Décimo cuarta conferencia
sobre la Divina Voluntad,
como introducción a los Escritos de la
Sierva de Dios LUISA PICCARRETA,
“la pequeña Hija de la Divina Voluntad”,
finalizada al triunfo de Su Reino
Pablo Martín Sanguiao
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LA ORACIÓN DE PETICIÓN
La Misericordia y la Justicia determinan
dos actitudes religiosas, dos tipos de oración
La Misericordia y la Justicia, estos dos atributos divinos, son siempre y sólo Amor
de Dios y representan respectivamente la Stma. Humanidad de Ntro. Señor y su
Divinidad, por lo cual son inseparables, como lo son las dos Naturalezas del Verbo
Encarnado. Forman como un binomio, como las dos caras de una misma medalla (la
Divina Voluntad), y son los que regulan las relaciones entre Dios y el hombre: la
Divina Misericordia defiende al hombre, la Divina Justicia defiende a Dios.
El Señor dijo en la última Cena: “Cuando venga el Consolador, El amonestará al
mundo por motivo del pecado, de la Justicia y del Juício…” (Jn 16, 8). El pecado es el
desorden que rompe la armonía entre la Voluntad Divina y la voluntad humana; es una
injusticia y una agresión, que choca con la Divina Justicia, y ese choque da lugar al
Juício. Pero el Juício se evita sólo recurriendo a la Divina Misericordia.
Sin embargo, se debe “satisfacer toda justicia”, como dijo el Señor a San Juan
Bautista, para permitir el paso a la misericordia. La Divina Misericordia pasa hacia la
criatura sobre el puente reparado de la Divina Justicia, puente destruido por el pecado.
La Obra de la REDENCIÓN es manifestación y glorificación de la Divina Misericordia.
La Obra de la SANTIFICACIÓN es manifestación y glorificación de la Divina Justicia, que
“justifica” (o sea, que hace justo) al hombre con la Justicia o Santidad de Dios. Es la
meta: “Buscad ante todo el Reino de Dios y su Justicia, y todo lo demás se os dará
por añadidura”.
El Señor Dios dijo a Moisés: “Concederé gracia a quien quiera concederle gracia y
tendré misericordia de quien Yo quiera tener misericordia” (Exodo 33,19). Ser Justo es
para Dios un “deber” (no podría ser injusto), mientras que ser Misericordioso es un
“derecho” suyo, que El tiene en la máxima consideración.
Los dos atributos divinos, su Misericordia y su Justicia, que caracterizan respectivamente
la obra de la REDENCIÓN y el REINO DE LA VOLUNTAD DIVINA, caracterizan así
mismo las distintas actitudes espirituales del hombre en sus relaciones con Dios:
El siervo –y también el hijo menor de edad, que aún tiene mentalidad de siervo, que
incluso es “como un esclavo, aun siendo dueño de todo” (Gál 4,1)– ha de llamar a la
puerta de la Divina Misericordia para obtener; de ahí las exhortaciones de Ntro. Señor
a que pidamos (“Buscad y hallareis, pedid y recibireis, llamad y se os abrirá”, “Todo lo
que pidais al Padre en mi nombre, os lo dará”, etc.). Mentalidad que se evidencia en las
“intenciones” por las que se piden, en las peticiones que se hacen, etc., puesto que “lex
orandi, lex credendi” (es decir, el modo de orar dice cuál es la fe). Es el “hijo pródigo”
que va de camino, regresando a la Casa del Padre.
Por el contrario, el hijo que vive ya en la Casa paterna, en la Voluntad del Padre, no
necesita llamar a la puerta porque ya está dentro, no siente necesidad de pedir nada
porque sabe que todo es suyo. “Una sola cosa le interesa, la Divina Voluntad y el
Amor”, dice Jesús a su pequeña Hija, Luisa Piccarreta. No tiene nada propio, sino todo
en común con el Padre, por lo que busca sólo “el Reino de Dios –para todos– y su
Justicia” o Santidad. Ya no se interesa de nada para él (vive en un perfecto abandono
lleno de confianza), sino que se interesa de lo que a Dios tanto le importa, su Reino y
su Gloria, y de lo que de verdad interesa al prójimo y lo puede unir más a Dios.
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Es decir, que quien aún está fuera de la Casa debe llamar a la puerta, mientras que
quien está dentro no necesita llamar.
Por eso, dice el Señor, en el Paraíso terrenal, en sus relaciones con Dios, Adán
inocente le daba adoración, alabanza, agradecimiento y amor, pero no sabía lo que es
la súplica o la oración de petición. Esta nació después del pecado, después de la ruptura
de la unión con Dios, cuando el hombre se sintió necesitado de todo, cuando sobre
todo sintió necesidad de Misericordia por parte de Dios:
“…¡Oh, si las criaturas pudieran comprender el gran mal de la voluntad humana y
el gran bien de la Mía, aborrecerían tanto la suya, que darían la vida por hacer la Mía!
La voluntad humana hace esclavo al hombre, le hace tener necesidad de todo; siente
continuamente que le falta la fuerza, la luz; su existencia está siempre en peligro, y lo que
obtiene es a fuerza de súplicas y a duras penas. De manera que el verdadero mendigo es
el hombre que vive de su propia voluntad.
Por el contrario, quien vive de la Mía no tiene necesidad de nada, todo lo tiene a
su disposición. Mi Voluntad le da el dominio de sí mismo y por tanto es dueño de la
fuerza, de la luz; pero no de una fuerza y una luz humana, sino de la Divina. Su
existencia está siempre segura, y siendo él dueño, puede tomar lo que quiere, no
necesita pedir para tener. Tan cierto es eso, que antes de que Adán se separase de mi
Voluntad, la plegaria 1 no existía; la necesidad hace nacer la oración. Si de nada tenía
necesidad, no tenía nada que pedir ni que suplicar. Así que él amaba, alababa, adoraba
a su Creador; la oración no tuvo lugar en el Paraíso terrenal. La oración vino y tuvo
vida después del pecado, como necesidad extrema del corazón del hombre. Quien
pide, significa que tiene necesidad de algo, y como espera, pide para obtener. Por el
contrario, el que vive en mi Voluntad vive en la opulencia de los bienes de su Creador,
vive como dueño, y si siente necesidad o deseo, viendose en tantos bienes, es el de querer
dar a los demás su felicidad y los bienes de su gran fortuna: verdadera imagen de su
Creador, que tanto le ha dado, sin ninguna clase de límites; quisiera imitarlo dando a los
demás lo que posee.” (Volumen 20°,16.11.1926)
En los Escritos de Luisa encontramos muchas enseñanzas sobre la oración, ya sea
como adoración, como bendición, como acción de gracias, como reparación o como
acto de amor, ya sea como intercesión y petición. Por ejemplo:
Jesús pide al Padre, para que Luisa cumpla perfectamente la Divina Voluntad, como
El: “Jesús me ha hecho oir que pedía al Padre por mí, diciendo: «Padre Santo,
te ruego por esta alma, haz que cumpla en todo perfectamente nuestra Stma.
Voluntad. Oh Padre adorable, haz que sus acciones sean tan conformadas a las
mías, que no se puedan distinguir las unas de las otras para poder cumplir en ella
lo que he establecido».” (Vol. 2°, 18-8-1899).
“… Mi amable Jesús se ha movido en mi interior y hacía oir que pedía por mí,
y yo sólo entendía que imploraba para mí la potencia, la fortaleza y la
providencia del Padre, añadiendo: «¿No ves, oh Padre, cómo tiene mayor
necesidad de ayuda, porque después de tantas gracias quiere hacerse pecadora
saliendo de nuestra Voluntad?» ¿Quién puede decir cómo sentía que se me partía
el corazón al oir estas palabras de Jesús?” (Vol. 5°, 7-4-1903).
- “Continuando mi habitual estado, sentía que en mi interior Jesús bendito
oraba diciendo: «Padre Santo, glorifica tu nombre, confunde y escondete a los
soberbios y manifiestate a los humildes, porque sólo el humilde te reconoce como
su Creador y se reconoce como tu criatura».” (Vol. 4°, 9-3-1903).
1 - Plegaria entendida como oración de petición o súplica.
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Pedir por los enfermos es hacer de médico a Nuestro Señor. (Vol. 2°, 03.10.1899).
Y si se pide por el prójimo, el motivo ha de ser porque le pertenece a Dios:
“Hallándome en mi habitual estado, estaba pidiendo por ciertas necesidades
del prójimo y Jesús bendito, moviendose en mi interior, me ha dicho: «¿Por qué
motivo pides por estas personas?» Y yo: «Señor, y Tú ¿por qué motivo nos has
amado?» Y El: «Os amo porque sois algo mío propio, y cuando algo es propio, se
siente el deber y como una necesidad amarlo». Y yo: «Señor, estoy pidiendo por
estas personas porque son tuyas, si no, no me habría interesado». Y El, poniendome
la mano en la frente, casi apretandola, ha añadido: «Ah, así es, ¿porque son
algo mío? Así va bien el amor al prójimo». (Vol. 6°, 8.11.1903).
Jesús le explica por qué muchas veces los hombres piden y no obtienen, porque en
Dios sólo entra lo que de Dios ha salido:
“Todo lo que sale de Mí entra en Mí. Por eso los hombres se quejan de que no
obtienen tan fácilmente lo que me piden, porque no son cosas que salen de Mí y,
no siendolo, no pueden tan fácilmente entrar en Mí y salir luego para darse a
ellos, porque de Mí sale y en Mí entra todo lo que es santo, puro y celestial. Ahora,
¿qué tiene de extraño si se les niega escucharlos, si lo que piden no es así? Por
tanto, acuérdate bien de que todo lo que sale de Dios entra en Dios”.
¿Quién podrá decir lo que comprendía de estas dos palabras? No tengo
palabras para saber explicarme. Ah, Señor, dame la gracia de poder pedir todo lo
que es santo y que sea deseo y voluntad tuya, así podrá comunicarte conmigo más
abundantemente.” (Vol. 3°, 09.08.1900).
La misma Luisa pide incesantemente por su madre agonizante, ofreciendo por ella
continuamente la Pasión del Señor, lo obliga a acontentarla evitandole el Purgatorio.
(Vol. 7°, 13-4-1907).
La oración de Jesús es universal y haciendose oir en el corazón de Luisa le enseña a
hacer lo que El hace:
“… ¿No oyes el eco de mi oración en tu interior, que abraza todo sin que nadie
se me escape? Porque todas las cosas y todas las generaciones son para Mí como
un solo punto; y por todos pido, amo, adoro, reparo, y tú, haciendo eco a mi
oración, sientes como si tomaras en la mano todo y a todos y repites lo que hago
Yo.” (Vol. 17°, 26.04.1925)
“Hija mía, ¡cómo me toca el corazón la oración de quien sólo busca mi Querer!
Siento el eco de mi oración, que hacía Yo estando en la tierra. Todas mis peticiones
se reducían a un solo punto, que la Voluntad de mi Padre, tanto respecto a
Mí como respecto a todas las criaturas, se cumpliera.” (Vol. 17°, 22.02.1925)
“Estaba yo pensando en lo que he dicho antes, que la Voluntad de Dios es un
don, y por eso, como don que es, se posee como cosa propia. Mientras que el
que hace la Voluntad de Dios tiene que estar a sus órdenes, tiene que preguntar
muy a menudo lo que tiene que hacer y pedir que se la preste como un don, no
para ser dueño, sino para hacer eso que Dios quiere que haga, y al acabar de
hacerlo ha de restituir el don que ha recibido prestado.
En mi mente se formaban tantas imágenes y comparaciones entre quien vive
en el Querer Divino y lo posee como don, y quien cumple la Stma. Voluntad de
Dios, pero no posee plenamente el don, y si lo posee es sólo e ratos y prestado.
Digo alguna de esas comparaciones. Suponía tener yo una moneda de oro que
tuviera el poder de producir todas las monedas que yo quisiera. Oh, cuánto
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podría hacerme rica con ese don. Mientras que otra recibe prestado ese don por
una hora o para efectuar algo que ha de hacer, teniendo que devolverlo enseguida.
¡Qué diferencia entre mi riqueza debida al don que poseo y la de quien lo
recibe prestado!
O bien, si hubiese recibido como regalo una luz que nunca se apaga, de día y
de noche estoy segura, tengo siempre el bien de poder ver. Esta luz, que nadie
puede quitarme, se me vuele como algo mío natural y me da el bien de conocer
el bien para hacerlo y el mal para evitarlo, así que con esa luz que se ma regalado
yo me río de todos: del mundo, del enemigo, de mis pasiones y hasta de mí
misma. Por tanto esta luz es para mí fuente perenne de felicidad; no tiene armas
y me defiende, no tiene voz y me enseña, no tiene manos ni pies y dirige mi
camina y se hace guía segura para llevarme al Cielo. Por el contrario, otro,
cuando siente necesidad, tiene que ir a pedir esa luz, non la tiene a disposición
suya. Acostumbrado a no ver siempre con la luz, no tiene el conocimiento del
bien y del mal, y no tiene suficiente fuerza para hacer el bien y evitar el mal; por
lo cual, no teniendo la luz encendida continuamente, ¿en cuántos engaños,
peligros y estrecheces no se halla? ¡Qué diferencia, entre uno que posee como
cosa propria esa luz y quien tiene que ir a pedirla cuando la necesita!” (Vol. 18°,
25.12.1925)
“Hija mía, la Reina del Cielo en la Redención no hizo ningún milagro, porque
las condiciones en que estaba no le permitían dar la vida a los muertos, la salud a
los enfermos, ya que desde el momento que su voluntad era la del mismo Dios,
lo que quería y hacía su Dios, era lo que quería y hacía ella; no tenía otra
voluntad para pedir a Dios milagros y sanaciones, porque nunca dio vida a su
voluntad humana y para pedir milagros a esta Voluntad Divina habría tenido
que servirse de la suya, cosa que no quiso hacer, pues habría sido descender
a nivel humano, mientras que la Reina Soberana nunca quiso dar ni un paso
fuera del orden divino, y quien está en él debe querer y hacer lo que hace su
Creador, a mayor motivo que con la vida y la luz de esta Divina Voluntad veía que
lo mejor, lo más perfecto, lo más santo incluso para las criaturas, era lo que
quería y hacía su Creador. Por tanto, ¿cómo podía descender de la altura del
orden divino? Por eso sólo hizo el gran milagro que contenía en sí todos los
milagros, la Redención, querida por la misma Voluntad que la animaba, que trajo
el bien universal y a todo aquel que lo quiere. La gran Madre Celestial, mientras
en vida no hizo ningún milagro sensible, ni de curaciones, ni de resucitar a los
muertos, hacía y hace milagros a cada momento, a todas horas y todos los días,
porque, apenas las almas se disponen, se arrepienten, dando Ella misma las
disposiciones al arrepentimiento, biloca a su Jesús, el fruto de sus entrañas, y lo
da por entero a cada uno como confirmación del gran milagro que Dio quiso que
hiciera esta Celestial Criatura. Los milagros que Dios mismo quiere que hagamos
sin mezcla de voluntad humana, son milagros perennes, ya que proceden de la
fuente divina que nunca se agota y basta quererlos para recibirlos.
Ahora tu situación se da la mano con la incomparable Reina del Cielo: teniendo
tú que formar el reino del «FIAT» Supremo no debes querer sino lo que quiere y
hace mi Divina Voluntad, tu voluntad no tiene que tener vida, aunque te
parezca que haces un bien a las criaturas, y como mi Madre no quiso hacer más
milagros que el de dar su Jesús a las criaturas, así tú, el milagro que mi Voluntad
Divina quiere que hagas es el de dar mi Voluntad a las criaturas, que la hagas
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conocer para hacerla reinar. Con ese milagro harás más que todo, pondrás al
seguro la salvación, la santidad, la nobleza de las criaturas y desterrarás incluso
los males corporales de ellas, cuya causa es porque non reina mi Voluntad Divina;
no sólo eso, sino que pondrás a salvo una Voluntad Divina en medio de las
criaturas y le devolverás toda la gloria y el honor que la ingratitud humana le ha
negado. Por eso no he permitido que le hicieras el milagro de curarlo 2, sino que le
has hecho el gran milagro de hacerle conocer mi Voluntad, y se ha ido de este
mundo poseyendola y ahora goza en el océano de la luz de la Divina Voluntad, lo
cual es más que todo.” (Vol. 22°, 01.06.1927)
“La Reina del Cielo con su poder pide continuamente que venga el Reino de la
Divina Voluntad sobre la tierra, ¿y cuándo le hemos negado nada? Sus peticiones
son vientos impetuosos para Nosotros, a los que no podemos resistir, y la misma
fuerza de nuestra Voluntad que Ella posee es para Nosotros un imperativo, una
órden. Ella tiene todo el derecho a pedirlo, porque lo poseía en la tierra y lo
posee en el Cielo; por eso, como posesora puede dar lo que es suyo, tanto que
ese Reino será llamado el Reino de la Emperadora Celestial.” (Vol. 33°, 14.07.1935)
Por consiguiente, Jesús ha pedido por sus discípulos (Jn 17), como así mismo
nuestra Madre Celestial ha rogado y “ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora
de nuestra muerte”. Oración de intercesión. Y para pedir para nosotros a la Justicia del
Padre que nos conceda “el Reigno de Dios y su Justicia”, Ellos, que “tenían el derecho
a pedirlo”, o sea, a obtenerlo con justicia para nosotros porque les pertenece a Ellos,
por lo tanto el derecho a darlo porque es de su propiedad.
Así, quien vive en la Divina Voluntad siente claramente no tener necesidad de nada,
sino sólo la necesidad de amor de dar. No necesita pedir, sino que hace como hizo la
Madre Celestial en las Bodas de Caná: le hizo presente a su Hijo el problema de los
demás (lo compartó con El de la forma más sencilla), sin decirle lo que tenía que hacer,
y a los demás, a los siervos, les dijo que “hicieran lo que su Hijo les dijera”, condición
indispensable para obtener de Jesús –como la Stma. Virgen le dice a Luisa– “lo
necesario y lo superfluo”.
¡Cuántas cosas quisiera darnos Dios, nuestro Padre Celestial! Y es Voluntad Suya que
en cuanto hijos unidos al Hijo (“en su Nombre”) se las pidamos, desde luego, pero de la
forma como se las pidió Jesús: habiendo identificado nuestra voluntad con la Suya y
dejando que Dios decida totalmente la forma de resolver nuestro problema, de atender a
nuestra petición (“Padre, si es posible…, pero no se haga mi voluntad, sino la Tuya”)
¡Cuántas cosas quisiera darnos Dios, nuestro Padre Divino, pero cuántas de esas
cosas –conforme a sua Voluntad– debemos pedirla conscientes y con verdadero deseo,
que, con una actitud de humildad (lo contrario es la arrogancia en el pedir, el pretender),
se traduce en confianza (“fe”) y perseverancia. Es decir, que cuántas veces y para tantas
cosas nuestra petición debe alcanzar un cierto grado de intensidad, de la forma
indicada, para que “haga contacto” con Suo deseo de darnos.
Basta ya de considerar la oración de petición como una especie de “tirar de la
cuerda” con Dios, de “hacer un pulso” o de luchar con El. No pogamos a Dios en un
platillo de la balanza y nuestra oración en el otro platillo para ver si logramos superar su
“resistencia”. Nuestra oración no puede servir para “convencerlo” de nada, sino para
“convencernos a nosotros” de Su bondad, sabiduría y gracia.
2 - Al Padre Di Francia (San Anibal), que le había pedido que pidiera por él y que alcanzara de Jesús la gracia
de curarlo de su enfermedad.
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No es que Dios sea avaro de sus dones, en absoluto, ni duro de corazón como tantas
veces es juzgado por el hombre, sino que El dispone conceder sus gracias y satisfacer
nuestras peticiones en función del crecimiento de nuestra confianza en El, del
crecimiento de nuestra unión con su Voluntad. Por tanto, el conceder muchas cosas
depende –pues así El lo ha establecido– no sólo de El, sino también de nosotros, del
grado de nuestra confianza y de nuestra unión con su Voluntad, hasta identificar la
nuestra con la Suya en un mismo querer.
Por eso la Stma. Virgen dijo una vez, en Medjugorje: “De vosotros depende obtener
las gracias de Dios: hay quien las obtiene tal vez después de un año, quien las
alcanza en un mes, quien las consigue en un día y quien las obtiene en un minuto”.
Pero todo lo dicho se resume en ésto que ha dicho Ntro. Señor, algo fundamental:
“Buscad ante todo el Reino de Dios y su Justicia (o santidad)
y todo lo demás se os dará por añadidura”
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