientos de la Humanidad Santísima
de Jesucristo,
nuestro Sumo Bien, los Santos se deshacían en
lágrimas, se
desvanecían de amor y no cesaban de flagelarse
y mortificarse de
todas maneras a sí mismos.
Otra categoría de
inauditos padecimientos son las
ignominias sufridas
por el Verbo Divino hecho Hombre. Aquí el
alma contemplativa
se siente desmayar viendo la majestuosa,
divina y sacrosanta
Persona de Jesucristo, abandonada a la
ferocidad, más
diabólica que terrena, de los pérfidos y vilísimos
hombres que no se
saciaban de cubrir de ultrajes e ignominias
al Omnipotente, al
Eterno, al Infinito... Y golpearlo, arrojarlo a
tierra, pisotearlo,
arrastrarlo, darle puñetazos, puntapiés,
escupirle en su
rostro santísimo, en su boca adorable...
colmarlo con toda
clase de injurias. ¡Qué espectáculo
inexpresable, que
ha incitado a los siervos de Dios a desear, a
suspirar los
ultrajes, las ignominias y los desprecios como el
más grande tesoro
que puede haber en esta tierra!
Una tercera serie
de penas inefables del Hombre-Dios, y
poco o nada
comprendidas, son las que Él sufrió en su alma
santísima y en su
amorosísimo y sensibilísimo corazón.
¡Aquí entramos en
un océano sin playas! En un grado infinito
Él sufrió las tristezas,
las angustias, los dolores, el abandono,la infidelidad, la ingratitud, los
temores, los terrores... Como cuatro inmensas cataratas se derramaban
en su interior, por
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cuatro motivos, las
aguas de todas las penas que se dicen del alma:
Primera: De la
vista horrenda de todas las iniquidades humanas que Él había tomado sobre
Sí como si Él hubiese sido el responsable y el culpable... ¡Él, que era la
Santidad Infinita!
Segunda: La
vista continua de las cuentas que debía rendir a la Justicia inexorable de
la Divinidad, y las penas con las que debía todo pagar.
Tercera: La
vista amarguísima de todas las ingratitudes humanas, y el terrorífico
espectáculo de todas las almas que se habrían condenado, y para las cuales
su Pasión no habría servido sino para hacerlas más infelices eternamente.
¡Oh, qué dolor
para el Corazón Santísimo de Jesús que ama infinitamente a cada alma! Por
esto, Él habla con el profeta diciendo: "Los dolores del Infierno me
circundaron”. (Sal. 17, 6).
Como si dijera:
Siento en Mí los acervos dolores en los que serán atormentados eternamente
los pecadores que se condenarán.
Cuarta: La vista
de todas las aflicciones que habría sufrido su Santa Iglesia. La vista de
todas las penas corporales y espirituales a las que habrían sido sometidos
inevitablemente todos los elegidos, tanto en esta vida como en el
purgatorio, y mucho más la pena del detrimento de los elegidos en
las virtudes y en la adquisición de los bienes eternos, habiendo
Él dicho que la adquisición de todo el universo no es de compararse a
un simple detrimento del espíritu: "¿De qué sirve al hombre ganar
todo el mundo si pierde su alma?” (Mc. 8,36).
Uno de los
extremos de estas interminables categorías de padecimientos del alma y del
cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo que ha de considerarse también es su
duración, la cual no es desde el jueves santo en la tarde hasta el
viernes santo, sino desde el primer instante de su Encarnación en el
Seno Purísimo de María Virgen hasta el último respiro dado en la cruz. Son
treinta y cuatro años de continua agonía y de continuo inefable sufrir del
alma y del cuerpo, en lo que se realiza de un modo misterioso la palabra
del Profeta: "Un abismo llama a otro abismo, al fragor de tus
cataratas”. (Salmo
41, 8).
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El alma santísima
de Jesucristo, bajo el ímpetu y la caída
continua de sus
penas espirituales y de las agonías de su
corazón divino,
pasaba de abismo en abismo, porque un
abismo de penas
llamaba a otro, y a otro... hasta lo infinito.
¡Ah, Él debía pagar
en Sí mismo toda la deuda de culpa y de
pena eterna de sus
elegidos y sentir todas sus penas
temporales!
De aquí venía que
Nuestro Señor amorosísimo moría a todo
momento, en cuanto
que el colmo de sus penas era tal que
como puro Hombre Él
habría muerto a cada instante, pero que,
como Dios, sostenía
con un milagro continuo su vida mortal
para prolongar
hasta el fin sus padecimientos y coronarlos con
todos los dolores y
los ultrajes de su pasión y de su muerte de
cruz.
¡Cuán cierto es
entonces que estamos obligados ante
Nuestro Sumo Bien
Jesús no por una muerte sola, sino por
miles y cientos de
miles de muertes por amor nuestro!
Y sin embargo,
Jesucristo Nuestro Señor, tratando con sus
criaturas durante
los treinta y tres años y nueve meses de su
vida terrena,
aparecía calmado, dulce, sereno, tranquilo,
manso, conversador,
y hasta sonriente. Él mantuvo
perfectísimamente y
comunicó este estado de paz y serena
quietud en medio de
abismos absolutamente inescrutables de
penas interiores,
diciendo por boca del profeta, con una
expresión que solo
el Espíritu Santo podía dictar: "He aquí en
la paz mi amargura
amarguísima”. (Is. 38, 17.)
Otro extremo, o
mejor, exceso, que se debe meditar en la
Pasión adorable de
Jesucristo Nuestro Señor es que para
salvar las almas
nuestras, para redimir el mundo todo, no era
en realidad
necesario que Él sufriera las penas inefables del
Alma y del Cuerpo a
que se quiso sujetar, ni todas las
ignominias a que se
quiso someter. Habiéndose hecho Hombre
en el Seno
Inmaculado de su Santísima Madre, le bastaba
elevar una sola
oración a su Padre, hacer un solo acto de
adoración a la
Divinidad, derramar una sola gota de su sangre
preciosísima,
cuanta se puede derramar por una pequeña
herida hecha con la
punta de un alfiler, y con esto habría
podido redimir no
un mundo solo, sino millones y millones de
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mundos, pues cada
acción, aún la más pequeña, del adorable
Señor Nuestro
Jesucristo era de valor infinito.
Pero ¿por qué,
entonces, quiso ser más que inundado,
sumergido en tantos
cruelísimos, acerbísimos y dolorosísimos
tormentos, penas,
ignominias y agonías... que lo hicieron decir
con el Profeta:
"Me he adentrado en altamar y la tempestad me
ha anegado”. (Sal.
68, 3). ¡Oh misterio de amor infinito del
corazón de Jesús!
Lo que bastaba para redimir millones de
mundos era nada
para el amor suyo por nosotros. Él quiso
mostrarnos cuánto
nos ama, hasta dónde se extiende su amor
por nosotros, y
quiso prepararnos una Redención copiosa de
demostraciones, de
expiaciones, de ejemplos admirables y de
inobjetables
argumentos y pruebas de su ternísimo amor. ¿Y
qué corazón es el
nuestro si somos insensibles a un amor que
para convencernos y
atraernos se quiso manifestar a nosotros
con las pruebas de
penas tan inauditas como continuas? ***
Ah, una de las
causas de nuestra dureza e insensibilidad es
precisamente el
imperdonable descuido en meditar y
considerar
cotidianamente la Pasión adorable de Nuestro
Sumo Bien. Jesús no
se cansó de sufrir y agonizar treinta y
cuatro años, en su
alma y en su cuerpo, por nosotros. Y
nosotros, ¿nos
cansamos en dirigir, por lo menos media hora al
día, la mirada del
alma a meditar penas tan inefables y por
amor a nosotros
sufridas por el Hijo de Dios hecho Hombre,
por el Santo de los
Santos, por el Impecable, que por nosotros
se hizo pecado,
esto es, víctima de todos los pecados?
Pero otro extremo
de tan infinito amor debemos considerar
en la dolorosa e
ignominiosa Pasión de Nuestro Señor
Jesucristo. Un
extremo que es como el golpe decisivo para
destrozar la
frialdad y dureza de nuestro corazón y
encadenarlo todo al
amor del Eterno Divino Amante de las
almas; extremo que
si no sirve para conmovernos, servirá para
hacernos reos de la
más culpable crueldad, y para
precipitarnos por
el camino de la perdición. Este extremo, sí, es
considerar que todo
lo que Jesucristo Nuestro Señor sufrió por
amor y salvación de
todas las generaciones humanas, es decir,
por un número
interminable de almas, lo sufrió igualmente por
cada alma en
particular. Es decir, que si en el mundo no
hubiera existido
sino una sola alma, por aquella alma sola
Nuestro Señor Jesucristo
habría hecho y sufrido cuanto hizo y
sufrió por la
redención de todo el género humano. O sea, oh
lector o lectora
míos, que si en el mundo no hubiera existido
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sino sólo tu alma
que salvar, por ti sola el Hijo de Dios habría
bajado del Cielo a
la tierra, se habría encarnado tomando un
cuerpo pasible,
habría sufrido treinta y cuatro años, sin un solo
instante de tregua,
en el alma y en el cuerpo; se habría
entregado por ti
sola en manos de los mismos sufrimientos, de
los mismos
ultrajes, de las agonías, de los flagelos, de las
espinas, de la
misma Cruz y de la misma muerte... ¡Sí, así es!
Pues es verdad que
Nuestro Señor Jesucristo ama tanto a un
alma cuanto ama a todas
las almas presentes, pasadas y
futuras, juntamente
tomadas.
¿Quién podrá
permanecer indiferente ante esta Caridad
Infinita?
El alma que
contempla la dolorosa e ignominiosa Pasión del
Redentor Divino,
debe contemplarla con esta consideración;
debe decir: Por mí,
Jesús sufrió treinta y cuatro años; por mí
sudó Sangre en el
Huerto, por mí se hizo capturar, por mí se
hizo conducir a los
injustos tribunales, por mí soportó
ignominias, golpes,
escupitinas, empellones; por mí se hizo
flagelar, coronar
de espinas, condenar a muerte; por mí subió
al Calvario, se
hizo crucificar, agonizó tres horas, sufrió la sed,
la hiel, el
vinagre, el abandono; por mí por amor a mí, murió
sumergido en un
abismo de sufrimientos...
¡Qué ingratitud!
Olvidarse de Jesús sufriente; esto es, de
cuanto sufrió por
amor a nosotros, que no somos más que
vilísimos gusanos.
¿Qué, acaso Él tenía necesidad de
nosotros? ¡Ah! ¡Él,
que sin criatura alguna habría sido, por
virtud de su misma
Divinidad, eterna e infinitamente feliz, como
lo es!
Una Comparación
La enorme
ingratitud del hombre que no corresponde amor
por amor y se
olvida de cuanto por él ha sufrido el Sumo y
Eterno Amante, se
demuestra con esta comparación,
propuesta por el
gran Doctor de la Iglesia, San Alfonso M. De
Ligorio, y que yo
quiero reproducir aquí, ampliándola:
Un esclavo, por sus
delitos fue condenado a muerte por un
rey. Puesto en la
cárcel, entre cadenas esperaba temblando el
momento de ser
conducido al patíbulo. Pero el rey tenía un hijo
único que era toda
su delicia. Este joven príncipe, por una
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bondad
incomparable, tiempo hacía que había nutrido un gran
afecto, junto con
una gran compasión, por aquel mísero
esclavo. Habiendo
conocido el estado infeliz en que aquel se
encontraba, ya
próximo a ser ajusticiado, fue invadido por tal
dolor, por tan
tierno y piadoso amor, que presentándose ante
su padre y
arrojándose a sus pies, con lágrimas y suspiros le
suplicó que
perdonara al mísero esclavo y que revocara la
terrible sentencia.
El padre, que amaba intensamente a aquel
su único hijo, fue
presa también él de un profundo e inaudito
dolor en lo más
íntimo de su corazón, y dirigiéndose a su hijo le
dijo: "Oh hijo
mío y delicia de mi corazón, grande es mi pena
por haber sido
obligado a condenar a muerte a aquel culpable
esclavo, y tú bien
conoces las inevitables exigencias de mi
tremenda justicia.
Tú sabes que Yo no puedo, sin gran
deshonor mío,
dispensarme de exigir una satisfacción digna de
mi majestad
ultrajada; y la satisfacción puede venirme solo de
la muerte del
culpable, pues se necesita que mi justicia sea
satisfecha."
"Padre mío
amantísimo, replicó el joven príncipe, es tiempo
ya de que yo os
manifieste que mi amor por este esclavo es tal
y tanto que yo no
puedo resistir ante el solo pensamiento de su
condena; por tanto,
oh padre mío, ya que vuestra justicia no
puede revocar la
terrible sentencia, os pido una gracia, pero
vos, padre mío,
prometedme que me la concederéis." "Hijo
mío, agregó el rey,
yo empeño mi palabra de que, mientras no
me pidas algo que
pueda lesionar mi justicia, cualquier otra
gracia te la
concederé." Empeñada así la palabra del padre, el
hijo, rompiendo en
lágrimas de amor le dijo: "Padre mío, padre
y señor mío,
aceptad otra víctima y dejad libre al esclavo..."
"¿Otra
víctima?" exclamó el padre, "Oh hijo mío amadísimo,
para poder Yo
aceptar otra víctima en lugar del culpable, ésta
debería ser no otro
esclavo, no un ser cualquiera, sino una
víctima digna de mi
majestad ofendida, uno igual a mí. ¿Y
dónde encontrar a
esta tal víctima?" "Heme aquí, heme aquí
padre, esta víctima
soy yo", respondió el hijo. "Ecce ego, mitte
me (Is. 6, 8).
¡Mandadme a mí, mandadme a mí a la muerte!
¡Muera yo y viva el
esclavo! ¡Ésta es la gracia que os pido y
que habéis empeñado
vuestra palabra en concedérmela!". Oh
momento tremendo...
El rey no puede retirar su palabra... Su
justicia no puede
evitar el tener una satisfacción... Y queda
obligado a aceptar
el cambio... y lo acepta. Pero el generoso
hijo no está aún
satisfecho, y le pide a su padre otra gracia
más y le dice:
"Padre mío, en este momento no podéis
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negarme nada, yo os
suplico que al esclavo culpable no solo lo
perdonéis de
corazón, sino que además lo toméis y lo recibáis
como hijo en lugar
mío, y lo hagáis partícipe en todos los
bienes de vuestro
reino y heredero de los mismos." ¡El rey y
padre está vencido!
Traspasado por el dolor y profundamente
conmovido concede
todo al hijo... El cual inmediatamente,
despidiéndose de su
padre y rey, se encamina a la prisión del
esclavo, hace abrir
la puerta, quita de sus manos las cadenas
al culpable, lo
besa tiernamente, lo estrecha a su noble
corazón con un
fuerte abrazo, y llorando le dice: "¡Oh esclavo,
mira cuánto te he
amado! Eres ya libre, eres el nuevo hijo y el
heredero del rey,
mi padre, el cual te acogerá en su seno como
a mi misma persona,
pero yo voy a morir en lugar tuyo para
satisfacer la
justicia de mi padre y rey. ¡Adiós, hermano mío
amado, hijo de mi
dolor y de mi muerte...!¿Ves cuánto te amo?
¡Tú pecaste y yo pago
por ti! ¡Antes de morir sufriré, según la
ley del reino, mil
torturas, que debías sufrir tú, y luego seré
llevado al
patíbulo! Pero una sola cosa te pido: Que no te
olvides de cuánto
te amé y de cuánto por ti voy a sufrir. No me
seas ingrato y me
desconozcas, prométeme que te recordarás
siempre de las
torturas y de los tormentos a cuyo encuentro
voy por amor a ti,
y de la muerte ignominiosa que voy por ti
solo a sufrir...
¿me lo prometes?".
En este punto
considera, oh lector mío, cuál habría sido tu
respuesta si tú te
hubieras encontrado en el lugar de aquel
esclavo culpable...
Seguramente que
arrojándote a los pies de tan enamorado
príncipe, en medio
de un diluvio de lágrimas le hubieras dicho:
"Oh generoso e
inapreciable príncipe! ¡Ah nobilísimo corazón,
rico de inefable
bondad y caridad! ¿Qué habéis encontrado en
mí para amarme
hasta este exceso? Yo he pecado. Yo,
miserable esclavo
que nada valgo... seré libre, seré hijo del
gran rey, partícipe
de los bienes de su reino, su heredero... ¡Mi
infelicidad será
cambiada en una suerte tan inmensamente
grande que no
podría ni soñarla! ¡Y todo esto sólo porque vos
os habéis ofrecido
a sufrir y a morir por mí, oh generosísimo
amante mío! Y ahora
vos, en este momento en que os
encamináis al
encuentro de los tormentos y de la muerte en el
patíbulo por amor
mío, me pedís de favor que yo no olvide
vuestros dolores y
vuestra muerte, ni el amor con el que, para
hacerme feliz los
abrazáis. Ah mi ternísimo amante, ¿cómo
podré jamás
olvidarlos? ¡No, no! ¡Desde este momento mi vida
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no será sino una
vida de lágrimas, pensando en cuánto habéis
sufrido y la muerte
que habéis encontrado por amor mío! ¡Os
prometo, os juro
que recorreré todos los días el mismo camino
por el que ahora
vais a morir, me postraré sobre vuestra
tumba, y ahí
pensaré en vuestro amor, en las ternuras para mí
de vuestro
nobilísimo corazón, tendré continuamente en mi
pensamiento las
torturas que, por el riguroso decreto real, me
correspondía
sufrir, y que vos las habéis querido sufrir en lugar
mío! Meditaré
continuamente en la agonía mortal, en la muerte
lenta e ignominiosa
que os será dada ante todo el pueblo. Y
quiero tanto llorar
y amaros que querré morir de dolor sobre
vuestra
tumba".
Mi querido lector,
mi devota lectora, vosotros habéis ya
comprendido todo el
significado de esta comparación, la cual,
por cuanto
conmovedora sea, está aun inmensamente lejana
de poder
representar los extremos de amor del Hijo Eterno de
Dios por el hombre.
Y no sólo por toda la humanidad, sino por
cada alma en
particular.
Cada uno de
nosotros es ese esclavo culpable ante Dios,
que es el Rey del
Cielo y de la tierra; esclavo digno y
merecedor de eterna
muerte y eternos tormentos... El Hijo
Unigénito de Dios,
delicia eterna del Eterno Padre, lleno de
amor infinito e
incomprensible por este esclavo, se presentó al
Padre y le dijo:
"Padre mío, tu Divina Justicia exige una víctima
digna de Ti para
poder liberar a este mísero esclavo. Nadie
podrá jamás darte
tan digna satisfacción, excepto Yo. ¡Pues
bien... Muera Yo y
viva el esclavo! "Ecce ego, mitte me".
"Heme aquí
envíame a la tierra, fórmame un cuerpo pasible, en
el cual yo pueda
experimentar los más atroces, los más
inauditos tormentos
y la muerte más dolorosa e ignominiosa
por amor de este
esclavo”. Quiero ponerme enteramente en su
lugar, me haré Yo
el esclavo, me haré encadenar, me haré
arrastrar a los
tribunales, me someteré al juicio de inicuos
jueces; de inocente
pasaré a ser declarado reo y malhechor;
pues quiero
demostrar a este mísero esclavo hasta dónde llega
mi amor por él. Y
con tal de que él sea libre y feliz, Yo me haré
ultrajar, golpear,
maldecir; me haré el oprobio, el vituperio de
todos; seré
semejante a un gusano que todos pisotean; pero te
suplico, oh Padre
mío, que el esclavo, siempre y cuando te sea
fiel y agradecido,
entre en tu Gracia como mi misma Persona,
que Tú lo ames como
me amas a Mí mismo, que él sea hijo
adoptivo, que todos
nuestros bienes eternos se los participes
13
en vida y después
de la muerte; que por los méritos de mi
muerte en cruz, él
sea enriquecido de gracias, sea confortado
en sus penas, le
sean aliviados los indispensables dolores de
la vida, le sirva
de mérito eterno la misma necesaria penitencia
por el pecado;
tenga, en el final de su vida, una muerte
tranquila y
preciosa, y, de ahí, venga a reinar con Nosotros
eternamente en
nuestro mismo gozo."
Y así, o bastante
mejor que así, habló el Verbo Divino a su
Padre. Y el Padre,
encendido de un igual amor por el mísero
esclavo culpable
que soy yo, que eres tú, oh lector o lectora
míos, le concedió
todo lo que con lágrimas, suspiros y
clamores le pidió.
Como dice el Apóstol: "Oró con lágrimas y
clamor válido, y
fue escuchado con reverencia”. (Hebreos 5, 7).
Y así sucedió que
por este mísero esclavo rebelde, el Santo
de los Santos, el
Impecable, el Inocentísimo, el Cordero
Inmaculado, se dio
a toda clase de sufrimientos y vivió treinta y
cuatro años ahogado
en inefables penas, nunca interrumpidas
ni por un solo
instante, penas en el alma y en el cuerpo, y que
luego todas se
reunieron en su tremenda Pasión desde la tarde
del Jueves hasta el
Viernes Santo, en el que expiró como el
más abyecto y el
más nefando de los culpables, sobre el
patíbulo, entonces
infame, de la Cruz.
¡Oh hombre! ¿Cómo
podrás tú olvidar cuánto te amó y
cuánto sufrió y
soportó tu Divino Eterno Amante? ¿No eres tú,
no soy yo, más duro
que el granito y más cruel que la más
feroz bestia si
olvidamos lo que Jesucristo, sumo Bien, padeció
por nuestro amor?
Considera, oh alma cristiana, que Jesús
yendo a morir y a
sufrir por ti, te haya dicho como aquel joven
príncipe de la
misteriosa narración: "Oh hijito mío, alma que Yo
voy a redimirte
derramando toda mi Sangre; esta
correspondencia y
esta compensación de amor te pido: Que no
olvides cuánto
habré sufrido por amor tuyo. Recuérdate a
menudo de los
dolores, de las heridas y de las llagas de mi
cuerpo santísimo, a
que me someteré. Recuérdate que para
arrancarte de la
muerte eterna venceré una tal lucha con la
humana repugnancia
al sufrir y al morir que agonizaré y sudaré
sangre. ¡Ah,
recuérdate de cuánto me cuestas! Recuérdate de
cómo, por amor tuyo,
presentaré mi adorable rostro a los
golpes, a las
escupitinas, a los crueles tirones de mi barba, a
los puñetazos; mira
esta corona de espinas que me traspasará
la cabeza con penas
tales que ni criatura humana ni angélica
14
comprenderá
jamás... Pero he aquí que ya me condenan a
muerte, como
indigno ya de vivir; he aquí que me cargan con la
pesada cruz; adiós,
hijito mío amado, delicia de mi corazón, no
más esclavo, sino
heredero de mi reino, adiós..., otros
tormentos más
atroces me esperan, seré extendido
horriblemente y
clavado a un madero en cruz, estaré tres horas
en una agonía tan
terrible, tan desprovisto de todo socorro, tan
abandonado por
todos, hasta por mi Padre, tan miserable y
oprimido en el alma
y en el cuerpo... que estas tres horas no
serán tres horas,
sino tres siglos de dolores. Todo, todo lo voy
a sufrir por ti,
por amor tuyo. ¡Pero no me seas tan ingrato que
olvides mi sufrir y
mi morir! Yo recorreré contento la vía
dolorosa, llevaré
contento la cruz, contento abrazaré las
terribles agonías
que me esperan, me será ligera la
ignominiosa y
amarguísima muerte, con tal de que tú me
prometas que no
olvidarás mi sufrir ni mi morir, ni el amor
infinito con el
que, por ti, tanto a uno como a otro me
someteré".
¡Alma! ¿Qué cosa
habrías respondido tú en aquel momento
a tu Dios, a tu
Divino y amorosísimo Redentor?
Jesucristo,
verdadero Hombre y verdadero Dios, tuvo todo
presente. El vio la
frialdad e indiferencia inexcusables de
quienes nunca, o
casi nunca, meditan en su adorabilísima
pasión y muerte, y
también tuvo presente el piadoso y santo
fervor de aquellas
almas que de esta salutífera y obligada
meditación hacen su
alimento cotidiano. Subió al calvario con
el corazón desolado
por los primeros y experimentó un
consuelo por la
fidelidad y el amor de las segundas. ¿Y qué
cosa vio Él de ti,
oh mi lector, oh mi lectora? ¿Eres tú el
esclavo redimido
con tantas penas, que olvidas quién te
redimió y lo que
por ti sufrió tu Redentor, para pasarla distraído
entre bagatelas y
vanidades del mundo, y renuevas al amante
de las almas todos
sus padecimientos y su atrocísima muerte
con tus pecados y
con tu ingratitud y olvido?
¡Ah, meditemos,
meditemos diariamente en la pasión
adorable del
amantísimo Redentor nuestro Jesús! "¡No nos
cansemos de meditar
en lo que Jesucristo no se cansó de
soportar por
nosotros!”
La meditación de la
Pasión Santísima de nuestro Señor
Jesucristo produce
bienes inestimables en quien la hace
15
diariamente. Esta
meditación enciende el alma de amor y
gratitud; produce
la verdadera y perfecta contrición de los
pecados, esto es,
el arrepentimiento no por temor a los
castigos,
temporales o eternos, sino por el motivo del puro
amor a Dios;
desapega de las cosas terrenas; aleja el pecado,
el cual no puede
subsistir con esta santa meditación; mortifica
sin violencia y por
vía de amor las pasiones; purifica el espíritu;
infunde la ciencia
y la sabiduría, suscita grandes deseos de
perfección;
fortifica al alma en el sufrimiento; aumenta de día
en día la gracia
santificante; acelera la perfecta unión con
Dios... "¡Oh
hombre –exclama San Buenaventura -, ¿quieres
siempre crecer de
virtud en virtud, de gracia en gracia? ¡Medita
diariamente la
pasión del Redentor!" El alma que medita con
amor diariamente la
pasión de nuestro adorable Redentor y
Sumo Bien de
nuestros corazones, y que la medita, se puede
decir, en compañía
de Jesús penante, Jesús la asiste, la
transporta, la
llena de compunción, la compenetra, la ilumina,
la inflama, y
frecuentemente le comunica el don tan precioso
de las lágrimas,
ese don que es una de las ocho
bienaventuranzas en
esta tierra, pues nuestro Señor Jesucristo
dijo:
"Bienaventurados los que lloran”.
Y oh, cuántas almas
elegidas, meditando cotidianamente en
las dolorosas
escenas de la pasión, finalmente, de las arideces
han pasado a la
profunda conmoción de los sollozos, del llanto
y de los suspiros.
Quiera también a nosotros el Sumo Bien
darnos tan grande
gracia, dándonos la santa perseverancia en
esta amorosa
meditación.
Leemos de un San
Francisco de Asís que por el tanto llorar
sobre la pasión de
nuestro Señor se quedó ciego. El profeta
Zacarías, como si
tuviera presente todas las lágrimas que
habrían derramado
en el tiempo del cristianismo las almas
amantes de
Jesucristo sobre sus penas, y todos los lamentos
que habrían
elevado, dijo: "¡Y se llorará sobre Él como suelen
llorar las madres,
las muertes de sus unigénitos!" (Zac. 12, 10).
Yo no sé si entre
los signos de predestinación a la vida
eterna haya alguno
mayor que éste; por eso el apóstol dijo que
si compadecíamos a
Jesucristo, seríamos con Él glorificados. Y
si ahora lloramos y
nos interesamos por los padecimientos, por
las ignominias, por
las angustias sufridas por Jesucristo por
amor nuestro, es
muy justo que un día participemos también de
su gozo y de su
eterna felicidad.
16
Otro gran provecho
de meditar diariamente en la pasión de
nuestro Señor
Jesucristo es el del más eficaz medio que se
adquiere para
obtener toda gracia del Eterno Padre. Quien se
familiariza con los
misterios de la pasión de nuestro Señor, los
cuales son
innumerables, adquiere como un derecho de
presentarse ante el
Divino Padre y pedirle todo lo que quiera.
Fue esta también
una revelación de nuestro Señor Jesucristo a
Santa Gertrudis:
"Mi Padre –le dijo- , no puede negar nada que
se le pida en
virtud de mi pasión”. Y no debemos olvidarnos
que el objeto
principal de nuestro Señor Jesucristo en su
inmenso sufrir y
humillarse fue el amor, la obediencia y el celo
hacia su Eterno
Padre. Y por eso, Él mismo en el evangelio
nos dejó dicho:
"Hasta ahora habéis pedido y no habéis
obtenido, porque no
habéis pedido en mi nombre, y Yo ahora
en verdad os digo
que todo lo que pidiereis al Padre en mi
nombre, todo se os
concederá, y vuestro gozo será pleno”. ¿Y
en dónde esta
petición hecha al Eterno Padre por los méritos
de la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo tiene su
mayor eficacia? Sí,
en el gran sacrificio de la Santa Misa, en el
cual se renueva, si
bien de manera incruenta e impasible, el
misterio del
Gólgota. ¿Y qué cosa es la Santísima Eucaristía si
no el memorial
continuo de la pasión y muerte de nuestro
Señor Jesucristo?
Precisamente por esto, nuestro Señor la
instituyó la tarde
del Jueves Santo, mientras sus enemigos
preparaban sus
padecimientos y su muerte, y, al instituirla
como exceso de su
infinito amor por el hombre, dijo: "Tomad y
comed , esto es mi
cuerpo, que por vosotros será entregado a
los flagelos y a la
muerte. Tomad y bebed, esto es mi sangre,
la sangre del nuevo
y eterno testamento, que será derramada
por vosotros y por
muchos en remisión de los pecados. Esto
que Yo he hecho,
hacedlo en memoria mía”. Y con esto dicho,
¿quién puede
separar la pasión de nuestro Señor de la
Santísima
Eucaristía, o ésta de aquella?
Y he aquí otro gran
e inmenso provecho de la cotidiana
meditación de la
pasión y muerte del Divino Redentor, el cual
es el crecer en el
conocimiento, en el amor y en el
acercamiento al
Santísimo Sacramento del altar. De los pies de
Jesús crucificado
se va a los pies del Sacramento, donde se
adora, se ama y se
pasa a la unión más íntima que pueda
haber entre el alma
y Dios mediante la santísima comunión
eucarística.
Ninguno que se acerque a recibir la Santa
Comunión debe
descuidar dedicar media hora de meditación
sobre los
sufrimientos de nuestro Señor Jesucristo.
17
Especialmente las
almas que tienen el gran bien de acercarse
diariamente a la
mesa de los ángeles, deben antes dedicarse a
meditar cualquier
pasaje de la pasión de Nuestro Señor. El
doctor de la
Iglesia, San Alfonso, expresa este concepto
cuando comienza la
preparación de la Santa Comunión en sus
"Obras
Espirituales" con aquellas palabras del sagrado Cantar:
"He aquí que
Él viene por los montes, superando las colinas”. Y
explica: Oh mi
Divino Redentor Jesús, cuántos collados
difíciles y ásperos
habéis debido superar, etc.
Quien descuida la
santa meditación de la adorable pasión de
nuestro Señor
Jesucristo nunca hará una comunión fervorosa,
ni sacará nunca
verdadero provecho de ella.
Lector o lectora
mía, la meditación cotidiana de los
padecimientos y de
la muerte de nuestro Señor Jesucristo,
mientras en
nosotros produce los citados provechos, y mil otros
que yo, mísero no
sé decir, otro bien inmenso produce, y del
cual gran aprecio
hemos de tener: ¡Ella nos une a la
compasión de la más
pura, de la más Santa entre las criaturas,
de la Santísima
Virgen María, de la Madre misma del Verbo
Divino hecho
Hombre!
¡Oh! Qué otro
misterio de amor y de dolor hay aquí, y que el
cristiano no debe
jamás olvidar: ¡María Santísima Dolorosa,
desolada, Reina de
los mártires, copartícipe de todas las penas
del Redentor
Divino! ¡María Santísima Corredentora del género
humano en unión con
el Hombre Dios!
Los dolores de la
gran Madre de Dios menos se pueden
comprender y
penetrar por quien no los medita diariamente,
pues éstos no
tienen nada de corporal y visible, sino que todas
son penas
interiores, desolaciones íntimas, proporcionadas al
amor incomprensible
de esta gran Madre de Jesucristo, su
Dios y su Hijo...
Aquí los extremos son también ellos excesivos,
tanto por la
sensibilidad delicadísima y materna de la Santísima
Virgen, que por
cuanto era inmaculada, purísima, santísima y
sapientísima, tanto
más era susceptible de penas interiores,
como por la medida
del amor por Jesús, que en María era
inconmensurable,
tanto, que superaba al ardor de todos los
serafines, y
también por el conocimiento de la infinita majestad
y dignidad de
Jesucristo, a quien Ella veía tan
ignominiosamente
ultrajado y pisoteado como un gusano. Y
también por la
inmensidad de su caridad por el género humano
18
y por cada alma en
particular, puesto que por cada alma
entregaba con pleno
consentimiento de su voluntad a su Divino
Hijo a los dolores,
a los oprobios, a la muerte... y también
conocía y ponderaba
la pérdida de tantas almas.
Solo ella
comprendió y dividió las penas interiores y las
agonías del corazón
santísimo de Jesús, desde la Encarnación
hasta la muerte, y
todas las sufrió, bebiendo hasta las heces el
cáliz doloroso. Y
de esta manera el martirio de la Santísima
Virgen, como dicen
los autores sagrados, empezó en el
momento de la
Encarnación y continuó siempre creciendo
hasta la muerte del
Redentor Divino; y desde ésta hasta la
Resurrección de
Jesucristo nuestro Señor tenemos lo que se
llama desolación de
la santísima Virgen, que es el mayor de
sus insuperables
dolores; y después del misterio de la
Resurrección
tenemos un periodo de penas sensibilísimas de
la Inmaculada
Señora, que es precisamente la gran escuela
abierta a todas las
almas amantes de Jesucristo acerca de la
obligación y del
modo de meditar la pasión de Jesucristo
bendito. Periodo
éste que duró todo el tiempo restante de la
vida mortal de la
Santísima Virgen María, que según unos fue
de doce años, según
otros, de dieciséis, y según otros de
veintiún años.
Durante todo este tiempo la Santísima Virgen no
hizo sino repasar
día y noche en su alma santísima y uno por
uno todos los
padecimientos de nuestro Señor Jesucristo en el
modo más íntimo que
sólo Ella podía recordar y penetrar, tanto
los padecimientos
que Jesús soportó en su Santísima
Humanidad como las
ignominias y los ultrajes a los que se
quiso someter, como
también las penas aun más tremendas de
su divino corazón y
de su alma. La Santísima Virgen, al
recordar estos
divinos padecimientos, los renovaba todos
dentro de Ella
misma con tanto dolor y con tanta pena que por
ello habría podido
morir a cada momento si la virtud divina no
la hubiese
continuamente sostenido, como la sostuvo con un
continuo milagro
durante la pasión de Nuestro Señor, en la cual
no una sino
innumerables veces habría muerto de puro dolor.
Durante el tiempo
que vivió en Jerusalén, Ella visitaba todos
los lugares en los
que su Divino Hijo padeció por nosotros, y en
modo particular
recorría personalmente, con profundas y
dolorosas
contemplaciones, la vía de la cruz, comenzando
desde el palacio de
Pilatos, donde Nuestro Señor fue
condenado a muerte,
y siguiendo hasta el calvario. ¡De aquí
nació el piadoso
ejercicio del vía crucis, que es una de las más
santas devociones
de la Iglesia!
19
¡Así que, la
escuela de la meditación de la pasión y muerte
de nuestro Señor
Jesucristo la encontramos en María Dolorosa
y desolada! Oh,
bienaventurada el alma que se está todo su
tiempo pensando
entre Jesús y María, compadeciendo ora al
Hijo ora a la
Madre, ora llorando con Una, ora con Otro, ora
representándose las
escenas del huerto, de la captura, de los
tribunales, de los
flagelos, de las espinas, de la condena, del
camino al calvario,
de la crucifixión, de las tres horas de
agonía, de la sed,
del abandono, y luego dirigiendo los ojos del
alma a toda la
parte que tuvo en tales misterios de amor y de
dolor la Madre de
Dios, la más afligida de las madres, la cual
sufrió con
Jesucristo, si bien en un modo todo espiritual, y por
eso más doloroso,
el huerto, la captura, los ultrajes, los
flagelos, las
espinas, el camino al calvario, los clavos, la agonía
de la cruz y la
misma amarguísima muerte...
Bienaventurada el
alma que, internándose en los Corazones
Santísimos de Jesús
y de María, entrevé, por cuanto es
posible, el abismo
de las penas interiores; y en las olas
tempestuosas de
esta contrición tan grande como un mar sin
playas, mezcla
afanosamente sus lágrimas de amor, extraídas
por la cotidiana
contemplación de las penas de Jesús y de
María.
+ + +
Sumergiéndonos en la
Pasión de nuestro Señor
Ahora pasemos a las
palabras de Nuestro Señor Jesucristo, expresadas a través de sus escritos,
para ver la importancia que estas horas contienen:
2-69
Septiembre 2, 1899
“Hija mía, ten siempre
ante tu mente la luz de mi Pasión,
porque al ver mis acerbísimas
penas, las tuyas te parecerán
pequeñas, y al
considerar la causa por la que sufrí tantos
dolores inmensos, que
fue el pecado, los más pequeños
defectos te parecerán
graves. En cambio, si no te miras en Mí,
las más pequeñas penas
te parecerán pesadas y los defectos
graves los tomarás
como cosa de nada”. Y ha desaparecido.
20
4-106
Febrero 8, 1902
Esta mañana, al venir
mi adorable Jesús me ha participado
parte de su Pasión.
Ahora, mientras me encontraba sufriendo,
el Señor para
aliviarme me ha dicho:
“Hija mía, el primer
significado de la Pasión contiene gloria,
alabanza, honor,
agradecimiento, reparación a la Divinidad. El
segundo es la
salvación de las almas y todas las gracias que
se necesitan para
obtener esta finalidad. Entonces, quien
participa en las penas
de mi Pasión, su vida contiene estos
mismos significados,
no sólo, sino que toma la misma forma de
mi Humanidad, y como
dicha Humanidad está unida con la
Divinidad, también el
alma que participa en mis penas está en
contacto con la
Divinidad y puede obtener lo que quiere. Es
más, sus penas son
como llaves para abrir los tesoros divinos,
esto mientras vive acá
abajo, y después allá en el Cielo
también le está
reservada una gloria distinta que le es dada por
mi Humanidad y
Divinidad, en modo de semejarse a mi misma
luz y gloria, y será
una gloria más especial para toda la corte
celestial, que le será
dada por medio de esta alma, por lo que
Yo le he comunicado,
porque por cuantas más almas se han
semejado a Mí en las
penas, tanto más de dentro de la
Divinidad saldrá luz y
gloria, y toda la corte celestial participará
de esta gloria”.
Sea siempre bendito el
Señor, y todo sea para su gloria y
honor.
6-40
Mayo 30, 1904
“Hija mía, cuánta
ruina hace en el alma la soberbia, basta
decirte que forma un
muro de división entre la criatura y Dios, y
de imágenes mías las
transforma en demonios. Y además, si
tanto te duele y te
desagrada que las criaturas sean tan ciegas
que ellas mismas no
entiendan ni vean el precipicio en el cual
se encuentran, y tanto
deseas que Yo las ayude, mi Pasión
sirve como vestido al
hombre, que le cubre las más grandes
miserias, lo embellece
y le restituye todo el bien que por el
pecado se había
quitado y había perdido, por lo cual Yo te
hago don de mi Pasión,
a fin de que te sirva a ti y para quien
quieras tú”.
21
6-116
Junio 5, 1905
…“Hija mía, las
cruces, las mortificaciones, son otras tantas
fuentes bautismales, y
cualquier especie de cruz que está
empapada en el
pensamiento de mi Pasión, pierde la mitad de
la aspereza y
disminuye la mitad del peso”.
7-63
Noviembre 9, 1906
…“Hija mía, me es tan
querido quien siempre va pensando
en mi Pasión, y siente
desagrado y me compadece, que me
siento como retribuido
por todo lo que sufrí en el curso de mi
Pasión, y el alma
rumiándola siempre, viene a formar un
alimento continuo, en
el que hay tantos diversos condimentos y
sabores que producen
diversos efectos. Así que si en el curso
de mi Pasión me dieron
cadenas y cuerdas para atarme, el
alma me desata y me da
la libertad; aquellos me despreciaron,
me escupieron y me
deshonraban, ella me aprecia, me limpia
de esas escupitinas y
me honra; aquellos me desnudaron y me
flagelaron, ella me
cura y me viste; aquellos me coronaron de
espinas tratándome
como rey de burla, me amargaron la boca
con hiel y me
crucificaron, el alma rumiando todas mis penas
me corona de gloria y
me honra como su Rey, me llena la boca
de dulzura dándome el
alimento más exquisito como es el
recuerdo de mis mismas
obras, y desclavándome de la cruz
me hace resucitar en
su corazón, dándole Yo por recompensa,
cada vez que hace
esto, una nueva vida de gracia, así que ella
es mi alimento y Yo me
hago su alimento continuo. Así que la
cosa que más me agrada
es que el alma piense siempre en mi
Pasión”.
7-76
Enero 13, 1907
“Hija mía, cuánto amo
a las almas, mira: La naturaleza
humana estaba
corrompida, humillada, sin esperanza de gloria
y de resurgimiento, y
Yo quise sufrir todas las humillaciones en
mi Humanidad,
especialmente quise ser desnudado, flagelado
y que a pedazos cayeran
mis carnes bajo los azotes, casi
deshaciendo mi
Humanidad para rehacer la humanidad de las
criaturas, y hacerla
resurgir llena de vida, de honor y de gloria a
22
la vida eterna. ¿Qué
otra cosa podía hacer y que no haya
hecho?”
11-50
Marzo 24, 1913
…“Hija mía, a mi
querida Mamá nunca se le escapó el
pensamiento de mi
Pasión, y a fuerza de repetirla se llenó toda,
toda de Mí. Así sucede
al alma, a fuerza de repetir lo que Yo
sufrí viene a llenarse
de Mí”.
11-52
Abril 10, 1913
“Hija mía, quien
piensa siempre en mi Pasión forma en su
corazón una fuente, y
por cuanto más piensa en ella, tanto más
esta fuente se
agranda, y como las aguas que brotan son
aguas comunes a todos,
así esta fuente de mi Pasión que se
forma en el corazón
sirve para bien del alma, para gloria mía y
para bien de las
criaturas”.
Y yo: “Dime bien mío,
¿qué cosa darás en recompensa a
aquellos que harán las
horas de la Pasión como Tú me las has
enseñado?”
Y Él: “Hija mía, estas
horas no las consideraré como cosas
vuestras, sino como
hechas por Mí, os daré mis mismos
méritos como si Yo
estuviera sufriendo en acto mi Pasión y los
mismos efectos según
las disposiciones de las almas, esto en
la tierra, premio
mayor no podría darles; luego en el Cielo, a
estas almas me las
pondré de frente, saeteándolas con saetas
de amor y de contentos
por cuantas veces han hecho las horas
de mi Pasión, y ellas
me saetearán a Mí. ¡Qué dulce encanto
será esto para todos
los bienaventurados!”
11-60
Septiembre 6, 1913
…Estaba pensando en
las horas de la Pasión escritas, y en
que como están sin
indulgencias, quien las hace no gana nada,
mientras que hay
tantas oraciones enriquecidas con tantas
indulgencias. Mientras
esto pensaba, mi siempre amable
Jesús, todo benignidad
me ha dicho:
“Hija mía, con las
oraciones indulgenciadas se gana alguna
cosa, en cambio las
horas de mi Pasión, que son mis mismas
oraciones, mis
reparaciones y todo amor, han salido
23
propiamente del fondo
de mi corazón. ¿Has acaso olvidado
cuántas veces me he
unido contigo para hacerlas juntos y he
cambiado los flagelos
en gracias para toda la tierra? Por eso es
tal y tanta mi
complacencia, que en lugar de la indulgencia le
doy al alma un puñado
de amor, que contiene precio
incalculable de
infinito valor, y además, cuando las cosas son
hechas por puro amor,
mi amor encuentra en eso su desahogo,
y no es indiferente
que la criatura dé alivio y desahogo al amor
de su Creador”.
11-80
Octubre, 1914
…Estaba escribiendo
las horas de la Pasión y pensaba entre
mí: “Cuántos
sacrificios para escribir estas benditas horas de la
Pasión, especialmente
por tener que poner en el papel ciertos
actos internos que
sólo entre yo y Jesús han pasado, ¿cuál
será la recompensa que
Él me dará por esto?” Y Jesús
haciéndome oír su voz
tierna y dulce me ha dicho:
“Hija mía, en
recompensa por haber escrito las horas de mi
Pasión, por cada palabra
que has escrito te daré un beso, un
alma”.
Y yo: “Amor mío, esto
a mí, y a aquellos que las harán, ¿qué
les darás?”
Y Jesús: “Si las hacen
junto Conmigo y con mi misma
Voluntad, por cada
palabra que reciten les daré también un
alma, porque toda la
mayor o menor eficacia de estas horas de
mi Pasión está en la
mayor o menor unión que tienen Conmigo,
y haciéndolas con mi
Voluntad, la criatura se esconde en mi
Querer, y actuando mi
Querer puedo hacer todos los bienes
que quiero, aun por
medio de una sola palabra, y esto cada vez
que las hagan”.
En otra ocasión estaba
lamentándome con Jesús, porque
después de tantos
sacrificios para escribir las horas de la
Pasión, eran muy pocas
las almas que las hacían, y entonces
Él me dijo:
“Hija mía, no te
lamentes, aunque fuera sólo una deberías
estar contenta, ¿no
habría sufrido Yo toda mi Pasión aunque
se debiera salvar una
sola alma? Así también tú, jamás se
debe omitir el bien
porque sean pocos los que lo aprovechen,
todo el mal es para
quien no lo aprovecha, y así como mi
Pasión hizo adquirir
el mérito a mi Humanidad como si todos se
salvaran, a pesar de
que no todos se salvan, porque mi
Voluntad era la de
salvarlos a todos, entonces merecí según lo
24
que Yo quería, no
según el provecho que las criaturas harían;
así tú, según que tu
voluntad se haya ensimismado con mi
Voluntad, de querer y
de hacer el bien a todos, así serás
recompensada, todo el
mal es de aquellos que pudiendo no las
hacen, estas horas son
las más preciosas de todas, pues no
son otra cosa que
repetir lo que Yo hice en el curso de mi vida
mortal, y lo que
continúo en el Santísimo Sacramento. Cuando
escucho estas horas de
mi Pasión, escucho mi misma voz, mis
mismas oraciones, veo
mi Voluntad en esa alma, la cual es de
querer el bien de
todos y de reparar por todos, y Yo me siento
transportado a morar
en ella para poder hacer en ella lo que
hace ella misma. ¡Oh,
cuánto quisiera que aunque fuera una
sola por región
hiciera estas horas de mi Pasión!, me oiría a Mí
mismo en cada lugar, y
mi Justicia en estos tiempos tan
grandemente indignada,
quedaría en parte aplacada”.
Agrego que un día
estaba haciendo la hora cuando la Mamá
Celestial dio
sepultura a Jesús, y yo la seguía para hacerle
compañía en su amarga
desolación para compadecerla. No
tenía la costumbre de
hacer esta hora siempre, sólo algunas
veces, y estaba
indecisa si debía hacerla o no, y Jesús bendito,
todo amor y como si me
lo rogara me ha dicho:
“Hija mía, no quiero
que la descuides, la harás por amor mío
en honor de mi Mamá.
Debes saber que cada vez que tú la
haces, mi Mamá se
siente como si estuviera en persona en la
tierra y repetir su
vida, y por lo tanto recibe Ella la gloria y el
amor que me dio a Mí
en la tierra, y Yo siento como si
estuviera de nuevo mi
Mamá en la tierra, sus ternuras
maternas, su amor y
toda la gloria que Ella me dio, por eso te
tendré en
consideración de madre”.
Entonces, abrazándome,
oía que me decía quedo, quedo:
“Mamá mía, mamá”. Y me
sugería lo que hizo y sufrió en esta
hora la dulce Mamá, y
yo la seguía. Desde ese día en adelante
no la he descuidado,
ayudada por su gracia.
11-82
Noviembre 4, 1914
“Hija mía, si tú
supieras la gran complacencia que siento al
verte repetir estas
horas de mi Pasión, y siempre repetirlas, y
de nuevo repetirlas,
quedarías feliz. Es verdad que mis santos
han meditado mi Pasión
y han comprendido cuánto sufrí y se
han deshecho en
lágrimas de compasión, tanto, de sentirse
consumar de amor por
mis penas, pero no lo han hecho así de
continuo y siempre
repetido con este orden, así que puedo
25
decir que tú eres la
primera que me da este gusto tan grande y
especial, y al ir
desmenuzando en ti hora por hora mi Vida y lo
que sufrí, Yo me
siento tan atraído, que hora por hora te voy
dando el alimento y
como contigo el mismo alimento, y hago
junto contigo lo que
haces tú. Debes saber que te
recompensaré
abundantemente con nueva luz y nuevas
gracias, y aun después
de tu muerte, cada vez que sean
hechas por las almas
en la tierra estas horas de mi Pasión, Yo
en el Cielo te cubriré
siempre de nueva luz y gloria”.
11-83
Noviembre 6, 1914
…“Hija mía, el mundo
está en continuo acto de renovar mi
Pasión, y como mi
inmensidad envuelve a todos, dentro y fuera
de las criaturas, por
eso estoy obligado por su contacto a
recibir clavos,
espinas, flagelos, desprecios, escupitajos y todo
lo demás que sufrí en
la Pasión, y aun más. Ahora, quien hace
estas horas de mi
Pasión, a su contacto me siento sacar los
clavos, romper las
espinas, endulzar las llagas, quitar los
salivazos, me siento
cambiar en bien el mal que me hacen los
demás, y Yo, sintiendo
que su contacto no me hace mal, sino
bien, me apoyo siempre
más sobre ella”.
Después de esto,
volviendo el bendito Jesús a hablar de
estas horas de la
Pasión ha dicho:
“Hija mía, has de
saber que con hacer estas horas, el alma
toma mis pensamientos
y los hace suyos, mis reparaciones, las
oraciones, los deseos,
los afectos y aun mis más íntimas fibras
y las hace suyas, y
elevándose entre el Cielo y la tierra hace mi
mismo oficio, y como
corredentora dice junto Conmigo: “Ecce
ego mitte me”, quiero
repararte por todos, responderte por
todos e implorar el
bien para todos”.
11-122
Abril 23, 1916
Continuando mi
habitual estado, mi adorable Jesús se hacía
ver todo circundado de
luz que le salía de dentro de su
Santísima Humanidad,
que lo embellecía en modo tal de
formar una vista
encantadora y raptora, yo quedé sorprendida y
Jesús me dijo:
“Hija mía, cada pena
que sufrí, cada gota de sangre, cada
llaga, oración,
palabra, acción, paso, etc., produjo una luz en
mi Humanidad capaz de
embellecerme en modo tal, de tener
26
raptados a todos los
bienaventurados. Ahora, el alma a cada
pensamiento de mi
Pasión, a cada condolencia, a cada
reparación, etc., que
hace, no hace otra cosa que tomar luz de
mi Humanidad y
embellecerse a mi semejanza, así que un
pensamiento de más de
mi Pasión, será una luz de más que le
llevará un gozo
eterno”.
11-133
Octubre 13, 1916
Estaba haciendo las
horas de la Pasión, y el bendito Jesús
me dijo:
“Hija mía, en el curso
de mi Vida mortal, millones y millones
de ángeles cortejaban
a mi Humanidad y recogían todo lo que
Yo hacía, los pasos,
las obras, las palabras y aun los suspiros,
las penas, las gotas
de sangre, en suma, todo. Eran ángeles
destinados a mi
custodia, a darme honor, obedientes a todas
mis señales, subían y
bajaban del Cielo para llevar al Padre
todo lo que Yo hacía.
Ahora estos ángeles tienen un oficio
especial, y conforme
el alma hace memoria de mi Vida, de mi
Pasión, de mi sangre,
de mis llagas, de mis oraciones, se
ponen en torno a esta
alma y recogen sus palabras, sus
oraciones y
condolencias que me hacen, las lágrimas, los
ofrecimientos, los
unen con los míos y los llevan ante mi
Majestad para
renovarme la gloria de mi misma Vida, es tanta
la complacencia de los
ángeles, que reverentes están en torno
para oír lo que dice
el alma y rezan junto con ella, por eso con
qué atención y respeto
el alma debe hacer estas horas,
pensando que los
ángeles están pendientes de sus labios, para
repetir junto a ella
lo que ella dice”.
Luego ha agregado:
“Ante tantas amarguras que las
criaturas me dan,
estas horas son los pequeños sorbos dulces
que las almas me dan,
pero ante tantos sorbos amargos que
recibo, son demasiado
pocos los dulces, por eso, más difusión,
más difusión”.
11-144
Febrero 2, 1917
Encontrándome en mi
habitual estado, me he encontrado
fuera de mí misma, y
he encontrado a mi siempre amable
Jesús, todo chorreando
sangre, con una horrible corona de
espinas, y con
dificultad me miraba por entre las espinas, y me
dijo:
27
“Hija mía, el mundo se
ha desequilibrado porque ha perdido
el pensamiento de mi
Pasión. En las tinieblas no ha encontrado
la luz de mi Pasión
que lo ilumine, que haciéndole conocer mi
Amor y cuántas penas
me cuestan las almas, pueda reaccionar
y amar a quien
verdaderamente lo ha amado, y la luz de mi
Pasión, guiándolo, lo
ponía en guardia de todos los peligros; en
la debilidad no ha
encontrado la fuerza de mi Pasión que lo
sostenga; en la
impaciencia no ha encontrado el espejo de mi
paciencia que le
infunda la calma, resignación, y ante mi
paciencia,
avergonzándose tenga como un deber dominarse a
sí mismo; en las penas
no ha encontrado el consuelo de las
penas de un Dios, que
sosteniendo las suyas le infunda amor
al sufrir; en el
pecado no ha encontrado mi santidad, que
haciéndole frente le
infunda odio a la culpa. ¡Ah! en todo ha
prevaricado el hombre
porque se ha separado en todo de quien
podía ayudarlo, por
eso el mundo ha perdido el equilibrio, ha
hecho como un niño que
no ha querido conocer más a su
madre, como un
discípulo que desconociendo al maestro no ha
querido escuchar más
sus enseñanzas ni aprender sus
lecciones, ¿qué será
de este niño y de este discípulo? Serán el
dolor de sí mismos y
el terror y el dolor de la sociedad. Tal se
ha hecho el hombre,
terror y dolor, pero dolor sin piedad, ¡ah,
el hombre empeora,
empeora siempre más y Yo lo lloro con
lágrimas de sangre!”
12-10
Mayo 16, 1917
“Hija mía, cada vez
que la criatura se funde en Mí, da a
todas las criaturas el
influjo de Vida Divina, y según tienen
necesidad obtienen su
efecto: Quien es débil siente la fuerza,
quien es obstinada en
la culpa recibe la luz, quien sufre recibe
el consuelo, y así de
todo lo demás”.
Después me he
encontrado fuera de mí misma, me
encontraba en medio de
muchas almas que me hablaban, –
parecía que fueran
almas purgantes y santos–, y nombraban a
una persona conocida
mía, muerta no hacía mucho, y me
decían: “Él se siente
feliz al ver que no hay alma que entre en
el Purgatorio que no
lleve el sello de las horas de la Pasión, y
cortejadas, ayudadas
por estas horas, toma sitio en lugar
seguro; y no hay alma
que vuele al Paraíso que no sea
acompañada por estas
horas de la Pasión; estas horas hacen
llover del Cielo
continuo rocío sobre la tierra, en el Purgatorio y
hasta en el Cielo”. Al
oír esto decía entre mí: “Tal vez mi
28
amado Jesús para
mantener la palabra dada, que por cada
palabra de las horas
de la Pasión daría un alma, no hay alma
que se salve que no se
sirva de estas horas”.
Después he vuelto en
mí misma, y habiendo encontrado a
mi dulce Jesús le he
preguntado si eso era verdad.
Y Él: “Estas horas son
el orden del universo, y ponen en
armonía el Cielo y la
tierra y me disuaden de no destruir al
mundo; siento poner en
circulación mi sangre, mis llagas, mi
amor y todo lo que Yo
hice, y corren sobre todos para salvar a
todos. Y conforme las
almas hacen estas horas de la Pasión,
me siento poner en
camino mi sangre, mis llagas, mis ansias
de salvar las almas, y
me siento repetir mi Vida. ¿Cómo
pueden obtener las
criaturas algún bien si no es por medio de
estas horas? ¿Por qué
lo dudas? La cosa no es tuya, sino mía,
tú has sido el
esforzado y débil instrumento”.
12-55
Julio 12, 1918
Estaba rezando con
cierto temor y ansiedad por un alma
moribunda, y mi amable
Jesús al venir me ha dicho:
“Hija mía, ¿por qué
temes? ¿No sabes tú que por cada
palabra sobre mi
Pasión, pensamiento, compasión, reparación,
recuerdo de mis penas,
tantas vías de comunicación de
electricidad se abren
entre el alma y Yo, y por lo tanto de
tantas variedades de
belleza se va adornando el alma? Ella ha
hecho las horas de mi
Pasión y Yo la recibiré como hija de mi
Pasión, vestida con mi
sangre y adornada con mis llagas. Esta
flor ha crecido en tu
corazón y Yo la bendigo y la recibo en el
mío como una flor
predilecta”.
13-26
Octubre 21, 1921
Estaba pensando en la
Pasión de mi dulce Jesús, entonces
Él, al venir me ha dicho.
“Hija mía, cada vez
que el alma piensa en mi Pasión,
recuerda lo que he
sufrido o me compadece, en ella se
renueva la aplicación
de mis penas, surge mi sangre para
inundarla y mis llagas
se ponen en camino para sanarla si está
llagada, o para
embellecerla si está sana, y todos mis méritos
para enriquecerla. El
negocio que hace es sorprendente, es
como si pusiera en el
banco todo lo que hice y sufrí, y de ello
obtiene el doble,
porque todo lo que hice y sufrí está en
29
continuo acto de darse
al hombre, así como el sol está en
continuo acto de dar
luz y calor a la tierra; mi obrar no está
sujeto a agotarse,
solamente conque el alma lo quiera, y por
cuantas veces lo quiera,
recibe el fruto de mi Vida, así que si
se recuerda veinte,
cien, mil veces de mi Pasión, tantas veces
de más gozará los
efectos de Ella, pero qué pocos son los que
de Ella hacen tesoro.
Con todo el bien de mi Pasión se ven
almas débiles, ciegas,
sordas, mudas, cojas, cadáveres
vivientes que dan
repugnancia, porque mi Pasión ha sido
puesta en el olvido.
Mis penas, mis llagas, mi sangre, son
fuerza que quita las
debilidades, luz que da vista a los ciegos,
lengua que desata las
lenguas y abre el oído, es medio que
endereza a los cojos,
vida que resucita los cadáveres. Todos
los remedios
necesarios a la humanidad están en mi Vida y en
mi Pasión, pero la
criatura desprecia la medicina y no pone
atención a los
remedios, por eso se ve que con toda mi
Redención, el hombre
perece en su estado como afectado por
una tisis incurable.
Pero lo que más me duele es ver a
personas religiosas
que se fatigan para hacer adquisición de
doctrinas, de
especulaciones, de historias, pero de mi Pasión,
nada, así que mi
Pasión muchas veces está desterrada de las
iglesias, de la boca
de los sacerdotes, así que su hablar es sin
luz, y las gentes se
quedan más en ayunas que antes”.
28-4
Marzo 9, 1930
Después de esto estaba
siguiendo mi giro en el Querer
Divino, y ahora me
detenía en un punto, y ahora en algún otro
de lo que había hecho
y padecido mi amado Jesús, y Él, como
herido por sus mismos
actos que yo le ponía alrededor con
decirle: “Amor mío, mi
te amo corre en el tuyo; mira oh Jesús,
cuánto nos has amado,
sin embargo te falta otra cosa por
hacer, no has hecho
todo, te falta darnos el gran don de tu Fiat
Divino como vida en
medio a las criaturas, a fin de que reine y
forme su pueblo;
pronto, oh Jesús, ¿qué esperas? Tus mismas
obras, tus penas,
reclaman el Fiat Voluntas Tua come in Cielo
così in terra”. Pero
mientras esto pensaba, mi dulce Jesús ha
salido de dentro de mi
interior y me ha dicho:
“Hija mía, cuando un
alma recuerda lo que Yo hice y sufrí en
el curso de mi Vida
acá abajo, me siento renovar mi amor, por
lo cual se inflama y
desborda, y el mar de mi amor forma olas
altísimas para
verterse en modo duplicado sobre las criaturas.
Si tú supieras con
cuanto amor te espero cuando giras en mi
30
Querer Divino en cada
uno de mis actos, porque en Él todo lo
que Yo hice y sufrí,
está todo en acto como si realmente lo
estuviese haciendo, y
Yo con todo amor te espero para decirte:
‘Mira hija, esto lo
hice para ti, lo sufrí por ti, ven a reconocer las
propiedades de tu
Jesús, que son también tuyas’. Mi corazón
sufriría si la pequeña
hija de mi Querer Divino no reconociera
todos mis bienes;
tener ocultos nuestros bienes a quien vive en
nuestro Fiat Divino,
sería no tenerla como hija, o bien, no tener
con ella nuestra plena
confianza, lo que no puede ser, porque
nuestra Voluntad nos
la unifica tanto, que lo que es nuestro es
suyo. Así que para
Nosotros sería más bien una pena, y nos
encontraríamos en las
condiciones de un padre riquísimo que
posee muchas
propiedades, y los hijos no saben que el padre
posee tantos bienes,
por lo que no conociéndolos se habitúan
a vivir como pobres, a
tener modos rústicos, ni se preocupan
de vestir noblemente;
¿no sería un dolor para el padre que
tiene ocultas sus
propiedades a estos hijos? Mientras que con
hacerlas conocer
cambiarían hábitos en el vivir, vestir, y
usarían modos nobles
según su condición. Si dolor sería para
un padre terreno,
mucho más para tu Jesús, que es Padre
Celestial. Conforme te
hago conocer lo que he hecho y
padecido, y los bienes
que posee mi Querer Divino, así mi
amor crece hacia ti, y
tu amor crece siempre más hacia Mí, y
mi corazón se alegra
al ver a la pequeña hija nuestra rica de
nuestros mismos
bienes. Por eso tu girar en mi Querer Divino
es un desahogo de mi
amor, y me dispone a hacerte conocer
cosas nuevas y a darte
una leccioncita de más de todo lo que
nos pertenece, y te
dispone a ti a escucharla y a recibir
nuestros dones”.
Para qué meditar la
Pasión de Jesús.
Meditar la PASIÓN DE
JESUS debiera ser un
desbordamiento de
nuestra inteligencia, de nuestro corazón,
para estar siempre
unidos con nuestro amado Jesús y
consolarlo no sólo con
el recuerdo de todo lo que Él sufrió, sino
con el fundirnos en Él
para acompañarlo y hacer nuestras sus
penas. Sin embargo, lo
que más lo consolaría sería que
aprovecháramos al
máximo estos sufrimientos, obteniendo el
fruto completo de su
Redención, pero, ¿cuál es este fruto
completo? S. Ireneo,
nos da la respuesta correcta: «Porque el
Hijo de Dios se hizo
hombre para hacernos Dios» También S.
Atanasio nos deja
delineado nuestro fin: «El Hijo Unigénito de
Dios, queriendo hacernos
participantes de su divinidad, asumió
31
nuestra naturaleza,
para que, habiéndose hecho hombre,
hiciera dioses a los
hombres»
Ésta es, ni más ni
menos, nuestra finalidad, la finalidad que
Dios se trazó desde
toda la eternidad, así que la Redención no
fue únicamente para
"salvarnos", no, la salvación era
simplemente el
principio de la gran obra, principio, no finalidad,
por eso, el consuelo
más grande que podemos darle a Jesús,
no es el recordar su
Pasión, no es el condolernos de Él, sino el
consuelo máximo debe
ser que vea que todo lo que hizo en su
Vida logra su
cometido, o sea unificarnos con Él y que pueda
comunicarnos su propia
"Naturaleza", y nosotros que la
podamos recibir.
De la misma manera que
un padre no estaría satisfecho con
que su hijo solamente
se pasara la vida recordando todo lo que
trabajó, los esfuerzos
que hizo, los sufrimientos y las penurias
para mantenerlo,
alimentarlo, darle educación, etc., pero que
no se hubiera
aprovechado de todo eso para llegar a ser lo que
el padre anheló, de
igual manera Dios con nosotros.
En primer lugar habrá
que analizar la causa de la venida de
Jesús al mundo en
forma «pasible», pues debemos recordar
que Jesús tenía que
venir al mundo aunque no hubiera habido
pecado, para eso fue
creado, y sobre todo tenía que venir para
enseñarnos a vivir de
su Voluntad y dejar sus actos en acto
para que los
pudiéramos tomar.
En el siguiente
capítulo veremos tanto la finalidad de la
creación del hombre,
como el por qué Jesús tuvo que
padecer:
25-34
Marzo 31, 1929
"Pequeña hija de
mi Querer, tú debes saber que son
derechos absolutos de
mi Fiat Divino el tener el primado sobre
cada uno de los actos
de la criatura, y quien le niega el
primado le quita sus
derechos divinos que por justicia le son
debidos, porque es
creador del querer humano. ¿Quién puede
decirte hija mía
cuánto mal puede hacer una criatura cuando
llega a sustraerse de
la Voluntad de su Creador? Mira, bastó
un acto de sustracción
del primer hombre a nuestra Voluntad
Divina para cambiar la
suerte de las generaciones humanas, y
no sólo eso, sino que
cambió la misma suerte de nuestra
Divina Voluntad. Si
Adán no hubiese pecado, el Verbo Eterno,
que es la misma
Voluntad del Padre Celestial, debía venir a la
32
tierra glorioso,
triunfante y dominador, acompañado
visiblemente por su
ejército angélico, que todos debían ver, y
con el esplendor de su
gloria debía fascinar a todos y atraer a
todos a Sí con su
belleza; coronado como rey y con el cetro de
mando para ser rey y
cabeza de la familia humana, de modo
de darle el gran honor
de poder decir: 'Tenemos un rey
hombre y Dios.’ Mucho
más que tu Jesús no descendía del
Cielo para encontrar
al hombre enfermo, porque si no se
hubiera sustraído de
mi Voluntad Divina no debían existir
enfermedades, ni de
alma ni de cuerpo, porque fue la voluntad
humana la que casi
ahogó de penas a la pobre criatura; el Fiat
Divino era intangible
de toda pena y tal debía ser el hombre.
Por lo tanto Yo debía
venir a encontrar al hombre feliz, santo
y con la plenitud de
los bienes con los cuales lo había creado.
En cambio, porque
quiso hacer su voluntad cambió nuestra
suerte, y como estaba
decretado que Yo debía descender
sobre la tierra, y
cuando la Divinidad decreta, no hay quien la
aparte, sólo cambié
modo y aspecto, así que descendí, pero
bajo vestidos
humildísimos, pobre, sin ningún aparato de gloria,
sufriente, llorando y
cargado con todas las miserias y penas del
hombre. La voluntad
humana me hacía venir a encontrar al
hombre infeliz, ciego,
sordo y mudo, lleno de todas las
miserias, y Yo para
sanarlo lo debía tomar sobre de Mí, y para
no infundirle espanto
debía mostrarme como uno de ellos para
hermanarlos y darles
las medicinas y remedios que se
necesitaban. Así que
el querer humano tiene la potencia de
volverse feliz o
infeliz, santo o pecador, sano o enfermo.
Entonces mira, si el
alma se decide a hacer siempre, siempre
mi Divina Voluntad y
vivir en Ella, cambiará su suerte y mi
Divina Voluntad se
lanzará sobre la criatura, la hará su presa y
dándole el beso de la
Creación cambiará aspecto y modo, y
estrechándola a su
seno le dirá: 'Pongamos todo a un lado,
para ti y para Mí han
regresado los primeros tiempos de la
Creación, todo será
felicidad entre tú y Yo, vivirás en nuestra
casa, como hija
nuestra, en la abundancia de los bienes de tu
Creador.’ Escucha mi
pequeña recién nacida de mi Divina
Voluntad, si el hombre
no hubiese pecado, no se hubiese
sustraído de mi Divina
Voluntad, Yo habría venido a la tierra,
pero ¿sabes como?
Lleno de Majestad, como cuando resucité
de la muerte, que si
bien tenía mi Humanidad similar al
hombre, unida al Verbo
Eterno, pero con qué diversidad mi
Humanidad resucitada
era glorificada, vestida de luz, no sujeta
ni a sufrir, ni a
morir, era el divino triunfador. En cambio mi
Humanidad antes de
morir, estaba sujeta, si bien
33
voluntariamente, a
todas las penas, es más, fui el hombre de
los dolores. Y como el
hombre tenía aún los ojos ofuscados por
el querer humano, y
por eso aún enfermo, pocos fueron los que
me vieron resucitado,
lo que sirvió para confirmar mi
Resurrección. Después
subí al Cielo para dar tiempo al hombre
de tomar los remedios
y las medicinas a fin de que curase y se
dispusiera a conocer
mi Divina Voluntad, para vivir no de la
suya, sino de la mía,
y así podré hacerme ver lleno de
majestad y de gloria
en medio a los hijos de mi reino. Por eso
mi Resurrección es la
confirmación del Fiat Voluntas Tua come
in Cielo cosí in
terra. Después de un tan largo dolor, sufrido por
mi Divina Voluntad por
tantos siglos por no tener su reino sobre
la tierra y su
absoluto dominio, era justo que mi Humanidad
pusiera a salvo sus
derechos y realizase mi y su finalidad
primaria, la de formar
su reino en medio a las criaturas.
Además de esto, tú
debes saber, para confirmarte
mayormente, cómo la
voluntad humana cambió su suerte y la
de la Divina Voluntad
en relación a él. En toda la historia del
mundo, sólo dos han
vivido de Voluntad Divina sin jamás hacer
la suya, y fuimos la
Soberana Reina y Yo, y la distancia, la
diversidad entre
Nosotros y las otras criaturas es infinita, tanto,
que ni siquiera
nuestros cuerpos quedaron sobre la tierra,
habían servido como
morada al Fiat Divino y Él se sentía
inseparable de
nuestros cuerpos y por eso los reclamó, y con
su fuerza imperante raptó
nuestros cuerpos junto con nuestras
almas en su patria
celestial. ¿Y por qué todo esto? Toda la
razón está en que
jamás nuestra voluntad humana tuvo un acto
de vida, sino que todo
el dominio y el campo de acción fue sólo
de mi Divina Voluntad.
Su Potencia es infinita, su Amor es
insuperable."
Después de esto ha
hecho silencio y yo sentía que nadaba
en el mar del Fiat y,
¡oh, cuántas cosas comprendía, y mi dulce
Jesús ha agregado:
"Hija mía, con no
hacer mi Divina Voluntad, la criatura pone
en desorden el orden
que tuvo la Divina Majestad en la
Creación, se deshonra
a sí misma, desciende en lo bajo, se
pone a distancia con
su Creador, pierde el principio, el medio y
el fin de aquella Vida
Divina que con tanto amor le fue
infundida en el acto
de ser creada. Nosotros amábamos tanto a
este hombre, que
poníamos en él, como principio de vida a
nuestra Divina
Voluntad, queríamos sentirnos raptar por él,
queríamos sentir en él
nuestra fuerza, nuestra potencia,
nuestra felicidad,
nuestro mismo eco continuo, y ¿quién más
podía hacernos sentir
y ver todo esto, sino nuestra Divina
34
Voluntad bilocada en
él? Queríamos ver en el hombre al
portador de su
Creador, el cual debía volverlo feliz en el tiempo
y en la eternidad. Por
eso al no hacer nuestra Divina Voluntad,
sentimos a lo vivo el
gran dolor de nuestra obra desordenada,
nuestro eco apagado,
nuestra fuerza raptora que debía
raptarnos para darle
nuevas sorpresas de felicidad se convirtió
en debilidad, en suma,
se trastornó. He aquí por qué no
podemos tolerar tal
desorden en nuestra obra, y si tanto he
dicho sobre mi Fiat
Divino, es propiamente ésta la finalidad,
que queremos poner al
hombre en el orden, a fin de que
regrese sobre los
primeros pasos de su creación, y corriendo
en él el humor vital
de nuestro Querer, forme de nuevo a
nuestro portador,
nuestra morada sobre la tierra, su y nuestra
felicidad."
¿Cómo hacer estas
Horas?
Generalmente estas
horas se hacen en forma individual,
meditándose una hora
por día, no es necesario hacerla a la
hora indicada en cada
una de ellas, pudiendo meditarla en el
momento en que se
tenga el tiempo suficiente para hacerla con
calma, así en el
transcurso de 24 días se terminará todo el
reloj, volviendo a
comenzar nuevamente, en forma
ininterrumpida.
Otra manera de hacerlo
es reunir 24 personas que se
comprometan a meditar
1 hora diariamente, repartiéndose las
horas entre las 24 personas,
por lo que diariamente se
meditarán las 24
horas; de ahí en adelante se avanzará
normalmente una
meditación por día, no repitiendo la misma
meditación, de la
misma manera que cuando se hacen en
forma particular, y en
un lapso de 24 días, cada uno de los
integrantes habrá
meditado todas las horas. Esto se puede
hacer una sola vez, o
mejor, si todos se comprometen se
puede hacer en forma
continua. Lo importante es hacerlas
junto con Él y con su
misma Voluntad.
11-126
Junio 15, 1916
Y así toda la noche me
la pasé con Jesús en su Querer.
Después sentí a la
Reina Mamá junto a mí y me dijo:
“Hija mía, reza”.
Y yo: “Mamá mía,
recemos juntas, pues por mí sola yo no sé
rezar”.
35
Y Ella ha agregado:
“Las oraciones más potentes sobre el
corazón de mi Hijo y
que más lo enternecen, es cuando la
criatura se reviste
con todo lo que Él mismo obró y sufrió,
habiendo dado todo eso
como don a la criatura. Por tanto hija
mía, reviste tu cabeza
con las espinas de Jesús, adorna tus
ojos con sus lágrimas,
impregna tu lengua con su amargura,
reviste tu alma con su
sangre, adórnate con sus llagas,
traspasa tus manos y
pies con sus clavos, y como otro Cristo
preséntate ante su
Divina Majestad. Este espectáculo lo
conmoverá, de manera
que no sabrá rehusar nada al alma
revestida con sus
mismas divisas, pero, ¡oh, cuán poco saben
las criaturas servirse
de los dones que mi Hijo les ha dado!
Estas eran mis
oraciones en la tierra, y éstas lo son aún en el
Cielo”.
Entonces juntas nos
hemos revestido con las divisas de
Jesús, y juntas nos
hemos presentado ante el trono divino,
cosa que conmovía a
todos, los ángeles nos querían ver y
quedaban sorprendidos.
Yo agradecí a la Mamá y me encontré
en mí misma.
36
37
Parte II
Las 24 Horas de la
Pasión de nuestro Señor Jesucristo
Preparación antes de
cada meditación
Oh Señor mío
Jesucristo, postrada ante tu divina presencia,
suplico a tu
amorosísimo corazón que quieras admitirme a la
dolorosa meditación de
las 24 horas en las que por nuestro
amor quisiste padecer,
tanto en tu cuerpo adorable como en tu
alma santísima, hasta
la muerte de cruz.
Ah, dame tu ayuda,
gracia, amor, profunda compasión y
entendimiento de tus
padecimientos mientras medito ahora la
hora… Y por las que no
puedo meditar te ofrezco la voluntad
que tengo de
meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas
durante todas las
horas en que estoy obligada a dedicarme a
mis deberes, o a
dormir. Acepta, oh misericordioso Señor, mi
amorosa intención y
haz que sea de provecho para mí y para
muchos, como si en
efecto hiciera santamente todo lo que
deseo practicar.
Ofrecimiento
Después de Cada Hora
Amable Jesús mío, Tú
me has llamado en esta hora de tu
Pasión para hacerte
compañía, y yo he venido. Me parecía
oírte angustiado y
doliente que oras, reparas y sufres, y con las
palabras más
conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación
de las almas. He
tratado de seguirte en todo; ahora,
debiéndote dejar por
mis acostumbradas ocupaciones, siento
el deber de decirte
“gracias” y un “te bendigo”.
Sí, oh Jesús, gracias
te repito mil y mil veces y te bendigo
por todo lo que has
hecho y padecido por mí y por todos;
gracias y te bendigo
por cada gota de sangre que has
derramado, por cada
respiro, por cada latido, por cada paso,
palabra, mirada,
amargura, ofensa que has soportado.
En todo, oh mi Jesús,
quiero ponerte un “gracias” y un “te
bendigo.” Ah mi Jesús,
haz que todo mi ser te envíe un flujo
continuo de
agradecimientos y bendiciones, de manera que
atraiga sobre mí y
sobre todos el flujo de tus gracias y
bendiciones.
Ah Jesús, estréchame a
tu corazón y con tus santísimas
manos márcame todas las
partículas de mi ser con tu “te
bendigo”, para hacer
que no pueda salir de mí otra cosa que un
himno continuo de
agradecimiento hacia Ti Nuestros latidos se
38
tocarán continuamente,
de manera que me darás vida, amor, y
una estrecha e
inseparable unión contigo.
Ah, te ruego mi dulce
Jesús, que si ves que alguna vez estoy
por dejarte, tu latido
se acelere más fuerte en el mío, tus
manos me estrechen más
fuerte a tu corazón, tus ojos me
miren y me lancen
saetas de fuego, a fin de que sintiéndote,
rápidamente me deje
atraer a la unión contigo.
Ah mi Jesús, mantente
en guardia para que no me aleje de
Ti, y te suplico que
estés siempre junto a mí y que me des tus
santísimas manos para
hacer junto conmigo lo que me
conviene hacer. Mi
Jesús, ah, dame el beso del divino amor,
abrázame y bendíceme;
yo te beso en tu dulcísimo corazón y
me quedo en Ti.
+ + +
39
PRIMERA HORA
De las 5 a las 6 de
la tarde
Jesús se despide de
su Madre Santísima
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la
oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y
fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis
brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu
corazón empiezo:
Oh Celestial Mamá, la
hora de la separación se acerca y yo
vengo a Ti. ¡Oh Madre,
dame tu amor y tus reparaciones, dame
tu dolor, porque junto
contigo quiero seguir paso a paso al
adorado Jesús!
Y he aquí que Jesús
viene, y Tú con el alma rebosante de
amor corres a su
encuentro, pero al verlo tan pálido y triste el
corazón se te oprime
por el dolor, las fuerzas te abandonan y
estás a punto de
desfallecer a sus pies. Oh dulce Mamá mía,
¿sabes por qué ha
venido a Ti el adorable Jesús? ¡Ah! Él ha
venido para darte el
último adiós, para decirte la última palabra,
para recibir el último
abrazo.
Oh Mamá, a Ti me
estrecho con toda la ternura de la cual es
capaz este mi pobre
corazón, a fin de que estrechado y unido a
Ti, también yo pueda
recibir los abrazos del adorado Jesús.
¿Me desdeñarás acaso
Tú? ¿No es más bien un consuelo para
tu corazón tener un
alma a tu lado y que comparta contigo las
penas, los afectos,
las reparaciones?
Oh Jesús, en esta hora
tan desgarradora para tu ternísimo
corazón, qué lección
nos das de filial y amorosa obediencia
hacia tu Mamá. ¡Qué
dulce armonía hay entre Tú y María, qué
suave encanto de amor
que sube hasta el trono del Eterno y se
extiende para salvación
de todas las criaturas de la tierra!
Oh Celestial Mamá mía,
¿sabes qué quiere de Ti el adorado
Jesús? No quiere otra
cosa que tu última bendición. Es verdad
que de todas las
partes de tu ser no salen sino bendiciones y
alabanzas a tu
Creador, pero Jesús al despedirse de Ti quiere
oír las dulces
palabras: «Te bendigo oh Hijo». Y este te
bendigo aleja todas
las blasfemias de sus oídos, y dulce y
suave desciende a su
corazón; y casi como para poner una
defensa a todas las
ofensas de las criaturas, Jesús quiere tu
“te bendigo.”
Yo me uno a Ti, oh
dulce Mamá, sobre las alas del viento
quiero girar por el
Cielo para pedir al Padre, al Espíritu Santo, a
todos los ángeles, un
“te bendigo” para Jesús, a fin de que
40
yendo a Él le pueda
llevar sus bendiciones. Y aquí en la tierra
quiero ir a todas las
criaturas y pedir de cada labio, de cada
latido, de cada paso,
de cada respiro, de cada mirada, de cada
pensamiento,
bendiciones y alabanzas a Jesús, y si ninguno
me las quiere dar, yo
quiero darlas por ellos.
Oh dulce Mamá, después
de haber girado y vuelto a girar
para pedir a la
Trinidad Sacrosanta, a los ángeles, a todas las
criaturas, a la luz
del sol, al perfume de las flores, a las olas del
mar, a cada soplo de
viento, a cada llama de fuego, a cada
hoja que se mueve, al
centellear de las estrellas, a cada
movimiento de la
naturaleza un “te bendigo”, vengo a Ti y uno
mis bendiciones a las
tuyas.
Dulce Mamá mía, veo
que recibes consuelo y alivio por esto,
y ofreces a Jesús
todas mis bendiciones en reparación de las
blasfemias y
maldiciones que Él recibe de las criaturas. Pero
mientras te ofrezco
todo, oigo tu voz temblorosa que dice:
“Hijo, bendíceme
también a Mí.”
Oh dulce amor mío,
Jesús, bendíceme también a mí junto
con tu Mamá, bendice
mis pensamientos, mi corazón, mis
manos, mis obras, mis
pasos, y junto con tu Mamá bendice a
todas las criaturas.
Oh Madre mía, al mirar
el rostro del adolorido Jesús, pálido,
triste, desgarrador,
se despierta en Ti el recuerdo de los
dolores que dentro de
poco Él deberá sufrir. Adivinas su rostro
cubierto de salivazos
y lo bendices, la cabeza traspasada por
las espinas, los ojos
vendados, el cuerpo desgarrado por los
azotes, las manos y
los pies traspasados por los clavos, y
adonde quiera que Él
está a punto de ir, Tú lo sigues con tus
bendiciones, y junto
contigo lo sigo también yo. Cuando Jesús
sea golpeado por los
azotes, coronado de espinas, abofeteado,
traspasado por los
clavos, dondequiera encontrará junto a tu
“te bendigo”, el mío.
Oh, Jesús, oh Madre,
os compadezco; inmenso es vuestro
dolor en estos últimos
momentos, el corazón de uno parece
que arranque el
corazón del otro. Oh Madre arranca mi
corazón de la tierra y
átalo fuerte a Jesús, a fin de que
estrechado a Él pueda
tomar parte de tus dolores, y mientras
os estrecháis, os
abrazáis, os dirigís las últimas miradas, los
últimos besos, estando
yo en medio de vuestros dos corazones
pueda recibir vuestros
últimos besos, vuestros últimos abrazos.
¿No veis que yo no
puedo estar sin Vosotros, no obstante mi
miseria y mi frialdad?
Jesús, Mamá, ténganme
estrechada a Ustedes, denme su
amor, su Querer,
saetead mi pobre corazón, estréchenme
41
entre sus brazos, y
junto contigo, oh dulce Mamá, quiero seguir
paso a paso al adorado
Jesús con la intención de darle
consuelo, alivio, amor
y reparación por todos.
Oh Jesús, junto a tu
Mamá te beso el pie izquierdo
suplicándote que
quieras perdonarme a mí y a todas las
criaturas por cuantas
veces no hemos caminado hacia Dios.
Beso tu pie derecho,
perdóname a mí y a todos por cuantas
veces no hemos seguido
la perfección que Tú querías de
nosotros.
Te beso la mano
izquierda pidiéndote nos comuniques tu
pureza.
Beso tu mano derecha,
bendice todos mis latidos,
pensamientos, afectos,
a fin de que validados por tu bendición
todos se santifiquen,
y junto conmigo bendice también a todas
las criaturas, y sella
la salvación de sus almas con tu
bendición.
Oh Jesús, junto a tu
Mamá te abrazo, y besándote el
corazón te ruego que
pongas en medio de vuestros dos
corazones el mío, a
fin de que se alimente continuamente de
vuestros amores, de
vuestros dolores, de vuestros mismos
afectos, deseos y de
vuestra misma vida. Así sea.
+ + +
Reflexiones de la
primera Hora (5 PM)
5-19
Octubre 3, 1903
Mientras estaba
pensando en la hora de la Pasión cuando
Jesús se despidió de
su Madre para ir a la muerte y se
bendijeron mutuamente,
y estaba ofreciendo esta hora para
reparar por aquellos
que no bendicen en cada cosa al Señor,
sino más bien lo
ofenden, para impetrar todas aquellas
bendiciones que son
necesarias para conservarnos en gracia
de Dios y para llenar
el vacío de la gloria de Dios, como si
todas las criaturas lo
bendijeran. Mientras esto hacía, lo he
sentido moverse en mi
interior, y decía:
“Hija mía, en el acto
de bendecir a mi Madre intenté también
bendecir a cada una de
las criaturas en particular y en general,
de modo que todo está
bendecido por Mí: Los pensamientos,
las palabras, los
latidos, los pasos, los movimientos hechos por
Mí, todo, todo está
avalado con mi bendición. También te digo
que todo lo bueno que
hacen las criaturas, todo fue hecho por
mi Humanidad, para
hacer que todo el obrar de las criaturas
42
fuera primero
divinizado por Mí. Además de esto, mi vida
continúa todavía real
y verdadera en el mundo, no sólo en el
Santísimo Sacramento,
sino también en las almas que se
encuentran en mi
Gracia, y siendo muy restringida la capacidad
de la criatura, no
pudiendo tomar de una sola todo lo que Yo
hice, hago de manera
que un alma continúe mis reparaciones,
otra las alabanzas,
alguna otra el agradecimiento, alguna otra
el celo de la salud de
las almas, otra mis sufrimientos y así de
todo lo demás, y según
me correspondan así desarrollo mi vida
en ellas, así que
piensa en que estrechuras y penas me ponen,
pues mientras Yo
quiero obrar en ellos, ellos no me hacen
caso”
Dicho esto ha
desaparecido, y yo me he encontrado en mí
misma.
+ + +
12-141
Noviembre 28, 1920
Estaba pensando cuando
mi Jesús, para dar principio a su
dolorosa Pasión, quiso
ir con su Mamá a pedirle su bendición,
y el bendito Jesús me
ha dicho:
“Hija mía, cuántas
cosas dice este misterio, Yo quise ir a
pedir la bendición a
mi amada Mamá para darle ocasión de que
también Ella me la
pidiera a Mí. Eran demasiados los dolores
que debía soportar, y
era justo que mi bendición la reforzara.
Es mi costumbre que
cuando quiero dar, pido; y mi Mamá me
comprendió
inmediatamente, tan es verdad, que no me bendijo
sino hasta que me pidió
mi bendición, y después de haber sido
bendecida por Mí, me
bendijo Ella. Pero esto no es todo, para
crear el universo
pronuncié un Fiat, y con ese solo Fiat
reordené y embellecí
cielo y tierra. Al crear al hombre, mi
aliento omnipotente le
infundió la vida. Al dar principio a mi
Pasión, quise con mi
palabra creadora y omnipotente bendecir
a mi Mamá, pero no era
sólo a Ella a quien bendecía, en mi
Mamá veía a todas las
criaturas, era Ella quien tenía el
primado sobre todo, y
en Ella bendecía a todas y a cada una,
es más, bendecía cada
pensamiento, palabra, acto, etc.,
bendecía cada cosa que
debía servir a la criatura, al igual que
cuando mi Fiat
omnipotente creó el sol, y este sol sin disminuir
ni en su luz ni en su
calor continúa su carrera para todos y para
cada uno de los
mortales; así mi palabra creadora, bendiciendo
quedaba en acto de
bendecir siempre, siempre, sin cesar
nunca de bendecir,
como jamás cesará de dar su luz el sol a
todas las criaturas.
Pero esto no es todo aún, con mi bendición
43
quise renovar el valor
de la Creación; quise llamar a mi Padre
Celestial a bendecir
para comunicar a la criatura la potencia;
quise bendecirla a
nombre mío y del Espíritu Santo para
comunicarle la
sabiduría y el amor, y así renovar la memoria, la
inteligencia y la
voluntad de la criatura, restableciéndola como
soberana de todo.
Debes saber que al dar, quiero, y mi amada
Mamá comprendió y
súbito me bendijo, no sólo por Ella sino a
nombre de todos. ¡Oh!
si todos pudieran ver esta mi bendición,
la sentirían en el
agua que beben, en el fuego que los calienta,
en el alimento que
toman, en el dolor que los aflige, en los
gemidos de la oración,
en los remordimientos de la culpa, en el
abandono de las
criaturas, en todo escucharían mi palabra
creadora que les dice,
pero desafortunadamente no
escuchada: “Te bendigo
en el nombre del Padre, de Mí, Hijo, y
del Espíritu Santo, te
bendigo para ayudarte, te bendigo para
defenderte, para
perdonarte, para consolarte, te bendigo para
hacerte santo.” Y la
criatura haría eco a mis bendiciones,
bendiciéndome también
ella en todo.
Estos son los efectos
de mi bendición, de la cual mi Iglesia,
enseñada por Mí, me
hace eco, y en casi todas las
circunstancias, en la
administración de los sacramentos y en
otras ocasiones da su
bendición”.
+ + +
14-40
Julio 6, 1922
Estaba pensando y
acompañando a Jesús en la hora de la
Pasión cuando fue ante
la Divina Mamá para pedirle su santa
bendición, y mi
dulcísimo Jesús en mi interior me ha dicho:
“Hija mía, antes de mi
Pasión quise bendecir a mi Mamá y
ser bendecido por
Ella, pero no fue únicamente a mi Mamá a
quien bendije, sino a
todas las criaturas, no sólo animadas sino
también inanimadas; vi
a las criaturas débiles, cubiertas de
llagas, pobres, mi
corazón tuvo un latido de dolor y de tierna
compasión y dije:
‘¡Pobre humanidad, cómo estás decaída,
quiero bendecirte a
fin de que resurjas de tu decaimiento; mi
bendición imprima en
ti el triple sello de la potencia, de la
sabiduría y del amor
de las Tres Divinas Personas y te
restituya la fuerza,
te sane y te enriquezca, y para circundarte
de defensas bendigo
todas las cosas creadas por Mí, a fin de
que las recibas
bendecidas por Mí: te bendigo la luz, el aire, el
agua, el fuego, el
alimento, a fin de que quedes como
abismada y cubierta
con mis bendiciones, pero como tú no las
44
merecías, por eso
quise bendecir a mi Mamá, sirviéndome de
Ella como canal para
hacer llegar a ti mis bendiciones”. Y así
como me correspondió
mi Mamá con sus bendiciones, así
quiero que las
criaturas me correspondan con sus bendiciones;
pero, ¡ay de Mí!, en
vez de correspondencia de bendiciones,
me corresponden con
ofensas y maldiciones, por eso hija mía,
entra en mi Querer, y
poniéndote sobre todas las cosas
creadas sella todas
con las bendiciones que todos me deben, y
trae a mi doliente y
tierno corazón las bendiciones de todos”.
Después de haber hecho
esto, como para recompensarme
me ha dicho:
Amada hija mía, te
bendigo en modo especial, te bendigo el
corazón, la mente, el
movimiento, la palabra, el respiro, toda y
todo te bendigo”.
+ + +
45
SEGUNDA HORA
De las 6 a las 7 de la
tarde
Jesús se separa de su
Madre Santísima y se encamina al
Cenáculo
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la
oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y
fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis
brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu
corazón empiezo:
Mi adorable Jesús,
mientras junto contigo he tomado parte
en tus dolores y en
los de la afligida Mamá, veo que te decides
a partir para ir a
donde el Querer del Padre te llama. Es tanto el
amor entre Hijo y
Madre que os vuelve inseparables, por lo que
Tú te quedas en el
corazón de la Mamá, y la Reina y dulce
Mamá se deja en el
tuyo, de otra manera os habría sido
imposible el
separaros. Pero después, bendiciéndoos
mutuamente, Tú le das
el último beso para darle fuerzas en los
acerbos dolores que
está por sufrir, le das el último adiós y
partes.
Pero la palidez de tu
rostro, tus labios temblorosos, tu voz
sofocada como si
quisiera romper en llanto al decirle adiós,
¡ah! todo me dice
cuánto la amas y cuánto sufres al dejarla,
pero para cumplir la
Voluntad del Padre, con vuestros
corazones fundidos el
uno en el otro, a todo os sometéis,
queriendo reparar por
aquellos que, por no vencer las ternuras
de los parientes y
amigos, los vínculos y los apegos, no se
preocupan por cumplir
el Querer Santo de Dios y corresponder
al estado de santidad
al que Dios los llama. ¡Qué dolor no te
dan estas almas al
rechazar de sus corazones el amor que
quieres darles, para
contentarse con el amor de las criaturas!
Amable amor mío,
mientras contigo reparo, permíteme que
permanezca con tu Mamá
para consolarla y sostenerla
mientras Tú te alejas,
después apresuraré mis pasos para
alcanzarte. Pero con
sumo dolor veo que mi angustiada Mamá
tiembla, y es tanto el
dolor, que mientras trata de decir adiós al
Hijo, la voz se le
apaga en los labios y no puede articular
palabra, casi
desfallece y en su desfallecimiento de amor dice:
«¡Hijo mío, Hijo mío,
te bendigo! ¡Qué amarga separación,
más cruel que
cualquier muerte!»
Pero el dolor le
impide aun el hablar y la deja muda.
Desconsolada Reina,
déjame que te sostenga, te enjugue las
lágrimas y te
compadezca en tu amargo dolor. Mamá mía, yo
46
no te dejaré sola, y
Tú tenme contigo, enséñame en este
momento tan doloroso
para Ti y para Jesús lo que debo hacer,
cómo debo defenderlo,
cómo debo repararlo y consolarlo, y si
debo dar mi vida para
defender la suya.
No, no me separaré de
debajo de tu manto, a una señal tuya
volaré a Jesús y le
llevaré tu amor, tus afectos, tus besos junto
a los míos y los
pondré en cada llaga, en cada gota de su
sangre, en cada pena e
insulto, a fin de que sintiendo Él en
cada pena los besos y
el amor de la Mamá, sus penas queden
endulzadas. Después
regresaré bajo tu manto trayéndote sus
besos para endulzar tu
corazón traspasado. Mamá mía, el
corazón me late
fuertemente, quiero ir a Jesús, y mientras beso
tus manos maternas
bendíceme como has bendecido a Jesús
y permíteme que vaya a
Él.
Mi dulce Jesús, el
amor me descubre tus pasos y te alcanzo
mientras recorres las
calles de Jerusalén junto con tus amados
discípulos; te miro y
te veo aún pálido, oigo tu voz, dulce, sí,
pero triste, tanto que
rompe el corazón de tus discípulos, que
por oírte así están
turbados.
«Es la última vez
–dices- que recorro estas calles por Mí
mismo, mañana las
recorreré atado, arrastrado entre mil
insultos».
Y señalando los
lugares donde serás más deshonrado y
maltratado, sigues
diciendo:
«Mi vida está por
llegar a su ocaso acá abajo, como está por
llegar a su ocaso el
sol, y mañana a esta hora no estaré más,
pero como sol
resurgiré al tercer día».
Por tus palabras, los
apóstoles quedan tristes y taciturnos y
no saben qué
responder. Pero Tú agregas:
«Ánimo, no se aflijan,
Yo no los dejo, siempre estaré con
ustedes, pero es
necesario que Yo muera por el bien de todos
ustedes».
Al decir esto, estás
conmovido, pero con voz trémula
continúas
instruyéndolos. Antes de que entres en el cenáculo
miras el sol que ya se
pone, así como está por llegar al ocaso
tu vida; ofreces tus
pasos por aquellos que se encuentran en el
ocaso de la vida y les
das la gracia de que la hagan terminar
en Ti, reparando por
aquellos que no obstante los sinsabores y
los desengaños de la
vida se obstinan en no rendirse a Ti.
Después miras de nuevo
a Jerusalén, el centro de tus
prodigios y de las
predilecciones de tu corazón, y que en pago
te está preparando la
cruz y afilando los clavos para cometer el
deicidio, y Tú te
estremeces, se te rompe el corazón y lloras
por su destrucción.
47
Con esto reparas por
tantas almas consagradas a Ti, que
con tanto cuidado
tratabas de formar como portentos de tu
amor, y ellas,
ingratas, sin corresponderte, te hacen sufrir más
amarguras. Quiero
reparar junto contigo para endulzar el dolor
de tu corazón.
Pero veo que quedas
horrorizado ante la vista de Jerusalén,
y retirando de ella tu
mirada, entras en el cenáculo. Amor mío,
estréchame a tu
corazón, a fin de que haga mías tus
amarguras para
ofrecerlas junto contigo, y Tú, mira piadoso mi
alma, y derramando en
ella tu amor, bendíceme.
+ + +
Reflexiones de la
segunda Hora (6 PM)
11-53
Mayo 9, 1913
Mientras rezaba estaba
pensando en el momento cuando
Jesús se despidió de
la Madre Santísima para ir a sufrir su
Pasión, y decía entre
mí: “¿Cómo es posible que Jesús se
haya podido separar de
la querida Mamá, y Ella de Jesús?” Y
el bendito Jesús me ha
dicho:
“Hija mía, ciertamente
que no podía haber separación entre
Yo y mi dulce Mamá, la
separación fue sólo aparentemente, Yo
y Ella estábamos
fundidos juntos, y era tal y tanta la fusión que
Yo quedé con Ella, y
Ella vino Conmigo, así que se puede decir
que hubo una especie
de bilocación. Esto sucede también a las
almas cuando están
unidas verdaderamente Conmigo, y si
rezando hacen entrar
en sus almas como vida la oración,
sucede una especie de
fusión y de bilocación, Yo dondequiera
que me encuentre las llevo
Conmigo y Yo quedo con ellas.
Hija mía, tú no puedes
comprender bien lo que fue mi
querida Mamá para Mí.
Yo, viniendo a la tierra no podía estar
sin Cielo, y mi Cielo
fue mi Mamá. Entre Yo y Ella pasaba tal
electricidad, que ni
siquiera un pensamiento hubo en Ella que
no lo tomara de mi
mente, y este tomar de Mí la palabra, y la
voluntad, y el deseo,
y la acción, y el paso, en suma, todo,
formaba en este Cielo
el sol, las estrellas, la luna y todos los
gozos posibles que
puede darme la criatura y que puede ella
misma gozar. ¡Oh cómo
me deleitaba en este Cielo, cómo me
sentía consolado y
rehecho de todo! También los besos que
me daba mi Mamá
encerraban el beso de toda la humanidad y
me restituían el beso
de todas las criaturas; en todo me sentía
a mi dulce Mamá, me la
sentía en el respiro, y si era afanoso
48
me lo aliviaba; me la
sentía en el corazón, y si estaba
amargado me lo
endulzaba; en el paso, y si estaba cansado
me daba aliento y
reposo; ¿y quién puede decirte como me la
sentía en la Pasión?
En cada flagelo, en cada espina, en cada
llaga, en cada gota de
mi sangre, en todo me la sentía y me
hacía el oficio de mi
verdadera Madre. ¡Ah, si las almas me
correspondieran, si
todo tomaran de Mí, cuántos cielos y
cuántas madres tendría
sobre la tierra!”
+ + +
12-18
Agosto 14, 1917
Vivir en el Divino
Querer significa inseparabilidad, no hacer
nada por sí mismo,
porque delante al Divino Querer se siente
incapaz de todo, no
pide órdenes ni las recibe, porque se
siente incapaz de ir
solo y dice: “Si quieres que haga, hagamos
juntos, y si quieres
que vaya, vayamos juntos”. Así que hace
todo lo que hace el
Padre: Si el Padre piensa, hace suyos los
pensamientos del
Padre, y no hace ni un pensamiento de más
de los que hace el
Padre; si el Padre mira, si habla, si obra, si
camina, si sufre, si
ama, también ella mira lo que mira el Padre,
repite las palabras
del Padre, obra con las manos del Padre,
camina con los pies
del Padre, sufre las mismas penas del
Padre y ama con el
amor del Padre; vive no fuera sino dentro
del Padre, así que es
el reflejo y el retrato perfecto del Padre
+ + +
14-73
Noviembre 11, 1922
Mi Humanidad, santa,
libre también Ella, que no queriendo
otra vida que la sola
Voluntad Divina, nadando en este mar
inmenso iba duplicando
cada pensamiento, palabra y obra de
criatura, y extendía
sobre todo un acto de Voluntad Divina, y
esto daba satisfacción
y glorificaba al Padre Divino, de modo
que Él pudo mirar al
hombre y abrirle las puertas del Cielo, y
Yo anudaba con más
fuerza a la voluntad humana, dejándola
siempre libre de no
separarse de la Voluntad de su Creador,
causa por la que se
había precipitado en tantas desgracias. No
estuve contento sólo
con esto, sino que quise que mi Mamá,
también santa, me
siguiera en el mar inmenso del Querer
Supremo y junto
Conmigo duplicara todos los actos humanos,
poniendo en ellos el
doble sello, después del mío, de los actos
49
hechos en mi Voluntad
sobre todos los actos de las
criaturas. Cómo me era
dulce la compañía de mi inseparable
Mamá en mi Voluntad;
la compañía en el obrar hace surgir la
felicidad, la complacencia,
el amor de ternura, la competencia,
el acuerdo, el
heroísmo; en cambio el aislamiento produce lo
contrario. Entonces,
conforme obraba junto con mi amada
Mamá, así surgían
mares de felicidad, de complacencia de
ambas partes, mares de
amor que haciendo competencia, uno
se arrojaba en el
otro, y producían gran heroísmo. Y no para
Nosotros solos surgían
estos mares, sino también para quien
nos habría hecho
compañía en nuestra Voluntad; es más,
podría decir que estos
mares se convertían en tantas voces
que llamaban al hombre
a vivir en nuestro Querer, para
restituirle la
felicidad, su naturaleza primera, y todos los bienes
que había perdido con
sustraerse de nuestra Voluntad.
+ + +
50
51
TERCERA HORA
De las 7 a las 8 de
la noche
La Cena Legal
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigopor medio de la oración, y tomando tus
pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en
tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza
sobre tu corazón empiezo:
Oh Jesús, ya llegas al
cenáculo junto con tus amados discípulos y te pones a cenar con ellos. Qué
dulzura, qué afabilidad no muestras en toda tu persona al abajarte a
tomar por última vez el alimento material. Allí todo es amor en Ti,también
en esto no sólo reparas por los pecados de gula, sino que impetras también
la santificación del alimento, y así como éste se convierte en fuerza, así
nos obtienes la santidad hasta en las cosas más bajas y más comunes.
Jesús, vida mía, tu
mirada dulce y penetrante parece
escrutar a todos los
apóstoles, y aun en el acto de tomar el alimento tu corazón queda
traspasado al ver a tus amados apóstoles débiles y vacilantes aún,
especialmente el pérfido Judas que ya ha puesto un pie en el infierno. Y
Tú desde el fondo de tu corazón amargamente dices:
«¿Cuál es la utilidad
de mi sangre? ¡He aquí un alma, tan beneficiada por Mí, y está perdida!»
Y con tus ojos
resplandecientes de luz lo miras, como queriendo hacerle comprender el gran
mal cometido. Pero tu suprema caridad te hace soportar este dolor y no lo
manifiestas ni siquiera a tus amados discípulos; y mientras te dueles por
Judas, tu corazón
quisiera llenarse de júbilo al ver a tu izquierda a tu amado discípulo
Juan, tanto, que no pudiendo contener más el amor, atrayéndolo dulcemente
a Ti le haces apoyar su cabeza sobre tu corazón, haciéndole sentir
el paraíso por adelantado.
Es en esta hora
solemne que en los dos discípulos vienen representados los dos pueblos: el
réprobo y el elegido. El réprobo en Judas, que siente ya el infierno en el
corazón; y el elegido en Juan, que en Ti reposa y goza.
Oh dulce bien mío,
también yo me pongo cerca de Ti, y junto a tu amado discípulo quiero
apoyar mi cabeza cansada sobre tu corazón adorable y rogarte que me hagas
sentir, aun sobre esta tierra, las delicias del Cielo, y así, raptada por
las dulces
52
armonías de tu
corazón, la tierra no sea para mí más tierra, sino Cielo.
Pero en esas armonías
dulcísimas y divinas, siento que se te escapan dolorosos latidos, son por
las almas perdidas. ¡Oh Jesús, no permitas que nuevas almas se pierdan,
haz que tu latido corriendo en el suyo les haga sentir los latidos de la
vida del Cielo, como los siente tu amado discípulo Juan, y atraídas
por la suavidad y
dulzura de tu amor, todas puedan rendirse a Ti!
Oh Jesús, mientras
permanezco en tu corazón, dame también a mí el alimento como se lo diste a
los apóstoles, el alimento de tu divina Voluntad, el alimento del amor,
el alimento de la palabra divina. Jamás me niegues, oh mi Jesús,este
alimento que Tú tanto deseas darme, de modo de formar
en mí tu misma vida.
Dulce bien mío,
mientras me estoy a tu lado, veo que el alimento que tomas junto con tus
amados discípulos no es otro que un cordero. Es el cordero que te
representa, y así como en este cordero, por la fuerza del fuego, no queda
ningún humor vital, así Tú, cordero místico, que por las criaturas
debes consumirte todo por fuerza de amor, ni siquiera una gota de
tu sangre conservarás para Ti, derramándola toda por amor nuestro.
Así que, oh Jesús,
nada haces que no represente a lo vivo tu dolorosísima Pasión, que tienes
siempre presente en la mente,en el corazón, en todo, y esto me enseña que si
también yo tuviera siempre delante a mi mente y en el corazón
el pensamiento de tu Pasión, jamás me negarías el alimento de tu
amor. ¡Cuánto te
agradezco por esto!
Oh mi Jesús, ningún
acto se te escapa en que no me tengas
presente y con el que
no intentes hacerme un bien especial,
por eso te ruego que
tu Pasión esté siempre en mi mente, en
mi corazón, en mis
miradas, en mis obras, en mis pasos, a fin
de que a donde quiera
que me dirija, dentro y fuera de mí, te
encuentre siempre
presente a mí, y dame la gracia de que
jamás olvide lo que
has sufrido y padecido por mí. Ésta sea
para mí un imán, que
atrayendo todo mi ser en Ti, no me deje
alejarme de Ti.
+ + +
53
Reflexiones de la
tercera Hora (7 PM)
13-22
Octubre 9, 1921
Estaba pensando en el
momento en el que mi dulce Jesús
tomaba la última cena
con sus discípulos, y mi amable Jesús
en mi interior me ha
dicho:
“Hija mía, mientras
cenaba con mis discípulos, no era sólo a
ellos a quienes tenía
a mi alrededor, sino a toda la familia
humana, una por una
las tenía junto a Mí, las conocí todas, las
llamé por su nombre;
también te llamé a ti y te di el puesto de
honor entre Juan y Yo
y te constituí pequeña secretaria de mi
Querer, y mientras
dividía el cordero ofreciéndolo a mis
apóstoles, lo daba a
todos y a cada uno. Aquel cordero
desvenado, asado,
cortado en pedazos, hablaba de Mí, era el
símbolo de mi Vida y
de cómo debía reducirme por amor de
todos, y Yo quise
darlo a todos como alimento exquisito que
representaba mi
Pasión, porque todo lo que hice, dije y sufrí,
mi amor lo convertía
en alimento del hombre, ¿pero sabes tú
por qué llamé a todos
y les di el cordero a todos? Porque
también Yo quería el
alimento de ellos, cada cosa que hicieran
quería que fuese
alimento para Mí, quería el alimento de su
amor, de sus obras, de
sus palabras, de todo”.
Y yo: “Amor mío, ¿cómo
puede ser que se convierta en
alimento para Ti nuestro
obrar?”
Y Jesús: “No es sólo
de pan que se puede vivir, sino de todo
aquello a lo que mi
Voluntad da la virtud de poder hacer vivir, y
si el pan alimenta al
hombre es porque Yo lo quiero. Ahora, lo
que la criatura
dispone con su voluntad formarme con su obrar,
esa forma toma su
obrar, si de su obrar quiere formarme el
alimento, me forma el
alimento; si de su obrar quiere formarme
amor, me da el amor;
si reparación, me forma la reparación; y
si en su voluntad me
quiere ofender, con su obrar me forma el
cuchillo para herirme,
y tal vez aun para matarme”.
Después ha agregado:
“La voluntad en el hombre es lo que
más lo asemeja a su
Creador, en la voluntad humana he
puesto parte de mi
inmensidad y de mi Potencia, y dándole el
puesto de honor la he
constituido reina de todo el hombre y
depositaria de todo su
obrar. Así como las criaturas tienen
cajas para conservar
sus cosas para tenerlas custodiadas, así
el alma tiene su
voluntad para conservar y custodiar todo lo
que piensa, lo que
dice y lo que obra, ni siquiera un
pensamiento perderá.
Lo que no puede hacer con el ojo, con la
boca, con las obras,
lo puede hacer con la voluntad; en un
54
instante puede querer
mil bienes o mil males, la voluntad hace
volar el pensamiento
al Cielo, en las partes más lejanas y hasta
en los abismos; a la
criatura se le puede impedir que obre, que
vea, que hable, pero
todo esto lo puede hacer en la voluntad, y
todo lo que hace y
quiere forma un acto y lo deja en depósito
en su mismo querer; y
como la voluntad se puede extender,
¿cuántos bienes y
cuántos males no puede contener? Por eso,
entre todo quiero el
querer del hombre, porque si tengo esto, la
fortaleza está
vencida”.
+ + +
55
CUARTA HORA
De las 8 a las 9 de
la noche
La Cena Eucarística
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la
oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y
fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis
brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu
corazón empiezo:
Dulce amor mío,
incontentable siempre en tu amor, veo que
al terminar la cena
legal te levantas de la mesa y junto con tus
amados discípulos
elevas el himno de agradecimiento al Padre
por haberles dado el
alimento, queriendo reparar con esto
todas las faltas de
agradecimiento de las criaturas por los
tantos medios como nos
das para la conservación de la vida
corporal. Por eso Tú,
oh Jesús, en lo que haces, tocas o ves,
tienes siempre en tus
labios las palabras:
«¡Gracias te sean
dadas, oh Padre!»
También yo, oh Jesús,
unida contigo tomo las palabras de
tus labios y diré
siempre y en todo: “Gracias por mí y por
todos”, para continuar
la reparación por las faltas de agradecimiento.
Lavatorio de los
pies
Pero, oh mi Jesús,
parece que tu amor no tiene reposo, veo que de nuevo haces sentarse a tus
amados discípulos, tomas una palangana con agua, te ciñes una blanca
toalla y te postras a los pies de los apóstoles, en un acto tan humilde
que
te atrae la mirada de
todo el Cielo y lo hace permanecer
estático, los mismos
apóstoles se quedan casi sin movimiento
al verte postrado a
sus pies. Pero dime amor mío, ¿qué
quieres? ¿Qué
pretendes con este acto tan humilde, humildad
jamás vista y que
jamás se verá?
«¡Ah hija mía, quiero
todas las almas, y postrado ante ellas
como un pobre mendigo,
las pido, las urjo, y llorando tramo mis
insidias de amor para
tenerlas! Quiero, postrado a sus pies,
con esta agua mezclada
con mis lágrimas lavarlas de cualquier
imperfección y
prepararlas a recibirme en el sacramento. Me
importa tanto este
acto de recibirme en la Eucaristía, que no
quiero confiar este
oficio ni a los ángeles, ni siquiera a mi
amada Mamá, sino que
Yo mismo quiero purificarlas, aun las
fibras más íntimas,
para disponerlas a recibir el fruto del
56
sacramento, y en los
apóstoles era mi intención preparar a
todas las almas.
Intento reparar todas
las obras santas y la administración de
los sacramentos, sobre
todo hechas por sacerdotes con
espíritu de soberbia,
vacías de espíritu divino y de desinterés.
¡Ah, cuántas obras
buenas me llegan más para deshonrarme
que para darme honor!
¡Más para amargarme que para
complacerme! ¡Más para
darme muerte que para darme vida!
Éstas son las ofensas
que más me afligen. Ah, sí hija mía,
numera todas las
ofensas más íntimas que se me hacen y
repárame con mis
mismas reparaciones, consuela mi corazón
amargado».
¡Oh mi afligido bien,
hago mía tu vida y junto contigo intento
reparar todas estas
ofensas! Quiero entrar en los más íntimos
escondites de tu
corazón divino y reparar con tu mismo
corazón las ofensas
más íntimas y secretas que recibes de tus
más amados, y junto
contigo quiero girar en todas las almas
que te deben recibir
en la Eucaristía, y entrar en sus
corazones, y junto a
tus manos pongo las mías para
purificarlas.
Ah, Jesús, con estas
tus lágrimas y esta agua con las cuales
lavaste los pies de
los apóstoles, lavemos a las almas que te
deben recibir,
purifiquemos sus corazones, incendiémoslos,
sacudamos de ellos el
polvo con el cual están manchados, a fin
de que recibiéndote,
Tú puedas encontrar en ellas tus
complacencias en vez
de tus amarguras.
Pero, afectuoso bien
mío, mientras estás atento a lavar los
pies de los apóstoles,
te miro y veo que otro dolor traspasa tu
corazón santísimo.
Estos apóstoles representan a todos los
futuros hijos de la
Iglesia, y cada uno de ellos representa la
serie de cada uno de
tus dolores: en uno las debilidades; en
otro los engaños; en
otro las hipocresías; en otro el amor
desmedido a los
intereses; en San Pedro, la falla a los buenos
propósitos y todas las
ofensas de los jefes de la Iglesia; en San
Juan, las ofensas de
tus más fieles; en Judas todos los
apóstatas, con toda la
serie de los graves males causados por
ellos.
¡Ah! Tu corazón está
sofocado por el dolor y por el amor,
tanto, que no pudiendo
resistir te detienes a los pies de cada
apóstol y rompes en
llanto, y ruegas y reparas por cada una de
estas ofensas, e
imploras y consigues para todos el remedio
oportuno.
Jesús mío, también yo
me uno a Ti, hago mías tus plegarias,
tus reparaciones, tus
oportunos remedios para cada alma.
57
Quiero mezclar mis
lágrimas a las tuyas, a fin de que jamás
estés solo, sino que
siempre me tengas contigo para dividir tus
penas.
Veo, dulce amor mío,
que ya estás a los pies de Judas, oigo
tu respiro afanoso,
veo que no sólo lloras, sino que sollozas, y
mientras lavas
aquellos pies, los besas, te los estrechas al
corazón, y no pudiendo
hablar porque tu voz está ahogada por
el llanto, lo miras
con tus ojos hinchados por el llanto y le dices
con el corazón:
«Hijo mío, ah, te
ruego con la voz de mis lágrimas: ¡No te
vayas al infierno,
dame tu alma que postrado a tus pies te pido!
Di, ¿qué quieres? ¿Qué
pretendes? Todo te daré con tal de
que no te pierdas.
¡Ah, evítame este dolor, a Mí, tu Dios!»
Y te estrechas de
nuevo esos pies a tu corazón, pero viendo
la dureza de Judas, tu
corazón se ve en apuros, el amor te
sofoca y estás a punto
de desfallecer. Corazón mío y vida mía,
permíteme que te
sostenga entre mis brazos.
Comprendo que éstas
son las estratagemas amorosas que
usas con cada pecador
obstinado, y yo te ruego, oh Jesús,
mientras te compadezco
y te doy reparación por las ofensas
que recibes de las
almas que se obstinan en no quererse
convertir, que me
permitas recorrer junto contigo la tierra, y
donde estén los
pecadores obstinados démosles tus lágrimas
para ablandarlos, tus
besos y tus abrazos de amor para
encadenarlos a Ti, de
manera que no te puedan huir, y así
consolarte por el
dolor de la pérdida de Judas.
La institución de la
santísima Eucaristía
Jesús mío, gozo y
delicia mía, veo que tu amor corre, y
rápidamente corre, te
levantas, doliente como estás, y casi
corres a la mesa donde
está ya preparado el pan y el vino para
la consagración.
Te veo, corazón mío,
que tomas un aspecto todo nuevo y
nunca antes visto, tu
divina Persona toma un aspecto tierno,
amoroso, afectuoso,
tus ojos resplandecen de luz, más que si
fueran soles; tu
rostro encendido resplandece; tus labios
sonrientes, abrasados
de amor; y tus manos creadoras se
ponen en actitud de
crear. Te veo, amor mío, todo
transformado, parece
como si tu Divinidad se desbordara fuera
de tu Humanidad.
Corazón mío y vida
mía, Jesús, este aspecto tuyo jamás
visto llama la
atención de todos los apóstoles, ellos son presa
de un dulce encanto y
no se atreven ni siquiera a respirar. La
58
dulce Mamá corre en
espíritu a los pies del altar para
contemplar los
portentos de tu amor; los ángeles descienden
del Cielo y se
preguntan entre ellos: «¿Qué sucede? ¿Qué
pasa?» ¡Son verdaderas
locuras, verdaderos excesos! ¡Un
Dios que crea, no el
cielo o la tierra, sino a Sí mismo! ¿Y
dónde? ¡Dentro de la
materia vilísima de un poco de pan y un
poco de vino!
Pero mientras están
todos en torno a Ti, oh amor insaciable,
veo que tomas el pan entre
las manos, lo ofreces al Padre y
oigo tu voz dulcísima
que dice:
«Padre Santo, gracias
te sean dadas, pues siempre
escuchas a tu Hijo.
Padre Santo, concurre conmigo, Tú un día
me enviaste del Cielo
a la tierra a encarnarme en el seno de mi
Mamá para venir a
salvar a nuestros hijos, ahora permíteme
que me encarne en cada
una de las hostias para continuar su
salvación y ser vida
de cada uno de mis hijos. Mira, oh Padre,
pocas horas me quedan
de vida, ¿cómo tendré corazón para
dejar solos y
huérfanos a mis hijos? Son muchos sus
enemigos, las
tinieblas, las pasiones, las debilidades a que
están sujetos, ¿quién
los ayudará? ¡Ah, te suplico que Yo
permanezca en cada
hostia para ser vida de cada uno y poner
en fuga a sus
enemigos, y ser su luz, fuerza y ayuda, de otra
manera, ¿a dónde irán?
¿Quién los ayudará? Nuestras obras
son eternas, mi amor
es irresistible, no puedo ni quiero dejar a
mis hijos».
El Padre se enternece
ante la voz tierna y afectuosa del Hijo,
y desciende del Cielo.
Está ya sobre el altar y unido con el
Espíritu Santo para
concurrir con el Hijo. Y Jesús con voz
sonora y conmovedora
pronuncia las palabras de la
consagración, y sin
dejarse a Si mismo, crea a Si mismo en
aquel pan y en aquel
vino. Después te das en comunión a tus
apóstoles, y creo que
nuestra celestial Mamá no quedó privada
de recibirte. ¡Ah
Jesús, los cielos se postran, y todos te
mandan un acto de
adoración en tu nuevo estado de tan
profundo
aniquilamiento!
Pero, oh dulce Jesús,
mientras tu amor queda contentado y
satisfecho no teniendo
otra cosa qué hacer, veo, oh mi bien,
sobre este altar, en
tus manos, todas las hostias consagradas
que se perpetuarán
hasta el fin de los siglos, y en cada una de
las hostias desplegada
toda tu dolorosa Pasión, porque las
criaturas, a los
excesos de tu amor, corresponderán con
excesos de ingratitud
y de enormes delitos, y yo, corazón de mi
corazón, quiero
encontrarme siempre contigo en cada uno de
los tabernáculos, en
todos los copones y en cada una de las
59
hostias consagradas
que habrá hasta el fin del mundo, para
ofrecerte mis actos de
reparación a medida que recibes las
ofensas. Por eso
corazón mío, me pongo cerca de Ti y te beso
la frente majestuosa,
pero mientras te beso siento en mis
labios los pinchazos
de las espinas que circundan tu cabeza.
Oh mi Jesús, en esta
hostia santa no te limitan las espinas
como en la Pasión, veo
que las criaturas vienen a tu presencia
y en vez de darte el
homenaje de sus pensamientos, te
mandan sus
pensamientos malos, y Tú de nuevo bajas la
cabeza como en la
Pasión para recibir las espinas de los malos
pensamientos que se
hacen en tu presencia.
Oh mi amor, junto
contigo la abajo también yo para dividir
contigo tus penas, y
pongo todos mis pensamientos en tu
mente para quitar
estas espinas que tanto te hacen sufrir, y
cada pensamiento mío
corra en cada pensamiento tuyo para
hacerte el acto de
reparación por cada pensamiento malo y así
endulzar tus afligidos
pensamientos.
Jesús mío, bien mío,
beso tus bellos ojos, te veo en esta
hostia santa, con
estos ojos amorosos, en acto de esperar a
todos aquellos que vienen
a tu presencia para mirarlos con tus
miradas de amor, para
tener la correspondencia de sus
miradas amorosas, pero
cuántos vienen a tu presencia y en
vez de mirarte a Ti y
buscarte a Ti, miran cosas que los
distraen de Ti, y te
privan del gusto del intercambio de las
miradas entre Tú y
ellos, y Tú lloras, y por eso, besándote,
siento mis labios
bañados por tus lágrimas. Ah, mi Jesús, no
llores, quiero poner
mis ojos en los tuyos para compartir estas
tus penas y llorar
contigo, y repararte por todas las miradas
distraídas de las
criaturas con ofrecerte mis miradas y tenerlas
siempre fijas en Ti.
Jesús mío, amor mío,
beso tus santísimos oídos, ah, te veo
atento para escuchar
lo que las criaturas quieren de Ti, para
consolarlas, pero
ellas, en cambio, te hacen llegar a los oídos
oraciones mal hechas,
llenas de desconfianza, oraciones
hechas más por
costumbre y sin vida, y tus oídos en esta
hostia santa son molestados
más que en la misma Pasión.
Oh mi Jesús, quiero
tomar todas las armonías del Cielo y
ponerlas en tus oídos
para repararte estas penas, y quiero
poner mis oídos en los
tuyos, no sólo para compartir contigo
esta pena, sino para
estar siempre atenta a lo que quieres, a lo
que sufres, para poner
pronto mi acto de reparación y
consolarte.
Jesús, vida mía, beso
tu santísimo rostro, lo veo
ensangrentado, lívido
e hinchado. Las criaturas, oh Jesús,
60
vienen ante esta
hostia santa, y con sus posturas indecentes,
con sus conversaciones
malas que hacen delante a Ti, en vez
de darte honor te dan
bofetadas y salivazos, y Tú, como en la
Pasión, con toda paz y
paciencia los recibes, y todo soportas.
Oh Jesús, quiero poner
mi rostro junto al tuyo, no sólo para
acariciarte y besarte
conforme te llegan estas bofetadas y
quitarte los
salivazos, sino que quiero fundir mi rostro en el tuyo
para dividir contigo
estas penas, también quiero hacer de mi
ser tantos diminutos
pedacitos para ponerlos ante Ti como
tantas estatuas
arrodilladas continuamente, para repararte por
todos los deshonores
que te hacen en tu presencia.
Jesús, mi todo, beso
tu dulcísima boca. Ah, veo que al
descender en los
corazones de las criaturas, el primer apoyo
que Tú haces es sobre
la lengua. ¡Oh, cómo quedas amargado
encontrando muchas
lenguas mordaces, impuras, malas! ¡Ah!
Tú te sientes
atormentar por esas lenguas, y peor aún cuando
desciendes a sus
corazones. ¡Oh Jesús, si fuera posible
quisiera encontrarme
en la boca de cada una de las criaturas
para endulzarte y
repararte cualquier ofensa que recibas de
ellas!
Fatigado bien mío,
beso tu santísimo cuello, te veo cansado,
agotado y todo ocupado
en tu trabajo de amor, dime ¿qué
haces? Y Jesús:
«Hija mía, Yo en esta
hostia trabajo desde la mañana hasta
la noche formando
continuas cadenas de amor, a fin de que
conforme las almas
vienen a Mí, Yo las hago encontrar pronta
mi cadena de amor para
encadenarlas a mi corazón; ¿pero
sabes tú qué me hacen ellas
a cambio? Muchas toman a mal
estas mis cadenas, y
por la fuerza se liberan de ellas y las
hacen pedazos, y como
estas cadenas están atadas a mi
corazón, Yo quedo
torturado y doy en delirio; al romper mis
cadenas tiran al vacío
mi trabajo que hago en el Sacramento, y
buscan las cadenas de
las criaturas, y esto lo hacen aun en mi
presencia, sirviéndose
de Mí para lograr sus intentos. Esto me
da tanto dolor que me
da una fiebre tan violenta que me hace
desfallecer y
delirar».
Prisionero de amor, Tú
estás no sólo aprisionado sino
también encadenado, y
con ansia febril estás esperando los
corazones de las
criaturas para descender en ellos y salir de tu
prisión, y con las
cadenas que te ataban encadenar sus almas
a tu amor.
Pero con sumo dolor
ves que vienen ante Ti con un aire
indiferente, sin
premuras por recibirte; otras de hecho no te
reciben; y otras, si
te reciben, sus corazones están atados por
61
otros amores y llenos
de vicios, como si Tú fueras
despreciable, y Tú,
vida mía, estás obligado a salir de estos
corazones encadenado
como entraste, porque no te han dado
la libertad de hacerse
atar, y han cambiado tus ansias en
llanto.
Jesús mío, permíteme
que enjugue tus lágrimas y te
tranquilice el llanto
con mi amor, y para repararte te ofrezco las
ansias y suspiros, los
deseos ardientes que te han dado todos
los santos que han
existido y existirán, los de tu Mamá y el
mismo amor del Padre y
del Espíritu Santo, y yo haciendo mío
este amor, quiero
ponerme a las puertas del tabernáculo para
hacerte las
reparaciones y gritar detrás a las almas que
quisieran recibirte
para hacerte llorar, ‘te amo’, y tantas veces
intento repetir estos
actos de reparación, por cuantos contentos
das a todos los
santos, y por cuantos movimientos contiene la
santísima Trinidad.
Coronada Mamá, te beso
el corazón y te pido que custodies
mis afectos, mis
deseos, mis latidos, mis pensamientos, y que
los pongas como
lámparas a la puerta de los tabernáculos para
cortejar a Jesús.
¡Cuánto te compadezco,
oh Jesús! Tu amor es puesto en
aprietos, ¡ah! te
ruego, para consolarte por las ofensas que
recibes y para
repararte por tus cadenas que son hechas
pedazos, que encadenes
mi corazón con todas estas cadenas
para poder darte por
todos mi correspondencia de amor.
Jesús mío, flechero
divino, beso tu pecho. Es tal y tanto el
fuego que él contiene,
que para dar un poco de desahogo a tus
llamas que se elevan
tan alto, Tú, queriendo hacer un
descanso en tu
trabajo, quieres jugar en el Sacramento, y tu
juego es formar
flechas, dardos, saetas, a fin de que cuando
vengan ante Ti, Tú te
pongas a jugar con las criaturas,
haciendo salir de tu
pecho tus flechas para flecharlas, y cuando
las reciben Tú haces
fiesta y formas tu juego, pero muchas, oh
Jesús, te las
rechazan, enviándote en correspondencia flechas
de frialdad, dardos de
tibieza y saetas de ingratitud; y Tú
quedas tan afligido
por esto, que lloras porque las criaturas te
hacen fracasar en tu
juego de amor.
Oh Jesús, he aquí mi
pecho dispuesto a recibir no sólo tus
flechas destinadas
para mí, sino también aquellas que te
rechazan los demás, y
así no quedarás más frustrado en tus
juegos, y quiero
también repararte por las frialdades, las
tibiezas y las
ingratitudes que recibes.
Oh Jesús, beso tu mano
izquierda y quiero reparar por todos
los tocamientos
ilícitos y no santos hechos en tu presencia, y te
62
ruego que con esta
mano me tengas siempre estrechada a tu
corazón.
Oh Jesús, beso tu mano
derecha, e intento reparar todos los
sacrilegios,
especialmente las misas malamente celebradas.
¡Cuántas veces, amor
mío Tú eres obligado a descender del
Cielo a las manos de
los sacerdotes, que en virtud de su
potestad te llaman, y
encuentras esas manos llenas de fango,
que chorrean
inmundicia, y Tú, aunque sientes náusea de esas
manos te ves obligado
por tu amor a permanecer en ellas! Es
más, en algunos
sacerdotes, Tú encuentras en ellos a los
sacerdotes de tu
Pasión, que con sus enormes delitos y
sacrilegios renuevan
el deicidio. ¡Jesús mío, me da espanto el
sólo pensarlo! Y otra
vez, como en la Pasión, te estás en
aquellas manos
indignas, como manso corderito, esperando de
nuevo tu muerte.
¡Oh Jesús, cuánto
sufres, Tú quisieras una mano amorosa
para liberarte de esas
manos sanguinarias! Ah, te ruego que
cuando te encuentres
en esas manos me llames para estar
presente, y para
repararte quiero cubrirte con la pureza de los
ángeles, perfumarte
con tus virtudes para disminuir el hedor de
aquellas manos y mi
corazón como consuelo y refugio, y
mientras estés en mí
yo te rogaré por los sacerdotes, para que
sean dignos ministros
tuyos, y no pongan en peligro tu vida
sacramental.
Oh Jesús, beso tu pie
izquierdo, y quiero repararte por
quienes te reciben por
rutina y sin las debidas disposiciones.
Oh Jesús, beso tu pie
derecho, y quiero repararte por
aquellos que te
reciben para ultrajarte. Ah, te ruego que
cuando se atrevan a
hacer esto, renueves el milagro cuando
Longinos te traspasó
el corazón con la lanza, y al flujo de
aquella sangre que
brotó, tocándole los ojos lo convertiste y lo
sanaste, y así, a tu
toque sacramental, conviertas las ofensas
en amor.
Oh Jesús, beso tu
corazón, contra el cual se hacen todas las
ofensas, y yo intento
repararte de todo, y por todos darte una
correspondencia de
amor, y siempre junto contigo compartir tus
penas.
Ah, te ruego celestial
flechero de amor, si alguna ofensa
huye a mi reparación,
aprisióname en tu corazón y en tu
Voluntad, a fin de que
nada se me escape. Rogaré a la dulce
Mamá que me tenga
alerta, y junto con Ella te repararemos
todo y por todos,
juntas te besaremos, y haciéndonos tu
defensa alejaremos de
Ti las olas de las amarguras que
recibes de las
criaturas.
63
Ah Jesús, recuerda que
también yo soy una pobre
encarcelada, es verdad
que tu cárcel es más estrecha, cual es
el breve giro de una
hostia, por eso enciérrame en tu corazón,
y con las cadenas de
tu amor no solo aprisióname, sino ata
uno por uno mis
pensamientos, mis afectos, mis deseos, átame
las manos y los pies a
tu corazón para que yo no tenga otras
manos y otros pies que
los tuyos. Así que, amor mío, mi cárcel
será tu corazón, las
cadenas el amor, las puertas que me
impedirán salir será
tu santísima Voluntad, tus llamas serán mi
alimento, tu respiro
será el mío, así que no veré más que
llamas, no tocaré sino
fuego, que me darán vida y muerte,
como la que sufres Tú
en la hostia, y así te daré mi vida; y
mientras yo quedaré
aprisionada en Ti, Tú quedarás libre en
mí. ¿No ha sido éste
tu intento al encarcelarte en la hostia, el
ser desencarcelado por
las almas que te reciben, tomando vida
en ellas? Por eso, en
señal de amor bendíceme y dame un
beso, yo te abrazo y
permanezco en Ti.
Pero, oh dulce corazón
mío, veo que después de que has
instituido el
santísimo Sacramento y que has visto las enormes
ingratitudes y ofensas
de las criaturas, si bien quedas herido y
amargado, no te haces
para atrás, es más, quieres ahogarlo
todo en la inmensidad
de tu amor; veo que instruyes a tus
apóstoles, y después
agregas que lo que has hecho Tú lo
deben hacer ellos
también, dándoles potestad de consagrar, y
de tal manera los
ordenas sacerdotes e instituyes este otro
sacramento. Así que,
oh Jesús, en todo piensas y todo
reparas, las
predicaciones mal hechas, los sacramentos
administrados y
recibidos sin disposiciones, y por eso, sin
efectos; las
vocaciones equivocadas de los sacerdotes, por
parte de ellos como
por parte de quien los ordena, no usando
todos los medios para
conocer las verdaderas vocaciones.
Nada se te escapa, oh
Jesús, y yo quiero seguirte y reparar
todas estas ofensas.
Después de que has
dado cumplimiento a todo, en
compañía de tus
apóstoles te encaminas al huerto de
Getsemaní para dar
principio a tu dolorosa Pasión. Te seguiré
en todo, para hacerte
fiel compañía.
+ + +
64
Reflexiones de la
Cuarta Hora (8 PM)
20-21
Noviembre 4, 1926
…En el Evangelio se
lee con asombro cuando Yo postrado a
los pies de mis
apóstoles les lavé los pies y no omití ni siquiera
al pérfido Judas, este
acto, ciertamente muy humilde y de
indecible ternura, del
cual la Iglesia hace memoria, pero fue
sólo una vez que Yo
hice este acto. En cambio mi Voluntad
desciende más en lo
bajo, se pone bajo los pies con un acto
continuado para
sostenerlos, para volver firme la tierra, a fin de
que no se precipiten
en el abismo, sin embargo ninguna
atención. Y la noble
Reina espera con paciencia invicta,
velada por tantos
siglos en todas las cosas creadas, que su
Voluntad sea conocida,
y cuando sea conocida romperá sus
tantos velos que la
esconden y hará conocer qué cosa ha
hecho durante tantos
siglos por amor del hombre, dirá cosas
inauditas, excesos de
amor jamás pensados por nadie. He
aquí por qué
hablándote de mi Voluntad te hablo
frecuentemente de la
Creación, porque Ella es vida de todas
las cosas creadas y
por medio de ellas da vida a todos, y esta
vida quiere ser
conocida para que venga el Reino del Eterno
Fiat. Mi Voluntad está
velada en todo: Está velada en el viento
y desde dentro de
aquellos velos le lleva su refrigerante
frescura como
acariciándolo, y su aliento regenerador para
regenerarlo
continuamente a nueva vida siempre creciente de
gracia, y la noble
Reina velada en el viento se siente cambiar
sus caricias en
ofensas y su frescura en ardores de pasiones
humanas, y su aliento
regenerador en recambio de aliento
mortal a su Gracia, y
Ella sacude sus velos y el viento se
cambia en furor, y con
su impetuosidad arrastra gentes,
ciudades y regiones
como si fueran plumas, haciendo conocer
la potencia de la
noble Reina que se esconde en el viento. No
hay cosa creada en la
que mi Voluntad no esté velada, y por
eso todas esperan que
sea conocida y que venga el reino del
Fiat Supremo y su
pleno triunfo”.
+ + +
4-183
Marzo 12, 1903
…“Hija mía, lo mismo
sucedió cuando en el consistorio de la
Sacrosanta Trinidad se
decretó el misterio de la Encarnación
para salvar al género
humano, y Yo unido con su Voluntad
65
acepté y me ofrecí
víctima por el hombre; todo fue unión entre
las Tres Divinas
Personas y todo fue planeado juntos, pero
cuando me puse a la
obra llegó un momento, especialmente
cuando me encontré en
el ambiente de las penas, de los
oprobios, cargado de
todas las maldades de las criaturas, que
me quedé solo y
abandonado por todos, hasta por mi amado
Padre; y no sólo esto,
sino que así, cargado de todas las penas
como estaba, debía
forzar al Omnipotente que aceptara y que
me hiciera continuar
mi sacrificio por la salvación de todo el
género humano,
presente, pasado y futuro. Y esto lo obtuve. El
sacrificio dura aún,
el esfuerzo es continuo, si bien esfuerzo
todo de amor, ¿y
quieres saber dónde y cómo? En el
sacramento de la
Eucaristía, en él el sacrificio es continuo,
perpetuo, es la fuerza
que hago al Padre para que use
misericordia con las
criaturas y con las almas para obtener su
amor, y me encuentro
en continuo contraste de morir
continuamente, si bien
todas muertes de amor. Entonces, ¿no
estás contenta de que
te haga partícipe de los períodos de mi
misma vida?”
+ + +
11-111
Noviembre 13, 1915
Después de haber
recibido la Santa Comunión, pensaba
para mí cómo debía
ofrecerla para complacer a Jesús. Y Él,
siempre benigno, me
dijo:
“Hija mía, si quieres
agradarme, ofrécela como la ofreció mi
misma Humanidad. Yo,
antes de darme en comunión a los
demás, me comulgué a
Mí mismo, y quise hacer esto para dar
al Padre la gloria
completa de todas las Comuniones de las
criaturas, para
encerrar en Mí todas las reparaciones de todos
los sacrilegios, de
todas las ofensas que habría de recibir en el
Sacramento. Mi
Humanidad, encerrando la Voluntad Divina,
encerraba todas las
reparaciones de todos los tiempos, y
recibiéndome a Mí
mismo, me recibía dignamente; y como
todas las obras de las
criaturas fueron divinizadas por mi
Humanidad, así también
quise sellar con mi comunión las
comuniones de las
criaturas; de otra manera, ¿cómo podía la
criatura recibir a un
Dios? Fue mi Humanidad la que abrió esta
puerta a las criaturas
y les mereció recibirme a Mí mismo.
Ahora tú hija mía,
recíbela en mi Voluntad, únete a mi
Humanidad y así
encerrarás todo y Yo encontraré en ti las
reparaciones de todos,
la retribución de todo y mi
complacencia, más bien
encontraré otra vez a Mí mismo en ti”.
66
11-132
Octubre 2, 1916
Esta mañana recibí la
comunión como Jesús me había
enseñado, esto es,
unida con su Humanidad, Divinidad y
Voluntad suya, y Jesús
se hizo ver y yo lo besé y lo estreché a
mi corazón, y Él
devolviéndome el beso y el abrazo, me dijo:
“Hija mía, ¡cómo estoy
contento de que hayas venido a
recibirme unida con mi
Humanidad, mi Divinidad y mi Voluntad!
Me has renovado todo
el contento que sentí al recibirme en
comunión a Mí mismo, y
mientras tú me besabas y me
abrazabas, estando en
ti todo Yo mismo, contenías todas las
criaturas, y Yo sentía
darme el beso de todas, los abrazos de
todas, porque ésta era
tu voluntad, igual que fue la mía al
recibirme en la
comunión, rehacer al Padre por todo el amor de
las criaturas y a
pesar de que muchos no lo amarían, y el
Padre se rehacía en Mí
del amor de todas las criaturas, y Yo
me rehago en ti del
amor de todas las criaturas, y habiendo
encontrado en mi
Voluntad quien me ama, me repara, etc., a
nombre de todas,
porque en mi Voluntad no hay cosa que el
alma no pueda darme,
me siento amar a las criaturas a pesar
de que me ofendan, y
voy inventando estratagemas de amor
en torno a los corazones
más duros para convertirlos. Sólo por
amor de estas almas
que hacen todo en mi Querer, Yo me
siento como encadenado
y raptado y les concedo los prodigios
de las más grandes
conversiones”.
+ + +
12-24
Octubre 23, 1917
Esta mañana, después
de haber recibido al bendito Jesús
estaba diciéndole:
“Vida mía Jesús, dime, ¿cuál fue el primer
acto que hiciste
cuando te recibiste a Ti mismo
Sacramentalmente”.
Y Jesús: “Hija mía, el
primer acto que hice fue el de
multiplicar mi Vida en
tantas Vidas mías por cuantas criaturas
puedan existir en el
mundo, a fin de que cada una tuviera una
Vida mía únicamente
para ella, que continuamente reza,
agradece, da
satisfacción, ama, por ella sola, como también
multiplicaba mis penas
por cada alma, como si por ella sola
sufriera y no por
otros. En aquel momento supremo de
recibirme a Mí mismo,
Yo me daba a todos, y a sufrir en cada
uno de los corazones
mi Pasión, para poder sojuzgar los
67
corazones por vía de
penas y de amor, y dándoles todo lo mío
divino, venía a tomar
el dominio de todos. Pero, ¡ay de Mí! mi
amor quedó
desilusionado por muchos y espero con ansia los
corazones amantes, que
recibiéndome se unan Conmigo para
multiplicarse en
todos, deseando y queriendo lo que quiero Yo,
para tomar al menos de
ellos lo que no me dan los otros, y
para recibir el
contento de tenerlos conforme a mi deseo y a mi
Voluntad. Por eso hija
mía, cuando me recibas haz lo que hice
Yo, y Yo tendré el
contento de que al menos seamos dos que
queremos la misma cosa”.
Pero mientras esto
decía, Jesús estaba muy afligido, y yo le
he dicho: “Jesús, ¿qué
tienes que estás tan afligido?”
“¡Ay, ay, cuantos
males, como torrente impetuoso inundarán
los países, cuántos
males, cuántos males! Italia está
atravesando horas
tristes, tristísimas. Estréchense más a Mí,
estén de acuerdo entre
ustedes, rueguen a fin de que los
males no sean peores”.
Y yo: “¡Ah! mi Jesús,
¿qué será de mi país? No será que ya
no me quieres como
antes, porque queriéndome Tú
perdonabas en algo los
castigos”.
Y Él casi llorando:
“No es verdad, te quiero bien”.
+ + +
12-66
Octubre 24, 1918
Estaba preparándome
para recibir a mi dulce Jesús en el
sacramento y le pedía
que cubriera Él mi gran miseria, y Jesús
me ha dicho:
“Hija, para hacer que
la criatura pudiera tener todos los
medios necesarios para
recibirme, quise instituir este
sacramento al final de
mi Vida, para poder alinear en torno a
cada hostia toda mi
Vida, como preparativo para cada una de
las criaturas que me
habría de recibir. La criatura jamás podría
recibirme si no
tuviera a un Dios que preparara todo, que
movido solamente por exceso
de amor por quererse dar a la
criatura, y no
pudiendo ésta recibirme, ese mismo exceso me
llevara a dar toda mi
Vida para prepararla, así que ponía todos
mis pasos, mis obras,
mi amor, delante de los suyos, y como
en Mí estaba también
mi Pasión, ponía también mis penas
para prepararla. Así
que revístete de Mí, cúbrete con cada uno
de mis actos y ven”.
Después me he
lamentado con Jesús porque ya no me
hacía sufrir como
antes, y Él ha agregado:
68
“Hija mía, Yo no miro
tanto el sufrir, sino la buena voluntad
del alma y el amor con
el que sufre, por eso el más pequeño
sufrimiento se hace
grande, las naderías toman vida en el todo
y adquieran valor, y
el no sufrir es más fuerte que el mismo
sufrir. ¡Qué dulce
violencia es para Mí ver a una criatura que
quiere sufrir por amor
mío! Qué me importa a Mí que no sufra,
cuando veo que el no
sufrir le es un clavo más doloroso que el
mismo sufrir; en
cambio, la no buena voluntad, las cosas
forzadas y sin amor, por
cuanto grandes, son pequeñas; Yo no
las miro, más bien me
son de peso”.
+ + +
12-144
Diciembre 25, 1920
…Has de saber que mi
suerte Sacramental es más dura aún
que mi suerte
infantil: La gruta, si bien fría, era espaciosa,
tenía aire para
respirar; la hostia también es fría, es tan
pequeña que casi me
falta el aire. En la gruta tuve un pesebre
con un poco de heno
por lecho, en mi Vida Sacramental aun el
heno me falta, y por
lecho no tengo más que metales duros y
helados. En la gruta
tenía a mi amada Mamá que
frecuentemente me
tomaba con sus purísimas manos y me
cubría con besos
ardientes para calentarme, me calmaba el
llanto, me nutría con
su leche dulcísima; todo lo contrario en mi
Vida Sacramental, no
tengo una Mamá, si me toman, siento el
toque de manos
indignas, manos que huelen a tierra y a
estiércol; ¡oh! cómo
siento más esta peste que la del estiércol
de la gruta, en vez de
cubrirme con besos me tocan con actos
irreverentes, y en vez
de leche me dan la hiel de los
sacrilegios, de los
descuidos, de las frialdades. En la gruta,
San José no dejó que
me faltara una lamparita de luz en las
noches; aquí en el
sacramento, ¿cuántas veces quedo en la
oscuridad, aun en la
noche? ¡Oh! cómo es más dolorosa mi
suerte Sacramental,
cuántas lágrimas ocultas no vistas por
ninguno, cuántos
gemidos no escuchados. Si te ha movido a
piedad mi suerte
infantil, mucho más te debe mover a piedad
mi suerte
Sacramental”.
+ + +
69
14-16
Marzo 24, 1922
…“Hija mía, conforme
el alma hace sus actos en mi Querer,
así multiplica mi
Vida, de manera que si hace diez actos en mi
Voluntad, diez veces
me multiplica; si hace veinte, cien, mil, o
aún más, tantas veces
de más quedo multiplicado. Sucede
como en la
Consagración Sacramental, cuantas hostias ponen,
tantas veces quedo
multiplicado, la diferencia que hay es que
en la Consagración
Sacramental tengo necesidad de las
hostias para
multiplicarme y del sacerdote que me consagre.
En mi Voluntad para
quedar multiplicado, tengo necesidad de
los actos de la
criatura, donde más que hostia viva, no muerta
como las hostias antes
de Consagrarme, mi Voluntad me
Consagra y me encierra
en el acto de la criatura, y Yo quedo
multiplicado en cada
acto suyo hecho en mi Voluntad, por eso
mi amor tiene su
desahogo completo con las almas que hacen
mi Voluntad y viven en
mi Querer, son siempre ellas las que
suplen no sólo a todos
los actos que me deben las criaturas,
sino a mi misma Vida
Sacramental. Cuántas veces queda
obstaculizada mi Vida
Sacramental en las pocas hostias en las
que Yo quedo
consagrado, porque son pocos los que
comulgan, otras veces
faltan sacerdotes que me consagren, y
mi Vida Sacramental no
sólo no queda multiplicada cuanto
quisiera, sino que
queda sin existencia. ¡Oh! cómo sufre por
ello mi amor, quisiera
multiplicar mi Vida todos los días en
tantas hostias por
cuantas criaturas existen para darme a ellas,
pero en vano espero,
mi Voluntad queda sin efecto. Pero lo
que he decidido, todo
tendrá cumplimiento, por eso tomo otro
camino y me multiplico
en cada acto de la criatura hecho en mi
Querer, para hacerme
suplir a la multiplicación de las Vidas
Sacramentales. Ah, sí,
sólo las almas que vivan en mi Querer
suplirán a todas las
comuniones que no reciben las criaturas, a
todas las
consagraciones que no son hechas por los
sacerdotes; en ellas
encontraré todo, aun la misma
multiplicación de mi Vida
Sacramental. Por eso te repito que tu
misión es grande, a
misión más alta, más noble, sublime y
divina no podría
escogerte, no hay cosa que no concentraré en
ti, aun la
multiplicación de mi Vida, haré nuevos prodigios de
gracia jamás hechos
hasta ahora; por eso te pido, sé atenta,
seme fiel, haz que mi
Voluntad tenga vida siempre en ti, y Yo
en mi mismo Querer en
ti, encontraré toda completada la obra
de la Creación, con
mis plenos derechos, y todo lo que quiero”.
70
14-40
Julio 6, 1922
…Después de esto he
continuado con las demás horas de la
Pasión, y mientras
seguía la cena eucarística, mi dulce Jesús
se movió en mi
interior y con la punta de su dedo ha tocado
fuerte en mi interior,
tanto que lo he oído con mis oídos y he
dicho entre mí: “¿Qué
querrá Jesús que llama?” Y Él
llamándome me ha dicho:
“No bastaba tocar para
hacerme oír, sino también llamarte
para ser escuchado.
Escucha hija mía, mientras instituía la
cena Eucarística llamé
a todos en torno a Mí, miré todas las
generaciones, del
primero al último hombre, para dar a todos
mi Vida Sacramental, y
no una vez, sino tantas veces por
cuantas veces tiene
necesidad del alimento corporal. Yo quería
constituirme como
alimento del alma, pero me encontré muy
mal al ver que esta mi
Vida Sacramental quedaba rodeada por
desprecios, por
descuidos y aun por muerte despiadada. Me
sentí mal, sentí todas
las congojas de la muerte de mi Vida
Sacramental tan
dolorosa y repetida; pero miré mejor, hice uso
de la potencia de mi
Querer y llamé en torno a Mí a las almas
que habrían vivido en
mi Querer, ¡oh! ¡Cómo me sentía feliz!
Me sentía rodeado por
estas almas a las cuales la potencia de
mi Voluntad las tenía
como abismadas, y que como centro de
su vida estaba mi
Querer; vi en ellas mi inmensidad y me
encontré bien
defendido por todas, y a ellas confié mi Vida
Sacramental, la
deposité en ellas para que no sólo me cuidaran
sino que me
correspondieran por cada hostia Consagrada con
una vida de ellas, y
esto sucede como connatural, porque mi
Vida Sacramental está
animada por mi Voluntad eterna, y la
vida de estas almas
tiene como centro de vida mi Querer, así
que cuando se forma mi
Vida Sacramental, mi Querer obrante
en Mí obra en ellas y
Yo siento su vida en mi Vida
Sacramental, se
multiplican Conmigo en cada una de las
hostias, y Yo siento
que me dan vida por vida. ¡Oh, cómo
exulté al verte a ti
como primera, que en modo especial te
llamé a formar vida en
mi Querer! Hice en ti mi primer depósito
de todas mis Vidas Sacramentales,
te confié a la potencia y a
la inmensidad del
Querer Supremo, a fin de que te hicieran
capaz de recibir este
depósito, y desde entonces tú estabas
presente a Mí y te
constituí depositaria de mi Vida
Sacramental, y en ti a
todas las demás almas que habrían
vivido en mi Querer.
Te di el primado sobre todo, y con razón,
porque mi Querer no
está puesto por debajo de ninguno, aun
71
sobre los apóstoles,
sobre los sacerdotes, porque si bien ellos
me Consagran pero no
quedan vida junto Conmigo, más bien
me dejan solo,
olvidado, no teniendo cuidado de Mí; en cambio
esas almas habrían
sido vida en mi misma Vida, inseparables
de Mí, por eso te amo
tanto, es a mi mismo Querer que amo en
ti”.
+ + +
15-12
Marzo 27, 1923
Habiendo recibido la
comunión, mi dulce Jesús se ha hecho
ver, y yo apenas lo he
visto me he arrojado a sus pies para
besarlos y estrecharme
toda a Él. Y Jesús extendiéndome la
mano me ha dicho:
"Hija mía, ven
entre mis brazos y hasta dentro de mi
corazón, me he
cubierto de los velos Eucarísticos para no
infundir temor, he
descendido en el abismo más profundo de
las humillaciones en
este Sacramento para elevar a la criatura
hasta Mí, fundiéndola
tanto en Mí de formar una sola cosa
Conmigo, y con hacer
correr mi sangre sacramental en sus
venas constituirme
vida de su latido, de su pensamiento y de
todo su ser. Mi amor
me devoraba y quería devorar a la
criatura en mis llamas
para hacerla renacer como otro Yo, por
eso quise esconderme
bajo estos velos eucarísticos, y así
escondido entrar en
ella para formar esta transformación de la
criatura en Mí; pero
para que suceda esta transformación se
necesitaban las
disposiciones por parte de las criaturas, y mi
amor llegando al
exceso, mientras instituía el Sacramento
Eucarístico, así ponía
fuera de dentro de mi Divinidad otras
gracias, dones,
favores, luz para bien del hombre, para volverlo
digno de poderme
recibir; podría decir que puse fuera tanto
bien de sobrepasar los
dones de la Creación, quise darle
primero las gracias
para recibirme, y después darme para darle
el verdadero fruto de
mi Vida Sacramental. Pero para preparar
con estos dones a las
almas, se necesita un poco de vacío de
ellas mismas, de odio
a la culpa, de deseo de recibirme; estos
dones no descienden en
la podredumbre, en el fango, por tanto
sin mis dones no
tienen las verdaderas disposiciones para
recibirme, y Yo
descendiendo en ellas no encuentro el vacío
para comunicar mi
Vida, estoy como muerto para ellas, y ellas
muertas para Mí; Yo
ardo y ellas no sienten mis llamas, soy luz
y ellas quedan más
cegadas. ¡Ay de Mí! cuántos dolores en mi
Vida Sacramental,
muchas por falta de disposiciones, no
sintiendo nada de bien
en el recibirme, llegan a nausearme, y
72
si continúan
recibiéndome es para formar mi continuo calvario
y su eterna
condenación, si no es el amor lo que las lleva a
recibirme, es una
afrenta de más que me hacen, es una culpa
de más que agregan a
sus almas. Por eso reza y repara por los
tantos abusos y
sacrilegios que se hacen al recibirme
Sacramentado".
+ + +
15-30
Junio 18, 1923
Me sentía toda
absorbida en la Santísima Voluntad de Dios,
y el bendito Jesús me
hacía presentes, como en acto, todos los
actos de su Vida sobre
la tierra, y como lo había recibido
sacramentado en mi
pobre corazón, me hacía ver como en
acto, en su Santísimo
Querer, cuando mi dulce Jesús
instituyendo el
Santísimo Sacramento se comulgó a Sí mismo.
Cuántas maravillas,
cuántos prodigios, cuántos excesos de
amor en este
comulgarse a Sí mismo, mi mente se perdía en
tantos prodigios
divinos, y mi siempre amable Jesús me ha
dicho:
"Hija querida de
mi Supremo Querer, mi Voluntad contiene
todo, conserva todas
las obras divinas como en acto y nada
deja escapar, y a
quien en Ella vive quiere hacerle conocer los
bienes que contiene.
Por eso quiero hacerte conocer la causa
por la que quise
recibirme a Mí mismo al instituir el Santísimo
Sacramento. El
prodigio era grande e incomprensible a la
mente humana: recibir
la criatura a un Hombre y Dios, encerrar
en el ser finito el
infinito, y a este Ser infinito darle los honores
divinos, el decoro, la
habitación digna de Él, era tan profundo e
incomprensible este
misterio, que los mismos apóstoles,
mientras creyeron con
facilidad en la Encarnación y en tantos
otros misterios,
delante a éste quedaron turbados y su
inteligencia se
resistía a creer, y se necesitó hablarles
repetidamente para
rendirlos; entonces, ¿cómo hacer? Yo que
lo instituía debía
pensar en todo, porque mientras la criatura
debía recibirme, a la
Divinidad no debían faltarle los honores, el
decoro divino, la
habitación digna de Dios. Por eso hija mía,
mientras instituía el
Santísimo Sacramento, mi Voluntad eterna
unida a mi voluntad
humana me hizo presentes todas las
hostias que hasta el
fin de los siglos debían recibir la
Consagración
Sacramental, y Yo una por una las miré, las
consumí, y vi mi Vida
Sacramental palpitante en cada hostia
porque quería darse a
las criaturas. Mi Humanidad, a nombre
de toda la familia
humana tomó el empeño por todos y dio la
73
habitación en Sí misma
a cada hostia, y mi Divinidad, que era
inseparable de Mí,
circundó cada hostia sacramental con
honores, alabanzas y
bendiciones divinas para hacer digno
decoro a mi Majestad,
así que cada hostia sacramental fue
depositada en Mí y
contiene la habitación de mi Humanidad y
el cortejo de los
honores de mi Divinidad; de otra manera,
¿cómo podía descender
en la criatura? Y fue sólo por esto que
toleré los
sacrilegios, las frialdades, las irreverencias, las
ingratitudes, porque
habiéndome recibido a Mí mismo puse a
salvo mi decoro, los
honores, la habitación que se necesitaba a
mi misma persona. Si
no me hubiera recibido a Mí mismo, Yo
no habría podido
descender en ella, y a ella le habría faltado el
camino, la puerta, los
medios para recibirme.
Así es mi costumbre en
todas mis obras, las hago una vez
para dar vida a todas
las demás veces que se repetirán,
uniéndolas al primer
acto como si fuera un acto solo, así que la
potencia, la
inmensidad, la Omnividencia de mi Voluntad me
hicieron abrazar todos
los siglos, me hicieron presentes todos
los comulgantes y
todas las hostias sacramentales, y me recibí
otras tantas veces a
Mí mismo, para hacer pasar por Mí a Mí
mismo en cada
criatura. ¿Quién ha pensado jamás en tanto
amor mío, que para
descender en los corazones de las
criaturas, Yo debía
recibirme a Mí mismo para poner a salvo
los derechos divinos,
y poder dar a ellas no sólo a Mí mismo,
sino también los
mismos actos que Yo hice al recibirme, para
disponerlas y darles
casi el derecho de poderme recibir?"
Yo he quedado
maravillada y como si quisiera dudar, y
Jesús ha agregado:
"¿Por qué dudas?
¿No es acaso éste el obrar de Dios? ¿Y
de este acto solo
formar tantos actos por cuantos se quiera
disfrutar, mientras
que es un solo acto? ¿No fue lo mismo para
el acto de la
Encarnación, de mi Vida y de mi Pasión? Una sola
vez me Encarné, una
fue mi Vida, una la Pasión, sin embargo,
esta Encarnación, Vida
y Pasión son para todos y para cada
uno, como si fuera
para él solo, así que están aún como en
acto y para cada uno,
como si ahora me estuviera Encarnando
y sufriendo mi Pasión,
si no fuera así no obraría como Dios,
sino como criatura,
que no conteniendo un poder divino no
puede hacerse de
todos, ni puede darse a todos."
Ahora hija mía, quiero
decirte otro exceso de mi amor:
Quien hace mi Voluntad
y vive en Ella, viene a abrazar el obrar
de mi Humanidad,
porque Yo amo mucho que la criatura se
vuelva similar a Mí, y
como mi Querer y el suyo son uno solo,
Él toma placer y
recreándose pone en la criatura todo el bien
74
que contengo, y hago
en ella el depósito de las mismas hostias
sacramentales. Mi
Voluntad que la criatura contiene le presta y
la circunda con
decoro, homenajes y honores divinos, y Yo
todo a ella le confío,
porque estoy cierto de poner al seguro mi
obrar, porque mi
Voluntad se hace actor, espectador y custodio
de todos mis bienes,
de mis obras y de mi misma Vida".
+ + +
21-16
Abril 16, 1927
Estaba haciendo la
hora cuando Jesús instituyó la Santísima
Eucaristía, y
moviéndose en mi interior me ha dicho:
“Hija mía, cuando hago
un acto, primero veo si hay al menos
una criatura donde
poner el depósito de mi acto, a fin de que
tome el bien que hago,
lo tenga custodiado y bien defendido.
Ahora, cuando instituí
el Santísimo Sacramento busqué a esta
criatura y mi Reina
Mamá se ofreció a recibir este acto mío y el
depósito de este gran
don diciéndome: ‘Hijo mío, si te ofrecí mi
seno y todo mi Ser en
tu Concepción para tenerte custodiado y
defendido, ahora te
ofrezco mi corazón materno para recibir
este gran depósito, y
dispongo en orden de batalla en torno a
tu Vida Sacramental,
mis afectos, mis latidos, mi amor, mis
pensamientos, toda Yo
misma para tenerte defendido,
cortejado, amado,
reparado; tomo Yo el empeño de
corresponderte por el
gran don que haces, confía en tu Mamá y
Yo pensaré en la
defensa de tu Vida Sacramental; y como Tú
mismo me has
constituido Reina de toda la Creación, tengo el
derecho de alinear en
torno a Ti toda la luz del sol como
homenaje y adoración,
a las estrellas, al cielo, al mar, a todos
los habitantes del
aire, todo lo pongo en torno a Ti para darte
amor y gloria”.
Ahora, asegurándome
donde podía poner este gran depósito
de mi Vida Sacramental
y fiándome de mi Mamá que me había
dado todas las pruebas
de su fidelidad, instituí el Santísimo
Sacramento. Era Ella
la única criatura digna que podía
custodiar, defender y
reparar mi acto. Entonces mira, cuando
las criaturas me reciben,
Yo desciendo en ellas junto con los
actos de mi
inseparable Mamá, y sólo por esto puedo continuar
mi Vida Sacramental.
Por esto es necesario que escoja primero
una criatura cuando
quiero hacer una obra grande, digna de
Mí, primero para tener
el lugar donde poner mi don, segundo
para tener la
correspondencia. También en el orden natural se
hace así, si el
agricultor quiere sembrar la semilla, no la arroja
75
en medio del camino,
sino que va en busca del pequeño
terreno, lo prepara,
forma los surcos y después arroja la
semilla, y para estar
seguro la cubre con tierra, esperando con
ansia la cosecha para
recibir la correspondencia de su trabajo
y de la semilla que ha
confiado a la tierra. Otro quiere formar
un bello objeto,
primero prepara las materias primas, el lugar
donde ponerlo y
después lo forma. Así también he hecho
contigo, te escogí, te
preparé y después te confié el gran don
de las manifestaciones
de mi Voluntad, y así como confié a mi
amada Mamá la suerte
de mi Vida Sacramental, así he querido
fiarme de ti,
confiándote la suerte del Reino de mi Voluntad”
+ + +
76
77
QUINTA HORA
De las 9 a las 10 de
la noche
Primera hora de agonía
en el Huerto de Getsemaní
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la
oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y
fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis
brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu
corazón empiezo:
Mi afligido Jesús,
como por una corriente eléctrica me siento
atraída a este huerto,
comprendo que Tú, imán potente para mi
herido corazón me
llamas, y yo corro pensando entre mí:
«¿Qué son estas
atracciones de amor que siento en mí? ¡Ah,
tal vez mi perseguido
Jesús se encuentra en estado de tal
amargura, que siente
la necesidad de mi compañía!»
Y yo vuelo, ¿pero
qué?, me siento horrorizada al entrar en
este huerto, la
oscuridad de la noche, la intensidad del frío, el
lento moverse de las
hojas, que como tristes y débiles voces,
anuncian penas,
tristezas y muerte para mi dolorido Jesús. El
dulce centellear de
las estrellas, que como ojos llorosos están
todas atentas a
mirarlo, y haciendo eco a las lágrimas de Jesús
me reprochan por mis
ingratitudes, y yo tiemblo y a tientas lo
voy buscando, lo
llamo: «Jesús, ¿dónde estás? ¿Me llamas y
no te dejas ver? ¿Me
llamas y te escondes?».
Pero todo es terror,
todo es espanto y silencio profundo.
Pongo atentos mis
oídos y oigo un respiro afanoso, y es
precisamente a Jesús a
quien encuentro, pero qué cambio
funesto, no es más el
dulce Jesús de la cena eucarística, en
donde su rostro
resplandecía con una belleza deslumbrante y
raptora, sino que está
triste, con una tristeza mortal que
desfigura su natural
belleza.
Ya agoniza y me siento
turbada pensando que tal vez no
escucharé más su voz,
porque parece que muere. Por eso me
abrazo a sus pies; me
hago más atrevida y me acerco a sus
brazos, le pongo la
mano en la frente para sostenerlo y en voz
baja lo llamo: «Jesús,
Jesús». Y Él, sacudido por mi voz, me
mira y me dice:
«Hija, ¿estás aquí?
¡Ah! te estaba esperando, y era ésta la
tristeza que más me
oprimía, el total abandono de todos, y te
esperaba a ti para
hacerte ser espectadora de mis penas, y
hacerte beber junto conmigo
el cáliz de las amarguras que
dentro de poco mi
Padre celestial me enviará por medio de un
ángel. Lo beberemos
juntos, no será un cáliz de consuelo sino
78
de amarguras intensas,
y siento la necesidad de que alguna
alma amante beba
alguna gota al menos, por eso te he
llamado, para que tú
lo aceptes y compartas conmigo mis
penas y me asegures
que no me dejarás solo en tanto
abandono».
¡Ah! sí, mi
atormentado Jesús, beberemos juntos el cáliz de
tus amarguras,
sufriremos juntos tus penas y no me apartaré
jamás de tu lado.
Y el afligido Jesús,
después de habérselo asegurado, entra
en agonía mortal,
sufre penas jamás vistas ni entendidas, y yo,
no pudiendo resistir y
queriendo compadecerlo y aliviarlo le
digo:
«Dime, ¿por qué estás
tan triste, afligido y solo en este
huerto y en esta
noche? Es la última noche de tu vida sobre la
tierra, pocas horas te
quedan para dar principio a tu Pasión.
Creí encontrar aquí al
menos a la Celestial Mamá, a la amante
Magdalena y a tus
fieles apóstoles, en cambio te encuentro
solo, en poder de una
tristeza que te da muerte despiadada,
sin hacerte morir. Oh
mi bien, mi todo, ¿no me respondes?
¡Háblame! Pero parece
que te falta la palabra, tanta es la
tristeza que te
oprime. Pero, oh mi Jesús, tu mirada, llena de
luz, sí, pero afligida
e indagadora, que parece que buscas
ayuda, tu rostro pálido,
tus labios abrazados por el amor, tu
divina Persona que
tiembla toda de pies a cabeza, tu corazón
que late fuerte,
fuerte, y aquellos latidos buscan almas y te dan
tal afán que parece
que de un momento a otro expires, me
dicen que estás solo y
por eso buscas mi compañía».
¡Heme aquí oh mi
Jesús, toda para Ti, junto contigo! Mi
corazón no resiste el
verte tirado en la tierra; te tomo entre mis
brazos y te estrecho a
mi corazón, quiero numerar uno por uno
tus afanes, una por
una las ofensas que te hacen, para darte
alivio por todo,
reparación por todo, y por todo, al menos
compadecerte.
Pero, oh mi Jesús,
mientras te tengo entre mis brazos, tus
sufrimientos se
acrecientan, siento, oh vida mía, correr en tus
venas un fuego, y
siento que la sangre te hierve y quiere
romperlas para salir
fuera. Dime amor mío, ¿qué tienes? No
veo flagelos, no
espinas, no clavos ni cruz, no obstante,
apoyando mi cabeza
sobre tu corazón siento que crueles
espinas te traspasan
la cabeza; azotes despiadados no te
dejan a salvo ninguna
parte, ni dentro ni fuera de tu divina
Persona; tus manos
paralizadas y contraídas más que por
clavos. Dime dulce
bien mío, ¿quién tiene tanto poder, aun en
tu interior, que te
atormenta y te hace sufrir tantas muertes por
79
cuantos tormentos te
da? Ah, me parece que Jesús bendito
abre sus labios
moribundos y me dice:
«Hija mía, ¿quieres
saber quién me atormenta más que los
mismos verdugos? Es
más, estos verdugos son nada en
comparación de esto.
Es el amor eterno que queriendo el
primado en todo, me
está haciendo sufrir todo junto y en las
partes más íntimas lo
que los verdugos me harán sufrir poco a
poco.
Ah, hija mía, es el
amor el que prevalece en todo sobre Mí, y
en Mí el amor me es
clavo, el amor me es flagelo, el amor me
es corona de espinas,
el amor me es todo, el amor es mi
Pasión perenne,
mientras que la de los hombres es temporal.
Ah hija mía, entra en
mi corazón, ven a perderte en mi amor,
pues sólo en mi amor
comprenderás cuánto he sufrido y cuánto
te he amado, y
aprenderás a amarme y a sufrir sólo por amor».
Oh mi Jesús, ya que Tú
me llamas dentro de tu corazón para
hacerme ver lo que el
amor te hace sufrir, yo entro en él. Pero
mientras entro veo los
portentos del amor, que no te corona la
cabeza con espinas
materiales, sino con espinas de fuego; que
no te azota con
látigos de cuerdas, sino con látigos de fuego;
que te crucifica no
con clavos de fierro, sino de fuego; todo es
fuego que penetra
hasta los huesos, y en la misma médula,
convirtiendo toda tu
santísima Humanidad en fuego, te da
penas mortales,
ciertamente más que en la misma Pasión, y
prepara un baño de
amor a todas las almas que querrán
lavarse de cualquier
mancha y adquirir el derecho de hijas del
amor.
¡Oh amor sin término,
yo siento retroceder ante tal
inmensidad de amor, y
veo que para poder entrar en el amor y
comprenderlo, debería
ser toda amor! ¡Oh mi Jesús, no lo
soy...! Pero ya que Tú
quieres mi compañía y quieres que entre
en Ti, te suplico que
me conviertas toda en amor.
Por eso te pido que
corones mi cabeza, cada uno de mis
pensamientos con la
corona del amor; te suplico, oh Jesús, que
me azotes con el
flagelo del amor mi alma, mi cuerpo, mis
potencias, mis
sentimientos, mis deseos, mis afectos, en suma,
todo, y en todo quede
flagelada y sellada por el amor. Haz, oh
amor interminable, que
no haya cosa en mí que no tome vida
del amor.
Oh Jesús, centro de
todos los amores, te suplico que claves
mis manos, mis pies
con los clavos del amor, a fin de que toda
clavada por el amor me
convierta en amor, el amor entienda,
de amor me vista, de
amor me alimente, el amor me tenga toda
clavada en Ti, a fin
de que ninguna cosa, dentro y fuera de mí,
80
se atreva a tocarme, a
desviarme y alejarme del amor, oh
Jesús.
+ + +
Reflexiones de la
Quinta Hora (9 PM)
9-25
Noviembre 25, 1909
Encontrándome en mi
habitual estado, estaba pensando en
la agonía de Jesús en
el huerto; y apenas haciéndose ver el
bendito Jesús me ha
dicho:
“Hija mía, los hombres
no hicieron otra cosa que trabajar la
corteza de mi
Humanidad, y el amor eterno me trabajó todo lo
de adentro, así que en
mi agonía, no los hombres, sino el amor
eterno, el amor
inmenso, el amor incalculable, el amor oculto,
fue el que me abrió
grandes heridas, me traspasó con clavos
abrasadores, me coronó
con espinas ardientes, me dio de
beber hiel hirviente,
así que mi pobre Humanidad no pudiendo
contener tantas
especies de martirios a un mismo tiempo, hizo
salir fuera ríos de
sangre, se contorsionaba y llegó a decir:
“Padre, si es posible
quita de Mí este cáliz, pero no la mía, sino
que se haga tu
Voluntad”. Lo que no hizo en el resto de la
Pasión. Así que todo
lo que sufrí en el curso de la Pasión, lo
sufrí todo junto en la
agonía del huerto, pero en modo más
intenso, más doloroso,
más íntimo, porque el amor me penetró
hasta en la médula de
los huesos y en las fibras más íntimas
del corazón, donde
jamás podían llegar las criaturas, pero el
amor a todo llega, no
hay cosa que le pueda resistir. Así que mi
primer verdugo fue el
amor. Por eso en el curso de la Pasión
no hubo en Mí ni siquiera
una mirada amenazadora hacia
quien me hacía de
verdugo, porque tenía un verdugo más
cruel, más activo en
Mí, el cual era el amor, y donde los
verdugos externos no
llegaban, o cualquier punto que quedaba
sin tocar, el amor
hacía su trabajo y en nada me perdonaba. Y
así es en todas las
almas, el primer trabajo lo hace el amor, y
cuando el amor ha
trabajado y la ha llenado de sí, lo que se ve
de bien en el exterior
no es otra cosa que el desahogo del
trabajo que el amor ha
hecho en el interior”.
+ + +
81
11-45
Enero 22, 1913
Estaba pensando en la
Pasión de mi siempre amable Jesús,
especialmente en lo
que sufrió en el huerto, entonces me he
encontrado toda
sumergida en Jesús y Él me ha dicho:
“Hija mía, mi primera
Pasión fue el amor, porque el hombre
al pecar, el primer
paso que da en el mal es la falta de amor,
por lo tanto, faltando
el amor se precipita en la culpa; por eso,
el Amor para rehacerse
en Mí de esta falta de amor de las
criaturas, me hizo
sufrir más que todos, casi me trituró más que
bajo una prensa, me
dio tantas muertes por cuantas criaturas
reciben la vida.
El segundo paso que
sucede en la culpa es defraudar la
gloria de Dios, y el
Padre para rehacerse de la gloria quitada
por las criaturas me
hizo sufrir la Pasión del pecado, esto es,
que cada culpa me daba
una pasión especial; si la pasión fue
una, el pecado en
cambio me dio tantas pasiones por cuantas
culpas se cometerán
hasta el fin del mundo; y así se rehizo la
gloria del Padre.
El tercer efecto que
produce la culpa es la debilidad en el
hombre, y por eso
quise sufrir la Pasión por manos de los
judíos, esta es mi
tercera Pasión, para rehacer al hombre de la
fuerza perdida.
Así que con la Pasión
del amor se rehizo y se puso en justo
nivel el Amor, con la
Pasión del pecado se rehizo y se puso a
nivel la gloria del
Padre, con la Pasión de los judíos se puso a
nivel y se rehizo la
fuerza de las criaturas. Todo esto lo sufrí en
el huerto, fue tal y
tanto el sufrimiento, las muertes que sufrí,
los espasmos atroces,
que habría muerto de verdad si la
Voluntad del Padre
hubiera llegado a que Yo muriera”.
Después continué
meditando cuando mi amable Jesús fue
arrojado por los
enemigos al torrente Cedrón. El bendito Jesús
se hacía ver en un
aspecto que movía a piedad, todo bañado
con aquellas aguas
puercas y me ha dicho:
“Hija mía, al crear el
alma la vestí de un manto de luz y de
belleza; el pecado
quita este manto de luz y de belleza y la
cubre con un manto de
tinieblas y de fealdad, volviéndola
repugnante y
nauseante, y Yo para quitar este manto tan
nauseabundo que el pecado
pone al alma, permití que los
judíos me arrojaran en
este torrente, donde quedé como
recubierto dentro y
fuera de Mí, porque estas aguas pútridas
me entraron hasta en
las orejas, en las narices, en la boca,
tanto, que los judíos
tenían asco de tocarme. ¡Ah, cuánto me
82
costó el amor de las
criaturas, hasta volverme nauseabundo a
Mí mismo!”
+ + +
13-34
Noviembre 19, 1921
Estaba haciendo
compañía a mi Jesús agonizante en el
Huerto de Getsemaní, y
por cuanto me era posible lo
compadecía, lo
estrechaba fuerte a mi corazón tratando de
secarle el sudor
mortal, y mi doliente Jesús, con voz apagada y
agonizante me ha
dicho:
“Hija mía, dura y
penosa fue mi agonía en el Huerto, quizá
más penosa que la de
la cruz, porque si ésta fue el
cumplimiento y el
triunfo sobre todos, aquí en el Huerto fue el
principio, y los males
se sienten más al principio que cuando
están por terminar, en
esta agonía la pena más desgarradora
fue cuando se me
hicieron presentes uno por uno todos los
pecados, mi Humanidad
comprendió toda la enormidad de
ellos y cada delito
llevaba el sello de “muerte a un Dios”, y
estaba armado con
espada para matarme. Delante a la
Divinidad la culpa me
aparecía tan horrenda y más horrible que
la misma muerte; sólo
al comprender qué significa pecado, Yo
me sentía morir y
moría en realidad, grité al Padre y fue
inexorable, no hubo
uno solo que al menos me diera una ayuda
para no hacerme morir,
grité a todas las criaturas que tuvieran
piedad de Mí, pero en
vano, así que mi Humanidad languidecía
y estaba por recibir
el último golpe de la muerte, pero ¿sabes
tú quién impidió la
ejecución y sostuvo mi Humanidad para no
morir? Primero fue mi
inseparable Mamá, Ella al oírme pedir
ayuda voló a mi lado y
me sostuvo, y Yo apoyé mi brazo
derecho en Ella, la
miré casi agonizante y encontré en Ella la
inmensidad de mi
Voluntad íntegra, sin haber habido nunca
ruptura alguna entre
mi Voluntad y la suya. Mi Voluntad es
Vida, y como la
Voluntad del Padre era inamovible, y la muerte
me venía de las
criaturas, otra criatura que encerraba la Vida
de mi Voluntad me daba
la vida. Y he aquí que mi Mamá, que
en el portento de mi
Voluntad me concibió y me hizo nacer en
el tiempo, y ahora me
da por segunda vez la vida para
hacerme cumplir la
obra de la Redención. Después miré a la
izquierda y encontré a
la pequeña hija de mi Querer, te
encontré a ti como
primera, con el séquito de las otras hijas de
mi Voluntad, y así como
a mi Mamá la quise Conmigo como
primer eslabón de la
misericordia, con el cual debíamos abrir
las puertas a todas
las criaturas, por eso quise apoyar en Ella
83
la derecha; a ti te
quise como primer eslabón de la justicia,
para impedir que se
descargase sobre todas las criaturas como
se merecen, por eso
quise apoyar la izquierda, a fin de que la
sostuvieras junto
Conmigo. Entonces, con estos dos apoyos Yo
me sentí dar
nuevamente la vida, y como si nada hubiera
sufrido, con paso
firme fui al encuentro de mis enemigos, y en
todas las penas que
sufrí en mi Pasión, muchas de ellas
capaces de darme la
muerte, estos dos apoyos no me dejaban
jamás, y cuando me veían
a punto de morir, con mi Voluntad
que contenían me
sostenían y me daban como tantos sorbos
de vida. ¡Oh! los
prodigios de mi Querer, ¿quién puede jamás
numerarlos y calcular
su valor? Por eso amo tanto a quien vive
de mi Querer,
reconozco en ella mi retrato, mis nobles rasgos,
siento en ella mi
mismo aliento, mi voz, y si no la amase me
defraudaría a Mí
mismo, sería como un padre sin generación,
sin el noble cortejo
de su corte y sin la corona de sus hijos, y si
no tuviera la
generación, la corte, la corona, ¿cómo podría
llamarme Rey? Así que
mi reino es formado por aquellos que
viven en mi Voluntad,
y de este reino escojo la Madre, la Reina,
los hijos, los
ministros, el ejército, el pueblo, Yo soy todo para
ellos y ellos son
todos para Mí”.
Después estaba
pensando en lo que Jesús me decía, y
decía entre mí: “¿Cómo
se hace para poner en práctica esto?”
Y Jesús regresando ha
agregado:
“Hija mía, las
verdades para conocerlas, es necesario que
haya voluntad y el
deseo de conocerlas. Supón una estancia
con las persianas
cerradas, por cuanto sol haya afuera la
estancia está siempre
en oscuridad; ahora, abrir las persianas
significa querer la
luz, pero esto no basta si no se aprovecha la
luz para reordenar la
estancia, sacudirla, ponerse a trabajar,
porque si no, es como
matar esa luz y hacerse ingrato por la
luz recibida. Así no
basta tener voluntad de conocer las
verdades, si a la luz
de la verdad que lo ilumina no busca
sacudirse de sus
debilidades y reordenarse según la luz de la
verdad que conoce, y
junto con la luz de la verdad ponerse a
trabajar haciendo de
ella sustancia propia,“” en modo de
trasparentar por su
boca, por sus manos, por su
comportamiento, la luz
de la verdad que ha absorbido,
entonces sería como si
asesinara la verdad, y con no ponerla
en práctica sería
estarse en pleno desorden delante de esa luz.
Pobre estancia, llena
de luz pero toda desordenada,
trastornada y en pleno
desorden, y una persona dentro que no
se preocupa de
reordenarla, ¿qué compasión no daría? Tal es
quien conoce las
verdades y no las pone en práctica.
84
Has de saber que en
todas las verdades, como primer
alimento entra la
simplicidad, si las verdades no fueran
simples, no serían luz
y no podrían penetrar en las mentes
humanas para
iluminarlas, y donde no hay luz no se pueden
distinguir los
objetos; la simplicidad no sólo es luz, sino es
como el aire que se
respira, que aunque no se ve da la
respiración a todo, y
si no fuese por el aire, la tierra y todos
quedarían sin
movimiento, así que si las virtudes, las verdades,
no llevan la marca de
la simplicidad, serán sin luz y sin aire”.
+ + +
14-46
Julio 28, 1922
…Entonces Jesús ha
agregado: “¿No quisieras tú mi
semejanza? ¿No
quisieras tú aceptar las muertes de amor
como aceptaste las
muertes de dolor?”
Y yo: “¡Ah! mi Jesús,
yo no sé qué me haya sucedido, siento
aún gran repugnancia
por haber aceptado las de dolor, ¿cómo
podría aceptar las de
amor que me parecen más duras? Yo
tiemblo al sólo
pensarlo, mi pobre naturaleza se aniquila más,
se deshace. Ayúdame,
dame la fuerza porque siento que no
puedo seguir adelante”.
Y Jesús todo bondad y
decidido ha agregado: “Pobre hija
mía, ánimo, no temas
ni quieras turbarte por la repugnancia
que sientes; es más,
para tranquilizarte te digo que también
ésta es una semejanza
mía. Debes saber que también mi
Humanidad, por cuan santa,
deseosa a lo sumo de sufrir,
sentía esta
repugnancia, pero no era mía, eran todas las
repugnancias de las
criaturas que sentían en hacer el bien, en
aceptar las penas que
merecían, y Yo debía sufrir estas penas
que me torturaban no
poco, para dar a ellas la inclinación al
bien y hacerles más
dulces las penas, tanto, que en el huerto
grité al Padre: ‘Si es
posible pase de Mí este cáliz”. ¿Crees tú
que fui Yo? ¡Ah no! Te
engañas, Yo amaba el sufrir hasta la
locura, amaba la
muerte para dar vida a mis hijos, era el grito
de toda la familia
humana que resonaba en mi Humanidad, y
Yo, gritando junto con
ellos para darles fuerzas repetí tres
veces: ‘Si es posible
pase de Mí este cáliz’. Yo hablaba a
nombre de todos, como
si fueran cosa mía, pero me sentía
aplastar; así que la
repugnancia que sientes no es tuya, es el
eco de la mía, si
fuera tuya me habría retirado, por eso hija
mía, queriendo generar
de Mí otra imagen mía, quiero que
aceptes, y Yo mismo
quiero imprimir en tu voluntad
85
ensanchada y consumida
en la mía estas mis muertes de
amor”.
Y mientras esto decía,
con su santa mano me las imprimía, y
ha desaparecido. Sea
todo para gloria de Dios.
+ + +
17-21
Octubre 30, 1924
…Después de esto, con
el pensamiento me he puesto junto
a mi Jesús en el
huerto de Getsemaní, y le pedía que me
hiciera penetrar en
aquel amor con el cual tanto me amó, y mi
Jesús, moviéndose de
nuevo en el fondo de mi interior me ha
dicho:
“Hija mía, entra en mi
amor, no salgas jamás, corre junto a
él, o detente en mi
mismo amor para comprender bien cuánto
he amado a la
criatura, todo es amor en Mí hacia ella. La
Divinidad al crear a
esta criatura se propuso amarla siempre,
así que en cada cosa
de dentro y fuera de ella, debía correr
hacia ella con un
continuo e incesante nuevo acto de amor. Por
lo tanto puedo decir
que en cada pensamiento, mirada,
palabra, respiro,
latido, y en todo lo demás de la criatura, corre
un acto de amor
eterno. Pero si la Divinidad se propuso el
amarla siempre y en
cada cosa a esta criatura, era porque
quería recibir en cada
cosa la correspondencia del nuevo e
incesante amor de la
criatura, quería dar amor para recibir
amor, quería amar para
ser amada. ¡Pero no fue así! La
criatura no sólo no
quiso mantener el compás del amor, ni
responder al eco del
amor de su Creador, sino que rechazó
este amor, lo
desconoció y lo ofendió. Ante esta afrenta la
Divinidad no se
detuvo, sino que continuó su nuevo e incesante
amor hacia la
criatura, y como la criatura no lo recibía,
quedaban llenos Cielos
y tierra esperando a quien debía tomar
este amor para tener
en ella la correspondencia, porque Dios
cuando decide y
propone, todos los eventos en contrario no lo
cambian, sino que
permanece inmutable en su inmutabilidad.
He aquí por qué
pasando a otro exceso de amor, vine Yo,
Verbo del Padre, a la
tierra, y tomando una Humanidad, recogí
en Mí todo este amor
que llenaba Cielo y tierra para
corresponder a la
Divinidad con tanto amor por cuanto había
dado y debía dar a las
criaturas, y me constituí amor de cada
pensamiento, de cada
mirada, de cada palabra, latido,
movimiento y paso de
cada criatura. Por esto mi Humanidad
fue trabajada aun en
su más pequeña fibra por las manos del
86
eterno amor de mi
Padre Celestial, para darme capacidad de
poder encerrar todo el
amor que la Divinidad quería dar a las
criaturas, para darle
el amor de todas y constituirme amor de
cada uno de los actos
de criatura. Así que cada pensamiento
tuyo está coronado por
mis incesantes actos de amor; no hay
cosa en ti o fuera de
ti que no esté circundada por mis
repetidos actos de
amor, por eso mi Humanidad en este huerto
gime, se afana,
agoniza, se siente triturada bajo el peso de
tanto amor, porque amo
y no soy correspondido. Las penas del
amor son las más
amargas, las más crueles, son penas sin
piedad, más dolorosas
que mi misma Pasión. ¡Oh! si me
amaran, el peso de
tanto amor se volvería ligero, porque el
amor correspondido
queda apagado y satisfecho en el amor
mismo de quien ama,
pero no correspondido llega a la locura,
delira y se siente
correspondido con un acto de muerte por
aquel amor que de él
salió. Mira entonces cómo fue mucho
más amarga y dolorosa
la Pasión de mi amor, porque si en mi
Pasión fue una sola la
muerte que me dieron, en cambio en la
Pasión del amor,
tantas muertes me hicieron sufrir por cuantos
actos de amor salieron
de Mí y no fui por ellos correspondido.
Por eso ven tú, hija
mía, a corresponderme a tanto amor, en mi
Voluntad encontrarás
como en acto todo este amor, hazlo tuyo
y constitúyete, junto
Conmigo, amor de cada acto de criatura,
para corresponderme
por el amor de todos”.
+ + +
87
SEXTA HORA
De las 10 a las 11 de
la noche
Segunda hora de agonía
en el Huerto de Getsemaní
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la
oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y
fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis
brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón
empiezo:
Oh mi dulce Jesús, ya
ha pasado una hora desde que te
encontré en este
huerto; el amor ha tomado el primado en
todo, haciéndote
sufrir todo junto, todo lo que los verdugos te
harán sufrir a lo
largo de tu amarguísima Pasión; es más, suple
y llega a hacerte
sufrir lo que ellos no pueden hacerte, en las
partes más íntimas de
tu divina Persona. Oh mi Jesús, te veo
vacilante en los
pasos, no obstante quieres caminar. Dime, oh
mi bien, ¿a dónde
quieres ir? Ah, he entendido, quieres ir a
encontrar a tus amados
discípulos; yo quiero acompañarte a fin
de que si Tú vacilas
yo te sostenga.
Pero, oh mi Jesús,
otra amargura para tu corazón, ellos
duermen, y Tú siempre
piadoso los llamas, los despiertas, y
con amor todo paterno
los amonestas y les recomiendas la
vigilia y la oración,
y regresas al huerto, pero te llevas otra
herida en el corazón.
En esa herida veo, oh amor mío, todas
las heridas de las
almas consagradas a Ti, que, o por
tentaciones, o por estado
de ánimo, o por falta de mortificación,
en vez de estrecharse
a Ti, de vigilar y orar, se abandonan a sí
mismas, y soñolientas,
en vez de progresar en el amor y en la
unión contigo,
retroceden. Cuánto te compadezco, oh amante
apasionado, y te
reparo todas las ingratitudes de tus más
fieles. Son éstas las
ofensas que más entristecen tu corazón
adorable, y es tal y
tanta su amargura, que te hacen dar en
delirio.
Pero, oh amor sin
confines, tu amor que ya bulle en tus
venas vence todo y
todo olvida. Te veo postrado por tierra y
oras, te ofreces,
reparas y en todo buscas glorificar al Padre
por las ofensas hechas
a Él por las criaturas. También yo, oh
mi Jesús, me postro
contigo y junto contigo intento hacer lo que
haces Tú.
Pero, oh Jesús,
delicia de mi corazón, veo que en tropel
todos los pecados,
nuestras miserias, nuestras debilidades, los
delitos más enormes,
las más negras ingratitudes te vienen al
88
encuentro, se te
arrojan encima, te aplastan, te atacan, te
hieren, y Tú, ¿qué
haces?
La sangre que te
hierve en las venas hace frente a todas
estas ofensas, rompe
las venas y como ríos sale fuera, te baña
todo, corre por
tierra, y das sangre por ofensas, vida por
muerte. ¡Ah amor, a
qué estado te veo reducido! Tú expiras.
Oh mi bien, dulce vida
mía, no te mueras, levanta la cara de
esta tierra que has
bañado con tu santísima sangre, ven a mis
brazos, haz que yo
muera en vez de Ti. Pero oigo la voz
trémula y moribunda de
mi dulce Jesús que dice:
«¡Padre, si es posible
pase de Mí este cáliz, pero no se haga
mi voluntad sino la
tuya»” (Lc 22,42)
Ya es la segunda vez
que oigo esto de mi dulce Jesús,
¿pero qué cosa me hace
entender con este: «Padre, si es
posible pase de Mí
este cáliz»
Oh Jesús, se te hacen
presentes todas las rebeliones de las
criaturas; aquel «Fiat
Voluntas Tua» que debía ser la vida de
cada criatura, lo ves
rechazado por casi todas, y en vez de
encontrar la vida
encuentran la muerte; y Tú queriendo dar la
vida a todas y hacer
una solemne reparación al Padre por las
rebeliones de las
criaturas, por tres veces repites:
«Padre, si es posible
pase de Mí este cáliz», es decir, que
las almas
sustrayéndose de nuestra Voluntad se pierdan; este
cáliz para Mí es muy
amargo, pero no se haga mi voluntad,
sino la tuya.
Pero mientras dices
esto, es tal y tanta tu amargura que
desfalleces, agonizas
y estás a punto de dar el último respiro.
Oh mi Jesús, mi bien,
ya que estás entre mis brazos quiero
también yo junto
contigo, repararte y compadecerte por todos
los pecados que se
cometen contra tu santísimo Querer, y al
mismo tiempo
suplicarte que en todo yo haga siempre tu
santísima Voluntad. Tu
Voluntad sea mi respiro, mi aire; tu
Voluntad sea mi
latido, mi corazón, mi pensamiento, mi vida y
mi muerte.
Pero, ah, no mueras,
¿adónde iré sin Ti? ¿A quién me
dirigiré? ¿Quién me
dará ayuda? ¡Todo terminará para mí! Ah,
no me dejes, tenme
como quieras, como más te plazca, pero
tenme contigo, siempre
contigo; jamás sea que por un solo
instante quede
separada de Ti. Déjame endulzarte, repararte y
compadecerte por
todos, porque veo que todos los pecados,
de cualquier especie
que sean, pesan sobre Ti.
Por eso, amor mío,
beso tu santísima cabeza, pero, ¿qué
veo? Veo todos los
malos pensamientos, y Tú sientes horror de
ellos. A tu santísima
cabeza cada pensamiento malo le es una
89
espina que te hiere
acerbamente. Ah, ante esto es nada la
corona de espinas que
te pondrán los judíos; cuántas coronas
de espinas te ponen
sobre tu cabeza adorable los malos
pensamientos de las
criaturas, tantas, que la sangre te chorrea
por todas partes, por
la frente, de entre los cabellos. Jesús, te
compadezco y quisiera
ponerte otras tantas coronas de gloria,
y para endulzarte te
ofrezco todas las inteligencias angélicas y
tu misma inteligencia,
para ofrecerte una compasión y una
reparación por todos.
Oh Jesús, beso tus
ojos piadosos y en ellos veo todas las
malas miradas de las
criaturas, que hacen correr sobre tu
rostro lágrimas de
sangre. Te compadezco y quisiera endulzar
tu vista poniéndote
delante todos los placeres que se puedan
encontrar en el Cielo
y en la tierra.
Jesús, mi bien, beso
tus santísimos oídos. ¿Pero qué
escucho? Oigo en ellos
el eco de las horrendas blasfemias, los
gritos de venganza y
de maledicencia; no hay voz que no
resuene en tus
castísimos oídos. Oh amor insaciable, te
compadezco y quiero
consolarte haciendo resonar en ellos
todas las armonías del
Cielo, la voz dulcísima de la amada
Mamá, los encendidos
acentos de la Magdalena y de todas las
almas amantes.
Jesús, vida mía, un
beso más ardiente quiero poner en tu
rostro, cuya belleza
no tiene par. Ah, éste es el rostro ante el
cual los ángeles
ávidamente desean grabárselo, por la tanta
belleza que los rapta,
no obstante, las criaturas lo ensucian con
salivazos, lo golpean
con bofetadas y lo pisotean bajo los pies.
¡Amor mío, qué osadía!
¡Quisiera gritar tanto, para ponerlos en
fuga!
Te compadezco, y para
reparar todos estos insultos me dirijo
a la Trinidad
Sacrosanta para pedir el beso del Padre y del
Espíritu Santo, las
inimitables caricias de sus manos
creadoras, me dirijo
también a la Celestial Mamá, a fin de que
me dé sus besos, las
caricias de sus manos maternas, sus
adoraciones profundas,
me dirijo después a todas las almas
consagradas a Ti y
todo te ofrezco para repararte por las
ofensas hechas a tu
santísimo rostro.
Dulce bien mío, beso
tu dulcísima boca, amargada por las
horribles blasfemias,
por la náusea de las embriagueces y
gulas, por las
conversaciones obscenas, por las oraciones mal
hechas, por las malas
enseñanzas, por todo lo que de mal
hace el hombre con la
lengua. Jesús, te compadezco y quiero
endulzar tu boca
ofreciéndote todas las alabanzas angélicas y
el buen uso que hacen
tantos santos cristianos de la lengua.
90
Oprimido amor mío,
beso tu cuello y lo veo cargado de
sogas y cadenas por
los apegos y los pecados de las criaturas.
Te compadezco y para
aliviarte te ofrezco la unión indisoluble
de las divinas
Personas y yo, fundiéndome en esta unión te
extiendo mis brazos, y
formando en torno a tu cuello una dulce
cadena de amor, quiero
alejar de ti las cuerdas de los apegos
que casi te sofocan, y
para endulzarte te estrecho fuerte a mi
corazón.
Fortaleza divina, beso
tus santísimos hombros. Los veo
lacerados y tus carnes
casi arrancadas a pedazos por los
escándalos y los malos
ejemplos de las criaturas. Te
compadezco y para
aliviarte te ofrezco tus santísimos
ejemplos, los ejemplos
de la Reina Mamá y los de todos los
santos; y yo, oh mi
Jesús, haciendo correr mis besos sobre
cada una de estas
llagas quiero encerrar en ellas a las almas
que por vía de
escándalo te han sido arrancadas del corazón, y
quiero así sanar las
carnes de tu santísima Humanidad.
Mi atormentado Jesús,
beso tu pecho que veo herido por las
frialdades, tibiezas,
falta de correspondencia e ingratitudes de
las criaturas. Te
compadezco, y para endulzarte te ofrezco el
recíproco amor del
Padre, de Ti y del Espíritu Santo, la
correspondencia
perfecta de las tres divinas Personas, y yo, oh
mi Jesús,
sumergiéndome en tu amor quiero hacerte un refugio
para poder rechazar
los nuevos golpes que las criaturas te
lanzan con sus
pecados, y tomando tu amor quiero con él
herirlas para que ya
no se atrevan a ofenderte más, y quiero
derramarlo en tu pecho
para endulzarte y sanarte.
Mi Jesús, beso tus
manos creadoras, veo todas las malas
acciones de las
criaturas que como otros tantos clavos
traspasan tus
santísimas manos, así que no con tres clavos,
como sobre la cruz, Tú
quedas traspasado, sino con tantos
clavos por cuantas
obras malas cometen las criaturas. Te
compadezco, y para
endulzarte te ofrezco todas las obras
santas, el valor de
los mártires al dar su sangre y su vida por tu
amor; quisiera, en
suma, oh Jesús mío, ofrecerte todas las
obras buenas para
quitarte los tantos clavos de las obras
malas.
Oh Jesús, beso tus
pies santísimos, siempre incansables en
la búsqueda de almas;
en ellos encierras todos los pasos de
las criaturas, pero
muchas de ellas sientes que te huyen y Tú
quisieras aferrarlas.
Por cada mal paso te sientes clavar un
clavo, y Tú quieres
servirte de esos mismos clavos para
clavarlas a tu amor; y
tal y tanto es el dolor que sientes y el
esfuerzo que haces por
clavarlas a tu amor, que te estremeces
91
todo. Mi Dios y mi
bien, te compadezco, y para consolarte te
ofrezco los pasos de
todas las almas fieles que exponen su
vida para salvar
almas.
Oh Jesús, beso tu
corazón. Tú continúas agonizando, no por
lo que te harán sufrir
los judíos, sino por el dolor que te causan
todas las ofensas de
las criaturas.
En estas horas Tú
quieres dar el primado al amor, el
segundo lugar a todos
los pecados, por los cuales Tú expías,
reparas, glorificas al
Padre y aplacas a la divina Justicia; y el
tercer lugar a los
judíos. Con esto muestras que la Pasión que
te harán sufrir los
judíos no será otra cosa que la
representación de la
doble amarguísima Pasión que te hacen
sufrir el amor y el
pecado, y es por esto que yo veo en tu
corazón todo
concentrado: la lanza del amor, la lanza del
pecado, y esperas la
tercera lanza, la lanza de los judíos, y tu
corazón sofocado por
el amor sufre contracciones violentas,
sentimientos
impacientes de amor, deseos que te consumen y
latidos de fuego que
quisieran dar vida a cada corazón.
Y es propiamente aquí,
en el corazón, donde sientes todo el
dolor que te causan
las criaturas, las cuales con sus malos
deseos, con sus
desordenados afectos, con sus latidos
profanados, en vez de
querer tu amor buscan otros amores.
¡Jesús, cuánto sufres!
Te veo desfallecer sumergido por las
olas de nuestras
iniquidades; te compadezco y quiero endulzar
la amargura de tu
corazón triplemente traspasado, ofreciéndote
las dulzuras eternas y
el amor dulcísimo de la amada Mamá
María y el de todos
tus verdaderos amantes.
Y ahora, oh mi Jesús,
haz que de tu corazón tome vida mi
pobre corazón, a fin
de que no viva más que con tu solo
corazón, y en cada
ofensa que recibas haz que yo esté
siempre pronta a
ofrecerte un alivio, un consuelo, una
reparación, un acto de
amor jamás interrumpido.
+ + +
Reflexiones de la
Sexta Hora (10 PM)
14-46
Julio 28, 1922
Me sentía toda inmersa
en su Santísimo Querer, y mi dulce
Jesús al venir me ha
dicho:
“Hija mía, funde tu
inteligencia con la mía, a fin de que
circule en todas las
inteligencias de las criaturas, y reciba el
vínculo de cada uno de
los pensamientos de ellas para
92
sustituirlos con
tantos otros pensamientos hechos en mi
Querer, y Yo reciba la
gloria como si todos los pensamientos
fuesen hechos en modo
divino. Ensancha tu querer en el mío,
ninguna cosa debe
escapar que no quede atrapada en la red
de la tuya y mía
Voluntad; mi Querer en Mí y mi Querer en ti
deben confundirse
juntos y tener los mismos confines
interminables, pero
tengo necesidad de que tu querer se preste
a extenderse en el mío
y no se le escape ninguna cosa creada
por Mí, a fin de que
en todas las cosas escuche el eco de la
Voluntad Divina en la
voluntad humana, a fin de que ahí genere
mi semejanza. Mira
hija mía, Yo sufrí doble muerte por cada
una de las criaturas,
una de amor y la otra de pena, porque al
crearla la creé un
complejo todo de amor, por lo cual no debía
salir de ella otra
cosa que amor, tanto que mi amor y el suyo
debían estar en
continuas corrientes, pero el hombre no sólo
no me amó, sino que
ingrato me ofendió, y Yo debía rehacer a
mi Divino Padre de
esta falta de amor, y debí aceptar una
muerte de amor por
cada uno, y otra de dolor por las ofensas”.
Pero mientras esto
decía, veía a mi dulce Jesús todo una
llama, que lo consumía
y le daba muerte por cada uno, es más,
veía que cada
pensamiento, palabra, movimiento, obra, paso,
etc., eran tantas
llamas que consumían a Jesús y lo vivificaban.
Entonces Jesús ha
agregado: “¿No quisieras tú mi
semejanza? ¿No
quisieras tú aceptar las muertes de amor
como aceptaste las
muertes de dolor?”
Y yo: “¡Ah! mi Jesús,
yo no sé qué me haya sucedido, siento
aún gran repugnancia
por haber aceptado las de dolor, ¿cómo
podría aceptar las de
amor que me parecen más duras? Yo
tiemblo al sólo
pensarlo, mi pobre naturaleza se aniquila más,
se deshace. Ayúdame,
dame la fuerza porque siento que no
puedo seguir
adelante”.
Y Jesús todo bondad y
decidido ha agregado: “Pobre hija
mía, ánimo, no temas
ni quieras turbarte por la repugnancia
que sientes; es más,
para tranquilizarte te digo que también
ésta es una semejanza
mía. Debes saber que también mi
Humanidad, por cuan
santa, deseosa a lo sumo de sufrir,
sentía esta
repugnancia, pero no era mía, eran todas las
repugnancias de las
criaturas que sentían en hacer el bien, en
aceptar las penas que
merecían, y Yo debía sufrir estas penas
que me torturaban no
poco, para dar a ellas la inclinación al
bien y hacerles más
dulces las penas, tanto, que en el huerto
grité al Padre: ‘Si es
posible pase de Mí este cáliz”. ¿Crees tú
que fui Yo? ¡Ah no! Te
engañas, Yo amaba el sufrir hasta la
locura, amaba la
muerte para dar vida a mis hijos, era el grito
93
de toda la familia
humana que resonaba en mi Humanidad, y
Yo, gritando junto con
ellos para darles fuerzas repetí tres
veces: ‘Si es posible
pase de Mí este cáliz’. Yo hablaba a
nombre de todos, como
si fueran cosa mía, pero me sentía
aplastar; así que la
repugnancia que sientes no es tuya, es el
eco de la mía, si
fuera tuya me habría retirado, por eso hija
mía, queriendo generar
de Mí otra imagen mía, quiero que
aceptes, y Yo mismo
quiero imprimir en tu voluntad
ensanchada y consumida
en la mía estas mis muertes de
amor”.
Y mientras esto decía,
con su santa mano me las imprimía, y
ha desaparecido. Sea todo
para gloria de Dios.
+ + +
16-39
Enero 4, 1924
Estaba pensando en las
palabras de Jesús en el huerto
cuando dijo: “Padre,
si es posible pase de Mí este cáliz, pero,
non mea voluntas, sed
Tua Fiat”. Y mi dulce Jesús moviéndose
en mi interior me ha
dicho:
“Hija mía, ¿crees tú
que fue el cáliz de mi Pasión por el cual
decía al Padre: Padre,
si es posible pase de Mí este cáliz? No,
absolutamente no, era
el cáliz de la voluntad humana que
contenía tal amargura
y plenitud de vicios, que mi voluntad
humana unida a la
Divina sintió tal repugnancia, terror y
espanto, que grité:
‘Padre, si es posible pase de Mí este cáliz’.
Cómo es fea la
voluntad humana sin la Voluntad Divina, la cual
casi como dentro de un
cáliz se encierra dentro de cada
criatura; no hay mal
en las generaciones del cual ella no sea el
origen, la semilla, la
fuente, y Yo, viéndome cubierto por todos
estos males que ha
producido la voluntad humana, frente a la
santidad de la mía me
sentía morir, y habría muerto de verdad
si la Divinidad no me
hubiera sostenido. ¿Pero sabes tú por
qué agregué, y por
tres veces: ‘Non mea voluntas, sed Tua
Fiat?’ Yo sentía sobre
de Mí todas las voluntades de las
criaturas juntas, todos
sus males, y a nombre de todas grité al
Padre: ‘No se haga más
la voluntad humana en la tierra, sino la
Divina; la voluntad
humana sea desterrada y la Tuya reine’. Así
que desde entonces, y
lo quise hacer desde el principio de mi
Pasión, porque era la cosa
que más me interesaba y la más
importante, la de
llamar a la tierra el Fiat Voluntas Tua como en
el Cielo así en la
tierra. Yo era el que a nombre de todos
decía: ‘Non mea
voluntas, sed Tua Fiat’. Desde entonces Yo
94
constituía la época
del Fiat Voluntas Tua sobre la tierra; y con
decirlo por tres
veces, en la primera la impetraba, en la
segunda la hacía
descender, en la tercera la constituía reinante
y dominadora; y con
decir: ‘Non mea voluntas, sed Tua Fiat’,
Yo intentaba vaciar a
las criaturas de su voluntad y llenarlas de
la Divina.
Antes de morir, porque
no me quedaban más que horas, Yo
quise contratar con mi
Padre Celestial mi primera finalidad por
la cual vine a la
tierra, que la Divina Voluntad tomara su primer
lugar de honor en la
criatura. El sustraerse de la Voluntad
Suprema había sido el
primer acto del hombre, y por lo tanto
nuestra primera
ofensa, todos sus demás males entran en el
orden secundario, y Yo
debí primero realizar la finalidad del
Fiat Voluntas Tua come
in Cielo così in terra, y después formar
con mis penas la
Redención, porque la misma Redención entra
en el orden
secundario; es siempre mi Voluntad la que tiene el
primado sobre todas
las cosas, y si bien de los frutos de la
Redención se vieron
los efectos, pero fue en virtud de este
contrato que Yo hice
con mi Padre Divino, el que su Fiat debía
venir a reinar sobre
la tierra, realizando la verdadera finalidad
de la creación del hombre
y mi finalidad primaria por la cual
vine a la tierra, que
el hombre pudo recibir los frutos de la
Redención, de otra
manera habría faltado el orden a mi
sabiduría; si el
principio del mal fue su voluntad, a ésta debía
Yo ordenar y
restablecer, reunir Voluntad Divina y humana, y si
bien se vieron primero
los frutos de la Redención, esto dice
nada; mi Voluntad es
como un rey, que si bien es el primero
entre todos, llega al
último, precediéndolo por su honor y
decoro sus pueblos,
ejércitos, ministros, príncipes y toda la
corte real. Así que
primero eran necesarios los frutos de mi
Redención para hacer
encontrar la corte real, los pueblos, los
ejércitos, los ministros,
a la altura de la Majestad de mi
Voluntad.
¿Pero sabes tú quién
fue la primera en gritar junto Conmigo:
‘Non mea voluntas, sed
Tua Fiat’? Fue mi pequeña recién
nacida en mi Voluntad,
mi pequeña hija, que tuvo tal
repugnancia, tal
espanto de su voluntad, que temblorosa se
estrechó a Mí y gritó
junto Conmigo: ‘Padre, si es posible pase
de mí este cáliz de mi
voluntad’, y llorando agregaste junto
Conmigo: ‘Non mea voluntas,
sed Tua Fiat’. ¡Ah! sí, estuviste
tú junto Conmigo en
aquel primer contrato con mi Padre
Celestial, porque se
necesitaba al menos una criatura que
debía hacer válido
este contrato, de otra manera, ¿a quién
darlo? ¿A quién
confiarlo? Y para volver más segura la
95
custodia del contrato,
te hice don de todos los frutos de mi
Pasión, formándolos a
tu alrededor como un ejército
formidable, que
mientras hace su cortejo real a mi Voluntad,
hace guerra
encarnizada a la tuya, por eso, ánimo en el estado
en el que te
encuentras, quita el pensamiento de que Yo pueda
dejarte, esto sería en
menoscabo de mi Querer, siendo que
tengo el contrato de
mi Voluntad depositado en ti. Por eso
estate en paz, es mi
Voluntad que te prueba, que quiere no
sólo purificarte sino
destruir aun la sombra de tu voluntad, por
eso con toda paz sigue
el vuelo en mi Querer, no te preocupes
por nada, tu Jesús
hará de manera que todo lo que pueda
suceder dentro y fuera
de ti, hará resaltar mayormente mi
Voluntad, y ensanchará
en ti los confines de la mía en tu
voluntad humana; soy
Yo quien llevará la batuta en tu interior,
para dirigir todo en
ti según mi Querer. Yo no me ocupé de otra
cosa sino sólo de la
Voluntad de mi Padre, y como todas las
cosas están en Ella,
por eso me ocupé de todo; y si enseñé
alguna oración, no fue
otra sino que la Divina Voluntad se haga
como en el Cielo así
en la tierra, pero era la oración que
encierra todo. Así que
Yo no giraba sino sólo en torno a la
Voluntad Suprema, mis
palabras, mis penas, mis obras, mis
latidos estaban llenos
de Voluntad Celestial. Así quiero que
hagas tú, debes girar
tanto en torno a Ella, hasta hacerte
quemar por el aliento
eterno del fuego de mi Voluntad, de
manera que pierdas
cualquier otro conocimiento, y no sepas
otra cosa, sino sólo y
siempre mi Querer”.
+ + +
96
97
SÉPTIMA HORA
De las 11 a las 12 de
la noche
Tercera hora de agonía
en el Huerto de Getsemaní
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la
oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y
fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis
brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu
corazón empiezo:
Dulce bien mío, mi
corazón no resiste; te miro y veo que
sigues agonizando. La
sangre a ríos te escurre por todo el
cuerpo y con tanta
abundancia, que no sosteniéndote en pie
has caído en un lago
de sangre. ¡Oh mi amor, se me rompe el
corazón al verte tan
débil y agotado! Tu rostro adorable y tus
manos creadoras se
apoyan en la tierra y se llenan de sangre;
me parece que a los
ríos de iniquidad que te mandan las
criaturas, Tú quieras
dar ríos de sangre para hacer que estas
culpas queden ahogadas
en ellos y así, con eso, dar a cada
uno el reescrito de tu
perdón. Pero, oh mi Jesús, reanímate, es
demasiado lo que
sufres; baste hasta aquí a tu amor.
Y mientras parece que
mi amable Jesús muere en su propia
sangre, el amor le da
nueva vida. Lo veo moverse con
dificultad, se pone de
pie y así, manchado de sangre y de
fango, parece que
quiere caminar, pero no teniendo fuerzas
con trabajo se
arrastra. Dulce vida mía, deja que te lleve entre
mis brazos. ¿Vas tal
vez a tus amados discípulos? Pero cual
no es el dolor de tu
adorable corazón al encontrarlos de nuevo
dormidos. Y Tú con voz
temblorosa y apagada los llamas:
«Hijos míos, no
duerman, la hora está próxima, ¿no ven a
qué estado me he
reducido? Ah, ayúdenme, no me abandonen
en estas horas
extremas».
Y casi vacilante estás
a punto de caer a su lado, mientras
Juan extiende los
brazos para sostenerte. Estás tan
irreconocible que si
no hubiera sido por la suavidad y dulzura
de tu voz, no te
habrían reconocido. Después,
recomendándoles que
estén despiertos y que oren, regresas al
huerto, pero con una
segunda herida en el corazón. En esta
herida veo, mi bien,
todas las culpas de aquellas almas que, no
obstante, las
manifestaciones de tus favores en dones, besos y
caricias, en las
noches de la prueba, olvidándose de tu amor y
de tus dones, quedan
somnolientas y adormiladas, perdiendo
así el espíritu de
continua oración y vigilancia.
98
Mi Jesús, es cierto
que después de haberte visto, después
de haber gustado tus
dones, para permanecer privados y
resistir se necesita
gran fuerza, sólo un milagro puede hacer
que tales almas
resistan la prueba. Por eso, mientras te
compadezco por esas
almas, cuyas negligencias, ligerezas y
ofensas son las más
amargas a tu corazón, te ruego que en
caso de que ellas
llegasen a dar un solo paso que pueda en lo
más mínimo
disgustarte, las circundes de tanta gracia que las
detengas, para que no
pierdan el espíritu de continua oración.
Mi dulce Jesús,
mientras regresas al huerto, parece que no
puedes más; levantas
al Cielo la cara manchada de sangre y
de tierra y por
tercera vez repites:
«Padre, si es posible
pase de Mí este cáliz. Padre Santo,
ayúdame, tengo
necesidad de consuelo; es verdad que por las
culpas que he tomado
sobre Mí soy repugnante, despreciable,
el último entre los
hombres ante tu Majestad infinita; tu Justicia
está indignada
conmigo; pero mírame, Oh Padre, soy siempre
tu Hijo, que formo una
sola cosa contigo. ¡Ah, ayuda, piedad oh
Padre, no me dejes sin
consuelo!»
Después me parece oír,
oh dulce bien mío, que llamas en tu
ayuda a la amada Mamá:
«Dulce Mamá,
estréchame entre tus brazos como me
estrechabas siendo
niño; dame aquella leche que tomaba de ti
para darme fuerzas y
endulzar las amarguras de mi agonía;
dame tu corazón que es
todo mi contento. Mamá mía,
Magdalena, amados
apóstoles, todos ustedes que me aman,
ayúdenme, confórtenme,
no me dejen solo en estos momentos
extremos, háganme
todos corona a mi alrededor, denme por
consuelo su compañía y
su amor».
Jesús, amor mío,
¿quién puede resistir el verte en estos
extremos? ¿Qué corazón
será tan duro que no se rompa al
verte ahogado en
sangre? ¿Quién no derramará a torrentes
amargas lágrimas al
escuchar los dolorosos acentos que
buscan ayuda y
consuelo?
Jesús mío, consuélate;
veo que ya el Padre te envía un
ángel como consuelo y
ayuda, para que puedas salir de éste
estado de agonía y
puedas entregarte en manos de los judíos.
Y mientras estés con
el ángel, yo recorreré Cielo y tierra. Tú
me permitirás que tome
esta sangre que has derramado, a fin
de que pueda darla a
todos los hombres como prenda de la
salvación de cada uno
y llevarte por consuelo y en
correspondencia, sus
afectos, latidos, pensamientos, pasos y
obras.
99
Celestial Mamá mía,
vengo a Ti para que vayamos juntas a
todas las almas
dándoles la sangre de Jesús. Dulce Mamá,
Jesús quiere consuelo,
y el mayor consuelo que le podemos
dar es llevarle almas.
Magdalena,
acompáñanos; ángeles todos, venid a ver a qué
estado se ha reducido
Jesús. Él quiere consuelo de todos y es
tal y tanto el
abatimiento en el cual se encuentra, que no
rechaza ninguno.
Jesús mío, mientras
bebes el cáliz lleno de intensas
amarguras que el Padre
te ha enviado, oigo que suspiras más,
que gimes y que
deliras, y con voz sofocada dices:
«¡Almas, almas,
vengan, alívienme, tomen su puesto en mi
Humanidad, las quiero,
las suspiro! ¡Ah, no sean sordas a mi
voz, no hagan vanos
mis deseos ardientes, mi sangre, mi
amor, mis penas!
¡Vengan, almas, vengan!»
Delirante Jesús, cada
gemido tuyo y suspiro es una herida a
mi corazón, que no me
da paz, por lo que hago mía tu sangre,
tu Querer, tu ardiente
celo, tu amor, y girando por Cielo y tierra
quiero ir a todas las
almas para darles tu sangre como prenda
de su salvación y
llevártelas a Ti para calmar tus deseos, tus
delirios y endulzar
las amarguras de tu agonía. Y mientras
hago esto, Tú
acompáñame con tu mirada.
Mamá mía, vengo a Ti
porque Jesús quiere almas, quiere
consuelo. Así que dame
tu mano materna y giremos juntas por
todo el mundo en busca
de almas. Encerremos en su sangre
los afectos, los
deseos, los pensamientos, las obras, los pasos
de todas las
criaturas, y arrojemos en sus almas las llamas del
corazón de Jesús, a
fin de que se rindan, y así, encerradas en
su sangre y
transformadas en sus llamas, las conduciremos en
torno a Jesús para
endulzarle las penas de su amarguísima
agonía.
Ángel mío de mi
guarda, precédenos tú, y ve disponiendo a
las almas que han de
recibir esta sangre, a fin de que ninguna
gota quede sin su
copioso efecto. ¡Mamá mía, pronto, giremos!
Veo la mirada de Jesús
que nos sigue, escucho sus repetidos
sollozos que nos
incitan a apresurar nuestra tarea.
Y he aquí, Mamá, a los
primeros pasos nos encontramos a
las puertas de las
casas donde yacen los enfermos. ¡Cuántos
miembros desgarrados!
Cuántos bajo la atrocidad de los
dolores prorrumpen en
blasfemias e intentan quitarse la vida,
otros son abandonados
por todos y no tienen quién les dé una
palabra de consuelo,
ni los más necesarios socorros, y por eso
mayormente maldicen y
se desesperan. Ah, Mamá, escucho
los sollozos de Jesús
que ve correspondidas con ofensas sus
100
más delicadas
predilecciones de amor que hacen sufrir a las
almas para volverlas
semejantes a Él.
Ah, démosles su
sangre, a fin de que les suministre las
ayudas necesarias y
con su luz les haga comprender el bien
que hay en el sufrir y
la semejanza que adquieren con Jesús; y
tú Mamá mía, ponte a
su lado y como Madre afectuosa toca
con tus manos maternas
sus miembros doloridos, alivia sus
dolores, tómalas en
tus brazos y de tu corazón derrama
torrentes de gracias
sobre todas sus penas.
Haz compañía a los
abandonados, consuela a los afligidos,
a quien carece de los
medios necesarios dispón tú almas
generosas que los
socorran, a quien se encuentra bajo la
atrocidad de los
dolores obtenles tregua y reposo, y así,
fortalecidos, puedan
con más paciencia soportar cuanto Jesús
dispone para ellos.
Sigamos nuestro
recorrido y entremos en las habitaciones
de los moribundos.
¡Mamá mía, qué terror, cuántas almas
están por caer en el
infierno, cuántas después de una vida de
pecado quieren dar el
último dolor a ese corazón
repetidamente
traspasado, coronando su último respiro con un
acto de desesperación!
Muchos demonios están
en torno a ellas infundiendo en su
corazón terror y
espanto de los divinos juicios, y así dar el
último asalto para
llevarlas al infierno, quisieran hacer salir las
llamas infernales para
envolverlas en ellas y así no dar lugar a
la esperanza. Otras,
atadas a los vínculos de la tierra no saben
resignarse a dar el
último paso; ah Mamá, los momentos son
extremos, tienen mucha
necesidad de ayuda, ¿no ves cómo
tiemblan? ¿Cómo se
debaten entre los espasmos de la
agonía? ¿Cómo piden
ayuda y piedad?
¡La tierra ya ha
desaparecido para ellas! Mamá Santa, pon
tu mano materna sobre
sus heladas frentes, acoge Tú sus
últimos respiros;
demos a cada moribundo la sangre de Jesús,
y así, poniendo en
fuga a los demonios, disponga a todos a
recibir los últimos sacramentos
y a una buena y santa muerte.
Por consuelo démosles
la agonía de Jesús, sus besos, sus
lágrimas, sus llagas;
rompamos las ataduras que los tienen
atados, hagamos oír a
todos la palabra del perdón y
pongámosles tal
confianza en el corazón, que hagamos que se
arrojen en los brazos
de Jesús. Y así, cuando Él los juzgue los
encontrará cubiertos
con su sangre, abandonados en sus
brazos y a todos les
dará su perdón.
Continuemos aún, oh
Mamá; tu mirada materna vea con
amor la tierra y se
mueva a compasión de tantas pobres
101
criaturas que tienen
necesidad de esta sangre. Mamá mía, me
siento incitada por la
mirada indagadora de Jesús a correr,
porque quiere almas;
oigo sus gemidos en el fondo de mi
corazón que me
repiten:
«¡Hija mía, ayúdame,
dame almas!»
Pero mira, oh Mamá,
cómo la tierra está llena de almas que
están por caer en el
pecado y Jesús rompe en llanto viendo a
su sangre sufrir
nuevas profanaciones. Se requiere un milagro
que les impida la
caída, por eso démosles la sangre de Jesús,
para que encuentren en
ella la fuerza y la gracia para no caer
en el pecado.
Un paso más, Mamá mía,
y he aquí almas ya caídas en la
culpa, las cuales
quisieran una mano que las levante, Jesús las
ama pero las mira
horrorizado porque están enfangadas, y su
agonía se hace más
intensa. Démosles la sangre de Jesús, y
así encuentren esa
mano que las levante. Mira, oh Mamá, son
almas que tienen
necesidad de esta sangre, almas muertas a
la gracia; ¡oh cómo es
deplorable su estado! El Cielo las mira y
llora con dolor, la
tierra las mira con repugnancia, todos los
elementos están contra
ellas y quisieran destruirlas, porque
son enemigas del
Creador. Ah Mamá, la sangre de Jesús
contiene la vida,
démosla pues a fin de que a su contacto estas
almas renazcan, pero
renazcan más bellas, tanto, que hagan
sonreír a todo el
Cielo y a toda la tierra.
Giremos aún, oh Mamá;
mira, hay almas que llevan la marca
de la perdición, almas
que pecan y huyen de Jesús, que lo
ofenden y tienen
desesperanza de su perdón, son los nuevos
Judas esparcidos por
la tierra, y que traspasan ese corazón tan
amargado. Démosles la
sangre de Jesús, a fin de que esta
sangre les borre la
marca de la perdición y les imprima la de la
salvación; ponga en
sus corazones tal confianza y amor
después de la culpa,
que los haga correr a los pies de Jesús y
estrecharse a esos
pies divinos para no separarse de ellos
jamás.
Mira, oh Mamá, hay
almas que corren alocadamente hacia la
perdición y no hay
quien las detenga en su carrera. Ah,
pongamos esta sangre
delante a sus pies, para que al tocarla,
ante su luz y sus
voces suplicantes porque las quiere salvas,
puedan retroceder y
ponerse en el camino de la salvación.
Continuemos, Mamá,
nuestro giro; mira, hay almas buenas,
almas inocentes en las
que Jesús encuentra sus
complacencias y el
reposo en la Creación, pero las criaturas
van a su alrededor con
tantas insidias y escándalos, para
arrancar esta
inocencia y convertir las complacencias y el
102
reposo de Jesús en
llanto y amarguras, como si no tuvieran
otra mira que el dar
continuos dolores a ese corazón divino.
Sellemos y circundemos
pues su inocencia con la sangre de
Jesús, como si fuera
un muro de defensa, a fin de que no entre
en ellas la culpa; con
esa sangre pon en fuga a quien quisiera
contaminarlas, y las
conserve puras y sin mancha, a fin de que
Jesús encuentre su
reposo en la Creación y todas sus
complacencias, y por
amor a ellas se mueva a piedad de tantas
otras pobres
criaturas.
Mamá mía, pongamos a
estas almas en la sangre de Jesús,
atémoslas una y otra
vez con el Santo Querer de Dios,
llevémoslas a sus
brazos, y con las dulces cadenas de su
amor, atémoslas a su
corazón para endulzar las amarguras de
su mortal agonía.
Pero escucha, oh Mamá,
esta sangre grita y quiere todavía
otras almas; corramos
juntas y vayamos a las regiones de los
herejes y de los
infieles. ¡Cuánto dolor no siente Jesús en
estas regiones! Él,
que es vida de todos, no recibe en
correspondencia ni
siquiera un pequeño acto de amor y no es
conocido por sus
mismas criaturas.
Ah Mamá, démosles esta
sangre a fin de que les disipe las
tinieblas de la
ignorancia y de la herejía, les haga comprender
que tienen un alma, y
abra a ellas el Cielo. Después
pongámoslas todas en
la sangre de Jesús y conduzcámoslas
en torno a Él como
tantos hijos huérfanos y exiliados que
encuentran a su Padre,
y así Jesús se sentirá confortado en su
amarguísima agonía.
Pero parece que Jesús
no está aún contento, porque quiere
otras almas aún. Las
almas de los moribundos en estas
regiones se las siente
arrancar de sus brazos para ir a caer en
el infierno. Estas
almas están ya a punto de expirar y
precipitarse en el
abismo, no hay nadie a su lado para
salvarlas; el tiempo
apremia, los momentos son extremos y se
perderán sin duda. No,
Mamá, esta sangre no será derramada
inútilmente por ellas,
por eso volemos inmediatamente hacia
ellas, derramemos la
sangre de Jesús sobre su cabeza y les
sirva de bautismo e
infunda en ellas Fe, Esperanza y Amor.
Ponte a su lado, Mamá,
suple todo lo que les falta, más aún,
déjate ver, en tu
rostro resplandece la belleza de Jesús, tus
modos son en todo
iguales a los suyos, y así, viéndote a Ti,
con certeza podrán
conocer a Jesús; después estréchalas a tu
corazón materno,
infunde en ellas la vida de Jesús que Tú
posees, diles que
siendo Tú su Madre las quieres para siempre
felices contigo en el
Cielo, y así, mientras expiran, recíbelas en
103
tus brazos y haz que
de los tuyos pasen a los de Jesús; y si
Jesús mostrase, según
los derechos de la Justicia, que no las
quiere recibir,
recuérdale el amor con el que te las confió bajo
la cruz, reclama tus
derechos de Madre, de manera que a tu
amor y a tus plegarias
Él no sabrá resistir, y mientras
contentará tu corazón,
contentará también sus ardientes
deseos.
Y ahora, oh Mamá,
tomemos esta sangre y démosla a todos:
A los afligidos, para
que por ella reciban consuelo; a los
pobres, para que
sufran resignados su pobreza; a los que son
tentados, para que
obtengan la victoria; a los incrédulos, para
que triunfe en ellos
la virtud de la fe; a los blasfemos, para que
cambien las blasfemias
en bendiciones; a los sacerdotes, a fin
de que comprendan su
misión y sean dignos ministros de
Jesús. Con esta sangre
toca sus labios, a fin de que no digan
palabras que no sean
de gloria de Dios; toca sus pies para que
corran y vuelen en
busca de almas para conducirlas a Jesús.
Demos esta sangre a
los que rigen los pueblos, para que
estén unidos entre
ellos y tengan mansedumbre y amor hacia
sus súbditos.
Volemos ahora al
purgatorio y démosla también a las almas
purgantes, pues ellas
lloran y suplican esta sangre para su
liberación. ¿No
escuchas, Mamá, sus gemidos, sus delirios de
amor que las torturan,
y cómo continuamente se sienten
atraídas hacia el sumo
bien?
Mira cómo Jesús mismo
quiere purificarlas para tenerlas
cuanto antes consigo,
las atrae con su amor, y ellas le
corresponden con
continuos ímpetus de amor hacia Él, pero al
encontrarse en su
presencia, no pudiendo aún sostener la
pureza de la divina
mirada, son obligadas a retroceder y a caer
de nuevo en las
llamas. Mamá mía, descendamos en esta
profunda cárcel y
derramando sobre ellas esta sangre,
llevémosles la luz,
mitiguemos sus delirios de amor,
extingamos el fuego
que las quema, purifiquémoslas de sus
manchas, y así, libres
de toda pena, vuelen a los brazos del
sumo bien.
Demos esta sangre a
las almas más abandonadas, a fin de
que encuentren en ella
todos los sufragios que las criaturas les
niegan; a todas, oh
Mamá, demos esta sangre, no privemos a
ninguna, a fin de que
todas en virtud de ella encuentren alivio y
liberación. Haz de
reina en estas regiones de llanto y de
lamentos, extiende tus
manos maternas y una a una sácalas
de estas llamas
ardientes, y haz que todas emprendan el vuelo
hacia el Cielo.
104
Y ahora hagamos
también nosotras un vuelo hacia el Cielo.
Pongámonos a las
puertas eternas, y permíteme, oh Mamá,
que también a Ti te dé
esta sangre para tu mayor gloria. Esta
sangre te inunde de
nueva luz y de nuevos contentos, y haz
que esta luz descienda
en beneficio de todas las criaturas para
dar a todas gracias de
salvación.
Mamá mía, dame también
a mí esta sangre; Tú sabes
cuánto la necesito.
Con tus mismas manos maternas retoca
todo mi ser con esta
sangre, y retocándome purifica mis
manchas, sana mis
llagas, enriquece mi pobreza; haz que esta
sangre circule en mis
venas y me dé toda la vida de Jesús,
descienda en mi
corazón y me lo transforme en el corazón
mismo de Jesús, me
embellezca tanto que Jesús pueda
encontrar todos sus
contentos en mí.
Ahora sí, oh Mamá,
entremos a las regiones Celestiales y
demos esta sangre a
todos los santos, a todos los ángeles, a
fin de que puedan
recibir mayor gloria, prorrumpir en himnos de
agradecimiento a Jesús
y rueguen por nosotros, y así en virtud
de esta sangre podamos
un día reunirnos con ellos. Y después
de haber dado a todos
esta sangre, vayamos de nuevo a
Jesús.
Ángeles, santos,
vengan con nosotras; ah, Él suspira las
almas, quiere hacerlas
reentrar a todas en su Humanidad para
darles a todas los
frutos de su sangre. Pongámoslas en torno a
Él y se sentirá
regresar la vida y recompensar por la
amarguísima agonía que
ha sufrido. Y ahora Mamá santa,
llamemos a todos los
elementos a hacerle compañía a fin de
que también ellos le
den honor a Jesús.
Oh luz del sol, ven a
disipar las tinieblas de esta noche para
dar consuelo a Jesús;
oh estrellas, con vuestros trémulos rayos
descended del cielo y
venid a dar consuelo a Jesús; flores de
la tierra, venid con
vuestro perfume; pajarillos, venid con
vuestros trinos;
elementos todos de la tierra, venid a confortar a
Jesús. Ven, oh mar, a
refrescar y a lavar a Jesús, Él es nuestro
Creador, nuestra vida,
nuestro todo; vengan todos a
confortarlo, a
rendirle homenaje como a nuestro soberano
Señor. Pero, ay, Jesús
no busca luz, estrellas, flores, pájaros,
Él quiere almas,
almas.
Helas aquí, dulce bien
mío, a todas juntas conmigo; a tu lado
está la amada Mamá,
descansa entre sus brazos, también Ella
tendrá consuelo al
estrecharte a su seno, pues ha tomado
mucha parte en tu
dolorosa agonía; también está aquí
Magdalena, está Marta,
y todas las almas amantes de todos
los siglos. Oh Jesús,
acéptalas, y diles a todas una palabra de
105
perdón y de amor;
átalas a todas en tu amor, a fin de que
ningún alma te huya
más. Pero me parece que dices:
«¡Ah! Hija, ¡cuántas
almas por la fuerza huyen de Mí y se
precipitan en la ruina
eterna! ¿Cómo podrá entonces calmarse
mi dolor, si Yo amo
tanto a una sola alma cuanto amo a todas
las almas juntas?»
Conclusión de la
Agonía
Agonizante Jesús,
mientras parece que está por apagarse tu
vida, oigo ya el
estertor de la agonía, veo tus bellos ojos
eclipsados por la
cercana muerte, tus santísimos miembros
abandonados, y
frecuentemente siento que no respiras más, y
siento que el corazón
se me rompe por el dolor. Te abrazo y te
siento helado; te
muevo y no das señales de vida. ¿Jesús, has
muerto?
Afligida Mamá, ángeles
del Cielo, vengan a llorar a Jesús y
no permitan que yo
continúe viviendo sin Él, porque no puedo.
Me lo estrecho más
fuerte y oigo que da otro respiro y de
nuevo no da señales de
vida, y yo lo llamo: «¡Jesús, Jesús,
vida mía, no te
mueras! Ya oigo el ruido de tus enemigos que
vienen a prenderte,
¿quién te defenderá en el estado en que te
encuentras?» Y Él,
sacudido, parece que resurge de la muerte
a la vida, me mira y
me dice:
«Hija, ¿estás aquí?
¿Has sido entonces espectadora de mis
penas y de las tantas
muertes que he sufrido? Debes saber, oh
hija, que en estas
tres horas de amarguísima agonía he
reunido en Mí todas
las vidas de las criaturas, y he sufrido
todas sus penas y sus
mismas muertes, dando a cada una mi
misma vida.
Mis agonías sostendrán
las suyas; mis amarguras y mi
muerte se cambiarán
para ellas en fuente de dulzura y de vida.
¡Ah, cuánto me cuestan
las almas! ¡Si fuese al menos
correspondido! Por eso
tú has visto que mientras moría, volvía
a respirar, eran las
muertes de las criaturas que sentía en Mi»
Mi atormentado Jesús,
ya que has querido encerrar en Ti
también mi vida, y por
lo tanto también mi muerte, te ruego por
esta tu amarguísima
agonía, que vengas a asistirme en el
momento de mi muerte.
Yo te he dado mi corazón como
refugio y reposo, mis
brazos para sostenerte y todo mi ser a tu
disposición, y yo, oh,
de buena gana me entregaría en manos
de tus enemigos para
poder morir yo en lugar tuyo.
Ven, oh vida de mi
corazón en aquel momento a darme lo
que te he dado, tu
compañía, tu corazón como lecho y
106
descanso, tus brazos
como sostén, tu respiro afanoso para
aliviar mis afanes, de
modo que conforme respire, respiraré por
medio de tu respiro, que
como aire purificador me purificará de
toda mancha y me
dispondrá al ingreso de la eterna
bienaventuranza.
Más aún mi dulce
Jesús, aplicarás a mi alma toda tu
santísima Humanidad,
de modo que mirándome me verás a
través de Ti mismo, y
mirándote a Ti mismo en mí, no
encontrarás nada de
qué juzgarme; después me bañarás en tu
sangre, me vestirás
con la cándida vestidura de tu santísima
Voluntad, me adornarás
con tu amor y dándome el último beso
me harás emprender el
vuelo de la tierra al Cielo. Y ahora te
ruego que hagas esto
que quiero para mí, a todos los
agonizantes;
estréchatelos a todos en tu abrazo de amor y
dándoles el beso de la
unión contigo sálvalos a todos y no
permitas que ninguno
se pierda.
Afligido bien mío, te
ofrezco esta hora santa en memoria de
tu Pasión y Muerte,
para desarmar la justa ira de Dios por los
tantos pecados, por la
conversión de todos los pecadores, por
la paz de los pueblos,
por nuestra santificación y en sufragio de
las almas del
purgatorio.
Pero veo que tus
enemigos están ya cerca y Tú quieres
dejarme para ir a su
encuentro. Jesús, permíteme que te de un
beso en tus labios, en
los cuales Judas osará besarte con su
beso infernal;
permíteme que te limpie el rostro bañado en
sangre, sobre el cual
lloverán bofetadas y salivazos, y
estrechándome fuerte a
tu corazón, yo no te dejo, sino que te
sigo y Tú me bendices
y me asistes.
+ + +
Reflexiones de la
Séptima Hora (11 PM)
13-34
Noviembre 19, 1921
Estaba haciendo
compañía a mi Jesús agonizante en el
Huerto de Getsemaní, y
por cuanto me era posible lo
compadecía, lo
estrechaba fuerte a mi corazón tratando de
secarle el sudor
mortal, y mi doliente Jesús, con voz apagada y
agonizante me ha
dicho:
“Hija mía, dura y
penosa fue mi agonía en el Huerto, quizá
más penosa que la de
la cruz, porque si ésta fue el
cumplimiento y el
triunfo sobre todos, aquí en el Huerto fue el
principio, y los males
se sienten más al principio que cuando
107
están por terminar, en
esta agonía la pena más desgarradora
fue cuando se me
hicieron presentes uno por uno todos los
pecados, mi Humanidad
comprendió toda la enormidad de
ellos y cada delito
llevaba el sello de “muerte a un Dios”, y
estaba armado con
espada para matarme. Delante a la
Divinidad la culpa me
aparecía tan horrenda y más horrible que
la misma muerte; sólo
al comprender qué significa pecado, Yo
me sentía morir y moría
en realidad, grité al Padre y fue
inexorable, no hubo
uno solo que al menos me diera una ayuda
para no hacerme morir,
grité a todas las criaturas que tuvieran
piedad de Mí, pero en
vano, así que mi Humanidad languidecía
y estaba por recibir
el último golpe de la muerte, pero ¿sabes
tú quién impidió la
ejecución y sostuvo mi Humanidad para no
morir? Primero fue mi
inseparable Mamá, Ella al oírme pedir
ayuda voló a mi lado y
me sostuvo, y Yo apoyé mi brazo
derecho en Ella, la
miré casi agonizante y encontré en Ella la
inmensidad de mi
Voluntad íntegra, sin haber habido nunca
ruptura alguna entre
mi Voluntad y la suya. Mi Voluntad es
Vida, y como la
Voluntad del Padre era inamovible, y la muerte
me venía de las
criaturas, otra criatura que encerraba la Vida
de mi Voluntad me daba
la vida. Y he aquí que mi Mamá, que
en el portento de mi
Voluntad me concibió y me hizo nacer en
el tiempo, y ahora me
da por segunda vez la vida para
hacerme cumplir la
obra de la Redención. Después miré a la
izquierda y encontré a
la pequeña hija de mi Querer, te
encontré a ti como
primera, con el séquito de las otras hijas de
mi Voluntad, y así
como a mi Mamá la quise Conmigo como
primer eslabón de la
misericordia, con el cual debíamos abrir
las puertas a todas
las criaturas, por eso quise apoyar en Ella
la derecha; a ti te
quise como primer eslabón de la justicia,
para impedir que se
descargase sobre todas las criaturas como
se merecen, por eso
quise apoyar la izquierda, a fin de que la
sostuvieras junto
Conmigo. Entonces, con estos dos apoyos Yo
me sentí dar
nuevamente la vida, y como si nada hubiera
sufrido, con paso
firme fui al encuentro de mis enemigos, y en
todas las penas que
sufrí en mi Pasión, muchas de ellas
capaces de darme la
muerte, estos dos apoyos no me dejaban
jamás, y cuando me
veían a punto de morir, con mi Voluntad
que contenían me
sostenían y me daban como tantos sorbos
de vida. ¡Oh! los
prodigios de mi Querer, ¿quién puede jamás
numerarlos y calcular
su valor? Por eso amo tanto a quien vive
de mi Querer,
reconozco en ella mi retrato, mis nobles rasgos,
siento en ella mi
mismo aliento, mi voz, y si no la amase me
defraudaría a Mí
mismo, sería como un padre sin generación,
108
sin el noble cortejo
de su corte y sin la corona de sus hijos, y si
no tuviera la
generación, la corte, la corona, ¿cómo podría
llamarme Rey? Así que
mi reino es formado por aquellos que
viven en mi Voluntad,
y de este reino escojo la Madre, la Reina,
los hijos, los
ministros, el ejército, el pueblo, Yo soy todo para
ellos y ellos son
todos para Mí”.
Después estaba
pensando en lo que Jesús me decía, y
decía entre mí: “¿Cómo
se hace para poner en práctica esto?”
Y Jesús regresando ha
agregado:
“Hija mía, las
verdades para conocerlas, es necesario que
haya voluntad y el
deseo de conocerlas. Supón una estancia
con las persianas
cerradas, por cuanto sol haya afuera la
estancia está siempre
en oscuridad; ahora, abrir las persianas
significa querer la
luz, pero esto no basta si no se aprovecha la
luz para reordenar la
estancia, sacudirla, ponerse a trabajar,
porque si no, es como
matar esa luz y hacerse ingrato por la
luz recibida. Así no
basta tener voluntad de conocer las
verdades, si a la luz
de la verdad que lo ilumina no busca
sacudirse de sus
debilidades y reordenarse según la luz de la
verdad que conoce, y
junto con la luz de la verdad ponerse a
trabajar haciendo de
ella sustancia propia,“” en modo de
trasparentar por su
boca, por sus manos, por su
comportamiento, la luz
de la verdad que ha absorbido,
entonces sería como si
asesinara la verdad, y con no ponerla
en práctica sería
estarse en pleno desorden delante de esa luz.
Pobre estancia, llena
de luz pero toda desordenada,
trastornada y en pleno
desorden, y una persona dentro que no
se preocupa de reordenarla,
¿qué compasión no daría? Tal es
quien conoce las
verdades y no las pone en práctica.
Has de saber que en
todas las verdades, como primer
alimento entra la
simplicidad, si las verdades no fueran
simples, no serían luz
y no podrían penetrar en las mentes
humanas para
iluminarlas, y donde no hay luz no se pueden
distinguir los
objetos; la simplicidad no sólo es luz, sino es
como el aire que se
respira, que aunque no se ve da la
respiración a todo, y
si no fuese por el aire, la tierra y todos
quedarían sin
movimiento, así que si las virtudes, las verdades,
no llevan la marca de
la simplicidad, serán sin luz y sin aire”.
+ + +
109
14-20
Abril 8, 1922
Encontrándome en mi
habitual estado, estaba pensando en
el dolor que sufrió mi
dulce Jesús en el huerto de Getsemaní,
cuando se presentaron
ante su santidad todas nuestras culpas,
y Jesús todo afligido,
en mi interior me ha dicho:
“Hija mía, mi dolor
fue grande e incomprensible a la mente
creada, especialmente
cuando vi la inteligencia humana
deformada, mi bella
imagen que hice reproducir en ella, no más
bella, sino fea,
horrible. Yo doté al hombre de voluntad,
inteligencia y
memoria; en la primera refulgía mi Padre
Celestial, el cual
como acto primero comunicaba su potencia,
su santidad, su
altura, por lo cual elevaba a la voluntad
humana invistiéndola
de su misma santidad, potencia y
nobleza, dejando todas
las corrientes abiertas entre Él y la
voluntad humana, a fin
de que siempre más se enriqueciera de
los tesoros de mi Divinidad;
entre la voluntad humana y la
Divina no había tuyo
ni mío, sino todo en común, con acuerdo
recíproco, era imagen
nuestra, cosa nuestra, así que ella nos
reflejaba, por lo
tanto nuestra Vida debía ser la suya, y por eso
constituía como acto
primero su voluntad libre, independiente,
como era acto primero
la Voluntad de mi Padre Celestial, pero
esta voluntad cuánto
se ha desfigurado, de libre se ha vuelto
esclava de vilísimas
pasiones. ¡Ah! es ella el principio de todos
los males del hombre,
no se reconoce más, cómo ha
descendido de su
nobleza, da asco mirarla.
Después, como acto
segundo concurrí Yo, Hijo de Dios,
dotando al hombre de
inteligencia, comunicándole mi
sabiduría, la ciencia
de todas las cosas, a fin de que
conociéndolas pudiese
gustar y hacerse feliz en el bien. Pero,
¡ay de Mí! Qué mar de
vicios es la inteligencia de la criatura, de
la ciencia se ha
servido para desconocer a su Creador.
Y después, como acto
tercero concurrió el Espíritu Santo,
dotándolo de memoria,
a fin de que recordándose de tantos
beneficios, pudiera
estar en continuas corrientes de amor, en
continuas relaciones,
el amor debía coronarla, abrazarla e
informar toda su vida.
¡Pero cómo queda contristado el Eterno
Amor! Esta memoria se
recuerda de los placeres, de las
riquezas y hasta de
pecar, y la Trinidad Sacrosanta es puesta
fuera de los dones
dados a su criatura. Mi dolor fue
indescriptible al ver
la deformidad de las tres potencias del
hombre, habíamos
formado nuestra morada en él, y él nos
había arrojado fuera”.
110
111
OCTAVA HORA
De las 12 de la noche
a la 1 de la mañana
La captura de Jesús
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la
oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y
fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis
brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu
corazón empiezo:
Oh Jesús mío, ya es
media noche; escuchas que se
aproximan los
enemigos, y Tú limpiándote y enjugándote la
sangre, reanimado por
los consuelos recibidos vas de nuevo a
donde están tus amados
discípulos, los llamas, los amonestas
y te los llevas junto
contigo, y vas al encuentro de tus
enemigos, queriendo
reparar con tu prontitud mi lentitud, mi
desgano y pereza en el
obrar y en el sufrir por amor tuyo.
Pero, oh dulce Jesús,
mi bien, que escena tan conmovedora
veo: Al primero que
encuentras es al pérfido Judas, el cual
acercándose a Ti y
poniéndote un brazo alrededor de tu cuello
te saluda y te besa; y
Tú, amor entrañable, no desdeñas besar
aquellos labios
infernales, lo abrazas y te lo estrechas al
corazón, queriéndolo
arrancar del infierno y dándole muestras
de nuevo amor.
Mi Jesús, ¿cómo es
posible no amarte? Es tanta la ternura
de tu amor que debiera
arrebatar a cada corazón a amarte, y
sin embargo no te
aman. Y Tú, oh mi Jesús, en este beso de
Judas, soportándolo,
reparas las traiciones, los fingimientos,
los engaños bajo
aspecto de amistad y de santidad,
especialmente de los
sacerdotes. Tu beso, además, manifiesta
que a ningún pecador,
con tal de que venga a Ti humillado,
rehusarías darle el
perdón.
Ternísimo Jesús mío,
ya te entregas en manos de tus
enemigos, dándoles el
poder de hacerte sufrir lo que ellos
quieran. También yo,
oh mi Jesús, me entrego en tus manos, a
fin de que Tú,
libremente, puedas hacer de mí lo que más te
agrade; y junto
contigo quiero seguir tu Voluntad, tus
reparaciones y sufrir
tus penas. Quiero estar siempre en torno
a Ti para hacer que no
haya ofensa que no te repare, amargura
que no endulce,
salivazos y bofetadas que recibas que no
vayan seguidas por un
beso y una caricia mía.
En tus caídas, mis
manos estarán siempre dispuestas a
ayudarte para
levantarte. Así que siempre contigo quiero estar,
oh mi Jesús, ni
siquiera un minuto quiero dejarte solo; y para
112
estar más segura,
ponme dentro de Ti, y yo estaré en tu mente,
en tus miradas, en tu
corazón y en todo Tú mismo, para hacer
que lo que haces Tú,
pueda hacerlo también yo, así podré
hacerte fiel compañía
y no pasar por alto ninguna de tus penas,
para darte por todo mi
correspondencia de amor.
Dulce bien mío, estaré
a tu lado para defenderte, para
aprender tus
enseñanzas y para numerar una por una todas
tus palabras. ¡Ah,
cómo me desciende dulce la palabra que
dirigiste a Judas:
«Amigo, ¿a qué has
venido?» (Mt 26,50)
Y siento que a mí
también me diriges las mismas palabras,
no llamándome amiga
sino con el dulce nombre de hija: «Hija,
¿a qué has venido?»
Para oír que te respondo: «Jesús, a
amarte». «¿A qué has
venido?», me repites si me despierto en
la mañana; «¿a qué has
venido?», si hago oración; «¿a qué
has venido?», me repites
desde la Hostia Santa si vengo a
recibirte en mi
corazón.
¡Qué bello reclamo
para mí y para todos! Pero cuántos a tu
«¿a qué has venido?»
responden: Vengo a ofenderte. Otros,
fingiendo no
escucharte se entregan a toda clase de pecados,
y a tu pregunta «¿a
qué has venido?» responden con irse al
infierno. ¡Cuánto te
compadezco, oh mi Jesús! Quisiera tomar
las mismas cuerdas con
que van a atarte tus enemigos, para
atar a estas almas y
evitarte este dolor. Pero de nuevo escucho
tu voz ternísima que
dice, mientras vas al encuentro de tus
enemigos:
«¿A quién buscan?» (Jn
18,4)
Y ellos responden:
«A Jesús Nazareno».
(Jn 18,5)
Y Tú les dices:
«Yo soy». (Jn 18,5)
Con esta sola palabra
dices todo y te das a conocer por lo
que eres, tanto que
tus enemigos tiemblan y caen por tierra
como muertos, y Tú,
amor sin par, repitiendo de nuevo «Yo
soy», los vuelves a
llamar a la vida, y por Ti mismo te entregas
en manos de tus
enemigos.
Jesús es encadenado
Y ellos, pérfidos e
ingratos, en vez de caer humildes y
palpitantes a tus pies
y pedirte perdón, abusando de tu bondad
y despreciando gracias
y prodigios te ponen las manos encima
y con sogas y cadenas
te atan, te inmovilizan, te arrojan por
tierra, te pisotean
bajo sus pies, te arrancan los cabellos, y Tú,
113
con paciencia inaudita
callas, sufres y reparas las ofensas de
aquellos que a pesar
de los milagros, no se rinden a tu gracia y
se obstinan de más.
Con tus sogas y
cadenas consigues del Padre la gracia de
romper las cadenas de
nuestras culpas, y nos atas con la dulce
cadena del amor. Y
corriges amorosamente a Pedro que quiere
defenderte, y llega
hasta cortar una oreja a Malco; quieres
reparar con esto las
obras buenas que no son hechas con
santa prudencia, y que
por demasiado celo caen en la culpa.
Mi pacientísimo Jesús,
estas cuerdas y cadenas parece que
ponen algo de más
bello a tu divina Persona. Tu frente se hace
más majestuosa, tanto
que atrae la atención de tus mismos
enemigos; tus ojos
resplandecen con más luz; tu rostro divino
se pone en actitud de
una paz y dulzura suprema, capaz de
enamorar a tus mismos
verdugos; con tu tono de voz suave y
penetrante, si bien
pocos, los haces temblar, tanto que si se
atreven a ofenderte es
porque Tú mismo se los permites.
Oh amor encadenado y
atado, ¿podrás permitir que Tú seas
atado por causa mía,
haciendo más desahogo de amor, y yo,
pequeña hija tuya,
esté sin cadenas? No, no, más bien átame
con tus manos
santísimas con tus mismas sogas y cadenas.
Por eso te ruego que
ates, mientras beso tu frente divina,
todos mis
pensamientos, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi
corazón, mis afectos y
todo mi ser, y al mismo tiempo ata a
todas las criaturas,
para que sintiendo las dulzuras de tus
amorosas cadenas no se
atrevan a ofenderte más.
Dulce bien mío, ya es
la una de la madrugada, la mente
comienza a
adormecerse; haré lo que más pueda por
mantenerme despierta,
pero si el sueño me sorprende, me dejo
en Ti para seguir lo
que haces Tú; más bien lo harás Tú mismo
por mí.
En Ti dejo mis
pensamientos para defenderte de tus
enemigos, mi
respiración como cortejo y compañía, mi latido
para decirte siempre
que te amo y para darte el amor que los
demás no te dan, las
gotas de mi sangre para repararte y
restituirte el honor y
la estima que te quitarán con los insultos,
salivazos y bofetadas.
Jesús mío, bendíceme y hazme dormir
en tu adorable
corazón, para que por tus latidos, acelerados
por el amor o por el
dolor, pueda despertarme frecuentemente,
y así jamás
interrumpir nuestra compañía. Así queda acordado,
oh Jesús.
+ + +
114
Reflexiones de la
Octava Hora (12 PM)
13-33
Noviembre 16, 1921
Esta mañana, mi
siempre amable Jesús se hacía ver todo
atado, atadas las
manos, los pies, la cintura; del cuello le
descendía una doble
cadena de fierro, pero estaba atado tan
fuertemente, que le
quitaba el movimiento a su Divina Persona.
Qué dura posición era
ésta, de hacer llorar aun a las piedras, y
mi sumo bien Jesús me
ha dicho:
“Hija mía, en el curso
de mi Pasión todas las otras penas
hacían competencia
entre ellas, pero una cedía el lugar a la
otra, y se mantenían
vigilantes para hacerme sufrir lo peor,
para darse la
vanagloria de que una había sido más dura que
las demás, pero las
cuerdas no me las quitaron jamás, desde
que me apresaron hasta
el monte calvario estuve siempre
atado, es más,
agregaban siempre más cuerdas y cadenas por
temor de que pudiese
huir, y para hacer más burla y juego de
Mí; cuántos dolores,
confusiones, humillaciones y caídas me
causaron estas cadenas.
Pero debes saber que en estas
cadenas había un gran
misterio y una gran expiación: El
hombre, al empezar a
caer en el pecado queda atado con las
mismas cadenas de su
pecado, si es grave son cadenas de
fierro, si venial son
cuerdas; entonces, si quiere caminar en el
bien, siente las
trabas de las cadenas y queda obstaculizado
en su paso, el estorbo
que siente lo agota, lo debilita, y lo lleva
a nuevas caídas; si
obra siente el impedimento en las manos y
casi queda como si no
tuviera manos para hacer el bien; las
pasiones, viéndolo tan
atado hacen fiesta y dicen: “Es nuestra
la victoria”. Y de rey
que es el hombre, lo vuelven esclavo de
pasiones brutales.
Cómo es abominable el hombre en el
estado de culpa, y Yo
para romper sus cadenas quise ser
atado, y no quise
estar en ningún momento sin cadenas, para
tener siempre listas
las mías para romper las suyas, y cuando
los golpes, los
empujones me hacían caer, Yo le extendía las
manos para desatarlo y
hacerlo libre de nuevo”.
Pero mientras esto
decía, yo veía a casi todas las gentes
atadas por cadenas,
que daban piedad, y rogaba a Jesús que
tocara con sus cadenas
las cadenas de ellas, a fin de que por
el toque de las suyas
quedaran rotas las de las criaturas.
+ + +
115
14-14
Marzo 18, 1922
Estaba acompañando a
mi dulce Jesús en sus penas de la
Pasión, y Él
haciéndose ver me ha dicho:
“Hija mía, la culpa
encadena al alma y le impide hacer el
bien: La mente siente
la cadena de la culpa y queda impedida
para comprender el
bien, la voluntad siente la cadena que la
ata y se siente
entorpecida, y en lugar de querer el bien quiere
el mal, el deseo
encadenado siente que le cortan las alas para
volar a Dios. ¡Oh,
cómo me da compasión ver al hombre
encadenado por sus
mismas culpas! He aquí por qué la
primera pena que quise
sufrir en la Pasión fueron las cadenas,
quise estar atado para
liberar al hombre de sus cadenas.
Aquellas cadenas que
Yo sufrí se convirtieron, en cuanto me
tocaron, en cadenas de
amor, las cuales tocando al hombre
quemaban y rompían las
suyas y lo ataban con mis amorosas
cadenas. Mi amor es
operativo, no sabe estar si no obra, por
eso para todos y para
cada uno preparé lo que se necesita
para rehabilitarlo,
para sanarlo, para embellecerlo de nuevo,
todo hice a fin de que
si se decide encuentre todo preparado y
a su disposición, por
eso tengo listas mis cadenas para quemar
las suyas; los pedazos
de mi carne para cubrir sus llagas y
adornarlo de belleza;
mi sangre para darle nuevamente la vida;
todo lo tengo listo.
Tengo en reserva para cada uno lo que se
necesita, mi amor
quiere darse, quiere obrar, siento una
intranquilidad, una
fuerza irresistible que no me da paz si no
doy, ¿y sabes qué
hago? Cuando veo que ninguno toma,
concentro mis cadenas,
los pedazos de mi carne, mi sangre,
en quien los quiere y
me ama, y lo cubro de belleza,
envolviéndolo todo con
mis cadenas de amor, le centuplico la
vida de gracia, y así
mi amor se desahoga y se tranquiliza”.
Pero mientras esto
decía, yo veía que sus cadenas, los
pedazos de su carne,
su sangre, corrían sobre mí, y Él se
divertía aplicándolos
sobre de mí y envolviéndome toda. ¡Cómo
es bueno Jesús, sea
siempre bendito! Después ha regresado y
ha agregado:
“Hija mía, siento la
necesidad de que la criatura repose en
Mí y Yo en ella, ¿pero
sabes cuando la criatura reposa en Mí y
Yo en ella? Cuando su
inteligencia piensa en Mí y me
comprende, ella reposa
en la inteligencia de su Creador, y la
del Creador encuentra
su reposo en la mente creada; cuando
la voluntad humana se
une con la Voluntad Divina, las dos
voluntades se abrazan
y reposan juntas; si el amor humano se
eleva sobre todas las
cosas creadas y ama sólo a su Dios,
116
¡qué bello reposo
encuentran mutuamente Dios y el alma!
Quien da reposo, lo
encuentra, Yo le hago de lecho y la tengo
en el más dulce sueño,
estrechada entre mis brazos, por eso
ven y reposa en mi
seno”.
+ + +
117
NOVENA HORA
De la 1 a las 2 de la
mañana
Jesús, atado, es hecho
caer en el torrente Cedrón
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la
oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y
fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis
brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu
corazón empiezo:
Amado bien mío, mi
pobre mente te sigue entre la vigilia y el
sueño. ¿Cómo puedo
abandonarme al sueño si veo que todos
te dejan y huyen de
Ti? Los mismos apóstoles, el ferviente
Pedro que hace poco
dijo que quería dar la vida por Ti, el
discípulo predilecto
que con tanto amor has hecho reposar
sobre tu corazón, ah,
todos te abandonan y te dejan en poder
de tus crueles enemigos.
Mi Jesús, estás solo.
Tus purísimos ojos miran a tu alrededor
para ver si al menos
uno de aquellos que han sido beneficiados
por Ti te sigue para
testimoniarte su amor y para defenderte; y
mientras descubres que
ninguno, ninguno te ha permanecido
fiel, el corazón se te
oprime y rompes en abundante llanto. Y
Tú sientes más dolor
por el abandono de tus fieles amigos que
por lo que te están
haciendo tus mismos enemigos. Mi Jesús,
no llores, o haz que
yo llore junto contigo. Y el amable Jesús
parece que dice:
«Ah hija mía, lloremos
juntos la suerte de tantas almas
consagradas a Mí, que
por pequeñas pruebas, por incidentes
de la vida, no se
ocupan más de Mí y me dejan solo; lloremos
por tantas otras,
tímidas y viles, que por falta de valor y de
confianza me
abandonan; por tantos y tantos que, al no hallar
su provecho en las
cosas santas no se ocupan de Mí; por
tantos sacerdotes que
predican, que celebran la Santa Misa,
que confiesan por amor
al interés y a su propia gloria; esos
hacen ver que están en
torno a Mí, pero Yo permanezco
siempre solo.
Ah hija, ¡cómo me es
duro este abandono! No sólo me lloran
los ojos, sino que me
sangra el corazón. Ah, te ruego que
repares mi acerbo
dolor prometiéndome que no me dejarás
jamás solo».
¡Sí, oh mi Jesús, lo
prometo, ayudada por tu gracia y
fundiéndome en tu
divina Voluntad! Pero mientras Tú lloras el
abandono de tus
amados, tus enemigos no te perdonan ningún
ultraje que te puedan
hacer. Oprimido y atado como estás, oh
118
mi bien, tanto, que
por Ti mismo ni siquiera puedes dar un
paso, te pisotean, te
arrastran por esas calles llenas de piedras
y de espinas, así que
no hay movimiento que no te haga
tropezar en las
piedras y herirte con las espinas.
Ah mi Jesús, veo que
mientras te arrastran, Tú dejas detrás
de Ti tu preciosa
sangre, los rubios cabellos que te arrancan de
la cabeza. Mi vida y
mi todo, permíteme que los recoja a fin de
poder atar todos los
pasos de las criaturas, que ni aun de
noche dejan de
herirte; más bien se sirven de la noche para
ofenderte mayormente:
quién con sus encuentros, quién por
placeres, quién por
teatros, quién para llevar a cabo robos
sacrílegos. Mi Jesús,
me uno a Ti para reparar todas estas
ofensas.
Pero, oh mi Jesús,
estamos ya en el torrente Cedrón, y los
pérfidos judíos se
disponen a arrojarte dentro, hacen que te
golpees contra una
piedra que hay ahí, con tanta fuerza, que
de tu boca derramas tu
preciosísima sangre, con la cual dejas
marcada aquella
piedra. Después, jalándote, te arrastran bajo
aquellas aguas
pútridas, de modo que te entran en los oídos,
en la boca, en la
nariz.
Oh amor incomparable,
Tú quedas todo bañado y como
cubierto por aquellas
aguas pútridas, nauseantes y frías, y en
este estado
representas a lo vivo el estado deplorable de las
criaturas cuando
cometen el pecado. ¡Oh, cómo quedan
cubiertas por dentro y
por fuera con un manto de inmundicias,
que dan asco al Cielo
y a cualquiera que pudiese verlas,
atrayéndose así los
rayos de la divina Justicia!
Oh vida de mi vida,
¿puede darse jamás amor más grande?
Para quitarnos este
manto de inmundicias Tú permites que los
enemigos te arrojen en
ese torrente, y todo sufres para reparar
por los sacrilegios y
las frialdades de las almas que te reciben
sacrílegamente y que
te obligan a que entres en sus
corazones, peores que
el torrente, y que sientas toda la náusea
de sus almas; Tú
permites también que estas aguas te
penetren hasta en las
entrañas, tanto, que los enemigos
temiendo que te
ahogues, y queriendo reservarte para mayores
tormentos te sacan
fuera, pero causas tanto asco, que ellos
mismos sienten asco de
tocarte.
Mi tierno Jesús, estás
ya fuera del torrente, mi corazón no
resiste verte tan
empapado por esas aguas nauseantes; veo
que por el frío Tú
tiemblas de pies a cabeza; miras a tu
alrededor buscando con
los ojos, lo que no haces con la voz,
uno al menos que te
seque, te limpie y te caliente, pero en
vano; ninguno tiene
piedad de Ti, los enemigos se burlan y se
119
ríen de ti; los tuyos
te han abandonado, la dulce Mamá está
lejana, porque así lo
dispone el Padre.
Aquí me tienes, oh
Jesús, ven a mis brazos. Quiero llorar
tanto, hasta formar un
baño para lavarte, limpiarte y
acomodarte con mis
manos, los desordenados cabellos. Mi
amor, quiero
encerrarte en mi corazón para calentarte con el
calor de mis afectos,
quiero perfumarte con mis deseos santos,
quiero reparar todas
estas ofensas y ofrecer mi vida junto con
la tuya para salvar a
todas las almas. Quiero ofrecerte mi
corazón como lugar de
reposo, para poderte reconfortar en
algún modo por las
penas sufridas hasta aquí, y después
continuaremos juntos
el camino de tu Pasión.
+ + +
Reflexiones de la
Novena Hora (1 AM)
11-45
Enero 22, 1913
Estaba pensando en la
Pasión de mi siempre amable Jesús,
especialmente en lo
que sufrió en el huerto, entonces me he
encontrado toda
sumergida en Jesús y Él me ha dicho:
“Hija mía, mi primera
Pasión fue el amor, porque el hombre
al pecar, el primer
paso que da en el mal es la falta de amor,
por lo tanto, faltando
el amor se precipita en la culpa; por eso,
el Amor para rehacerse
en Mí de esta falta de amor de las
criaturas, me hizo
sufrir más que todos, casi me trituró más que
bajo una prensa, me
dio tantas muertes por cuantas criaturas
reciben la vida.
El segundo paso que
sucede en la culpa es defraudar la
gloria de Dios, y el
Padre para rehacerse de la gloria quitada
por las criaturas me
hizo sufrir la Pasión del pecado, esto es,
que cada culpa me daba
una pasión especial; si la pasión fue
una, el pecado en
cambio me dio tantas pasiones por cuantas
culpas se cometerán
hasta el fin del mundo; y así se rehízo la
gloria del Padre.
El tercer efecto que
produce la culpa es la debilidad en el
hombre, y por eso
quise sufrir la Pasión por manos de los
judíos, esta es mi
tercera Pasión, para rehacer al hombre de la
fuerza perdida.
Así que con la Pasión
del amor se rehízo y se puso en justo
nivel el Amor, con la
Pasión del pecado se rehízo y se puso a
nivel la gloria del
Padre, con la Pasión de los judíos se puso a
nivel y se rehizo la
fuerza de las criaturas. Todo esto lo sufrí en
120
el huerto, fue tal y
tanto el sufrimiento, las muertes que sufrí,
los espasmos atroces,
que habría muerto de verdad si la
Voluntad del Padre
hubiera llegado a que Yo muriera”.
Después continué
meditando cuando mi amable Jesús fue
arrojado por los
enemigos al torrente Cedrón. El bendito Jesús
se hacía ver en un
aspecto que movía a piedad, todo bañado
con aquellas aguas
puercas y me ha dicho:
“Hija mía, al crear el
alma la vestí de un manto de luz y de
belleza; el pecado
quita este manto de luz y de belleza y la
cubre con un manto de
tinieblas y de fealdad, volviéndola
repugnante y
nauseante, y Yo para quitar este manto tan
nauseabundo que el
pecado pone al alma, permití que los
judíos me arrojaran en
este torrente, donde quedé como
recubierto dentro y
fuera de Mí, porque estas aguas pútridas
me entraron hasta en
las orejas, en las narices, en la boca,
tanto, que los judíos
tenían asco de tocarme. ¡Ah, cuánto me
costó el amor de las
criaturas, hasta volverme nauseabundo a
Mí mismo!”
+ + +
121
DECIMA HORA
De las 2 a las 3 de la
mañana
Jesús es presentado a
Anás
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la
oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y
fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis
brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu
corazón empiezo:
Jesús sea siempre
conmigo. Dulce Mamá, sigamos juntas a
Jesús. Mi Jesús,
centinela divino que me vigilas en tu corazón,
y no queriendo
quedarte solo sin mí me despiertas y haces que
me encuentre junto
contigo en casa de Anás. Te encuentras en
aquel momento en que
Anás te interroga sobre tu doctrina y tus
discípulos; y Tú, oh
Jesús, para defender la gloria del Padre
abres tu sacratísima
boca, y con voz sonora y llena de dignidad
respondes:
«Yo he hablado en
público, y todos los que aquí están me
han escuchado». (Jn
18,20)
Ante estas dignas
palabras tuyas, todos tiemblan, pero es
tanta la perfidia, que
un siervo, queriendo honrar a Anás, se
acerca a Ti y te da
una bofetada con la mano, tan fuerte de
hacerte tambalear y
ponerse pálido tu rostro santísimo.
Ahora comprendo dulce
vida mía por qué me has
despertado, Tú tenías
razón: ¿Quién habría de sostenerte en
este momento en que
estás por caer? Tus enemigos rompen
en risas satánicas, en
silbidos y en palmadas, aplaudiendo un
acto tan injusto, y
Tú, tambaleándote, no tienes en quien
apoyarte.
Mi Jesús, te abrazo,
es más, quiero hacer un apoyo con mi
ser; te ofrezco mi
mejilla con ánimo y pronta a soportar
cualquier pena por
amor tuyo; te compadezco por este ultraje,
y junto contigo te
reparo las timideces de tantas almas que
fácilmente se
desaniman, por aquellos que por temor no dicen
la verdad, por las
faltas de respeto debido a los sacerdotes, y
por todas las faltas
cometidas por murmuraciones.
Pero veo afligido Jesús
mío, que Anás te envía a Caifás, y
tus enemigos te
precipitan por las escaleras, y Tú amor mío, en
esta dolorosa caída
reparas por aquellos que de noche se
precipitan en la
culpa, aprovechándose de las tinieblas, y
llamas a los herejes y
a los infieles a la luz de la fe. También yo
quiero seguirte en
esas reparaciones, y mientras llegas ante
Caifás te envío mis
suspiros para defenderte de tus enemigos.
122
Y mientras yo duermo
continúa haciéndome de centinela y
despiértame cuando
tengas necesidad. Por eso dame un beso
y bendíceme, y yo beso
tu corazón y en él continúo mi sueño.
+ + +
Reflexiones de la
Décima Hora (2 AM)
2-27
Mayo 31, 1899
Esta mañana, estando
en mi habitual estado, mi adorable
Jesús ha venido y al
mismo tiempo vi al confesor. Jesús se
mostraba un poco
disgustado con él, porque parecía que el
confesor quería que
todos aprobasen que lo mío era obra de
Dios, y casi quería
convencer a otros sacerdotes con
manifestarles algunas
cosas de mi interior.
Jesús se ha vuelto al
confesor y le ha dicho: “Esto es
imposible, hasta Yo
tuve contrarios, y esto en personas de las
más notables y también
sacerdotes y otras dignidades, tuvieron
que decir sobre mis
santas obras, hasta tacharme de
endemoniado. Estas
oposiciones, aun por personas religiosas,
Yo las permito para
hacer que a su tiempo pueda relucir más la
verdad. Que quieras
hacerte aconsejar por dos o tres
sacerdotes de los más
buenos y santos y aun doctos, para
tener luz y hasta para
hacer lo que quiero Yo en las cosas que
se deben hacer, como
es el consejo de los buenos y la oración,
esto Yo lo permito,
pero el resto no, no, sería querer hacer un
derroche de mis obras
y ponerlas en burla, lo que mucho me
disgusta”.
Después me dijo a mí:
“Lo que quiero de ti es un obrar recto
y simple, que del pro
y del contra de las criaturas no te
preocupes, déjalas
pensar como quieran, sin tomarte el más
mínimo fastidio, pues
el querer que todos sean favorables es
un querer desviarse de
la imitación de mi Vida”.
+ + +
123
UNDÉCIMA HORA
De la 3 a las 4 de la
mañana
Jesús en casa de
Caifás
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la
oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y
fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis
brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu
corazón empiezo:
Afligido y abandonado
bien mío, mientras mi débil naturaleza
duerme en tu dolorido
corazón, mi sueño frecuentemente es
interrumpido por las
opresiones de amor y de dolor de tu
corazón divino, y
entre la vigilia y el sueño oigo los golpes que
te dan, y me despierto
y digo: «Pobre de mi Jesús,
abandonado por todos,
no hay quién te defienda».
Pero desde dentro de
tu corazón yo te ofrezco mi vida para
servirte de apoyo en
el momento en que te hacen tropezar y
me adormezco de nuevo,
pero otra opresión de amor de tu
corazón divino me
despierta, y siento ensordecer por los
insultos que te dicen,
por las voces, por los gritos, por el correr
de la gente. Amor mío,
¿cómo es que todos están contra Ti?
¿Qué has hecho que
como tantos lobos feroces te quieren
despedazar?
Siento que la sangre
se me hiela al oír los preparativos de
tus enemigos; yo
tiemblo y estoy triste pensando cómo haré
para defenderte. Pero
mi afligido Jesús teniéndome en su
corazón me estrecha
más fuerte y me dice:
«Hija mía, no he hecho
nada de mal y he hecho todo, oh, mi
delito es el amor, que
contiene todos los sacrificios, el amor de
costo inmensurable.
Estamos aún al principio; tú estate en mi
corazón, observa todo,
ámame, calla y aprende; haz que tu
sangre helada corra en
mis venas para dar alivio a mi sangre
que es toda llamas;
haz que tu temblor corra en mis miembros
a fin de que fundida
en Mí puedas afirmarte y calentarte para
sentir parte de mis
penas, y al mismo tiempo adquirir fuerza al
verme sufrir tanto;
esta será la más bella defensa que me
harás; sé fiel y
atenta».
Dulce amor mío, es tal
y tanto el estrépito de tus enemigos
que no me dejan dormir
más; los golpes se hacen más
violentos, oigo el
rumor de las cadenas con que te han atado
tan fuertemente, que
hacen salir sangre por las muñecas, con
la cual Tú marcas
aquellos caminos. Recuerda que mi sangre
124
está en la tuya, y
conforme Tú la derramas, la mía te la besa, la
adora y repara.
Tu sangre sea luz a
todos aquellos que de noche te ofenden
e imán para atraer a
todos los corazones en torno a Ti. Amor
mío y todo mío,
mientras te arrastran y el aire parece que
ensordece por los
gritos y silbidos, ya llegas ante Caifás, Tú te
muestras todo manso,
modesto, humilde, tu dulzura y
paciencia es tanta que
hace aterrorizar a los mismos
enemigos, y Caifás
todo furor, quisiera devorarte. ¡Ah, cómo se
distingue bien la
inocencia y el pecado!
Amor mío, Tú estás
ante Caifás como el más culpable, en
acto de ser condenado.
Caifás pregunta a los testigos cuáles
son tus delitos. ¡Ah,
hubiera hecho mejor preguntando cuál es
tu amor! Y quién te
acusa de una cosa y quién de otra,
diciendo disparates y
contradiciéndose entre ellos; y mientras
te acusan, los soldados
que están a tu lado te jalan de los
cabellos, descargan
sobre tu rostro santísimo horribles
bofetadas que resuenan
en toda la sala, te tuercen los labios,
te golpean, y Tú
callas, sufres, y si los miras, la luz de tus ojos
desciende en sus
corazones, y no pudiendo soportarla se
alejan de ti, pero
otros llegan para darte más tormentos.
Las negaciones de
Pedro
Pero entre tantas
acusaciones y ultrajes veo que pones
atentos tus oídos, tu
corazón late fuerte como si fuera a estallar
por el dolor. Dime, afligido
bien mío, ¿qué sucede ahora?
Porque veo que todo
eso que te están haciendo tus enemigos,
es tan grande tu amor
que con ansia lo esperas y lo ofreces
por nuestra salvación;
y tu corazón con toda calma repara las
calumnias, los odios,
los falsos testimonios, y el mal que se
hace a los inocentes
con premeditación, y reparas por aquellos
que te ofenden por
instigación de sus jefes, y por las ofensas
de los eclesiásticos;
y mientras unida contigo sigo tus mismas
reparaciones, siento
en Ti un cambio, un nuevo dolor no
sentido hasta ahora.
Dime, dime qué pasa. Hazme partícipe de
todo, oh Jesús.
«¡Ah! hija, ¿quieres
saberlo? Oigo la voz de Pedro que dice
no conocerme y ha
jurado, ha jurado en falso, y por tercera
vez, que no me conoce.
¡Ah! Pedro, ¿cómo? ¿No me conoces?
¿No recuerdas con
cuántos bienes te he colmado? ¡Oh, si los
demás me hacen morir
de penas, tú me haces morir de dolor!
¡Ah, cuánto mal has
hecho al seguirme desde lejos,
exponiéndote a la
ocasión!»
125
Negado bien mío, cómo
se conocen inmediatamente las
ofensas de tus más
amados. Oh Jesús, quiero hacer correr mi
latido en el tuyo para
endulzar el dolor atroz que sufres, y mi
latido en el tuyo te
jura fidelidad y amor y repito mil y mil veces
que te conozco; pero
tu corazón no se calma todavía y tratas
de mirar a Pedro. A
tus miradas amorosas, llenas de lágrimas
por su negación, Pedro
se enternece, llora y se retira de allí; y
Tú, habiéndolo puesto
a salvo te calmas y reparas las ofensas
de los Papas y de los
jefes de la Iglesia, y especialmente por
aquellos que se
exponen a las ocasiones. Pero tus enemigos
continúan acusándote,
y viendo Caifás que nada respondes a
sus acusaciones te
dice:
«Te conjuro por el
Dios vivo, dime, ¿eres Tú
verdaderamente el Hijo
de Dios?» (Mt 26, 63)
Y Tú amor mío,
teniendo siempre en tus labios palabras de
verdad, con una
actitud de majestad suprema y con voz sonora
y suave, tanto que
todos quedan asombrados, y los mismos
demonios se hunden en
el abismo, respondes:
«Tú lo dices Sí, ¡Yo
soy el verdadero Hijo de Dios, y un día
descenderé sobre las
nubes del cielo para juzgar a todas las
naciones!» (Mt 26, 64)
Ante tus palabras
creadoras todos hacen silencio, se sienten
estremecer y
espantados, pero Caifás después de pocos
instantes de espanto,
reaccionando y todo furibundo, más que
bestia feroz, dice a
todos:
«¿Qué necesidad
tenemos ya de testigos? ¡Ya ha dicho una
gran blasfemia! ¿Qué
más esperamos para condenarlo? ¡Ya es
reo de muerte!» (Mt
26, 65-66)
Y para dar más fuerza
a sus palabras se rasga las vestiduras
con tanta rabia y
furor, que todos, como si fuesen uno solo, se
lanzan contra Ti, bien
mío, y quién te da puñetazos en la
cabeza, quién te tira
por los cabellos, quién te da bofetadas,
quién te escupe en la
cara, quién te pisotea con los pies.
Son tales y tantos los
tormentos que te dan, que la tierra
tiembla y los Cielos
quedan sacudidos. Amor mío y vida mía,
conforme te
atormentan, mi pobre corazón queda lacerado por
el dolor. Ah,
permíteme que salga de tu dolorido corazón, y que
yo en tu lugar afronte
todos esos ultrajes. Ah, si me fuera
posible quisiera
arrebatarte de las manos de tus enemigos,
pero Tú no lo quieres,
porque lo exige la salvación de todos, y
yo me veo obligada a
resignarme.
Pero, dulce amor mío,
déjame que te limpie, que te arregle
los cabellos, que te
quite los salivazos, que te limpie y te seque
la sangre, para
encerrarme en tu corazón, porque veo que
126
Caifás, cansado,
quiere retirarse, entregándote en manos de
los soldados. Por eso
te bendigo, y Tú bendíceme, y dándonos
el beso del amor me
encierro en el horno de tu corazón divino
para conciliar el
sueño, poniendo mi boca sobre tu corazón, a
fin de que conforme
respire te bese, y según la diversidad de
tus latidos más o
menos sufrientes, pueda advertir si Tú sufres
o reposas. Y así,
protegiéndote con mis brazos para tenerte
defendido, te abrazo,
me estrecho fuerte a tu corazón y me
duermo.
+ + +
Reflexiones de la
Undécima Hora (3 AM)
10-7
Diciembre 22, 1910
Continuando mi
habitual estado, veía ante mi mente a varios
sacerdotes, y el
bendito Jesús decía:
“Para ser hábil en
obrar cosas grandes para Dios, es
necesario destruir la
estima propia, el respeto humano y la
propia naturaleza,
para revivir de la Vida Divina y preocuparse
sólo de la estima de
Nuestro Señor y de lo que corresponde al
honor y gloria suya;
es necesario triturar, pulverizar lo que
concierne a lo humano
para poder vivir de Dios; y he aquí que,
no ustedes, sino Dios
en ustedes hablará, obrará, y las almas y
las obras a ustedes
confiadas tendrán espléndidos efectos, y
tendrán los frutos
deseados por ustedes y por Mí, como la obra
de las reuniones de
los sacerdotes que te dije antes, y uno de
estos podría ser hábil
para promover y también efectuar esta
obra, pero un poco de
estima propia, de vano temor, de
respeto humano lo
vuelve inhábil, y la gracia cuando encuentra
al alma circundada por
estas bajezas, vuela y no se detiene y
el sacerdote queda
hombre y obra como hombre, y tiene en su
obrar los efectos que
puede tener un hombre, no ya los efectos
que puede tener un
sacerdote animado por el Espíritu de
Jesucristo”.
+ + +
10-15
Enero 28, 1911
…“Hija mía, la Iglesia
en estos tiempos está agonizante,
pero no morirá, más
bien resurgirá más bella.
Los sacerdotes buenos
luchan por llevar una vida más
desapegada, más
sacrificada, más pura; los malos sacerdotes
luchan por una vida
más interesada, más cómoda, más
127
sensual, toda terrena.
Yo hablo a los primeros, pero no a los
segundos, hablo a los
primeros, o sea a los pocos buenos,
aunque sea uno solo
por ciudad o país, a éstos hablo y mando,
ruego, suplico que
hagan estas casas de reunión, salvándome
a los sacerdotes que
vendrán a estos asilos, volviéndolos libres
del todo de cualquier
vínculo de familia, y por estos pocos
buenos se recuperará
mi Iglesia de su agonía, éstos son mi
apoyo, mis columnas,
la continuación de la vida de la Iglesia.
Yo no hablo a los
segundos, a todos aquellos que no quieren
desvincularse de los
vínculos de la familia, porque si hablo
ciertamente no soy
escuchado, es más, al sólo pensar en
romper cualquier
vínculo quedan indignados, ¡ah!
desgraciadamente están
habituados a beber la taza del interés
y otras más, que
mientras es dulzura a la carne, es veneno
para el alma, estos
tales terminarán por beber la cloaca del
mundo. Yo quiero
salvarlos a cualquier costo, pero no soy
escuchado, por eso
hablo, pero para ellos es como si no
hablase”.
+ + +
12-61
Septiembre 4, 1918
Encontrándome en mi
habitual estado, mi siempre amable
Jesús en cuanto ha
venido me ha dicho:
“Hija mía, las
criaturas quieren desafiar mi justicia, no
quieren rendirse y por
eso mi justicia hace su curso contra las
criaturas, y éstas de
todas las clases, no faltando ni siquiera
aquellos que se dicen
mis ministros, y tal vez éstos más que
los demás; que veneno
contienen, envenenan a quien se les
acerca, en lugar de
ponerme a Mí en las almas quieren
ponerse ellos, quieren
hacerse rodear, hacerse conocer, y Yo
quedo a un lado; su
contacto venenoso en lugar de hacer a las
almas recogidas, me
las distraen; en vez de hacerlas retiradas,
las hacen más
disipadas, más defectuosas, tanto, que se ven
almas que no tienen
contacto con ellos más buenas, más
recogidas, más
retiradas, así que no puedo fiarme de ninguno;
estoy obligado a
permitir que las gentes se alejen de las
iglesias, de los
sacramentos, a fin de que su contacto no me
las envenene más y las
vuelva más malas. Mi dolor es grande,
las heridas de mi
corazón son profundas, por eso ruega, y
unida con los pocos
buenos que hay, compadece mi acerbo
dolor”.
+ + +
128
12-97
Abril 7, 1919
Después me ha
transportado en medio de las criaturas, pero
¿quién puede decir
todo lo que hacían? Sólo digo que mi Jesús
con acento doloroso ha
agregado:
“Qué desorden en el
mundo, pero este desorden es culpa de
las cabezas, tanto
civiles como eclesiásticas; su vida
interesada y corrupta
no tiene fuerza para corregir a los
súbditos, por tanto,
han cerrado los ojos ante los males de los
miembros, porque hubieran
recriminado los males propios, y si
lo han hecho ha sido
todo en modo superficial, porque no
teniendo en ellos la
vida de aquel bien, ¿cómo podían
infundirla en los
demás? Y cuántas veces estas perversas
cabezas han antepuesto
los malos a los buenos, tanto que los
pocos buenos han
quedado turbados por este actuar de las
cabezas, por eso haré
castigar a las cabezas en modo
especial”.
Y yo: “Perdona a las
cabezas de la Iglesia, ya son pocos, si
Tú los golpeas
faltaran los regidores”.
Y Jesús: ¿No recuerdas
que con doce apóstoles fundé mi
Iglesia? Así, los
pocos que quedarán bastarán para reformar al
mundo. El enemigo está
ya a sus puertas, las revoluciones
están ya en acto, las
naciones nadarán en la sangre, las
cabezas serán
dispersadas; reza, reza y sufre, a fin de que el
enemigo no tenga la
libertad de convertir todo en ruinas”.
+ + +
129
DUODÉCIMA HORA
De las 4 a las 5 de la
mañana
Jesús en medio de los
soldados
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la
oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y
fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis
brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu
corazón empiezo:
Dulcísima vida mía,
Jesús, mientras estrechada a tu corazón
dormía, sentía muy a
menudo los pinchazos de las espinas que
herían a tu corazón
santísimo; y queriéndome despierta junto
contigo, para tener al
menos una que vea todas tus penas y te
compadezca, me
estrechas más fuerte a tu corazón, y yo,
sintiendo más a lo
vivo tus pinchazos, me despierto, pero, ¿qué
veo? ¿Qué siento?
Quisiera esconderte
dentro de mi corazón para ponerme yo
en lugar tuyo y
recibir sobre mí penas tan dolorosas, insultos y
humillaciones tan
increíbles, que sólo tu amor podría soportar
tantos ultrajes. Mi
pacientísimo Jesús, ¿qué cosa podías
esperar de gente tan
inhumana?
Ya veo que juegan
contigo, te cubren el rostro de densos
salivazos, la luz de
tus bellos ojos queda eclipsada por los
salivazos, y
derramando ríos de lágrimas por nuestra salvación
retiras esos salivazos
de tus ojos, y aquellos malvados, no
soportando su corazón
ver la luz de tus ojos, vuelven a
cubrirlos de nuevo con
salivazos, otros haciéndose más
atrevidos en el mal,
te abren tu dulcísima boca y te la llenan de
fétidos salivazos,
tanto que ellos sienten nausea, y como
algunos de esos
esputos caen, muestran en parte la majestad
de tu rostro, tu
sobrehumana dulzura.
Ellos se sienten
estremecer y se avergüenzan de ellos
mismos y para estar
más libres te vendan los ojos con un
vilísimo trapo, de
modo de poder desenfrenarse del todo sobre
tu adorable persona;
así que te golpean sin piedad, te
arrastran, te pisotean
bajo sus pies, repiten los puñetazos, las
bofetadas, sobre tu
rostro y sobre tu cabeza, rasguñándote y
jalándote los cabellos
y empujándote de un lado a otro.
Jesús, amor mío, mi
corazón no resiste verte en tantas
penas, Tú quieres que
ponga atención a todo, pero yo siento
que quisiera cubrirme
los ojos para no ver escenas tan
dolorosas que arrancan
de cada pecho los corazones, pero tu
amor me obliga a ver
lo que sucede contigo, y veo que no
130
abres la boca, que no
dices ni una palabra para defenderte,
estás en manos de esos
soldados como un harapo, y te
pueden hacer lo que
quieren; y viéndolos saltar sobre Ti temo
que mueras bajo sus
pies.
Mi bien y mi todo, es
tanto el dolor que siento por tus penas,
que quisiera gritar
tan fuere que me hiciera oír en el Cielo para
llamar al Padre, al
Espíritu Santo y a los ángeles todos, y aquí
en la tierra, de un
extremo a otro, llamar en primer lugar a la
dulce Mamá y a todas
las almas amantes, a fin de que
haciendo un cerco en
torno a Ti, impidamos el paso a estos
insolentes soldados
para que no te insulten y atormenten más,
y junto contigo
reparemos toda clase de pecados nocturnos,
especialmente aquellos
que cometen los sectarios sobre tu
sacramental persona en
las horas de la noche, y todas las
ofensas de aquellas
almas que no se mantienen fieles en la
noche de la prueba.
Pero veo, insultado
bien mío, que los soldados, cansados y
ebrios quieren
descansar, y mi pobre corazón oprimido y
lacerado por tus
tantas penas no quiere quedarse solo contigo,
siente la necesidad de
otra compañía, ah dulce Mamá mía, sé
Tú mi inseparable
compañía; me estrecho fuerte a tu mano
materna y te la beso y
Tú fortifícame con tu bendición, y
abrazándonos junto con
Jesús apoyemos nuestra cabeza
sobre su dolorido
corazón para consolarlo.
Oh Jesús, junto con la
Mamá te beso, bendícenos y junto
con Ella tomaremos el
sueño del amor en tu adorable corazón.
+ + +
Reflexiones de la
Duodécima Hora (4 AM)
4-59
Marzo 19, 1901
Esta mañana,
encontrándome toda oprimida y sufriente,
sobre todo por la
privación de mi dulce Jesús, después de
mucho esperar, en
cuanto lo he visto me ha dicho:
“Hija mía, el
verdadero modo de sufrir es no mirar de quién
vienen los
sufrimientos, ni qué cosa se sufre, sino al bien que
debe venir de los
sufrimientos; este fue mi modo de sufrir, no
miré ni a los
verdugos, ni al sufrir, sino al bien que quería hacer
por medio de mi
sufrir, aun a aquellos mismos que me daban el
sufrimiento, y mirando
el bien que debía producir a los hombres
desprecié todo lo
demás, y con intrepidez seguí el curso de mi
sufrir. Hija mía, este
es el modo más fácil y más provechoso
131
para sufrir no sólo
con paciencia, sino con ánimo invicto y
animoso”.
+ + +
12-75
Enero 2, 1919
Esta mañana mi siempre
amable Jesús se hacía ver bajo
una tempestad de
golpes, y con su dulce mirada me miraba
pidiéndome ayuda y
refugio. Yo me he arrojado hacia Él para
quitarlo de aquellos
golpes y encerrarlo en mi corazón, y Jesús
me ha dicho:
“Hija mía, mi
Humanidad bajo los golpes de los flagelos
callaba, y no sólo
callaba la boca, sino todo en Mí callaba:
Callaba la estima, la
gloria, la potencia, el honor; pero con
mudo lenguaje hablaban
elocuentemente mi paciencia, las
humillaciones, mis
llagas, mi sangre, el aniquilamiento casi
hasta el polvo de mi Ser;
y mi amor ardiente por la salud de las
almas ponía un eco a
todas mis penas.
He aquí hija mía el
verdadero retrato de las almas amantes,
todo debe callar en
ellas y en torno a ellas: Estima, gloria,
placeres, honores,
grandezas, voluntad, criaturas, y si las
hubiera, debe estar
como sorda y como si nada viera, en
cambio debe hacer
entrar en ella mi paciencia, mi gloria, mi
estima, mis penas, y
en todo lo que hace, piensa, ama, no será
otra cosa que amor, el
cual tendrá un solo eco con el mío y me
pedirá almas.
Mi amor por las almas
es grande, y como quiero que todos
se salven, por eso voy
en busca de almas que me amen y que
tomadas por las mismas
ansias de mi amor, sufran y me pidan
almas. Pero, ¡ay de
Mí, qué escaso es el número de los que
me escuchan!”
+ + +
132
133
DECIMOTERCERA HORA
De las 5 a las 6 de la
mañana
Jesús en prisión
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la
oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y
fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis
brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu
corazón empiezo:
Mi prisionero Jesús,
me he despertado y no te encuentro, el
corazón me late fuerte
y delira de amor, dime, ¿dónde estás?
Ángel mío, llévame a
la casa de Caifás. Pero busco, recorro,
vuelvo a buscar por
todas partes y no te encuentro.
Amor mío, pronto, con tus
manos mueve las cadenas que
tienen atado mi
corazón al tuyo, atráeme a Ti, para que atraída
por Ti pueda emprender
el vuelo para ir a arrojarme en tus
brazos. Ya amor mío,
herido por mi voz y queriendo mi
compañía, me atraes a
Ti y veo que te han puesto en prisión.
Mi corazón, mientras
exulta de alegría por encontrarte, lo
siento herido por el
dolor al ver el estado al que te han
reducido.
Te veo atado a una
columna, con las manos atrás, atados
los pies, tu santísimo
rostro golpeado, hinchado y
ensangrentado por las
brutales bofetadas recibidas, tus
santísimos ojos
lívidos, tu mirada cansada y triste por la vigilia,
tus cabellos todos en
desorden, tu santísima persona toda
golpeada, y por
añadidura no puedes valerte por Ti mismo para
ayudarte y limpiarte
porque estás atado.
Y yo, oh mi Jesús,
llorando, abrazándome a tus pies
exclamo: «¡Ay de mí,
cómo te han dejado, oh Jesús!» Y Jesús
mirándome, me
responde:
«Ven, oh hija mía, y
pon atención a todo lo que ves que
hago Yo para que lo
hagas tú junto conmigo, y así poder
continuar mi vida en
ti.»
Y veo con asombro que
en vez de ocuparte de tus penas,
con un amor
indescriptible piensas en glorificar al Padre para
darle satisfacción por
todo lo que nosotros estamos obligados a
hacer, y llamas a
todas las almas en torno a Ti para tomar
todos sus males sobre
de Ti y darles a ellas todos los bienes. Y
como estamos al
amanecer del día oigo tu voz dulcísima que
dice:
«Padre Santo, gracias
te doy por todo lo que he sufrido y por
lo que me queda por
sufrir; y así como esta aurora llama al día
134
y el día hace surgir
el sol, así la aurora de la gracia despunte
en todos los
corazones, y haciéndose día, Yo, Sol divino,
pueda surgir en todos
los corazones y reinar en todos. Mira, oh
Padre a estas almas,
Yo quiero responderte por todas, por sus
pensamientos,
palabras, obras, pasos, a costa de mi sangre y
de mi muerte».
Mi Jesús, amor sin
límites, me uno contigo; también yo te
agradezco por cuanto
me has hecho sufrir, por lo que me
quede por sufrir, y te
ruego hagas despuntar en todos los
corazones la aurora de
la gracia para que Tú, Sol divino,
puedas resurgir en
todos los corazones y reinar sobre todos.
Pero también veo, mi
dulce Jesús, que Tú reparas todas las
primicias de los
pensamientos, de los afectos y palabras que al
principio del día no
son ofrecidos a Ti para darte honor, y
llamas en Ti, como en
custodia, los pensamientos, los afectos y
palabras de las
criaturas para reparar y dar al Padre la gloria
que ellas le deben.
Mi Jesús, maestro
divino, ya que en esta prisión tenemos
una hora libre y
estando solos, quiero hacer no sólo lo que
haces Tú, sino
limpiarte, reordenarte los cabellos y fundirme en
todo Tú, por eso me
acerco a tu santísima cabeza y
reordenándote los
cabellos quiero repararte por tantas mentes
trastornadas y llenas
de tierra, que no tienen ni un pensamiento
para Ti; y fundiéndome
en tu mente quiero reunir en Ti todos
los pensamientos de
las criaturas y fundirlos en tus
pensamientos, para
encontrar suficientes reparaciones por
todos los malos
pensamientos, por tantas luces e inspiraciones
sofocadas. Quisiera
hacer de todos los pensamientos uno solo
con los tuyos para
darte verdadera reparación y perfecta gloria.
Mi afligido Jesús,
beso tus ojos tristes y cargados de
lágrimas, y que
teniendo las manos atadas a la columna no
puedes limpiártelos ni
quitarte los salivazos con que te han
ensuciado, y como la
posición en la que te han atado es
desgarradora, no
puedes cerrar tus ojos cansados para tomar
reposo.
Amor mío, cuanto deseo
hacer con mis brazos un lecho para
darte reposo; quiero
enjugarte los ojos y pedirte perdón y
repararte por cuantas
veces no hemos tenido la intención de
agradarte y de mirarte
para ver qué querías de nosotros, qué
cosa debíamos hacer y
adónde querías que fuésemos; quiero
fundir mis ojos y los
de todas las criaturas en los tuyos, para
poder reparar con tus
mismos ojos todo el mal que hemos
hecho con la vista.
135
Mi piadoso Jesús, beso
tus oídos cansados por los insultos
de toda la noche, y
mucho más por el eco que resuena en tus
oídos de todas las
ofensas de las criaturas; te pido perdón y
reparo por cuantas
veces Tú nos has llamado y hemos sido
sordos, hemos fingido
no escucharte, y Tú, cansado bien mío,
has repetido las
llamadas, pero en vano; quiero fundir mis
oídos y los de todas
las criaturas en los tuyos para darte una
continua y completa
reparación.
Enamorado Jesús, beso
tu rostro santísimo, todo lívido por
las bofetadas, te pido
perdón y reparo por cuantas veces Tú
nos has llamado a ser
víctimas de reparación, y nosotros
uniéndonos a tus
enemigos te hemos dado bofetadas y
salivazos. Mi Jesús,
quiero fundir mi rostro en el tuyo para
restituirte tu natural
belleza y darte entera reparación por todos
los desprecios que han
hecho a tu santísima Majestad.
Amargado bien mío,
beso tu dulcísima boca, dolorida por los
golpes y abrasada por
el amor, quiero fundir mi lengua y la de
todas las criaturas en
la tuya, para reparar con tu misma
lengua por todos los
pecados y las conversaciones malas que
se tienen; quiero mi
sediento Jesús unir todas las voces en una
sola con la tuya, para
hacer que cuando estén por ofenderte, tu
voz corriendo en la
voz de las criaturas sofoque las voces del
pecado y las cambie en
voces de alabanza y de amor.
Encadenado Jesús, beso
tu cuello oprimido por pesadas
cadenas y cuerdas, que
van desde el pecho hasta detrás de la
espalda y sujetándote
los brazos te tienen fuertemente atado a
la columna; ya tus
manos están hinchadas y amoratadas por la
estrechez de las
ataduras y de algunas partes brota sangre.
Ah, permíteme atado
Jesús, que te desate; y si amas ser
atado, te ato con las
cadenas del amor, que siendo dulces, en
vez de hacerte sufrir
te aliviarán, y mientras te desato, quiero
fundirme en tu cuello,
en tu pecho, en tus hombros, en tus
manos y en tus pies,
para poder reparar junto contigo todos los
apegos, y dar a todos
las cadenas de tu amor; para poder
reparar por todas las
frialdades y llenar todos los pechos de las
criaturas con tu
fuego, porque veo que es tanto lo que Tú
tienes que no puedes
contenerlo; para poder reparar por todos
los placeres ilícitos
y el amor a las comodidades y dar a todos
el espíritu de sacrificio
y el amor al sufrimiento.
Quiero fundirme en tus
manos para reparar por todas las
obras malas y por el
bien hecho malamente y con presunción,
y dar a todos el
perfume de tus obras. Y fundiéndome en tus
pies, encierro todos
los pasos de las criaturas para repararte y
dar tus pasos a todos
para hacerlos caminar santamente.
136
Y ahora dulce vida
mía, permíteme que fundiéndome en tu
corazón encierre todos
los afectos, latidos, deseos, para
repararlos junto
contigo y dar a todos tus afectos, latidos y
deseos, a fin de que
ninguno te ofenda más.
Pero oigo en mis oídos
el ruido de la llave, son tus enemigos
que vienen a llevarte.
¡Jesús, yo tiemblo, me siento helar la
sangre porque Tú
estarás de nuevo en manos de tus
enemigos! ¿Qué será de
Ti? Me parece oír también el ruido de
las llaves de los
tabernáculos, cuántas manos profanadoras
vienen a abrirlos y
tal vez para hacerte descender en
corazones sacrílegos.
En cuántas manos indignas eres
obligado a
encontrarte.
Mi prisionero Jesús,
quiero encontrarme en todas tus
prisiones de amor para
ser espectadora cuando tus ministros te
saquen y hacerte
compañía y repararte por las ofensas que
puedas recibir. Pero
veo que tus enemigos están cerca y Tú
saludas al sol
naciente en el último de tus días, y ellos
desatándote y viéndote
todo majestad y que los miras con
tanto amor, en pago
descargan sobre tu rostro bofetadas tan
fuertes que lo hacen
enrojecer con tu preciosísima sangre.
Amor mío, antes de que
salgas de la prisión, en mi dolor te
ruego que me bendigas,
para recibir fuerza para seguirte en el
resto de tu Pasión.
+ + +
Reflexiones de la
Decimotercera Hora (5 AM)
12-71
Diciembre 4, 1918
Esta noche la he
pasado junto con Jesús en la prisión, lo
compadecía, me
estrechaba a sus rodillas para sostenerlo, y
Jesús me ha dicho:
“Hija mía, en mi
Pasión quise sufrir también la prisión para
liberar a la criatura
de la prisión de la culpa. ¡Oh! qué prisión
horrenda es para el
hombre el pecado, sus pasiones lo
encadenan como vil
esclavo, y mi prisión y mis cadenas lo
liberaban y lo
desataban. Para las almas amantes mi prisión
les formaba la prisión
de amor, donde están al seguro y
defendidas de todos y
de todo, y las escogía para tenerlas
como prisiones y
tabernáculos vivientes, que me debían
calentar de las
frialdades de los tabernáculos de piedra, y
mucho más de las
frialdades de las criaturas, que
aprisionándome en
ellas me hacen morir de frío y de hambre;
137
he aquí por qué muchas
veces dejo las prisiones de los
tabernáculos y vengo a
tu corazón, para calentarme del frío,
para restablecerme con
tu amor, y cuando te veo ir en busca
de Mí a los
tabernáculos de las iglesias, Yo te digo: ¿No eres
tú mi verdadera
prisión de amor para Mí? Búscame en tu
corazón y ámame”.
+ + +
13-29
Octubre 29, 1921
Esta noche la he
pasado en vigilia, y mi mente
frecuentemente volaba
a mi Jesús atado en la prisión, quería
abrazarme a aquellas
rodillas que temblaban por la cruel y
dolorosa posición en
la que los enemigos lo habían atado,
quería limpiarlo de
aquellos salivazos con los que lo habían
ensuciado. Pero
mientras esto pensaba, mi Jesús, mi vida, se
ha dejado ver como
entre densas tinieblas, en las cuales
apenas se descubría su
adorable persona, y sollozando me ha
dicho:
“Hija, los enemigos me
dejaron solo en la prisión, atado
horriblemente y en la
oscuridad, así que en torno a Mí todo era
densas tinieblas;
¡oh!, cómo me afligía esta oscuridad, tenía las
vestiduras bañadas por
las sucias aguas del torrente cedrón,
sentía la peste de la
prisión y de los salivazos con los que
estaba cubierto, tenía
los cabellos en desorden, sin una mano
piadosa que me los
quitara de los ojos y de la boca, las manos
atadas por las
cadenas, y la oscuridad no me permitía ver mi
estado, ay de Mí,
demasiado doloroso y humillante. ¡Oh,
cuántas cosas decía
este mi estado tan doloroso en esta
prisión!
En la prisión estuve
tres horas, con esto quise rehabilitar las
tres edades del mundo:
La de la ley natural, la de la ley escrita,
y la de la ley de la
gracia; quería liberarlos a todos,
reuniéndolos a todos
juntos y darles la libertad de hijos míos.
Con estar tres horas
quise también rehabilitar las tres edades
del hombre: La niñez,
la juventud y la vejez, quise rehabilitarlo
cuando peca por
pasión, por voluntad y por obstinación. ¡Oh!
cómo la oscuridad que
veía en torno a Mí me hacía sentir las
densas tinieblas que
produce la culpa en el hombre, ¡oh! cómo
lo lloraba y le decía:
“Oh hombre, son tus culpas las que me
han arrojado en estas
densas tinieblas, las cuales sufro para
darte la luz, son tus
infamias quienes así me han ensuciado, a
las cuales la
oscuridad no me permite ni siquiera ver; mírame,
138
soy la imagen de tus
culpas, si quieres conocerlas míralas en
Mí”.
También debes saber
que en la última hora que estuve en la
prisión despuntó el
alba, y por las fisuras entró algún
resplandor de luz,
¡oh! cómo respiró mi corazón al poderme
ver, mi estado tan
doloroso, pero esto significaba cuando el
hombre cansado de la
noche de la culpa, la gracia como alba
se pone en torno a él,
mandándole resplandores de luz para
llamarlo, por eso mi
corazón dio un suspiro de alivio, y en esta
alba te vi a ti, mi
amada prisionera, a quien mi amor debía atar
en este estado, y que
no me habrías dejado solo en la
oscuridad de la
prisión, sino que esperando el alba a mis pies,
y siguiendo mis
suspiros, habrías llorado Conmigo la noche del
hombre; esto me alivió
y ofrecí mi prisión para darte la gracia
de seguirme.
Pero otro significado
contenía esta prisión y esta oscuridad,
y era mi larga
permanencia en la prisión en los tabernáculos, la
soledad en la cual soy
dejado, en la que muchas veces no
tengo a quién decir
una palabra o darle una mirada de amor;
otras veces siento en
la santa hostia la impresión de los toques
indignos, la peste de
manos purulentas y enfangadas, y no hay
quien me toque con
manos puras y me perfume con su amor, y
cuántas veces la
ingratitud humana me deja en la oscuridad,
sin la mísera luz de
una lamparita, así que mi prisión continúa y
continuará. Y como
ambos somos prisioneros, tú prisionera en
tu lecho sólo por amor
a Mí, y Yo prisionero por ti, atemos, con
las cadenas que me
tienen atado, a todas las criaturas con mi
amor, así nos haremos
compañía recíprocamente y me
ayudarás a extender
las cadenas para atar todos los corazones
a mi amor”.
Después estaba
pensando para mí: “Qué pocas cosas se
saben de Jesús,
mientras que ha hecho tanto, ¿por qué han
hablado tan poco de
todo lo que mi Jesús hizo y sufrió? Y
regresando de nuevo ha
agregado:
“Hija mía, todos son
avaros Conmigo, aun los buenos,
cuánta avaricia tienen
Conmigo, cuántas restricciones, cuántas
cosas no manifiestan
de lo que les digo y comprenden de Mí, y
tú, ¿cuántas veces no
eres avara Conmigo? Cuantas veces no
escribes lo que te
digo o no lo manifiestas, es un acto de
avaricia que haces
Conmigo, porque cada conocimiento de
más que se tiene de
Mí, es una gloria y un amor de más que
recibo de las
criaturas. Por tanto, sé atenta, y sé más liberal
Conmigo, y Yo seré más
liberal contigo”.
139
20-32
Diciembre 3, 1926
Después de esto estaba
siguiendo a mi apasionado Jesús
en su dolorosa
prisión, que estando atado a una columna, por
el modo tan bárbaro
como lo habían atado no podía estar
firme, apoyado en la
columna, sino que estaba suspendido,
con las piernas
dobladas atadas a ella y por tanto se
tambaleaba ahora a la
derecha, ahora a la izquierda. Y yo
abrazándome a sus
rodillas para hacerlo estar firme y
reordenándole los
cabellos todos revueltos que le cubrían
hasta su rostro
adorable, no faltándole ni siquiera los salivazos
que tanto lo habían
ensuciado. ¡Oh! cómo habría querido
desatarlo para
liberarlo de aquella posición tan dolorosa y
humillante. Y mi
prisionero Jesús todo afligido me ha dicho:
“Hija mía, ¿sabes por
qué permití ser puesto en la prisión en
el curso de mi Pasión?
Para liberar al hombre de la prisión de
la voluntad humana.
Mira cómo es horrenda mi prisión, era un
pequeño lugar que
servía para encerrar las inmundicias y
excrementos de las
criaturas, así que la peste era intolerable,
la oscuridad era
densa, no me dejaron ni siquiera una pequeña
lamparita, mi posición
era desgarradora, ensuciado de
salivazos, con los
cabellos revueltos, adolorido en todos los
miembros, atado, ni
siquiera derecho sino encorvado, no me
podía ayudar en ningún
modo, ni siquiera quitarme los cabellos
de los ojos que me
molestaban.
Esta mi prisión es la
verdadera similitud de la prisión que
forma la voluntad
humana de las criaturas, la peste que exhala
es horrible, la
oscuridad es densa, muchas veces no les queda
ni siquiera la pequeña
lamparita de la razón, están siempre
inquietas, trastornadas,
ensuciadas por pasiones viles. ¡Oh!
cómo hay que llorar
sobre esta prisión de la voluntad humana,
cómo sentí a lo vivo
en esta prisión el mal que había hecho a
las criaturas; fue
tanto mi dolor que derramé amargas lágrimas
y pedí a mi Celestial
Padre que liberase a las criaturas de esta
prisión tan
ignominiosa y dolorosa. También tú pide junto
Conmigo que las
criaturas se liberen de su voluntad”.
+ + +
20-41
Diciembre 25, 1926
Después de esto estaba
pensando cómo era infeliz aquella
gruta donde el niñito
Jesús había nacido, cómo estaba
140
expuesta a todos los
vientos, al frío, de hacer temblar por el
frío, en vez de
hombres había bestias que le hacían compañía.
Por eso pensaba cuál
podría ser más infeliz y dolorosa, la
prisión de la noche de
su Pasión o la gruta de Belén. Y mi
dulce niño ha
agregado:
“Hija mía, no se puede
comparar la infelicidad de la prisión
de mi Pasión con la
gruta de Belén. En la gruta tenía a mi
Mamá junto, en alma y
cuerpo estaba junto Conmigo, por lo
tanto, tenía todas las
alegrías de mi amada Mamá y Ella tenía
todas las alegrías de
Mí, Hijo suyo, que formaban nuestro
Paraíso. Las alegrías
de Madre con poseer al Hijo son
grandes, las alegrías
de poseer una Madre son más grandes
aún; Yo encontraba
todo en Ella y Ella encontraba todo en Mí;
además estaba mi amado
padre San José que me hacía de
padre, y Yo sentía
todas las alegrías que él sentía por causa
mía. En cambio en mi
Pasión fueron interrumpidas todas
nuestras alegrías,
porque debíamos dar lugar al dolor, y
sentíamos entre Madre
e Hijo el gran dolor de la cercana
separación, al menos
sensible, que debía suceder con mi
muerte. En la gruta
las bestias me reconocieron y honrándome
buscaban calentarme
con su aliento, en la prisión ni siquiera
los hombres me
reconocieron y para insultarme me cubrieron
de salivazos y de oprobios,
por eso no hay comparación entre
la una y la otra”.
+ + +
141
DECIMOCUARTA HORA
De las 6 a las 7 de la
mañana
Jesús de nuevo ante
Caifás y después es llevado a Pilatos
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la oración,
y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y
fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis
brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu
corazón empiezo:
Dolorido Jesús mío, ya
estás fuera de la prisión, estás tan
agotado que vacilas a
cada paso. Quiero ponerme a tu lado
para sostenerte cuando
vea que estás a punto de caer. Pero
veo que los soldados
te presentan ante Caifás, y Tú, oh mi
Jesús, como sol
apareces en medio de ellos, y si bien
desfigurado, envías
luz por todas partes.
Veo que Caifás se
regocija de gusto al verte tan malamente
reducido, y a los
reflejos de tu luz se ciega más, y en su furor te
pregunta de nuevo:
«¿Así que Tú realmente
eres el verdadero Hijo de Dios?»
(Mt 26, 63)
Y Tú amor mío, con una
majestad suprema y con una gracia
en tu decir, con tu
acostumbrado acento dulce y conmovedor
que rapta los
corazones respondes:
«Sí, Yo soy el
verdadero Hijo de Dios». (Mt 26. 64)
Y ellos, si bien
sienten toda la fuerza de tu palabra,
sofocando todo, sin
querer saber más, con voz unánime gritan:
«¡Es reo de muerte, es
reo de muerte!» (Mt 26, 66)
Y Caifás confirma la
sentencia de muerte y te envía a
Pilatos. Y Tú,
condenado Jesús mío, aceptas esta sentencia
con tanto amor y
resignación que casi la arrebatas del inicuo
pontífice, y reparas
todos los pecados hechos deliberadamente
y con toda malicia, y
por aquellos que en vez de afligirse por el
mal, se alegran y
exultan por el mismo pecado, y esto los lleva
a la ceguera y a
sofocar cualquier luz y gracia en ellos.
Vida mía, tus
reparaciones y oraciones hacen eco en mi
corazón y reparo y
suplico junto contigo. Dulce amor mío, veo
que los soldados,
habiendo perdido la poca estima que les
quedaba de Ti, al
verte sentenciado a muerte te toman y
agregan cuerdas y
cadenas, te atan tan fuerte que casi quitan
el movimiento a tu
divina Persona, y empujándote y
arrastrándote te sacan
del palacio de Caifás. Turbas del pueblo
te esperan, pero
ninguno para defenderte, y Tú, mi Sol divino,
142
sales en medio de
ellos queriendo envolverlos a todos con tu
luz.
Y conforme das los
primeros pasos, queriendo encerrar en
los tuyos todos los
pasos de las criaturas, ruegas y reparas por
aquellos que dan sus
primeros pasos y obran con fines malos:
quién para vengarse,
quién para matar, quién para traicionar,
quién para robar, y
tantas otras cosas. Oh, cómo todas estas
culpas te hieren el
corazón, y para impedir tanto mal, ruegas,
reparas y te ofreces
todo Tú mismo.
Pero mientras te sigo,
veo que Tú, mi sol Jesús, al momento
de salir del palacio
de Caifás te encuentras con la bella María,
nuestra dulce Mamá;
vuestras miradas se encuentran, se
hieren, y si bien
quedáis aliviados al veros, también se agregan
nuevos dolores: Tú, al
ver a la bella Mamá traspasada, pálida
y enlutada; y a la
amada Mamá al verte a Ti, sol divino,
eclipsado por tantos
oprobios, lloroso y envuelto en un manto
de sangre.
Pero no podéis
disfrutar mucho el intercambio de miradas, y
con el dolor de no
poder deciros ni siquiera una palabra,
vuestros corazones se
dicen todo, y fundidos el uno en el otro
cesan de mirarse
porque los soldados te empujan, y así,
pisoteado y arrastrado
llegas a Pilatos. Mi Jesús, me uno a la
traspasada Mamá en
seguirte, para fundirme junto con Ella en
Ti; y dándome una
mirada de amor, bendíceme.
+ + +
Reflexiones de la
Decimocuarta Hora (6 AM)
13-19
Septiembre 21, 1921
Después he regresado
en mí misma, y era la hora cuando mi
amado Jesús salía de
la prisión y era llevado de nuevo ante
Caifás, yo he tratado
de acompañarlo en este misterio, y Jesús
me ha dicho:
“Hija mía, cuando fui
presentado ante Caifás era pleno día, y
era tanto el amor que
Yo tenía hacia las criaturas, que salía en
este último día ante
el pontífice todo deformado, llagado, para
recibir la condena de
muerte; pero cuantas penas debía
costarme esta condena,
y Yo estas penas las convertía en días
eternos, con los
cuales circundaba a cada una de las criaturas,
a fin de que
alejándole las tinieblas, cada una encontrara la luz
necesaria para
salvarse y ponía a su disposición mi condena
de muerte para que
encontraran en ella su vida. Así que cada
143
pena y cada bien que
Yo hacía, era un día de más que daba a
la criatura; y no sólo
Yo, sino también el bien que hacen las
criaturas es siempre
día que forman, así como el mal es noche.
Sucede como cuando una
persona tiene una luz y se
encuentran cerca de
ella diez, veinte personas, a pesar de que
la luz no es de todas,
sino de una sola, las otras gozan de la
luz, pueden trabajar,
leer, y mientras ellas se aprovechan de la
luz, no hacen ningún
daño a la persona que la posee. Así
sucede con el bien
obrar, no sólo es día para ella, sino que
puede hacer el día a
quién sabe cuántas otras; el bien es
siempre comunicativo y
mi amor no sólo me incitaba a Mí, sino
que daba la gracia a
las criaturas que me aman de formar
tantos días en
provecho de sus hermanos, por cuantas obras
buenas van haciendo”.
+ + +
144
145
DECIMOQUINTA HORA
De las 7 a las 8 de la
mañana
Jesús ante Pilatos.
Pilatos lo envía a Herodes
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la
oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y
fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis
brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu
corazón empiezo:
Atado bien mío, tus
enemigos unidos a los sacerdotes te
presentan ante
Pilatos, y ellos fingiendo santidad y
escrupulosidad,
debiendo festejar la Pascua se quedan fuera
en el atrio, y Tú, mi
amor, viendo el fondo de su malicia reparas
las hipocresías del cuerpo
religioso.
También yo reparo
junto contigo, pero mientras Tú te ocupas
del bien de ellos,
ellos en cambio comienzan a acusarte ante
Pilatos, vomitando
todo el veneno que tienen contra Ti, pero
Pilatos mostrándose
insatisfecho de las acusaciones que te
hacen, para poderte
condenar con motivo te llama aparte y a
solas te examina y te
pregunta:
«¿Eres Tú el rey de
los judíos?» (Jn 18, 33)
Y Tú mi Jesús,
verdadero rey mío respondes:
«Mi reino no es de
este mundo; de lo contrario millares de
legiones de ángeles me
defenderían».
Y Pilatos conmovido
por la suavidad y dignidad de tu
palabra, sorprendido
te dice:
«¿Cómo, Tú eres rey?»
(Jn 18, 37)
Y Tú:
«Es como tú lo dices,
Yo lo soy, y he venido al mundo para
dar testimonio de la
Verdad». (Jn 18, 37)
Y Pilatos sin querer
saber más y convencido de tu inocencia,
sale a la terraza y
dice:
«Yo no encuentro culpa
alguna en este hombre». (Jn 18, 38)
Los judíos enfurecidos
te acusan de tantas otras cosas, y Tú
callas y no te
defiendes, y reparas las debilidades de los jueces
cuando se encuentran
de frente a los poderosos y sus
injusticias, y ruegas
por los inocentes oprimidos y
abandonados. Entonces
Pilatos al ver el furor de tus enemigos
y para desentenderse
te envía a Herodes.
146
Jesús ante Herodes
Mi Rey divino, quiero
repetir tus oraciones y reparaciones y
acompañarte hasta
Herodes. Veo que tus enemigos,
enfurecidos, quisieran
devorarte y te conducen entre insultos,
burlas y befas, y así
te hacen llegar ante Herodes, el cual en
actitud soberbia te
hace muchas preguntas, y Tú no respondes,
no lo miras, y Herodes
irritado porque no se ve satisfecho en
su curiosidad y
sintiéndose humillado por tu prolongado
silencio, dice a todos
que Tú eres un loco y sin juicio, y como a
tal ordena que seas
tratado, y para mofarse de Ti hace que
seas vestido con una
vestidura blanca y te entrega en las
manos de los soldados
para que te hagan lo peor que puedan.
Inocente Jesús,
ninguno encuentra culpa en Ti, sólo los
judíos, porque su
fingida religiosidad no merece que
resplandezca en sus
mentes la luz de la verdad. Mi Jesús,
sabiduría infinita,
cuánto te cuesta el haber sido declarado loco.
Los soldados abusando
de Ti te arrojan por tierra, te pisotean,
te cubren de
salivazos, te escarnecen, te golpean con palos, y
son tantos los golpes
que te sientes morir. Son tales y tantas
las penas, los
oprobios, las humillaciones que te hacen, que los
ángeles lloran y se
cubren el rostro con sus alas para no
verlas.
También yo, mi loquito
Jesús, quiero llamarte loco, pero loco
de amor, y es tanta tu
locura de amor que en vez de ofenderte,
Tú ruegas y reparas
por las ambiciones de los reyes que
ambicionan reinos para
ruina de los pueblos, por las
destrucciones que
provocan, por tanta sangre que hacen
derramar por sus
caprichos, por todos los pecados de
curiosidad y por las
culpas cometidas en las cortes y en las
milicias.
Mi Jesús, cómo es
tierno el verte en medio de tantos ultrajes
orando y reparando,
tus palabras repercuten en mi corazón y
sigo lo que haces Tú.
Y ahora deja que me ponga a tu lado y
tome parte en tus
penas y te consuele con mi amor, y
alejándote a los
enemigos, te tomo entre mis brazos para darte
fuerzas y besarte la
frente.
Dulce amor mío, veo
que no te dan reposo y que Herodes te
envía nuevamente a
Pilatos. Si doloroso ha sido el venir, más
trágico será el
regreso, porque veo que los judíos están más
enfurecidos que antes
y están resueltos a hacerte morir a
cualquier precio. Por
eso antes que salgas del palacio de
Herodes quiero
besarte, para testimoniarte mi amor en medio
147
de tantas penas, y Tú
fortifícame con tu beso y con tu
bendición, y te sigo
ante Pilatos.
+ + +
Reflexiones de la
Decimoquinta Hora (7 AM)
13-18
Septiembre 16, 1921
Estaba haciendo la
hora de la Pasión cuando mi dulce Jesús
se encontraba en el
palacio de Herodes vestido de loco,
recibiendo burlas, y
mi siempre amable Jesús, haciéndose ver
me ha dicho:
“Hija mía, no
solamente en aquel momento fui vestido de
loco, escarnecido y
recibí burlas, sino que las criaturas
continúan dándome
estas penas, más bien estoy bajo
continuas burlas y por
toda clase de personas. Si una persona
se confiesa y no
mantiene sus propósitos de no ofenderme, es
una burla que me hace;
si un sacerdote confiesa, predica,
administra
Sacramentos, y su vida no corresponde a las
palabras que dice y a
la dignidad de los Sacramentos que
administra, tantas
burlas me hace por cuantas palabras dice,
por cuantos
Sacramentos administra; y mientras Yo en los
Sacramentos les doy la
vida nueva, ellos me dan escarnios,
burlas, y al
profanarlos me preparan la vestidura para vestirme
de loco; si los
superiores ordenan a sus inferiores sacrificios,
oración, virtud,
desinterés, y ellos llevan una vida cómoda,
viciosa, interesada,
son tantas burlas que me hacen; si las
cabezas civiles y
eclesiásticas quieren la observancia de las
leyes, y ellos son los
primeros transgresores, son burlas que
me hacen. ¡Oh, cuántas
burlas me hacen! Son tantas que
estoy cansado de
ellas, especialmente cuando bajo apariencia
de bien ponen el
veneno del mal, ¡oh! cómo hacen de Mí un
juego, como si Yo
fuera su juguete y su pasatiempo, pero mi
justicia tarde o
temprano se burlará de ellos castigándolos
severamente. Tú reza y
repárame estas burlas que tanto me
duelen, y que son la
causa por la que no puedo hacer conocer
quién soy Yo”.
Después, habiendo
venido nuevamente, y como yo estaba
fundiéndome toda en el
Divino Querer, me ha dicho:
“Hija queridísima de
mi Querer, Yo estoy esperando con
ansia tus fusiones en
mi Voluntad; tú debes saber que
conforme Yo pensaba en
mi Voluntad, así iba modelando tus
148
pensamientos en Ella,
preparándoles su lugar; al obrar,
modelaba tus obras en
mi Querer, y así de todo lo demás.
Ahora, lo que Yo hacía
no lo hacía para Mí, porque no tenía
necesidad, sino para
ti, y por eso te espero en mi Voluntad
para que vengas a
tomar los lugares que te preparó mi
Humanidad, y sobre las
obras que preparé ven a hacer las
tuyas, y entonces por
ello estaré contento y recibiré completa
gloria cuando te vea
hacer lo que Yo hice”.
+ + +
13-35
Noviembre 22, 1921
Dicho esto ha
desaparecido. Después ha regresado y ha
agregado:
“Hija mía, la pena que
más me traspasó en mi Pasión fue el
fingimiento de los
fariseos, fingían justicia y eran los más
injustos; fingían
santidad, legalidad, orden, y eran los más
perversos, fuera de
toda regla y en pleno desorden, y mientras
fingían honrar a Dios,
se honraban a sí mismos, su propio
interés, su propia
conveniencia, por eso la luz no podía entrar
en ellos, porque sus
modos fingidos les cerraban las puertas, y
el fingimiento era la
llave que a doble giro de cerradura,
cerrándola a muerte,
obstinadamente impedía aun cualquier
resplandor de luz,
tanto que Pilatos, idólatra, encontró más luz
que los mismos
fariseos, porque todo lo que él hizo y dijo no
partía del
fingimiento, sino a lo más del temor, y Yo me siento
más atraído hacia el
pecador más perverso, no fingido, que
hacia aquellos que son
más buenos, pero fingidos. ¡Oh!, cómo
me da repugnancia
quien aparentemente hace el bien, finge
ser bueno, reza, pero
por dentro anida el mal, el propio interés,
y mientras los labios
rezan su corazón está lejano de Mí, y en
el mismo acto de hacer
el bien piensa cómo satisfacer sus
pasiones brutales.
Además, el hombre fingido en el bien que
aparentemente hace y
dice, no es capaz de dar luz a los
demás, habiéndole cerrado
las puertas a la luz, así que obran
como demonios
encarnados, que muchas veces bajo aspecto
de bien atraen al
hombre, y éstos viendo el bien se dejan
atraer, pero cuando
van en lo mejor del camino los precipitan
en las culpas más
graves. ¡Oh! cómo son más seguras las
tentaciones bajo
aspecto de culpa, que aquellas bajo aspecto
de bien, así es más
seguro tratar con personas perversas, que
con personas buenas
pero fingidas, ¿cuánto veneno no
esconden, cuantas
almas no envenenan? Si no fuera por los
149
fingimientos y todos
se hicieran conocer por lo que son, se
quitarían las raíces
del mal de la faz de la tierra, y todos
quedarían
desengañados”.
+ + +
14-32
Junio 1, 1922
Encontrándome en mi
habitual estado, estaba siguiendo las
horas de la Pasión de
mi dulce Jesús, especialmente cuando
fue presentado a
Pilatos, el cual le preguntó cuál era su reino, y
mi siempre amable
Jesús me ha dicho:
“Hija mía, fue la
primera vez en mi Vida terrena que tuve que
tratar con un
gobernante gentil, el cuál me preguntó cuál era mi
reino, y Yo le
respondí que mi reino no es de este mundo, que
si de este mundo
fuera, millones de legiones de ángeles me
defenderían. Con esto
abría a los gentiles mi reino y les
comunicaba mi
celestial doctrina, tanto que Pilatos me
preguntó: ‘¿Cómo, Tú
eres rey?’ Y Yo inmediatamente le
respondí: ‘Rey soy Yo,
y he venido al mundo a enseñar la
verdad.’ Con esto Yo
quería abrirme camino en su mente para
hacerme conocer, y él,
sintiéndose como golpeado me
preguntó: ‘¿Qué cosa
es la verdad?’ Pero no esperó mi
respuesta, no tuve el
bien de hacerme comprender, le habría
dicho: ‘La verdad soy
Yo, todo en Mí es verdad; verdad es mi
paciencia en medio de
tantos insultos; verdad es mi mirada
dulce entre tantas
burlas, calumnias, desprecios; verdad son
mis modos afables,
atrayentes, en medio de tantos enemigos,
que mientras ellos me
odian Yo los amo, y mientras quieren
darme la muerte Yo
quiero abrazarlos y darles la vida; verdad
son mis palabras
dignas y llenas de sabiduría celestial; todo en
Mí es verdad”. La
verdad es más que sol majestuoso, que por
cuanto se quiera
pisotear, surge más bello, más luminoso y
hace avergonzar a los
mismos enemigos, haciéndolos caer por
tierra, a sus pies.
Pilatos me preguntó
con ánimo sincero, y Yo le respondí
inmediatamente, en
cambio Herodes me preguntó con maldad
y por curiosidad, y Yo
no le respondí, así que a quien quiere
saber las cosas santas
con sinceridad, Yo me revelo más allá
de lo que se quiere;
en cambio, a quien quiere saberlas con
maldad y para
curiosear, Yo me le escondo, y mientras éstos
quieren hacer burla de
Mí, Yo los confundo y me burlo de ellos.
Pero como mi persona
llevaba consigo la verdad, también ante
Herodes hizo su
oficio, mi silencio ante sus tempestuosas
150
preguntas, mi mirada
modesta, el aspecto todo lleno de
dulzura, de dignidad,
de nobleza de mi misma persona, eran
todas verdades, y
verdades operantes”.
+ + +
14-76
Noviembre 24, 1922
Estaba pensando en mi
dulce Jesús cuando fue presentado
a Herodes, y decía
entre mí: “Cómo es posible que Jesús, tan
bueno, no se haya
dignado decirle una palabra, ni dirigirle una
mirada. ¿Quién sabe y
a lo mejor aquel pérfido corazón, ante la
potencia de la mirada
de Jesús se hubiera convertido?” Y
Jesús haciéndose ver
me ha dicho:
“Hija mía, era tanta
su perversidad e indisposición de ánimo,
que no mereció que lo
mirara y le dijera una palabra, y si lo
hubiera hecho él se
habría hecho más culpable, porque cada
palabra mía o mirada
son vínculos de más que se forman entre
Yo y la criatura. Cada
palabra es una unión mayor, un mayor
estrechamiento; y en
cuanto el alma se siente mirada, la gracia
comienza su trabajo.
Si la mirada o la palabra ha sido dulce,
benigna, el alma dice:
‘Cómo era bella, penetrante, suave,
melodiosa, ¿cómo no
amarlo?’ O bien si ha sido una mirada o
palabra majestuosa,
fulgurante de luz, dice: ‘Qué majestad,
qué grandeza, qué luz
tan penetrante, cómo me siento
pequeña, cómo soy
miserable, cuántas tinieblas en mí ante esa
luz tan fulgurante’.
Si te quisiera decir la potencia, la gracia, el
bien que lleva mi
palabra o mirada, cuántos libros te haría
escribir”.
+ + +
15-34
Julio 5, 1923
Estaba acompañando a
mi penante Jesús en las horas de su
amarguísima Pasión,
especialmente cuando fue presentado y
acusado por los judíos
ante Pilatos, y Pilatos, no contento con
las simples
acusaciones que le hacían, volvía a los
interrogatorios para
encontrar, o causa suficiente para
condenarlo o para
liberarlo. Y Jesús, hablándome en mi interior
me ha dicho:
"Hija mía, todo
en mi Vida es misterio profundo y
enseñanzas sublimes,
en las cuales el hombre debe mirarse
como en un espejo para
imitarme. Tú debes saber que era
tanta la soberbia de
los judíos, especialmente por la fingida
151
santidad que
profesaban, por la que eran tenidos por hombres
rectos y concienzudos,
que creían que sólo con presentarme
ellos y decir que me
habían encontrado culpable y reo de
muerte, Pilatos debía
creerles y sin interrogarlos debía
condenarme, mucho más
porque estaban tratando con un juez
gentil que no tenía ni
conocimiento de Dios ni conciencia. Pero
Dios dispuso
diversamente para confundirlos y para enseñar a
los superiores que por
mucho que parezcan buenas y santas
las personas que
acusan a un pobre reo, no les crean
fácilmente, sino que
las interroguen cuidadosamente para ver
si están en la verdad,
o bien, ver si bajo aquel vestido de
bondad hay algunos
celos, rencores, o es para obtener de los
superiores, haciéndose
camino en sus corazones, algún puesto
o dignidad que
ambicionan. El escrutinio hace conocer a las
personas, las confunde
y se muestra que no se tiene confianza
en ellas, y al no
verse apreciadas se quitan el pensamiento de
ambicionar puestos o
de acusar a otros. Cuánto mal hacen
aquellos superiores
cuando a ojos cerrados, fiándose de una
fingida bondad, no de
una virtud probada, los ponen en un
puesto, o dan oídos a
quien acusa a otro de alguna falta.
Cuánto no quedaron
humillados los judíos al no ser creídos
fácilmente por Pilatos
y al sufrir tantos interrogatorios, y si
cedió en condenarme no
fue porque les creyera, sino forzado y
para no perder su
puesto; esto los confundió, de modo que
quedó como marca sobre
su frente una extrema confusión y
una humillación
profunda, mucho más que descubrían más
rectitud y más
conciencia en un juez gentil que en ellos. Cuán
necesario y justo es
el escrutinio, arroja luz, produce calma en
los verdaderos buenos
y confusión en los malos. Y cuando
queriendo examinarme
Pilatos me preguntó: ‘¿Tú eres rey? Y
¿dónde está tu reino?’
Yo quise dar otra sublime lección con
decir: ‘Yo soy rey’. Y
quería decir: ‘¿Pero sabes tú cuál es mi
reino? Mi reino son
mis dolores, mi sangre, mis virtudes; éste
es el verdadero reino,
que no fuera de Mí, sino dentro de Mí
poseo, lo que se posee
por afuera no es verdadero reino ni
seguro dominio, porque
lo que no está dentro del hombre le
puede ser quitado,
usurpado y será obligado a dejarlo; en
cambio lo que está
dentro nadie se lo podrá quitar, el dominio
será eterno dentro de
él. Las características de mi reino son
mis llagas, las
espinas, la cruz, donde no hago como los
demás reyes, que hacen
vivir a sus pueblos fuera de ellos, en
la inseguridad y tal
vez en ayunas; Yo no, Yo llamo a mis
pueblos a habitar en
las estancias de mis llagas, fortificados y
defendidos por mis
dolores, quitada su sed por mi sangre,
152
alimentados por mi
carne, y sólo esto es el verdadero reinar,
todos los demás reinos
son reinos de esclavitud, de peligros y
de muerte; en mi reino
está la verdadera vida. Cuántas
enseñanzas sublimes,
cuántos misterios profundos en mis
palabras, cada alma debería
decirse a sí misma en las penas y
dolores, en las
humillaciones y abandonos de todos, al
practicar las
verdaderas virtudes: ‘Este es mi reino, no sujeto a
perecer, nadie me lo
puede quitar ni tocar, es más, mi reino es
eterno y divino,
semejante al de mi dulce Jesús, mis dolores y
penas me lo certifican
y me vuelven el reino más fortificado y
aguerrido, tanto, que
ninguno podrá hacerme guerra en vista
de mi gran fortaleza’.
Este es reino de paz, que deberían
ambicionar todos mis
hijos".
+ + +
16-2
Julio 16, 1923
Estaba pensando en la
Pasión de mi dulce Jesús y sentía
sus penas junto a mí,
como si ahora las estuviera Él sufriendo,
y mirándome me ha
dicho:
“Hija mía, Yo sufrí
todo en mi Voluntad, y a medida que
sufría mis penas
abrían tantos caminos en mi Voluntad para
llegar a cada
criatura. Si no hubiera sufrido en mi Voluntad, que
envuelve todo, mis
penas no habrían llegado hasta ti, ni hasta
todos y cada uno,
habrían quedado con mi Humanidad; es
más, con haberlas
sufrido en mi Voluntad no sólo abrían tantos
caminos para ir a
todas las criaturas, sino que abrían también
tantos otros para
hacerlas entrar a ellas hasta Mí, y unirse con
esas penas y darme
cada una de las penas que con sus
ofensas me debían dar
en todo el curso de los siglos, y
mientras Yo estaba
bajo la tempestad de los golpes, mi
Voluntad me traía a
cada una de las criaturas a golpearme, así
que no fueron sólo
aquellos los que me flagelaron, sino las
criaturas de todos los
tiempos, que habrían con sus ofensas
concurrido a la
bárbara flagelación, y así en todas las demás
penas mi Voluntad me
traía a todos, ninguno faltaba a la
llamada, todos me
estaban presentes, ninguno faltó, por eso
mis penas fueron ¡oh,
cuánto más duras, más múltiples que las
que se vieron!
Entonces si quieres que los ofrecimientos de mis
penas, tu compasión y
reparación, tus pequeñas penas, no
sólo lleguen hasta Mí,
sino que hagan los mismos caminos de
las mías, haz que todo
entre en mi Querer, y todas las
generaciones recibirán
los efectos. Y no sólo mis penas, sino
153
también mis palabras,
porque dichas en mi Voluntad llegaban a
todos, como por
ejemplo cuando Pilatos me preguntó si Yo era
rey y Yo le respondí:
‘Mi reino no es de este mundo, si de este
mundo fuera, millones
de legiones de ángeles me defenderían’.
Y Pilatos al verme tan
pobre, humillado, despreciado, se
asombró y dijo más
marcado: ¡Cómo! ¿Tú eres rey?’ Y Yo con
firmeza le respondí a
él y a todos los que se encuentran en
algún puesto: ‘Rey soy
Yo, y he venido al mundo a enseñar la
verdad, y la verdad es
que no son los puestos, los reinos, las
dignidades, el derecho
de mando lo que hace reinar al hombre,
lo que lo ennoblece,
lo que lo eleva sobre todos; es más, éstas
cosas son
esclavitudes, miserias, que lo hacen servir a viles
pasiones, a hombres
injustos, cometiendo también él tantos
actos de injusticia
que lo desnoblecen, lo arrojan en el fango y
le atraen el odio de
sus dependientes, así que las riquezas son
esclavitudes, los
puestos son espadas con las que muchos
quedan muertos o
heridos; el verdadero reinar es la virtud, el
despojamiento de todo,
el sacrificarse por todos, el someterse
a todos, y esto es el
verdadero reinar que vincula a todos y se
hace amar por todos,
por eso mi reino no tendrá jamás fin, y el
tuyo está próximo a
perecer’. Y estas palabras en mi Voluntad
las hacía llegar a los
oídos de todos aquellos que se
encuentran en puestos
de autoridad, para hacerles conocer el
gran peligro en el que
se encuentran, y para poner en guardia
a quienes aspiran a
los puestos, a las dignidades, al mando”.
+ + +
20-45
Enero 4, 1927
Después de esto estaba
siguiendo a mi apasionado Jesús
en la Pasión, y
habiendo llegado al punto cuando Herodes lo
acosaba a preguntas y
Él callaba, pensaba entre mí: “Si Jesús
hubiese hablado tal
vez aquél se hubiera convertido”. Y Jesús
moviéndose en mi
interior me ha dicho:
“Hija mía, Herodes no
me preguntó para conocer la verdad
sino para curiosear y
burlarse de Mí, y si Yo hubiese
respondido habría
hecho burla de él, porque cuando falta la
voluntad de conocer la
verdad y de llevarla a cabo, falta el
humor en el alma para
recibir el calor que lleva consigo la luz
de mis verdades; este
calor no encontrando la humedad para
hacer germinar y
fecundar la verdad, quema de más y hace
secar el bien que
puede producir. Sucede como al sol, que
cuando no encuentra la
humedad en las plantas, su calor sirve
154
para secar y quemar la
vida de las plantas, pero si encuentra
humedad hace
prodigios, por eso la verdad es bella, es
amable, es la
restauradora y fecundadora de las almas, con su
calor y luz forma
prodigios de desarrollo, de gracias y de
santidad, pero esto
para quien ama conocerla para hacerla;
pero para quien no ama
hacerla, la verdad se burla de ellos en
vez de quedar
burlada”.
+ + +
155
DECIMOSEXTA HORA
De las 8 a las 9 de la
mañana
Jesús de nuevo ante
Pilatos. Es pospuesto a Barrabás.
Jesús es flagelado.
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la
oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y
fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis
brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu
corazón empiezo:
Mi atormentado Jesús,
mi pobre corazón te sigue entre
ansias y penas, y al
verte vestido de loco, conociendo quién
eres Tú, sabiduría
infinita, que das el juicio a todos, doy en
delirio y digo: ¿cómo,
Jesús loco? ¿Jesús malhechor? ¡Y
ahora serás pospuesto
al más grande malhechor, a Barrabás!
Mi Jesús, santidad que
no tiene igual, ya estás de nuevo
ante Pilatos, y éste,
al verte tan malamente reducido y vestido
de loco, y sabiendo
que ni siquiera Herodes te ha condenado,
queda más indignado
contra los judíos y se convence
mayormente de tu
inocencia y de no condenarte, pero
queriendo dar alguna
satisfacción a los judíos, como para
aplacar el odio, el
furor, la rabia y la sed que tienen de tu
sangre, te propone a
ellos junto con Barrabás, pero los judíos
gritan:
«¡No queremos libre a
Jesús, sino a Barrabás!» (Jn 18, 40)
Y entonces Pilatos no
sabiendo ya qué hacer para calmarlos
te condena a la
flagelación.
Mi pospuesto Jesús, se
me rompe el corazón al ver que
mientras los judíos se
ocupan de Ti para hacerte morir, Tú,
encerrado en Ti mismo
piensas en dar a todos la vida, y
poniendo atención te
escucho decir:
«Padre Santo, mira a
tu Hijo vestido de loco, esto te repara
la locura de tantas
criaturas al caer en el pecado; esta
vestidura blanca sea
ante Ti como disculpa por tantas almas
que se visten con la
lúgubre vestidura de la culpa. Mira oh
Padre, el odio, el
furor, la rabia que tienen contra Mí, que casi
les hace perder la luz
de la razón, la sed que tienen de mi
sangre, y Yo quiero
repararte todos los odios, las venganzas,
las iras, los
homicidios, y conseguir a todos la luz de la razón.
Mírame de nuevo Padre
mío, ¿se puede dar insulto mayor?
Me han pospuesto al
más grande malhechor, y Yo quiero
repararte todas las
posposiciones que se hacen, ¡ah, todo el
mundo está lleno de
posposiciones! Quién nos pospone a un
156
vil interés, quién a
los honores, quién a las vanidades, quién a
los placeres, a los
apegos, a las dignidades, a las crápulas y
hasta al mismo pecado,
y en modo unánime todas las
criaturas, aun a cada
pequeña tontería nos posponen, y Yo
estoy dispuesto a
aceptar ser pospuesto a Barrabás para
reparar las
posposiciones de las criaturas.”
Mi Jesús, me siento
morir de dolor y de confusión al ver tu
gran amor en medio de
tantas penas y el heroísmo de tus
virtudes en medio de
tantas penas e insultos. Tus palabras y
reparaciones, como
tantas heridas se repercuten en mi pobre
corazón, y en mi dolor
repito tus plegarias y tus reparaciones,
ni siquiera un
instante puedo separarme de Ti, de otra manera
muchas cosas de lo que
haces Tú se me escaparían. Pero,
¿qué veo? Los soldados
te conducen a una columna para
flagelarte. Amor mío,
te sigo y Tú con tu mirada de amor
mírame y dame la
fuerza para asistir a tu dolorosa flagelación.
Jesús Flagelado
Mi purísimo Jesús, ya
estás junto a la columna, los soldados
enfurecidos te sueltan
para atarte a ella, pero no es suficiente,
te despojan de tus
vestiduras para hacer cruel carnicería de tu
santísimo cuerpo. Amor
mío, vida mía, me siento desfallecer
por el dolor de verte
desnudo, Tú tiemblas de pies a cabeza y
tu santísimo rostro se
tiñe de virginal rubor, y es tanta tu
confusión y tu
agotamiento, que no sosteniéndote en pie estás
a punto de caer a los
pies de la columna, pero los soldados
sosteniéndote, no por
ayudarte sino para poderte atar, no te
dejan caer.
Ya toman las sogas, te
atan los brazos, pero tan fuerte que
enseguida se hinchan y
de la punta de los dedos brota sangre.
Después, en torno a la
columna pasan sogas que sujetan tu
santísima persona
hasta los pies, y tan fuerte que no puedes
hacer ni siquiera un
movimiento, y así poder ellos
desenfrenarse sobre de
Ti libremente.
Despojado Jesús mío,
permíteme que me desahogue, de
otra manera no puedo
continuar viéndote sufrir tanto. ¿Cómo?
Tú que vistes a todas
las cosas creadas, al sol de luz, al cielo
de estrellas, a las
plantas de hojas, a los pajarillos de plumas,
Tú, ¿desnudo? ¡Qué
atrevimiento! Pero mi amante Jesús, con
la luz que irradia de
sus ojos me dice:
«Calla, oh hija. Era
necesario que fuese desnudado para
reparar por tantos que
se despojan de todo pudor, de candor y
de inocencia; que se
desnudan de todo bien y virtud, de mi
157
gracia, y se visten de
toda brutalidad, viviendo a modo de
brutos. En mi virginal
rubor reparé las tantas deshonestidades
y afeminaciones y
placeres bestiales. Por eso atenta a lo que
hago y ruega y repara
conmigo y cálmate».
Flagelado Jesús, tu
amor pasa de exceso en exceso, veo
que los verdugos toman
los flagelos y te azotan sin piedad,
tanto, que todo tu
santísimo cuerpo queda lívido; es tanta la
ferocidad y el furor
al golpearte, que están ya cansados, pero
otros dos los sustituyen
y tomando varas espinosas te azotan
tanto, que enseguida
de tu santísimo cuerpo comienza a
chorrear a ríos la
sangre, y lo continúan golpeando todo,
abriendo surcos y lo
llenan de llagas.
Pero aún no les basta,
otros dos continúan, y con cadenas
de fierro continúan la
dolorosa carnicería. A los primeros
golpes esas carnes
llagadas se desgarran y a pedazos caen
por tierra; los huesos
quedan al descubierto y la sangre brota
tanto, que forma un
lago de sangre en torno a la columna.
Mi Jesús desnudado,
amor mío, mientras Tú estás bajo esta
tempestad de golpes,
me abrazo a tus pies para poder tomar
parte en tus penas y
quedar toda cubierta con tu preciosísima
sangre, pero cada
golpe que Tú recibes es una herida a mi
corazón, mucho más,
pues poniendo atención oigo tus
gemidos, los cuales no
se escuchan bien porque la tempestad
de golpes ensordece el
ambiente, y en esos gemidos Tú dices:
«Ustedes, todos los
que me aman, vengan a aprender el
heroísmo del verdadero
amor; vengan a apagar en mi sangre
la sed de sus
pasiones, la sed de tantas ambiciones, de tantas
vanidades y placeres,
de tanta sensualidad; en ésta mi sangre
encontrarán el remedio
a todos sus males».
Tus gemidos continúan
diciendo:
«Mírame, oh Padre,
bajo esta tempestad de golpes, todo
llagado, pero no
basta, quiero formar tantas llagas en mi
cuerpo para dar
suficientes moradas en el Cielo de mi
Humanidad a todas las
almas, en modo de formar en Mí mismo
su salvación, y
después hacerlas pasar al Cielo de la Divinidad.
Padre mío, cada golpe
de estos flagelos repare ante Ti, uno a
uno cada especie de
pecado, y conforme me golpean, así sea
excusa para aquellos
que los cometen. Que estos golpes
golpeen los corazones
de las criaturas y les hablen de mi amor
por ellas, tanto, de
forzarlas a rendirse a Mí».
Y mientras esto dices,
es tan grande tu amor, si bien con
sumo dolor, que casi
incitas a los verdugos a que te azoten aún
más. Mi descarnado
Jesús, tu amor me aplasta, me siento
enloquecer; y si bien
tu amor no está cansado, los verdugos
158
están agotados y no
pueden continuar la dolorosa carnicería.
Ya te quitan las
cuerdas y Tú caes casi muerto en tu propia
sangre; y al ver los
pedazos de tus carnes te sientes morir por
el dolor, al ver en
aquellas carnes arrancadas de Ti, a las
almas perdidas, y es
tanto tu dolor, que agonizas en tu propia
sangre.
Mi Jesús, deja que te
tome entre mis brazos para restaurarte
un poco con mi amor.
Te beso, y con mi beso encierro a todas
las almas en Ti, así
ninguna más se perderá, y Tú bendíceme.
+ + +
Reflexiones de la
Decimosexta Hora (8 AM)
14-2
Febrero 9, 1922
Encontrándome en mi
habitual estado, estaba siguiendo las
horas de la Pasión y
mi dulce Jesús, mientras lo acompañaba
en el misterio de su
dolorosa flagelación, se hacía ver todo
descarnado, su cuerpo
desnudo no sólo de sus vestiduras, sino
también de su carne;
sus huesos se podían numerar uno por
uno; su aspecto era no
sólo desgarrador sino horrible al verse,
tanto que infundía
temor, espanto, reverencia y amor a la vez.
Yo me sentía muda ante
esta escena tan desgarradora, habría
querido hacer no sé
qué cosa para aliviar a mi Jesús, pero no
sabía hacer nada, la
vista de sus penas me daba la muerte, y
Jesús, todo bondad me
ha dicho:
“Querida hija mía,
mírame bien para que conozcas a fondo
mis penas. Mi cuerpo
es el verdadero retrato del hombre que
comete pecado; el
pecado lo despoja de la vestidura de mi
gracia, y Yo para
dársela nuevamente me hice despojar de mis
vestidos; el pecado lo
deforma, y mientras es la más bella
criatura que salió de
mis manos, se vuelve la más fea y da
asco y horror. Yo era
el más bello de los hombres, y para darle
de nuevo la belleza al
hombre, puedo decir que mi Humanidad
tomó la forma más fea;
mírame cómo estoy horrible, me hice
quitar la piel por los
azotes y quedé irreconocible. El pecado no
sólo quita la belleza,
sino que forma llagas profundas,
putrefactas y
gangrenosas que corroen las partes más íntimas,
consumen los humores
vitales, así que todo lo que el hombre
hace en estado de
pecado son obras muertas, esqueléticas, el
pecado le arranca la
nobleza de su origen, la luz de su razón y
se vuelve ciego, y Yo
para llenar la profundidad de sus llagas
159
me hice arrancar a
pedazos la carne, me reduje todo a una
sola llaga, y con
derramar a ríos mi sangre hice correr los
humores vitales en su
alma, para darle nuevamente la vida.
¡Ah! si no tuviera en
Mí la fuente de la vida de mi Divinidad, Yo
habría muerto desde el
principio de mi Pasión, porque a cada
pena que me daban mi
Humanidad moría, pero ella me
restituía la vida.
Ahora, mis penas, mi
sangre, mis carnes arrancadas a
pedazos están siempre
en acto de dar vida al hombre, pero el
hombre rechaza mi
sangre para no recibir la vida, pisotea mis
carnes para quedar
llagado, ¡oh! cómo siento el peso de la
ingratitud”.
Y arrojándose en mis
brazos ha roto en llanto. Yo me lo he
estrechado a mi
corazón, pero Él lloraba fuertemente, ¡qué
desgarro ver llorar a
Jesús! Habría querido sufrir cualquier
pena para no hacerlo
llorar. Entonces lo he compadecido, le he
besado sus llagas, le
he secado las lágrimas, y Él como
reconfortado ha
agregado:
“¿Sabes cómo hago Yo?
Como un padre que ama mucho a
su hijo, y este hijo
es ciego, deforme, tullido; y el padre que lo
ama hasta la locura,
¿qué hace? Se saca los ojos, se arranca
las piernas, se quita
la piel y se lo da todo al hijo y dice: ‘Estoy
más contento con
quedar ciego, cojo, deforme, con tal que te
vea a ti, hijo mío,
que puedes ver, que puedes caminar, que
eres bello”. ¡Oh, cómo
está contento aquel padre porque ve a
su hijo mirar con sus
ojos, caminar con sus piernas y cubierto
con su belleza! ¿Pero
cuál sería el dolor del padre si viera que
su hijo, ingrato,
arroja de sí los ojos, las piernas, la piel, y se
contenta con
permanecer feo como está? Así soy Yo, en todo
he pensado, pero
ellos, ingratos, forman mi más acerbo dolor”.
+ + +
14-18
Abril 1, 1922
Después he seguido las
horas de la Pasión, y seguía a mi
dulce Jesús en el
momento en que fue vestido y tratado como
loco; mi mente se
perdía en este misterio, y Jesús me ha dicho:
“Hija mía, el paso más
humillante de mi Pasión fue
propiamente éste, el
ser vestido y tratado como loco, llegué a
ser el juguete de los
judíos, su harapo; humillación más grande
no podría tener mi
infinita sabiduría; no obstante era necesario
que Yo, Hijo de Dios,
sufriera esta pena. El hombre pecando se
vuelve loco; locura
más grande no puede darse, y de rey cual
160
es, se convierte en
esclavo y juguete de vilísimas pasiones que
lo tiranizan, y más
que a un loco lo encadenan a su antojo,
arrojándolo en el
fango y cubriéndolo con las cosas más
sucias. ¡Oh! qué gran
locura es el pecado, en este estado el
hombre jamás podía ser
admitido ante la Majestad Suprema,
por eso quise sufrir
esta pena tan humillante, para conseguirle
al hombre que saliera
de este estado de locura, ofreciéndome
Yo a mi Padre
Celestial para sufrir las penas que merecía su
locura. Cada pena que
sufrí en mi Pasión no era otra cosa que
el eco de las penas
que merecían las criaturas; este eco
retumbaba en Mí y me
sometía a penas, a desprecios, a burlas
y a todos los
tormentos”.
+ + +
16-40
Enero 14, 1924
Estaba acompañando a
mi Jesús en el misterio de la
flagelación,
compadeciéndolo cuando se vio tan confundido en
medio de los enemigos,
despojado de sus vestidos, bajo una
tempestad de golpes, y
mi amable Jesús saliendo de mi interior
en el estado en el que
se encontraba cuando fue flagelado me
ha dicho:
“Hija mía, ¿quieres
saber la causa por la que fui desnudado
cuando fui flagelado?
En cada misterio de mi Pasión primero
me ocupaba de
consolidar la rotura entre la voluntad humana y
la Divina, y después
de las ofensas que esta rotura
produjo. Cuando el
hombre en el edén rompió los vínculos de
la unión entre la
Voluntad Suprema y la suya, se despojó de las
vestiduras reales de
mi Voluntad y se vistió con los miserables
harapos de la suya,
débil, inconstante, impotente para hacer
algo de bien. Mi
Voluntad le era un dulce encanto que lo tenía
absorbido en una luz
purísima que no le hacía conocer otra
cosa que a su Dios,
del cual había salido, quien no le daba otra
cosa que felicidad sin
medida, y estaba tan absorbido por lo
mucho que le daba su
Dios, que no se daba ningún
pensamiento de sí
mismo. ¡Oh! cómo era feliz el hombre y
cómo la Divinidad se
deleitaba en darle tantas partículas de su
Ser por cuanto la
criatura puede recibir, para hacerlo
semejante a Él. Ahora,
en cuanto rompió la unión de nuestra
Voluntad con la suya,
perdió la vestidura real, perdió el
encanto, la luz, la
felicidad; se miró a sí mismo sin la luz de mi
Voluntad y viéndose
sin el encanto que lo tenía absorto, se
conoció, tuvo
vergüenza, tuvo miedo de Dios, tanto que su
161
misma naturaleza
sintió sus tristes efectos, sintió el frío y la
desnudez y sintió la
viva necesidad de cubrirse; y así como
nuestra Voluntad lo
tenía en el puerto de felicidades inmensas,
así la suya lo puso en
el puerto de las miserias. Nuestra
Voluntad era todo para
el hombre, y en Ella encontraba todo,
era justo que habiendo
salido de Nosotros y viviendo como un
tierno hijo nuestro en
nuestro Querer, viviera de lo nuestro, y
este Querer debiera
sustituirse a todo lo que él necesitaba; por
lo tanto, como quiso
vivir de su querer, tuvo necesidad de todo,
porque el querer
humano no tiene el poder de sustituirse a
todas las necesidades,
ni tiene en sí la fuente del bien, por eso
fue obligado a
procurarse con cansancio las cosas necesarias
a la vida. ¿Ves
entonces qué significa no estar unido con mi
Voluntad? ¡Oh! si
todos la conocieran, sólo tendrían un solo
suspiro: ‘Que mi
Querer venga a reinar sobre la tierra’. Así que,
si Adán no se hubiera
sustraído de la Voluntad Divina, aun su
naturaleza no habría
tenido necesidad de vestidos, no habría
sentido la vergüenza
de su desnudez, ni habría estado sujeto a
sufrir el frío, el
calor, el hambre, la debilidad, pero estas cosas
naturales eran casi
nada, eran más bien símbolos del gran bien
que había perdido su
alma.
Por eso hija mía,
antes de ser atado a la columna para ser
flagelado, quise ser
desnudado para sufrir y reparar la
desnudez del hombre
cuando se desnudó del vestido real de
mi Voluntad. Sentí en
Mí tal confusión y pena al verme así
desnudo en medio de
los enemigos que se burlaban de Mí, que
lloré por la desnudez
del hombre y ofrecí a mi Celestial Padre
mi desnudez, para
hacer que el hombre fuera revestido de
nuevo con el vestido
real de mi Voluntad, y como pago, para
que esto no me fuera
negado, ofrecí mi sangre, mis carnes
arrancadas a pedazos,
me hice desnudar no sólo de los
vestidos, sino también
de mi piel para poder pagar el precio y
satisfacer el delito
de esta desnudez del hombre; derramé tanta
sangre en este
misterio, que en ningún otro derramé tanta, que
bastaba para cubrir al
hombre como con un segundo vestido, y
vestido de sangre para
cubrirlo de nuevo, y así calentarlo y
lavarlo para
disponerlo a recibir la vestidura real de mi
Voluntad”.
Yo al oír esto,
sorprendida he dicho: “Mi amado Jesús,
¿cómo puede ser
posible que el hombre con sustraerse de tu
Voluntad tuvo
necesidad de vestirse, tuvo vergüenza, miedo?
Sin embargo, Tú
hiciste siempre la Voluntad del Padre
Celestial, eras una
sola cosa con Él; tu Mamá no conoció
162
jamás su querer, sin
embargo, tuvisteis necesidad de vestidos,
de alimento y
sentisteis el frío y el calor”.
Y Jesús ha agregado:
“Sin embargo hija mía es
precisamente así. Si
el hombre sintió vergüenza de su
desnudez y quedó
sujeto a tantas miserias naturales, fue
precisamente porque
perdió el dulce encanto de mi Voluntad, y
si bien el mal lo hizo
el alma, no el cuerpo, pero indirectamente
fue como cómplice de
la mala voluntad del hombre, la
naturaleza quedó como
profanada por el mal querer del
hombre, por lo tanto,
la una y el otro debían sentir la pena del
mal hecho. Respecto a
Mí, es verdad que hice siempre la
Voluntad Suprema, pero
Yo no vine a encontrar al hombre
inocente, al hombre
antes de que pecara, sino que vine a
encontrar al hombre pecador
y con todas sus miserias, y debí
fraternizarme con él,
tomar sobre de Mí todos sus males y
sujetarme a las
necesidades de la vida, como si fuera uno de
ellos; pero en Mí
había este prodigio, que si lo quería de nada
tenía necesidad, ni de
vestidos, ni de alimento, ni de nada.
Pero no quise servirme
de él por amor al hombre, quise
sacrificarme en todo,
aun en las cosas más inocentes creadas
por Mí mismo, para
atestiguarle mi ardiente amor, es más, esto
servía para impetrar
de mi Divino Padre que, por consideración
mía y de mi voluntad
toda sacrificada a Él, restituyera al
hombre la noble
vestidura real de nuestra Voluntad”.
+ + +
17-4
Julio 1, 1924
Me sentía muy oprimida
por la privación de mi adorable
Jesús. ¡Oh, cómo me
sangra el corazón y me siento sometida
a sufrir muertes
continuas! Sentía que no podía más sin Él, y
que más duro no podía
ser mi martirio, y mientras trataba de
seguir a mi Jesús en
los diferentes misterios de su Pasión, he
llegado a acompañarlo
en el misterio de su dolorosa
flagelación. Mientras
estaba en esto se ha movido en mi
interior llenándome
toda de su adorable Persona; yo al verlo le
quería decir mi duro
estado, pero Jesús imponiéndome silencio
me ha dicho:
“Hija mía, recemos
juntos; hay ciertos tiempos tan tristes en
los cuales mi
justicia, no pudiendo contenerse por los males de
las criaturas quisiera
inundar la tierra de nuevos flagelos, y por
eso es necesaria la
oración en mi Voluntad, la que
extendiéndose sobre
todos se pone en defensa de las
163
criaturas, y con su
potencia impide que mi justicia se acerque a
la criatura para golpearla”.
¡Cómo era bello y
conmovedor oír rezar a Jesús! Y como lo
estaba acompañando en
el doloroso misterio de la flagelación,
se hacía ver
chorreando sangre, y oía que decía:
“Padre mío, te ofrezco
esta mi sangre, ¡ah! haz que esta
sangre cubra todas las
inteligencias de las criaturas y haga
vanos todos sus malos
pensamientos, disminuya el fuego de
sus pasiones y haga
resurgir inteligencias santas. Esta sangre
cubra sus ojos y haga
velo a su vista, a fin de que no le entre el
gusto de los placeres
malos, y no se ensucien con el fango de
la tierra. Esta sangre
mía cubra y llene su boca y deje muertos
sus labios a las
blasfemias, a las imprecaciones, a todas sus
malas palabras. Padre
mío, esta mi sangre cubra sus manos y
le dé terror de tantas
acciones infames. Esta sangre circule en
nuestra Voluntad
Eterna para cubrir a todos, para defender y
para ser arma
defensora en favor de las criaturas ante los
derechos de nuestra
justicia”.
¿Pero quién puede
decir el modo como rezaba Jesús y todo
lo que decía? Después
ha hecho silencio y me sentía en mi
interior que Jesús
tomaba en sus manos mi pequeña y pobre
alma, la estrechaba,
la retocaba, la miraba, y yo le he dicho:
“Amor mío, ¿qué haces?
¿Hay alguna cosa en mí que te
desagrada?”
Y Él: “Estoy
trabajando y ensanchando tu alma en mi
Voluntad. Además, no
debo darte cuentas a ti de lo que hago,
porque habiéndote dado
tú toda a Mí, has perdido tus
derechos, ahora todos
los derechos son míos. ¿Sabes cuál es
tu único derecho? Que
mi Voluntad sea tuya y te suministre
todo lo que puede
hacerte feliz en el tiempo y en la eternidad”.
+ + +
164
165
DECIMOSÉPTIMA HORA
De las 9 a las 10 de
la mañana
Jesús coronado de
espinas. “Ecce Homo.” Jesús es
condenado a muerte.
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la
oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y
fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis
brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu
corazón empiezo:
Mi Jesús, amor
infinito, mientras más te miro más
comprendo cuánto
sufres. Ya estás todo lacerado y no hay
parte sana en Ti; los
verdugos enfurecidos al ver que Tú en
medio de tantas penas
los miras con tanto amor, que tu mirada
amorosa formando un
dulce encanto, casi como tantas voces
ruegan y suplican más
penas y nuevas penas, y estos, si bien
inhumanos, pero
también forzados por tu amor, te ponen de
pie, y Tú, no
sosteniéndote caes de nuevo en tu propia sangre,
y ellos, irritados,
con patadas y con empujones te hacen llegar
al lugar donde te
coronarán de espinas.
Amor mío, si Tú no me
sostienes con tu mirada de amor, yo
no puedo continuar
viéndote sufrir. Siento ya un escalofrío en
los huesos, el corazón
me late fuertemente, me siento morir,
¡Jesús, Jesús,
ayúdame! Y mi amable Jesús me dice:
«Animo, no pierdas
nada de lo que he sufrido; sé atenta a
mis enseñanzas. Yo
debo rehacer en todo al hombre, la culpa
le ha quitado la
corona y lo ha coronado de oprobios y de
confusión, así que no
puede comparecer ante mi Majestad, la
culpa lo ha deshonrado
haciéndole perder todo derecho a los
honores y a la gloria,
por eso quiero ser coronado de espinas,
para poner sobre la
frente del hombre la corona y restituirle
todos los derechos a
cualquier honor y gloria; y mis espinas
serán ante mi Padre
reparaciones y voces de disculpa por los
tantos pecados de
pensamiento y especialmente de soberbia; y
serán voces de luz y
de súplica a cada mente creada para que
no me ofendan; por
eso, tú únete conmigo y ora y repara junto
conmigo».
Coronado Jesús, tus
crueles enemigos te hacen sentar, te
ponen encima un trapo
de púrpura, toman la corona de espinas
y con furia infernal
te la ponen sobre tu adorable cabeza, y a
golpes de palo te
hacen penetrar las espinas en la frente, y
algunas te llegan
hasta los ojos, a las orejas, al cráneo y hasta
166
detrás en la nuca.
¡Amor mío, qué desgarro, qué penas tan
inenarrables! ¡Cuántas
muertes crueles no sufres!
La sangre te corre
sobre tu rostro, de manera que no se ve
más que sangre, pero
bajo esas espinas y esa sangre se
descubre tu rostro
santísimo radiante de dulzura, de paz y de
amor, y los verdugos
queriendo completar la tragedia te
vendan los ojos, te
ponen una caña en la mano por cetro y
comienzan sus burlas.
Te saludan como rey de los judíos, te
golpean la corona, te
dan bofetadas y te dicen:
«Adivina quién te ha
golpeado». (Lc 22, 64)
Y Tú callas y
respondes con reparar las ambiciones de
quienes aspiran a
reinos, a las dignidades, a los honores, y por
aquellos que
encontrándose en estos puestos, no
comportándose bien
forman la ruina de los pueblos y de las
almas confiadas a
ellos, y cuyos malos ejemplos son causa de
empujar al mal y de
que se pierdan almas.
Con esa caña que
tienes en la mano reparas por tantas
obras buenas vacías de
espíritu interior, e incluso hechas con
malas intenciones. En
los insultos y en esa venda reparas por
aquellos que ponen en
ridículo las cosas más santas,
desacreditándolas y
profanándolas, y reparas por aquellos que
se vendan la vista de
la inteligencia para no ver la luz de la
verdad.
Con esta venda
impetras para nosotros el que nos quitemos
las vendas de las
pasiones, de las riquezas y los placeres. Mi
Rey Jesús, tus
enemigos continúan sus insultos, y la sangre
que escurre de tu
santísima cabeza es tanta, que llegándote
hasta la boca te
impide hacerme oír claramente tu dulcísima
voz, y por eso no
puedo hacer lo que haces Tú, por eso vengo
a tus brazos, quiero
sostener tu cabeza traspasada y dolorida,
quiero poner mi cabeza
bajo esas espinas para sentir sus
pinchazos.
Pero mientras digo
esto, mi Jesús me llama con su mirada
de amor y yo corro, me
abrazo a su corazón y trato de sostener
su cabeza. ¡Oh, cómo
es bello estar con Jesús, aun en medio
de mil tormentos! Y Él
me dice:
«Hija mía, estas
espinas dicen que quiero ser constituido rey
de cada corazón; a Mí
me corresponde todo dominio; tú toma
estas espinas y pincha
tu corazón y haz salir de él todo lo que
a Mí no pertenece y
deja las espinas dentro de tu corazón
como señal de que Yo
soy tu Rey y para impedir que ninguna
otra cosa entre en ti.
Después gira por todos los corazones, y
pinchándolos haz salir
de ellos todos los humos de soberbia, la
podredumbre que
contienen, y constitúyeme Rey de todos».
167
Amor mío, el corazón se
me oprime al dejarte, por eso te
ruego que ensordezcas
mis oídos con tus espinas para que
sólo pueda oír tu voz;
que me cubras los ojos con tus espinas
para poder mirarte
sólo a Ti; que me llenes con tus espinas la
boca, de modo que mi
lengua quede muda a todo lo que
pudiera ofenderte, y
tenga libre la lengua para alabarte y
bendecirte en todo.
Oh mi Rey Jesús,
circúndame de espinas, y estas espinas
me custodien, me
defiendan y me tengan toda atenta a Ti. Y
ahora quiero limpiarte
la sangre y besarte, porque veo que tus
enemigos te conducen a
Pilatos, el cual te condenará a muerte.
Amor mío, ayúdame a
continuar tu dolorosa vida y bendíceme.
Jesús de nuevo ante
Pilatos
Mi coronado Jesús, mi
pobre corazón herido por tu amor y
traspasado por tus
penas no puede vivir sin Ti, por eso te
busco y te encuentro
nuevamente ante Pilatos. ¡Pero qué
espectáculo
conmovedor! ¡Los Cielos se horrorizan y el infierno
tiembla de espanto y
de rabia! Vida de mi corazón, mi mirada
no puede soportar el
mirarte sin sentirme morir; pero la fuerza
raptora de tu amor me
obliga a mirarte para hacerme
comprender bien tus
penas; y yo entre lágrimas y suspiros te
contemplo.
Mi Jesús, estás
desnudo, y en vez de vestidos te veo vestido
de sangre, las carnes
abiertas y destrozadas, los huesos al
descubierto, tu
santísimo rostro irreconocible; las espinas
clavadas en tu
santísima cabeza te llegan a los ojos, al rostro,
y yo no veo más que
sangre, que corriendo hasta la tierra
forma un arroyo
sanguinolento bajo tus pies.
¡Mi Jesús, no te
reconozco más por como has quedado
reducido! ¡Tu estado
ha llegado a los excesos más profundos
de las humillaciones y
de los dolores! ¡Ah, no puedo soportar tu
visión tan dolorosa!
Me siento morir,
quisiera arrebatarte de la presencia de
Pilatos para
encerrarte en mi corazón y darte descanso;
quisiera sanar tus
llagas con mi amor, y con tu sangre quisiera
inundar todo el mundo
para encerrar en ella a todas las almas
y conducirlas a Ti
como conquista de tus penas. Y Tú, oh
paciente Jesús, a
duras penas parece que me miras por entre
las espinas y me
dices:
«Hija mía, ven entre
mis atados brazos, apoya tu cabeza
sobre mi seno y verás
dolores más intensos y acerbos, porque
lo que ves por fuera
de mi Humanidad no es otra cosa que el
168
desahogo de mis penas
interiores. Pon atención a los latidos
de mi corazón y oirás
que reparo las injusticias de los que
mandan, la opresión de
los pobres, de los inocentes
pospuestos a los
culpables, la soberbia de aquellos que para
conservar las
dignidades, los cargos, las riquezas, no dudan en
romper cualquier ley y
en hacer mal al prójimo, cerrando los
ojos a la luz de la
verdad.
Con estas espinas
quiero romper el espíritu de soberbia de
“sus señorías”, y con
las heridas que forman en mi cabeza
quiero abrirme camino
en sus mentes, para reordenar en ellas
todas las cosas según
la luz de la verdad. Con estar así
humillado ante este
injusto juez, quiero hacer comprender a
todos que solamente la
virtud es la que constituye al hombre
rey de sí mismo, y
enseño a quien manda, que solamente la
virtud, unida al recto
saber, es la única digna y capaz de
gobernar y regir a los
demás, mientras que todas las otras
dignidades, sin la
virtud, son cosas peligrosas y deplorables.
Hija mía, haz eco a
mis reparaciones y sigue poniendo
atención a mis penas».
Amor mío, veo que
Pilatos, al verte tan malamente reducido,
se siente estremecer y
todo impresionado exclama:
«¿Será posible tanta
crueldad en los corazones humanos?
¡Ah, no era esta mi
voluntad al condenarlo a los azotes!»
Y queriendo liberarte
de las manos de tus enemigos, para
poder encontrar
razones más convenientes, todo hastiado y
apartando la mirada,
porque no puede sostener tu visión
demasiado dolorosa,
vuelve a interrogarte:
«Pero dime, ¿qué has
hecho? Tu gente te ha entregado en
mis manos, dime, ¿Tú
eres rey? ¿Cuál es tu reino?»
A las preguntas
apresuradas de Pilatos, Tú, oh mi Jesús, no
respondes, y
ensimismado en Ti mismo piensas en salvar mi
pobre alma a costa de
tantas penas. Y Pilatos, porque no
respondes, añade:
«¿No sabes Tú que está
en mi poder el liberarte o el
condenarte?» (Jn 19,
10)
Pero Tú, oh amor mío,
queriendo hacer resplandecer en la
mente de Pilatos la
luz de la verdad le respondes:
«No tendrías ningún
poder sobre Mí si no te viniera de lo
alto, pero aquellos
que me han entregado en tus manos han
cometido un pecado más
grave que el tuyo». (Jn 19, 11)
Entonces Pilatos, como
movido por la dulzura de tu voz,
indeciso como está,
con el corazón en tempestad, creyendo
que los corazones de
los judíos fuesen más piadosos, se
169
decide a mostrarte
desde la terraza, esperando que se muevan
a compasión al verte
tan desgarrado, y así poderte liberar.
Dolorido Jesús mío, mi
corazón desfallece al verte seguir a
Pilatos, con trabajos
caminas y encorvado bajo aquella horrible
corona de espinas, la
sangre marca tus pasos, y en cuanto
sales fuera escuchas a
la muchedumbre escandalosa que,
ansiosa espera tu
condena.
Pilatos imponiendo
silencio para llamar la atención de todos
y hacerse escuchar por
todos, toma con repugnancia los dos
extremos de la púrpura
que te cubre el pecho y los hombros,
los levanta para hacer
que todos vean a qué estado has
quedado reducido, y en
voz alta dice:
«¡Ecce Homo!» (“¡Aquí
tienen al hombre!”)
Mírenlo, no tiene más
figura de hombre, observen sus llagas;
ya no se le reconoce;
si ha hecho mal ya ha sufrido suficiente,
más bien demasiado; yo
estoy arrepentido de haberle hecho
sufrir tanto, por eso
dejémoslo libre».
Jesús, amor mío, deja
que te sostenga, porque veo que no
sosteniéndote en pie
bajo el peso de tantas penas, vacilas. Ah,
en este momento
solemne se decide tu suerte, a las palabras
de Pilatos se hace un
profundo silencio en el Cielo, en la tierra
y en el infierno. Y
después, como en una sola voz oigo el grito
de todos:
«¡Crucifícalo,
crucifícalo, a cualquier costo lo queremos
muerto!» (Lc 23, 21)
Vida mía, Jesús, veo
que tiemblas, el grito de muerte
desciende en tu
corazón, y en estas voces descubres la voz de
tu amado Padre que
dice:
«¡Hijo mío, te quiero
muerto, y muerto crucificado!»
Ah, oyes también a tu
Mamá, que si bien traspasada,
desolada, hace eco a
tu amado Padre: «¡Hijo, te quiero
muerto!» Los ángeles,
los santos, el infierno, todos a voz
unánime gritan:
«¡Crucifícalo, crucifícalo!» Así que no hay
alma que te quiera
vivo. Y, ay, ay, con mi mayor rubor, dolor y
horror, también yo me
siento obligada por una fuerza suprema
a gritar:
«¡Crucifícalo!»
Mi Jesús, perdóname si
también yo, miserable alma
pecadora, te quiero
muerto. Sin embargo, te ruego que me
hagas morir junto
contigo. Y Tú, mientras tanto, oh mi
destrozado Jesús,
movido por mi dolor parece que me dices:
«Hija mía, estréchate
a mi corazón y toma parte en mis
penas y en mis
reparaciones; el momento es solemne, se debe
decidir, o mi muerte,
o la muerte de todas las criaturas. En este
momento dos corrientes
se vierten en mi corazón, en una están
170
las almas que, si me
quieren muerto es porque quieren hallar
en Mí la vida, y así,
al aceptar Yo la muerte por ellas son
absueltas de la
condenación eterna y las puertas del Cielo se
abren para recibirlas;
en la otra corriente están aquellas que
me quieren muerto por
odio y como confirmación de su
condenación y mi
corazón está lacerado y siente la muerte de
cada una de éstas y
sus mismas penas del infierno.
Mi corazón no soporta
estos acerbos dolores; siento la
muerte a cada latido y
a cada respiro, y voy repitiendo:
«¿Por qué tanta sangre
será derramada en vano? ¿Por qué
mis penas serán
inútiles para tantos? ¡Ah, hija, sostenme que
no puedo más, toma
parte en mis penas, tu vida sea un
continuo ofrecimiento
para salvar las almas y para mitigarme
penas tan
desgarradoras!»
Corazón mío, Jesús,
tus penas son las mías y hago eco a
tus reparaciones. Pero
veo que Pilatos queda atónito y se
apresura a decir:
«¿Cómo? ¿Debo
crucificar a vuestro Rey? Yo no encuentro
culpa en Él para
condenarlo». (Jn 19, 6)
Y los judíos haciendo
escándalo gritan:
«No tenemos otro rey
que el Cesar, y si tú no lo condenas
no eres amigo del
Cesar; loco, insensato, crucifícalo,
crucifícalo». (Jn 19,
15)
Pilatos, no sabiendo
qué más hacer, por temor a ser
destituido hace traer
un recipiente con agua y lavándose las
manos dice:
«Yo soy inocente de la
sangre de este Justo». (Mt 27, 24)
Y te condena a muerte.
Pero los judíos gritan:
«¡Su sangre caiga
sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»
(Mt 27, 25)
Y al verte condenado
estallan en fiesta, aplauden, silban,
gritan; mientras Tú,
oh Jesús, reparas por aquellos que
encontrándose en el
poder, por vano temor y por no perder su
puesto rompen las
leyes más sagradas, no importándoles la
ruina de pueblos
enteros, favoreciendo a los impíos y
condenando a los
inocentes; reparas también por aquellos que
después de la culpa
instigan a la Ira divina a castigarlos.
Pero mientras reparas
todo esto, el corazón te sangra por el
dolor de ver al pueblo
escogido por Ti, fulminado por la
maldición del Cielo,
que ellos mismos con plena voluntad han
querido, sellándola
con tu sangre que han imprecado. Ah, tu
corazón desfallece,
déjame que lo sostenga entre mis manos
haciendo mías tus
reparaciones y tus penas; pero tu amor te
empuja aún más alto, e
impaciente ya buscas la cruz. Vida
171
mía, te seguiré, pero
por ahora repósate en mis brazos, y
después llegaremos
juntos al monte calvario; por eso
permanece en mí y
bendíceme.
+ + +
Reflexiones de la
Decimoséptima Hora (9 AM)
CUARTA MEDITACIÓN
NOVENA DE NAVIDAD
“Hija mía, del amor
devorante pasa a mirar mi Amor obrante.
Cada alma concebida me
llevó el fardo de sus pecados, de sus
debilidades y
pasiones, y mi Amor me ordenó tomar el fardo de
cada uno, y no sólo
concebí a las almas, sino las penas de
cada una, las
satisfacciones que cada una de ellas debía dar a
mi Celestial Padre.
Así que mi Pasión fue concebida junto
Conmigo. Mírame bien
en el seno de mi Celestial Mamá. Oh
cómo mi pequeña
Humanidad era desgarrada, mira bien como
mi pequeña cabecita
está circundada por una corona de
espinas, que ciñéndome
fuerte las sienes me hace derramar
ríos de lágrimas de
los ojos, y no puedo moverme para
secarlas. Ah, muévete
a compasión de Mí, sécame los ojos de
tanto llanto, tú que
tienes los brazos libres para podérmelo
hacer, estas espinas
son la corona de los tantos pensamientos
malos que se agolpan
en las mentes humanas, oh, como me
pinchan más estos
pensamientos que las espinas que produce
la tierra.
+ + +
4-181
Marzo 6, 1903
Después de haber
esperado mucho, el bendito Jesús se
hacía ver dentro de mi
interior, diciéndome:
“¿Quieres que vayamos
a ver si las criaturas me quieren?”
Y yo: “Seguro que te
querrán; siendo Tú el Ser más amable,
¿quién tendrá la
osadía de no quererte?”
Y Él: “Vayamos y
después verás lo que harán”.
Nos hemos ido, y
cuando llegamos a un punto donde había
mucha gente, ha sacado
su cabeza de dentro de mi interior y
ha dicho aquellas
palabras que dijo Pilatos cuando lo mostró al
pueblo: “Ecce Homo”. Y
comprendía que aquellas palabras
significaban si
querían que el Señor reinase como su Rey, y
tuviese el dominio en
sus corazones, en las mentes, y obras; y
aquellos respondieron:
“Quítenlo, no lo queremos, más bien
172
crucifíquenlo, a fin
de que sea destruida toda memoria suya”.
¡Oh, cuántas veces se
repiten estas escenas! Entonces el
Señor ha dicho a
todos: “Ecce Homo”.
Al decir esto sucedió
un murmullo, una confusión, quién
decía: “No lo quiero
por Rey mío, quiero la riqueza, otro el
placer, otro el honor,
quién las dignidades y quién tantas otras
cosas más. Con horror
yo escuchaba estas voces y el Señor
me ha dicho:
“Has comprendido como
nadie me quiere, sin embargo esto
es nada, dirijámonos a
la clase religiosa y veamos si me
quieren”.
Entonces me he
encontrado en medio de sacerdotes,
obispos, religiosas,
consagrados; y Jesús con voz sonora ha
repetido: “Ecce Homo”.
Y aquellos decían: “Lo
queremos, pero queremos también
nuestra conveniencia”.
Otros: “Lo queremos, pero junto con el
interés”. Respondían
otros: “Lo queremos, pero unido a la
estima, al honor, ¿qué
hace un religioso sin estima?”
Replicaban otros: “Lo
queremos, pero unido a alguna
satisfacción de
criatura, ¿cómo se puede vivir solo y sin que
nadie nos satisfaga?”
Y algunos llegaban a querer al menos la
satisfacción en el
sacramento de la confesión. Pero solo, solo,
casi ninguno lo
quería, no faltando también que alguno no se
ocupara de hecho de
Jesucristo.
Entonces todo afligido
me ha dicho: “Hija mía, retirémonos,
has visto cómo ninguno
me quiere, o a lo más me quieren
unido con alguna cosa
que a ellos les agrada, Yo no me
contento con esto,
porque el verdadero reinar es cuando se
reina solo”.
Mientras esto decía me
he encontrado en mí misma.
+ + +
5-21
Octubre 12, 1903
Esta mañana veía a mi
adorable Jesús en mi interior
coronado de espinas, y
viéndolo en aquel modo le he dicho:
“Dulce Señor mío, ¿por
qué vuestra cabeza envidió a vuestro
flagelado cuerpo que
había sufrido tanto y tanta sangre había
derramado, y no
queriendo la cabeza quedarse atrás del
cuerpo, honrado con el
adorno del sufrir, instigaste Tú mismo a
los enemigos a
coronarte con una corona de espinas tan
dolorosa y
tormentosa?”.
173
Y Jesús: “Hija mía,
muchos significados tiene esta
coronación de espinas,
y por cuanto dijera queda siempre
mucho por decir,
porque es casi incomprensible a la mente
creada el por qué mi
cabeza quiso ser honrada con tener su
porción distinta y
especial, no general, de un sufrimiento y
esparcimiento de
sangre, haciendo casi competencia con el
cuerpo, el por qué fue
que siendo la cabeza la que une todo el
cuerpo y toda el alma,
de modo que el cuerpo sin la cabeza es
nada tanto que se
puede vivir sin los otros miembros, pero sin
la cabeza es
imposible, siendo la parte esencial de todo el
hombre, tan es verdad,
que si el cuerpo peca o hace el bien, es
la cabeza la que
dirige, no siendo el cuerpo otra cosa que un
instrumento, entonces,
debiendo mi cabeza restituir el régimen
y el dominio, y
merecer que en las mentes humanas entraran
nuevos cielos de
gracias, nuevos mundos de verdad, y destruir
los nuevos infiernos
de pecados, por los que llegarían hasta
hacerse viles esclavos
de viles pasiones, y queriendo coronar a
toda la familia humana
de gloria, de honor y de decoro, por eso
quise coronar y honrar
en primer lugar mi Humanidad, si bien
con una corona de
espinas dolorosísima, símbolo de la corona
inmortal que restituía
a las criaturas, quitada por el pecado.
Además de esto, la
corona de espinas significa que no hay
gloria y honor sin
espinas, que no puede haber jamás dominio
de pasiones,
adquisición de virtudes, sin sentirse pinchar hasta
dentro de la carne y
el espíritu, y que el verdadero reinar está
en el donarse a sí
mismo, con las pinchaduras de la
mortificación y del
sacrificio; además estas espinas significaban
que verdadero y único
Rey soy Yo, y sólo quien me constituye
Rey del propio
corazón, goza de paz y felicidad, y Yo la
constituyo reina de mi
propio reino. Además, todos aquellos
ríos de sangre que
brotaban de mi cabeza eran tantos
riachuelos que ataban
la inteligencia humana al conocimiento
de mi supremacía sobre
ellos”.
¿Pero quién puede
decir todo lo que oigo en mi interior? No
tengo palabras para
expresarlo; más bien lo poco que he dicho
me parece haberlo
dicho incoherente, y así creo que debe ser
al hablar de las cosas
de Dios, por cuan alto y sublime uno
pueda hablar, siendo
Él increado y nosotros creados, no se
puede decir de Dios
mas que balbuceos.
+ + +
174
11-91
Abril 24, 1915
Encontrándome en mi habitual
estado, estaba pensando
cuánto sufrió el
bendito Jesús al ser coronado de espinas, y
Jesús haciéndose ver
me ha dicho:
“Hija mía, los dolores
que sufrí son incomprensibles a mente
creada; pero mucho más
dolorosos que aquellas espinas se
clavaban en mi mente
todos los pensamientos malos de las
criaturas, de modo que
de todos estos pensamientos de las
criaturas ninguno se
me escapaba, todos los sentía en Mí, así
que no sólo sentía las
espinas, sino también el horror de las
culpas que aquellas
espinas clavaban en Mí”.
Entonces, traté de ver
al amable Jesús, y veía su santísima
cabeza circundada como
por una corona de espinas que le
salían de dentro.
Todos los pensamientos de las criaturas
estaban en Jesús, y de
Jesús pasaban a ellas y de ellas a
Jesús y en Él quedaban
como concatenados juntos. ¡Oh, cómo
sufría Jesús! Después
ha agregado:
“Hija mía, sólo las
almas que viven en mi Voluntad pueden
darme verdaderas reparaciones
y endulzarme espinas tan
punzantes, porque
viviendo en mi Voluntad, mi Voluntad se
encuentra en todas
partes, y ellas encontrándose en Mí y en
todos, descienden en
las criaturas y suben a Mí y me traen
todas las reparaciones
y me endulzan, y hacen cambiar en las
mentes las tinieblas
en luz”.
+ + +
12-7
Mayo 2, 1917
“Hija mía, ánimo y
firmeza en todo, o qué, ¿no quieres
imitarme? También Yo
moría poco a poco, conforme las
criaturas me ofendían
en sus pasos, Yo sentía el desgarro en
mis pies, pero con tal
acerbidad de espasmos, capaces de
darme la muerte, y
mientras me sentía morir no moría;
conforme me ofendían
con sus obras Yo sentía la muerte en
mis manos, y por el
cruel desgarro Yo agonizaba, me sentía
desfallecer, pero la
Voluntad del Padre me sostenía, moría y no
moría; conforme las
malas palabras, las blasfemias horrendas
de las criaturas se
repercutían en mi voz, Yo me sentía
sofocar, ahogar,
amargar la palabra y sentía la muerte en mi
voz, pero no moría. Y
mi desgarrado corazón conforme
palpitaba, sentía en
mi latido las vidas malas, las almas que se
175
arrancaban, y mi
corazón estaba en continuos desgarros y
laceraciones;
agonizaba y moría continuamente en cada
criatura, en cada
ofensa, no obstante, el amor, el Querer
Divino, me obligaban a
vivir. He aquí el porqué de tu morir poco
a poco, te quiero
junto Conmigo, quiero tu compañía en mis
muertes, ¿no estás
contenta?”
+ + +
14-52
Agosto 19, 1922
Encontrándome en mi
habitual estado, el dulce Jesús me
hacía sufrir parte de
sus penas y de sus muertes que sufrió por
cada una de las
criaturas. Por mis pequeñas penas
comprendía cuán
atroces y mortales habían sido las penas de
Jesús, entonces me ha
dicho:
“Hija mía, mis penas
son incomprensibles a la naturaleza
humana, las mismas
penas de mi Pasión fueron sombras o
semejanzas de mis
penas internas. Mis penas internas me
eran infligidas por un
Dios Omnipotente, al cual ninguna fibra
podía esquivar el
golpe; las de mi Pasión me eran infligidas por
los hombres, los
cuales no teniendo ni la omnipotencia ni la
omnividencia, no
podían hacer lo que ellos mismos querían, ni
podían penetrar en
todas mis fibras internas. Mis penas
internas estaban
encarnadas y mi misma Humanidad era
transformada en
clavos, en espinas, en flagelos, en llagas, en
martirio, tan crueles
que me daban muertes continuas, éstas
eran inseparables de
Mí, formaban mi misma Vida; en cambio
las de mi Pasión eran
extrañas a Mí, eran espinas y clavos que
se podían clavar, y
queriendo se podían también quitar, y el
solo pensamiento de
que una pena se puede quitar es un
alivio; pero mis penas
internas, que eran formadas por la
misma carne, no había
ninguna esperanza de que se me
pudieran quitar, ni
disminuir la agudeza de una espina, del
traspasarme con
clavos. Mis penas internas fueron tales y
tantas, que las penas
de mi Pasión las podría llamar alivios y
besos que daban a mis
penas internas, que uniéndose juntas
daban el último
testimonio de mi grande y excesivo amor por
salvar a las almas.
Mis penas externas eran voces que
llamaban a todos a
entrar en el océano de mis penas internas,
para hacerlos
comprender cuánto me costaba su salvación. Y
además, por tus mismas
penas internas, comunicadas por Mí,
puedes comprender en
algún modo la intensidad continua de
176
las mías. Por eso date
ánimo, es el amor lo que a esto me
empuja”.
+ + +
17-26
Diciembre 24, 1924
“Hija mía, las penas
que sufrí en este seno virginal de mi
Mamá son incalculables
a la mente humana, ¿pero sabes tú
cuál fue la primera
pena que sufrí desde el primer instante de
mi Concepción y que me
duró toda la vida? La pena de la
muerte. Mi Divinidad
descendía del Cielo plenamente feliz,
intangible de
cualquier pena y de cualquier muerte, y cuando vi
a mi pequeña Humanidad
sujeta a la muerte y a las penas por
amor a las criaturas,
sentí tan a lo vivo la pena de la muerte,
que por pura pena
habría muerto de verdad si la potencia de mi
Divinidad no me
hubiera sostenido con un prodigio,
haciéndome sentir la
pena de la muerte y la continuación de la
vida, así que para Mí
fue siempre muerte, sentía la muerte del
pecado, la muerte del
bien en las criaturas y también su muerte
natural. ¡Qué duro
desgarro fue para Mí toda mi Vida! Yo, que
contenía la vida y era
el dueño absoluto de la vida misma,
debía sujetarme a la
pena de la muerte. ¿No ves a mi pequeña
Humanidad inmóvil y
moribunda en el seno de mi querida
Madre? ¿Y no la
sientes en ti misma cómo es dura y
desgarradora la pena
de sentirse morir y no morir? Hija mía, es
tu vivir en mi
Voluntad lo que te hace partícipe de la continua
muerte de mi
Humanidad”.
Entonces me he pasado
casi toda la mañana junto a mi
Jesús en el seno de mi
Mamá y lo veía que mientras estaba en
acto de morir, volvía
a tomar vida para abandonarse de nuevo
a morir. ¡Qué pena ver
en ese estado al niño Jesús!
+ + +
19-28
Junio 20, 1926
Después de haber
pasado días amarguísimos por la
privación de mi dulce
Jesús, me sentía que no podía más, yo
gemía bajo una prensa
que me trituraba alma y cuerpo y
suspiraba por mi
patria celestial, donde ni siquiera por un
instante habría
quedado privada de Aquél que es toda mi vida
y mi sumo y único
bien. Luego, cuando me he reducido a los
extremos sin Jesús, me
he sentido llenar toda de Él, de modo
que yo quedaba como un
velo que lo cubría, y como estaba
177
pensando y
acompañándolo en las penas de su Pasión,
especialmente en el
momento cuando Pilatos lo mostró al
pueblo diciendo: “Ecce
Homo”, mi dulce Jesús me ha dicho:
“Hija mía, cuando
Pilatos dijo ‘Ecce Homo’, todos gritaron:
‘Crucifícalo,
crucifícalo, lo queremos muerto’. También mi
mismo Padre Celestial
y mi inseparable y traspasada Mamá, y
no sólo aquellos que
estaban presentes sino todos los
ausentes y todas las
generaciones pasadas y futuras, y si
alguno no lo dijo con
la palabra, lo dijo con las acciones,
porque no hubo uno
solo que dijera que me querían vivo, y el
callar es confirmar lo
que quieren los demás. Este grito de
muerte de todos fue
para Mí dolorosísimo, Yo sentía tantas
muertes por cuantas
personas gritaron crucifícalo, me sentí
como ahogado de penas
y de muerte, mucho más que veía
que cada una de mis
muertes no llevaba a cada uno la vida, y
aquellos que recibían
la vida por causa de mi muerte no
recibían todo el fruto
completo de mi pasión y muerte. Fue
tanto mi dolor, que mi
Humanidad gimiente estaba por
sucumbir y dar el
último respiro, pero mientras moría, mi
Voluntad Suprema con
su Omnividencia hizo presentes a mi
Humanidad muriente a
todos aquellos que habrían hecho
reinar en ellos, con
dominio absoluto al Eterno Querer, los
cuales tomarían el
fruto completo de mi Pasión y muerte, entre
los cuales estaba, a
la cabeza, mi amada Madre, Ella tomó
todo el depósito de
todos mis bienes y de los frutos que hay en
mi Vida, Pasión y
Muerte, ni siquiera un respiro mío perdió y
del cual no custodiase
el precioso fruto, y de Ella debían ser
transmitidos a la
pequeña recién nacida de mi Voluntad y a
todos aquellos en los
cuales el Supremo Querer habría tenido
su Vida y su Reino.
Cuando mi Humanidad expirante vio
puesto a salvo y
asegurado el fruto completo de mi Vida,
Pasión y Muerte, pudo
reemprender y continuar el curso de la
dolorosa Pasión.
+ + +
20-40
Diciembre 24, 1926
Ahora, mientras esto
decía se ha puesto dentro de mí, en
medio de mi pecho,
extendido, en un estado de perfecta
inmovilidad, sus
piecitos y manitas estaban tan tiesos e
inmóviles que daban
piedad, le faltaba el espacio para
moverse, para abrir
los ojos, para respirar libremente, y lo que
más desgarraba era
verlo en acto de morir continuamente. Qué
pena ver morir a mi
pequeño Jesús, yo me sentía puesta junto
178
con Él en el mismo
estado de inmovilidad. Entonces, después
de algún tiempo el
niñito Jesús estrechándome a Sí me ha
dicho:
“Hija mía, mi estado
en el seno materno fue dolorosísimo, mi
pequeña Humanidad
tenía el uso perfecto de razón y de
sabiduría infinita,
por lo tanto desde el primer instante de mi
concepción comprendía
todo mi estado doloroso, la oscuridad
de la cárcel materna,
no tenía ni siquiera un hueco por donde
entrara un poco de
luz. ¡Qué larga noche de nueve meses! La
estrechez del lugar
que me obligaba a una perfecta
inmovilidad, siempre
en silencio, no me era dado gemir, ni
sollozar para
desahogar mi dolor, cuántas lágrimas no derramé
en el sagrario del
seno de mi Mamá sin hacer el mínimo
movimiento, y esto era
nada, mi pequeña Humanidad había
tomado el empeño de
morir tantas veces, para satisfacer a la
Divina Justicia, por
cuantas veces las criaturas habían hecho
morir la Voluntad
Divina en ellas, haciendo la gran afrenta de
dar vida a la voluntad
humana, haciendo morir en ellas una
Voluntad Divina. ¡Oh!
cómo me costaron estas muertes; morir y
vivir, vivir y morir,
fue para Mí la pena más desgarradora y
continua, mucho más
que mi Divinidad, si bien era Conmigo
una sola cosa e
inseparable de Mí, al recibir de Mí estas
satisfacciones se
ponía en actitud de justicia, y si bien mi
Humanidad era santa y
también era la lamparita delante al Sol
inmenso de mi
Divinidad, Yo sentía todo el peso de las
satisfacciones que
debía dar a este Sol Divino y la pena de la
decaída humanidad que
en Mí debía resurgir a costa de tantas
muertes mías. Fue el
rechazar la Voluntad Divina dando vida a
la propia lo que formó
la ruina de la humanidad decaída, y Yo
debía tener en estado
de muerte continua a mi Humanidad y
voluntad humana, para
hacer que la Voluntad Divina tuviera
vida continua en Mí
para extender ahí su reino. Desde que fui
concebido, Yo pensaba
y me ocupaba en extender el reino del
Fiat Supremo en mi
Humanidad, a costa de no dar vida a mi
voluntad humana, para
hacer resurgir a la humanidad decaída,
a fin de que fundado
en Mí este reino, preparase las gracias,
las cosas necesarias,
las penas, las satisfacciones que se
necesitaban para
hacerlo conocer y fundarlo en medio de las
criaturas. Por eso
todo lo que tú haces, lo que hago en ti para
este reino, no es otra
cosa que la continuación de lo que Yo
hice desde que fui
concebido en el seno de mi Mamá. Por eso
si quieres que
desenvuelva en ti el reino del Eterno Fiat,
déjame libre y no des
jamás vida a tu voluntad”.
179
DECIMOCTAVA HORA
De las 10 a las 11 de
la mañana
Jesús toma la cruz y
se dirige al calvario donde es
desnudado.
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la
oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y
fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis
brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu
corazón empiezo:
Mi Jesús, amor
insaciable, veo que no te das paz, siento tus
desvaríos de amor, tus
dolores; el corazón te late con fuerza y
en cada latido siento
explosiones, torturas, violencias de amor,
y Tú, no pudiendo
contener el fuego que te devora, te afanas,
gimes, suspiras, y en
cada gemido te oigo decir: «¡Cruz!»
Cada gota de tu sangre
repite: «¡Cruz!» Todas tus penas, en
las cuales como en un
mar interminable Tú nadas dentro,
repiten entre ellas:
«¡Cruz!» Y Tú exclamas:
«¡Oh cruz amada y
suspirada, tú sola salvarás a mis hijos, y
Yo concentro en ti
todo mi amor!»
Segunda coronación de
espinas
Entre tanto, tus
enemigos te hacen reentrar en el pretorio, te
quitan la púrpura
queriendo ponerte de nuevo tus vestidos.
¡Pero ay, cuánto
dolor! ¡Me sería más dulce el morir que verte
sufrir tanto! ¡La
vestidura se atora en la corona y no pueden
sacártela por arriba,
así que con crueldad jamás vista te
arrancan todo junto,
vestidos y corona!
A tan cruel tirón
muchas espinas se rompen y quedan
clavadas en tu
santísima cabeza; la sangre a ríos te llueve y es
tanto tu dolor, que
gimes; pero tus enemigos no tomando en
cuenta tus torturas,
te ponen tus vestiduras y de nuevo vuelven
a ponerte la corona
oprimiéndola fuertemente sobre tu cabeza,
y hacen que las
espinas te lleguen a los ojos, a las orejas, así
que no hay parte de tu
santísima cabeza que no sienta los
pinchazos de ellas.
Es tanto tu dolor que
vacilas bajo esas manos crueles, te
estremeces de pies a
cabeza y entre atroces espasmos estás a
punto de morir, y con
tus ojos apagados y llenos de sangre,
con trabajos me miras
para pedirme ayuda en medio de tanto
dolor.
180
Mi Jesús, Rey de los
dolores, deja que te sostenga y te
estreche a mi corazón.
Quisiera tomar el fuego que te devora
para incinerar a tus
enemigos y ponerte a salvo, pero Tú no
quieres porque las
ansias de la cruz se hacen más ardientes y
quieres inmolarte ya
sobre ella, aun para bien de tus mismos
enemigos. Pero
mientras te estrecho a mi corazón, Tú
estrechándome al tuyo
me dices:
«Hija mía, hazme
desahogar mi amor, y junto conmigo
repara por aquellos
que hacen el bien y me deshonran. Estos
judíos me visten con
mis ropas para desacreditarme
mayormente ante el
pueblo, para convencerlo de que Yo soy
un malhechor.
Aparentemente la acción de vestirme era buena,
pero en sí misma era
mala. Ah, cuántos hacen obras buenas,
administran
sacramentos, los frecuentan pero con fines
humanos e incluso
perversos, pero el bien mal hecho lleva a la
dureza; Yo quiero ser
coronado una segunda vez, con dolores
más atroces que en la
primera, para romper esta dureza y así,
con mis espinas,
atraerlos a Mí.
Ah, hija mía, esta
segunda coronación me es mucho más
dolorosa, la cabeza me
la siento nadando entre espinas, y en
cada movimiento que
hago o golpe que me dan, tantas
muertes crueles sufro.
Reparo así la malicia de las ofensas,
reparo por aquellos
que en cualquier estado de ánimo en que
se encuentren, en vez
de pensar en la propia santificación se
disipan y rechazan mi
Gracia, y regresan a darme espinas más
punzantes, y Yo soy
obligado a gemir, a llorar con lágrimas de
sangre y a suspirar
por su salvación. ¡Ah! ¡Yo hago todo por
amarlas, y las
criaturas hacen de todo para ofenderme! Al
menos tú no me dejes
solo en mis penas y en mis
reparaciones».
Jesús toma la cruz
Destrozado bien mío,
contigo reparo, contigo sufro, pero veo
que tus enemigos te
precipitan por las escaleras, el pueblo con
furor y ansias te
espera; ya te hacen encontrar preparada la
cruz, que con tantos
suspiros buscas, y Tú con amor la miras y
con paso decidido te
acercas a abrazarla, pero antes la besas,
y corriéndote un
estremecimiento de alegría por tu santísima
Humanidad, con sumo
contento tuyo vuelves a mirarla y mides
su largo y su ancho.
En ella estableces la
porción para todas las criaturas, las
dotas suficientemente
para vincularlas a la Divinidad con nudo
de nupcias y hacerlas
herederas del Reino de los Cielos;
181
después, no pudiendo
contener el amor con el cual las amas,
vuelves a besar la
cruz y le dices:
«Cruz adorada,
finalmente te abrazo; eras tú el suspiro de mi
corazón, el martirio
de mi amor, pero tú, oh cruz, tardaste hasta
ahora, mientras mis
pasos siempre se dirigían hacia ti. Cruz
santa, eras tú la meta
de mis deseos, la finalidad de mi
existencia acá abajo,
en ti concentro todo mi Ser; en ti pongo a
todos mis hijos y tú
serás su vida y su luz, su defensa, su
custodia, su fuerza.
Tú los ayudarás en
todo y me los conducirás gloriosos al
Cielo. Oh cruz,
cátedra de sabiduría, sólo tú enseñarás la
verdadera santidad,
sólo tú formarás los héroes, los atletas, los
mártires, los santos.
Cruz bella, tú eres mi trono y debiendo Yo
partir de la tierra,
tú permanecerás en lugar mío; a ti te entrego
en dote a todas las
almas. A ti las confío para que me las
custodies y me las
salves».
Y diciendo esto,
ansioso te la haces poner sobre tus
santísimos hombros. Ah
mi Jesús, la cruz para tu amor es
demasiado ligera, pero
al peso de la cruz se une el de nuestras
enormes e inmensas
culpas, enormes e inmensas cuanto es la
extensión de los
cielos, y Tú, quebrantado bien mío, te sientes
aplastar bajo el peso
de tantas culpas, tu alma se horroriza
ante la vista de ellas
y siente la pena de cada culpa; tu
santidad queda turbada
ante tanta fealdad, y por esto poniendo
la cruz sobre tus
hombros, vacilas, jadeas, y de tu santísima
Humanidad brota un
sudor mortal.
Ah, amor mío, no tengo
ánimo para dejarte solo, quiero
dividir junto contigo
el peso de la cruz, y para aliviarte el peso
de las culpas me
estrecho a tus pies; quiero darte a nombre de
todas las criaturas:
Amor por quien no te ama, alabanzas por
quien te desprecia,
bendiciones, agradecimientos, obediencia
por todas.
Declaro que en
cualquier ofensa que recibas, yo quiero
ofrecerte toda yo
misma para repararte, hacer el acto opuesto
a las ofensas que las
criaturas te hacen y consolarte con mis
besos y mis continuos
actos de amor.
Pero veo que soy
demasiado miserable, tengo necesidad de
Ti para poderte
reparar de verdad, por eso me uno a tu
santísima Humanidad, y
junto a Ti uno mis pensamientos a los
tuyos para reparar mis
pensamientos malos y los de todos; uno
mi boca a la tuya para
reparar las blasfemias y las malas
conversaciones; uno mi
corazón al tuyo para reparar las
inclinaciones, los
deseos y los afectos malos; en una palabra,
quiero reparar todo lo
que repara tu santísima Humanidad,
182
uniéndome a la
inmensidad de tu amor por todos y al bien
inmenso que haces a todos.
Pero no estoy contenta
aún, quiero unirme a tu Divinidad y
perder mi nada en
Ella, y así te doy el todo: Te doy tu amor
para confortar tus
amarguras; te doy tu corazón para
reconfortarte por
nuestras frialdades, incorrespondencias,
ingratitudes y poco
amor de las criaturas; te doy tus armonías
para aliviarte el oído
de las blasfemias que le llegan; te doy tu
belleza para
reconfortarte de las fealdades de nuestras almas
cuando nos ensuciamos
en la culpa; te doy tu pureza para
aliviarte por las
faltas de rectitud de intención, y por el fango y
podredumbre que ves en
tantas almas; te doy tu inmensidad
para aliviarte de las
estrecheces voluntarias donde se meten
las almas; te doy tu
ardor para quemar todos los pecados y
todos los corazones, a
fin de que todos te amen y ninguno más
te ofenda; en suma, te
doy todo lo que Tú eres para darte
satisfacción infinita,
amor eterno, inmenso e infinito.
La vía dolorosa al
calvario
Mi pacientísimo Jesús,
veo que das los primeros pasos bajo
el peso enorme de la
cruz, y yo uno mis pasos a los tuyos y
cuando Tú, débil,
desangrado y vacilante estés por caer, yo
estaré a tu lado para
sostenerte, pondré mis hombros bajo la
cruz para dividir
junto contigo el peso de ella. Tú no me
desdeñarás, sino
acéptame como tu fiel compañera.
Oh Jesús, me miras y
veo que reparas por aquellos que no
llevan con resignación
su propia cruz, sino que maldicen, se
irritan, se suicidan y
cometen homicidios; y Tú impetras para
todos amor y
resignación a la propia cruz; pero es tanto tu
dolor, que te sientes
como destrozar bajo la cruz.
Jesús cae por primera
vez
Son apenas los primeros
pasos que das y ya caes bajo de
ella, y al caer te
golpeas en las piedras, las espinas se clavan
más en tu cabeza,
mientras que todas tus llagas se abren y
sangran nuevamente; y
como no tienes fuerzas para
levantarte, tus
enemigos, irritados, a patadas y con empujones
tratan de ponerte en
pie.
Caído amor mío, deja
que te ayude a ponerte en pie, te
bese, te limpie la
sangre y junto contigo repare por aquellos
que pecan por
ignorancia, por fragilidad y debilidad, y te ruego
que des ayuda a estas
almas.
183
Jesús encuentra a su
Madre Santísima
Vida mía, Jesús, tus
enemigos haciéndote sufrir penas
inauditas, han logrado
ponerte en pie, y mientras caminas
vacilante oigo tu
respiro afanoso, tu corazón late más fuerte y
nuevas penas te lo
traspasan intensamente, sacudes la cabeza
para quitar de tus
ojos la sangre que los llena, y ansioso miras.
Ah mi Jesús, he
entendido todo, es tu Mamá que como
gimiente paloma va en
tu busca, quiere decirte una última
palabra y recibir una
última mirada tuya, y Tú sientes sus
penas, su corazón
lacerado en el tuyo, y enternecido y herido
por vuestro común amor
la descubres, que abriéndose paso a
través de la
muchedumbre, a cualquier costo quiere verte,
abrazarte y darte el
último adiós.
Pero Tú quedas aún más
traspasado al ver su palidez mortal
y todas tus penas
reproducidas en Ella por la fuerza del amor.
Y si Ella continúa
viviendo es sólo por un milagro de tu
Omnipotencia. Ya
diriges tus pasos al encuentro de los suyos,
pero con trabajo
podéis intercambiar las miradas.
¡Oh dolor del corazón
de ambos! Los soldados lo advierten y
con golpes y empujones
impiden que Madre e Hijo se den el
último adiós, y es tan
grande la angustia de los dos, que tu
Mamá queda petrificada
por el dolor y casi está por sucumbir;
el fiel Juan y las
piadosas mujeres la sostienen, mientras Tú de
nuevo caes bajo la
cruz.
Jesús cae por segunda
vez
Entonces tu doliente
Mamá, lo que no hace con el cuerpo
porque se ve
imposibilitada lo hace con el alma, entra en Ti,
hace suyo el Querer
del Eterno y asociándose en todas tus
penas te hace el
oficio de Mamá, te besa, te repara, te cura, y
en todas tus llagas
derrama el bálsamo de su doloroso amor.
Mi Penante Jesús,
también yo me uno con la traspasada
Mamá, hago mías todas
tus penas y en cada gota de tu
sangre, en cada una de
tus llagas quiero hacerte de mamá, y
junto con Ella y
contigo reparo por todos los encuentros
peligrosos y por
aquellos que se exponen a las ocasiones de
pecar, o que obligados
a exponerse por la necesidad quedan
atrapados por el
pecado.
Tú entre tanto gimes
caído bajo la cruz, los soldados temen
que mueras bajo el
peso de tantos martirios y por la pérdida de
tanta sangre; no
obstante esto, a fuerza de latigazos y patadas,
con dificultad llegan
a ponerte de pie. Así reparas las repetidas
184
caídas en el pecado,
los pecados graves cometidos por toda
clase de personas y
ruegas por los pecadores obstinados, y
lloras con lágrimas de
sangre por su conversión.
La llaga del hombro
Quebrantado amor mío,
mientras te sigo en las
reparaciones, veo que
no te sostienes bajo el peso enorme de
la cruz. Ya tiemblas
todo, las espinas a los continuos golpes
que recibes penetran
siempre más en tu santísima cabeza, la
cruz por su gran peso
se hunde en tu hombro formando una
llaga tan profunda que
descubre los huesos, y a cada paso me
parece que mueres, y
por lo tanto te ves imposibilitado para
seguir adelante.
Pero tu amor que todo
puede te da la fuerza, y conforme
sientes que la cruz se
hunde en tu hombro, reparas por los
pecados escondidos,
que no siendo reparados acrecientan la
crudeza de tus
dolores. Mi Jesús, deja que ponga mi hombro
bajo la cruz para
aliviarte, y contigo reparo todos los pecados
ocultos.
El Cirineo carga la
cruz de Jesús
Pero tus enemigos, por
temor de que Tú mueras bajo la
cruz, obligan al
Cireneo a ayudarte a llevar la cruz, el cual, de
mala gana y
refunfuñando, no por amor sino por fuerza te
ayuda. Y entonces en
tu corazón hacen eco todos los lamentos
de quien sufre, las
faltas de resignación, las rebeliones, los
enojos y los
desprecios en el sufrir; pero mucho más quedas
herido al ver que las
almas consagradas a Ti, a quienes llamas
por compañeras y
ayudas en tu dolor te huyen, y si Tú las
estrechas a Ti con el
dolor, ah, ellas se desvinculan de tus
brazos para ir en
busca de placeres y así te dejan solo para
sufrir.
Mi Jesús, mientras
reparo contigo te ruego que me estreches
entre tus brazos, y
tan fuerte que no haya ninguna pena que Tú
sufras de la cual no
tome parte, para transformarme en ellas y
para compensarte por
el abandono de todas las criaturas.
Fatigado Jesús mío,
con trabajo caminas y todo encorvado,
pero veo que te
detienes y tratas de mirar. Corazón mío, pero,
¿qué pasa? ¿Qué quieres?
Ah, es la Verónica, que sin temor a
nada, valientemente
con un paño te limpia el rostro todo
cubierto de sangre, y
Tú se lo dejas estampado en señal de
gratitud.
185
Generoso Jesús mío,
también yo quiero enjugarte, y no con
un paño, sino que
quiero ofrecerte todo mi ser para darte alivio,
quiero entrar en tu
interior, y darte, oh Jesús, latidos por
latidos, respiros por
respiros, afectos por afectos, deseos por
deseos; lo que quiero
decir es que quiero arrojarme en toda tu
santísima
inteligencia, y haciendo correr todos estos latidos,
respiros, afectos y
deseos en la inmensidad de tu Voluntad,
intento multiplicarlos
al infinito.
Quiero, oh mi Jesús,
formar olas de latidos, para hacer que
ningún latido malo
repercuta en tu corazón, y así, endulzar
todas las internas
amarguras de tu corazón. Intento formar olas
de deseos y de
afectos, para alejar todos los deseos y afectos
malos que pudieran,
mínimamente entristecer tu corazón.
Intento también, oh mi
Jesús, formar olas de respiros y de
pensamientos, para
alejar cualquier respiro o pensamiento que
pudiera, mínimamente
desagradarte. Me estaré haciendo
guardia, oh Jesús, a
fin de que nada que pudiera afligirte,
pueda acercársete, y
agregue a tus penas internas otras
amarguras.
Oh, mi Jesús, haz que
todo mi interior nade en la
inmensidad del tuyo,
así podré encontrar amor suficiente, y
voluntad inmensa, para
impedir que entre en tu interior amor
malo, ni voluntad que
pudiera desagradarte.
Oh mi Jesús, para
estar más segura te suplico que selles
con tus pensamientos
los míos, con tu Voluntad la mía, con tus
deseos los míos, con
tus afectos y con tus latidos los míos, a
fin de que sellados
por los tuyos, no tomen vida sino sólo de Ti.
Te ruego aún, oh mi
Jesús, que aceptes mi pobre cuerpo
hecho pedazos por amor
tuyo, reducido en pequeñísimas
partículas, las que
pondré sobre cada una de tus llagas.
Sobre aquella llaga,
oh Jesús, que te da dolor por las tantas
blasfemias, es mi
intención que estas partículas de mi cuerpo,
te digan siempre: “te
bendigo”.
Sobre aquella llaga
que te causa dolor por las tantas
ingratitudes, intento
poner una porción de mi cuerpo roto, para
atestiguarte mi
gratitud, por mí, y por todos.
Sobre aquella llaga,
oh Jesús, que tanto te hace sufrir por
las frialdades y
ausencias de amor, intento poner tantas
partículas de mi carne
lacerada, que te digan siempre: “te amo,
te amo, te amo”.
Sobre aquella llaga
que te da dolor por las tantas
irreverencias y falta
de estima hacia tu Persona, intento poner
un pedazo de mí misma,
deshecha por amor tuyo, que te diga
siempre: “Te adoro, te
adoro, te adoro”.
186
Oh mi Jesús, quiero
difundirme en todo, y en aquellas llagas
exacerbadas por las
tantas incredulidades, es mi intención que
los pedazos de mi
cuerpo te digan siempre: “Creo, creo en Ti,
oh mi Jesús, Dios mío,
y en tu santa Iglesia, e intento dar mi
vida para atestiguarte
mi Fe”.
Oh, mi Jesús, me
sumerjo en la inmensidad de tu Querer, y
tomándolo, quiero
suplir por todos, pedirte las almas de todos
para encerrarlas en tu
Voluntad.
Oh mi Jesús, me queda
aún mi sangre, la que quiero verter,
como bálsamo y como un
calmante sobre tus llagas para
endulzarte, de modo de
poderte sanar del todo.
Intento aún, oh Jesús,
hacer correr mis pensamientos en el
corazón de cada uno de
los pecadores, para corregirlo
continuamente, a fin
de que no ose ofenderte, y te ruego con
las voces de tu
sangre, a fin de que todos se rindan ante mis
pobres oraciones, y
así podré llevarlos a tu corazón.
Otra gracia, oh Jesús,
te pido, que en todo lo que vea, toque
y sienta, te vea,
toque y sienta siempre a Ti; y que tu santísima
imagen, y tu santísimo
nombre, estén siempre impresos en
cada partícula de mi
pobre ser.
Jesús consuela a las
piadosas mujeres
Entre tanto los
enemigos viendo mal este acto de la
Verónica, te azotan,
te empujan y te hacen proseguir el
camino. Otros pocos
pasos y te detienes de nuevo, pero tu
amor, bajo el peso de
tantas penas no se detiene, y viendo a
las piadosas mujeres
que lloran por causa de tus penas, te
olvidas de Ti mismo y
las consuelas diciéndoles:
«Hijas, no lloréis por
mis penas sino por vuestros pecados y
los de vuestros
hijos». (Lc 23, 28)
¡Qué enseñanza
sublime! ¡Cómo es dulce tu palabra! Oh
Jesús, contigo reparo
las faltas de caridad y te pido la gracia de
olvidarme de mí misma
para que no recuerde otra cosa que a
Ti solo.
Jesús cae por tercera
vez
Pero tus enemigos,
oyéndote hablar se llenan de furia, te
jalan con las cuerdas,
te empujan con tanta rabia que te hacen
caer, y cayendo te
golpeas en las piedras; el peso de la cruz te
oprime y te sientes
morir. Deja que te sostenga y que con mis
manos resguarde tu
santísimo rostro. Veo que tocas la tierra y
boqueas en la sangre;
pero tus enemigos te quieren poner de
187
pie, tiran de Ti con
las cuerdas, te levantan por los cabellos, te
dan patadas, pero todo
en vano.
¡Tú mueres Jesús mío!
¡Qué pena, se me rompe el corazón
por el dolor! Y casi
arrastrándote te conducen al monte
calvario. Mientras te
arrastran siento que reparas todas las
ofensas de las almas
consagradas a Ti, que te dan tanto peso,
que por cuanto Tú te
esfuerzas por levantarte te resulta
imposible. Y así,
arrastrado y pisoteado llegas al calvario,
dejando por donde
pasas rojas huellas de tu preciosa sangre.
Jesús desvestido y
coronado de espinas por tercera vez
Aquí en el calvario
nuevos dolores te esperan. Te desnudan
de nuevo y te arrancan
vestidura y corona de espinas. Ah,
gimes al sentir que te
arrancan las espinas de tu cabeza; y al
tiempo que te arrancan
la vestidura, te arrancan también las
carnes desgarradas que
están adheridas a ella. Las llagas se
abren de nuevo, la
sangre corre a ríos hasta la tierra, y es tanto
el dolor que caes casi
muerto.
Pero nadie se mueve a
compasión por Ti, mi bien, al
contrario, con bestial
furor te ponen de nuevo la corona de
espinas, te la clavan
a golpes, y es tanto el tormento por las
laceraciones y por el
arrancar de tus cabellos amasados en la
sangre coagulada, que
sólo los ángeles podrían decir lo que
sufres, mientras
horrorizados retiran sus celestiales miradas y
lloran.
Desnudado Jesús mío,
permíteme que te estreche a mi
corazón para
calentarte, porque veo que tiemblas y que un frío
sudor de muerte invade
tu santísima Humanidad. ¡Cuánto
quisiera darte mi vida
y mi sangre para sustituir a la tuya, que
has perdido para darme
vida! Mientras tanto, Jesús mirándome
con sus lánguidos y
moribundos ojos, parece que me dice:
¡Hija mía, cuánto me
cuestan las almas! Aquí es el lugar
donde los espero a
todos para salvarlos, donde quiero reparar
los pecados de
aquellos que llegan a degradarse por debajo de
las bestias, y se
obstinan tanto en ofenderme que llegan a no
saber vivir sin
cometer pecados. Su razón queda ciega y pecan
a tontas y a locas; he
aquí el por qué me coronan de espinas
por tercera vez.
Y con el desnudarme
reparo por aquellos que llevan vestidos
de lujo e indecentes,
por los pecados contra la modestia y por
aquellos que están tan
atados a las riquezas, a los honores, a
los placeres, que de
ellos se forman un dios para sus
corazones. Ah sí, cada
una de estas ofensas es una muerte
188
que siento, y si no
muero es porque el Querer de mi eterno
Padre no ha decretado
aún el momento de mi muerte».
Desnudado bien mío,
mientras reparo contigo te ruego que
con tus santísimas
manos me despojes de todo y no permitas
que ningún afecto malo
entre en mi corazón, te ruego que Tú
me lo vigiles, me lo
circundes con tus penas, me lo llenes de tu
amor, te ruego que mi
vida no sea otra cosa que la repetición
de la tuya, y reafirma
con tu bendición mi despojamiento;
bendíceme de corazón y
dame la fuerza de asistir a tu dolorosa
crucifixión para
quedar crucificada junto contigo.
+ + +
Reflexiones de la
Decimoctava Hora (10 AM)
6-11
Diciembre 17, 1903
Continuando mi
habitual estado, por pocos instantes he visto
al bendito Jesús con
la cruz sobre la espalda, en el momento
de encontrarse con su
Santísima Madre, y yo le he
dicho: “Señor, ¿qué
cosa hizo tu Madre en este encuentro
dolorosísimo?”
Y Él: “Hija mía, no
hizo otra cosa que un acto de adoración
profundísimo y
simplísimo, y como el acto por cuanto más
simple, tanto más
fácil para unirse con Dios, Espíritu
simplísimo, por eso en
este acto se fundió en Mí y continuó lo
que obraba Yo mismo en
mi interior; y esto me fue sumamente
más grato que si me
hubiese hecho cualquier otra cosa más
grande, porque el
verdadero espíritu de adoración consiste en
esto, que la criatura
se pierda a sí misma y se encuentre en el
ambiente divino, y
adore todo lo que obra Dios, y con Él se
una. ¿Crees tú que sea
verdadera adoración aquella en que la
boca adora mientras la
mente está en otra parte, o sea, la
mente adora y la
voluntad está lejos de Mí? O bien, ¿que una
potencia me adora y
las otras están todas desordenadas? No,
Yo quiero todo para
Mí, y todo lo que le he dado en Mí, y éste
es el acto de culto y
de adoración más grande que la criatura
puede hacerme”.
+ + +
189
6-99
Marzo 28, 1905
Entonces yo he
continuado mi acostumbrado trabajo interior
sobre la Pasión, y
habiendo llegado a aquel momento del
encuentro de Jesús y
María en el camino a la cruz, de nuevo
se ha hecho ver y me
ha dicho:
“Hija mía, también con
el alma me encuentro continuamente,
y si en el encuentro
que hago con el alma la encuentro en acto
de ejercitar las
virtudes y unida Conmigo, me recompensa del
dolor que sufrí cuando
encontré a mi Madre tan adolorida por
mi causa”.
+ + +
7-33
Julio 27, 1906
Esta mañana se hacía
ver mi adorable Jesús abrazando la
cruz, y yo pensaba en
mi interior cuáles habían sido sus
pensamientos al
recibirla”.
Y Él me ha dicho:
“Hija mía, cuando recibí la cruz la abracé
como a mi más amado
tesoro, porque en la cruz dote a las
almas y las desposé
Conmigo. Ahora, mirando la cruz, su
largura y anchura, Yo
me alegré porque veía en ella las dotes
suficientes para todas
mis esposas, y ninguna podía temer el
no poder desposarse
Conmigo, teniendo Yo en mis propias
manos, en la cruz, el
precio de su dote, pero con esta sola
condición, que si el
alma acepta los pequeños donativos que
Yo le envío, los
cuales son las cruces, como prenda de que me
acepta por Esposo, el
desposorio es formado y le hago la
donación de la dote.
Pero si no acepta los donativos, esto es,
no resignándose a mi
Voluntad, queda todo anulado, y a pesar
de que Yo quiero
dotarla no puedo, porque para formar un
esponsalicio se
necesita siempre la voluntad de ambas partes,
y el alma no aceptando
los donativos, significa que no quiere
aceptar el
esponsalicio”.
+ + +
9-43
Septiembre 2, 1910
Estaba pensando en
Jesús cuando llevaba la cruz al
calvario,
especialmente cuando encontró a las mujeres, que
olvidó sus dolores y
se ocupó en consolar, oír, instruir a
aquellas pobres
mujeres. Cómo todo era amor en Jesús; Él
190
tenía necesidad de ser
consolado, en cambio consuela, y en
qué estado consuela,
estaba todo cubierto de llagas,
traspasada la cabeza
por punzantes espinas, jadeante y casi
muriendo bajo la cruz,
y consuela a los demás, ¡qué ejemplo!
¡Qué vergüenza para
nosotros, que basta una pequeña cruz
para hacernos olvidar
el deber de consolar a los demás!
Entonces recordaba
cuantas veces, encontrándome yo
oprimida por los
sufrimientos o por las privaciones de Jesús
que me traspasaban, me
laceraban de lado a lado mi interior, y
encontrándome rodeada
de personas, Jesús me incitaba a
imitarlo en este paso
de su Pasión, y yo, si bien amargada
hasta la médula de los
huesos, me esforzaba en olvidarme de
mí misma para consolar
e instruir a los demás. Y ahora,
encontrándome libre y
exenta de tratar con personas, gracias a
la obediencia,
agradecía a Jesús que no me encontraba más
en estas
circunstancias; ahora siento que respiro un aire más
libre para poderme
ocupar sólo de mí misma. Y Jesús
moviéndose en mi
interior me ha dicho:
“Hija mía, sin
embargo, para Mí era un alivio y me sentía
como restaurado,
especialmente en aquellos que venían para
hacer el bien. En
estos tiempos falta verdaderamente quien
infunda el verdadero
espíritu interno en las almas, porque no
teniéndolo, no saben
infundirlo en los demás, y las almas
aprenden a ser
susceptibles, escrupulosas, ligeras, sin
verdadero fondo de
desapego de todo y de todos, y esto
produce virtudes
estériles, que hacen por florecer y mueren.
Algunos creen hacer
progreso en las almas porque llegan a la
minuciosidad y a la
escrupulosidad; pero en lugar de progreso
son verdaderos
obstáculos que arruinan las almas, y mi amor
queda en ayunas en
ellas. Entonces, habiéndote Yo dado
mucha luz sobre los
caminos internos, y habiéndote hecho
comprender la verdad
de las verdaderas virtudes y del
verdadero amor,
encontrándote tú en la verdad, Yo podría por
boca tuya hacer
comprender a los demás la verdad del
verdadero camino de
las virtudes, y Yo por ello me sentiría
contento”.
Y yo: “Pero Jesús
bendito, después del sacrificio que yo
hacía, esas personas
iban diciendo chismes y habladurías, y la
obediencia justamente
ha prohibido que vengan las personas”.
Y Jesús: “Esta es la
equivocación, que se ponga atención a
las habladurías y no
al bien que se debe hacer. También de Mí
se dijeron muchos
chismes, y si hubiera puesto atención a esto
no habría cumplido la
Redención del hombre, por eso se debe
191
pensar en lo que se
debe hacer, y no en lo que se dice; las
habladurías quedan a
cuenta de quien las dice”.
+ + +
10-2
Noviembre 12, 1910
Estaba pensando en el
bendito Jesús cuando llevaba la cruz
al calvario, especialmente
cuando encontró a la Verónica, que
le ofreció el lienzo
para secar su rostro bañado en sangre, y
decía a mi amable
Jesús: “Amor mío, Jesús, corazón de mi
corazón, si la
Verónica te ofreció el lienzo, yo no quiero
ofrecerte lienzos para
secarte la sangre, sino que te ofrezco mi
corazón, mi latido
continuo, todo mi amor, mi pequeña
inteligencia, el
respiro, la circulación de mi sangre, los
movimientos, todo mi
ser para enjugarte la sangre, y no sólo de
tu rostro sino de toda
tu santísima Humanidad, intento
desmenuzarme en tantos
pedazos por cuantas son tus llagas,
tus dolores, tus
amarguras, las gotas de sangre que derramas,
para poner en todos
tus sufrimientos, dónde mi amor, dónde un
alivio, dónde un beso,
dónde una reparación, dónde un
compadecimiento, dónde
un agradecimiento, etc., no quiero
que quede ninguna
parte de mi ser, ninguna gota de mi sangre
que no se ocupe de Ti,
pero, ¿sabes oh Jesús qué
recompensa quiero? Que
en todas las partes de mi ser me
imprimas, me selles tu
imagen, a fin de que encontrándote en
todo y dondequiera,
pueda multiplicar mi amor”. Y tantos otros
disparates que decía.
Ahora, habiendo recibido la comunión, y
mirando en mí misma,
veía en todas las partecitas de mi ser a
Jesús todo entero
dentro de una llama, y esta llama decía
amor, y Jesús me ha
dicho:
“He aquí que he
contentado a mi hija; por cuantos modos se
ha dado a Mí, en otros
tantos y triplicados modos me he
donado a ella”.
+ + +
11-75
Abril 10, 1914
Esta mañana mi siempre
amable Jesús ha venido crucificado
y me participaba sus
penas, y me ha atraído hacia Él en el mar
de su Pasión, tanto,
que casi paso a paso la seguía. ¿Pero
quién puede decir todo
lo que comprendía?
Es tanto que no sé por
dónde empezar, diré sólo que al verle
arrancar la corona de
espinas, las espinas mismas obstruían el
192
paso a la sangre y no
la dejaban salir del todo, pero al
arrancarle la corona
de espinas esa sangre ha brotado fuera
por aquellas heridas y
le chorreaba a grandes ríos sobre el
rostro, sobre los
cabellos y después descendía por toda la
persona de Jesús.
Y Jesús: “Hija, estas
espinas que me atraviesan la cabeza,
pincharán el orgullo,
la soberbia, las llagas más ocultas de las
almas para hacerles
salir fuera el pus que contienen, y las
espinas tintas en mi
sangre las sanarán y les restituirán la
corona que el pecado
les había quitado”.
+ + +
14-6
Febrero 24, 1922
Encontrándome en mi
habitual estado, mi siempre adorable
Jesús se hacía ver en
el momento de tomar la cruz para
ponerla sobre su
santísimo hombro, y me ha dicho:
“Hija mía, cuando
recibí la cruz la miré de arriba a abajo para
ver el lugar que
tomaba en mi cruz cada alma, y entre tantas,
miré con más amor y
puse atención especial a aquéllas que
habrían estado
resignadas y habrían hecho vida en mi
Voluntad, las miré y
vi su cruz ancha y larga como la mía,
porque mi Voluntad
suplía a lo que a su cruz le faltaba, y la
alargaba y ensanchaba
como la mía. ¡Oh! cómo sobresalía tu
cruz larga, larga por
tantos años de cama, sufrida sólo para
cumplir mi Voluntad.
La mía era sólo para cumplir la Voluntad
de mi Padre Celestial,
la tuya para cumplir la mía; una hacía
honor a la otra, y
como una y otra contenían la misma medida
se confundían juntas.
Ahora, mi Voluntad
tiene la virtud de ablandar la dureza, de
endulzar la amargura,
de alargar y ensanchar las cosas
pequeñas, por eso
cuando sentí la cruz sobre mi hombro, sentí
también la suavidad,
la dulzura de la cruz de las almas que
habrían sufrido en mi
Querer, ¡ah! mi corazón tuvo un respiro
de alivio, y la
suavidad de las cruces de ellas hizo adaptar la
cruz sobre mi hombro,
y se hundió tanto que me hizo una llaga
profunda, y si bien me
dio un dolor acerbo, sentía al mismo
tiempo la suavidad y
la dulzura de las almas que habrían
sufrido en mi Querer.
Y como mi Voluntad es eterna, su sufrir,
sus reparaciones, sus
actos, corrían en cada gota de mi
sangre, corrían en
cada llaga, en cada ofensa; mi Querer las
hacía encontrarse como
presentes a las ofensas pasadas,
desde que el primer
hombre pecó; a las presentes y a las
193
futuras; eran propiamente
ellas las que me daban nuevamente
los derechos de mi
Querer, y Yo, por amor de ellas decretaba
la Redención, y si los
demás toman parte de Ella, es por causa
de éstas que pueden
hacerlo. No hay bien que Yo conceda, ni
en el Cielo ni en la
tierra, que no sea por causa de ellas.”
+ + +
194
195
DECIMONOVENA HORA
De las 11 a las 12 del
día
La Crucifixión de
Jesús
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la
oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y
fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis
brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu
corazón empiezo:
Jesús, Mamá mía,
vengan a escribir conmigo, préstenme
sus santísimas manos a
fin de que pueda escribir lo que a
Ustedes les plazca y
sólo lo que quieran.
Amor mío, Jesús, ya
estás despojado de tus vestiduras, tu
santísimo cuerpo está
tan lacerado, que pareces un cordero
desollado, veo que
tiemblas de cabeza a pies, y no
sosteniéndote de pie,
mientras tus enemigos te preparan la
cruz Tú te dejas caer
a tierra en este monte. Mi bien y mi todo,
el corazón se me
oprime por el dolor al verte chorreando
sangre por todas
partes de tu santísimo cuerpo y todo llagado
de cabeza a pies.
Jesús coronado de
espinas por tercera vez
Tus enemigos,
cansados, pero no satisfechos, al desnudarte
han arrancado de tu
santísima cabeza, con indecible dolor, la
corona de espinas, y
después te la han clavado de nuevo entre
dolores inauditos,
traspasando con nuevas heridas tu
sacratísima cabeza.
Ah, Tú reparas la perfidia y la obstinación
en el pecado,
especialmente de soberbia. Jesús, veo que si el
amor no te empujase
más arriba, Tú habrías muerto por la
acerbidad del dolor
que sufriste en esta tercera coronación de
espinas.
Pero veo que no puedes
resistir el dolor, y con aquellos ojos
velados por la sangre,
miras para ver si al menos uno se
acerca a Ti para
sostenerte en tanto dolor y confusión. Dulce
bien mío, amada vida
mía, aquí no estás solo como en la
noche de la Pasión,
está la doliente Mamá, que lacerada en su
corazón sufre tantas
muertes por cuantas penas Tú sufres. Oh
Jesús, también está la
amante Magdalena, parece enloquecida
por causa de tus
penas; el fiel Juan, que parece enmudecido
por la fuerza del
dolor de tu Pasión.
Aquí es el monte de
los amantes, no puedes estar solo. Pero
dime amor mío, ¿a
quién quisieras para sostenerte en tanto
196
dolor? Ah, permíteme
que venga yo a sostenerte. Soy yo quien
tiene más necesidad
que todos; la amada Mamá, con los
demás, me ceden el
puesto, y yo, oh Jesús, me acerco a Ti, te
abrazo y te ruego que
apoyes tu cabeza sobre mis hombros y
que me hagas sentir en
mi cabeza tus espinas.
Quiero poner mi cabeza
junto a la tuya, no sólo para sentir
tus espinas sino
también para lavar con tu preciosísima sangre
que te escurre de la
cabeza, todos mis pensamientos, a fin de
que puedan estar todos
en actitud de repararte cualquier
ofensa de pensamiento
que cometan todas las criaturas.
Mi amor, ah,
estréchate a mí, quiero besar una por una las
gotas de sangre que
chorrean sobre tu santísimo rostro; y
mientras las adoro una
por una, te ruego que cada gota de esta
sangre sea luz a cada
mente de criatura, para hacer que
ninguna te ofenda con
pensamientos malos, pero mientras te
tengo estrechado y
apoyado en mí, te miro, oh Jesús, y veo
que miras la cruz que
los enemigos te preparan, oyes los
golpes que dan a la
cruz para hacerle los agujeros donde te
clavarán; escucho oh
mi Jesús, a tu corazón latir fuertemente y
casi estremeciéndose,
anhelando el lecho para Ti más
apetecible, donde, si
bien con dolor indescriptible, sellarás en
Ti la salvación de
nuestras almas. Ah, te oigo decir:
«Amor mío, amada cruz,
precioso lecho mío, Tú has sido mi
martirio en vida y
ahora eres mi reposo; ¡oh cruz, recíbeme
pronto en tus brazos,
Yo estoy impaciente de tanto esperar,
cruz santa, en ti
vendré a dar cumplimiento a todo, pronto oh
cruz, cumple mis
deseos ardientes que me consumen de dar
vida a las almas, y
estas vidas serán selladas por ti, oh cruz!
¡Oh cruz, no tardes
más, con ansia espero extenderme
sobre ti para abrir el
Cielo a todos mis hijos y cerrar el infierno!
Oh cruz, es verdad que
tú eres mi batalla, pero eres también mi
victoria y mi triunfo
completo, y en ti daré abundantes
herencias, victorias,
triunfos y coronas a mis hijos».
¿Pero quién puede
decir todo lo que mi dulce Jesús dice a la
cruz? Pero mientras
Jesús se desahoga con la cruz, los
enemigos le ordenan
extenderse sobre ella y Tú pronto
obedeces a su querer
para reparar nuestras desobediencias.
Amor mío, antes de que
te extiendas sobre la cruz, permíteme
que te estreche más
fuerte a mi corazón y que te dé un beso;
escucha oh Jesús, no
quiero dejarte, quiero venir junto contigo
a extenderme sobre la
cruz y permanecer clavada contigo. El
verdadero amor no
soporta separación de ningún tipo.
Tú perdonarás la
osadía de mi amor y me concederás el
quedarme crucificada
contigo. Mira tierno amor mío, no soy
197
sólo yo quien esto te
pide, sino también la doliente Mamá, la
inseparable Magdalena,
el predilecto Juan, todos te dicen que
les sería más
soportable el permanecer crucificados contigo,
que asistir a verte a
Ti crucificado. Por eso junto contigo me
ofrezco al eterno
Padre, fundida con tu Voluntad, con tu amor,
con tus reparaciones,
con tu mismo corazón y con todas tus
penas. Ah, parece que
mi dolorido Jesús me dice:
«Hija mía, has
previsto mi amor, esta es mi Voluntad, que
todos aquellos que me
aman queden crucificados conmigo. Ah
sí, ven también a
extenderte conmigo sobre la cruz; te daré
vida de mi vida y te
tendré como la predilecta de mi corazón».
La crucifixión
Y he aquí dulce bien
mío que te extiendes sobre la cruz,
miras a los verdugos
que tienen en las manos clavos y martillo
para clavarte, con
tanto amor y dulzura, que les haces una
dulce invitación para
que pronto te crucifiquen.
Y ellos, si bien
sienten repugnancia, con ferocidad inhumana
te toman la mano
derecha, ponen el clavo, y con golpes de
martillo lo hacen
salir por el otro lado de la cruz, pero es tal y
tanto el dolor que
sufres, oh mi Jesús, que te estremeces, la
luz de tus bellos ojos
se eclipsa, tu rostro santísimo palidece y
se hace lívido.
Diestra bendita, te beso, te compadezco, te
adoro y te agradezco
por mí y por todos.
Y por cuantos golpes
recibiste, tantas almas te pido en este
momento que liberes de
la condena del infierno; por cuantas
gotas de sangre
derramaste, tantas almas te ruego que laves
en esta sangre
preciosa; y por el dolor acerbo que sufriste,
especialmente cuando
te la clavaron a la cruz, de modo de
desgarrarte los
nervios de los brazos, te ruego que abras a
todos el Cielo y que
bendigas a todos, y pueda tu bendición
llamar a la conversión
a los pecadores, y a la luz de la fe a los
herejes y a los
infieles.
Oh Jesús, dulce vida
mía, habiendo terminado de clavar la
mano derecha, los
enemigos con crueldad inaudita te toman la
izquierda, te la tiran
tanto para hacer que llegue al agujero
preparado, que sientes
dislocarse las articulaciones de los
brazos y de los
hombros, y por la fuerza del dolor, las piernas
quedan contraídas y
con movimientos convulsos.
Mano izquierda de mi
Jesús, te beso, te compadezco, te
adoro y te agradezco;
te ruego por cuantos golpes y dolores
sufriste cuando te
clavaron el clavo, que me concedas tantas
almas en este momento
para hacerlas volar del purgatorio al
198
Cielo; y por la sangre
que derramaste te ruego que extingas las
llamas que queman a
aquellas almas, y sirva a todas de
refrigerio y de baño
saludable para purificarlas de todas las
manchas, para
disponerlas a la visión beatífica.
Amor mío y mi todo,
por el agudo dolor sufrido cuando te
clavaron el clavo en
la mano izquierda, te ruego que cierres el
infierno a todas las
almas, y que detengas los rayos de la
divina Justicia,
desafortunadamente irritada por nuestras
culpas. Ah Jesús, haz
que este clavo en tu bendita mano
izquierda sea llave
que cierre la divina Justicia, para hacer que
no lluevan los
flagelos sobre la tierra, y abra los tesoros de la
divina Misericordia en
favor de todos, por eso te ruego que nos
estreches entre tus
brazos.
Ya has quedado
incapacitado para todo, y nosotros hemos
quedado libres para
poderte hacer todo; por lo tanto pongo en
tus brazos al mundo y
a todas las generaciones, y te ruego
amor mío con las voces
de tu misma sangre, que no niegues el
perdón a ninguno, y
por los méritos de tu preciosísima sangre,
te pido la salvación y
la gracia para todos, no excluyas a
ninguno, oh mi Jesús.
Amor mío, Jesús, tus
enemigos no están contentos aún, con
ferocidad diabólica
toman tus santísimos pies, siempre
incansables en la
búsqueda de almas, y contraídos como
estaban por la fuerza
del dolor de las manos, los tiran tanto,
que quedan dislocadas
las rodillas, las costillas y todos los
huesos del pecho.
Mi corazón no soporta,
oh mi bien, te veo que por la fuerza
del dolor tus bellos
ojos eclipsados y velados por la sangre se
contraen, tus labios
lívidos e hinchados por los golpes se
tuercen, tus mejillas
se hunden, los dientes se aprietan, el
pecho jadeante, el
corazón por la fuerza del estiramiento de las
manos y de los pies,
queda todo desquiciado. ¡Amor mío, con
que ganas tomaría tu
lugar para evitarte tanto dolor! Quiero
distenderme sobre
todos tus miembros para darte en todo un
alivio, un beso, un
consuelo, una reparación por todos.
Jesús mío, veo que
ponen un pie sobre el otro y con un
clavo, por añadidura
despuntado, te clavan tus santísimos pies,
oh mi Jesús, permíteme
que mientras te los traspasa el clavo,
te ponga en el pie
derecho a todos los sacerdotes, para que
sean luz a los
pueblos, especialmente a aquellos que no llevan
una vida buena y
santa; y en el pie izquierdo a todos los
pueblos, a fin de que
reciban luz de los sacerdotes, los
respeten y les sean
obedientes; y conforme el clavo traspasa
199
tus pies, así traspase
a los sacerdotes y a los pueblos, a fin de
que unos y otros no se
puedan separar de Ti.
Pies benditos de
Jesús, os beso, os compadezco, os adoro y
os agradezco; y te
ruego, oh Jesús, por los agudísimos dolores
que sufriste cuando
por los estiramientos que te hicieron te
dislocaron todos los
huesos, y por la sangre que derramaste,
que encierres a todas
las almas en las llagas de tus santísimos
pies, no desdeñes a
ninguna, oh Jesús; tus clavos crucifiquen
nuestras potencias a
fin de que no se aparten de Ti; nuestro
corazón, a fin de que
se fije siempre y solamente en Ti; todos
nuestros sentimientos
queden clavados por tus clavos a fin de
que no tomen ningún
gusto que no venga de Ti.
Oh mi Jesús
crucificado, te veo todo ensangrentado,
nadando en un baño de
sangre, y estas gotas de sangre no te
dicen otra cosa sino:
¡Almas! Es más, en cada una de estas
gotas de tu sangre veo
moverse almas de todos los siglos; así
que a todas nos
contenías en Ti, oh Jesús. Por la potencia de
esta sangre te pido
que ninguna huya de Ti.
Oh mi Jesús, hasta que
los verdugos terminan de clavarte
los pies, yo me acerco
a tu corazón, veo que no puedes más,
pero el amor grita más
fuerte:
«¡Más penas aún!»
Mi Jesús, te abrazo,
te beso, te compadezco, te adoro, te
agradezco por mí y por
todos. Jesús, quiero apoyar mi cabeza
sobre tu corazón para
sentir lo que sufres en esta dolorosa
crucifixión.
Ah, siento que cada
golpe de martillo hace eco en tu
corazón; este corazón
es el centro de todo, y de él comienzan
los dolores y en él
terminan. Ah, si no fuera porque esperas
una lanza para ser
traspasado, las llamas de tu amor y la
sangre que regurgita
en torno a tu corazón, se hubieran abierto
camino y ya te lo
habrían traspasado.
Estas llamas y esta
sangre llaman a las almas amantes a
hacer feliz estancia
en tu corazón, y yo, oh Jesús, te pido, por
amor de este corazón y
por tu santísima sangre, la santidad de
las almas, y a
aquellas que te aman, oh Jesús, no las dejes
salir jamás de tu
corazón, y con tu gracia multiplica las
vocaciones de las
almas víctimas que continúen tu vida sobre
la tierra. Tú
quisieras dar un puesto distinto en tu corazón a las
almas amantes, haz que
este puesto no lo pierdan jamás.
Oh Jesús, las llamas
de tu corazón me abrasen y me
consuman, que tu
sangre me embellezca, que tu amor me
tenga siempre clavada
al amor con el dolor y con la reparación.
200
Oh mi Jesús, ya los
verdugos han clavado tus manos y tus
pies a la cruz, y
volteándola para remachar los clavos obligan a
tu rostro adorable a
tocar la tierra empapada por tu misma
sangre, y Tú con tu
boca divina la besas intentando con este
beso besar a todas las
almas y vincularlas a tu amor, sellando
con esto su salvación.
Oh Jesús, quiero tomar yo tu lugar para
que tu sacratísimo
cuerpo no toque esa tierra impregnada de tu
preciosa sangre;
quiero estrecharte entre mis brazos, y
mientras los verdugos
rematan los clavos haz que estos golpes
me hieran también a mí
y me claven toda a tu amor.
Pongo mi cabeza en la
tuya, y mientras las espinas se van
hundiendo siempre más
en tu santísima cabeza, quiero
ofrecerte, oh mi
Jesús, todos mis pensamientos como besos
para consolarte y
endulzar las amarguras de tus espinas.
Oh Jesús, pongo mis
ojos en los tuyos, y veo que tus
enemigos aún no están
saciados de insultarte y escarnecerte, y
yo quiero hacerte una
defensa con mi vista dándote miradas de
amor para endulzar tus
miradas divinas.
Pongo mi boca en la
tuya, veo tu lengua casi pegada al
paladar por la
amargura de la hiel y la sed ardiente. Para
aplacar tu sed, oh mi
Jesús, Tú quisieras todos los corazones
de las criaturas
rebosantes de amor, pero no teniéndolos te
abrazas cada vez más
por ellas. Oh Jesús, quiero enviarte ríos
de amor para mitigar
en algún modo la amargura de tu sed.
Oh mi Jesús, pongo mis
manos en las tuyas, veo que a cada
movimiento que haces,
las llagas se abren más y el dolor se
hace más intenso y
acerbo. Oh Jesús, quiero ofrecerte todas
las obras santas de
las criaturas para reconfortar y mitigar en
algún modo la amargura
de tus llagas.
Oh Jesús, pongo mis
pies en los tuyos, cuánto sufres, todos
los movimientos de tu
sacratísimo cuerpo parece que se
repercuten en los
pies, y no hay nadie a tu lado para
sostenerlos y mitigar
un poco la acerbidad de tus dolores.
Oh mi Jesús, quisiera
girar por todas las generaciones,
pasadas, presentes y
futuras, tomar todos sus pasos y
ponerlos en los tuyos
para sostenerte y endulzar tu dolor, es
más, quiero poner
también todos los pasos del Eterno y así
poder dar un verdadero
consuelo a tu divina Persona.
Oh mi Jesús, pongo mi
corazón en el tuyo, pobre corazón
cómo estás destrozado.
Si mueves los pies, los nervios de la
punta del corazón te
los sientes como arrancar; si mueves las
manos, los nervios de
arriba del corazón quedan estirados; oh
Jesús, si mueves la
cabeza, la boca del corazón mana sangre
y sufre la completa
crucifixión.
201
Oh mi Jesús, ¿cómo
puedo aliviar tanto dolor? Me difundiré
en todo Tú, pondré mi
corazón en el tuyo, mis deseos en tus
ardientes deseos, para
destruir los malos deseos de las
criaturas; difundiré
mi amor en el tuyo, y de él tomaré fuego
suficiente para
abrazar todos los corazones de las criaturas y
destruir los amores
profanos.
Me difundiré en tu
santísima Voluntad para poder aniquilar
cualquier acto
maligno. Y es así que tu corazón queda aliviado
y yo te prometo
mantenerme siempre clavada a este corazón
con los clavos de tus
deseos, de tu amor y de tu Voluntad. Y he
aquí, oh mi Jesús,
crucificado Tú, crucificada yo en Ti. Tú no
me permitirás que me
desclave en lo más mínimo de Ti, para
poderte amar y reparar
por todos y reconfortarte por las
ofensas que te hacen
las criaturas.
Jesús crucificado.
Junto con Él desarmamos a la divina
Justicia.
Y ahora, oh mi Jesús,
veo que tus enemigos levantan el
pesado madero y lo
dejan caer en el hoyo que han preparado;
y Tú, dulce amor mío,
quedas suspendido en el aire, entre el
Cielo y la tierra, y
es en este solemne momento que Tú te
diriges al Padre, y
con voz débil y apagada le dices:
«Padre Santo, estoy
aquí cargado con todos los pecados del
mundo, no hay pecado
que no recaiga sobre Mí, por eso no
descargues más sobre
el mundo los flagelos de la divina
Justicia, sino sobre
Mí, tu Hijo. Oh Padre, permíteme que ate
todas las almas a esta
cruz y con las voces de mi sangre y de
mis llagas responda
por ellas. Oh Padre, ¿no ves a qué estado
me he reducido? Es
desde esta cruz que Yo reconcilio Cielo y
tierra, y en virtud de
estos dolores concede a todos paz, perdón
y salvación.
Detén tu indignación
contra la pobre humanidad, contra mis
hijos; están ciegos y
no saben lo que hacen, por eso mírame
bien cómo he quedado
reducido por causa de ellos; si no te
mueves a compasión por
ellos, que te enternezca al menos
este mi rostro
ensuciado por escupitinas, cubierto de sangre,
amoratado e hinchado
por tantas bofetadas y golpes recibidos.
Piedad Padre mío, era
Yo el más bello de todos, y ahora estoy
todo desfigurado,
tanto, que no me reconozco más, he llegado
a ser la abominación
de todos, por eso a cualquier costo quiero
salva a la pobre
criatura».
Oh Jesús, mientras
estás crucificado sobre esta cruz, tu
alma no está más sobre
la tierra sino en los Cielos, con tu
202
divino Padre, para
defender y perorar la causa de las almas.
Crucificado amor mío,
también yo quiero seguirte ante el trono
del Eterno, y junto
contigo quiero desarmar la divina Justicia.
Hago mía tu santísima
Humanidad, unida con tu Voluntad y
junto contigo quiero
hacer lo que haces Tú; es más, permíteme
vida mía que corran
mis pensamientos en los tuyos, mi amor,
mi voluntad, mis
deseos en los tuyos, mis latidos corran en tu
corazón, todo mi ser
en Ti a fin de que no deje escapar nada y
repita acto por acto,
palabra por palabra todo lo que haces Tú.
Pero veo, crucificado
bien mío, que Tú, viendo al divino
Padre indignado contra
las criaturas, te postras ante Él y
escondes a todas las
criaturas dentro de tu santísima
Humanidad, poniéndonos
al seguro, a fin de que el Padre,
mirándonos en Ti, por
amor tuyo no arroje a la criatura de Sí. Y
si las mira enfadado
es porque muchas almas han desfigurado
la bella imagen creada
por Él, y no tienen otro pensamiento
que para ofenderlo, y
de la inteligencia que debía ocuparse en
comprenderlo forman
por el contrario un receptáculo donde
anidan todas las
culpas.
Tú, oh mi Jesús, para
aplacarlo atraes la atención del divino
Padre a mirar tu
santísima cabeza traspasada entre atroces
dolores, que tienen en
tu mente como clavadas todas las
inteligencias de las
criaturas, por las cuales, una por una
ofreces una expiación
para satisfacer a la divina Justicia.
¡Oh! cómo estas
espinas son ante la Majestad divina voces
piadosas que excusan
todos los malos pensamientos de las
criaturas. Jesús mío,
mis pensamientos con los tuyos son uno
solo, por eso junto
contigo ruego, imploro, reparo y excuso ante
la divina Majestad
todo el mal que se comete por todas las
inteligencias de las
criaturas; y permíteme que tome tus
espinas y tu misma
inteligencia, y junto contigo gire por todas
las criaturas y una tu
inteligencia a las de ellas, y con la
santidad de la tuya
les restituya la primera inteligencia, tal
como fue por Ti
creada; que con la santidad de tus
pensamientos reordene
todos los pensamientos de ellas en Ti
y con tus espinas
traspase todas las mentes de las criaturas y
te restituya el
dominio y el régimen de todas.
¡Ah! sí, oh mi Jesús,
sé Tú solo el dominador de cada
pensamiento, de cada
afecto, y de todas las gentes; rige Tú
solo cada cosa, sólo
así será renovada la faz de la tierra que
causa horror y
espanto.
Pero me doy cuenta
crucificado Jesús que continúas viendo
al divino Padre
enojado, que mira a las pobres criaturas y las
encuentra a todas
sucias de culpas, cubiertas con las más feas
203
suciedades, tanto de
dar asco a todo el Cielo. ¡Oh, cómo
queda horrorizada la
pureza de la mirada divina, no
reconociendo más como
obra de sus santísimas manos a la
pobre criatura! Más
bien parece que sean tantos monstruos
que ocupan la tierra y
que van atrayendo la indignación de la
mirada paterna; pero
Tú, oh mi Jesús, para aplacarlo, tratas de
endulzarlo cambiando
tus ojos con los suyos, haciéndole verlos
cubiertos de sangre e
hinchados de lágrimas, y lloras ante la
divina Majestad para
moverla a compasión por la desventura
de tantas pobres
criaturas, y oigo tu voz que dice:
«Padre mío, es cierto
que la ingrata criatura cada vez más
se va ensuciando con
las culpas, hasta no merecer ya tu
mirada paterna, pero
mírame a Mí, oh Padre, Yo quiero llorar
tanto ante Ti, para
formar un baño de lágrimas y de sangre
para lavar estas
suciedades con las cuales se han cubierto las
criaturas. Padre mío,
¿querrás acaso Tú rechazarme? No, no
lo puedes, soy tu
Hijo, y a la vez que soy tu Hijo soy también la
cabeza de todas las
criaturas, y ellas son mis miembros,
salvémoslas, oh Padre,
salvémoslas».
Mi Jesús, amor sin
fin, quisiera tener tus ojos para llorar ante
la Majestad Suprema
por la pérdida de tantas pobres criaturas
y por estos tiempos
tan tristes.2 Permíteme que tome tus
lágrimas y tus mismas
miradas, que son una con las mías, y
gire por todas las
criaturas; y para moverlas a compasión por
sus almas y por tu
amor les haré ver que Tú lloras por su
causa, y que mientras
se van ensuciando, Tú tienes
preparadas tus
lágrimas y tu sangre para lavarlas, y al verte
llorar se rendirán.
Ah, con estas tus
lágrimas permíteme que lave todas las
inmundicias de las
criaturas; que estas lágrimas las haga
descender en sus
corazones y pueda reblandecer a tantas
almas endurecidas en
la culpa y venza la obstinación de todos
los corazones; y con
tus miradas las penetre, de modo de
hacer que todos
dirijan sus miradas al Cielo para amarte, y no
las dirijan más a la
tierra para ofenderte; así el divino Padre no
desdeñará mirar a la
pobre humanidad.
Crucificado Jesús, veo
que el divino Padre aún no se aplaca
en su indignación,
porque mientras su paterna bondad, movida
por tanto amor hacia
la pobre criatura ha llenado Cielo y tierra
de tantas pruebas de
amor y de beneficios hacia ella, que casi
2 Desde aquí hasta el
final de esta hora no forma parte del escrito original de Luisa, fue
escrita entre el año
de 1916 y 1917, después de la primera edición (1915), y a petición
expresa de ella se
agregó. Por tanto, la frase “estos tiempos tan tristes” corresponde a los
sucesos de la primera
guerra mundial.
204
a cada paso y acto se
siente correr el amor y las gracias de
aquel corazón paterno,
la criatura siempre ingrata,
despreciando este amor
no lo quiere reconocer, más bien hace
frente a tanto amor
llenando el Cielo y la tierra de insultos,
desprecios y ultrajes,
y llega a pisotearlo bajo sus inmundos
pies, queriéndolo casi
destruir idolatrándose a sí misma.
¡Ah, todas estas
ofensas penetran hasta en los Cielos y
llegan ante la
Majestad divina, la Cual, oh cómo se indigna al
ver a la vilísima
criatura que llega hasta insultarla y ofenderla
en todos los modos!
Pero Tú, oh mi Jesús, siempre atento a
defendernos, con la
fuerza arrebatadora de tu amor obligas al
Padre a mirar tu
santísimo rostro cubierto de todos estos
insultos y desprecios,
y dices:
«Padre mío, no
rechaces a la pobre criatura, si la rechazas a
ella, a Mí me
rechazas; ¡ah! aplácate, todas estas ofensas las
tengo sobre mi rostro
que te responde por todas».
Jesús mío, ¿será
posible que nos ames tanto? Tu amor
tritura este mi pobre
corazón, y queriendo seguirte en todo,
permíteme que tome
este tu rostro santísimo para tenerlo en mi
poder, para mostrarlo
continuamente así desfigurado al Padre,
para moverlo a
compasión de la pobre humanidad, que está
tan oprimida bajo el
azote de la divina Justicia, que yace como
moribunda; permíteme
que me ponga en medio de todas las
criaturas y les haga
ver tu rostro tan desfigurado por su causa,
y las mueva a
compasión de sus almas y de tu amor; y que con
la luz que brota de
ese tu rostro y con la fuerza arrebatadora de
tu amor, les haga
comprender quién eres Tú y quiénes son
ellas que osan
ofenderte, y haga resurgir sus almas de en
medio de tantas culpas
en las cuales viven muriendo a la
gracia, y las haga
postrarse ante Ti, todas en acto de adorarte
y glorificarte.
Mi Jesús, crucificado
adorable, la criatura va siempre
irritando a la divina
Justicia, y desde su lengua hace resonar el
eco de horribles
blasfemias, voces de imprecaciones y
maldiciones,
conversaciones malas, concertaciones para
decidir cómo
destrozarse mejor entre ellas y llevar a cabo
matanzas. Ah, todas
estas voces ensordecen la tierra y
penetrando hasta en
los Cielos ensordecen el oído divino, el
cual, cansado de estos
ecos venenosos que la criatura le
manda, quisiera
deshacerse de ella arrojándola lejos de Sí,
porque todas esas
voces venenosas imprecan y claman
venganza y justicia
contra ellas mismas.
¡Oh, cómo la divina
Justicia se siente incitada a mandar
flagelos; cómo
encienden su furor contra la criatura tantas
205
blasfemias horrendas!
Pero Tú, oh mi Jesús, amándonos con
amor sumo, haces
frente a estas voces asesinas con tu voz
omnipotente y
creadora, en la cual recoges todas estas voces y
haces resonar en el
oído paterno tu voz dulcísima, para
tranquilizarlo por las
molestias que las criaturas le dan con
otras tantas voces de
bendiciones, de alabanzas, y gritas:
«¡Misericordia, gracias,
amor para la pobre criatura!»
Y para aplacarlo más
le muestras tu santísima boca y le
dices:
«Padre mío, mírame de
nuevo; no oigas las voces de las
criaturas sino escucha
la mía; soy Yo quien da satisfacción por
todas; por eso te
ruego que mires a la criatura, pero que la
mires en Mí, ¿si las
miras fuera de Mí qué será de ella? Es
débil, ignorante,
capaz sólo de hacer el mal, llena de todas las
miserias; piedad,
piedad de la pobre criatura, respondo Yo por
ellas con esta mi
lengua amargada por la hiel, reseca por la
sed, quemada y
abrazada por el amor».
Mi amargado Jesús, mi
voz en la tuya quiere hacer frente a
todas estas ofensas, y
permíteme que tome tu lengua, tus
labios y gire por
todas las criaturas y toque sus lenguas con la
tuya, a fin de que
ellas sintiendo en el momento de ofenderte la
amargura de la tuya,
si no por amor, al menos por la amargura
que sienten no
blasfemen; déjame que toque sus labios con los
tuyos, a fin de que
apague el fuego de la culpa sobre los labios
de todas ellas, y con
tu voz omnipotente, haciéndola resonar
en todos los pechos,
pueda detener la corriente de todas las
voces malas, y cambiar
todas las voces humanas en
bendiciones y
alabanzas.
Crucificado bien mío,
la criatura ante tanto amor y dolor tuyo
no se rinde aún, por
el contrario, despreciándote va agregando
culpas a culpas,
cometiendo sacrilegios enormes, homicidios,
suicidios, fraudes,
engaños y traiciones. Ah, todas estas obras
malas hacen más
pesados los brazos paternos, y el Padre, no
pudiendo sostener el
peso está a punto de dejarlos caer y
verter sobre la tierra
furor y destrucción.
Y Tú, oh mi Jesús,
para arrancar a la criatura del furor divino,
temiendo verla
destruida, extiendes tus brazos y estrechas los
brazos paternos, a fin
de que no los deje caer para destruir a la
criatura, y ayudándolo
con los tuyos a sostener el peso lo
desarmas, e impides
que la Justicia actúe; y para moverlo a
compasión por la
mísera humanidad y enternecerlo, le dices
con la voz más
insinuante:
«Padre mío, mira estas
manos destrozadas y estos clavos
que me las traspasan,
que me clavan junto a todas estas obras
206
malas. Ah, es en estas
manos que siento todos los dolores que
me dan todas estas
obras malas. ¿No estás contento Padre
mío con mis dolores?
¿No son tal vez capaces de satisfacerte?
Ah, estos mis brazos
dislocados serán siempre cadenas que
tendrán estrechada a
la pobre criatura, a fin de que no me
huya, sólo alguna que
quisiera arrancarse a viva fuerza; y
estos mis brazos serán
cadenas amorosas que te atarán,
Padre mío, para
impedir que Tú destruyas a la pobre criatura,
es más, te atraeré
siempre más hacia ella para que viertas
sobre ella tus gracias
y tus misericordias».
Mi Jesús, tu amor es
un dulce encanto para mí y me empuja
a hacer lo que haces
Tú, por eso dame tus brazos, porque
junto contigo quiero
impedir, a costa de cualquier pena, que la
divina Justicia haga
su curso contra la pobre humanidad; con la
sangre que escurre de
tus manos quiero apagar el fuego de la
culpa que la enciende
y calmar su furor; y para mover al Padre
a piedad de las
criaturas, permíteme que yo ponga en tus
brazos los tantos miembros
destrozados, los gemidos de tantos
pobres heridos, los
tantos corazones doloridos y oprimidos, y
permíteme que gire por
todas las criaturas y las ponga a todas
en tus brazos, a fin
de que todas regresen a tu corazón, y
permíteme que con la
potencia de tus manos creadoras
detenga la corriente
de tantas obras malas y aparte a todos de
obrar el mal.
Mi amable Jesús
crucificado, la criatura no está satisfecha
aún de ofenderte,
quiere beber hasta el fondo toda la hez de la
culpa y corre como
enloquecida en el camino del mal, se
precipita de culpa en
culpa, desobedece tus leyes y
desconociéndote se
rebela contra Ti, y casi sólo por darte dolor
quiere irse al
infierno.
¡Oh! cómo se indigna
la Majestad Suprema, y Tú, oh mi
Jesús, triunfando
sobre todo, y también sobre la obstinación de
las criaturas, para
aplacar al divino Padre le muestras toda tu
santísima Humanidad
lacerada, dislocada, desgarrada en
modo horrible, y tus
santísimos pies traspasados, en los cuales
contienes todos los
pasos de las criaturas que te dan dolores
mortales, tanto, que
están contraídos por la atrocidad de los
dolores; y escucho tu
voz más que nunca conmovedora, como
a punto de apagarse,
que quiere vencer por fuerza de amor y
de dolor a la criatura
y triunfar sobre el corazón paterno, que
dice:
«Padre mío, mírame, de
la cabeza a los pies no hay parte
sana en Mí, no tengo
donde hacerme abrir otras llagas y
procurarme otros
dolores; si no te aplacas ante este
207
espectáculo de amor y
de dolor, ¿quién podrá aplacarte? Oh
criaturas, ¿si no os
rendís ante tanto amor, ¿qué esperanza os
queda de convertiros?
Estas mis llagas y esta sangre serán
siempre voces que
llamarán del Cielo a la tierra gracias de
arrepentimiento, de
perdón y compasión por la pobre
humanidad».
Mi Jesús, te veo en
estado de violencia para aplacar al
Padre y para vencer a
la pobre criatura, por eso permíteme que
tome tus santísimos
pies y gire por todas las criaturas, y ate
sus pasos a tus pies,
a fin de que si quieren caminar por el
camino del mal,
sintiendo las cadenas que tienes puestas entre
Tú y ellas, no lo
podrán hacer. Ah, con estos tus pies hazles
retroceder del camino
del mal y ponlas sobre el camino del
bien, haciéndolas más
dóciles a tus leyes, y con tus clavos
cierra el infierno
para que nadie más caiga en él.
Mi Jesús, amante
crucificado, veo que no puedes más, la
tensión terrible que
sufres sobre la cruz, el crujido continuo de
tus huesos que se
dislocan cada vez más a cada pequeño
movimiento, las carnes
que se abren cada vez más, las
repetidas ofensas que
te llegan, repitiéndote una pasión y
muerte más dolorosa,
la sed ardiente que te consume, las
penas internas que te
sofocan de amargura, de dolor y de
amor, y en tantos
martirios tuyos la ingratitud humana que te
hace frente y que
penetra como ola impetuosa hasta dentro de
tu corazón traspasado,
ah, tanto te aplastan, que tu santísima
Humanidad, no
resistiendo bajo el peso de tantos martirios está
por sucumbir, y como
delirando de amor y de sufrimiento pide
ayuda y piedad.
Crucificado Jesús, ¿será posible que Tú, que
riges todo y das vida a
todos pidas ayuda?
¡Ah, cómo quisiera
penetrar en cada gota de tu sangre y
derramar la mía para
endulzarte cada llaga, para mitigar el
dolor de cada espina,
para hacer menos dolorosas sus
pinchaduras, para
aliviar en cada pena interior de tu corazón la
intensidad de tus
amarguras!
Quisiera darte vida
por vida, y si me fuera posible quisiera
desclavarte de la cruz
para ponerme en lugar tuyo, pero veo
que soy nada y nada
puedo, soy demasiado insignificante, por
eso dame a Ti mismo,
tomaré vida en Ti y te daré a Ti mismo,
así contentarás mis
ansias. Desgarrado Jesús, veo que tu
santísima Humanidad
termina, no por Ti, sino para cumplir en
todo nuestra
Redención. Tienes necesidad de ayuda divina, y
por eso te arrojas en
los brazos paternos y pides ayuda y
auxilio.
208
¡Oh! cómo se enternece
el divino Padre al mirar el horrendo
desgarro de tu
santísima Humanidad, el trabajo terrible que la
culpa ha hecho en tus
santísimos miembros, y para contentar
tus ansias de amor te
estrecha a su corazón paterno y te da las
ayudas necesarias para
cumplir nuestra Redención.
Y mientras te
estrecha, sientes en tu corazón repetirse más
fuertemente los golpes
sobre los clavos, los azotes de los
flagelos, las
laceraciones de las llagas, las pinchaduras de las
espinas. ¡Oh, cómo
queda conmovido el Padre! ¡Cómo se
indigna viendo que
todas estas penas te las dan hasta en tu
corazón, aun las almas
a Ti consagradas! Y en su dolor te dice:
«¿Será posible Hijo
mío, que ni siquiera la parte elegida por
Ti esté contigo? Al
contrario, parece que piden refugio y alojo
en este tu corazón
para amargarte y darte una muerte más
dolorosa, y lo que es
más, todos estos dolores que te dan
están escondidos y
cubiertos por hipocresías. ¡Ah! Hijo, no
puedo contener más la
indignación por la ingratitud de estas
almas, las cuales me
dan más dolor que todas las otras
criaturas juntas»
Pero Tú, oh mi Jesús,
triunfando sobre todo defiendes a
estas almas, y con el
amor inmenso de tu corazón das
reparación por las
olas de amarguras y de heridas que éstas te
dan; y para aplacar al
Padre le dices:
«Padre mío, mira este
mi corazón, todos estos dolores te
satisfacen, y por
cuanto más acerbos tanto más potentes sobre
tu corazón de Padre
para obtenerles gracias, luz y perdón.
Padre mío, no las
rechaces, ellas serán mis defensoras,
continuarán mi vida
sobre la tierra».
Oh, mi Jesús, dame tu
corazón, a fin de que ponga en él mi
beso, y con mi latido
te restituya el amor y los afectos de todas
las almas consagradas
a Ti. Permíteme que gire por todas
ellas, y ponga en
ellas tu corazón, y al toque de él, las almas
frías se enfervoricen,
se sacudan las tibias, este toque vuelva a
llamar a las
desviadas, y haga regresar en ellas las tantas
gracias rechazadas.
Este tu corazón está
sofocado por el dolor y por la amargura
al ver los tantos
designios que tenías sobre ellas, y que por su
incorrespondencia no
se han llevado a cabo, pero con el darles
la vida de este
corazón tendrán cumplimiento, de manera que
ellas estarán en ti, y
en torno a ti, no más para ofenderte, sino
para repararte,
consolarte y defenderte.
Vida mía, crucificado
Jesús, veo que aún agonizas sobre la
cruz, no habiendo sido
correspondido tu amor para dar
cumplimiento a todo.
También yo agonizo junto contigo y llamo
209
a todos ustedes,
ángeles, santos, venid al monte calvario a
mirar los excesos y
las locuras de amor de un Dios.
Besemos sus llagas
sangrantes, adorémoslas, sostengamos
esos miembros
lacerados, agradezcamos a Jesús por la
Redención; demos una
mirada a la traspasada Madre, que
tantas penas y muertes
siente en su inmaculado corazón por
cuantas penas ve en su
Hijo Dios; sus mismos vestidos están
mojados de la sangre
que está esparcida por todo el monte
calvario.
Por eso, todos juntos
tomemos esta sangre y roguemos a la
doliente Madre que se
una a nosotros, dividámonos por todo el
mundo y vayamos en
ayuda de todos, ayudemos a los
vacilantes, a fin de
que no perezcan; a los caídos, para que se
levanten; a aquellos
que están por caer, para que no caigan;
demos esta sangre a
tantos pobres ciegos a fin de que
resplandezca en ellos
la luz de la verdad; y en modo especial
pongámonos en medio de
los pobres combatientes, seamos
para ellos vigilantes
centinelas.
Si están por caer
alcanzados por los proyectiles
recibámoslos en
nuestros brazos para confortarlos, a fin de que
si son abandonados por
todos, si están impacientes por su
triste suerte, demos a
ellos esta sangre para que se resignen y
se mitigue la
atrocidad de sus dolores; y si vemos que hay
almas que están a
punto de caer en el infierno, demos a ellas
esta sangre divina que
contiene el precio de la Redención y
arrebatémoslas a
Satanás.
Y mientras tengo a
Jesús estrechado a mi corazón para
tenerlo defendido y
reparado de todo, pondré a todos en este
corazón a fin de que
todos podamos obtener gracia eficaz de
conversión, de fuerza
y salvación. Y ahora, volvamos al monte
calvario para asistir
a la muerte de nuestro crucificado Jesús.
Oh Jesús, la sangre a
ríos escurre de tus manos y de tus
pies, y los ángeles
haciéndote corona, admiran los portentos
de tu inmenso amor,
veo a tu Mamá a los pies de la cruz,
traspasada por el
dolor, a tu amada Magdalena y al predilecto
Juan, y todos en un
éxtasis de estupor.
Oh Jesús, me uno a Ti,
me estrecho a tu cruz, tomo todas
las gotas de esta
sangre y las pongo en mi corazón, y cuando
vea a tu Justicia
irritada contra los pecadores, te mostraré esta
sangre para aplacarte;
cuando vea almas obstinadas en la
culpa, te mostraré
esta sangre y en virtud de ella no rechazarás
mi oración, porque
tengo la prenda en mis manos.
210
Y ahora, crucificado
bien mío, a nombre de todas las
generaciones, pasadas,
presentes y futuras, junto con tu Mamá
y con todos los
ángeles, me postro ante Ti y te digo:
«Te adoramos, oh Cristo
y te bendecimos, porque con tu
santa cruz has
redimido al mundo».
+ + +
Reflexiones de la
Decimonovena Hora (11 AM)
11-66
Noviembre 18, 1913
Estaba pensando en mi
pobre estado y cómo aun la cruz se
ha alejado de mí, y
Jesús en mi interior me ha dicho:
“Hija mía, cuando dos
voluntades están opuestas entre ellas,
una forma la cruz de
la otra; así es entre Yo y las criaturas:
Cuando su voluntad
está opuesta a la Mía, Yo formo la cruz de
ellas y ellas la cruz
mía, así que Yo soy el asta larga de la cruz
y ellas la corta, que
cruzándose forman la cruz. Ahora, cuando
la voluntad del alma
se une con la Mía, las astas no quedan
más cruzadas, sino
unidas entre ellas, y por lo tanto la cruz no
es más cruz, ¿has
entendido? Y además, Yo santifiqué a la
cruz, no la cruz a Mí,
así que no es la cruz la que santifica, es
la resignación a mi
Voluntad lo que santifica la cruz; por lo
tanto, también la cruz
tanto de bien puede obrar por cuanta
conexión se tiene con
mi Voluntad, no sólo esto, la cruz
santifica, crucifica
parte de la persona, pero a mi Voluntad no
se le escapa nada,
santifica todo y crucifica los pensamientos,
los deseos, la
voluntad, los afectos, el corazón, todo, y siendo
luz, mi Voluntad hace
ver al alma la necesidad de esta
santificación y
crucifixión completa, de modo que ella misma
me incita a querer
cumplir el trabajo de mi Voluntad en ella. Así
que la cruz y todas
las demás virtudes se contentan con tener
alguna cosa, y si
pueden clavar a la criatura con tres clavos se
alegran y cantan
victoria; en cambio mi Voluntad, no sabiendo
hacer obras
incompletas, no se contenta con tres clavos, sino
con tantos clavos por
cuantos actos de mi Voluntad dispongo
sobre la criatura”.
+ + +
211
12-130
Mayo 15, 1920
Me lamentaba con mi
dulce Jesús diciéndole: “¿Dónde están
tus promesas? No más
cruz, no más semejanza Contigo, todo
se ha esfumado y no me
queda más que llorar mi doloroso fin”.
Y Jesús, moviéndose me
ha dicho en mi interior:
“Hija mía, mi crucifixión
fue completa, ¿y sabes por qué?
Porque fue hecha en la
Voluntad Eterna de mi Padre. En esta
Voluntad la cruz se
hizo tan larga y tan ancha, de abrazar
todos los siglos, para
penetrar en cada corazón presente,
pasado y futuro, de
modo que quedaba crucificado en cada
corazón de criatura;
esta Divina Voluntad ponía clavos a todo
mi interior, a mis
deseos, a los afectos, a mis latidos, puedo
decir que no tenía
vida propia, sino la Vida de la Voluntad
eterna, que encerraba
en Mí a todas las criaturas y quería que
respondiera por todo.
Jamás mi crucifixión podía estar
completa y tan
extendida para abrazar a todos, si el Querer
eterno no fuera el
actor. También en ti quiero que la crucifixión
sea completa y
extendida a todos. He aquí el porqué de las
continuas llamadas que
te hago en mi Querer, son las
incitaciones para
llevar ante la Majestad Suprema a toda la
familia humana, y a
nombre de todos hacer los actos que ellos
no hacen. El olvido de
ti, la falta de reflexiones personales, no
son otra cosa que
clavos que pone mi Voluntad. Mi Voluntad
no sabe hacer cosas
incompletas o pequeñas, y haciéndose
corona en torno al
alma, la quiere en Sí, y extendiéndola en
todo el ámbito de su
Querer eterno, pone el sello de su
cumplimiento. Mi
Querer vacía todo lo humano del interior de la
criatura, y pone todo
lo divino, y para estar más seguro va
sellando todo el
interior con tantos clavos por cuantos actos
humanos pueden tener
vida en la criatura, sustituyéndolos con
otros tantos actos
divinos, y así forma las verdaderas
crucifixiones, y no
por un tiempo, sino por toda la vida”.
+ + +
14-33
Junio 6, 1922
Estaba pensando entre
mí: “Mi buen Jesús ha cambiado
conmigo, antes se
deleitaba en hacerme sufrir, todo era
participación de
clavos y cruz, ahora todo ha desaparecido, no
se deleita más en
hacerme sufrir, y si alguna vez sufro me mira
con indiferencia
y no muestra más aquel
gusto de antes”.
212
Ahora, mientras esto
pensaba, mi dulce Jesús moviéndose en
mi interior,
suspirando me ha dicho:
“Hija mía, cuando se
tienen gustos mayores, los gustos
menores pierden su
deleite, su atractivo, y por eso se ven con
indiferencia. La cruz
ata a la gracia, pero, ¿quién la alimenta?
¿Quién la hace crecer
a la debida estatura? Mi Voluntad. Es
sólo Ella que completa
todo y hace cumplir mis más altos
designios en el alma,
y si no fuera por mi Voluntad, la misma
cruz, por cuanto poder
y grandeza contiene, puede hacer que
las almas permanezcan
a medio camino. ¡Oh! cuántos sufren,
pero como les falta el
alimento continuo de mi Voluntad, no
llegan a la meta, a la
destrucción del querer humano, y el
Querer Divino no puede
dar el último toque, la última pincelada
de la santidad Divina.
Mira, tú dices que han desaparecido
clavos y cruz, falso
hija mía, falso, antes tu cruz era pequeña,
incompleta, ahora mi
Voluntad elevándote en Ella, hace que tu
cruz sea grande, y
cada acto que haces en mi Querer es un
clavo que recibe tu
querer, y viviendo en mi Voluntad, la tuya
se extiende tanto, que
te difundes en cada criatura, y me da
por cada una la vida
que les he dado para devolverme el
honor, la gloria, la
finalidad para las que las he creado. Mira, tu
cruz se extiende no
sólo por ti, sino por cada una de las
criaturas, así que por
todas partes veo tu cruz; primero la veía
sólo en ti, ahora la
veo por dondequiera. Este fundirte en mi
Voluntad sin ningún
interés personal, sino sólo para darme lo
que todos deberían
darme, y para dar a todos todo el bien que
mi Querer contiene, es
sólo de la Vida Divina, no de la
humana; así que sólo
mi Voluntad es la que forma esta
Santidad divina en el alma.
Entonces tus cruces anteriores
eran santidad humana,
y lo humano por cuan santo sea, no
sabe hacer cosas
grandes sino pequeñas, mucho menos
elevar al alma a la
santidad y a la fusión del obrar de su
Creador, queda siempre
en la restricción de criatura, pero mi
Voluntad derribando
todas las barreras humanas, la arroja en
la inmensidad divina,
y todo se hace inmenso en ella: Cruz,
clavos, santidad,
amor, reparación, todo; mi mira sobre ti no
era la santidad
humana, si bien era necesario que primero
hiciera las cosas
pequeñas en ti, y por eso me deleitaba tanto.
Ahora, habiéndote
hecho pasar más adelante y debiéndote
hacer vivir en mi
Querer, viendo tu pequeñez, tu átomo,
abrazar la inmensidad
para darme por todos y por cada uno
amor y gloria para volverme
a dar todos los derechos de toda
la Creación, esto me
deleita tanto, que todas las otras cosas no
me dan más gusto.
Entonces tu cruz, tus clavos, serán mi
213
Voluntad, la que
teniendo crucificada a la tuya completará en ti
la verdadera
crucifixión, no a intervalos sino perpetua, toda
semejante a la mía,
que fui concebido crucificado y morí
crucificado,
alimentada mi cruz de la sola Voluntad eterna, y
por eso, por todos y
por cada uno Yo fui crucificado. Mi cruz
selló a todos con su
emblema”.
+ + +
14-56
Septiembre 1, 1922
Encontrándome en lo
acostumbrado, mi siempre amable
Jesús se hacía ver
todo afanado y oprimido, pero lo que más lo
oprimía eran las
llamas de su amor, que mientras salían de Él
para expandirse, eran
obligadas por la ingratitud humana a
aprisionarse
nuevamente. ¡Oh! cómo su corazón santísimo
quedaba sofocado por
sus mismas llamas, y pedía refrigerio.
Entonces me ha dicho:
“Hija mía, dame
alivio, porque no puedo más; mis llamas me
devoran, déjame
agrandar tu corazón para poder poner en él
mi amor rechazado y el
dolor de mi mismo amor, ¡ah! las penas
de mi amor superan a
todas mis demás penas juntas”.
Ahora, mientras esto decía,
ponía su boca en mi corazón y
lo soplaba
fuertemente, de modo que me lo sentía inflar,
después me lo tocaba
con sus manos como si lo quisiera
agrandar y volvía a
soplarle; yo sentía como si se fuera a
romper, pero Él, no
prestándome atención volvía a soplarle.
Después que lo ha
inflado bien, con sus manos lo ha cerrado,
como si pusiera un
sello, de modo que no había esperanza que
pudiera recibir
alivio, y luego me dijo:
“Hija de mi corazón,
he querido encerrar con mi sello mi
amor y mi dolor que he
puesto en ti, para hacerte sentir cuán
terrible es la pena
del amor contenido, del amor rechazado.
Hija mía, paciencia,
tú sufrirás mucho, es la pena más dura,
pero es tu Jesús, tu
vida, quien quiere este alivio de ti”.
Sólo Jesús sabe lo que
sentía y sufría, por eso creo que es
mejor no ponerlo en el
papel. Entonces, habiendo pasado todo
un día sintiéndome
continuamente morir, en la noche,
regresando mi dulce
Jesús quería inflarme más la parte del
corazón, y yo le
decía: “Jesús, no puedo más; no puedo
contener lo que tengo,
y ¿quieres agregar más?” Y Él
tomándome entre sus
brazos para darme la fuerza, me ha
dicho:
214
“Hija mía, ánimo,
déjame hacer, es necesario, de otra
manera no te daría
tanta pena, los males han llegado a tanto
que hay toda la
necesidad de que tú sufras a lo vivo mis penas,
como si de nuevo
estuviera Yo viviente sobre la tierra. La tierra
está por hacer salir
llamas para castigar a las criaturas; mi
amor que corre hacia
ellas para cubrirlas de gracia, rechazado
se convierte en fuego
para castigarlas, así que la humanidad
se encuentra en medio
de dos fuegos: Fuego del Cielo y fuego
de la tierra. Son tantos
los males, que estos fuegos están por
unirse, y las penas
que te hago sufrir corren en medio de estos
dos fuegos e impiden
que se unan; si no hiciera esto, para la
pobre humanidad todo
habría terminado. Por eso déjame
hacer, Yo te daré la
fuerza y estaré contigo”.
Ahora, mientras esto
decía, volvía a soplarme, y yo, como si
no pudiera más, le
rogaba que me tocase con sus manos para
sostenerme y darme la
fuerza, y Jesús me ha tocado, sí,
tomándome el corazón
entre sus manos y apretándolo tan
fuerte, que sólo Él
sabe lo que me hizo sentir. Pero no contento
con esto me ha
estrechado tan fuerte la garganta con sus
manos, que me sentía
despedazar los huesos, los nervios de la
garganta y me sentía
asfixiar. Entonces, después que me ha
dejado en aquella
posición por algún tiempo, todo ternura me
ha dicho:
“Ánimo, en este estado
se encuentra la presente generación,
y de todas las clases,
son tales y tantas las pasiones que la
dominan, que están
ahogados por las mismas pasiones y por
los vicios más feos;
la podredumbre, el fango es tanto, que
está por sumergirlas,
he aquí por qué he querido hacerte sufrir
la pena de sofocarte
la garganta, esta es pena de los excesos
extremos, y Yo no
pudiendo soportar más el ver a la
humanidad sofocada por
sus mismos males, he querido de ti
una reparación. Pero
debes saber que esta pena la sufrí
también Yo cuando me
crucificaron, me estiraron tanto sobre la
cruz, que todos los
nervios me los estiraron tanto que me los
sentía despedazar,
retorcer, pero los de mi garganta tuvieron
un dolor y un
estiramiento mayor, tanto que me sentía asfixiar.
Era el grito de la
humanidad sumergida por las pasiones, que
apretándome la
garganta me ahogaba de penas. Fue tremenda
y horrible esta pena
mía al sentirme estirar los nervios, los
huesos de la garganta
con tal fuerza, que sentía destrozarme
todos los nervios de
la cabeza, de la boca y hasta de los ojos;
fue tal la tensión,
que cada pequeño movimiento me hacía
sentir penas mortales;
ahora me quedaba inmóvil y ahora me
contorsionaba tanto,
que me sacudía en modo horrible sobre la
215
cruz, que los mismos
enemigos quedaban aterrorizados. Por
eso te repito, ánimo,
mi Voluntad te dará fuerza para todo”.
+ + +
216
217
VIGÉSIMA HORA
De las 12 a la 1 de la
tarde
Primera hora de agonía
en la cruz. La Primera Palabra
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la
oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y
fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis
brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu
corazón empiezo:
Crucificado bien mío,
te veo sobre esta cruz, sobre tu trono
de triunfo, en acto de
conquistar todo y a todos los corazones,
y de atraerlos tanto a
Ti, que todos sientan tu sobrehumano
poder. La naturaleza
horrorizada de tanto delito se postra ante
Ti y en silencio
espera una palabra tuya para rendirte
homenaje y hacer
reconocer tu dominio; el sol lloroso retira su
luz, no pudiendo
soportar tu vista demasiado dolorosa. El
infierno siente terror
y silencioso espera; los mismos enemigos
pierden el ánimo, y si
algún insulto te lanzan, este muere en los
labios, así que todo
es silencio.
La traspasada Mamá,
tus fieles, están todos mudos y tan
petrificados ante la
vista, ay, demasiado dolorosa de tu
destrozada y dislocada
Humanidad, y silenciosos esperan
también una palabra
tuya. Tu misma Humanidad que yace en
un mar de dolores
entre los espasmos atroces de la agonía,
está silenciosa,
tanto, que temo que de un respiro a otro Tú
mueras.
Pero penetrando en tu
interior veo que el amor desborda, te
sofoca y no puedes
contenerlo, y obligado por tu amor que te
atormenta más que las
mismas penas, con voz fuerte y
conmovedora hablas
como el Dios que eres, y dices:
«Padre, perdónalos
porque no saben lo que hacen». (Lc 23,
34)
Y de nuevo quedas en
silencio, inmerso en penas inauditas.
Crucificado Jesús,
¿será posible tanto amor? ¡Ah! después de
tantas penas e
insultos, la primera palabra es el perdón, y nos
excusas ante el Padre
por tantos pecados; esta palabra la
haces descender en
cada corazón después de la culpa, y eres
Tú el primero en
ofrecerles el perdón. Pero cuántos te
rechazan y no lo
aceptan, y tu amor da en delirio y quieres dar
a todos el perdón y el
beso de paz.
A esta palabra tuya el
infierno tiembla y te reconoce por
Dios. La naturaleza y
todos quedan atónitos y reconocen tu
Divinidad, tu
inextinguible amor, y silenciosos esperan para ver
218
hasta dónde llega tu
amor. Pero no es sólo tu voz, sino también
tu sangre y tus llagas
que gritan a cada corazón después del
pecado:
«Ven a mis brazos, que
te perdono, y el sello del perdón es
el precio de mi
sangre.»
Oh mi amable Jesús,
repite esta palabra a cuantos
pecadores hay en el
mundo. Para todos implora misericordia, a
todos aplica los
méritos infinitos de tu preciosísima sangre, por
todos, oh buen Jesús,
continúa aplacando a la divina Justicia y
concede gracia a quien
encontrándose en acto de tener que
perdonar, no siente la
fuerza. Mi Jesús, crucificado adorado, en
estas tres horas de
amarguísima agonía Tú quieres dar
cumplimiento a todo, y
mientras silencioso te estás sobre esta
cruz, veo que en tu
interior quieres satisfacer en todo al Padre.
Por todos le
agradeces, satisfaces por todos y por todos
pides perdón, y a todos
consigues la gracia de que nunca más
te ofendan. Y para
obtener esto del Padre resumes toda tu
vida, desde el primer
instante de tu concepción hasta tu último
respiro. Mi Jesús,
amor interminable, deja que también yo
recapitule toda tu
vida junto contigo, con la inconsolable Mamá,
con san Juan y con las
pías mujeres.
Mi dulce Jesús, te
agradezco por las tantas espinas que han
traspasado tu adorable
cabeza, por las gotas de sangre que de
ésta has derramado,
por los golpes que en ella has recibido y
por los cabellos que
te han arrancado. Te agradezco por el
bien que has hecho e
impetrado a todos, por las luces y las
buenas inspiraciones
que nos has dado, y por cuantas veces
has perdonado todos
nuestros pecados de pensamiento, de
soberbia, de orgullo y
de estima propia.
Te pido perdón a
nombre de todos, oh mi Jesús, por cuantas
veces te hemos
coronado de espinas, por cuantas gotas de
sangre te hemos hecho
derramar de tu sacratísima cabeza, por
cuantas veces no hemos
correspondido a tus inspiraciones.
Por todos esos dolores
sufridos por Ti te pido, oh buen Jesús,
impetrarnos la gracia
de no cometer jamás pecados de
pensamientos. Quiero
también ofrecerte todo lo que sufriste en
tu santísima cabeza,
para darte toda la gloria que todas las
criaturas te habrían
dado si hubieran hecho buen uso de su
inteligencia.
Adoro, oh Jesús mío,
tus santísimos ojos y te agradezco por
cuantas lágrimas y
sangre han derramado, por las espinas que
los han traspasado,
por los insultos, escarnios y menosprecios
soportados en toda tu
Pasión. Te pido perdón por todos
aquellos que se sirven
de la vista para ofenderte y ultrajarte,
219
rogándote por los
dolores sufridos en tus santísimos ojos, que
nos consigas la gracia
de que nadie más te ofenda con malas
miradas.
Quiero también
ofrecerte todo lo que sufriste en tus
santísimos ojos para
darte toda la gloria que las criaturas te
habrían dado si sus
miradas hubieran estado fijas solamente
en el Cielo, en la
Divinidad y en Ti, oh mi Jesús.
Adoro tus santísimos
oídos. Te agradezco por todo lo que
sufriste mientras los
canallas sobre el calvario te los aturdían
con gritos e injurias.
Te pido perdón a nombre de todos, por
cuantas malas
conversaciones hemos hecho, y te ruego que se
abran nuestros oídos a
las verdades eternas, a las voces de la
Gracia, y que ninguno
más te ofenda con el sentido del oído.
Quiero también
ofrecerte todo lo que sufriste en tus
santísimos oídos, para
darte toda la gloria que las criaturas te
habrían dado si de
este sentido siempre hubieran hecho uso
según tu Voluntad.
Adoro y beso, oh Jesús
mío, tu santísimo rostro, y te
agradezco por cuanto
sufriste por los salivazos, por las
bofetadas y las burlas
recibidas, y por cuantas veces te has
dejado pisotear por
tus enemigos. Te pido perdón a nombre de
todos por cuantas
veces hemos tenido la osadía de ofenderte,
suplicándote por estas
bofetadas y por estos salivazos
recibidos, que hagas
que tu Divinidad sea por todos
reconocida, alabada y
glorificada.
Es más, oh mi Jesús,
quiero ir yo misma por todo el mundo,
de oriente a
occidente, de sur a norte, para unir todas las voces
de las criaturas y cambiarlas
en otros tantos actos de alabanza,
de amor y de
adoración.
Quiero también, oh mi
Jesús, traer a Ti todos los corazones
de las criaturas, a
fin de que en todos Tú pongas luz, verdad,
amor y compasión a tu
divina Persona; y mientras perdonarás
a todos, yo te ruego
que no permitas que ninguno más te
ofenda, y si fuese
posible, aun a costa de mi sangre. En fin,
quiero ofrecerte todo
lo que sufriste en tu santísimo rostro, para
darte toda la gloria
que las criaturas te habrían dado si ninguna
hubiera osado
ofenderte.
Adoro tu santísima
boca y te doy las gracias por tus primeros
gemidos, por cuanta
leche mamaste, por cuantas palabras
dijiste, por los besos
encendidos que diste a tu santísima
Madre, por el alimento
que tomaste, por la amargura de la hiel
y por la sed ardiente
que sufriste sobre la cruz, por las
plegarias que elevaste
al Padre, y te pido perdón por cuantas
murmuraciones y
conversaciones malas y mundanas se hacen,
220
y por cuantas
blasfemias pronuncian las criaturas; quiero
ofrecer tus santas
conversaciones en reparación de sus
conversaciones no
buenas; la mortificación de tu gusto para
reparar sus gulas y
todas las ofensas que te hacen con el mal
uso de la lengua.
Quiero ofrecerte todo
lo que sufriste en tu santísima boca,
para darte toda la
gloria que las criaturas te habrían dado si
ninguna hubiera osado
ofenderte con el sentido del gusto y con
el abuso de la lengua.
Oh Jesús, te doy las
gracias por todo y a nombre de todos. A
Ti elevo un himno de
agradecimiento eterno, infinito. Quiero, oh
mi Jesús, ofrecerte
todo lo que has sufrido en tu santísima
persona, para darte
toda la gloria que te habrían dado todas las
criaturas si hubiesen
uniformado su vida a la tuya.
Te agradezco oh Jesús,
por cuanto has sufrido en tus
santísimos hombros,
por cuantos golpes has recibido, por
cuantas llagas te has
dejado abrir en tu sacratísimo cuerpo y
por cuantas gotas de
sangre has derramado. Te pido perdón a
nombre de todos, por
cuantas veces, por amor a las
comodidades, te hemos
ofendido con placeres ilícitos y no
buenos.
Te ofrezco tu dolorosa
flagelación para reparar todos los
pecados cometidos con
todos los sentidos, por el amor a los
propios gustos, a los
placeres sensibles, al propio yo, a todas
las satisfacciones
naturales, y quiero ofrecerte también todo lo
que has sufrido en tus
hombros, para darte toda la gloria que
las criaturas te
habrían dado si en todo hubiesen buscado
agradarte sólo a Ti y
de refugiarse a la sombra de tu divina
protección.
Jesús mío, beso tu pie
izquierdo, te doy las gracias por todos
los pasos que diste en
tu vida mortal, y por cuantas veces
cansaste tus pobres
miembros para ir en busca de almas para
conducirlas a tu
corazón. Te ofrezco, oh mi Jesús, todas mis
acciones, pasos y
movimientos, con la intención de darte
reparación por todo y
por todos.
Te pido perdón por
aquellos que no obran con recta
intención. Uno mis
acciones a las tuyas para divinizarlas, y las
ofrezco unidas a todas
las obras que hiciste con tu santísima
Humanidad, para darte
toda la gloria que te habrían dado las
criaturas si hubiesen
obrado santamente y con fines rectos.
Te beso, oh Jesús mío,
el pie derecho y te agradezco por
cuanto has sufrido y
sufres por mí, especialmente en esta hora
en que estás
suspendido en la cruz. Te agradezco por el
desgarrador trabajo
que hacen los clavos en tus llagas, las
221
cuales se abren
siempre más al peso de tu sacratísimo cuerpo.
Te pido perdón por
todas las rebeliones y desobediencias que
cometen las criaturas,
ofreciéndote los dolores de tus
santísimos pies en
reparación de estas ofensas, para darte
toda la gloria que las
criaturas te habrían dado si en todo
hubiesen estado
sujetas a Ti.
Oh mi Jesús, beso tu
santísima mano izquierda, te
agradezco por cuanto
has sufrido por mí, por cuantas veces
has aplacado a la
divina Justicia satisfaciendo por todo. Beso
tu mano derecha y te
doy las gracias por todo el bien que has
obrado y que obras por
todos, especialmente te agradezco por
las obras de la
Creación, de la Redención y de la Santificación.
Te pido perdón a
nombre de todos por cuantas veces hemos
sido ingratos a tus
beneficios, y por tantas obras nuestras
hechas sin recta
intención. En reparación de todas estas
ofensas quiero
ofrecerte toda la perfección y santidad de tus
obras, para darte toda
la gloria que las criaturas te habrían
dado si hubiesen
correspondido a todos estos beneficios.
Oh Jesús mío, beso tu
sacratísimo corazón y te agradezco
por todo lo que has
sufrido, deseado y anhelado por amor de
todos y por cada uno
en particular. Te pido perdón por tantos
malos deseos, afectos
y tendencias no buenas. Perdón, oh
Jesús, por tantos que
posponen tu amor al amor de las
criaturas, y para
darte toda la gloria que estos te han negado,
te ofrezco todo lo que
ha hecho y continúa haciendo tu
adorabilísimo corazón.
+ + +
Reflexiones de la
Vigésima Hora (12 AM)
14-74
Noviembre 16, 1922
Más tarde estaba
recibiendo la absolución y decía entre mí:
“Mi Jesús, en tu
Querer quiero recibirla”. Y Jesús, súbito, sin
darme tiempo ha
agregado:
“Y Yo en mi Voluntad
te absuelvo, y mientras te absuelvo a
ti, mi Querer pone en
camino las palabras de la absolución
para absolver a quien
quiera ser absuelto y para perdonar a
quien quiera el
perdón. Mi Querer toma a todos, no toma uno
solo, sino que quien
está dispuesto toma más que todos”.
+ + +
222
18-8
Octubre 21, 1925
Más tarde, continuando
el fundirme en la Voluntad Divina,
doliéndome por cada
ofensa que ha sido hecha a mi Jesús,
desde el primero hasta
el último hombre que vendrá sobre la
tierra, y mientras me
dolía pedía perdón, pero mientras esto
hacía decía entre mí:
“Jesús mío, amor mío,
no me basta con dolerme y pedirte
perdón, sino que
quisiera aniquilar cualquier pecado, para
hacer que jamás, jamás
seas ofendido”. Y Jesús moviéndose
en mi interior me ha
dicho:
“Hija mía, Yo tuve un
dolor especial por cada pecado, y
sobre mi dolor estaba
suspendido el perdón al pecador. Ahora,
este mi dolor está
suspendido en mi Voluntad esperando al
pecador cuando me
ofende, a fin de que doliéndose de
haberme ofendido
descienda mi dolor a dolerse junto con el
suyo, y pronto darle
el perdón; pero, ¿cuántos me ofenden y no
se duelen? Y mi dolor
y perdón están suspendidos en mi
Voluntad y como
aislados. Gracias hija mía, gracias por venir
en mi Voluntad a hacer
compañía a mi dolor y a mi perdón.
Continúa girando en mi
Voluntad y haciendo tuyo mi mismo
dolor, grita por cada
ofensa: ‘dolor, perdón’, a fin de que no
sea Yo solo a dolerme
y a impetrar el perdón, sino que tenga la
compañía de la pequeña
hija de mi Querer que se duele junto
Conmigo”.
+ + +
223
VIGÉSIMA PRIMERA HORA
De la 1 a las 2 de la
tarde
Segunda hora de agonía
en la cruz. Segunda, tercera y
cuarta palabra sobre
la cruz
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la
oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y
fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis
brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu
corazón empiezo:
Crucificado amor mío,
mientras contigo rezo, la fuerza
raptora de tu amor y
de tus penas mantiene fija mi mirada en
Ti, pero el corazón se
me rompe al verte sufrir tanto, y Tú
sufres atrozmente de
amor y de dolor, las llamas que queman
tu corazón se elevan
tan alto, que están en acto de incinerarte;
tu amor reprimido es
más fuerte que la misma muerte, por eso,
queriéndolo desahogar
pones tu mirada en el ladrón que está a
tu derecha, y
queriéndoselo robar al infierno le tocas el
corazón, y ese ladrón
se siente todo cambiado, te reconoce, te
confiesa por Dios, y
todo contrito dice:
«Señor, acuérdate de
mí cuando estés en tu reino». (Lc 23,
42)
Y Tú no vacilas en
responderle:
«Hoy estarás conmigo
en el Paraíso».
Y de él haces el
primer triunfo de tu amor. Pero en tu amor
veo que no es
solamente al ladrón a quien le robas el corazón,
sino a tantos
moribundos. ¡Ah! Tú pones a su disposición tu
sangre, tu amor, tus
méritos y usas todos los artificios y
estratagemas divinos
para tocarles el corazón y robarlos todos
para Ti. Pero aquí
también tu amor se ve impedido. ¡Cuántos
rechazos, cuántas
desconfianzas y también cuántas
desesperaciones! Y es
tanto el dolor, que de nuevo te reduces
al silencio.
Quiero, oh mi Jesús,
reparar por aquellos que desesperan
de la divina
Misericordia en el punto de la muerte. Dulce amor
mío, inspira a todos
confianza y seguridad ilimitada en Ti solo,
especialmente a
aquellos que se encuentran en las
estrechuras de la
agonía, y en virtud de esta palabra tuya
concédeles luz, fuerza
y ayuda para poder volar de esta tierra
al Cielo.
En tu santísimo
cuerpo, en tu sangre, en tus llagas,
contienes todas, todas
las almas, oh Jesús. Por los méritos de
224
tu preciosísima sangre
no permitas que ni siquiera una sola
alma se pierda, tu
sangre grite aún a todas, junto con tu voz:
«Hoy estarás conmigo
en el Paraíso». (Lc 23, 43)
Tercera Palabra
Mi Jesús crucificado y
atormentado, tus penas aumentan
siempre más. Ah, sobre
esta cruz Tú eres el verdadero Rey de
los Dolores, pero
entre tantas penas no se te escapa ninguna
alma, sino que das a
cada una tu propia vida. Pero tu amor se
ve impedido por las
criaturas, despreciado, no tomado en
cuenta, y no pudiendo
desahogar se hace más intenso, te da
torturas indecibles; y
en estas torturas va investigando qué más
puede dar al hombre
para vencerlo y te hace decir:
«¡Mira, oh alma,
cuánto te he amado, si no quieres tener
piedad de ti misma,
ten piedad de mi amor!»
Entre tanto, viendo
que no tienes nada más qué darle,
habiéndole dado todo,
entonces ves a tu Mamá que está más
que agonizante por
causa de tus penas, y es tanto el amor que
la tortura, que la
tiene crucificada a la par contigo. Madre e Hijo
os entendéis, y Tú
suspiras con satisfacción y te consuelas
viendo que puedes dar
tu Mamá a la criatura, y considerando
en Juan a todo el
género humano, con voz tan tierna para
enternecer a todos los
corazones dices:
«Mujer, he ahí a tu
hijo». (Jn 19, 26)
Y a Juan:
«He ahí a tu Madre».
(Jn 19, 27)
Tu voz desciende en su
corazón materno y unida a las voces
de tu sangre continúa
diciendo:
«Mamá mía, te confío a
todos mis hijos; todo el amor que
sientes por Mí tenlo
por ellos; todas tus premuras y ternuras
maternas sean para mis
hijos; Tú me los salvarás a todos».
Tu Mamá acepta, pero
son tantas las penas, que te reducen
al silencio.
Quiero, oh mi Jesús,
reparar las ofensas que se hacen a la
santísima Virgen, las
blasfemias y las ingratitudes de tantos
que no quieren
reconocer los beneficios que Tú has hecho a
todos dándonosla por
Madre. ¿Cómo podemos no agradecerte
por tanto beneficio?
Recurrimos, oh Jesús, a tu misma fuente,
y te ofrecemos tu
sangre, tus llagas y el amor infinito de tu
corazón. Oh Virgen
santísima, ¿cuál no es tu conmoción al oír
la voz del buen Jesús
que te deja como Madre de todos
nosotros?
225
Y Tú, vencida por su
amor y por la dulzura de su acento, sin
más aceptas y nosotros
nos volvemos tus hijos. Te
agradecemos, oh Virgen
bendita, y para agradecerte como
mereces te ofrecemos
los mismos agradecimientos de tu
Jesús. Oh dulce mamá,
sé Tú nuestra Madre, tómanos a tu
cuidado y no permitas
jamás que te ofendamos, ni aun
mínimamente; tennos
siempre estrechados a Jesús, con tus
manos átanos a todos a
Él, de modo de no poderle huir jamás.
Con tus mismas
intenciones quiero reparar por todas las
ofensas que se hacen a
tu Jesús y a Ti, dulce Mamá mía.
Oh mi Jesús, mientras
estás inmerso en tantas penas, Tú
abogas aún más por la
causa de la salvación de las almas; y
yo no me estaré
indiferente, sino que como paloma quiero
sobrevolar sobre tus
llagas, besarlas, endulzarlas y
sumergirme en tu
sangre para poder decir contigo: “¡Almas,
almas!” Quiero
sostener tu cabeza traspasada y dolorida para
repararte y pedirte
misericordia, amor y perdón por todos.
Reina en mi mente, oh
mi Jesús, y sánala en virtud de las
espinas que circundan
tu cabeza y no permitas que ninguna
turbación entre en mí.
Frente majestuosa de mi Jesús, te beso
y te pido que atraigas
todos mis pensamientos para
contemplarte, para
comprenderte. Ojos dulcísimos de mi
Jesús, si bien
cubiertos de sangre, mírenme, miren mi miseria,
miren mi debilidad,
miren mi pobre corazón, y hagan que
pueda sentir los
efectos admirables de vuestra mirada divina.
Oídos de mi Jesús, si
bien ensordecidos por los insultos y las
blasfemias de los
impíos, pero aún atentos a escucharnos, ah,
escuchen mis plegarias
y no desdeñen mis reparaciones.
Escucha, oh Jesús, el
grito de mi corazón, el cual sólo se
tranquilizará cuando
lo hayas llenado de tu amor. Rostro
bellísimo de mi Jesús,
muéstrate, deja que yo te vea a fin de
que de todos y de todo
pueda yo desapegar mi pobre corazón;
tu belleza me enamore
continuamente y me tenga siempre
raptada en Ti. Boca
suavísima de mi Jesús, háblame, resuene
siempre tu voz en mí,
y que la potencia de tu palabra destruya
todo lo que no es
Voluntad de Dios, que no es amor.
Oh Jesús extiendo mis
brazos a tu cuello para abrazarte, y
Tú extiéndeme los
tuyos para abrazarme; y haz, oh mi bien,
que sea tan apretado
este abrazo de amor, que ninguna
fuerza, ni humana ni
sobrehumana pueda separarnos, así que
Tú quedarás siempre
abrazado a mí y yo a Ti, y mientras
quedaremos abrazados,
yo apoyaré mi cabeza sobre tu
corazón y Tú me darás
tu beso de amor; y así me harás
respirar tu dulcísimo
aliento, infundiendo en mí un siempre
226
nuevo y creciente amor
hacia Ti, y conforme respire, respiraré
tu amor, tu Querer,
tus penas y toda tu vida divina. Hombros
santísimos de mi
Jesús, siempre fuertes y constantes en el
sufrir por amor mío,
denme fuerza, constancia y heroísmo en el
sufrir por amor suyo.
Oh Jesús, no permitas
que yo sea inconstante en el amor,
hazme tomar parte en
tu inmutabilidad. Pecho encendido de mi
Jesús, dame tus
llamas, tú no puedes contenerlas más, y mi
corazón con ansia las
busca por medio de tu sangre y de tus
llagas. Son las llamas
de tu amor, oh Jesús, las que más te
atormentan; oh mi
bien, déjame tomar parte en ellas, ¿no te
mueve a compasión un
alma tan fría y falta de tu amor?
Manos santísimas de mi
Jesús, ustedes que habéis creado el
cielo y la tierra, ya estáis
reducidas a no poderos mover más.
Oh Jesús, continúa tu
creación, la creación del amor, crea
en todo mi ser vida
nueva, vida divina, pronuncia tus palabras
sobre mi pobre corazón
y transfórmalo todo, todo en el tuyo.
Pies santísimos de mi
Jesús, no me dejen jamás sola, hagan
que yo corra siempre
junto a ustedes y que no dé un solo paso
alejado de ustedes.
Jesús, con mi amor y reparaciones quiero
reconfortarte por las
penas que sufres en tus pies.
Oh mi Jesús
crucificado, adoro tu sangre preciosísima, beso
una por una tus llagas
con la intención de poner en ellas todo
mi amor, mis
adoraciones, las más sentidas reparaciones. Una
por una tomo estas
gotas de tu sangre y las doy a todas las
almas, para que sean
para ellas luz en las tinieblas, consuelo
en las penas, fuerza
en la debilidad, perdón en la culpa, ayuda
en las tentaciones,
defensa en los peligros, sostén en la muerte
y alas para
transportarlas de esta tierra al Cielo.
Oh Jesús, a Ti vengo y
en tu corazón hago mi nido y mi
morada, y desde dentro
de él, oh mi dulce amor, llamaré a
todos a Ti, y si
alguno quisiera acercarse para ofenderte, yo
saldré en tu defensa y
no permitiré que te hiera, más bien lo
encerraré en tu
corazón, le hablaré de tu amor a fin de
convertir las ofensas
en amor.
Oh Jesús, no permitas
jamás que yo salga de tu corazón,
aliméntame con tus
llamas, dame vida con tu vida para poderte
amar como Tú ansías
ser amado.
Cuarta Palabra
Penante Jesús mío,
mientras estrechada a tu corazón me
abandono numerando tus
penas, veo que un temblor
convulsivo invade tu
santísima Humanidad, tus miembros se
227
debaten como si
quisieran separarse uno de otro, y entre
contorsiones por los
atroces espasmos, Tú gritas fuertemente:
«Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?» (Mt
27, 46)
A este grito todos
tiemblan, las tinieblas se hacen más
densas, y la
petrificada Mamá palidece y casi se desmaya. Mi
vida, mi todo, mi
Jesús, ¿qué veo? Ah, Tú estás próximo a
morir, las mismas
penas tan fieles a Ti están por dejarte; y
entre tanto, después
de tanto sufrir, ves con inmenso dolor que
no todas las almas
están incorporadas en Ti, más bien
descubres que muchas
se perderán, y sientes la dolorosa
separación de ellas
que se arrancan de tus miembros.
Y Tú, debiendo
satisfacer a la divina Justicia también por
ellas, sientes la
muerte de cada una y las mismas penas que
sufrirán en el
infierno, y gritas fuertemente a todos los
corazones:
«¡No me abandonen! Si
quieren que sufra más penas estoy
dispuesto, pero no se
separen de mi Humanidad. ¡Éste es el
dolor de los dolores,
es la muerte de las muertes, todo lo
demás me sería nada si
no sufriera su separación de Mí! ¡Ah,
piedad de mi sangre,
de mis llagas, de mi muerte! Este grito
será continuo a
vuestros corazones: ¡No me abandonen!»
Amor mío, cuánto me
duelo junto contigo, Tú te sofocas; tu
santísima cabeza cae
ya sobre tu pecho; la vida te abandona.
Mi amor, me siento
morir, también yo quiero gritar contigo:
¡Almas, almas! No me
separaré de esta cruz, de estas llagas,
para pedirte almas, y
si Tú quieres descenderé en los
corazones de las
criaturas, los circundaré de tus penas, a fin
de que no me huyan, y
si me fuera posible quisiera ponerme a
la puerta del infierno
para hacer retroceder a las almas que
quieren ir ahí y
conducirlas a tu corazón. Pero Tú agonizas y
callas, y yo lloro tu
cercana muerte.
Oh mi Jesús, te
compadezco, estrecho fuertemente tu
corazón al mío, lo
beso y lo miro con toda la ternura de la cual
soy capaz, y para
darte un alivio mayor tomo la ternura divina y
con ella quiero
compadecerte, cambiar mi corazón en ríos de
dulzura y derramarlo
en el tuyo para endulzar la amargura que
sientes por la pérdida
de las almas. Es en verdad doloroso este
grito tuyo, oh mi
Jesús; más que el abandono del Padre, es la
pérdida de las almas
que se alejan de Ti lo que hace escapar
de tu corazón este
doloroso lamento.
Oh mi Jesús, aumenta
en todos la gracia, a fin de que
ninguno se pierda, y
sea mi reparación en provecho de
228
aquellas almas que se
deberían perder, para que no se
pierdan.
Te ruego además, oh mi
Jesús, por este extremo abandono,
que des ayuda a tantas
almas amantes, que para tenerlas de
compañeras en tu
abandono, parece que las privas de Ti,
dejándolas en las
tinieblas. Sean, oh Jesús, las penas de
éstas, como voces que
llamen a las almas a tu lado y te alivien
en tu dolor.
+ + +
Reflexiones de la
Vigésima Primera Hora (1 PM)
12-76
Enero 4, 1919
Continuando mi
habitual estado, estaba toda afligida por la
privación de mi dulce
Jesús, sin embargo trataba de estarme
unida con Él haciendo
las horas de la Pasión, estaba haciendo
la de Jesús sobre la
cruz, cuando lo he escuchado en mi
interior, que uniendo
las manos y con voz articulada ha dicho:
“Padre mío, acepta el
sacrificio de esta hija mía, el dolor que
siente por mi
privación, ¿no ves cómo sufre? El dolor la deja
como sin vida, privada
de Mí, tanto, que si bien escondido
estoy obligado a
sufrirlo junto con ella para darle fuerza, de otra
manera sucumbiría.
¡Ah! Padre, acéptalo unido al dolor que
experimenté sobre la
cruz cuando fui abandonado aun por Ti, y
concede que la
privación que siente de Mí sea luz,
conocimiento, Vida
Divina en las demás almas y todo lo que
conseguí Yo con mi
abandono”.
Dicho esto se ha
escondido de nuevo. Yo me sentía
petrificada por el
dolor, y si bien llorando, he dicho: “Vida mía,
Jesús, ¡ah! sí, dame
las almas, y el vínculo más fuerte que te
obligue a dármelas sea
la pena desgarradora de tu privación, y
esta pena corre en tu
Voluntad a fin de que todos sientan el
toque de mi pena y mi
grito incesante y se rindan”. Después, ya
en la tarde, el
bendito Jesús ha venido y ha agregado:
“Hija y refugio mío,
qué dulce armonía hacía hoy tu pena en
mi Voluntad. Mi
Voluntad está en el Cielo, y tu pena
encontrándose en mi
Voluntad armonizaba en el Cielo y con su
grito pedía almas a la
Trinidad Sacrosanta, y mi Voluntad
corriendo en todos los
ángeles y santos, hacía que tu pena les
pidiera almas a todos,
tanto que todos han quedado tocados
por tu armonía, y
junto con tu pena todos han gritado ante mi
Majestad: “¡Almas,
almas!” Mi Voluntad corría en todas las
229
criaturas y tu pena ha
tocado todos los corazones y ha gritado
a todos: “¡Salvaos,
salvaos!” Mi Voluntad se concentraba en ti
y como refulgente sol
se ponía como guardia de todos para
convertirlos. Mira qué
gran bien, sin embargo, ¿quién se ocupa
en conocer el valor,
el precio incalculable de mi Querer?”
+ + +
12-142
Diciembre 18, 1920
Después de esto me he
sentido fuera de mí misma y me he
encontrado junto con
mi dulce Jesús, pero tan estrechada con
Él y Él conmigo, que
casi no podía ver su Divina Persona; y no
sé cómo le he dicho:
“Mi dulce Jesús, mientras estoy
estrechada a Ti quiero
testimoniarte mi amor, mi
agradecimiento y todo
lo que la criatura está en deber de hacer
por haber Tú creado a
nuestra Reina Mamá Inmaculada, la
más bella, la más
santa, y un portento de gracia,
enriqueciéndola con
todos los dones y haciéndola nuestra
Madre, y esto lo hago
a nombre de las criaturas pasadas,
presentes y futuras;
quiero tomar cada acto de criatura,
palabra, pensamiento,
latido, paso, y en cada uno de ellos
decirte que te amo, te
agradezco, te bendigo, te adoro por todo
lo que has hecho a mí
y a tu Celestial Mamá”. Jesús ha
agradecido mi acto,
pero tanto que me ha dicho:
“Hija mía, con ansia
esperaba este acto tuyo a nombre de
todas las
generaciones; mi justicia, mi amor, sentían la
necesidad de esta
correspondencia, porque grandes son las
gracias que descienden
sobre todos por haber enriquecido
tanto a mi Mamá, sin
embargo no tienen nunca una palabra, un
gracias que decirme”.
+ + +
14-48
Agosto 2, 1922
Encontrándome en mi
habitual estado, me veía toda
confundida y como
separada de mi dulce Jesús, tanto que al
venir le he dicho:
“Amor mío, cómo han cambiado las cosas
para mí, antes me
sentía tan fundida Contigo que no advertía
ninguna división entre
Tú y yo, y en las mismas penas que
sufría Tú estabas
conmigo. Ahora todo al contrario, si sufro me
siento dividida de Ti,
y si te veo ante mí o dentro de mí, es con
aspecto de un juez que
me condena a la pena, a la muerte, y
230
ya no tomas parte en
las penas que Tú mismo me das, sin
embargo me dices:
Elévate siempre más; en cambio yo
desciendo”. Y Jesús
interrumpiendo mi hablar me ha dicho:
“Hija mía, cómo te
engañas, esto sucede porque tú has
aceptado, y Yo he
marcado en ti las muertes y las penas que
Yo sufrí por cada
criatura. También mi Humanidad se
encontraba en estas
dolorosas condiciones, Ella era
inseparable de mi
Divinidad, sin embargo, siendo mi Divinidad
intangible en las
penas, y no capaz de poder sufrir sombra de
penas, mi Humanidad se
encontraba sola en el sufrir, y mi
Divinidad era sólo
espectadora de las penas y muertes que Yo
sufría, más bien me
era juez inexorable que quería el pago de
cada pena de cada
criatura. ¡Oh, cómo mi Humanidad
temblaba, quedaba
aplastada ante aquella luz y Majestad
Suprema al verme
cubierto por las culpas de todos, y de las
penas y muertes que
cada uno merecía! Fue la pena más
grande de mi Vida, que
mientras era una sola cosa con la
Divinidad e
inseparable, en las penas permanecía solo y como
apartado.
Por eso, si te he
llamado a mi semejanza, ¿qué maravilla
que mientras me
sientes en ti me ves espectador de tus penas
que Yo mismo te
infrinjo y te sientes como separada de Mí? No
obstante tu pena no es
otra cosa que la sombra de la mía, y así
como mi Humanidad no
quedó jamás separada de la Divinidad,
así te aseguro que
jamás quedas separada de Mí, son los
efectos lo que
sientes, pero entonces más que nunca formo
una sola cosa contigo,
por eso ánimo, fidelidad y no temas”.
+ + +
15-9
Marzo 12, 1923
Me sentía morir de
pena por la privación de mi dulce Jesús,
y si viene lo hace
como relámpago que huye. Entonces no
pudiendo más y
teniendo Él compasión de mí, ha salido de
dentro de mi interior,
y yo en cuanto lo he visto le he
dicho: “Amor mío, qué
pena, me siento morir sin Ti, pero morir
sin morir, que es la
más dura de las muertes, yo no sé cómo la
bondad de tu corazón
puede soportar verme en estado de
muerte continua, sólo
por causa tuya".
Y Jesús: "Hija
mía, ánimo, no te abatas demasiado, no
estás sola en sufrir
esta pena, también Yo la sufrí, como
también mi querida
Mamá, ¡oh! ¡Cuánto más dura que la tuya!
Cuántas veces mi
gimiente Humanidad, si bien era inseparable
231
de la Divinidad, pero
para dar lugar a las expiaciones, a las
penas, siendo éstas
incapaces de tocarla, Yo quedaba solo y la
Divinidad como
apartada de Mí. ¡Oh! cómo sentía esta
privación, pero esto
era necesario.
Tú debes saber que
cuando la Divinidad puso fuera la obra
de la Creación, puso
también fuera toda la gloria, todos los
bienes y felicidad que
cada una de las criaturas debía recibir,
no sólo en esta vida
sino también en la patria celestial. Ahora,
toda la parte que
correspondía a las almas perdidas quedaba
suspendida, no tenía a
quién darse, entonces Yo, debiendo
completar todo y
absorber todo en Mí, me expuse a sufrir la
privación que los
mismos condenados sufren en el infierno.
¡Oh, cuánto me costó
esta pena! Me costó pena de infierno y
muerte despiadada,
pero era necesario. Debiendo absorber
todo en Mí, todo lo
que salió de Nosotros en la Creación, toda
la gloria, todos los
bienes y felicidad, para hacerlos salir de Mí
de nuevo para ponerlos
a disposición de todos aquellos que
quisieran aprovecharse
de ellos, debía absorber todas las
penas y la misma
privación de mi Divinidad, ahora, todos estos
bienes absorbidos en
Mí de toda la obra de la Creación, siendo
Yo la cabeza de la que
todo bien desciende sobre todas las
generaciones, voy
buscando almas que me asemejen en las
penas, en las obras,
para poder participar tanta gloria y
felicidad que mi
Humanidad contiene, pero no todas las almas
las quieren
aprovechar, ni todas están vacías de sí mismas y
de las cosas de acá
abajo para poderme hacer conocer y
después sustraerme, y
en estos vacíos de ellas mismas y del
conocimiento que han
adquirido de Mí, formar esta pena de mi
privación, y en la
privación que sufre venga a absorber en ella
esta gloria de mi
Humanidad que otros rechazan. Si Yo no
hubiera estado casi
siempre contigo, tú no me habrías
conocido ni amado, y
este dolor de mi privación no lo sentirías
ni podría formarse en
ti, y en ti faltaría la semilla y el alimento
de este dolor. ¡Oh!
cuántas almas están privadas de Mí, y tal
vez están aun muertas,
ellas se duelen si se ven privadas de
un pequeño placer, de
una bagatela cualquiera, pero privadas
de Mí no tienen ningún
dolor y ni siquiera un pensamiento, así
que este dolor debería
consolarte, porque te da la señal segura
de que he venido a ti
y que me has conocido, y que tu Jesús
quiere poner en ti la
gloria, los bienes, la felicidad que los
demás rechazan".
+ + +
232
18-6
Octubre 10, 1925
Después veía a mi Mamá
Celestial con el niño Jesús entre
sus brazos, que lo
besaba y lo ponía a su pecho para darle su
purísima leche, y yo
le he dicho: “Mamá mía, ¿y a mí nada me
das? ¡Ah! permíteme al
menos que ponga mi te amo entre tu
boca y la de Jesús
mientras os besáis, a fin de que en todo lo
que hagáis corra junto
mi pequeño te amo. Y Ella me dijo:
“Hija mía, pon también
tu pequeño te amo no sólo en la
boca, sino en todos
los actos que corren entre Yo y mi Hijo. Tú
debes saber que en
todo lo que hacía hacia mi Hijo, tenía la
intención de hacerlo
hacia las almas que debían vivir en la
Voluntad Divina,
porque estando en Ella estaban dispuestas a
recibir todos aquellos
actos que Yo hacía hacia Jesús, y
encontraba espacio
suficiente donde depositarlos. Así que si
Yo besaba a mi Hijo,
las besaba a ellas, porque las encontraba
junto con Él en su
Suprema Voluntad.
Eran ellas las
primeras como alineadas en Él, y mi amor
materno me empujaba a
hacerlas participar de lo que hacía a
mi Hijo. Gracias
grandes se necesitaban para quien debía vivir
en esta Santa
Voluntad, y Yo ponía a su disposición todos mis
bienes, mis gracias,
mis dolores, para su ayuda, defensa,
fortaleza, apoyo, luz;
y Yo me sentía feliz y honrada, con los
honores más grandes,
detener por hijos míos los hijos de la
Voluntad del Padre
Celestial, la cual también Yo poseía, y por
eso los veía también
como partos míos. Es más, de ellos se
puede decir lo que se
dice de mi Hijo, que las primeras
generaciones
encontraban la salvación en los méritos del
futuro Redentor. Así
estas almas en virtud de la Voluntad
Divina obrante en
ellas, estas futuras hijas son aquellas que
imploran
incesantemente la salvación, las gracias a las futuras
generaciones; están con
Jesús y Jesús en ellas, y repiten junto
con Jesús lo que
contiene Jesús.
Por eso, si quieres
que te repita lo que hice a mi Hijo, haz
que te encuentre
siempre en su Voluntad, y Yo te daré
magnánimamente mis
favores”.
+ + +
20-28
Noviembre 21, 1926
Me sentía toda
afligida por la muerte de improviso de una
hermana mía, el temor
de que mi amable Jesús no la tuviese
233
Consigo me desgarraba
el ánimo y al venir mi sumo Bien Jesús
le he dicho mi pena, y
Él todo bondad me ha dicho:
“Hija mía, no temas,
¿no está acaso mi Voluntad que suple a
todo, a los mismos
Sacramentos y a todas las ayudas que se
pueden dar a una pobre
moribunda? Mucho más cuando no
está la voluntad de la
persona de no querer recibir los
Sacramentos y todas
las ayudas de la Iglesia, que como madre
da en aquel punto
extremo. Debes saber que mi Querer al
arrebatarla de la
tierra de improviso me la ha hecho circundar
por la ternura de mi
Humanidad, mi corazón humano y divino
ha puesto en campo de
acción mis fibras más tiernas, de modo
que sus defectos, sus
debilidades, sus pasiones, han sido
miradas y pesadas con
tal fineza de ternura infinita y divina, y
cuando Yo pongo en
campo mi ternura no puedo hacer menos
que tener compasión y
dejarla pasar a buen puerto, como
triunfo de la ternura
de tu Jesús. Y además, ¿no sabes tú que
donde faltan las
ayudas humanas abundan las ayudas divinas?
Tú temes porque no
había nadie a su alrededor y si quiso
ayuda no tuvo a quien
pedirla. ¡Ah, hija mía, en aquel punto las
ayudas humanas cesan,
no tienen ni valor ni efecto, porque el
alma entra en el acto
único y primero con su Creador, y en este
acto primero a ninguno
le es dado entrar, y además, a quien no
es un perverso, la
muerte repentina sirve para no hacer poner
en campo la acción
diabólica, sus tentaciones, los temores que
con tanto arte arroja
en los moribundos, porque se los siente
arrebatar sin poderlos
tentar ni seguir, por eso lo que se cree
desgracia por los
hombres, muchas veces es más que gracia”.
+ + +
35-40
Marzo 22, 1938
…Nuestra bondad,
nuestro amor es tanto, que intentamos
todos los caminos,
usamos todos los medios para arrancarlo
del pecado, para
ponerlo a salvo, y si no lo logramos en vida, le
hacemos la última
sorpresa de amor en el punto mismo de la
muerte. Tú debes saber
que en aquel punto es la última espía
de amor que hacemos a
la criatura, la circundamos de gracias,
de luz, de bondad;
ponemos tales ternuras de amor, de
ablandar y vencer los
corazones más duros, y cuando la
criatura se encuentra
entre la vida y la muerte, entre el tiempo
que termina y la
eternidad que está por comenzar, casi en el
acto en el que el alma
está por salir del cuerpo, Yo, tu Jesús,
me hago ver con una
amabilidad que rapta, con una dulzura
234
que encadena y endulza
las amarguras de la vida,
especialmente las de
aquel punto extremo; después la miro,
pero con tanto amor de
arrancarle un acto de dolor, un acto de
amor, una adhesión a
mi Voluntad.
Ahora, en aquel punto
de desengaño, al ver, al tocar con la
mano cuánto la hemos
amado y la amamos, sienten tal dolor
que se arrepienten de
no habernos amado, y reconocen
nuestra Voluntad como
principio y cumplimiento de su vida, y
como satisfacción
aceptan la muerte, para cumplir un acto de
nuestra Voluntad.
Porque tú debes saber que si la criatura no
hiciera ni siquiera un
acto de Voluntad de Dios, las puertas del
Cielo no son abiertas,
ni es reconocida como heredera de la
patria celestial, ni
los ángeles ni los santos la pueden admitir
entre ellos, ni ella
quisiera entrar, porque conocería que no le
pertenece.
Por eso, sin nuestra
Voluntad no hay ni santidad verdadera
ni salvación, y
cuántos son salvados en virtud de esta nuestra
última espía toda de
amor, excepto los más perversos y
obstinados, si bien
les convendrá hacer una larga etapa de
purgatorio. Por eso el
punto de la muerte es nuestra pesca
diaria, el reencuentro
del hombre extraviado”.
Después ha agregado:
“Hija mía, el punto de la muerte es la
hora del desengaño, y
todas las cosas se presentan en aquel
punto, la una después
de la otra, para decirle: ‘Adiós, la tierra
para ti ha terminado,
comienza la eternidad’. Sucede para la
criatura como cuando
se encuentra encerrada en una
habitación y le es
dicho que detrás de esta habitación hay otra,
en la cual está Dios,
el paraíso, el purgatorio, el infierno, en
suma, la eternidad,
pero ella nada ve, escucha que otros se lo
aseguran, pero como
aquellos que lo dicen tampoco lo ven, lo
dicen de tal manera
que casi no se hacen creer, no dando una
gran importancia para
hacer creer con realidad, con certeza, lo
que dicen con las
palabras, pero un buen día caen los muros y
ve con sus propios
ojos lo que antes le decían, ve a su Padre
Dios que con tanto
amor la ha amado, ve uno por uno los
beneficios que le ha
hecho, ve cómo están lesionados todos
los derechos de amor
que le debía, ve cómo su vida era de
Dios, no suya, todo se
le pone delante: Eternidad, paraíso,
purgatorio, infierno;
la tierra le huye, los placeres le voltean la
espalda, todo
desaparece, y solamente queda presente lo que
está en aquella
estancia de la cual han caído los muros, lo cual
es la eternidad. ¡Qué
cambio sucede para la pobre criatura!
Mi bondad es tanta por
querer a todos salvados, que permito
que estos muros caigan
cuando las criaturas se encuentran
235
entre la vida y la
muerte, entre el salir el alma del cuerpo para
entrar en la
eternidad, a fin de que al menos hagan un acto de
dolor y de amor, y
reconozcan a mi Voluntad adorable sobre de
ellas. Puedo decir que
les doy una hora de verdad para
ponerlas a salvo. ¡Oh,
si todos supieran mis industrias de amor
que hago en el último
punto de la vida, a fin de que no huyan
de mis manos más que
paternas, no esperarían llegar a aquel
punto, sino que me
amarían por toda la vida!”
+ + +
236
237
VIGÉSIMA SEGUNDA HORA
De las 2 a las 3 de la
tarde
Tercera hora de agonía
en la cruz. Quinta, sexta y séptima
palabra sobre la cruz.
Muerte de Jesús
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la
oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y
fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis
brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu
corazón empiezo:
Mi crucificado
moribundo, abrazada a tu cruz siento el fuego
que quema toda tu
santísima persona; el corazón te late tan
fuerte, que
levantándote las costillas te atormenta en modo tan
desgarrador y
horrible, que toda tu santísima Humanidad sufre
una transformación que
te hace irreconocible.
El amor que incendia
tu corazón te seca y te quema, y Tú no
pudiendo contenerlo,
sientes fuertemente el tormento, no sólo
de la sed corporal por
el derramamiento de toda tu sangre, sino
mucho más por la sed
ardiente de la salud de nuestras almas.
Tú, como agua
quisieras bebernos para ponernos a todos a
salvo dentro de Ti,
por eso, reuniendo tus debilitadas fuerzas
gritas:
«¡Tengo sed!» (Jn 19,
28)
¡Ah! esta palabra la
repites a cada corazón:
«Tengo sed de tu
voluntad, de tus afectos, de tus deseos, de
tu amor; agua más
fresca y dulce no puedes darme, que tu
alma. ¡Ah! no me dejes
quemar, tengo sed ardiente, por lo cual
no sólo me siento
quemar la lengua y la garganta, tanto que no
puedo más articular
palabra, sino que me siento también secar
el corazón y las
entrañas. ¡Piedad de mi sed, piedad!»
Y como delirante por
la gran sed te abandonas a la Voluntad
del Padre. Ah, mi
corazón no puede vivir más al ver la
impiedad de tus
enemigos, que en lugar de agua te dan hiel y
vinagre, y Tú no los
rechazas. Ah, comprendo, es la hiel de
tantas culpas, es el
vinagre de nuestras pasiones no domadas
que quieren darte, y
que en lugar de confortarte te queman de
más.
Oh mi Jesús, he aquí
mi corazón, mis pensamientos, mis
afectos, he aquí todo
mi ser a fin de que Tú calmes tu sed y
des un alivio a tu
boca seca y amargada. Todo lo que tengo,
todo lo que soy, todo
es para Ti, oh mi Jesús. Si fueran
necesarias mis penas
para poder salvar aun una sola alma,
238
aquí me tienes, estoy
dispuesta a sufrirlo todo. A Ti yo me
ofrezco enteramente,
haz de mí lo que mejor te plazca.
Quiero reparar el
dolor que Tú sufres por todas las almas
que se pierden y la
pena que te dan aquellas, a las cuales,
mientras Tú permites
que tengan tristezas, abandonos, ellas en
vez de ofrecértelos a
Ti como alivio de la sed ardiente que te
devora, se abandonan a
sí mismas y así te hacen penar más.
Sexta Palabra
Moribundo bien mío, el
mar interminable de tus penas, el
fuego que te consume,
y más que todo el Querer Supremo del
Padre que quiere que
Tú mueras, no nos permiten esperar que
puedas continuar viviendo.
Y yo, ¿cómo podré vivir sin Ti? Ya
te faltan las fuerzas,
tus ojos se velan, tu rostro se transforma y
se cubre de una
palidez mortal, la boca está entreabierta, el
respiro afanoso e
intermitente, tanto, que ya no hay esperanza
de que te puedas reanimar.
Al fuego que te quema
lo sustituye un hielo y un sudor frío
que te baña la frente,
los músculos, y los nervios se contraen
siempre más por la
acerbidad de los dolores y por las
perforaciones de los
clavos; las llagas se abren más y yo
tiemblo, me siento
morir. Te miro, oh mi bien, y veo descender
de tus ojos las
últimas lágrimas, mensajeras de la cercana
muerte, mientras que
fatigosamente haces oír aún otra palabra:
«¡Todo está
consumado!» (Jn 19, 30)
Oh mi Jesús, ya lo has
agotado todo, ya no te queda nada
más, el amor ha
llegado a su término. Y yo, ¿me he consumido
toda por tu amor? ¿Qué
agradecimiento no deberé yo darte,
cuál no tendrá que ser
mi gratitud hacia Ti? Oh mi Jesús,
quiero reparar por
todos, reparar por las faltas de
correspondencia a tu
amor, y consolarte por las afrentas que
recibes de las
criaturas mientras te estás consumiendo de
amor sobre la cruz.
Séptima Palabra
Mi crucificado
agonizante, Jesús, ya estás a punto de dar el
último respiro de tu
vida mortal, tu santísima Humanidad está
ya rígida, el corazón
parece que no te late más. Con la
Magdalena me abrazo a
tus pies y quisiera, si fuera posible,
dar mi vida para
reanimar la tuya.
Entre tanto, oh Jesús,
veo que reabres tus ojos moribundos
y miras en torno a la
cruz, como si quisieras dar el último adiós
239
a todos, miras a tu
agonizante Mamá que no tiene más
movimiento ni voz,
tantas son las penas que sufre, y con tu
mirada le dices:
«Adiós Mamá, Yo me
voy, pero te tendré en mi corazón. Tú
ten cuidado de los
hijos míos y tuyos».
Miras a la llorosa
Magdalena, al fiel Juan; y a tus mismos
enemigos y con tu
mirada les dices:
«Yo los perdono y les
doy el beso de paz».
Nada escapa a tu
mirada, de todos te despides y a todos
perdonas. Después
reuniendo todas tus fuerzas y con voz
fuerte y sonora
gritas:
«¡Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu!» (Lc 23, 46)
La muerte de Jesús
E inclinando la cabeza
expiras.
Mi Jesús, a este grito
toda la naturaleza se trastorna y llora
tu muerte, la muerte
de su Creador. La tierra tiembla
fuertemente y con su
temblor parece que llore y quiera sacudir
las almas de todos
para que te reconozcan como el verdadero
Dios. El velo del
templo se rasga, los muertos resucitan, el sol
que hasta ahora ha
llorado tus penas, retira horrorizado su luz.
Tus enemigos a este
grito se arrodillan, se golpean el pecho y
dicen:
«Verdaderamente éste
es el Hijo de Dios». (Mc 15, 39)
Y tu Madre,
petrificada y moribunda, sufre penas más duras
que la muerte.
Muerto Jesús mío, con
este grito Tú nos pones también a
todos nosotros en las
manos del Padre, para que no se nos
rechace; por eso
gritas fuerte, no sólo con la voz, sino con
todas tus penas y con
las voces de tu sangre:
«¡Padre, en tus manos
pongo mi espíritu y a todas las
almas!»
Mi Jesús, también yo
me abandono en Ti, y dame la gracia
de morir toda en tu
amor, en tu Querer, rogándote que no
permitas jamás, ni en
la vida ni en la muerte, que yo salga de
tu santísima Voluntad.
Quiero reparar por todos aquellos que
no se abandonan
perfectamente a tu santísima Voluntad,
perdiendo así, o
reduciendo el precioso fruto de tu Redención.
¿Cuál no será el dolor
de tu corazón, oh mi Jesús, al ver tantas
criaturas que huyen de
tus brazos y se abandonan a sí
mismas?
Piedad por todos, oh
mi Jesús, piedad por mí. Beso tu
cabeza coronada de
espinas y te pido perdón por tantos
240
pensamientos míos de
soberbia, de ambición y de propia
estima, y te prometo
que cada vez que me venga un
pensamiento que no sea
todo para Ti, oh Jesús, y me
encuentre en las
ocasiones de ofenderte, gritaré
inmediatamente:
«¡Jesús y María, os encomiendo el alma
mía!»
Oh Jesús, beso tus
hermosos ojos bañados aún por las
lágrimas y cubiertos
por sangre coagulada, y te pido perdón
por cuantas veces te
ofendí con miradas malas e inmodestas;
te prometo que cada
vez que mis ojos se sientan impulsados a
mirar cosas de la
tierra, gritaré inmediatamente: «¡Jesús y
María, os encomiendo
el alma mía!»
Oh Jesús mío, beso tus
sacratísimos oídos, aturdidos hasta
los últimos momentos
por insultos y horribles blasfemias. Y te
pido perdón por
cuantas veces he escuchado y he hecho
escuchar
conversaciones que nos alejan de Ti, y por tantas
conversaciones malas
que hacen las criaturas, y te prometo
que cada vez que me
encuentre en la ocasión de oír aquello
que no conviene,
gritaré inmediatamente: «¡Jesús y María, os
encomiendo el alma
mía!»
Oh Jesús mío, beso tu
santísimo rostro, pálido, lívido,
ensangrentado, y te
pido perdón por tantos desprecios, insultos
y afrentas que recibes
de nosotros, vilísimas criaturas, por
nuestros pecados. Yo
te prometo que cada vez que me venga
la tentación de no
darte toda la gloria, el amor y la adoración
que se te deben,
gritaré inmediatamente: «¡Jesús y María, os
encomiendo el alma
mía!»
Oh Jesús mío, beso tu
santísima boca, ardida y amargada.
Te pido perdón por
cuantas veces te he ofendido con mis
malas conversaciones,
por cuantas veces he concurrido a
amargarte y a
acrecentar tu sed; te prometo que cada vez que
me venga el
pensamiento de decir cosas que podrían
ofenderte, gritaré
inmediatamente: «¡Jesús y María, os
encomiendo el alma
mía!»
Oh Jesús mío, beso tu
cuello santísimo y veo aún las marcas
de las cadenas y de
las cuerdas que te han oprimido, te pido
perdón por tantas
ataduras y por tantos apegos de las
criaturas, que han
añadido sogas y cadenas a tu santísimo
cuello. Te prometo que
cada vez que me sienta turbado por
apegos, deseos y
afectos que no sean para Ti, gritaré
inmediatamente:
«¡Jesús y María, os encomiendo el alma
mía!»
Jesús mío, beso tus
santísimos hombros y te pido perdón
por tantas ilícitas
satisfacciones, perdón por tantos pecados
241
cometidos con los
cinco sentidos de nuestro cuerpo; te
prometo que cada vez
que me venga el pensamiento de
tomarme algún placer o
satisfacción que no sea para tu gloria,
gritaré inmediatamente:
«¡Jesús y María, os encomiendo el
alma mía!»
Jesús mío, beso tu
santísimo pecho y te pido perdón por
tantas frialdades,
indiferencias, tibiezas e ingratitudes
horrendas que recibes
de las criaturas, y te prometo que cada
vez que me sienta
enfriar en tu amor, gritaré inmediatamente:
«¡Jesús y María, os
encomiendo el alma mía!»
Jesús mío, beso tus
sacratísimas manos; te pido perdón por
todas las obras malas
e indiferentes, por tantos actos
envenenados por el
amor propio y por la propia estima; te
prometo que cada vez
que me venga el pensamiento de no
obrar solamente por tu
amor, gritaré inmediatamente: «¡Jesús y
María, os encomiendo
el alma mía!»
Oh Jesús mío, beso tus
santísimos pies y te pido perdón por
tantos pasos, por
tantos caminos recorridos sin recta intención,
por tantos que se
alejan de Ti para ir en busca de los placeres
de la tierra. Te
prometo que cada vez que me venga el
pensamiento de
apartarme de Ti, gritaré inmediatamente:
«¡Jesús y María, os
encomiendo el alma mía!»
Oh Jesús mío, beso tu
sacratísimo corazón y quiero encerrar
en él, junto con mi
alma, a todas las almas redimidas por Ti,
para que todas sean
salvas, sin excluir ninguna. Oh Jesús,
enciérrame en tu
corazón y cierra las puertas de él, de modo
que yo no pueda ver
otra cosa que a Ti solo. Te prometo que
cada vez que me venga
el pensamiento de querer salir de este
corazón, gritaré
inmediatamente: «¡Jesús y María, a ustedes
doy mi corazón y el
alma mía!»
+ + +
Reflexiones de la
Vigésima Segunda Hora (2 PM)
9-36
Julio 4, 1910
Continuando mi
habitual estado lleno de privaciones y de
amargura, estaba
pensando en la agonía de Nuestro Señor, y
entonces Él me dijo:
“Hija mía, quise
sufrir en modo especial la agonía del huerto
para dar ayuda a todos
los moribundos para bien morir. Mira
bien cómo se combina
mi agonía con la agonía de los
242
cristianos: Tedios,
tristezas, angustias, sudor de sangre; sentía
la muerte de todos y
de cada uno como si realmente muriese
por cada uno en
particular, por lo tanto sentía en Mí los tedios,
las tristezas, las
angustias de cada uno, y con esto daba a
todos ayuda, consuelo,
esperanza, para hacer que como Yo
sentía sus muertes en
Mí, así ellos pudieran tener la gracia de
morir todos en Mí,
como dentro de un solo aliento, con mi
aliento, y súbito
beatificarlos con mi Divinidad.
Si la agonía del
huerto fue en modo especial para los
moribundos, la agonía
de la cruz fue para ayuda del último
momento, especialmente
para el último respiro. Ambas son
agonías, pero una
distinta de la otra: La agonía del huerto llena
de tristezas, de
temores, de afanes, de espantos; la agonía de
la cruz, llena de paz,
de calma imperturbable, y si grité tengo
sed, era sed
insaciable de que todos pudieran expirar en mi
último respiro; y
viendo que muchos se salían de mi último
respiro, por el dolor
grité tengo sed, y este tengo sed lo
continúo gritando a
todos y a cada uno, como timbre a la
puerta de cada
corazón: “Tengo sed de ti, oh alma. Ah, no
salgas de Mí, sino
entra en Mí y expira Conmigo”.
+ + +
11-18
Mayo 9, 1912
Esta mañana
encontrándome en mi habitual estado, estaba
pensando cómo nos
podemos consumar en el amor, y el
bendito Jesús al venir
me ha dicho:
“Hija mía, si la
voluntad no quiere otra cosa que a Mí solo, si
la inteligencia no se
ocupa de otra cosa que de conocerme a
Mí, si la memoria no
se recuerda de otra cosa sino sólo de Mí,
he aquí consumadas las
tres potencias del alma en el amor.
Así también de los
sentidos: Si habla sólo de Mí, si escucha
sólo lo que se refiere
a Mí, si se gustan sólo las cosas mías, si
se obra y se camina
sólo por Mí, si el corazón me ama sólo a
Mí, si los deseos me
desean sólo a Mí, he aquí la consumación
del amor formada en
los sentidos.
Hija mía, el amor
tiene un dulce encanto y hace al alma
ciega a todo lo que no
es amor, y la vuelve toda ojo a todo lo
que es amor, así que
para quien ama, cualquier cosa que la
voluntad encuentra, si
es amor, se vuelve toda ojo, si no, se
vuelve ciega, tonta y
no comprende nada; así la lengua, si
debe hablar de amor se
siente correr en su palabra tantos ojos
243
de luz y se hace
elocuente, si no, se vuelve balbuceante y
termina por enmudecer;
y así de todo el resto”.
+ + +
11-54
Mayo 21, 1913
Encontrándome en mi
habitual estado, mi siempre amable
Jesús me ha dicho:
“Hija mía, Yo quiero
la verdadera consumación en ti, no
fantástica sino
verdadera, pero en modo simple y factible.
Supón que te viniera
un pensamiento que no es para Mí, tú
debes destruirlo y sustituirlo
con el divino, y así habrás hecho
la consumación del
pensamiento humano y habrás adquirido la
vida del pensamiento
divino; así también si el ojo quiere mirar
alguna cosa que me
disgusta o que no se refiere a Mí, y el
alma se mortifica, ha
consumado el ojo humano y ha adquirido
el ojo de la Vida
Divina, y así el resto de tu ser. ¡Oh!, Cómo
estas nuevas Vidas
Divinas me las siento correr en Mí y toman
parte en todo mi
obrar, amo tanto estas vidas, que por amor de
ellas cedo a todo.
Estas almas son las primeras delante de Mí,
y si las bendigo, a
través de ellas vienen bendecidas las
demás; son las
primeras beneficiadas, amadas, y por medio de
ellas vienen beneficiadas
y amadas las demás”.
+ + +
12-58
Agosto 7, 1918
Me lamentaba con Jesús
por su privación y decía entre mí:
“Todo ha terminado,
qué días tan amargos, mi Jesús se ha
eclipsado, se ha
retirado de mí, ¿cómo puedo seguir
viviendo?” Mientras
esto y otros desatinos decía, mi siempre
amable Jesús, con una
luz intelectual que de Él me venía me
ha dicho:
“Hija mía, mi
consumación sobre la cruz continúa aún en las
almas. Cuando el alma
está bien dispuesta y me da vida en
ella, Yo revivo en
ella como dentro de mi Humanidad. Las
llamas de mi amor me
queman, siento el deseo de
testimoniarlo a las
criaturas y de decir: “Vean cuánto os amo,
no estoy contento con
haberme consumado sobre la cruz por
amor vuestro, sino que
quiero consumarme en esta alma por
amor vuestro, porque
me ha dado vida en ella”. Y por esto
hago sentir al alma la
consumación de mi Vida en ella, y ella se
244
siente como
estrechada, sufre agonías mortales, no sintiendo
más la Vida de su
Jesús en ella se siente consumir. Conforme
siente faltar mi Vida
en ella, de la cual estaba habituada a vivir,
se debate, tiembla,
casi como mi Humanidad sobre la cruz
cuando mi Divinidad,
sustrayéndole la fuerza la dejó morir. Esta
consumación en el alma
no es humana, sino toda divina, y Yo
siento la satisfacción
como si otra Vida mía Divina se hubiera
consumido por amor
mío; y como no es su vida la que se ha
consumido, sino la
mía, la que ya no siente más, que ya no ve,
le parece que Yo haya
muerto para ella. Y a las criaturas les
renuevo los efectos de
mi consumación y al alma le duplico la
gracia y la gloria,
siento el dulce encanto y los atractivos de mi
Humanidad que me hacía
hacer lo que Yo quería. Por eso
déjame hacer también
tú lo que quiero hacer en ti, déjame libre
y Yo desarrollaré mi
Vida”.
+ + +
13-24
Octubre 16, 1921
Encontrándome en mi
habitual estado, mi siempre amable
Jesús me hacía ver
cómo de dentro de su Santísima
Humanidad salían todas
las criaturas, y todo ternura me ha
dicho:
“Hija mía, mira el
gran prodigio de la encarnación, en cuanto
fui concebido y se
formó mi Humanidad, así hacía renacer a
todas las criaturas en
Mí, así que en mi Humanidad, mientras
renacían en Mí, sentía
todos sus actos distintos: En la mente
contenía cada
pensamiento de criatura, buenos y malos, los
buenos los confirmaba
en el bien, los rodeaba con mi gracia,
los investía con mi
luz, a fin de que renaciendo de la santidad
de mi mente, fueran
dignos partos de mi inteligencia; los malos
los reparaba, hacía la
penitencia que les correspondía,
multiplicaba mis
pensamientos al infinito para dar al Padre la
gloria por cada
pensamiento de las criaturas. En mis miradas,
en mis palabras, en
mis manos, en mis pies y hasta en mi
corazón, contenía las
miradas, las palabras, las obras, los
pasos, los corazones
de cada uno, y renaciendo en Mí todo
quedaba confirmado en
la santidad de mi Humanidad, todo
reparado, y por cada
ofensa sufrí una pena especial. Y
habiéndolos hecho
renacer a todos en Mí, los llevé en Mí todo
el tiempo de mi Vida,
¿y sabes cuando los parí? Los parí sobre
la cruz, en el lecho
de mis acerbos dolores, entre espasmos
atroces, en el último
suspiro de mi Vida, y en cuanto morí, así
245
renacían todos a nueva
vida, todos sellados y marcados con
todo el obrar de mi
Humanidad; y no contento con haberlos
hecho renacer, a cada
uno le daba todo lo que Yo había hecho
para tenerlos
defendidos y seguros. ¿Ves qué santidad
contiene el hombre? La
santidad de mi Humanidad, jamás
habría podido dar a
luz hijos indignos y desemejantes de Mí,
por eso amo tanto al
hombre, porque es parto mío, pero el
hombre es siempre
ingrato y llega a no conocer al Padre que lo
ha parido con tanto
amor y dolor”.
Después de esto se
hacía ver todo en llamas, y Jesús
quedaba quemado y consumido
en aquellas llamas, y no se
veía más, no se veía
otra cosa que fuego, pero después se
veía renacer de nuevo,
y después quedaba otra vez consumido
en el fuego. Entonces
ha agregado:
“Hija mía, Yo ardo, el
amor me consume, es tanto el amor,
las llamas que me
queman, que muero de amor por cada
criatura. No fue
solamente por las penas por lo que morí, sino
que las muertes de
amor son continuas, no obstante, no hay
quien me dé su amor
por refrigerio”.
+ + +
36-3
Abril 20, 1938
Mi vuelo continúa en
el Querer Divino, y siento la necesidad
de hacer mío todo lo
que ha hecho, poner en ello mi pequeño
amor, mis besos
afectuosos, mis adoraciones profundas,
mis gracias por todo
lo que ha hecho y sufrido por mí y por
todos, y habiendo
llegado al momento cuando mi amado Jesús
fue crucificado y
levantado en la cruz entre espasmos atroces y
penas inauditas, con
acento tierno y lastimero, tanto que me
sentía romper el
corazón, me ha dicho:
“Hija mía buena, la
pena que más me traspasó sobre la cruz
fue mi sed ardiente,
me sentía quemar vivo, todos los humores
vitales habían salido
por mis llagas, que como tantas bocas
quemaban y sentían una
sed ardiente que querían apagar,
tanto, que no pudiendo
contenerme grité: ‘Sitio’. Este ‘sitio’
permanece siempre en
acto de decir: ‘Tengo sed’. No termino
jamás de decirlo, con
mis llagas abiertas y con mi boca
quemada digo siempre:
‘Yo ardo, tengo sed, ¡ah! dame una
gotita de tu amor para
dar un pequeño refrigerio a mi sed
ardiente’. Así que en
todo lo que hace la criatura Yo le repito
siempre con mi boca
abierta y quemada por la sed: ‘Dame de
beber, tengo sed
ardiente’. Y como mi Humanidad dislocada y
246
llagada tenía un solo
grito: ‘Tengo sed’, por eso, conforme la
criatura camina, Yo
grito a sus pasos con mi boca ardida:
‘Dame tus pasos hechos
por mi amor para calmar mi sed’; si
obra, le pido sus
obras hechas sólo por mi amor para refrigerio
de mi sed ardiente; si
habla, le pido sus palabras; si piensa, le
pido sus pensamientos
como tantas gotitas de amor para alivio
a mi sed ardiente. No
era solamente mi boca la que se
quemaba, sino toda mi
Santísima Humanidad sentía la extrema
necesidad de un baño
de refrigerio al fuego ardiente de amor
que me quemaba, y como
era por la criatura que Yo me
quemaba en medio de
penas desgarradoras, por eso
solamente ellas
podían, con su amor, extinguir mi sed ardiente
y dar el baño de
refrigerio a mi Humanidad. Ahora, este grito:
‘Sitio’, lo dejé en mi
Voluntad, y Ella tomaba el empeño de
hacerlo oír a cada
instante en los oídos de las criaturas, para
moverlas a compasión
de mi sed ardiente, para darles mi baño
de amor y recibir su
baño de amor, aunque sean pequeñas
gotitas, como alivio
de mi sed que me devora, pero, ¿quién me
escucha? ¿Quién tiene
compasión de Mí? Sólo quien vive en
mi Voluntad, todos los
demás se hacen los sordos y
acrecientan con su
ingratitud mi sed, lo que me deja
intranquilo, sin
esperanza de alivio. Y no solamente mi ‘sitio’,
sino todo lo que hice
y dije lo dejé en mi Voluntad; estoy
siempre en acto de
decir a mi Mamá doliente: ‘Madre, he ahí a
tus hijos’. Y la pongo
a su lado como ayuda, por guía, para
hacerla amar por
hijos, y Ella a cada instante se siente poner
por su Hijo al lado de
sus hijos, y ¡oh! ¡Cómo los ama como
Mamá, y les da su
Maternidad para hacerme amar por ellos
como Ella me ama! Y no
sólo esto, sino que con dar su
Maternidad pone el
amor perfecto entre las criaturas, a fin de
que se amen entre
ellas con amor materno, que es amor de
sacrificio, de
desinterés y constante. ¿Pero quién recibe todo
este bien? Quien vive
en nuestro Fiat. Esta criatura siente la
Maternidad de la
Reina; Ella, se puede decir que pone su
corazón materno en la
boca de sus hijos para que succionen y
reciban la Maternidad
de su amor, sus dulzuras y todas sus
dotes, de las cuales
está enriquecido su materno corazón.
Hija mía, quien quiera
encontrarnos, quien quiera recibir
todos nuestros bienes
y a mi misma Madre, debe entrar en
nuestra Voluntad y
debe permanecer dentro, Ella no sólo nos
es Vida, sino que
forma en torno a Nosotros con su
inmensidad, nuestra
habitación, en la cual mantiene todos
nuestros actos,
palabras, y todo lo que somos, siempre en
acto. Nuestras cosas
no salen de nuestra Voluntad, quien las
247
quiera se debe
contentar con hacer vida junto con Ella, y
entonces todo es suyo,
nada le es negado; mientras que si
queremos darle y no
vive en nuestro Querer, no las apreciará,
no las amará, no se
sentirá con el derecho de hacerlas suyas,
y cuando las cosas no
se hacen propias, el amor no surge y
muere”.
+ + +
248
249
VIGÉSIMA TERCERA HORA
De las 3 a las 4 de la
tarde
Jesús muerto es traspasado
por la lanza. El
descendimiento de la
cruz
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la
oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y
fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis
brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu
corazón empiezo:
Muerto Jesús mío, toda
la naturaleza ha dado un grito de
dolor al verte expirar
y ha llorado tu dolorosa muerte,
reconociéndote como su
Creador. Miles de ángeles se ponen
alrededor de tu cruz y
lloran tu muerte; te adoran y te rinden
homenajes de
reconocimiento, confesándote como nuestro
verdadero Dios y te
acompañan al Limbo, a donde vas a
beatificar a tantas
almas que desde siglos y siglos yacen en
aquella cárcel oscura
y te suspiran ardientemente.
Y yo, muerto Jesús
mío, no puedo separarme de esta cruz,
ni me sacio de besar y
volver a besar tus santísimas llagas,
señales todas ellas de
cuánto me has amado, pero al ver las
horribles
laceraciones, la profundidad de tus llagas, tanto que
descubren tus huesos,
ay, me siento morir.
Quiero llorar tanto
sobre estas llagas para lavarlas con el
agua de mis lágrimas,
quiero amarte tanto para curarte todo
con mi amor y
restituir a tu irreconocible Humanidad su natural
belleza, quiero abrir
mis venas para llenar las tuyas con mi
sangre y llamarte
nuevamente a vida.
Vida mía, mi Jesús,
¿qué no puede el amor? El amor es vida
y yo con mi amor
quiero darte vida, y si no basta con el mío,
dame tu amor y con él
todo podré, sí, podré dar vida a tu
santísima Humanidad.
Pero, oh mi Jesús, aun
después de muerto quieres decirnos
que nos amas,
atestiguarnos tu amor y darnos un refugio, un
albergue en tu propio
corazón, por eso, un soldado empujado
por una fuerza
suprema, para asegurarse de tu muerte, con
una lanza te desgarra
el corazón, abriéndote una llaga
profunda, y Tú, amor
mío, derramas las últimas gotas de
sangre y agua que
contiene tu ardiente corazón.
Ah, cuántas cosas me
dice esta llaga, producida no por el
dolor sino por el
amor, y si tu boca está muda, me habla tu
corazón y oigo que
dice:
250
«Hija mía, después de
haber dado todo, con esta he querido
hacerme abrir un
refugio para todas las almas en este mi
corazón; este corazón
abierto gritará continuamente a todos:
“Vengan a Mí si
queréis ser salvos, en este mi corazón
encontraréis la
santidad y os haréis santos, encontraréis el
consuelo en las
aflicciones, la fuerza en la debilidad, la paz en
las dudas, la compañía
en los abandonos”.
Oh almas que me aman,
si quieren amarme de verdad,
vengan a morar siempre
en este corazón, aquí encontrarán el
verdadero amor para
amarme y llamas ardientes para
quemarlas y
consumirlas todas de amor. Todo está
concentrado en este
corazón, aquí están contenidos los
sacramentos, mi Iglesia,
la vida de Ella y la vida de todas las
almas. En este mi
corazón siento las profanaciones que se
hacen a mi Iglesia,
las insidias de los enemigos, los ataques
que le lanzan, a mis
hijos conculcados, porque no hay ofensa
que este mi corazón no
sienta, por eso hija mía, tu vida sea en
este mi corazón,
defiéndeme, repárame, condúceme a todos
hacia él».
Amor mío, si una lanza
ha herido tu corazón por amor mío,
te ruego que con tus
manos hieras mi corazón, mis afectos,
mis deseos, toda yo
misma, y que no haya parte en mí que no
quede herida por tu
amor.
Unida con nuestra
traspasada Mamá, que cae desmayada
por el inmenso dolor
al ver que te traspasan el corazón, y como
paloma vuela a tu
corazón para tomar el primer lugar para ser
la primera reparadora,
la reina de tu mismo corazón,
intermediaria entre Tú
y las criaturas. También yo junto con Mi
Mamá quiero volar a tu
corazón para oír cómo te repara y
repetir sus
reparaciones en todas las ofensas que recibes.
Oh mi Jesús, después
de tu muerte desgarradora y
dolorosísima, parece
que yo no debería tener más vida propia,
pero en este tu
corazón herido yo reencontraré mi vida, así que
cualquier cosa que
esté por hacer, la tomaré siempre de él.
No daré más vida a los
pensamientos, pero si quisieran vida,
la tomaré de tus
pensamientos; no tendrá más vida mi querer,
pero si vida quiere,
tomaré tu santísima Voluntad; no tendrá
más vida mi amor, pero
si querrá vida la tomaré de tu amor. Oh
mi Jesús, toda tu vida
es mía, ésta es tu Voluntad, éste es mi
querer.
251
El descendimiento de
la cruz
Muerto Jesús mío, veo
que se apresuran a bajarte de la
cruz; y tus discípulos
José y Nicodemo, que hasta ahora
habían permanecido
ocultos, ahora con valor y sin temer nada
quieren darte
honorable sepultura, y por eso toman martillo y
pinzas para cumplir el
sagrado y triste descendimiento de la
cruz, mientras que tu
traspasada Mamá extiende sus brazos
maternos para
recibirte en su regazo.
Mi Jesús, mientras te
desclavan, también yo quiero ayudar a
tus discípulos a
sostener tu santísimo cuerpo y con los clavos
que te quitan, clávame
toda a Ti, y junto con nuestra Santa
Madre quiero adorarte
y besarte, y después enciérrame en tu
corazón para no salir
más de él.
+ + +
Reflexiones de la
Vigésima Tercera Hora (3 PM)
9-36
Julio 4, 1910
…Así que son seis
horas de mi Pasión que di a los hombres
para bien morir, las
tres del huerto fueron para ayuda de la
agonía, las tres de la
cruz para ayuda en el último suspiro de la
muerte. Después de
esto, ¿quién no debe mirar sonriente a la
muerte? Mucho más para
quien me ama, para quien busca
sacrificarse sobre mi
misma cruz. Mira cómo es bella la muerte
y cómo hace cambiar
las cosas, en vida fui despreciado, los
mismos milagros no
hicieron los efectos de mi muerte; aún
sobre la cruz hubo
insultos, pero en cuanto expiré, la muerte
tuvo la fuerza de
cambiar las cosas, todos se golpeaban el
pecho confesándome por
verdadero Hijo de Dios, mis mismos
discípulos tomaron
valor, y aun aquellos ocultos se hicieron
atrevidos y pidieron
mi cuerpo dándome honorable sepultura;
Cielo y tierra a plena
voz me confesaron Hijo de Dios. La
muerte es una cosa
grande, sublime; y esto sucede también
para mis mismos hijos,
en vida despreciados, pisoteados,
aquellas mismas
virtudes que como luz deberían brillar entre
quienes los rodeaban,
quedan medio veladas, sus heroísmos
en el sufrir, sus
abnegaciones, su celo por las almas, arrojan
claridad y dudas en
los presentes, y Yo mismo permito estos
velos para conservar
con más seguridad la virtud de mis
amados hijos. Pero
apenas mueren, estos velos, no siendo
252
más necesarios, Yo los
retiro y las dudas se hacen certezas, la
luz se hace clara, y esta
luz hace apreciar su heroísmo, se
hace entonces aprecio
de todo, aun de las cosas más
pequeñas, así que lo
que no se puede hacer en vida, lo suple
la muerte, y esto es
para lo que sucede acá abajo; y por lo que
sucede allá arriba es
propiamente sorprenderte y envidiable a
todos los mortales”.
+ + +
12-79
Enero 27, 1919
Encontrándome en mi
habitual estado, mi siempre amable
Jesús, al venir me
hacía ver su adorable corazón todo lleno de
heridas de las que
brotaban ríos de sangre, y todo doliente me
ha dicho:
“Hija mía, entre
tantas heridas que contiene mi corazón, hay
tres heridas que me
dan penas mortales y tal acerbidad de
dolor, que sobrepasan
a todas las demás heridas juntas, y
éstas son: Las penas
de mis almas amantes. Cuando veo a un
alma toda mía sufrir
por causa mía, torturada, humillada,
dispuesta a sufrir aun
la muerte más dolorosa por Mí, Yo siento
sus penas como si
fueran mías, y tal vez más. ¡Ah! el amor
sabe abrir heridas más
profundas, de no dejar sentir las otras
penas. En esta primera
herida entra en primer lugar mi querida
Mamá, ¡oh! cómo su
corazón traspasado por causa de mis
penas se vertía en el
mío, y Yo sentía a lo vivo todas sus
heridas, y al verla
agonizante y no morir por causa de mi
muerte, Yo sentía en
mi corazón el desgarro, la crudeza de su
martirio, y sentía las
penas de mi muerte que sentía el corazón
de mi amada Mamá, y
por ello mi corazón moría junto, así que
todas mis penas unidas
con las penas de mi Mamá,
sobrepasaban todo; por
eso era justo que mi Celestial Mamá
tuviera el primer
puesto en mi corazón, tanto en el dolor como
en el amor, porque
cada pena sufrida por amor mío, abría
mares de gracias y de
amor que se volcaban en su corazón
traspasado; en esta herida
entran todas las almas que sufren
por causa mía y sólo
por amor, en ésta entras tú, y aunque
todos me ofendieran y
no me amaran, Yo encuentro en ti el
amor que puede
suplirme por todos, y por eso, cuando las
criaturas me arrojan,
me obligan a huir de ellas, Yo rápido
vengo a refugiarme en
ti como a mi escondite, y encontrando
mi amor, no el de
ellas, y penante sólo por Mí, digo: “No me
arrepiento de haber
creado cielo y tierra y de haber sufrido
tanto”. Un alma que me
ama y que sufre por Mí es todo mi
253
contento, mi
felicidad, mi compensación de todo lo que he
hecho, y haciendo a un
lado todo lo demás, me deleito y me
entretengo con ella.
Sin embargo, esta herida de amor en mi
corazón, mientras es
la más dolorosa y sobrepasa todo,
contiene dos efectos
al mismo tiempo: Me da intenso dolor y
suma alegría, amargura
indecible y dulzura indescriptible,
muerte dolorosa y vida
gloriosa. Son los excesos de mi amor,
inconcebibles a mente
creada; y en efecto, ¿cuántos contentos
no encontraba mi
corazón en los dolores de mi traspasada
Mamá?
La segunda herida
mortal de mi corazón es la ingratitud. La
criatura con la
ingratitud cierra mi corazón, más bien, ella
misma da dos vueltas a
la llave, y mi corazón se hincha porque
quiere derramar
gracias, amor, y no puede, porque la criatura
me los ha encerrado y
ha puesto el sello con la ingratitud, y Yo
doy en delirio,
desvarío sin esperanza de que esta herida me
sea curada, porque la
ingratitud me la va haciendo siempre
más profunda, dándome
pena mortal.
La tercera es la
obstinación. ¡Qué herida mortal a mi
corazón! La
obstinación es la destrucción de todos los bienes
que he hecho para la
criatura; es la firma de la declaración que
la criatura hace de no
conocerme, de no pertenecerme más, es
la llave del infierno,
al cual la criatura va a precipitarse; y mi
corazón siente por
ello el desgarro, se me hace pedazos, y me
siento llevar uno de
esos pedazos. ¡Qué herida mortal es la
obstinación!
Hija mía, entra en mi
corazón y toma parte en estas mis
heridas, compadece mi
despedazado corazón, suframos juntos
y roguemos”.
Yo he entrado en su
corazón, cómo era doloroso, pero bello,
sufrir y rogar con
Jesús.
+ + +
14-7
Febrero 26, 1922
Estaba pensando en el
gran bien que el bendito Jesús nos
ha hecho con
redimirnos, y Él, todo bondad me ha dicho:
“Hija mía, Yo creé a la
criatura bella, noble, de origen eterno
y divino, plena de
felicidad y digna de Mí; el pecado la derribó
de esta altura y la
hizo caer hasta el fondo, la desnobleció, la
deformó y la volvió la
criatura más infeliz, sin poder crecer,
porque el pecado le impedía
el crecimiento y la cubría de
llagas, que daba
horror el sólo verla. Ahora, mi Redención
254
rescató a la criatura
de la culpa, y mi Humanidad no hizo otra
cosa que, como una
tierna madre con su recién nacido, que no
pudiendo tomar otro
alimento, para dar la vida a su bebé, se
abre el seno, pone a
su pecho a su niño, y de su sangre
convertida en leche le
suministra el alimento para darle la vida.
Más que madre mi
Humanidad se hizo abrir en Sí misma, a
golpes de látigo,
tantos orificios, casi como tantos pechos que
hacían salir ríos de
sangre para hacer que mis hijos,
pegándose a ellos
pudieran chupar el alimento para recibir la
vida y desarrollar su
crecimiento, y con mis llagas cubría su
deformidad y los
volvía más bellos que al principio, y si al
crearlos los hice
cielos tersísimos y nobles, en la Redención los
adorné tachonándolos
con las estrellas brillantísimas de mis
llagas para cubrir su
fealdad y volverlos más bellos; en sus
llagas y deformidad Yo
ponía los diamantes, las perlas, los
brillantes de mis
penas, para ocultar todos sus males y
vestirlos con tal
magnificencia de superar el estado de su
origen, por eso con
razón la Iglesia dice: ‘Feliz culpa’, porque
por la culpa vino la
Redención, y mi Humanidad no sólo los
alimentó con su
sangre, no sólo los vistió con su misma
Persona y los adornó
con su misma belleza, sino que mis
pechos están siempre
llenos para alimentar a mis hijos. ¿Cuál
no será la condena de
aquellos que no quieren pegarse a ellas
para recibir la vida y
crecer, y para ser cubiertos en su
deformidad?”
+ + +
24-6
Abril 12, 1928
Estaba haciendo mi
giro en el Fiat Divino y acompañaba a
mi dulce Jesús en las
penas de su Pasión, y siguiéndolo en el
Calvario mi pobre
mente se ha detenido a pensar en las penas
desgarradoras de Jesús
sobre la cruz, y Él moviéndose en mi
interior me ha dicho:
“Hija mía, el Calvario
es el nuevo Edén donde le venía
restituido al género
humano lo que perdió al sustraerse de mi
Voluntad.
Analogía entre el
Calvario y el Edén: En el Edén el hombre
perdió la gracia,
sobre el Calvario la adquiere; en el Edén le fue
cerrado el Cielo,
perdió su felicidad y se volvió esclavo del
enemigo infernal, aquí
en el nuevo Edén le viene reabierto el
Cielo, readquiere la
paz, la felicidad perdida, queda
encadenado el demonio
y el hombre queda libre de su
esclavitud; en el Edén
se oscureció y se retiró el Sol del Fiat
255
Divino y para el
hombre fue siempre noche, símbolo del sol que
se retiró de la faz de
la tierra en las tres horas de mi tremenda
agonía sobre la cruz,
porque no pudiendo sostener la vista del
desgarro de su Creador,
causado por el querer humano que
con tanta perfidia
había reducido a mi Humanidad a este
estado, horrorizado se
retiró, y cuando Yo expiré reapareció de
nuevo y continuó su
curso de luz; así el Sol de mi Fiat, mis
dolores, mi muerte,
llamaron nuevamente al Sol de mi Querer a
reinar en medio de las
criaturas, así que el Calvario formó la
aurora que llamaba al
Sol de mi Eterno Querer a resplandecer
de nuevo en medio a
las criaturas. La aurora es certeza de que
debe salir el sol, así
la aurora que formé en el Calvario
asegura, si bien han
pasado cerca de dos mil años, que
llamará al Sol de mi
Querer a reinar de nuevo en medio a las
criaturas. En el Edén
mi amor quedó derrotado por parte de las
criaturas, aquí en el
Calvario triunfa y vence a la criatura; en el
primer Edén el hombre
recibe la condena de muerte para el
alma y el cuerpo, en
el segundo queda libre de la condena y
viene reconfirmada la
resurrección de los cuerpos con la
resurrección de mi
Humanidad. Hay muchas relaciones entre el
Edén y el Calvario, lo
que el hombre perdió en el prmero, en el
segundo lo readquiere;
en el reino de mis dolores todo le viene
dado y reconfirmado el
honor, la gloria de la pobre criatura por
medio de mis penas y
de mi muerte.
El hombre con
sustraerse de mi Voluntad formó el reino de
sus males, de sus
debilidades, pasiones y miserias, y Yo quise
venir a la tierra,
quise sufrir tanto, permití que mi Humanidad
fuese lacerada, le
fuera arrancada a pedazos su carne toda
llena de llagas, y
quise también morir para formar por medio de
mis tantas penas y de
mi muerte, el reino opuesto a los tantos
males que se había
formado la criatura. Un reino no se forma
con un solo acto, sino
con muchos y muchos actos, y por
cuantos más actos
tanto más grande y glorioso se vuelve un
reino, así que mi
muerte era necesaria a mi amor, con mi
muerte debía dar el
beso de vida a las criaturas, y de mis
tantas heridas debía
hacer salir todos los bienes para formar el
reino de los bienes a
las criaturas; por eso mis llagas son
fuentes que desbordan
bienes, y mi muerte es fuente de donde
brota la Vida a
provecho de todos.
Así como fue necesaria
mi muerte, fue necesaria a mi amor
la Resurrección,
porque el hombre con hacer su voluntad
perdió la Vida de mi
Querer, y Yo quise resucitar para formar
no sólo la
resurrección de los cuerpos, sino la resurrección de
la Vida de mi Voluntad
en ellos, así que si Yo no hubiese
256
resucitado, la
criatura no podría resurgir de nuevo en mi Fiat, le
faltaría la virtud, el
vínculo de la resurrección en la mía y por
tanto mi amor se
sentiría incompleto, sentiría que podría hacer
más y no lo hacía y
habría quedado con el duro martirio de un
amor no completado;
que después el hombre ingrato no se
sirva de todo lo que
he hecho, el mal es todo suyo, pero mi
amor posee y goza su
pleno triunfo”.
+ + +
257
VIGÉSIMA CUARTA HORA
De las 4 a las 5 de la
tarde
La sepultura de Jesús
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la
oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y
fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis
brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu
corazón empiezo:
Doliente Mamá mía, veo
que te dispones al último sacrificio,
el de tener que dar
sepultura a tu muerto Hijo Jesús, y
resignadísima al
Querer de Dios lo acompañas y con tus
mismas manos lo pones
en el sepulcro, y mientras recompones
aquellos miembros
tratas de darle el último adiós y el último
beso, y por el dolor
te sientes arrancar el corazón del pecho. El
amor te clava sobre
esos miembros, y por la fuerza del amor y
del dolor tu vida está
a punto de quedar apagada junto con tu
extinto Hijo.
Pobre Mamá, ¿cómo
harás sin Jesús? Él es tu vida, tu todo,
y sin embargo es el
Querer del Eterno que así lo quiere.
Tendrás que combatir
con dos potencias insuperables: El
amor y el Querer
divino. El amor te tiene clavada, de modo que
no puedes separarte;
el Querer divino se impone y quiere este
sacrificio. Pobre
Mamá, ¿cómo harás? ¡Cuánto te
compadezco! ¡Ah,
ángeles del Cielo, venid a levantarla de
encima de los
inmóviles miembros de Jesús, de otra manera
morirá!
Pero, oh portento,
mientras parecía extinta junto con Jesús,
escucho su voz
temblorosa e interrumpida por sollozos que
dice:
«Hijo amado, Hijo,
éste era el único consuelo que me
quedaba y que mitigaba
mis penas: tu santísima Humanidad,
desahogarme sobre
estas llagas, adorarlas, besarlas, pero
ahora también esto me
viene quitado, el Querer divino así lo
quiere y Yo me
resigno; pero debes saber, oh Hijo, que lo
quiero y no lo puedo,
al solo pensamiento de hacerlo me faltan
las fuerzas y la vida
me abandona.
Ah, permíteme, oh
Hijo, para poder recibir fuerza y vida para
hacer esta amarga
separación, que me deje toda sepultada en
Ti, y que tome para Mí
tu vida, tus penas, tus reparaciones y
todo lo que eres Tú.
Ah, sólo un intercambio de vida entre Tú y
Yo puede darme fuerza
para cumplir el sacrificio de separarme
de Ti».
258
Afligida Mamá mía, así
decidida, veo que de nuevo recorres
esos miembros, y
poniendo tu cabeza sobre la de Jesús, la
besas y en ella
encierras tus pensamientos, tomando para ti
sus espinas, los
afligidos y ofendidos pensamientos de Jesús,
y todo lo que ha
sufrido en su sacratísima cabeza. ¡Oh, cómo
quisieras animar la
inteligencia de Jesús con la tuya, para
poder dar vida por
vida! Y ya sientes que empiezas a revivir,
con haber tomado en tu
mente los pensamientos y las espinas
de Jesús.
Adolorida Mamá, te veo
besar los ojos apagados de Jesús, y
quedas traspasada al ver
que Él ya no te mira más. ¡Cuántas
veces esas miradas
divinas, mirándote, te extasiaban en el
Paraíso y te hacían
resurgir de la muerte a la vida! Pero ahora,
al ver que ya no te
miran te sientes morir, por eso veo que
dejas tus ojos en los
de Jesús y tomas para Ti los suyos, sus
lágrimas, la amargura
de esa mirada que tanto ha sufrido al ver
las ofensas de las
criaturas y tantos insultos y desprecios.
Pero veo traspasada
Mamá que besas sus santísimos oídos,
lo llamas y lo vuelves
a llamar y le dices:
«Hijo mío, ¿será
posible que no me escuches más? Tú que
aun en cada pequeño
ademán me escuchabas, y ahora lloro,
te llamo, ¿y no me
escuchas? ¡Ah, el amor amoroso es el más
cruel tirano! Tú eras
para Mí más que mi misma vida, ¿y ahora
deberé sobrevivir a
tanto dolor? Por eso, oh Hijo, dejo mi oído
en el tuyo y tomo para
Mí lo que ha sufrido tu santísimo oído, el
eco de todas las
ofensas que se repercutían en el tuyo, sólo
esto me puede dar
vida, tus penas, tus dolores».
Mientras esto dices,
es tanto el dolor, las congojas del
corazón, que pierdes
la voz y te quedas sin movimiento. ¡Pobre
Mamá mía! ¡Pobre Mamá
mía, cuánto te compadezco, cuántas
muertes crueles no
sufres!
Pero doliente Mamá, el
Querer divino se impone y te da el
movimiento, y Tú miras
el rostro santísimo de Jesús, lo besas y
exclamas:
«Adorado Hijo, cómo
estás desfigurado, si el amor no me
dijera que eres mi
Hijo, mi vida, mi todo, no te reconocería
más, tan irreconocible
has quedado. Tu natural belleza se ha
transformado en
deformidad, tus mejillas se han cambiado a
violáceas; la luz, la
gracia que irradiaba tu hermoso rostro –que
mirarte y quedar beatificada
era lo mismo–, se ha convertido en
palidez de muerte, oh
Hijo amado, Hijo, cómo has quedado
reducido, qué feo
trabajo ha hecho el pecado en tus santísimos
miembros, oh, cómo tu
inseparable Mamá quisiera restituirte tu
primitiva belleza.
259
Quiero fundir mi
rostro en el tuyo y tomar para Mí el tuyo, tus
bofetadas, los
salivazos, los desprecios y todo lo que has
sufrido en tu rostro
santísimo. ¡Ah! Hijo, si me quieres viva
dame tus penas, de
otra manera Yo muero».
Y es tanto el dolor,
que te sofoca, te corta las palabras y
quedas como extinta
sobre el rostro de Jesús. ¡Pobre Mamá,
cuánto te compadezco!
Ángeles míos, vengan a sostener a mi
Mamá, su dolor es inmenso,
la inunda, la ahoga y ya no le
queda más vida ni
fuerzas. Pero el Querer divino rompiendo
estas olas de dolor
que la ahogan, le restituye la vida.
Estás ya sobre la
boca, y al besarla te sientes amargar tus
labios por la amargura
de la hiel que ha amargado tanto la
boca de Jesús, y
sollozando continúas:
«Hijo mío, dile una
última palabra a tu Mamá, ¿será posible
que no deba escuchar
más tu voz? Todas tus palabras que en
vida me dijiste, como
tantas flechas me hieren el corazón de
dolor y de amor; y ahora
viéndote mudo, estas flechas se
remueven en mi
lacerado corazón y me dan innumerables
muertes, y a viva
fuerza parece que quieran arrancarte una
última palabra, y no
obteniéndola me desgarran y me dicen:
“Así que no lo
escucharás más; no volverás a oír más su dulce
acento, la melodía de
su palabra creadora que en Ti creaba
tantos paraísos por
cuantas palabras decía.”
Ah, mi paraíso ha
terminado y no tendré otra cosa que
amarguras, ah Hijo,
quiero darte mi lengua para animar la tuya,
dame lo que has
sufrido en tu santísima boca, la amargura de
la hiel, tu sed
ardiente, tus reparaciones y plegarias, y así,
oyendo por medio de
éstas tu voz, mi dolor será más
soportable, y tu Mamá
podrá seguir viviendo en medio de tus
penas».
Mamá destrozada, veo
que te apresuras porque los que
están a tu alrededor
quieren cerrar el sepulcro, y casi como
volando pasas sobre
las manos de Jesús, las tomas entre las
tuyas, las besas, te
las estrechas al corazón, y dejando tus
manos en las suyas tomas
para Ti los dolores y las
perforaciones de
aquellas manos santísimas. Y llegando a los
pies de Jesús y
mirando el desgarro cruel que los clavos han
hecho en aquellos
pies, pones en ellos los tuyos y tomas para
Ti aquellas llagas y
te pones en lugar de Jesús a correr al lado
de los pecadores para
arrancarlos del infierno.
Angustiada Mamá, ya
veo que le das el último adiós al
corazón traspasado de
Jesús. Aquí te detienes, es el último
asalto a tu corazón
materno, te lo sientes arrancar del pecho
por la vehemencia del
amor y del dolor, y por sí mismo se te
260
escapa para ir a
encerrarse en el corazón santísimo de Jesús;
y Tú viéndote sin
corazón te apresuras a tomar el corazón
Sacratísimo de Jesús
en el tuyo, su amor rechazado por tantas
criaturas, tantos deseos
suyos ardientes no realizados por la
ingratitud de ellas,
los dolores las heridas que traspasan ese
corazón santísimo y
que te tendrán crucificada durante toda tu
vida.
Y mirando esa ancha
herida la besas y tomas en tus labios
su sangre, y sintiéndote
la vida de Jesús, sientes la fuerza para
hacer la amarga
separación, por eso lo abrazas y permites que
la piedra sepulcral lo
encierre.
Doliente Mamá mía,
llorando te suplico que no permitas que
por ahora Jesús nos
sea quitado de nuestra mirada, espera
que primero me
encierre en Jesús para tomar su vida en mí, si
Tú no puedes vivir sin
Jesús, que eres la sin mancha, la santa,
la llena de gracia,
mucho menos yo que soy la debilidad, la
miseria, la llena de
pecados, ¿cómo puedo vivir sin Jesús? Ah
Mamá dolorosa, no me
dejes sola, llévame contigo; pero antes
deposítame toda en
Jesús, vacíame de todo para poder poner
a todo Jesús en mí,
así como lo has puesto en Ti.
Comienza conmigo el
oficio materno que Jesús te dio
estando en la cruz, y
abriendo mi pobreza extrema una brecha
en tu corazón materno,
con tus mismas manos maternas
enciérrame toda, toda
en Jesús; encierra en mi mente los
pensamientos de Jesús,
a fin de que ningún otro pensamiento
entre en mí; encierra
los ojos de Jesús en los míos, a fin de
que jamás pueda huir
de mi mirada; pon su oído en el mío,
para que siempre lo
escuche y cumpla en todo su Santísimo
Querer.
Su rostro ponlo en el
mío, a fin de que mirando aquel rostro
tan desfigurado por
amor mío, lo ame, lo compadezca y repare;
pon su lengua en la
mía para que hable, rece y enseñe con la
lengua de Jesús; sus
manos en las mías para que cada
movimiento que yo haga
y cada obra que realice tomen vida de
las obras y
movimientos de Jesús; pon sus pies en los míos, a
fin de que cada paso
que yo dé sea vida para las otras
criaturas, vida de
salvación, de fuerza, de celo para todas las
criaturas.
Y ahora, afligida Mamá
mía, permíteme que bese su corazón
y que beba su
preciosísima sangre, y Tú, encerrando su
corazón en el mío haz
que pueda vivir de su amor, de sus
deseos y de sus penas.
Y ahora toma la mano derecha de
Jesús, rígida ya, para
que me des con ella su última bendición.
261
La soledad de María
Y ahora permite que la
piedra cierre el sepulcro, y Tú,
destrozada besas este
sepulcro y llorando le dices tu último
adiós y partes, pero
es tanto tu dolor, que ahora quedas
petrificada, ahora
helada. Traspasada Mamá mía, junto contigo
doy el adiós a Jesús,
y llorando, quiero compadecerte y
hacerte compañía en tu
amarga desolación, quiero ponerme a
tu lado, para darte a
cada suspiro tuyo, a cada congoja y dolor,
una palabra de
consuelo, una mirada de compasión. Recogeré
tus lágrimas, y si te
veo desfallecer te sostendré en mis brazos.
Pero veo que estás
obligada a regresar a Jerusalén por el
camino por donde
viniste. Unos cuantos pasos y te encuentras
ante la cruz sobre la
cual Jesús ha sufrido tanto y ha muerto, y
Tú corres, la abrazas,
y viéndola teñida de sangre, uno por uno
se renuevan en tu
corazón los dolores que Jesús ha sufrido
sobre ella, y no
pudiendo contener el dolor, sollozando
exclamas:
«¡Oh! cruz, ¿tan cruel
debías ser con mi Hijo? ¡Ah, en nada
los has perdonado!
¿Qué mal te había hecho? No me has
permitido a Mí, su
dolorosa Mamá, darle ni siquiera un sorbo
de agua cuando la
pedía, y a su boca abrasada le has dado
hiel y vinagre; mi
corazón traspasado me lo sentía licuar y
habría querido dar a
aquellos labios mi licuado corazón para
quitarle la sed, pero
tuve el dolor de verme rechazada.
Oh cruz, cruel, sí,
pero santa, porque has sido divinizada y
santificada por el
contacto de mi Hijo. Aquella crueldad que
usaste con Él,
cámbiala en compasión hacia los miserables
mortales, y por las
penas que Él ha sufrido sobre ti, obtén
gracia y fuerza a las
almas sufrientes, para que ninguna se
pierda por causa de
tribulaciones y cruces. Demasiado me
cuestan las almas, me
cuestan la vida de un Hijo Dios; y Yo,
como Corredentora y
Madre las confío a ti, oh cruz».
Y besándola y
volviéndola a besar te alejas. Pobre Mamá,
cuánto te compadezco,
a cada paso y encuentro surgen
nuevos dolores, que
haciendo más grande su inmensidad y
volviéndose más
amargas sus oleadas, te inundan, te ahogan,
y a cada instante te
sientes morir.
Otros pasos más y
llegas al punto donde esta mañana lo
encontraste bajo el
peso enorme de la cruz, agotado,
chorreando sangre, con
un manojo de espinas en la cabeza,
las cuales, golpeando
en la cruz penetraban más adentro y en
cada golpe le daban
dolores de muerte. La mirada de Jesús,
cruzándose con la tuya
buscaba piedad, y los soldados para
262
quitar este alivio a
Jesús y a Ti, lo empujaron y lo hicieron caer,
haciéndole derramar
nueva sangre; ahora Tú ves el terreno
empapado con ella, y
arrojándote a tierra te oigo decir mientras
besas aquella sangre:
«Ángeles míos, venid a hacer guardia a
esta sangre, a fin de
que ninguna gota sea pisoteada y
profanada».
Mamá doliente, déjame
que te de la mano para levantarte y
sostenerte, porque te
veo agonizar sobre la sangre de Jesús.
Pero nuevos dolores
encuentras conforme caminas, por todas
partes ves huellas de
sangre y recuerdos del dolor de Jesús.
Por eso apresuras el
paso y te encierras en el cenáculo.
También yo me encierro
en el cenáculo, pero mi cenáculo es el
corazón santísimo de
Jesús; y de dentro de su corazón quiero
venir sobre tus
rodillas maternas para hacerte compañía en
esta hora de amarga
desolación. No resiste mi corazón dejarte
sola en tanto dolor.
Desolada Mamá, mira a
la pequeña hija tuya, soy demasiado
pequeña, y por mi sola
ni puedo ni quiero vivir; ponme sobre
tus rodillas y
estréchame entre tus brazos maternos, hazme de
Mamá, tengo necesidad
de guía, de ayuda, de sostén, mira mi
pobreza y sobre mis
llagas derrama una lágrima tuya, y cuando
me veas distraída
estréchame a tu corazón materno, y vuelve a
llamar en mí la vida
de Jesús.
Pero mientras te ruego
me veo obligada a detenerme para
poner atención a tus
acerbos dolores, y me siento traspasar al
ver que conforme
mueves la cabeza sientes que te penetran
más adentro las
espinas que has tomado de Jesús, con los
pinchazos de todos
nuestros pecados de pensamiento, que
penetrándote hasta en
los ojos te hacen derramar lágrimas
mezcladas con sangre,
y mientras lloras, teniendo en tus ojos
la vista de Jesús
pasan ante tu vista todas las ofensas de las
criaturas.
Cómo quedas amargada
por esto, cómo comprendes lo que
Jesús ha sufrido,
teniendo en Ti sus mismas penas. Pero un
dolor no espera al
otro, y poniendo atención en tus oídos te
sientes aturdir por el
eco de las voces de las criaturas, y según
cada especie de voces
ofensivas de criaturas, penetrando por
los oídos al corazón,
te lo traspasan, y repites el estribillo:
«¡Hijo, cuánto has
sufrido!»
Desolada Mamá, cuánto
te compadezco, permíteme que te
limpie el rostro
bañado en lágrimas y sangre, pero me siento
retroceder al verlo
amoratado, irreconocible y pálido, con una
palidez mortal, ah,
comprendo, son los malos tratos dados a
Jesús que has tomado
sobre Ti y que te hacen tanto sufrir,
263
tanto, que moviendo
tus labios para rezar o para dejar escapar
suspiros de tu
inflamado pecho, siento tu aliento amargo y tus
labios quemados por la
sed de Jesús.
Pobre Mamá mía, cuánto
te compadezco, tus dolores van
creciendo siempre más,
y parece que se den la mano entre
ellos, y tomando tus
manos en las mías, las veo traspasadas
por clavos, y es en
estas mismas manos que sientes el dolor al
ver los homicidios, las
traiciones, los sacrilegios y todas las
obras malas que
repiten los golpes, agrandando las llagas y
exacerbándolas cada
vez más.
Cuánto te compadezco,
Tú eres la verdadera Mamá
crucificada, tanto,
que ni siquiera los pies quedan sin clavos; es
más, no sólo te los
sientes clavar, sino también arrancar por
tantos pasos inicuos y
por las almas que se van al infierno, y
Tú corres a su lado a
fin de que no caigan en las llamas
infernales, pero aún
no es todo, crucificada Mamá, todas tus
penas, reuniéndose
juntas, hacen eco en el corazón y te lo
traspasan, no con
siete espadas sino con miles y miles de
espadas; mucho más que
teniendo en Ti el corazón divino de
Jesús, que contiene
todos los corazones y envuelve en su
latido los latidos de
todos, y ese latido divino conforme late así
va diciendo: «Almas,
amor».
Y Tú, al latido que
dice almas, te sientes correr en tus latidos
todos los pecados y te
sientes dar muerte, y en el latido que
dice amor, te sientes
dar vida; así que Tú estás en continua
actitud de muerte y de
vida.
Mamá crucificada,
cuánto compadezco tus dolores, son
inenarrables; quisiera
cambiar mi ser en lenguas, en voz, para
compadecerte, pero
ante tantos dolores son nada mis
compadecimientos; por
eso llamo a los ángeles, a la Trinidad
Sacrosanta, y les
ruego que pongan en torno a Ti sus
armonías, sus
contentos, su belleza, para endulzar y
compadecer tus
intensos dolores, que te sostengan entre sus
brazos y que te
cambien en amor todas tus penas.
Y ahora desolada Mamá,
un gracias a nombre de todos por
todo lo que has
sufrido, y te ruego por esta tu amarga
desolación, que me
vengas a asistir en el punto de mi muerte,
cuando mi pobre alma
se encuentre sola, abandonada por
todos, en medio de mil
angustias y temores; ven Tú entonces a
devolverme la compañía
que tantas veces te he hecho en mi
vida, ven a asistirme,
ponte a mi lado y ahuyenta al enemigo,
lava mi alma con tus
lágrimas, cúbreme con la sangre de
Jesús, vísteme con sus
méritos, embelléceme con tus dolores
y con todas las penas
y las obras de Jesús; y en virtud de las
264
penas de Jesús y de
tus dolores, haz desaparecer todos mis
pecados, dándome el
total perdón, y expirando mi alma
recíbeme entre tus
brazos, ponme bajo tu manto, escóndeme
de la mirada del
enemigo y llévame al Cielo y ponme en los
brazos de Jesús.
¡Quedamos en esto, amada Mamá mía!
Y ahora te ruego que
des a todos los moribundos la
compañía que te he
hecho hoy, a todos hazles de Mamá, son
momentos extremos y se
necesitan grandes ayudas, por eso
no niegues a ninguno
tu oficio materno.
Una última palabra:
Mientras te dejo, te ruego que me
encierres en el
corazón santísimo de Jesús, y Tú doliente
Mamá mía, hazme de
centinela a fin de que Jesús no me
ponga fuera de su
corazón, y que yo, aunque lo quisiera, no
me pueda salir».
Por eso beso tu mano
materna y bendíceme.
Reflexiones de la
Vigésima Cuarta Hora (4 PM)
11-80
Octubre, 1914
…Agrego que un día
estaba haciendo la hora cuando la
Mamá Celestial dio
sepultura a Jesús, y yo la seguía para
hacerle compañía en su
amarga desolación para
compadecerla. No tenía
la costumbre de hacer esta hora
siempre, sólo algunas
veces, y estaba indecisa si debía hacerla
o no, y Jesús bendito,
todo amor y como si me lo rogara me ha
dicho:
“Hija mía, no quiero
que la descuides, la harás por amor mío
en honor de mi Mamá.
Debes saber que cada vez que tú la
haces, mi Mamá se
siente como si estuviera en persona en la
tierra y repetir su
vida, y por lo tanto recibe Ella la gloria y el
amor que me dio a Mí
en la tierra, y Yo siento como si
estuviera de nuevo mi
Mamá en la tierra, sus ternuras
maternas, su amor y
toda la gloria que Ella me dio, por eso te
tendré en consideración
de madre”.
Entonces, abrazándome,
oía que me decía quedo, quedo:
“Mamá mía, mamá”. Y me
sugería lo que hizo y sufrió en esta
hora la dulce Mamá, y
yo la seguía. Desde ese día en adelante
no la he descuidado,
ayudada por su gracia.
+ + +
265
16-32
Noviembre 24, 1923
Estaba haciendo la
hora de la pasión en la que mi Mamá
Dolorosa recibió en
sus brazos a su Hijo muerto y lo depositó
en el sepulcro, y en
mi interior decía: “Mamá mía, junto con
Jesús pongo en tus
brazos todas las almas, a fin de que a
todas las reconozcas
como hijas tuyas, y una por una las
escribas en tu corazón
y las pongas en las llagas de Jesús; son
hijas de tu dolor
inmenso y esto basta para que las reconozcas
y las ames; y quiero
poner todas las generaciones en la
Voluntad Suprema, a
fin de que ninguna falte, y a nombre de
todas te doy
consuelos, compadecimientos y alivios divinos”.
Ahora, mientras esto
decía, mi dulce Jesús se ha movido en mi
interior y me ha
dicho:
“Hija mía, si supieras
cuál fue el alimento con el que alimentó
a todos estos hijos mi
doliente Mamá”.
Y yo: “¿Cuál fue, oh
mi Jesús?”
Y Él de nuevo: “Como
tú eres mi pequeñita, elegida por Mí
para la misión de mi
Querer y vives en aquel Fiat en el cual
fuiste creada, quiero
hacerte saber la historia de mi Eterno
Querer, sus alegrías y
sus dolores, sus efectos, su valor
inmenso, lo que hizo,
lo que recibió, y quién tomó a corazón su
defensa. Los pequeños
son más atentos a escucharme porque
no tienen la mente
llena de otras cosas, están como en ayunas
de todo, y si se les
quiere dar otro alimento sienten asco,
porque siendo pequeños
están habituados a tomar sólo la
leche de mi Voluntad,
que más que madre amorosa los tiene
pegados a su divino
pecho para alimentarlos abundantemente,
y ellos están con sus boquitas
abiertas para esperar la leche de
mis enseñanzas, y Yo
me divierto mucho; ¡oh, cómo es bello
verlos ahora sonreír,
ahora alegrarse y ahora llorar al oírme
narrar la historia de
mi Voluntad! El origen de mi Voluntad es
eterno, jamás entró el
dolor en Ella; entre las Divinas Personas
esta Voluntad estaba
en suma concordia, es más, era una sola;
en cada acto que
emitía fuera, tanto ad intra cuanto ad extra,
nos daba infinitas
alegrías, nuevos contentos, felicidad
inmensa, y cuando
quisimos poner fuera la máquina de la
Creación, ¿cuánta
gloria, cuántas armonías y honor no nos
dio? En cuanto brotó
el Fiat, este Fiat difundió nuestra belleza,
nuestra luz, nuestra
potencia, el orden, la armonía, el amor, la
santidad, todo, y
Nosotros quedamos glorificados por las
mismas virtudes
nuestras, viendo por medio de nuestro Fiat el
florecimiento de
nuestra Divinidad reflejada en todo el universo.
266
Nuestro Querer no se
detuvo, henchido de amor como estaba
quiso crear al hombre,
y tú sabes la historia de él, por eso sigo
adelante. ¡Ah! fue
precisamente él quien llevó el primer dolor a
mi Querer, trató de
amargar a Aquél que tanto lo amaba, que lo
había hecho feliz. Mi
Querer lloró más que una tierna madre,
lloró a su hijo
lisiado y ciego sólo porque se ha sustraído de la
Voluntad de la madre;
mi Querer quería ser el primero en obrar
en el hombre, no para
otra cosa sino para darle nuevas
sorpresas de amor, de
alegrías, de felicidad, de luz, de
riquezas, quería
siempre dar, he aquí el por qué quería obrar,
pero el hombre quiso
hacer su voluntad y rompió con la Divina;
¡jamás lo hubiese
hecho! Mi Querer se retiró y él se precipitó
en el abismo de todos
los males. Ahora, para volver a anudar a
estas dos voluntades,
se necesitaba Uno que contuviera en Sí
una Voluntad Divina, y
por eso Yo, Verbo Eterno, amando con
un amor eterno a este
hombre, decretamos entre las Divinas
Personas que tomara
carne humana para venir a salvarlo y
volver a unir las dos
voluntades separadas. ¿Pero dónde
descender? ¿Quién
debía ser Aquélla que debía prestar su
carne a su Creador? He
aquí por qué elegimos una criatura, y
en virtud de los
méritos previstos del futuro Redentor fue
exentada de la culpa
de origen, su querer y el Nuestro fueron
uno solo, fue esta
Celestial Criatura la que comprendió la
historia de nuestra
Voluntad. Nosotros, como a pequeñita, todo
le narramos, el dolor
de nuestro Querer y cómo el hombre
ingrato con el romper
su voluntad con la nuestra, había
encerrado nuestro
Querer en el cerco divino, como
obstruyéndolo en sus
designios, impidiendo que pudiera
comunicarle sus bienes
y la finalidad para la que había sido
creado. Para Nosotros
el dar es hacernos felices y hacer feliz a
quien de Nosotros
recibe, es enriquecer sin Nosotros
empobrecer, es dar lo
que Nosotros somos por naturaleza y
formarlo en la
criatura por gracia, es salir de Nosotros para dar
lo que poseemos, con
el dar, nuestro Amor se desahoga,
nuestro Querer hace
fiesta; ¿si no debíamos dar, para qué
formar la Creación?
Así que el sólo no poder dar a nuestros
hijos, a nuestras
amadas imágenes, era como un luto para
nuestra Suprema
Voluntad; sólo con ver al hombre obrar,
hablar, caminar, sin
la conexión con nuestro Querer, porque él
la había destrozado, y
que debían correr hacia él si estaba con
Nosotros, corrientes
de gracias, de luz, de santidad, de ciencia,
etc., y no pudiéndolo
hacer, nuestro Querer se ponía en actitud
de dolor; en cada acto
de criatura era un dolor, porque veíamos
aquel acto vacío de
valor divino, privado de belleza y de
267
santidad, todo
desemejante de nuestros actos. ¡Oh! cómo
comprendió la
Celestial Pequeña este nuestro sumo dolor y el
gran mal del hombre al
sustraerse de Nuestro Querer, ¡oh!
cuántas veces Ella
lloró ardientes lágrimas por nuestro dolor y
por la gran desventura
del hombre, y por eso Ella, temiendo, no
quiso conceder ni
siquiera un acto de vida a su voluntad, por
eso se mantuvo pequeña,
porque su querer no tuvo vida en
Ella, ¿cómo podía
hacerse grande? Pero lo que no hizo Ella lo
hizo nuestro Querer,
la hizo crecer toda bella, santa, divina; la
enriqueció tanto que
la hizo la más grande de todos; era un
prodigio de nuestro
Querer, prodigio de gracia, de belleza, de
santidad, pero Ella se
mantuvo siempre pequeña, tanto que no
descendía jamás de
nuestros brazos, y tomando a pecho
nuestra defensa
correspondió a todos los actos dolientes del
Supremo Querer, y no
sólo estaba Ella toda en orden a nuestra
Voluntad, sino que
hizo suyos todos los actos de las criaturas,
y absorbiendo en Sí
toda nuestra Voluntad rechazada por ellas,
la reparó, la amó, y
teniéndola como en depósito en su corazón
virginal, preparó el
alimento de nuestra Voluntad a todas las
criaturas. ¿Ves
entonces con qué alimento nutre a sus hijos
esta Madre amantísima?
Le costó toda su vida, penas
inauditas, la misma
Vida de su Hijo, para hacer en Ella el
depósito abundante de
este alimento de mi Voluntad, para
tenerlo dispuesto para
alimentar a todos sus hijos cual Madre
tierna y amorosa; Ella
no podía amar más a sus hijos, con
darles este alimento
su amor había llegado al último grado, así
que entre tantos
títulos que Ella tiene, el más bello título que a
Ella se le podría dar
es el de Madre y Reina de la Voluntad
Divina.
Ahora hija mía, si
esto hizo mi Mamá por la obra de la
Redención, también tú
para la obra del Fiat Voluntas Tua; tu
voluntad no debe tener
vida en ti, y haciendo tuyos todos los
actos de mi Voluntad
en cada criatura, los depositarás en ti, y
mientras a nombre de
todos darás la correspondencia a mi
Voluntad, formarás en
ti todo el alimento necesario para
alimentar a todas las
generaciones con el alimento de mi
Voluntad. Cada dicho,
cada efecto, cada conocimiento de más
de Ella, será un gusto
de más que encontrarán en este
alimento, de manera
que con avidez lo comerán; todo lo que te
digo sobre mi Querer
servirá para excitar el apetito y para
hacer que ningún otro
alimento tomen, aún a costa de
cualquier sacrificio.
Si se dijera que un alimento es bueno, que
restituye las fuerzas,
que sana a los enfermos, que contiene
todos los gustos, es
más, que da la vida, la embellece, la hace
268
feliz, ¿quién no haría
cualquier sacrificio para tomar ese
alimento? Así será de
mi Voluntad, para hacerla amar, desear,
es necesario el
conocimiento, por eso sé atenta, recibe en ti
este depósito de mi
Querer, a fin de que cual segunda Madre
prepares el alimento a
nuestros hijos, así imitarás a mi Mamá.
Te costará también a
ti, pero ante mi Voluntad cualquier
sacrificio te parecerá
nada. Hazla de pequeña, no desciendas
jamás de mis brazos y
Yo continuaré narrándote la historia de
mi Voluntad”.
+ + +
21-16
Abril 16, 1927
…Después de esto
estaba pensando en el dolor cuando mi
dolorosa Mamá,
traspasada en el corazón se separó de Jesús
dejándolo muerto en el
sepulcro, y pensaba entre mí: “¿Cómo
fue posible que haya
tenido tanta fuerza de dejarlo? Es cierto
que estaba muerto,
pero era siempre el cuerpo de Jesús,
¿cómo su amor materno
no la consumió para no dejarle dar un
solo paso lejos de
aquel cuerpo extinto? Y sin embargó lo dejó.
¡Qué heroísmo, qué
fortaleza!” Pero mientras esto pensaba, mi
dulce Jesús se ha
movido en mi interior y me ha dicho:
“Hija mía, ¿quieres
saber cómo es que mi Mamá tuvo la
fuerza de dejarme?
Todo el secreto de su fuerza estaba en mi
Voluntad reinante en
Ella. Ella vivía de Voluntad Divina, no
humana, y por eso
contenía la fuerza inmensurable. Es más, tú
debes saber que cuando
mi traspasada Mamá me dejó en el
sepulcro, mi Querer la
tenía inmersa en dos mares inmensos,
uno de dolor y el otro
más extenso de alegrías, de
bienaventuranzas, y
mientras el de dolor le daba todos los
martirios, el de la
alegría le daba todos los contentos y su bella
alma me siguió al
limbo y asistió a la fiesta que me hicieron
todos los patriarcas,
los profetas, su padre y su madre, nuestro
amado San José; el
limbo se transformó en paraíso con mi
presencia y Yo no
podía hacer menos que hacer participar a
Aquélla que había sido
inseparable en mis penas, hacerla
asistir a esta primera
fiesta de las criaturas, y fue tanta su
alegría, que tuvo la
fuerza de separarse de mi cuerpo,
retirándose y
esperando el momento de mi Resurrección como
cumplimiento de la
Redención. La alegría la sostenía en el
dolor, y el dolor la
sostenía en la alegría. A quien posee mi
Querer no puede
faltarle ni fuerza ni potencia, ni alegría, todo
lo tiene a su
disposición. ¿No lo experimentas en ti misma
269
cuando estás privada
de Mí y te sientes consumar? La luz del
Fiat Divino forma su
mar, te hace feliz y te da la vida”.
+ + +
270
Quien se interese por
los escritos de Luisa Piccarreta consulte
nuestras páginas web,
donde encontrará los escritos de Luisa
Piccarreta en español,
italiano e inglés, tanto para consulta
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o, para hacer pedidos,
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Tel: 55 2357 7477
e-mail –
salthom@gmail.com
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