Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón empiezo:
Afligido y abandonado bien mío, mientras mi débil naturaleza
duerme en tu dolorido corazón, mi sueño frecuentemente es
interrumpido por las opresiones de amor y de dolor de tu
corazón divino, y entre la vigilia y el sueño oigo los golpes que
te dan, y me despierto y digo: «Pobre de mi Jesús,
abandonado por todos, no hay quién te defienda».
Pero desde dentro de tu corazón yo te ofrezco mi vida para
servirte de apoyo en el momento en que te hacen tropezar y
me adormezco de nuevo, pero otra opresión de amor de tu
corazón divino me despierta, y siento ensordecer por los
insultos que te dicen, por las voces, por los gritos, por el correr
de la gente. Amor mío, ¿cómo es que todos están contra Ti?
¿Qué has hecho que como tantos lobos feroces te quieren
despedazar?
Siento que la sangre se me hiela al oír los preparativos de
tus enemigos; yo tiemblo y estoy triste pensando cómo haré
para defenderte. Pero mi afligido Jesús teniéndome en su
corazón me estrecha más fuerte y me dice:
«Hija mía, no he hecho nada de mal y he hecho todo, oh, mi
delito es el amor, que contiene todos los sacrificios, el amor de
costo inmensurable. Estamos aún al principio; tú estate en mi
corazón, observa todo, ámame, calla y aprende; haz que tu
sangre helada corra en mis venas para dar alivio a mi sangre
que es toda llamas; haz que tu temblor corra en mis miembros
a fin de que fundida en Mí puedas afirmarte y calentarte para
sentir parte de mis penas, y al mismo tiempo adquirir fuerza al
verme sufrir tanto; esta será la más bella defensa que me
harás; sé fiel y atenta».
Dulce amor mío, es tal y tanto el estrépito de tus enemigos
que no me dejan dormir más; los golpes se hacen más
violentos, oigo el rumor de las cadenas con que te han atado
tan fuertemente, que hacen salir sangre por las muñecas, con
la cual Tú marcas aquellos caminos. Recuerda que mi sangre
124
está en la tuya, y conforme Tú la derramas, la mía te la besa, la
adora y repara.
Tu sangre sea luz a todos aquellos que de noche te ofenden
e imán para atraer a todos los corazones en torno a Ti. Amor
mío y todo mío, mientras te arrastran y el aire parece que
ensordece por los gritos y silbidos, ya llegas ante Caifás, Tú te
muestras todo manso, modesto, humilde, tu dulzura y
paciencia es tanta que hace aterrorizar a los mismos
enemigos, y Caifás todo furor, quisiera devorarte. ¡Ah, cómo se
distingue bien la inocencia y el pecado!
Amor mío, Tú estás ante Caifás como el más culpable, en
acto de ser condenado. Caifás pregunta a los testigos cuáles
son tus delitos. ¡Ah, hubiera hecho mejor preguntando cuál es
tu amor! Y quién te acusa de una cosa y quién de otra,
diciendo disparates y contradiciéndose entre ellos; y mientras
te acusan, los soldados que están a tu lado te jalan de los
cabellos, descargan sobre tu rostro santísimo horribles
bofetadas que resuenan en toda la sala, te tuercen los labios,
te golpean, y Tú callas, sufres, y si los miras, la luz de tus ojos
desciende en sus corazones, y no pudiendo soportarla se
alejan de ti, pero otros llegan para darte más tormentos.
Las negaciones de Pedro
Pero entre tantas acusaciones y ultrajes veo que pones
atentos tus oídos, tu corazón late fuerte como si fuera a estallar
por el dolor. Dime, afligido bien mío, ¿qué sucede ahora?
Porque veo que todo eso que te están haciendo tus enemigos,
es tan grande tu amor que con ansia lo esperas y lo ofreces
por nuestra salvación; y tu corazón con toda calma repara las
calumnias, los odios, los falsos testimonios, y el mal que se
hace a los inocentes con premeditación, y reparas por aquellos
que te ofenden por instigación de sus jefes, y por las ofensas
de los eclesiásticos; y mientras unida contigo sigo tus mismas
reparaciones, siento en Ti un cambio, un nuevo dolor no
sentido hasta ahora. Dime, dime qué pasa. Hazme partícipe de
todo, oh Jesús.
«¡Ah! hija, ¿quieres saberlo? Oigo la voz de Pedro que dice
no conocerme y ha jurado, ha jurado en falso, y por tercera
vez, que no me conoce. ¡Ah! Pedro, ¿cómo? ¿No me conoces?
¿No recuerdas con cuántos bienes te he colmado? ¡Oh, si los
demás me hacen morir de penas, tú me haces morir de dolor!
¡Ah, cuánto mal has hecho al seguirme desde lejos,
exponiéndote a la ocasión!»
125
Negado bien mío, cómo se conocen inmediatamente las
ofensas de tus más amados. Oh Jesús, quiero hacer correr mi
latido en el tuyo para endulzar el dolor atroz que sufres, y mi
latido en el tuyo te jura fidelidad y amor y repito mil y mil veces
que te conozco; pero tu corazón no se calma todavía y tratas
de mirar a Pedro. A tus miradas amorosas, llenas de lágrimas
por su negación, Pedro se enternece, llora y se retira de allí; y
Tú, habiéndolo puesto a salvo te calmas y reparas las ofensas
de los Papas y de los jefes de la Iglesia, y especialmente por
aquellos que se exponen a las ocasiones. Pero tus enemigos
continúan acusándote, y viendo Caifás que nada respondes a
sus acusaciones te dice:
«Te conjuro por el Dios vivo, dime, ¿eres Tú
verdaderamente el Hijo de Dios?» (Mt 26, 63)
Y Tú amor mío, teniendo siempre en tus labios palabras de
verdad, con una actitud de majestad suprema y con voz sonora
y suave, tanto que todos quedan asombrados, y los mismos
demonios se hunden en el abismo, respondes:
«Tú lo dices Sí, ¡Yo soy el verdadero Hijo de Dios, y un día
descenderé sobre las nubes del cielo para juzgar a todas las
naciones!» (Mt 26, 64)
Ante tus palabras creadoras todos hacen silencio, se sienten
estremecer y espantados, pero Caifás después de pocos
instantes de espanto, reaccionando y todo furibundo, más que
bestia feroz, dice a todos:
«¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? ¡Ya ha dicho una
gran blasfemia! ¿Qué más esperamos para condenarlo? ¡Ya es
reo de muerte!» (Mt 26, 65-66)
Y para dar más fuerza a sus palabras se rasga las vestiduras
con tanta rabia y furor, que todos, como si fuesen uno solo, se
lanzan contra Ti, bien mío, y quién te da puñetazos en la
cabeza, quién te tira por los cabellos, quién te da bofetadas,
quién te escupe en la cara, quién te pisotea con los pies.
Son tales y tantos los tormentos que te dan, que la tierra
tiembla y los Cielos quedan sacudidos. Amor mío y vida mía,
conforme te atormentan, mi pobre corazón queda lacerado por
el dolor. Ah, permíteme que salga de tu dolorido corazón, y que
yo en tu lugar afronte todos esos ultrajes. Ah, si me fuera
posible quisiera arrebatarte de las manos de tus enemigos,
pero Tú no lo quieres, porque lo exige la salvación de todos, y
yo me veo obligada a resignarme.
Pero, dulce amor mío, déjame que te limpie, que te arregle
los cabellos, que te quite los salivazos, que te limpie y te seque
la sangre, para encerrarme en tu corazón, porque veo que
126
Caifás, cansado, quiere retirarse, entregándote en manos de
los soldados. Por eso te bendigo, y Tú bendíceme, y dándonos
el beso del amor me encierro en el horno de tu corazón divino
para conciliar el sueño, poniendo mi boca sobre tu corazón, a
fin de que conforme respire te bese, y según la diversidad de
tus latidos más o menos sufrientes, pueda advertir si Tú sufres
o reposas. Y así, protegiéndote con mis brazos para tenerte
defendido, te abrazo, me estrecho fuerte a tu corazón y me
duermo.
+ + +
Reflexiones de la Undécima Hora (3 AM)
10-7
Diciembre 22, 1910
Continuando mi habitual estado, veía ante mi mente a varios
sacerdotes, y el bendito Jesús decía:
“Para ser hábil en obrar cosas grandes para Dios, es
necesario destruir la estima propia, el respeto humano y la
propia naturaleza, para revivir de la Vida Divina y preocuparse
sólo de la estima de Nuestro Señor y de lo que corresponde al
honor y gloria suya; es necesario triturar, pulverizar lo que
concierne a lo humano para poder vivir de Dios; y he aquí que,
no ustedes, sino Dios en ustedes hablará, obrará, y las almas y
las obras a ustedes confiadas tendrán espléndidos efectos, y
tendrán los frutos deseados por ustedes y por Mí, como la obra
de las reuniones de los sacerdotes que te dije antes, y uno de
estos podría ser hábil para promover y también efectuar esta
obra, pero un poco de estima propia, de vano temor, de
respeto humano lo vuelve inhábil, y la gracia cuando encuentra
al alma circundada por estas bajezas, vuela y no se detiene y
el sacerdote queda hombre y obra como hombre, y tiene en su
obrar los efectos que puede tener un hombre, no ya los efectos
que puede tener un sacerdote animado por el Espíritu de
Jesucristo”.
+ + +
10-15
Enero 28, 1911
…“Hija mía, la Iglesia en estos tiempos está agonizante,
pero no morirá, más bien resurgirá más bella.
Los sacerdotes buenos luchan por llevar una vida más
desapegada, más sacrificada, más pura; los malos sacerdotes
luchan por una vida más interesada, más cómoda, más
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sensual, toda terrena. Yo hablo a los primeros, pero no a los
segundos, hablo a los primeros, o sea a los pocos buenos,
aunque sea uno solo por ciudad o país, a éstos hablo y mando,
ruego, suplico que hagan estas casas de reunión, salvándome
a los sacerdotes que vendrán a estos asilos, volviéndolos libres
del todo de cualquier vínculo de familia, y por estos pocos
buenos se recuperará mi Iglesia de su agonía, éstos son mi
apoyo, mis columnas, la continuación de la vida de la Iglesia.
Yo no hablo a los segundos, a todos aquellos que no quieren
desvincularse de los vínculos de la familia, porque si hablo
ciertamente no soy escuchado, es más, al sólo pensar en
romper cualquier vínculo quedan indignados, ¡ah!
desgraciadamente están habituados a beber la taza del interés
y otras más, que mientras es dulzura a la carne, es veneno
para el alma, estos tales terminarán por beber la cloaca del
mundo. Yo quiero salvarlos a cualquier costo, pero no soy
escuchado, por eso hablo, pero para ellos es como si no
hablase”.
+ + +
12-61
Septiembre 4, 1918
Encontrándome en mi habitual estado, mi siempre amable
Jesús en cuanto ha venido me ha dicho:
“Hija mía, las criaturas quieren desafiar mi justicia, no
quieren rendirse y por eso mi justicia hace su curso contra las
criaturas, y éstas de todas las clases, no faltando ni siquiera
aquellos que se dicen mis ministros, y tal vez éstos más que
los demás; que veneno contienen, envenenan a quien se les
acerca, en lugar de ponerme a Mí en las almas quieren
ponerse ellos, quieren hacerse rodear, hacerse conocer, y Yo
quedo a un lado; su contacto venenoso en lugar de hacer a las
almas recogidas, me las distraen; en vez de hacerlas retiradas,
las hacen más disipadas, más defectuosas, tanto, que se ven
almas que no tienen contacto con ellos más buenas, más
recogidas, más retiradas, así que no puedo fiarme de ninguno;
estoy obligado a permitir que las gentes se alejen de las
iglesias, de los sacramentos, a fin de que su contacto no me
las envenene más y las vuelva más malas. Mi dolor es grande,
las heridas de mi corazón son profundas, por eso ruega, y
unida con los pocos buenos que hay, compadece mi acerbo
dolor”.
+ + +
128
12-97
Abril 7, 1919
Después me ha transportado en medio de las criaturas, pero
¿quién puede decir todo lo que hacían? Sólo digo que mi Jesús
con acento doloroso ha agregado:
“Qué desorden en el mundo, pero este desorden es culpa de
las cabezas, tanto civiles como eclesiásticas; su vida
interesada y corrupta no tiene fuerza para corregir a los
súbditos, por tanto, han cerrado los ojos ante los males de los
miembros, porque hubieran recriminado los males propios, y si
lo han hecho ha sido todo en modo superficial, porque no
teniendo en ellos la vida de aquel bien, ¿cómo podían
infundirla en los demás? Y cuántas veces estas perversas
cabezas han antepuesto los malos a los buenos, tanto que los
pocos buenos han quedado turbados por este actuar de las
cabezas, por eso haré castigar a las cabezas en modo
especial”.
Y yo: “Perdona a las cabezas de la Iglesia, ya son pocos, si
Tú los golpeas faltaran los regidores”.
Y Jesús: ¿No recuerdas que con doce apóstoles fundé mi
Iglesia? Así, los pocos que quedarán bastarán para reformar al
mundo. El enemigo está ya a sus puertas, las revoluciones
están ya en acto, las naciones nadarán en la sangre, las
cabezas serán dispersadas; reza, reza y sufre, a fin de que el
enemigo no tenga la libertad de convertir todo en ruinas”.
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