ORACIONES INICIALES

lunes, 16 de agosto de 2021

DECIMOSEXTA HORA DE LAS 8 A LAS 9 DE LA MAÑANA JESÚS DE NUEVO ANTE PILATOS. ES POSPUESTO A BARRABÁS. JESÚS ES FLAGELADO.



 

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Mi atormentado Jesús, mi pobre corazón te sigue entre

ansias y penas, y al verte vestido de loco, conociendo quién

eres Tú, sabiduría infinita, que das el juicio a todos, doy en

delirio y digo: ¿cómo, Jesús loco? ¿Jesús malhechor? ¡Y

ahora serás pospuesto al más grande malhechor, a Barrabás!

Mi Jesús, santidad que no tiene igual, ya estás de nuevo

ante Pilatos, y éste, al verte tan malamente reducido y vestido

de loco, y sabiendo que ni siquiera Herodes te ha condenado,

queda más indignado contra los judíos y se convence

mayormente de tu inocencia y de no condenarte, pero

queriendo dar alguna satisfacción a los judíos, como para

aplacar el odio, el furor, la rabia y la sed que tienen de tu

sangre, te propone a ellos junto con Barrabás, pero los judíos

gritan:

«¡No queremos libre a Jesús, sino a Barrabás!» (Jn 18, 40)

Y entonces Pilatos no sabiendo ya qué hacer para calmarlos

te condena a la flagelación.

Mi pospuesto Jesús, se me rompe el corazón al ver que

mientras los judíos se ocupan de Ti para hacerte morir, Tú,

encerrado en Ti mismo piensas en dar a todos la vida, y

poniendo atención te escucho decir:

«Padre Santo, mira a tu Hijo vestido de loco, esto te repara

la locura de tantas criaturas al caer en el pecado; esta

vestidura blanca sea ante Ti como disculpa por tantas almas

que se visten con la lúgubre vestidura de la culpa. Mira oh

Padre, el odio, el furor, la rabia que tienen contra Mí, que casi

les hace perder la luz de la razón, la sed que tienen de mi

sangre, y Yo quiero repararte todos los odios, las venganzas,

las iras, los homicidios, y conseguir a todos la luz de la razón.

Mírame de nuevo Padre mío, ¿se puede dar insulto mayor?

Me han pospuesto al más grande malhechor, y Yo quiero

repararte todas las posposiciones que se hacen, ¡ah, todo el

mundo está lleno de posposiciones! Quién nos pospone a un

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vil interés, quién a los honores, quién a las vanidades, quién a

los placeres, a los apegos, a las dignidades, a las crápulas y

hasta al mismo pecado, y en modo unánime todas las

criaturas, aun a cada pequeña tontería nos posponen, y Yo

estoy dispuesto a aceptar ser pospuesto a Barrabás para

reparar las posposiciones de las criaturas.”

Mi Jesús, me siento morir de dolor y de confusión al ver tu

gran amor en medio de tantas penas y el heroísmo de tus

virtudes en medio de tantas penas e insultos. Tus palabras y

reparaciones, como tantas heridas se repercuten en mi pobre

corazón, y en mi dolor repito tus plegarias y tus reparaciones,

ni siquiera un instante puedo separarme de Ti, de otra manera

muchas cosas de lo que haces Tú se me escaparían. Pero,

¿qué veo? Los soldados te conducen a una columna para

flagelarte. Amor mío, te sigo y Tú con tu mirada de amor

mírame y dame la fuerza para asistir a tu dolorosa flagelación.

Jesús Flagelado

Mi purísimo Jesús, ya estás junto a la columna, los soldados

enfurecidos te sueltan para atarte a ella, pero no es suficiente,

te despojan de tus vestiduras para hacer cruel carnicería de tu

santísimo cuerpo. Amor mío, vida mía, me siento desfallecer

por el dolor de verte desnudo, Tú tiemblas de pies a cabeza y

tu santísimo rostro se tiñe de virginal rubor, y es tanta tu

confusión y tu agotamiento, que no sosteniéndote en pie estás

a punto de caer a los pies de la columna, pero los soldados

sosteniéndote, no por ayudarte sino para poderte atar, no te

dejan caer.

Ya toman las sogas, te atan los brazos, pero tan fuerte que

enseguida se hinchan y de la punta de los dedos brota sangre.

Después, en torno a la columna pasan sogas que sujetan tu

santísima persona hasta los pies, y tan fuerte que no puedes

hacer ni siquiera un movimiento, y así poder ellos

desenfrenarse sobre de Ti libremente.

Despojado Jesús mío, permíteme que me desahogue, de

otra manera no puedo continuar viéndote sufrir tanto. ¿Cómo?

Tú que vistes a todas las cosas creadas, al sol de luz, al cielo

de estrellas, a las plantas de hojas, a los pajarillos de plumas,

Tú, ¿desnudo? ¡Qué atrevimiento! Pero mi amante Jesús, con

la luz que irradia de sus ojos me dice:

«Calla, oh hija. Era necesario que fuese desnudado para

reparar por tantos que se despojan de todo pudor, de candor y

de inocencia; que se desnudan de todo bien y virtud, de mi

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gracia, y se visten de toda brutalidad, viviendo a modo de

brutos. En mi virginal rubor reparé las tantas deshonestidades

y afeminaciones y placeres bestiales. Por eso atenta a lo que

hago y ruega y repara conmigo y cálmate».

Flagelado Jesús, tu amor pasa de exceso en exceso, veo

que los verdugos toman los flagelos y te azotan sin piedad,

tanto, que todo tu santísimo cuerpo queda lívido; es tanta la

ferocidad y el furor al golpearte, que están ya cansados, pero

otros dos los sustituyen y tomando varas espinosas te azotan

tanto, que enseguida de tu santísimo cuerpo comienza a

chorrear a ríos la sangre, y lo continúan golpeando todo,

abriendo surcos y lo llenan de llagas.

Pero aún no les basta, otros dos continúan, y con cadenas

de fierro continúan la dolorosa carnicería. A los primeros

golpes esas carnes llagadas se desgarran y a pedazos caen

por tierra; los huesos quedan al descubierto y la sangre brota

tanto, que forma un lago de sangre en torno a la columna.

Mi Jesús desnudado, amor mío, mientras Tú estás bajo esta

tempestad de golpes, me abrazo a tus pies para poder tomar

parte en tus penas y quedar toda cubierta con tu preciosísima

sangre, pero cada golpe que Tú recibes es una herida a mi

corazón, mucho más, pues poniendo atención oigo tus

gemidos, los cuales no se escuchan bien porque la tempestad

de golpes ensordece el ambiente, y en esos gemidos Tú dices:

«Ustedes, todos los que me aman, vengan a aprender el

heroísmo del verdadero amor; vengan a apagar en mi sangre

la sed de sus pasiones, la sed de tantas ambiciones, de tantas

vanidades y placeres, de tanta sensualidad; en ésta mi sangre

encontrarán el remedio a todos sus males».

Tus gemidos continúan diciendo:

«Mírame, oh Padre, bajo esta tempestad de golpes, todo

llagado, pero no basta, quiero formar tantas llagas en mi

cuerpo para dar suficientes moradas en el Cielo de mi

Humanidad a todas las almas, en modo de formar en Mí mismo

su salvación, y después hacerlas pasar al Cielo de la Divinidad.

Padre mío, cada golpe de estos flagelos repare ante Ti, uno a

uno cada especie de pecado, y conforme me golpean, así sea

excusa para aquellos que los cometen. Que estos golpes

golpeen los corazones de las criaturas y les hablen de mi amor

por ellas, tanto, de forzarlas a rendirse a Mí».

Y mientras esto dices, es tan grande tu amor, si bien con

sumo dolor, que casi incitas a los verdugos a que te azoten aún

más. Mi descarnado Jesús, tu amor me aplasta, me siento

enloquecer; y si bien tu amor no está cansado, los verdugos

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están agotados y no pueden continuar la dolorosa carnicería.

Ya te quitan las cuerdas y Tú caes casi muerto en tu propia

sangre; y al ver los pedazos de tus carnes te sientes morir por

el dolor, al ver en aquellas carnes arrancadas de Ti, a las

almas perdidas, y es tanto tu dolor, que agonizas en tu propia

sangre.

Mi Jesús, deja que te tome entre mis brazos para restaurarte

un poco con mi amor. Te beso, y con mi beso encierro a todas

las almas en Ti, así ninguna más se perderá, y Tú bendíceme.

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Reflexiones de la Decimosexta Hora (8 AM)

14-2

Febrero 9, 1922

Encontrándome en mi habitual estado, estaba siguiendo las

horas de la Pasión y mi dulce Jesús, mientras lo acompañaba

en el misterio de su dolorosa flagelación, se hacía ver todo

descarnado, su cuerpo desnudo no sólo de sus vestiduras, sino

también de su carne; sus huesos se podían numerar uno por

uno; su aspecto era no sólo desgarrador sino horrible al verse,

tanto que infundía temor, espanto, reverencia y amor a la vez.

Yo me sentía muda ante esta escena tan desgarradora, habría

querido hacer no sé qué cosa para aliviar a mi Jesús, pero no

sabía hacer nada, la vista de sus penas me daba la muerte, y

Jesús, todo bondad me ha dicho:

“Querida hija mía, mírame bien para que conozcas a fondo

mis penas. Mi cuerpo es el verdadero retrato del hombre que

comete pecado; el pecado lo despoja de la vestidura de mi

gracia, y Yo para dársela nuevamente me hice despojar de mis

vestidos; el pecado lo deforma, y mientras es la más bella

criatura que salió de mis manos, se vuelve la más fea y da

asco y horror. Yo era el más bello de los hombres, y para darle

de nuevo la belleza al hombre, puedo decir que mi Humanidad

tomó la forma más fea; mírame cómo estoy horrible, me hice

quitar la piel por los azotes y quedé irreconocible. El pecado no

sólo quita la belleza, sino que forma llagas profundas,

putrefactas y gangrenosas que corroen las partes más íntimas,

consumen los humores vitales, así que todo lo que el hombre

hace en estado de pecado son obras muertas, esqueléticas, el

pecado le arranca la nobleza de su origen, la luz de su razón y

se vuelve ciego, y Yo para llenar la profundidad de sus llagas

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me hice arrancar a pedazos la carne, me reduje todo a una

sola llaga, y con derramar a ríos mi sangre hice correr los

humores vitales en su alma, para darle nuevamente la vida.

¡Ah! si no tuviera en Mí la fuente de la vida de mi Divinidad, Yo

habría muerto desde el principio de mi Pasión, porque a cada

pena que me daban mi Humanidad moría, pero ella me

restituía la vida.

Ahora, mis penas, mi sangre, mis carnes arrancadas a

pedazos están siempre en acto de dar vida al hombre, pero el

hombre rechaza mi sangre para no recibir la vida, pisotea mis

carnes para quedar llagado, ¡oh! cómo siento el peso de la

ingratitud”.

Y arrojándose en mis brazos ha roto en llanto. Yo me lo he

estrechado a mi corazón, pero Él lloraba fuertemente, ¡qué

desgarro ver llorar a Jesús! Habría querido sufrir cualquier

pena para no hacerlo llorar. Entonces lo he compadecido, le he

besado sus llagas, le he secado las lágrimas, y Él como

reconfortado ha agregado:

“¿Sabes cómo hago Yo? Como un padre que ama mucho a

su hijo, y este hijo es ciego, deforme, tullido; y el padre que lo

ama hasta la locura, ¿qué hace? Se saca los ojos, se arranca

las piernas, se quita la piel y se lo da todo al hijo y dice: ‘Estoy

más contento con quedar ciego, cojo, deforme, con tal que te

vea a ti, hijo mío, que puedes ver, que puedes caminar, que

eres bello”. ¡Oh, cómo está contento aquel padre porque ve a

su hijo mirar con sus ojos, caminar con sus piernas y cubierto

con su belleza! ¿Pero cuál sería el dolor del padre si viera que

su hijo, ingrato, arroja de sí los ojos, las piernas, la piel, y se

contenta con permanecer feo como está? Así soy Yo, en todo

he pensado, pero ellos, ingratos, forman mi más acerbo dolor”.

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14-18

Abril 1, 1922

Después he seguido las horas de la Pasión, y seguía a mi

dulce Jesús en el momento en que fue vestido y tratado como

loco; mi mente se perdía en este misterio, y Jesús me ha dicho:

“Hija mía, el paso más humillante de mi Pasión fue

propiamente éste, el ser vestido y tratado como loco, llegué a

ser el juguete de los judíos, su harapo; humillación más grande

no podría tener mi infinita sabiduría; no obstante era necesario

que Yo, Hijo de Dios, sufriera esta pena. El hombre pecando se

vuelve loco; locura más grande no puede darse, y de rey cual

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es, se convierte en esclavo y juguete de vilísimas pasiones que

lo tiranizan, y más que a un loco lo encadenan a su antojo,

arrojándolo en el fango y cubriéndolo con las cosas más

sucias. ¡Oh! qué gran locura es el pecado, en este estado el

hombre jamás podía ser admitido ante la Majestad Suprema,

por eso quise sufrir esta pena tan humillante, para conseguirle

al hombre que saliera de este estado de locura, ofreciéndome

Yo a mi Padre Celestial para sufrir las penas que merecía su

locura. Cada pena que sufrí en mi Pasión no era otra cosa que

el eco de las penas que merecían las criaturas; este eco

retumbaba en Mí y me sometía a penas, a desprecios, a burlas

y a todos los tormentos”.

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16-40

Enero 14, 1924

Estaba acompañando a mi Jesús en el misterio de la

flagelación, compadeciéndolo cuando se vio tan confundido en

medio de los enemigos, despojado de sus vestidos, bajo una

tempestad de golpes, y mi amable Jesús saliendo de mi interior

en el estado en el que se encontraba cuando fue flagelado me

ha dicho:

“Hija mía, ¿quieres saber la causa por la que fui desnudado

cuando fui flagelado? En cada misterio de mi Pasión primero

me ocupaba de consolidar la rotura entre la voluntad humana y

la Divina, y después de las ofensas que esta rotura

produjo. Cuando el hombre en el edén rompió los vínculos de

la unión entre la Voluntad Suprema y la suya, se despojó de las

vestiduras reales de mi Voluntad y se vistió con los miserables

harapos de la suya, débil, inconstante, impotente para hacer

algo de bien. Mi Voluntad le era un dulce encanto que lo tenía

absorbido en una luz purísima que no le hacía conocer otra

cosa que a su Dios, del cual había salido, quien no le daba otra

cosa que felicidad sin medida, y estaba tan absorbido por lo

mucho que le daba su Dios, que no se daba ningún

pensamiento de sí mismo. ¡Oh! cómo era feliz el hombre y

cómo la Divinidad se deleitaba en darle tantas partículas de su

Ser por cuanto la criatura puede recibir, para hacerlo

semejante a Él. Ahora, en cuanto rompió la unión de nuestra

Voluntad con la suya, perdió la vestidura real, perdió el

encanto, la luz, la felicidad; se miró a sí mismo sin la luz de mi

Voluntad y viéndose sin el encanto que lo tenía absorto, se

conoció, tuvo vergüenza, tuvo miedo de Dios, tanto que su

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misma naturaleza sintió sus tristes efectos, sintió el frío y la

desnudez y sintió la viva necesidad de cubrirse; y así como

nuestra Voluntad lo tenía en el puerto de felicidades inmensas,

así la suya lo puso en el puerto de las miserias. Nuestra

Voluntad era todo para el hombre, y en Ella encontraba todo,

era justo que habiendo salido de Nosotros y viviendo como un

tierno hijo nuestro en nuestro Querer, viviera de lo nuestro, y

este Querer debiera sustituirse a todo lo que él necesitaba; por

lo tanto, como quiso vivir de su querer, tuvo necesidad de todo,

porque el querer humano no tiene el poder de sustituirse a

todas las necesidades, ni tiene en sí la fuente del bien, por eso

fue obligado a procurarse con cansancio las cosas necesarias

a la vida. ¿Ves entonces qué significa no estar unido con mi

Voluntad? ¡Oh! si todos la conocieran, sólo tendrían un solo

suspiro: ‘Que mi Querer venga a reinar sobre la tierra’. Así que,

si Adán no se hubiera sustraído de la Voluntad Divina, aun su

naturaleza no habría tenido necesidad de vestidos, no habría

sentido la vergüenza de su desnudez, ni habría estado sujeto a

sufrir el frío, el calor, el hambre, la debilidad, pero estas cosas

naturales eran casi nada, eran más bien símbolos del gran bien

que había perdido su alma.

Por eso hija mía, antes de ser atado a la columna para ser

flagelado, quise ser desnudado para sufrir y reparar la

desnudez del hombre cuando se desnudó del vestido real de

mi Voluntad. Sentí en Mí tal confusión y pena al verme así

desnudo en medio de los enemigos que se burlaban de Mí, que

lloré por la desnudez del hombre y ofrecí a mi Celestial Padre

mi desnudez, para hacer que el hombre fuera revestido de

nuevo con el vestido real de mi Voluntad, y como pago, para

que esto no me fuera negado, ofrecí mi sangre, mis carnes

arrancadas a pedazos, me hice desnudar no sólo de los

vestidos, sino también de mi piel para poder pagar el precio y

satisfacer el delito de esta desnudez del hombre; derramé tanta

sangre en este misterio, que en ningún otro derramé tanta, que

bastaba para cubrir al hombre como con un segundo vestido, y

vestido de sangre para cubrirlo de nuevo, y así calentarlo y

lavarlo para disponerlo a recibir la vestidura real de mi

Voluntad”.

Yo al oír esto, sorprendida he dicho: “Mi amado Jesús,

¿cómo puede ser posible que el hombre con sustraerse de tu

Voluntad tuvo necesidad de vestirse, tuvo vergüenza, miedo?

Sin embargo, Tú hiciste siempre la Voluntad del Padre

Celestial, eras una sola cosa con Él; tu Mamá no conoció

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jamás su querer, sin embargo, tuvisteis necesidad de vestidos,

de alimento y sentisteis el frío y el calor”.

Y Jesús ha agregado: “Sin embargo hija mía es

precisamente así. Si el hombre sintió vergüenza de su

desnudez y quedó sujeto a tantas miserias naturales, fue

precisamente porque perdió el dulce encanto de mi Voluntad, y

si bien el mal lo hizo el alma, no el cuerpo, pero indirectamente

fue como cómplice de la mala voluntad del hombre, la

naturaleza quedó como profanada por el mal querer del

hombre, por lo tanto, la una y el otro debían sentir la pena del

mal hecho. Respecto a Mí, es verdad que hice siempre la

Voluntad Suprema, pero Yo no vine a encontrar al hombre

inocente, al hombre antes de que pecara, sino que vine a

encontrar al hombre pecador y con todas sus miserias, y debí

fraternizarme con él, tomar sobre de Mí todos sus males y

sujetarme a las necesidades de la vida, como si fuera uno de

ellos; pero en Mí había este prodigio, que si lo quería de nada

tenía necesidad, ni de vestidos, ni de alimento, ni de nada.

Pero no quise servirme de él por amor al hombre, quise

sacrificarme en todo, aun en las cosas más inocentes creadas

por Mí mismo, para atestiguarle mi ardiente amor, es más, esto

servía para impetrar de mi Divino Padre que, por consideración

mía y de mi voluntad toda sacrificada a Él, restituyera al

hombre la noble vestidura real de nuestra Voluntad”.

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17-4

Julio 1, 1924

Me sentía muy oprimida por la privación de mi adorable

Jesús. ¡Oh, cómo me sangra el corazón y me siento sometida

a sufrir muertes continuas! Sentía que no podía más sin Él, y

que más duro no podía ser mi martirio, y mientras trataba de

seguir a mi Jesús en los diferentes misterios de su Pasión, he

llegado a acompañarlo en el misterio de su dolorosa

flagelación. Mientras estaba en esto se ha movido en mi

interior llenándome toda de su adorable Persona; yo al verlo le

quería decir mi duro estado, pero Jesús imponiéndome silencio

me ha dicho:

“Hija mía, recemos juntos; hay ciertos tiempos tan tristes en

los cuales mi justicia, no pudiendo contenerse por los males de

las criaturas quisiera inundar la tierra de nuevos flagelos, y por

eso es necesaria la oración en mi Voluntad, la que

extendiéndose sobre todos se pone en defensa de las

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criaturas, y con su potencia impide que mi justicia se acerque a

la criatura para golpearla”.

¡Cómo era bello y conmovedor oír rezar a Jesús! Y como lo

estaba acompañando en el doloroso misterio de la flagelación,

se hacía ver chorreando sangre, y oía que decía:

“Padre mío, te ofrezco esta mi sangre, ¡ah! haz que esta

sangre cubra todas las inteligencias de las criaturas y haga

vanos todos sus malos pensamientos, disminuya el fuego de

sus pasiones y haga resurgir inteligencias santas. Esta sangre

cubra sus ojos y haga velo a su vista, a fin de que no le entre el

gusto de los placeres malos, y no se ensucien con el fango de

la tierra. Esta sangre mía cubra y llene su boca y deje muertos

sus labios a las blasfemias, a las imprecaciones, a todas sus

malas palabras. Padre mío, esta mi sangre cubra sus manos y

le dé terror de tantas acciones infames. Esta sangre circule en

nuestra Voluntad Eterna para cubrir a todos, para defender y

para ser arma defensora en favor de las criaturas ante los

derechos de nuestra justicia”.

¿Pero quién puede decir el modo como rezaba Jesús y todo

lo que decía? Después ha hecho silencio y me sentía en mi

interior que Jesús tomaba en sus manos mi pequeña y pobre

alma, la estrechaba, la retocaba, la miraba, y yo le he dicho:

“Amor mío, ¿qué haces? ¿Hay alguna cosa en mí que te

desagrada?”

Y Él: “Estoy trabajando y ensanchando tu alma en mi

Voluntad. Además, no debo darte cuentas a ti de lo que hago,

porque habiéndote dado tú toda a Mí, has perdido tus

derechos, ahora todos los derechos son míos. ¿Sabes cuál es

tu único derecho? Que mi Voluntad sea tuya y te suministre

todo lo que puede hacerte feliz en el tiempo y en la eternidad”.

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