ORACIONES INICIALES

miércoles, 18 de agosto de 2021

DECIMOCTAVA HORA DE LAS 10 A LAS 11 DE LA MAÑANA JESÚS TOMA LA CRUZ Y SE DIRIGE AL CALVARIO DONDE ES DESNUDADO.


Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón empiezo:
Mi Jesús, amor insaciable, veo que no te das paz, siento tus
desvaríos de amor, tus dolores; el corazón te late con fuerza y
en cada latido siento explosiones, torturas, violencias de amor,
y Tú, no pudiendo contener el fuego que te devora, te afanas,
gimes, suspiras, y en cada gemido te oigo decir: «¡Cruz!»
Cada gota de tu sangre repite: «¡Cruz!» Todas tus penas, en
las cuales como en un mar interminable Tú nadas dentro,
repiten entre ellas: «¡Cruz!» Y Tú exclamas:
«¡Oh cruz amada y suspirada, tú sola salvarás a mis hijos, y
Yo concentro en ti todo mi amor!»
Segunda coronación de espinas
Entre tanto, tus enemigos te hacen reentrar en el pretorio, te
quitan la púrpura queriendo ponerte de nuevo tus vestidos.
¡Pero ay, cuánto dolor! ¡Me sería más dulce el morir que verte
sufrir tanto! ¡La vestidura se atora en la corona y no pueden
sacártela por arriba, así que con crueldad jamás vista te
arrancan todo junto, vestidos y corona!
A tan cruel tirón muchas espinas se rompen y quedan
clavadas en tu santísima cabeza; la sangre a ríos te llueve y es
tanto tu dolor, que gimes; pero tus enemigos no tomando en
cuenta tus torturas, te ponen tus vestiduras y de nuevo vuelven
a ponerte la corona oprimiéndola fuertemente sobre tu cabeza,
y hacen que las espinas te lleguen a los ojos, a las orejas, así
que no hay parte de tu santísima cabeza que no sienta los
pinchazos de ellas.
Es tanto tu dolor que vacilas bajo esas manos crueles, te
estremeces de pies a cabeza y entre atroces espasmos estás a
punto de morir, y con tus ojos apagados y llenos de sangre,
con trabajos me miras para pedirme ayuda en medio de tanto
dolor.
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Mi Jesús, Rey de los dolores, deja que te sostenga y te
estreche a mi corazón. Quisiera tomar el fuego que te devora
para incinerar a tus enemigos y ponerte a salvo, pero Tú no
quieres porque las ansias de la cruz se hacen más ardientes y
quieres inmolarte ya sobre ella, aun para bien de tus mismos
enemigos. Pero mientras te estrecho a mi corazón, Tú
estrechándome al tuyo me dices:
«Hija mía, hazme desahogar mi amor, y junto conmigo
repara por aquellos que hacen el bien y me deshonran. Estos
judíos me visten con mis ropas para desacreditarme
mayormente ante el pueblo, para convencerlo de que Yo soy
un malhechor. Aparentemente la acción de vestirme era buena,
pero en sí misma era mala. Ah, cuántos hacen obras buenas,
administran sacramentos, los frecuentan pero con fines
humanos e incluso perversos, pero el bien mal hecho lleva a la
dureza; Yo quiero ser coronado una segunda vez, con dolores
más atroces que en la primera, para romper esta dureza y así,
con mis espinas, atraerlos a Mí.
Ah, hija mía, esta segunda coronación me es mucho más
dolorosa, la cabeza me la siento nadando entre espinas, y en
cada movimiento que hago o golpe que me dan, tantas
muertes crueles sufro. Reparo así la malicia de las ofensas,
reparo por aquellos que en cualquier estado de ánimo en que
se encuentren, en vez de pensar en la propia santificación se
disipan y rechazan mi Gracia, y regresan a darme espinas más
punzantes, y Yo soy obligado a gemir, a llorar con lágrimas de
sangre y a suspirar por su salvación. ¡Ah! ¡Yo hago todo por
amarlas, y las criaturas hacen de todo para ofenderme! Al
menos tú no me dejes solo en mis penas y en mis
reparaciones».
Jesús toma la cruz
Destrozado bien mío, contigo reparo, contigo sufro, pero veo
que tus enemigos te precipitan por las escaleras, el pueblo con
furor y ansias te espera; ya te hacen encontrar preparada la
cruz, que con tantos suspiros buscas, y Tú con amor la miras y
con paso decidido te acercas a abrazarla, pero antes la besas,
y corriéndote un estremecimiento de alegría por tu santísima
Humanidad, con sumo contento tuyo vuelves a mirarla y mides
su largo y su ancho.
En ella estableces la porción para todas las criaturas, las
dotas suficientemente para vincularlas a la Divinidad con nudo
de nupcias y hacerlas herederas del Reino de los Cielos; 
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después, no pudiendo contener el amor con el cual las amas,
vuelves a besar la cruz y le dices:
«Cruz adorada, finalmente te abrazo; eras tú el suspiro de mi
corazón, el martirio de mi amor, pero tú, oh cruz, tardaste hasta
ahora, mientras mis pasos siempre se dirigían hacia ti. Cruz
santa, eras tú la meta de mis deseos, la finalidad de mi
existencia acá abajo, en ti concentro todo mi Ser; en ti pongo a
todos mis hijos y tú serás su vida y su luz, su defensa, su
custodia, su fuerza.
Tú los ayudarás en todo y me los conducirás gloriosos al
Cielo. Oh cruz, cátedra de sabiduría, sólo tú enseñarás la
verdadera santidad, sólo tú formarás los héroes, los atletas, los
mártires, los santos. Cruz bella, tú eres mi trono y debiendo Yo
partir de la tierra, tú permanecerás en lugar mío; a ti te entrego
en dote a todas las almas. A ti las confío para que me las
custodies y me las salves».
Y diciendo esto, ansioso te la haces poner sobre tus
santísimos hombros. Ah mi Jesús, la cruz para tu amor es
demasiado ligera, pero al peso de la cruz se une el de nuestras
enormes e inmensas culpas, enormes e inmensas cuanto es la
extensión de los cielos, y Tú, quebrantado bien mío, te sientes
aplastar bajo el peso de tantas culpas, tu alma se horroriza
ante la vista de ellas y siente la pena de cada culpa; tu
santidad queda turbada ante tanta fealdad, y por esto poniendo
la cruz sobre tus hombros, vacilas, jadeas, y de tu santísima
Humanidad brota un sudor mortal.
Ah, amor mío, no tengo ánimo para dejarte solo, quiero
dividir junto contigo el peso de la cruz, y para aliviarte el peso
de las culpas me estrecho a tus pies; quiero darte a nombre de
todas las criaturas: Amor por quien no te ama, alabanzas por
quien te desprecia, bendiciones, agradecimientos, obediencia
por todas.
Declaro que en cualquier ofensa que recibas, yo quiero
ofrecerte toda yo misma para repararte, hacer el acto opuesto
a las ofensas que las criaturas te hacen y consolarte con mis
besos y mis continuos actos de amor.
Pero veo que soy demasiado miserable, tengo necesidad de
Ti para poderte reparar de verdad, por eso me uno a tu
santísima Humanidad, y junto a Ti uno mis pensamientos a los
tuyos para reparar mis pensamientos malos y los de todos; uno
mi boca a la tuya para reparar las blasfemias y las malas
conversaciones; uno mi corazón al tuyo para reparar las
inclinaciones, los deseos y los afectos malos; en una palabra,
quiero reparar todo lo que repara tu santísima Humanidad, 
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uniéndome a la inmensidad de tu amor por todos y al bien
inmenso que haces a todos.
Pero no estoy contenta aún, quiero unirme a tu Divinidad y
perder mi nada en Ella, y así te doy el todo: Te doy tu amor
para confortar tus amarguras; te doy tu corazón para
reconfortarte por nuestras frialdades, incorrespondencias,
ingratitudes y poco amor de las criaturas; te doy tus armonías
para aliviarte el oído de las blasfemias que le llegan; te doy tu
belleza para reconfortarte de las fealdades de nuestras almas
cuando nos ensuciamos en la culpa; te doy tu pureza para
aliviarte por las faltas de rectitud de intención, y por el fango y
podredumbre que ves en tantas almas; te doy tu inmensidad
para aliviarte de las estrecheces voluntarias donde se meten
las almas; te doy tu ardor para quemar todos los pecados y
todos los corazones, a fin de que todos te amen y ninguno más
te ofenda; en suma, te doy todo lo que Tú eres para darte
satisfacción infinita, amor eterno, inmenso e infinito.
La vía dolorosa al calvario
Mi pacientísimo Jesús, veo que das los primeros pasos bajo
el peso enorme de la cruz, y yo uno mis pasos a los tuyos y
cuando Tú, débil, desangrado y vacilante estés por caer, yo
estaré a tu lado para sostenerte, pondré mis hombros bajo la
cruz para dividir junto contigo el peso de ella. Tú no me
desdeñarás, sino acéptame como tu fiel compañera.
Oh Jesús, me miras y veo que reparas por aquellos que no
llevan con resignación su propia cruz, sino que maldicen, se
irritan, se suicidan y cometen homicidios; y Tú impetras para
todos amor y resignación a la propia cruz; pero es tanto tu
dolor, que te sientes como destrozar bajo la cruz.
Jesús cae por primera vez
Son apenas los primeros pasos que das y ya caes bajo de
ella, y al caer te golpeas en las piedras, las espinas se clavan
más en tu cabeza, mientras que todas tus llagas se abren y
sangran nuevamente; y como no tienes fuerzas para
levantarte, tus enemigos, irritados, a patadas y con empujones
tratan de ponerte en pie.
Caído amor mío, deja que te ayude a ponerte en pie, te
bese, te limpie la sangre y junto contigo repare por aquellos
que pecan por ignorancia, por fragilidad y debilidad, y te ruego
que des ayuda a estas almas.
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Jesús encuentra a su Madre Santísima
Vida mía, Jesús, tus enemigos haciéndote sufrir penas
inauditas, han logrado ponerte en pie, y mientras caminas
vacilante oigo tu respiro afanoso, tu corazón late más fuerte y
nuevas penas te lo traspasan intensamente, sacudes la cabeza
para quitar de tus ojos la sangre que los llena, y ansioso miras.
Ah mi Jesús, he entendido todo, es tu Mamá que como
gimiente paloma va en tu busca, quiere decirte una última
palabra y recibir una última mirada tuya, y Tú sientes sus
penas, su corazón lacerado en el tuyo, y enternecido y herido
por vuestro común amor la descubres, que abriéndose paso a
través de la muchedumbre, a cualquier costo quiere verte,
abrazarte y darte el último adiós.
Pero Tú quedas aún más traspasado al ver su palidez mortal
y todas tus penas reproducidas en Ella por la fuerza del amor.
Y si Ella continúa viviendo es sólo por un milagro de tu
Omnipotencia. Ya diriges tus pasos al encuentro de los suyos,
pero con trabajo podéis intercambiar las miradas.
¡Oh dolor del corazón de ambos! Los soldados lo advierten y
con golpes y empujones impiden que Madre e Hijo se den el
último adiós, y es tan grande la angustia de los dos, que tu
Mamá queda petrificada por el dolor y casi está por sucumbir;
el fiel Juan y las piadosas mujeres la sostienen, mientras Tú de
nuevo caes bajo la cruz.
Jesús cae por segunda vez
Entonces tu doliente Mamá, lo que no hace con el cuerpo
porque se ve imposibilitada lo hace con el alma, entra en Ti,
hace suyo el Querer del Eterno y asociándose en todas tus
penas te hace el oficio de Mamá, te besa, te repara, te cura, y
en todas tus llagas derrama el bálsamo de su doloroso amor.
Mi Penante Jesús, también yo me uno con la traspasada
Mamá, hago mías todas tus penas y en cada gota de tu
sangre, en cada una de tus llagas quiero hacerte de mamá, y
junto con Ella y contigo reparo por todos los encuentros
peligrosos y por aquellos que se exponen a las ocasiones de
pecar, o que obligados a exponerse por la necesidad quedan
atrapados por el pecado.
Tú entre tanto gimes caído bajo la cruz, los soldados temen
que mueras bajo el peso de tantos martirios y por la pérdida de
tanta sangre; no obstante esto, a fuerza de latigazos y patadas,
con dificultad llegan a ponerte de pie. Así reparas las repetidas 
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caídas en el pecado, los pecados graves cometidos por toda
clase de personas y ruegas por los pecadores obstinados, y
lloras con lágrimas de sangre por su conversión.
La llaga del hombro
Quebrantado amor mío, mientras te sigo en las
reparaciones, veo que no te sostienes bajo el peso enorme de
la cruz. Ya tiemblas todo, las espinas a los continuos golpes
que recibes penetran siempre más en tu santísima cabeza, la
cruz por su gran peso se hunde en tu hombro formando una
llaga tan profunda que descubre los huesos, y a cada paso me
parece que mueres, y por lo tanto te ves imposibilitado para
seguir adelante.
Pero tu amor que todo puede te da la fuerza, y conforme
sientes que la cruz se hunde en tu hombro, reparas por los
pecados escondidos, que no siendo reparados acrecientan la
crudeza de tus dolores. Mi Jesús, deja que ponga mi hombro
bajo la cruz para aliviarte, y contigo reparo todos los pecados
ocultos.
El Cirineo carga la cruz de Jesús
Pero tus enemigos, por temor de que Tú mueras bajo la
cruz, obligan al Cireneo a ayudarte a llevar la cruz, el cual, de
mala gana y refunfuñando, no por amor sino por fuerza te
ayuda. Y entonces en tu corazón hacen eco todos los lamentos
de quien sufre, las faltas de resignación, las rebeliones, los
enojos y los desprecios en el sufrir; pero mucho más quedas
herido al ver que las almas consagradas a Ti, a quienes llamas
por compañeras y ayudas en tu dolor te huyen, y si Tú las
estrechas a Ti con el dolor, ah, ellas se desvinculan de tus
brazos para ir en busca de placeres y así te dejan solo para
sufrir.
Mi Jesús, mientras reparo contigo te ruego que me estreches
entre tus brazos, y tan fuerte que no haya ninguna pena que Tú
sufras de la cual no tome parte, para transformarme en ellas y
para compensarte por el abandono de todas las criaturas.
Fatigado Jesús mío, con trabajo caminas y todo encorvado,
pero veo que te detienes y tratas de mirar. Corazón mío, pero,
¿qué pasa? ¿Qué quieres? Ah, es la Verónica, que sin temor a
nada, valientemente con un paño te limpia el rostro todo
cubierto de sangre, y Tú se lo dejas estampado en señal de
gratitud.
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Generoso Jesús mío, también yo quiero enjugarte, y no con
un paño, sino que quiero ofrecerte todo mi ser para darte alivio,
quiero entrar en tu interior, y darte, oh Jesús, latidos por
latidos, respiros por respiros, afectos por afectos, deseos por
deseos; lo que quiero decir es que quiero arrojarme en toda tu
santísima inteligencia, y haciendo correr todos estos latidos,
respiros, afectos y deseos en la inmensidad de tu Voluntad,
intento multiplicarlos al infinito.
Quiero, oh mi Jesús, formar olas de latidos, para hacer que
ningún latido malo repercuta en tu corazón, y así, endulzar
todas las internas amarguras de tu corazón. Intento formar olas
de deseos y de afectos, para alejar todos los deseos y afectos
malos que pudieran, mínimamente entristecer tu corazón.
Intento también, oh mi Jesús, formar olas de respiros y de
pensamientos, para alejar cualquier respiro o pensamiento que
pudiera, mínimamente desagradarte. Me estaré haciendo
guardia, oh Jesús, a fin de que nada que pudiera afligirte,
pueda acercársete, y agregue a tus penas internas otras
amarguras.
Oh, mi Jesús, haz que todo mi interior nade en la
inmensidad del tuyo, así podré encontrar amor suficiente, y
voluntad inmensa, para impedir que entre en tu interior amor
malo, ni voluntad que pudiera desagradarte.
Oh mi Jesús, para estar más segura te suplico que selles
con tus pensamientos los míos, con tu Voluntad la mía, con tus
deseos los míos, con tus afectos y con tus latidos los míos, a
fin de que sellados por los tuyos, no tomen vida sino sólo de Ti.
Te ruego aún, oh mi Jesús, que aceptes mi pobre cuerpo
hecho pedazos por amor tuyo, reducido en pequeñísimas
partículas, las que pondré sobre cada una de tus llagas.
Sobre aquella llaga, oh Jesús, que te da dolor por las tantas
blasfemias, es mi intención que estas partículas de mi cuerpo,
te digan siempre: “te bendigo”.
Sobre aquella llaga que te causa dolor por las tantas
ingratitudes, intento poner una porción de mi cuerpo roto, para
atestiguarte mi gratitud, por mí, y por todos.
Sobre aquella llaga, oh Jesús, que tanto te hace sufrir por
las frialdades y ausencias de amor, intento poner tantas
partículas de mi carne lacerada, que te digan siempre: “te amo,
te amo, te amo”.
Sobre aquella llaga que te da dolor por las tantas
irreverencias y falta de estima hacia tu Persona, intento poner
un pedazo de mí misma, deshecha por amor tuyo, que te diga
siempre: “Te adoro, te adoro, te adoro”.
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Oh mi Jesús, quiero difundirme en todo, y en aquellas llagas
exacerbadas por las tantas incredulidades, es mi intención que
los pedazos de mi cuerpo te digan siempre: “Creo, creo en Ti,
oh mi Jesús, Dios mío, y en tu santa Iglesia, e intento dar mi
vida para atestiguarte mi Fe”.
Oh, mi Jesús, me sumerjo en la inmensidad de tu Querer, y
tomándolo, quiero suplir por todos, pedirte las almas de todos
para encerrarlas en tu Voluntad.
Oh mi Jesús, me queda aún mi sangre, la que quiero verter,
como bálsamo y como un calmante sobre tus llagas para
endulzarte, de modo de poderte sanar del todo.
Intento aún, oh Jesús, hacer correr mis pensamientos en el
corazón de cada uno de los pecadores, para corregirlo
continuamente, a fin de que no ose ofenderte, y te ruego con
las voces de tu sangre, a fin de que todos se rindan ante mis
pobres oraciones, y así podré llevarlos a tu corazón.
Otra gracia, oh Jesús, te pido, que en todo lo que vea, toque
y sienta, te vea, toque y sienta siempre a Ti; y que tu santísima
imagen, y tu santísimo nombre, estén siempre impresos en
cada partícula de mi pobre ser.
Jesús consuela a las piadosas mujeres
Entre tanto los enemigos viendo mal este acto de la
Verónica, te azotan, te empujan y te hacen proseguir el
camino. Otros pocos pasos y te detienes de nuevo, pero tu
amor, bajo el peso de tantas penas no se detiene, y viendo a
las piadosas mujeres que lloran por causa de tus penas, te
olvidas de Ti mismo y las consuelas diciéndoles:
«Hijas, no lloréis por mis penas sino por vuestros pecados y
los de vuestros hijos». (Lc 23, 28)
¡Qué enseñanza sublime! ¡Cómo es dulce tu palabra! Oh
Jesús, contigo reparo las faltas de caridad y te pido la gracia de
olvidarme de mí misma para que no recuerde otra cosa que a
Ti solo.
Jesús cae por tercera vez
Pero tus enemigos, oyéndote hablar se llenan de furia, te
jalan con las cuerdas, te empujan con tanta rabia que te hacen
caer, y cayendo te golpeas en las piedras; el peso de la cruz te
oprime y te sientes morir. Deja que te sostenga y que con mis
manos resguarde tu santísimo rostro. Veo que tocas la tierra y
boqueas en la sangre; pero tus enemigos te quieren poner de 
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pie, tiran de Ti con las cuerdas, te levantan por los cabellos, te
dan patadas, pero todo en vano.
¡Tú mueres Jesús mío! ¡Qué pena, se me rompe el corazón
por el dolor! Y casi arrastrándote te conducen al monte
calvario. Mientras te arrastran siento que reparas todas las
ofensas de las almas consagradas a Ti, que te dan tanto peso,
que por cuanto Tú te esfuerzas por levantarte te resulta
imposible. Y así, arrastrado y pisoteado llegas al calvario,
dejando por donde pasas rojas huellas de tu preciosa sangre.
Jesús desvestido y coronado de espinas por tercera vez
Aquí en el calvario nuevos dolores te esperan. Te desnudan
de nuevo y te arrancan vestidura y corona de espinas. Ah,
gimes al sentir que te arrancan las espinas de tu cabeza; y al
tiempo que te arrancan la vestidura, te arrancan también las
carnes desgarradas que están adheridas a ella. Las llagas se
abren de nuevo, la sangre corre a ríos hasta la tierra, y es tanto
el dolor que caes casi muerto.
Pero nadie se mueve a compasión por Ti, mi bien, al
contrario, con bestial furor te ponen de nuevo la corona de
espinas, te la clavan a golpes, y es tanto el tormento por las
laceraciones y por el arrancar de tus cabellos amasados en la
sangre coagulada, que sólo los ángeles podrían decir lo que
sufres, mientras horrorizados retiran sus celestiales miradas y
lloran.
Desnudado Jesús mío, permíteme que te estreche a mi
corazón para calentarte, porque veo que tiemblas y que un frío
sudor de muerte invade tu santísima Humanidad. ¡Cuánto
quisiera darte mi vida y mi sangre para sustituir a la tuya, que
has perdido para darme vida! Mientras tanto, Jesús mirándome
con sus lánguidos y moribundos ojos, parece que me dice:
¡Hija mía, cuánto me cuestan las almas! Aquí es el lugar
donde los espero a todos para salvarlos, donde quiero reparar
los pecados de aquellos que llegan a degradarse por debajo de
las bestias, y se obstinan tanto en ofenderme que llegan a no
saber vivir sin cometer pecados. Su razón queda ciega y pecan
a tontas y a locas; he aquí el por qué me coronan de espinas
por tercera vez.
Y con el desnudarme reparo por aquellos que llevan vestidos
de lujo e indecentes, por los pecados contra la modestia y por
aquellos que están tan atados a las riquezas, a los honores, a
los placeres, que de ellos se forman un dios para sus
corazones. Ah sí, cada una de estas ofensas es una muerte 
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que siento, y si no muero es porque el Querer de mi eterno
Padre no ha decretado aún el momento de mi muerte».
Desnudado bien mío, mientras reparo contigo te ruego que
con tus santísimas manos me despojes de todo y no permitas
que ningún afecto malo entre en mi corazón, te ruego que Tú
me lo vigiles, me lo circundes con tus penas, me lo llenes de tu
amor, te ruego que mi vida no sea otra cosa que la repetición
de la tuya, y reafirma con tu bendición mi despojamiento;
bendíceme de corazón y dame la fuerza de asistir a tu dolorosa
crucifixión para quedar crucificada junto contigo.
+ + +
Reflexiones de la Decimoctava Hora (10 AM)
6-11
Diciembre 17, 1903
Continuando mi habitual estado, por pocos instantes he visto
al bendito Jesús con la cruz sobre la espalda, en el momento
de encontrarse con su Santísima Madre, y yo le he
dicho: “Señor, ¿qué cosa hizo tu Madre en este encuentro
dolorosísimo?”
Y Él: “Hija mía, no hizo otra cosa que un acto de adoración
profundísimo y simplísimo, y como el acto por cuanto más
simple, tanto más fácil para unirse con Dios, Espíritu
simplísimo, por eso en este acto se fundió en Mí y continuó lo
que obraba Yo mismo en mi interior; y esto me fue sumamente
más grato que si me hubiese hecho cualquier otra cosa más
grande, porque el verdadero espíritu de adoración consiste en
esto, que la criatura se pierda a sí misma y se encuentre en el
ambiente divino, y adore todo lo que obra Dios, y con Él se
una. ¿Crees tú que sea verdadera adoración aquella en que la
boca adora mientras la mente está en otra parte, o sea, la
mente adora y la voluntad está lejos de Mí? O bien, ¿que una
potencia me adora y las otras están todas desordenadas? No,
Yo quiero todo para Mí, y todo lo que le he dado en Mí, y éste
es el acto de culto y de adoración más grande que la criatura
puede hacerme”.
+ + +
189
6-99
Marzo 28, 1905
Entonces yo he continuado mi acostumbrado trabajo interior
sobre la Pasión, y habiendo llegado a aquel momento del
encuentro de Jesús y María en el camino a la cruz, de nuevo
se ha hecho ver y me ha dicho:
“Hija mía, también con el alma me encuentro continuamente,
y si en el encuentro que hago con el alma la encuentro en acto
de ejercitar las virtudes y unida Conmigo, me recompensa del
dolor que sufrí cuando encontré a mi Madre tan adolorida por
mi causa”.
+ + +
7-33
Julio 27, 1906
Esta mañana se hacía ver mi adorable Jesús abrazando la
cruz, y yo pensaba en mi interior cuáles habían sido sus
pensamientos al recibirla”.
Y Él me ha dicho: “Hija mía, cuando recibí la cruz la abracé
como a mi más amado tesoro, porque en la cruz dote a las
almas y las desposé Conmigo. Ahora, mirando la cruz, su
largura y anchura, Yo me alegré porque veía en ella las dotes
suficientes para todas mis esposas, y ninguna podía temer el
no poder desposarse Conmigo, teniendo Yo en mis propias
manos, en la cruz, el precio de su dote, pero con esta sola
condición, que si el alma acepta los pequeños donativos que
Yo le envío, los cuales son las cruces, como prenda de que me
acepta por Esposo, el desposorio es formado y le hago la
donación de la dote. Pero si no acepta los donativos, esto es,
no resignándose a mi Voluntad, queda todo anulado, y a pesar
de que Yo quiero dotarla no puedo, porque para formar un
esponsalicio se necesita siempre la voluntad de ambas partes,
y el alma no aceptando los donativos, significa que no quiere
aceptar el esponsalicio”.
+ + +
9-43
Septiembre 2, 1910
Estaba pensando en Jesús cuando llevaba la cruz al
calvario, especialmente cuando encontró a las mujeres, que
olvidó sus dolores y se ocupó en consolar, oír, instruir a
aquellas pobres mujeres. Cómo todo era amor en Jesús; Él 
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tenía necesidad de ser consolado, en cambio consuela, y en
qué estado consuela, estaba todo cubierto de llagas,
traspasada la cabeza por punzantes espinas, jadeante y casi
muriendo bajo la cruz, y consuela a los demás, ¡qué ejemplo!
¡Qué vergüenza para nosotros, que basta una pequeña cruz
para hacernos olvidar el deber de consolar a los demás!
Entonces recordaba cuantas veces, encontrándome yo
oprimida por los sufrimientos o por las privaciones de Jesús
que me traspasaban, me laceraban de lado a lado mi interior, y
encontrándome rodeada de personas, Jesús me incitaba a
imitarlo en este paso de su Pasión, y yo, si bien amargada
hasta la médula de los huesos, me esforzaba en olvidarme de
mí misma para consolar e instruir a los demás. Y ahora,
encontrándome libre y exenta de tratar con personas, gracias a
la obediencia, agradecía a Jesús que no me encontraba más
en estas circunstancias; ahora siento que respiro un aire más
libre para poderme ocupar sólo de mí misma. Y Jesús
moviéndose en mi interior me ha dicho:
“Hija mía, sin embargo, para Mí era un alivio y me sentía
como restaurado, especialmente en aquellos que venían para
hacer el bien. En estos tiempos falta verdaderamente quien
infunda el verdadero espíritu interno en las almas, porque no
teniéndolo, no saben infundirlo en los demás, y las almas
aprenden a ser susceptibles, escrupulosas, ligeras, sin
verdadero fondo de desapego de todo y de todos, y esto
produce virtudes estériles, que hacen por florecer y mueren.
Algunos creen hacer progreso en las almas porque llegan a la
minuciosidad y a la escrupulosidad; pero en lugar de progreso
son verdaderos obstáculos que arruinan las almas, y mi amor
queda en ayunas en ellas. Entonces, habiéndote Yo dado
mucha luz sobre los caminos internos, y habiéndote hecho
comprender la verdad de las verdaderas virtudes y del
verdadero amor, encontrándote tú en la verdad, Yo podría por
boca tuya hacer comprender a los demás la verdad del
verdadero camino de las virtudes, y Yo por ello me sentiría
contento”.
Y yo: “Pero Jesús bendito, después del sacrificio que yo
hacía, esas personas iban diciendo chismes y habladurías, y la
obediencia justamente ha prohibido que vengan las personas”.
Y Jesús: “Esta es la equivocación, que se ponga atención a
las habladurías y no al bien que se debe hacer. También de Mí
se dijeron muchos chismes, y si hubiera puesto atención a esto
no habría cumplido la Redención del hombre, por eso se debe 
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pensar en lo que se debe hacer, y no en lo que se dice; las
habladurías quedan a cuenta de quien las dice”.
+ + +
10-2
Noviembre 12, 1910
Estaba pensando en el bendito Jesús cuando llevaba la cruz
al calvario, especialmente cuando encontró a la Verónica, que
le ofreció el lienzo para secar su rostro bañado en sangre, y
decía a mi amable Jesús: “Amor mío, Jesús, corazón de mi
corazón, si la Verónica te ofreció el lienzo, yo no quiero
ofrecerte lienzos para secarte la sangre, sino que te ofrezco mi
corazón, mi latido continuo, todo mi amor, mi pequeña
inteligencia, el respiro, la circulación de mi sangre, los
movimientos, todo mi ser para enjugarte la sangre, y no sólo de
tu rostro sino de toda tu santísima Humanidad, intento
desmenuzarme en tantos pedazos por cuantas son tus llagas,
tus dolores, tus amarguras, las gotas de sangre que derramas,
para poner en todos tus sufrimientos, dónde mi amor, dónde un
alivio, dónde un beso, dónde una reparación, dónde un
compadecimiento, dónde un agradecimiento, etc., no quiero
que quede ninguna parte de mi ser, ninguna gota de mi sangre
que no se ocupe de Ti, pero, ¿sabes oh Jesús qué
recompensa quiero? Que en todas las partes de mi ser me
imprimas, me selles tu imagen, a fin de que encontrándote en
todo y dondequiera, pueda multiplicar mi amor”. Y tantos otros
disparates que decía. Ahora, habiendo recibido la comunión, y
mirando en mí misma, veía en todas las partecitas de mi ser a
Jesús todo entero dentro de una llama, y esta llama decía
amor, y Jesús me ha dicho:
“He aquí que he contentado a mi hija; por cuantos modos se
ha dado a Mí, en otros tantos y triplicados modos me he
donado a ella”.
+ + +
11-75
Abril 10, 1914
Esta mañana mi siempre amable Jesús ha venido crucificado
y me participaba sus penas, y me ha atraído hacia Él en el mar
de su Pasión, tanto, que casi paso a paso la seguía. ¿Pero
quién puede decir todo lo que comprendía?
Es tanto que no sé por dónde empezar, diré sólo que al verle
arrancar la corona de espinas, las espinas mismas obstruían el 
192
paso a la sangre y no la dejaban salir del todo, pero al
arrancarle la corona de espinas esa sangre ha brotado fuera
por aquellas heridas y le chorreaba a grandes ríos sobre el
rostro, sobre los cabellos y después descendía por toda la
persona de Jesús.
Y Jesús: “Hija, estas espinas que me atraviesan la cabeza,
pincharán el orgullo, la soberbia, las llagas más ocultas de las
almas para hacerles salir fuera el pus que contienen, y las
espinas tintas en mi sangre las sanarán y les restituirán la
corona que el pecado les había quitado”.
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14-6
Febrero 24, 1922
Encontrándome en mi habitual estado, mi siempre adorable
Jesús se hacía ver en el momento de tomar la cruz para
ponerla sobre su santísimo hombro, y me ha dicho:
“Hija mía, cuando recibí la cruz la miré de arriba a abajo para
ver el lugar que tomaba en mi cruz cada alma, y entre tantas,
miré con más amor y puse atención especial a aquéllas que
habrían estado resignadas y habrían hecho vida en mi
Voluntad, las miré y vi su cruz ancha y larga como la mía,
porque mi Voluntad suplía a lo que a su cruz le faltaba, y la
alargaba y ensanchaba como la mía. ¡Oh! cómo sobresalía tu
cruz larga, larga por tantos años de cama, sufrida sólo para
cumplir mi Voluntad. La mía era sólo para cumplir la Voluntad
de mi Padre Celestial, la tuya para cumplir la mía; una hacía
honor a la otra, y como una y otra contenían la misma medida
se confundían juntas.
Ahora, mi Voluntad tiene la virtud de ablandar la dureza, de
endulzar la amargura, de alargar y ensanchar las cosas
pequeñas, por eso cuando sentí la cruz sobre mi hombro, sentí
también la suavidad, la dulzura de la cruz de las almas que
habrían sufrido en mi Querer, ¡ah! mi corazón tuvo un respiro
de alivio, y la suavidad de las cruces de ellas hizo adaptar la
cruz sobre mi hombro, y se hundió tanto que me hizo una llaga
profunda, y si bien me dio un dolor acerbo, sentía al mismo
tiempo la suavidad y la dulzura de las almas que habrían
sufrido en mi Querer. Y como mi Voluntad es eterna, su sufrir,
sus reparaciones, sus actos, corrían en cada gota de mi
sangre, corrían en cada llaga, en cada ofensa; mi Querer las
hacía encontrarse como presentes a las ofensas pasadas,
desde que el primer hombre pecó; a las presentes y a las 
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futuras; eran propiamente ellas las que me daban nuevamente
los derechos de mi Querer, y Yo, por amor de ellas decretaba
la Redención, y si los demás toman parte de Ella, es por causa
de éstas que pueden hacerlo. No hay bien que Yo conceda, ni
en el Cielo ni en la tierra, que no sea por causa de ellas.”
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