MEDITACION ANTES DE LA MEDITACION Y OFRECIMIENTO
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón empiezo:
Amado bien mío, mi pobre mente te sigue entre la vigilia y el
sueño. ¿Cómo puedo abandonarme al sueño si veo que todos
te dejan y huyen de Ti? Los mismos apóstoles, el ferviente
Pedro que hace poco dijo que quería dar la vida por Ti, el
discípulo predilecto que con tanto amor has hecho reposar
sobre tu corazón, ah, todos te abandonan y te dejan en poder
de tus crueles enemigos.
Mi Jesús, estás solo. Tus purísimos ojos miran a tu alrededor
para ver si al menos uno de aquellos que han sido beneficiados
por Ti te sigue para testimoniarte su amor y para defenderte; y
mientras descubres que ninguno, ninguno te ha permanecido
fiel, el corazón se te oprime y rompes en abundante llanto. Y
Tú sientes más dolor por el abandono de tus fieles amigos que
por lo que te están haciendo tus mismos enemigos. Mi Jesús,
no llores, o haz que yo llore junto contigo. Y el amable Jesús
parece que dice:
«Ah hija mía, lloremos juntos la suerte de tantas almas
consagradas a Mí, que por pequeñas pruebas, por incidentes
de la vida, no se ocupan más de Mí y me dejan solo; lloremos
por tantas otras, tímidas y viles, que por falta de valor y de
confianza me abandonan; por tantos y tantos que, al no hallar
su provecho en las cosas santas no se ocupan de Mí; por
tantos sacerdotes que predican, que celebran la Santa Misa,
que confiesan por amor al interés y a su propia gloria; esos
hacen ver que están en torno a Mí, pero Yo permanezco
siempre solo.
Ah hija, ¡cómo me es duro este abandono! No sólo me lloran
los ojos, sino que me sangra el corazón. Ah, te ruego que
repares mi acerbo dolor prometiéndome que no me dejarás
jamás solo».
¡Sí, oh mi Jesús, lo prometo, ayudada por tu gracia y
fundiéndome en tu divina Voluntad! Pero mientras Tú lloras el
abandono de tus amados, tus enemigos no te perdonan ningún
ultraje que te puedan hacer. Oprimido y atado como estás, oh
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mi bien, tanto, que por Ti mismo ni siquiera puedes dar un
paso, te pisotean, te arrastran por esas calles llenas de piedras
y de espinas, así que no hay movimiento que no te haga
tropezar en las piedras y herirte con las espinas.
Ah mi Jesús, veo que mientras te arrastran, Tú dejas detrás
de Ti tu preciosa sangre, los rubios cabellos que te arrancan de
la cabeza. Mi vida y mi todo, permíteme que los recoja a fin de
poder atar todos los pasos de las criaturas, que ni aun de
noche dejan de herirte; más bien se sirven de la noche para
ofenderte mayormente: quién con sus encuentros, quién por
placeres, quién por teatros, quién para llevar a cabo robos
sacrílegos. Mi Jesús, me uno a Ti para reparar todas estas
ofensas.
Pero, oh mi Jesús, estamos ya en el torrente Cedrón, y los
pérfidos judíos se disponen a arrojarte dentro, hacen que te
golpees contra una piedra que hay ahí, con tanta fuerza, que
de tu boca derramas tu preciosísima sangre, con la cual dejas
marcada aquella piedra. Después, jalándote, te arrastran bajo
aquellas aguas pútridas, de modo que te entran en los oídos,
en la boca, en la nariz.
Oh amor incomparable, Tú quedas todo bañado y como
cubierto por aquellas aguas pútridas, nauseantes y frías, y en
este estado representas a lo vivo el estado deplorable de las
criaturas cuando cometen el pecado. ¡Oh, cómo quedan
cubiertas por dentro y por fuera con un manto de inmundicias,
que dan asco al Cielo y a cualquiera que pudiese verlas,
atrayéndose así los rayos de la divina Justicia!
Oh vida de mi vida, ¿puede darse jamás amor más grande?
Para quitarnos este manto de inmundicias Tú permites que los
enemigos te arrojen en ese torrente, y todo sufres para reparar
por los sacrilegios y las frialdades de las almas que te reciben
sacrílegamente y que te obligan a que entres en sus
corazones, peores que el torrente, y que sientas toda la náusea
de sus almas; Tú permites también que estas aguas te
penetren hasta en las entrañas, tanto, que los enemigos
temiendo que te ahogues, y queriendo reservarte para mayores
tormentos te sacan fuera, pero causas tanto asco, que ellos
mismos sienten asco de tocarte.
Mi tierno Jesús, estás ya fuera del torrente, mi corazón no
resiste verte tan empapado por esas aguas nauseantes; veo
que por el frío Tú tiemblas de pies a cabeza; miras a tu
alrededor buscando con los ojos, lo que no haces con la voz,
uno al menos que te seque, te limpie y te caliente, pero en
vano; ninguno tiene piedad de Ti, los enemigos se burlan y se
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ríen de ti; los tuyos te han abandonado, la dulce Mamá está
lejana, porque así lo dispone el Padre.
Aquí me tienes, oh Jesús, ven a mis brazos. Quiero llorar
tanto, hasta formar un baño para lavarte, limpiarte y
acomodarte con mis manos, los desordenados cabellos. Mi
amor, quiero encerrarte en mi corazón para calentarte con el
calor de mis afectos, quiero perfumarte con mis deseos santos,
quiero reparar todas estas ofensas y ofrecer mi vida junto con
la tuya para salvar a todas las almas. Quiero ofrecerte mi
corazón como lugar de reposo, para poderte reconfortar en
algún modo por las penas sufridas hasta aquí, y después
continuaremos juntos el camino de tu Pasión.
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Reflexiones de la Novena Hora (1 AM)
11-45
Enero 22, 1913
Estaba pensando en la Pasión de mi siempre amable Jesús,
especialmente en lo que sufrió en el huerto, entonces me he
encontrado toda sumergida en Jesús y Él me ha dicho:
“Hija mía, mi primera Pasión fue el amor, porque el hombre
al pecar, el primer paso que da en el mal es la falta de amor,
por lo tanto, faltando el amor se precipita en la culpa; por eso,
el Amor para rehacerse en Mí de esta falta de amor de las
criaturas, me hizo sufrir más que todos, casi me trituró más que
bajo una prensa, me dio tantas muertes por cuantas criaturas
reciben la vida.
El segundo paso que sucede en la culpa es defraudar la
gloria de Dios, y el Padre para rehacerse de la gloria quitada
por las criaturas me hizo sufrir la Pasión del pecado, esto es,
que cada culpa me daba una pasión especial; si la pasión fue
una, el pecado en cambio me dio tantas pasiones por cuantas
culpas se cometerán hasta el fin del mundo; y así se rehízo la
gloria del Padre.
El tercer efecto que produce la culpa es la debilidad en el
hombre, y por eso quise sufrir la Pasión por manos de los
judíos, esta es mi tercera Pasión, para rehacer al hombre de la
fuerza perdida.
Así que con la Pasión del amor se rehízo y se puso en justo
nivel el Amor, con la Pasión del pecado se rehízo y se puso a
nivel la gloria del Padre, con la Pasión de los judíos se puso a
nivel y se rehizo la fuerza de las criaturas. Todo esto lo sufrí en
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el huerto, fue tal y tanto el sufrimiento, las muertes que sufrí,
los espasmos atroces, que habría muerto de verdad si la
Voluntad del Padre hubiera llegado a que Yo muriera”.
Después continué meditando cuando mi amable Jesús fue
arrojado por los enemigos al torrente Cedrón. El bendito Jesús
se hacía ver en un aspecto que movía a piedad, todo bañado
con aquellas aguas puercas y me ha dicho:
“Hija mía, al crear el alma la vestí de un manto de luz y de
belleza; el pecado quita este manto de luz y de belleza y la
cubre con un manto de tinieblas y de fealdad, volviéndola
repugnante y nauseante, y Yo para quitar este manto tan
nauseabundo que el pecado pone al alma, permití que los
judíos me arrojaran en este torrente, donde quedé como
recubierto dentro y fuera de Mí, porque estas aguas pútridas
me entraron hasta en las orejas, en las narices, en la boca,
tanto, que los judíos tenían asco de tocarme. ¡Ah, cuánto me
costó el amor de las criaturas, hasta volverme nauseabundo a
Mí mismo!”
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