ORACIONES INICIALES

sábado, 7 de agosto de 2021

UNDÉCIMA HORA De la 3 a las 4 de la mañana Jesús en casa de Caifás


Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Afligido y abandonado bien mío, mientras mi débil naturaleza

duerme en tu dolorido corazón, mi sueño frecuentemente es

interrumpido por las opresiones de amor y de dolor de tu

corazón divino, y entre la vigilia y el sueño oigo los golpes que

te dan, y me despierto y digo: «Pobre de mi Jesús,

abandonado por todos, no hay quién te defienda».

Pero desde dentro de tu corazón yo te ofrezco mi vida para

servirte de apoyo en el momento en que te hacen tropezar y

me adormezco de nuevo, pero otra opresión de amor de tu

corazón divino me despierta, y siento ensordecer por los

insultos que te dicen, por las voces, por los gritos, por el correr

de la gente. Amor mío, ¿cómo es que todos están contra Ti?

¿Qué has hecho que como tantos lobos feroces te quieren

despedazar?

Siento que la sangre se me hiela al oír los preparativos de

tus enemigos; yo tiemblo y estoy triste pensando cómo haré

para defenderte. Pero mi afligido Jesús teniéndome en su

corazón me estrecha más fuerte y me dice:

«Hija mía, no he hecho nada de mal y he hecho todo, oh, mi

delito es el amor, que contiene todos los sacrificios, el amor de

costo inmensurable. Estamos aún al principio; tú estate en mi

corazón, observa todo, ámame, calla y aprende; haz que tu

sangre helada corra en mis venas para dar alivio a mi sangre

que es toda llamas; haz que tu temblor corra en mis miembros

a fin de que fundida en Mí puedas afirmarte y calentarte para

sentir parte de mis penas, y al mismo tiempo adquirir fuerza al

verme sufrir tanto; esta será la más bella defensa que me

harás; sé fiel y atenta».

Dulce amor mío, es tal y tanto el estrépito de tus enemigos

que no me dejan dormir más; los golpes se hacen más

violentos, oigo el rumor de las cadenas con que te han atado

tan fuertemente, que hacen salir sangre por las muñecas, con

la cual Tú marcas aquellos caminos. Recuerda que mi sangre

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está en la tuya, y conforme Tú la derramas, la mía te la besa, la

adora y repara.

Tu sangre sea luz a todos aquellos que de noche te ofenden

e imán para atraer a todos los corazones en torno a Ti. Amor

mío y todo mío, mientras te arrastran y el aire parece que

ensordece por los gritos y silbidos, ya llegas ante Caifás, Tú te

muestras todo manso, modesto, humilde, tu dulzura y

paciencia es tanta que hace aterrorizar a los mismos

enemigos, y Caifás todo furor, quisiera devorarte. ¡Ah, cómo se

distingue bien la inocencia y el pecado!

Amor mío, Tú estás ante Caifás como el más culpable, en

acto de ser condenado. Caifás pregunta a los testigos cuáles

son tus delitos. ¡Ah, hubiera hecho mejor preguntando cuál es

tu amor! Y quién te acusa de una cosa y quién de otra,

diciendo disparates y contradiciéndose entre ellos; y mientras

te acusan, los soldados que están a tu lado te jalan de los

cabellos, descargan sobre tu rostro santísimo horribles

bofetadas que resuenan en toda la sala, te tuercen los labios,

te golpean, y Tú callas, sufres, y si los miras, la luz de tus ojos

desciende en sus corazones, y no pudiendo soportarla se

alejan de ti, pero otros llegan para darte más tormentos.

Las negaciones de Pedro

Pero entre tantas acusaciones y ultrajes veo que pones

atentos tus oídos, tu corazón late fuerte como si fuera a estallar

por el dolor. Dime, afligido bien mío, ¿qué sucede ahora?

Porque veo que todo eso que te están haciendo tus enemigos,

es tan grande tu amor que con ansia lo esperas y lo ofreces

por nuestra salvación; y tu corazón con toda calma repara las

calumnias, los odios, los falsos testimonios, y el mal que se

hace a los inocentes con premeditación, y reparas por aquellos

que te ofenden por instigación de sus jefes, y por las ofensas

de los eclesiásticos; y mientras unida contigo sigo tus mismas

reparaciones, siento en Ti un cambio, un nuevo dolor no

sentido hasta ahora. Dime, dime qué pasa. Hazme partícipe de

todo, oh Jesús.

«¡Ah! hija, ¿quieres saberlo? Oigo la voz de Pedro que dice

no conocerme y ha jurado, ha jurado en falso, y por tercera

vez, que no me conoce. ¡Ah! Pedro, ¿cómo? ¿No me conoces?

¿No recuerdas con cuántos bienes te he colmado? ¡Oh, si los

demás me hacen morir de penas, tú me haces morir de dolor!

¡Ah, cuánto mal has hecho al seguirme desde lejos,

exponiéndote a la ocasión!»

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Negado bien mío, cómo se conocen inmediatamente las

ofensas de tus más amados. Oh Jesús, quiero hacer correr mi

latido en el tuyo para endulzar el dolor atroz que sufres, y mi

latido en el tuyo te jura fidelidad y amor y repito mil y mil veces

que te conozco; pero tu corazón no se calma todavía y tratas

de mirar a Pedro. A tus miradas amorosas, llenas de lágrimas

por su negación, Pedro se enternece, llora y se retira de allí; y

Tú, habiéndolo puesto a salvo te calmas y reparas las ofensas

de los Papas y de los jefes de la Iglesia, y especialmente por

aquellos que se exponen a las ocasiones. Pero tus enemigos

continúan acusándote, y viendo Caifás que nada respondes a

sus acusaciones te dice:

«Te conjuro por el Dios vivo, dime, ¿eres Tú

verdaderamente el Hijo de Dios?» (Mt 26, 63)

Y Tú amor mío, teniendo siempre en tus labios palabras de

verdad, con una actitud de majestad suprema y con voz sonora

y suave, tanto que todos quedan asombrados, y los mismos

demonios se hunden en el abismo, respondes:

«Tú lo dices Sí, ¡Yo soy el verdadero Hijo de Dios, y un día

descenderé sobre las nubes del cielo para juzgar a todas las

naciones!» (Mt 26, 64)

Ante tus palabras creadoras todos hacen silencio, se sienten

estremecer y espantados, pero Caifás después de pocos

instantes de espanto, reaccionando y todo furibundo, más que

bestia feroz, dice a todos:

«¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? ¡Ya ha dicho una

gran blasfemia! ¿Qué más esperamos para condenarlo? ¡Ya es

reo de muerte!» (Mt 26, 65-66)

Y para dar más fuerza a sus palabras se rasga las vestiduras

con tanta rabia y furor, que todos, como si fuesen uno solo, se

lanzan contra Ti, bien mío, y quién te da puñetazos en la

cabeza, quién te tira por los cabellos, quién te da bofetadas,

quién te escupe en la cara, quién te pisotea con los pies.

Son tales y tantos los tormentos que te dan, que la tierra

tiembla y los Cielos quedan sacudidos. Amor mío y vida mía,

conforme te atormentan, mi pobre corazón queda lacerado por

el dolor. Ah, permíteme que salga de tu dolorido corazón, y que

yo en tu lugar afronte todos esos ultrajes. Ah, si me fuera

posible quisiera arrebatarte de las manos de tus enemigos,

pero Tú no lo quieres, porque lo exige la salvación de todos, y

yo me veo obligada a resignarme.

Pero, dulce amor mío, déjame que te limpie, que te arregle

los cabellos, que te quite los salivazos, que te limpie y te seque

la sangre, para encerrarme en tu corazón, porque veo que

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Caifás, cansado, quiere retirarse, entregándote en manos de

los soldados. Por eso te bendigo, y Tú bendíceme, y dándonos

el beso del amor me encierro en el horno de tu corazón divino

para conciliar el sueño, poniendo mi boca sobre tu corazón, a

fin de que conforme respire te bese, y según la diversidad de

tus latidos más o menos sufrientes, pueda advertir si Tú sufres

o reposas. Y así, protegiéndote con mis brazos para tenerte

defendido, te abrazo, me estrecho fuerte a tu corazón y me

duermo.

+ + +

Reflexiones de la Undécima Hora (3 AM)

10-7

Diciembre 22, 1910

Continuando mi habitual estado, veía ante mi mente a varios

sacerdotes, y el bendito Jesús decía:

“Para ser hábil en obrar cosas grandes para Dios, es

necesario destruir la estima propia, el respeto humano y la

propia naturaleza, para revivir de la Vida Divina y preocuparse

sólo de la estima de Nuestro Señor y de lo que corresponde al

honor y gloria suya; es necesario triturar, pulverizar lo que

concierne a lo humano para poder vivir de Dios; y he aquí que,

no ustedes, sino Dios en ustedes hablará, obrará, y las almas y

las obras a ustedes confiadas tendrán espléndidos efectos, y

tendrán los frutos deseados por ustedes y por Mí, como la obra

de las reuniones de los sacerdotes que te dije antes, y uno de

estos podría ser hábil para promover y también efectuar esta

obra, pero un poco de estima propia, de vano temor, de

respeto humano lo vuelve inhábil, y la gracia cuando encuentra

al alma circundada por estas bajezas, vuela y no se detiene y

el sacerdote queda hombre y obra como hombre, y tiene en su

obrar los efectos que puede tener un hombre, no ya los efectos

que puede tener un sacerdote animado por el Espíritu de

Jesucristo”.

+ + +

10-15

Enero 28, 1911

…“Hija mía, la Iglesia en estos tiempos está agonizante,

pero no morirá, más bien resurgirá más bella.

Los sacerdotes buenos luchan por llevar una vida más

desapegada, más sacrificada, más pura; los malos sacerdotes

luchan por una vida más interesada, más cómoda, más

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sensual, toda terrena. Yo hablo a los primeros, pero no a los

segundos, hablo a los primeros, o sea a los pocos buenos,

aunque sea uno solo por ciudad o país, a éstos hablo y mando,

ruego, suplico que hagan estas casas de reunión, salvándome

a los sacerdotes que vendrán a estos asilos, volviéndolos libres

del todo de cualquier vínculo de familia, y por estos pocos

buenos se recuperará mi Iglesia de su agonía, éstos son mi

apoyo, mis columnas, la continuación de la vida de la Iglesia.

Yo no hablo a los segundos, a todos aquellos que no quieren

desvincularse de los vínculos de la familia, porque si hablo

ciertamente no soy escuchado, es más, al sólo pensar en

romper cualquier vínculo quedan indignados, ¡ah!

desgraciadamente están habituados a beber la taza del interés

y otras más, que mientras es dulzura a la carne, es veneno

para el alma, estos tales terminarán por beber la cloaca del

mundo. Yo quiero salvarlos a cualquier costo, pero no soy

escuchado, por eso hablo, pero para ellos es como si no

hablase”.

+ + +

12-61

Septiembre 4, 1918

Encontrándome en mi habitual estado, mi siempre amable

Jesús en cuanto ha venido me ha dicho:

“Hija mía, las criaturas quieren desafiar mi justicia, no

quieren rendirse y por eso mi justicia hace su curso contra las

criaturas, y éstas de todas las clases, no faltando ni siquiera

aquellos que se dicen mis ministros, y tal vez éstos más que

los demás; que veneno contienen, envenenan a quien se les

acerca, en lugar de ponerme a Mí en las almas quieren

ponerse ellos, quieren hacerse rodear, hacerse conocer, y Yo

quedo a un lado; su contacto venenoso en lugar de hacer a las

almas recogidas, me las distraen; en vez de hacerlas retiradas,

las hacen más disipadas, más defectuosas, tanto, que se ven

almas que no tienen contacto con ellos más buenas, más

recogidas, más retiradas, así que no puedo fiarme de ninguno;

estoy obligado a permitir que las gentes se alejen de las

iglesias, de los sacramentos, a fin de que su contacto no me

las envenene más y las vuelva más malas. Mi dolor es grande,

las heridas de mi corazón son profundas, por eso ruega, y

unida con los pocos buenos que hay, compadece mi acerbo

dolor”.

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12-97

Abril 7, 1919

Después me ha transportado en medio de las criaturas, pero

¿quién puede decir todo lo que hacían? Sólo digo que mi Jesús

con acento doloroso ha agregado:

“Qué desorden en el mundo, pero este desorden es culpa de

las cabezas, tanto civiles como eclesiásticas; su vida

interesada y corrupta no tiene fuerza para corregir a los

súbditos, por tanto, han cerrado los ojos ante los males de los

miembros, porque hubieran recriminado los males propios, y si

lo han hecho ha sido todo en modo superficial, porque no

teniendo en ellos la vida de aquel bien, ¿cómo podían

infundirla en los demás? Y cuántas veces estas perversas

cabezas han antepuesto los malos a los buenos, tanto que los

pocos buenos han quedado turbados por este actuar de las

cabezas, por eso haré castigar a las cabezas en modo

especial”.

Y yo: “Perdona a las cabezas de la Iglesia, ya son pocos, si

Tú los golpeas faltaran los regidores”.

Y Jesús: ¿No recuerdas que con doce apóstoles fundé mi

Iglesia? Así, los pocos que quedarán bastarán para reformar al

mundo. El enemigo está ya a sus puertas, las revoluciones

están ya en acto, las naciones nadarán en la sangre, las

cabezas serán dispersadas; reza, reza y sufre, a fin de que el

enemigo no tenga la libertad de convertir todo en ruinas”.

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