ORACIONES INICIALES

lunes, 16 de agosto de 2021

DECIMOSÉPTIMA HORA DE LAS 9 A LAS 10 DE LA MAÑANA JESÚS CORONADO DE ESPINAS “ECCE HOMO” JESÚS ES CONDENADO A MUERTE

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Mi Jesús, amor infinito, mientras más te miro más

comprendo cuánto sufres. Ya estás todo lacerado y no hay

parte sana en Ti; los verdugos enfurecidos al ver que Tú en

medio de tantas penas los miras con tanto amor, que tu mirada

amorosa formando un dulce encanto, casi como tantas voces

ruegan y suplican más penas y nuevas penas, y estos, si bien

inhumanos, pero también forzados por tu amor, te ponen de

pie, y Tú, no sosteniéndote caes de nuevo en tu propia sangre,

y ellos, irritados, con patadas y con empujones te hacen llegar

al lugar donde te coronarán de espinas.

Amor mío, si Tú no me sostienes con tu mirada de amor, yo

no puedo continuar viéndote sufrir. Siento ya un escalofrío en

los huesos, el corazón me late fuertemente, me siento morir,

¡Jesús, Jesús, ayúdame! Y mi amable Jesús me dice:

«Animo, no pierdas nada de lo que he sufrido; sé atenta a

mis enseñanzas. Yo debo rehacer en todo al hombre, la culpa

le ha quitado la corona y lo ha coronado de oprobios y de

confusión, así que no puede comparecer ante mi Majestad, la

culpa lo ha deshonrado haciéndole perder todo derecho a los

honores y a la gloria, por eso quiero ser coronado de espinas,

para poner sobre la frente del hombre la corona y restituirle

todos los derechos a cualquier honor y gloria; y mis espinas

serán ante mi Padre reparaciones y voces de disculpa por los

tantos pecados de pensamiento y especialmente de soberbia; y

serán voces de luz y de súplica a cada mente creada para que

no me ofendan; por eso, tú únete conmigo y ora y repara junto

conmigo».

Coronado Jesús, tus crueles enemigos te hacen sentar, te

ponen encima un trapo de púrpura, toman la corona de espinas

y con furia infernal te la ponen sobre tu adorable cabeza, y a

golpes de palo te hacen penetrar las espinas en la frente, y

algunas te llegan hasta los ojos, a las orejas, al cráneo y hasta

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detrás en la nuca. ¡Amor mío, qué desgarro, qué penas tan

inenarrables! ¡Cuántas muertes crueles no sufres!

La sangre te corre sobre tu rostro, de manera que no se ve

más que sangre, pero bajo esas espinas y esa sangre se

descubre tu rostro santísimo radiante de dulzura, de paz y de

amor, y los verdugos queriendo completar la tragedia te

vendan los ojos, te ponen una caña en la mano por cetro y

comienzan sus burlas. Te saludan como rey de los judíos, te

golpean la corona, te dan bofetadas y te dicen:

«Adivina quién te ha golpeado». (Lc 22, 64)

Y Tú callas y respondes con reparar las ambiciones de

quienes aspiran a reinos, a las dignidades, a los honores, y por

aquellos que encontrándose en estos puestos, no

comportándose bien forman la ruina de los pueblos y de las

almas confiadas a ellos, y cuyos malos ejemplos son causa de

empujar al mal y de que se pierdan almas.

Con esa caña que tienes en la mano reparas por tantas

obras buenas vacías de espíritu interior, e incluso hechas con

malas intenciones. En los insultos y en esa venda reparas por

aquellos que ponen en ridículo las cosas más santas,

desacreditándolas y profanándolas, y reparas por aquellos que

se vendan la vista de la inteligencia para no ver la luz de la

verdad.

Con esta venda impetras para nosotros el que nos quitemos

las vendas de las pasiones, de las riquezas y los placeres. Mi

Rey Jesús, tus enemigos continúan sus insultos, y la sangre

que escurre de tu santísima cabeza es tanta, que llegándote

hasta la boca te impide hacerme oír claramente tu dulcísima

voz, y por eso no puedo hacer lo que haces Tú, por eso vengo

a tus brazos, quiero sostener tu cabeza traspasada y dolorida,

quiero poner mi cabeza bajo esas espinas para sentir sus

pinchazos.

Pero mientras digo esto, mi Jesús me llama con su mirada

de amor y yo corro, me abrazo a su corazón y trato de sostener

su cabeza. ¡Oh, cómo es bello estar con Jesús, aun en medio

de mil tormentos! Y Él me dice:

«Hija mía, estas espinas dicen que quiero ser constituido rey

de cada corazón; a Mí me corresponde todo dominio; tú toma

estas espinas y pincha tu corazón y haz salir de él todo lo que

a Mí no pertenece y deja las espinas dentro de tu corazón

como señal de que Yo soy tu Rey y para impedir que ninguna

otra cosa entre en ti. Después gira por todos los corazones, y

pinchándolos haz salir de ellos todos los humos de soberbia, la

podredumbre que contienen, y constitúyeme Rey de todos».

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Amor mío, el corazón se me oprime al dejarte, por eso te

ruego que ensordezcas mis oídos con tus espinas para que

sólo pueda oír tu voz; que me cubras los ojos con tus espinas

para poder mirarte sólo a Ti; que me llenes con tus espinas la

boca, de modo que mi lengua quede muda a todo lo que

pudiera ofenderte, y tenga libre la lengua para alabarte y

bendecirte en todo.

Oh mi Rey Jesús, circúndame de espinas, y estas espinas

me custodien, me defiendan y me tengan toda atenta a Ti. Y

ahora quiero limpiarte la sangre y besarte, porque veo que tus

enemigos te conducen a Pilatos, el cual te condenará a muerte.

Amor mío, ayúdame a continuar tu dolorosa vida y bendíceme.

Jesús de nuevo ante Pilatos

Mi coronado Jesús, mi pobre corazón herido por tu amor y

traspasado por tus penas no puede vivir sin Ti, por eso te

busco y te encuentro nuevamente ante Pilatos. ¡Pero qué

espectáculo conmovedor! ¡Los Cielos se horrorizan y el infierno

tiembla de espanto y de rabia! Vida de mi corazón, mi mirada

no puede soportar el mirarte sin sentirme morir; pero la fuerza

raptora de tu amor me obliga a mirarte para hacerme

comprender bien tus penas; y yo entre lágrimas y suspiros te

contemplo.

Mi Jesús, estás desnudo, y en vez de vestidos te veo vestido

de sangre, las carnes abiertas y destrozadas, los huesos al

descubierto, tu santísimo rostro irreconocible; las espinas

clavadas en tu santísima cabeza te llegan a los ojos, al rostro,

y yo no veo más que sangre, que corriendo hasta la tierra

forma un arroyo sanguinolento bajo tus pies.

¡Mi Jesús, no te reconozco más por como has quedado

reducido! ¡Tu estado ha llegado a los excesos más profundos

de las humillaciones y de los dolores! ¡Ah, no puedo soportar tu

visión tan dolorosa!

Me siento morir, quisiera arrebatarte de la presencia de

Pilatos para encerrarte en mi corazón y darte descanso;

quisiera sanar tus llagas con mi amor, y con tu sangre quisiera

inundar todo el mundo para encerrar en ella a todas las almas

y conducirlas a Ti como conquista de tus penas. Y Tú, oh

paciente Jesús, a duras penas parece que me miras por entre

las espinas y me dices:

«Hija mía, ven entre mis atados brazos, apoya tu cabeza

sobre mi seno y verás dolores más intensos y acerbos, porque

lo que ves por fuera de mi Humanidad no es otra cosa que el

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desahogo de mis penas interiores. Pon atención a los latidos

de mi corazón y oirás que reparo las injusticias de los que

mandan, la opresión de los pobres, de los inocentes

pospuestos a los culpables, la soberbia de aquellos que para

conservar las dignidades, los cargos, las riquezas, no dudan en

romper cualquier ley y en hacer mal al prójimo, cerrando los

ojos a la luz de la verdad.

Con estas espinas quiero romper el espíritu de soberbia de

“sus señorías”, y con las heridas que forman en mi cabeza

quiero abrirme camino en sus mentes, para reordenar en ellas

todas las cosas según la luz de la verdad. Con estar así

humillado ante este injusto juez, quiero hacer comprender a

todos que solamente la virtud es la que constituye al hombre

rey de sí mismo, y enseño a quien manda, que solamente la

virtud, unida al recto saber, es la única digna y capaz de

gobernar y regir a los demás, mientras que todas las otras

dignidades, sin la virtud, son cosas peligrosas y deplorables.

Hija mía, haz eco a mis reparaciones y sigue poniendo

atención a mis penas».

Amor mío, veo que Pilatos, al verte tan malamente reducido,

se siente estremecer y todo impresionado exclama:

«¿Será posible tanta crueldad en los corazones humanos?

¡Ah, no era esta mi voluntad al condenarlo a los azotes!»

Y queriendo liberarte de las manos de tus enemigos, para

poder encontrar razones más convenientes, todo hastiado y

apartando la mirada, porque no puede sostener tu visión

demasiado dolorosa, vuelve a interrogarte:

«Pero dime, ¿qué has hecho? Tu gente te ha entregado en

mis manos, dime, ¿Tú eres rey? ¿Cuál es tu reino?»

A las preguntas apresuradas de Pilatos, Tú, oh mi Jesús, no

respondes, y ensimismado en Ti mismo piensas en salvar mi

pobre alma a costa de tantas penas. Y Pilatos, porque no

respondes, añade:

«¿No sabes Tú que está en mi poder el liberarte o el

condenarte?» (Jn 19, 10)

Pero Tú, oh amor mío, queriendo hacer resplandecer en la

mente de Pilatos la luz de la verdad le respondes:

«No tendrías ningún poder sobre Mí si no te viniera de lo

alto, pero aquellos que me han entregado en tus manos han

cometido un pecado más grave que el tuyo». (Jn 19, 11)

Entonces Pilatos, como movido por la dulzura de tu voz,

indeciso como está, con el corazón en tempestad, creyendo

que los corazones de los judíos fuesen más piadosos, se

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decide a mostrarte desde la terraza, esperando que se muevan

a compasión al verte tan desgarrado, y así poderte liberar.

Dolorido Jesús mío, mi corazón desfallece al verte seguir a

Pilatos, con trabajos caminas y encorvado bajo aquella horrible

corona de espinas, la sangre marca tus pasos, y en cuanto

sales fuera escuchas a la muchedumbre escandalosa que,

ansiosa espera tu condena.

Pilatos imponiendo silencio para llamar la atención de todos

y hacerse escuchar por todos, toma con repugnancia los dos

extremos de la púrpura que te cubre el pecho y los hombros,

los levanta para hacer que todos vean a qué estado has

quedado reducido, y en voz alta dice:

«¡Ecce Homo!» (“¡Aquí tienen al hombre!”)

Mírenlo, no tiene más figura de hombre, observen sus llagas;

ya no se le reconoce; si ha hecho mal ya ha sufrido suficiente,

más bien demasiado; yo estoy arrepentido de haberle hecho

sufrir tanto, por eso dejémoslo libre».

Jesús, amor mío, deja que te sostenga, porque veo que no

sosteniéndote en pie bajo el peso de tantas penas, vacilas. Ah,

en este momento solemne se decide tu suerte, a las palabras

de Pilatos se hace un profundo silencio en el Cielo, en la tierra

y en el infierno. Y después, como en una sola voz oigo el grito

de todos:

«¡Crucifícalo, crucifícalo, a cualquier costo lo queremos

muerto!» (Lc 23, 21)

Vida mía, Jesús, veo que tiemblas, el grito de muerte

desciende en tu corazón, y en estas voces descubres la voz de

tu amado Padre que dice:

«¡Hijo mío, te quiero muerto, y muerto crucificado!»

Ah, oyes también a tu Mamá, que si bien traspasada,

desolada, hace eco a tu amado Padre: «¡Hijo, te quiero

muerto!» Los ángeles, los santos, el infierno, todos a voz

unánime gritan: «¡Crucifícalo, crucifícalo!» Así que no hay

alma que te quiera vivo. Y, ay, ay, con mi mayor rubor, dolor y

horror, también yo me siento obligada por una fuerza suprema

a gritar: «¡Crucifícalo!»

Mi Jesús, perdóname si también yo, miserable alma

pecadora, te quiero muerto. Sin embargo, te ruego que me

hagas morir junto contigo. Y Tú, mientras tanto, oh mi

destrozado Jesús, movido por mi dolor parece que me dices:

«Hija mía, estréchate a mi corazón y toma parte en mis

penas y en mis reparaciones; el momento es solemne, se debe

decidir, o mi muerte, o la muerte de todas las criaturas. En este

momento dos corrientes se vierten en mi corazón, en una están

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las almas que, si me quieren muerto es porque quieren hallar

en Mí la vida, y así, al aceptar Yo la muerte por ellas son

absueltas de la condenación eterna y las puertas del Cielo se

abren para recibirlas; en la otra corriente están aquellas que

me quieren muerto por odio y como confirmación de su

condenación y mi corazón está lacerado y siente la muerte de

cada una de éstas y sus mismas penas del infierno.

Mi corazón no soporta estos acerbos dolores; siento la

muerte a cada latido y a cada respiro, y voy repitiendo:

«¿Por qué tanta sangre será derramada en vano? ¿Por qué

mis penas serán inútiles para tantos? ¡Ah, hija, sostenme que

no puedo más, toma parte en mis penas, tu vida sea un

continuo ofrecimiento para salvar las almas y para mitigarme

penas tan desgarradoras!»

Corazón mío, Jesús, tus penas son las mías y hago eco a

tus reparaciones. Pero veo que Pilatos queda atónito y se

apresura a decir:

«¿Cómo? ¿Debo crucificar a vuestro Rey? Yo no encuentro

culpa en Él para condenarlo». (Jn 19, 6)

Y los judíos haciendo escándalo gritan:

«No tenemos otro rey que el Cesar, y si tú no lo condenas

no eres amigo del Cesar; loco, insensato, crucifícalo,

crucifícalo». (Jn 19, 15)

Pilatos, no sabiendo qué más hacer, por temor a ser

destituido hace traer un recipiente con agua y lavándose las

manos dice:

«Yo soy inocente de la sangre de este Justo». (Mt 27, 24)

Y te condena a muerte. Pero los judíos gritan:

«¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»

(Mt 27, 25)

Y al verte condenado estallan en fiesta, aplauden, silban,

gritan; mientras Tú, oh Jesús, reparas por aquellos que

encontrándose en el poder, por vano temor y por no perder su

puesto rompen las leyes más sagradas, no importándoles la

ruina de pueblos enteros, favoreciendo a los impíos y

condenando a los inocentes; reparas también por aquellos que

después de la culpa instigan a la Ira divina a castigarlos.

Pero mientras reparas todo esto, el corazón te sangra por el

dolor de ver al pueblo escogido por Ti, fulminado por la

maldición del Cielo, que ellos mismos con plena voluntad han

querido, sellándola con tu sangre que han imprecado. Ah, tu

corazón desfallece, déjame que lo sostenga entre mis manos

haciendo mías tus reparaciones y tus penas; pero tu amor te

empuja aún más alto, e impaciente ya buscas la cruz. Vida

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mía, te seguiré, pero por ahora repósate en mis brazos, y

después llegaremos juntos al monte calvario; por eso

permanece en mí y bendíceme.

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Reflexiones de la Decimoséptima Hora (9 AM)

CUARTA MEDITACIÓN NOVENA DE NAVIDAD

“Hija mía, del amor devorante pasa a mirar mi Amor obrante.

Cada alma concebida me llevó el fardo de sus pecados, de sus

debilidades y pasiones, y mi Amor me ordenó tomar el fardo de

cada uno, y no sólo concebí a las almas, sino las penas de

cada una, las satisfacciones que cada una de ellas debía dar a

mi Celestial Padre. Así que mi Pasión fue concebida junto

Conmigo. Mírame bien en el seno de mi Celestial Mamá. Oh

cómo mi pequeña Humanidad era desgarrada, mira bien como

mi pequeña cabecita está circundada por una corona de

espinas, que ciñéndome fuerte las sienes me hace derramar

ríos de lágrimas de los ojos, y no puedo moverme para

secarlas. Ah, muévete a compasión de Mí, sécame los ojos de

tanto llanto, tú que tienes los brazos libres para podérmelo

hacer, estas espinas son la corona de los tantos pensamientos

malos que se agolpan en las mentes humanas, oh, como me

pinchan más estos pensamientos que las espinas que produce

la tierra.

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4-181

Marzo 6, 1903

Después de haber esperado mucho, el bendito Jesús se

hacía ver dentro de mi interior, diciéndome:

“¿Quieres que vayamos a ver si las criaturas me quieren?”

Y yo: “Seguro que te querrán; siendo Tú el Ser más amable,

¿quién tendrá la osadía de no quererte?”

Y Él: “Vayamos y después verás lo que harán”.

Nos hemos ido, y cuando llegamos a un punto donde había

mucha gente, ha sacado su cabeza de dentro de mi interior y

ha dicho aquellas palabras que dijo Pilatos cuando lo mostró al

pueblo: “Ecce Homo”. Y comprendía que aquellas palabras

significaban si querían que el Señor reinase como su Rey, y

tuviese el dominio en sus corazones, en las mentes, y obras; y

aquellos respondieron: “Quítenlo, no lo queremos, más bien

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crucifíquenlo, a fin de que sea destruida toda memoria suya”.

¡Oh, cuántas veces se repiten estas escenas! Entonces el

Señor ha dicho a todos: “Ecce Homo”.

Al decir esto sucedió un murmullo, una confusión, quién

decía: “No lo quiero por Rey mío, quiero la riqueza, otro el

placer, otro el honor, quién las dignidades y quién tantas otras

cosas más. Con horror yo escuchaba estas voces y el Señor

me ha dicho:

“Has comprendido como nadie me quiere, sin embargo esto

es nada, dirijámonos a la clase religiosa y veamos si me

quieren”.

Entonces me he encontrado en medio de sacerdotes,

obispos, religiosas, consagrados; y Jesús con voz sonora ha

repetido: “Ecce Homo”.

Y aquellos decían: “Lo queremos, pero queremos también

nuestra conveniencia”. Otros: “Lo queremos, pero junto con el

interés”. Respondían otros: “Lo queremos, pero unido a la

estima, al honor, ¿qué hace un religioso sin estima?”

Replicaban otros: “Lo queremos, pero unido a alguna

satisfacción de criatura, ¿cómo se puede vivir solo y sin que

nadie nos satisfaga?” Y algunos llegaban a querer al menos la

satisfacción en el sacramento de la confesión. Pero solo, solo,

casi ninguno lo quería, no faltando también que alguno no se

ocupara de hecho de Jesucristo.

Entonces todo afligido me ha dicho: “Hija mía, retirémonos,

has visto cómo ninguno me quiere, o a lo más me quieren

unido con alguna cosa que a ellos les agrada, Yo no me

contento con esto, porque el verdadero reinar es cuando se

reina solo”.

Mientras esto decía me he encontrado en mí misma.

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5-21

Octubre 12, 1903

Esta mañana veía a mi adorable Jesús en mi interior

coronado de espinas, y viéndolo en aquel modo le he dicho:

“Dulce Señor mío, ¿por qué vuestra cabeza envidió a vuestro

flagelado cuerpo que había sufrido tanto y tanta sangre había

derramado, y no queriendo la cabeza quedarse atrás del

cuerpo, honrado con el adorno del sufrir, instigaste Tú mismo a

los enemigos a coronarte con una corona de espinas tan

dolorosa y tormentosa?”.

173

Y Jesús: “Hija mía, muchos significados tiene esta

coronación de espinas, y por cuanto dijera queda siempre

mucho por decir, porque es casi incomprensible a la mente

creada el por qué mi cabeza quiso ser honrada con tener su

porción distinta y especial, no general, de un sufrimiento y

esparcimiento de sangre, haciendo casi competencia con el

cuerpo, el por qué fue que siendo la cabeza la que une todo el

cuerpo y toda el alma, de modo que el cuerpo sin la cabeza es

nada tanto que se puede vivir sin los otros miembros, pero sin

la cabeza es imposible, siendo la parte esencial de todo el

hombre, tan es verdad, que si el cuerpo peca o hace el bien, es

la cabeza la que dirige, no siendo el cuerpo otra cosa que un

instrumento, entonces, debiendo mi cabeza restituir el régimen

y el dominio, y merecer que en las mentes humanas entraran

nuevos cielos de gracias, nuevos mundos de verdad, y destruir

los nuevos infiernos de pecados, por los que llegarían hasta

hacerse viles esclavos de viles pasiones, y queriendo coronar a

toda la familia humana de gloria, de honor y de decoro, por eso

quise coronar y honrar en primer lugar mi Humanidad, si bien

con una corona de espinas dolorosísima, símbolo de la corona

inmortal que restituía a las criaturas, quitada por el pecado.

Además de esto, la corona de espinas significa que no hay

gloria y honor sin espinas, que no puede haber jamás dominio

de pasiones, adquisición de virtudes, sin sentirse pinchar hasta

dentro de la carne y el espíritu, y que el verdadero reinar está

en el donarse a sí mismo, con las pinchaduras de la

mortificación y del sacrificio; además estas espinas significaban

que verdadero y único Rey soy Yo, y sólo quien me constituye

Rey del propio corazón, goza de paz y felicidad, y Yo la

constituyo reina de mi propio reino. Además, todos aquellos

ríos de sangre que brotaban de mi cabeza eran tantos

riachuelos que ataban la inteligencia humana al conocimiento

de mi supremacía sobre ellos”.

¿Pero quién puede decir todo lo que oigo en mi interior? No

tengo palabras para expresarlo; más bien lo poco que he dicho

me parece haberlo dicho incoherente, y así creo que debe ser

al hablar de las cosas de Dios, por cuan alto y sublime uno

pueda hablar, siendo Él increado y nosotros creados, no se

puede decir de Dios mas que balbuceos.

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174

11-91

Abril 24, 1915

Encontrándome en mi habitual estado, estaba pensando

cuánto sufrió el bendito Jesús al ser coronado de espinas, y

Jesús haciéndose ver me ha dicho:

“Hija mía, los dolores que sufrí son incomprensibles a mente

creada; pero mucho más dolorosos que aquellas espinas se

clavaban en mi mente todos los pensamientos malos de las

criaturas, de modo que de todos estos pensamientos de las

criaturas ninguno se me escapaba, todos los sentía en Mí, así

que no sólo sentía las espinas, sino también el horror de las

culpas que aquellas espinas clavaban en Mí”.

Entonces, traté de ver al amable Jesús, y veía su santísima

cabeza circundada como por una corona de espinas que le

salían de dentro. Todos los pensamientos de las criaturas

estaban en Jesús, y de Jesús pasaban a ellas y de ellas a

Jesús y en Él quedaban como concatenados juntos. ¡Oh, cómo

sufría Jesús! Después ha agregado:

“Hija mía, sólo las almas que viven en mi Voluntad pueden

darme verdaderas reparaciones y endulzarme espinas tan

punzantes, porque viviendo en mi Voluntad, mi Voluntad se

encuentra en todas partes, y ellas encontrándose en Mí y en

todos, descienden en las criaturas y suben a Mí y me traen

todas las reparaciones y me endulzan, y hacen cambiar en las

mentes las tinieblas en luz”.

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12-7

Mayo 2, 1917

“Hija mía, ánimo y firmeza en todo, o qué, ¿no quieres

imitarme? También Yo moría poco a poco, conforme las

criaturas me ofendían en sus pasos, Yo sentía el desgarro en

mis pies, pero con tal acerbidad de espasmos, capaces de

darme la muerte, y mientras me sentía morir no moría;

conforme me ofendían con sus obras Yo sentía la muerte en

mis manos, y por el cruel desgarro Yo agonizaba, me sentía

desfallecer, pero la Voluntad del Padre me sostenía, moría y no

moría; conforme las malas palabras, las blasfemias horrendas

de las criaturas se repercutían en mi voz, Yo me sentía

sofocar, ahogar, amargar la palabra y sentía la muerte en mi

voz, pero no moría. Y mi desgarrado corazón conforme

palpitaba, sentía en mi latido las vidas malas, las almas que se

175

arrancaban, y mi corazón estaba en continuos desgarros y

laceraciones; agonizaba y moría continuamente en cada

criatura, en cada ofensa, no obstante, el amor, el Querer

Divino, me obligaban a vivir. He aquí el porqué de tu morir poco

a poco, te quiero junto Conmigo, quiero tu compañía en mis

muertes, ¿no estás contenta?”

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14-52

Agosto 19, 1922

Encontrándome en mi habitual estado, el dulce Jesús me

hacía sufrir parte de sus penas y de sus muertes que sufrió por

cada una de las criaturas. Por mis pequeñas penas

comprendía cuán atroces y mortales habían sido las penas de

Jesús, entonces me ha dicho:

“Hija mía, mis penas son incomprensibles a la naturaleza

humana, las mismas penas de mi Pasión fueron sombras o

semejanzas de mis penas internas. Mis penas internas me

eran infligidas por un Dios Omnipotente, al cual ninguna fibra

podía esquivar el golpe; las de mi Pasión me eran infligidas por

los hombres, los cuales no teniendo ni la omnipotencia ni la

omnividencia, no podían hacer lo que ellos mismos querían, ni

podían penetrar en todas mis fibras internas. Mis penas

internas estaban encarnadas y mi misma Humanidad era

transformada en clavos, en espinas, en flagelos, en llagas, en

martirio, tan crueles que me daban muertes continuas, éstas

eran inseparables de Mí, formaban mi misma Vida; en cambio

las de mi Pasión eran extrañas a Mí, eran espinas y clavos que

se podían clavar, y queriendo se podían también quitar, y el

solo pensamiento de que una pena se puede quitar es un

alivio; pero mis penas internas, que eran formadas por la

misma carne, no había ninguna esperanza de que se me

pudieran quitar, ni disminuir la agudeza de una espina, del

traspasarme con clavos. Mis penas internas fueron tales y

tantas, que las penas de mi Pasión las podría llamar alivios y

besos que daban a mis penas internas, que uniéndose juntas

daban el último testimonio de mi grande y excesivo amor por

salvar a las almas. Mis penas externas eran voces que

llamaban a todos a entrar en el océano de mis penas internas,

para hacerlos comprender cuánto me costaba su salvación. Y

además, por tus mismas penas internas, comunicadas por Mí,

puedes comprender en algún modo la intensidad continua de

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las mías. Por eso date ánimo, es el amor lo que a esto me

empuja”.

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17-26

Diciembre 24, 1924

“Hija mía, las penas que sufrí en este seno virginal de mi

Mamá son incalculables a la mente humana, ¿pero sabes tú

cuál fue la primera pena que sufrí desde el primer instante de

mi Concepción y que me duró toda la vida? La pena de la

muerte. Mi Divinidad descendía del Cielo plenamente feliz,

intangible de cualquier pena y de cualquier muerte, y cuando vi

a mi pequeña Humanidad sujeta a la muerte y a las penas por

amor a las criaturas, sentí tan a lo vivo la pena de la muerte,

que por pura pena habría muerto de verdad si la potencia de mi

Divinidad no me hubiera sostenido con un prodigio,

haciéndome sentir la pena de la muerte y la continuación de la

vida, así que para Mí fue siempre muerte, sentía la muerte del

pecado, la muerte del bien en las criaturas y también su muerte

natural. ¡Qué duro desgarro fue para Mí toda mi Vida! Yo, que

contenía la vida y era el dueño absoluto de la vida misma,

debía sujetarme a la pena de la muerte. ¿No ves a mi pequeña

Humanidad inmóvil y moribunda en el seno de mi querida

Madre? ¿Y no la sientes en ti misma cómo es dura y

desgarradora la pena de sentirse morir y no morir? Hija mía, es

tu vivir en mi Voluntad lo que te hace partícipe de la continua

muerte de mi Humanidad”.

Entonces me he pasado casi toda la mañana junto a mi

Jesús en el seno de mi Mamá y lo veía que mientras estaba en

acto de morir, volvía a tomar vida para abandonarse de nuevo

a morir. ¡Qué pena ver en ese estado al niño Jesús!

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19-28

Junio 20, 1926

Después de haber pasado días amarguísimos por la

privación de mi dulce Jesús, me sentía que no podía más, yo

gemía bajo una prensa que me trituraba alma y cuerpo y

suspiraba por mi patria celestial, donde ni siquiera por un

instante habría quedado privada de Aquél que es toda mi vida

y mi sumo y único bien. Luego, cuando me he reducido a los

extremos sin Jesús, me he sentido llenar toda de Él, de modo

que yo quedaba como un velo que lo cubría, y como estaba

177

pensando y acompañándolo en las penas de su Pasión,

especialmente en el momento cuando Pilatos lo mostró al

pueblo diciendo: “Ecce Homo”, mi dulce Jesús me ha dicho:

“Hija mía, cuando Pilatos dijo ‘Ecce Homo’, todos gritaron:

‘Crucifícalo, crucifícalo, lo queremos muerto’. También mi

mismo Padre Celestial y mi inseparable y traspasada Mamá, y

no sólo aquellos que estaban presentes sino todos los

ausentes y todas las generaciones pasadas y futuras, y si

alguno no lo dijo con la palabra, lo dijo con las acciones,

porque no hubo uno solo que dijera que me querían vivo, y el

callar es confirmar lo que quieren los demás. Este grito de

muerte de todos fue para Mí dolorosísimo, Yo sentía tantas

muertes por cuantas personas gritaron crucifícalo, me sentí

como ahogado de penas y de muerte, mucho más que veía

que cada una de mis muertes no llevaba a cada uno la vida, y

aquellos que recibían la vida por causa de mi muerte no

recibían todo el fruto completo de mi pasión y muerte. Fue

tanto mi dolor, que mi Humanidad gimiente estaba por

sucumbir y dar el último respiro, pero mientras moría, mi

Voluntad Suprema con su Omnividencia hizo presentes a mi

Humanidad muriente a todos aquellos que habrían hecho

reinar en ellos, con dominio absoluto al Eterno Querer, los

cuales tomarían el fruto completo de mi Pasión y muerte, entre

los cuales estaba, a la cabeza, mi amada Madre, Ella tomó

todo el depósito de todos mis bienes y de los frutos que hay en

mi Vida, Pasión y Muerte, ni siquiera un respiro mío perdió y

del cual no custodiase el precioso fruto, y de Ella debían ser

transmitidos a la pequeña recién nacida de mi Voluntad y a

todos aquellos en los cuales el Supremo Querer habría tenido

su Vida y su Reino. Cuando mi Humanidad expirante vio

puesto a salvo y asegurado el fruto completo de mi Vida,

Pasión y Muerte, pudo reemprender y continuar el curso de la

dolorosa Pasión.

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20-40

Diciembre 24, 1926

Ahora, mientras esto decía se ha puesto dentro de mí, en

medio de mi pecho, extendido, en un estado de perfecta

inmovilidad, sus piecitos y manitas estaban tan tiesos e

inmóviles que daban piedad, le faltaba el espacio para

moverse, para abrir los ojos, para respirar libremente, y lo que

más desgarraba era verlo en acto de morir continuamente. Qué

pena ver morir a mi pequeño Jesús, yo me sentía puesta junto

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con Él en el mismo estado de inmovilidad. Entonces, después

de algún tiempo el niñito Jesús estrechándome a Sí me ha

dicho:

“Hija mía, mi estado en el seno materno fue dolorosísimo, mi

pequeña Humanidad tenía el uso perfecto de razón y de

sabiduría infinita, por lo tanto desde el primer instante de mi

concepción comprendía todo mi estado doloroso, la oscuridad

de la cárcel materna, no tenía ni siquiera un hueco por donde

entrara un poco de luz. ¡Qué larga noche de nueve meses! La

estrechez del lugar que me obligaba a una perfecta

inmovilidad, siempre en silencio, no me era dado gemir, ni

sollozar para desahogar mi dolor, cuántas lágrimas no derramé

en el sagrario del seno de mi Mamá sin hacer el mínimo

movimiento, y esto era nada, mi pequeña Humanidad había

tomado el empeño de morir tantas veces, para satisfacer a la

Divina Justicia, por cuantas veces las criaturas habían hecho

morir la Voluntad Divina en ellas, haciendo la gran afrenta de

dar vida a la voluntad humana, haciendo morir en ellas una

Voluntad Divina. ¡Oh! cómo me costaron estas muertes; morir y

vivir, vivir y morir, fue para Mí la pena más desgarradora y

continua, mucho más que mi Divinidad, si bien era Conmigo

una sola cosa e inseparable de Mí, al recibir de Mí estas

satisfacciones se ponía en actitud de justicia, y si bien mi

Humanidad era santa y también era la lamparita delante al Sol

inmenso de mi Divinidad, Yo sentía todo el peso de las

satisfacciones que debía dar a este Sol Divino y la pena de la

decaída humanidad que en Mí debía resurgir a costa de tantas

muertes mías. Fue el rechazar la Voluntad Divina dando vida a

la propia lo que formó la ruina de la humanidad decaída, y Yo

debía tener en estado de muerte continua a mi Humanidad y

voluntad humana, para hacer que la Voluntad Divina tuviera

vida continua en Mí para extender ahí su reino. Desde que fui

concebido, Yo pensaba y me ocupaba en extender el reino del

Fiat Supremo en mi Humanidad, a costa de no dar vida a mi

voluntad humana, para hacer resurgir a la humanidad decaída,

a fin de que fundado en Mí este reino, preparase las gracias,

las cosas necesarias, las penas, las satisfacciones que se

necesitaban para hacerlo conocer y fundarlo en medio de las

criaturas. Por eso todo lo que tú haces, lo que hago en ti para

este reino, no es otra cosa que la continuación de lo que Yo

hice desde que fui concebido en el seno de mi Mamá. Por eso

si quieres que desenvuelva en ti el reino del Eterno Fiat,

déjame libre y no des jamás vida a tu voluntad”.


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