Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigoJESÚS EN PRISIÓN
por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón empiezo:
Mi prisionero Jesús, me he despertado y no te encuentro, el
corazón me late fuerte y delira de amor, dime, ¿dónde estás?
Ángel mío, llévame a la casa de Caifás. Pero busco, recorro,
vuelvo a buscar por todas partes y no te encuentro.
Amor mío, pronto, con tus manos mueve las cadenas que
tienen atado mi corazón al tuyo, atráeme a Ti, para que atraída
por Ti pueda emprender el vuelo para ir a arrojarme en tus
brazos. Ya amor mío, herido por mi voz y queriendo mi
compañía, me atraes a Ti y veo que te han puesto en prisión.
Mi corazón, mientras exulta de alegría por encontrarte, lo
siento herido por el dolor al ver el estado al que te han
reducido.
Te veo atado a una columna, con las manos atrás, atados
los pies, tu santísimo rostro golpeado, hinchado y
ensangrentado por las brutales bofetadas recibidas, tus
santísimos ojos lívidos, tu mirada cansada y triste por la vigilia,
tus cabellos todos en desorden, tu santísima persona toda
golpeada, y por añadidura no puedes valerte por Ti mismo para
ayudarte y limpiarte porque estás atado.
Y yo, oh mi Jesús, llorando, abrazándome a tus pies
exclamo: «¡Ay de mí, cómo te han dejado, oh Jesús!» Y Jesús
mirándome, me responde:
«Ven, oh hija mía, y pon atención a todo lo que ves que
hago Yo para que lo hagas tú junto conmigo, y así poder
continuar mi vida en ti.»
Y veo con asombro que en vez de ocuparte de tus penas,
con un amor indescriptible piensas en glorificar al Padre para
darle satisfacción por todo lo que nosotros estamos obligados a
hacer, y llamas a todas las almas en torno a Ti para tomar
todos sus males sobre de Ti y darles a ellas todos los bienes. Y
como estamos al amanecer del día oigo tu voz dulcísima que
dice:
«Padre Santo, gracias te doy por todo lo que he sufrido y por
lo que me queda por sufrir; y así como esta aurora llama al día
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y el día hace surgir el sol, así la aurora de la gracia despunte
en todos los corazones, y haciéndose día, Yo, Sol divino,
pueda surgir en todos los corazones y reinar en todos. Mira, oh
Padre a estas almas, Yo quiero responderte por todas, por sus
pensamientos, palabras, obras, pasos, a costa de mi sangre y
de mi muerte».
Mi Jesús, amor sin límites, me uno contigo; también yo te
agradezco por cuanto me has hecho sufrir, por lo que me
quede por sufrir, y te ruego hagas despuntar en todos los
corazones la aurora de la gracia para que Tú, Sol divino,
puedas resurgir en todos los corazones y reinar sobre todos.
Pero también veo, mi dulce Jesús, que Tú reparas todas las
primicias de los pensamientos, de los afectos y palabras que al
principio del día no son ofrecidos a Ti para darte honor, y
llamas en Ti, como en custodia, los pensamientos, los afectos y
palabras de las criaturas para reparar y dar al Padre la gloria
que ellas le deben.
Mi Jesús, maestro divino, ya que en esta prisión tenemos
una hora libre y estando solos, quiero hacer no sólo lo que
haces Tú, sino limpiarte, reordenarte los cabellos y fundirme en
todo Tú, por eso me acerco a tu santísima cabeza y
reordenándote los cabellos quiero repararte por tantas mentes
trastornadas y llenas de tierra, que no tienen ni un pensamiento
para Ti; y fundiéndome en tu mente quiero reunir en Ti todos
los pensamientos de las criaturas y fundirlos en tus
pensamientos, para encontrar suficientes reparaciones por
todos los malos pensamientos, por tantas luces e inspiraciones
sofocadas. Quisiera hacer de todos los pensamientos uno solo
con los tuyos para darte verdadera reparación y perfecta gloria.
Mi afligido Jesús, beso tus ojos tristes y cargados de
lágrimas, y que teniendo las manos atadas a la columna no
puedes limpiártelos ni quitarte los salivazos con que te han
ensuciado, y como la posición en la que te han atado es
desgarradora, no puedes cerrar tus ojos cansados para tomar
reposo.
Amor mío, cuanto deseo hacer con mis brazos un lecho para
darte reposo; quiero enjugarte los ojos y pedirte perdón y
repararte por cuantas veces no hemos tenido la intención de
agradarte y de mirarte para ver qué querías de nosotros, qué
cosa debíamos hacer y adónde querías que fuésemos; quiero
fundir mis ojos y los de todas las criaturas en los tuyos, para
poder reparar con tus mismos ojos todo el mal que hemos
hecho con la vista.
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Mi piadoso Jesús, beso tus oídos cansados por los insultos
de toda la noche, y mucho más por el eco que resuena en tus
oídos de todas las ofensas de las criaturas; te pido perdón y
reparo por cuantas veces Tú nos has llamado y hemos sido
sordos, hemos fingido no escucharte, y Tú, cansado bien mío,
has repetido las llamadas, pero en vano; quiero fundir mis
oídos y los de todas las criaturas en los tuyos para darte una
continua y completa reparación.
Enamorado Jesús, beso tu rostro santísimo, todo lívido por
las bofetadas, te pido perdón y reparo por cuantas veces Tú
nos has llamado a ser víctimas de reparación, y nosotros
uniéndonos a tus enemigos te hemos dado bofetadas y
salivazos. Mi Jesús, quiero fundir mi rostro en el tuyo para
restituirte tu natural belleza y darte entera reparación por todos
los desprecios que han hecho a tu santísima Majestad.
Amargado bien mío, beso tu dulcísima boca, dolorida por los
golpes y abrasada por el amor, quiero fundir mi lengua y la de
todas las criaturas en la tuya, para reparar con tu misma
lengua por todos los pecados y las conversaciones malas que
se tienen; quiero mi sediento Jesús unir todas las voces en una
sola con la tuya, para hacer que cuando estén por ofenderte, tu
voz corriendo en la voz de las criaturas sofoque las voces del
pecado y las cambie en voces de alabanza y de amor.
Encadenado Jesús, beso tu cuello oprimido por pesadas
cadenas y cuerdas, que van desde el pecho hasta detrás de la
espalda y sujetándote los brazos te tienen fuertemente atado a
la columna; ya tus manos están hinchadas y amoratadas por la
estrechez de las ataduras y de algunas partes brota sangre.
Ah, permíteme atado Jesús, que te desate; y si amas ser
atado, te ato con las cadenas del amor, que siendo dulces, en
vez de hacerte sufrir te aliviarán, y mientras te desato, quiero
fundirme en tu cuello, en tu pecho, en tus hombros, en tus
manos y en tus pies, para poder reparar junto contigo todos los
apegos, y dar a todos las cadenas de tu amor; para poder
reparar por todas las frialdades y llenar todos los pechos de las
criaturas con tu fuego, porque veo que es tanto lo que Tú
tienes que no puedes contenerlo; para poder reparar por todos
los placeres ilícitos y el amor a las comodidades y dar a todos
el espíritu de sacrificio y el amor al sufrimiento.
Quiero fundirme en tus manos para reparar por todas las
obras malas y por el bien hecho malamente y con presunción,
y dar a todos el perfume de tus obras. Y fundiéndome en tus
pies, encierro todos los pasos de las criaturas para repararte y
dar tus pasos a todos para hacerlos caminar santamente.
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Y ahora dulce vida mía, permíteme que fundiéndome en tu
corazón encierre todos los afectos, latidos, deseos, para
repararlos junto contigo y dar a todos tus afectos, latidos y
deseos, a fin de que ninguno te ofenda más.
Pero oigo en mis oídos el ruido de la llave, son tus enemigos
que vienen a llevarte. ¡Jesús, yo tiemblo, me siento helar la
sangre porque Tú estarás de nuevo en manos de tus
enemigos! ¿Qué será de Ti? Me parece oír también el ruido de
las llaves de los tabernáculos, cuántas manos profanadoras
vienen a abrirlos y tal vez para hacerte descender en
corazones sacrílegos. En cuántas manos indignas eres
obligado a encontrarte.
Mi prisionero Jesús, quiero encontrarme en todas tus
prisiones de amor para ser espectadora cuando tus ministros te
saquen y hacerte compañía y repararte por las ofensas que
puedas recibir. Pero veo que tus enemigos están cerca y Tú
saludas al sol naciente en el último de tus días, y ellos
desatándote y viéndote todo majestad y que los miras con
tanto amor, en pago descargan sobre tu rostro bofetadas tan
fuertes que lo hacen enrojecer con tu preciosísima sangre.
Amor mío, antes de que salgas de la prisión, en mi dolor te
ruego que me bendigas, para recibir fuerza para seguirte en el
resto de tu Pasión.
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Reflexiones de la Decimotercera Hora
(5 AM)
12-71
Diciembre 4, 1918
Esta noche la he pasado junto con Jesús en la prisión, lo
compadecía, me estrechaba a sus rodillas para sostenerlo, y
Jesús me ha dicho:
“Hija mía, en mi Pasión quise sufrir también la prisión para
liberar a la criatura de la prisión de la culpa. ¡Oh! qué prisión
horrenda es para el hombre el pecado, sus pasiones lo
encadenan como vil esclavo, y mi prisión y mis cadenas lo
liberaban y lo desataban. Para las almas amantes mi prisión
les formaba la prisión de amor, donde están al seguro y
defendidas de todos y de todo, y las escogía para tenerlas
como prisiones y tabernáculos vivientes, que me debían
calentar de las frialdades de los tabernáculos de piedra, y
mucho más de las frialdades de las criaturas, que
aprisionándome en ellas me hacen morir de frío y de hambre;
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he aquí por qué muchas veces dejo las prisiones de los
tabernáculos y vengo a tu corazón, para calentarme del frío,
para restablecerme con tu amor, y cuando te veo ir en busca
de Mí a los tabernáculos de las iglesias, Yo te digo: ¿No eres
tú mi verdadera prisión de amor para Mí? Búscame en tu
corazón y ámame”.
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13-29
Octubre 29, 1921
Esta noche la he pasado en vigilia, y mi mente
frecuentemente volaba a mi Jesús atado en la prisión, quería
abrazarme a aquellas rodillas que temblaban por la cruel y
dolorosa posición en la que los enemigos lo habían atado,
quería limpiarlo de aquellos salivazos con los que lo habían
ensuciado. Pero mientras esto pensaba, mi Jesús, mi vida, se
ha dejado ver como entre densas tinieblas, en las cuales
apenas se descubría su adorable persona, y sollozando me ha
dicho:
“Hija, los enemigos me dejaron solo en la prisión, atado
horriblemente y en la oscuridad, así que en torno a Mí todo era
densas tinieblas; ¡oh!, cómo me afligía esta oscuridad, tenía las
vestiduras bañadas por las sucias aguas del torrente cedrón,
sentía la peste de la prisión y de los salivazos con los que
estaba cubierto, tenía los cabellos en desorden, sin una mano
piadosa que me los quitara de los ojos y de la boca, las manos
atadas por las cadenas, y la oscuridad no me permitía ver mi
estado, ay de Mí, demasiado doloroso y humillante. ¡Oh,
cuántas cosas decía este mi estado tan doloroso en esta
prisión!
En la prisión estuve tres horas, con esto quise rehabilitar las
tres edades del mundo: La de la ley natural, la de la ley escrita,
y la de la ley de la gracia; quería liberarlos a todos,
reuniéndolos a todos juntos y darles la libertad de hijos míos.
Con estar tres horas quise también rehabilitar las tres edades
del hombre: La niñez, la juventud y la vejez, quise rehabilitarlo
cuando peca por pasión, por voluntad y por obstinación. ¡Oh!
cómo la oscuridad que veía en torno a Mí me hacía sentir las
densas tinieblas que produce la culpa en el hombre, ¡oh! cómo
lo lloraba y le decía: “Oh hombre, son tus culpas las que me
han arrojado en estas densas tinieblas, las cuales sufro para
darte la luz, son tus infamias quienes así me han ensuciado, a
las cuales la oscuridad no me permite ni siquiera ver; mírame,
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soy la imagen de tus culpas, si quieres conocerlas míralas en
Mí”.
También debes saber que en la última hora que estuve en la
prisión despuntó el alba, y por las fisuras entró algún
resplandor de luz, ¡oh! cómo respiró mi corazón al poderme
ver, mi estado tan doloroso, pero esto significaba cuando el
hombre cansado de la noche de la culpa, la gracia como alba
se pone en torno a él, mandándole resplandores de luz para
llamarlo, por eso mi corazón dio un suspiro de alivio, y en esta
alba te vi a ti, mi amada prisionera, a quien mi amor debía atar
en este estado, y que no me habrías dejado solo en la
oscuridad de la prisión, sino que esperando el alba a mis pies,
y siguiendo mis suspiros, habrías llorado Conmigo la noche del
hombre; esto me alivió y ofrecí mi prisión para darte la gracia
de seguirme.
Pero otro significado contenía esta prisión y esta oscuridad,
y era mi larga permanencia en la prisión en los tabernáculos, la
soledad en la cual soy dejado, en la que muchas veces no
tengo a quién decir una palabra o darle una mirada de amor;
otras veces siento en la santa hostia la impresión de los toques
indignos, la peste de manos purulentas y enfangadas, y no hay
quien me toque con manos puras y me perfume con su amor, y
cuántas veces la ingratitud humana me deja en la oscuridad,
sin la mísera luz de una lamparita, así que mi prisión continúa y
continuará. Y como ambos somos prisioneros, tú prisionera en
tu lecho sólo por amor a Mí, y Yo prisionero por ti, atemos, con
las cadenas que me tienen atado, a todas las criaturas con mi
amor, así nos haremos compañía recíprocamente y me
ayudarás a extender las cadenas para atar todos los corazones
a mi amor”.
Después estaba pensando para mí: “Qué pocas cosas se
saben de Jesús, mientras que ha hecho tanto, ¿por qué han
hablado tan poco de todo lo que mi Jesús hizo y sufrió? Y
regresando de nuevo ha agregado:
“Hija mía, todos son avaros Conmigo, aun los buenos,
cuánta avaricia tienen Conmigo, cuántas restricciones, cuántas
cosas no manifiestan de lo que les digo y comprenden de Mí, y
tú, ¿cuántas veces no eres avara Conmigo? Cuantas veces no
escribes lo que te digo o no lo manifiestas, es un acto de
avaricia que haces Conmigo, porque cada conocimiento de
más que se tiene de Mí, es una gloria y un amor de más que
recibo de las criaturas. Por tanto, sé atenta, y sé más liberal
Conmigo, y Yo seré más liberal contigo”.
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20-32
Diciembre 3, 1926
Después de esto estaba siguiendo a mi apasionado Jesús
en su dolorosa prisión, que estando atado a una columna, por
el modo tan bárbaro como lo habían atado no podía estar
firme, apoyado en la columna, sino que estaba suspendido,
con las piernas dobladas atadas a ella y por tanto se
tambaleaba ahora a la derecha, ahora a la izquierda. Y yo
abrazándome a sus rodillas para hacerlo estar firme y
reordenándole los cabellos todos revueltos que le cubrían
hasta su rostro adorable, no faltándole ni siquiera los salivazos
que tanto lo habían ensuciado. ¡Oh! cómo habría querido
desatarlo para liberarlo de aquella posición tan dolorosa y
humillante. Y mi prisionero Jesús todo afligido me ha dicho:
“Hija mía, ¿sabes por qué permití ser puesto en la prisión en
el curso de mi Pasión? Para liberar al hombre de la prisión de
la voluntad humana. Mira cómo es horrenda mi prisión, era un
pequeño lugar que servía para encerrar las inmundicias y
excrementos de las criaturas, así que la peste era intolerable,
la oscuridad era densa, no me dejaron ni siquiera una pequeña
lamparita, mi posición era desgarradora, ensuciado de
salivazos, con los cabellos revueltos, adolorido en todos los
miembros, atado, ni siquiera derecho sino encorvado, no me
podía ayudar en ningún modo, ni siquiera quitarme los cabellos
de los ojos que me molestaban.
Esta mi prisión es la verdadera similitud de la prisión que
forma la voluntad humana de las criaturas, la peste que exhala
es horrible, la oscuridad es densa, muchas veces no les queda
ni siquiera la pequeña lamparita de la razón, están siempre
inquietas, trastornadas, ensuciadas por pasiones viles. ¡Oh!
cómo hay que llorar sobre esta prisión de la voluntad humana,
cómo sentí a lo vivo en esta prisión el mal que había hecho a
las criaturas; fue tanto mi dolor que derramé amargas lágrimas
y pedí a mi Celestial Padre que liberase a las criaturas de esta
prisión tan ignominiosa y dolorosa. También tú pide junto
Conmigo que las criaturas se liberen de su voluntad”.
+ + +
20-41
Diciembre 25, 1926
Después de esto estaba pensando cómo era infeliz aquella
gruta donde el niñito Jesús había nacido, cómo estaba
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expuesta a todos los vientos, al frío, de hacer temblar por el
frío, en vez de hombres había bestias que le hacían compañía.
Por eso pensaba cuál podría ser más infeliz y dolorosa, la
prisión de la noche de su Pasión o la gruta de Belén. Y mi
dulce niño ha agregado:
“Hija mía, no se puede comparar la infelicidad de la prisión
de mi Pasión con la gruta de Belén. En la gruta tenía a mi
Mamá junto, en alma y cuerpo estaba junto Conmigo, por lo
tanto, tenía todas las alegrías de mi amada Mamá y Ella tenía
todas las alegrías de Mí, Hijo suyo, que formaban nuestro
Paraíso. Las alegrías de Madre con poseer al Hijo son
grandes, las alegrías de poseer una Madre son más grandes
aún; Yo encontraba todo en Ella y Ella encontraba todo en Mí;
además estaba mi amado padre San José que me hacía de
padre, y Yo sentía todas las alegrías que él sentía por causa
mía. En cambio en mi Pasión fueron interrumpidas todas
nuestras alegrías, porque debíamos dar lugar al dolor, y
sentíamos entre Madre e Hijo el gran dolor de la cercana
separación, al menos sensible, que debía suceder con mi
muerte. En la gruta las bestias me reconocieron y honrándome
buscaban calentarme con su aliento, en la prisión ni siquiera
los hombres me reconocieron y para insultarme me cubrieron
de salivazos y de oprobios, por eso no hay comparación entre
la una y la otra”.
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