ORACIONES INICIALES

sábado, 7 de agosto de 2021

SÉPTIMA HORA De las 11 a las 12 de la noche Tercera hora de agonía en el Huerto de Getsemaní

 96

97

SÉPTIMA HORA

De las 11 a las 12 de la noche

Tercera hora de agonía en el Huerto de Getsemaní

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo

por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu

lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu

amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi

cabeza sobre tu corazón empiezo:

Dulce bien mío, mi corazón no resiste; te miro y veo que

sigues agonizando. La sangre a ríos te escurre por todo el

cuerpo y con tanta abundancia, que no sosteniéndote en pie

has caído en un lago de sangre. ¡Oh mi amor, se me rompe el

corazón al verte tan débil y agotado! Tu rostro adorable y tus

manos creadoras se apoyan en la tierra y se llenan de sangre;

me parece que a los ríos de iniquidad que te mandan las

criaturas, Tú quieras dar ríos de sangre para hacer que estas

culpas queden ahogadas en ellos y así, con eso, dar a cada

uno el reescrito de tu perdón. Pero, oh mi Jesús, reanímate, es

demasiado lo que sufres; baste hasta aquí a tu amor.

Y mientras parece que mi amable Jesús muere en su propia

sangre, el amor le da nueva vida. Lo veo moverse con

dificultad, se pone de pie y así, manchado de sangre y de

fango, parece que quiere caminar, pero no teniendo fuerzas

con trabajo se arrastra. Dulce vida mía, deja que te lleve entre

mis brazos. ¿Vas tal vez a tus amados discípulos? Pero cual

no es el dolor de tu adorable corazón al encontrarlos de nuevo

dormidos. Y Tú con voz temblorosa y apagada los llamas:

«Hijos míos, no duerman, la hora está próxima, ¿no ven a

qué estado me he reducido? Ah, ayúdenme, no me abandonen

en estas horas extremas».

Y casi vacilante estás a punto de caer a su lado, mientras

Juan extiende los brazos para sostenerte. Estás tan

irreconocible que si no hubiera sido por la suavidad y dulzura

de tu voz, no te habrían reconocido. Después,

recomendándoles que estén despiertos y que oren, regresas al

huerto, pero con una segunda herida en el corazón. En esta

herida veo, mi bien, todas las culpas de aquellas almas que, no

obstante, las manifestaciones de tus favores en dones, besos y

caricias, en las noches de la prueba, olvidándose de tu amor y

de tus dones, quedan somnolientas y adormiladas, perdiendo

así el espíritu de continua oración y vigilancia.

98

Mi Jesús, es cierto que después de haberte visto, después

de haber gustado tus dones, para permanecer privados y

resistir se necesita gran fuerza, sólo un milagro puede hacer

que tales almas resistan la prueba. Por eso, mientras te

compadezco por esas almas, cuyas negligencias, ligerezas y

ofensas son las más amargas a tu corazón, te ruego que en

caso de que ellas llegasen a dar un solo paso que pueda en lo

más mínimo disgustarte, las circundes de tanta gracia que las

detengas, para que no pierdan el espíritu de continua oración.

Mi dulce Jesús, mientras regresas al huerto, parece que no

puedes más; levantas al Cielo la cara manchada de sangre y

de tierra y por tercera vez repites:

«Padre, si es posible pase de Mí este cáliz. Padre Santo,

ayúdame, tengo necesidad de consuelo; es verdad que por las

culpas que he tomado sobre Mí soy repugnante, despreciable,

el último entre los hombres ante tu Majestad infinita; tu Justicia

está indignada conmigo; pero mírame, Oh Padre, soy siempre

tu Hijo, que formo una sola cosa contigo. ¡Ah, ayuda, piedad oh

Padre, no me dejes sin consuelo!»

Después me parece oír, oh dulce bien mío, que llamas en tu

ayuda a la amada Mamá:

«Dulce Mamá, estréchame entre tus brazos como me

estrechabas siendo niño; dame aquella leche que tomaba de ti

para darme fuerzas y endulzar las amarguras de mi agonía;

dame tu corazón que es todo mi contento. Mamá mía,

Magdalena, amados apóstoles, todos ustedes que me aman,

ayúdenme, confórtenme, no me dejen solo en estos momentos

extremos, háganme todos corona a mi alrededor, denme por

consuelo su compañía y su amor».

Jesús, amor mío, ¿quién puede resistir el verte en estos

extremos? ¿Qué corazón será tan duro que no se rompa al

verte ahogado en sangre? ¿Quién no derramará a torrentes

amargas lágrimas al escuchar los dolorosos acentos que

buscan ayuda y consuelo?

Jesús mío, consuélate; veo que ya el Padre te envía un

ángel como consuelo y ayuda, para que puedas salir de éste

estado de agonía y puedas entregarte en manos de los judíos.

Y mientras estés con el ángel, yo recorreré Cielo y tierra. Tú

me permitirás que tome esta sangre que has derramado, a fin

de que pueda darla a todos los hombres como prenda de la

salvación de cada uno y llevarte por consuelo y en

correspondencia, sus afectos, latidos, pensamientos, pasos y

obras.

99

Celestial Mamá mía, vengo a Ti para que vayamos juntas a

todas las almas dándoles la sangre de Jesús. Dulce Mamá,

Jesús quiere consuelo, y el mayor consuelo que le podemos

dar es llevarle almas.

Magdalena, acompáñanos; ángeles todos, venid a ver a qué

estado se ha reducido Jesús. Él quiere consuelo de todos y es

tal y tanto el abatimiento en el cual se encuentra, que no

rechaza ninguno.

Jesús mío, mientras bebes el cáliz lleno de intensas

amarguras que el Padre te ha enviado, oigo que suspiras más,

que gimes y que deliras, y con voz sofocada dices:

«¡Almas, almas, vengan, alívienme, tomen su puesto en mi

Humanidad, las quiero, las suspiro! ¡Ah, no sean sordas a mi

voz, no hagan vanos mis deseos ardientes, mi sangre, mi

amor, mis penas! ¡Vengan, almas, vengan!»

Delirante Jesús, cada gemido tuyo y suspiro es una herida a

mi corazón, que no me da paz, por lo que hago mía tu sangre,

tu Querer, tu ardiente celo, tu amor, y girando por Cielo y tierra

quiero ir a todas las almas para darles tu sangre como prenda

de su salvación y llevártelas a Ti para calmar tus deseos, tus

delirios y endulzar las amarguras de tu agonía. Y mientras

hago esto, Tú acompáñame con tu mirada.

Mamá mía, vengo a Ti porque Jesús quiere almas, quiere

consuelo. Así que dame tu mano materna y giremos juntas por

todo el mundo en busca de almas. Encerremos en su sangre

los afectos, los deseos, los pensamientos, las obras, los pasos

de todas las criaturas, y arrojemos en sus almas las llamas del

corazón de Jesús, a fin de que se rindan, y así, encerradas en

su sangre y transformadas en sus llamas, las conduciremos en

torno a Jesús para endulzarle las penas de su amarguísima

agonía.

Ángel mío de mi guarda, precédenos tú, y ve disponiendo a

las almas que han de recibir esta sangre, a fin de que ninguna

gota quede sin su copioso efecto. ¡Mamá mía, pronto, giremos!

Veo la mirada de Jesús que nos sigue, escucho sus repetidos

sollozos que nos incitan a apresurar nuestra tarea.

Y he aquí, Mamá, a los primeros pasos nos encontramos a

las puertas de las casas donde yacen los enfermos. ¡Cuántos

miembros desgarrados! Cuántos bajo la atrocidad de los

dolores prorrumpen en blasfemias e intentan quitarse la vida,

otros son abandonados por todos y no tienen quién les dé una

palabra de consuelo, ni los más necesarios socorros, y por eso

mayormente maldicen y se desesperan. Ah, Mamá, escucho

los sollozos de Jesús que ve correspondidas con ofensas sus

100

más delicadas predilecciones de amor que hacen sufrir a las

almas para volverlas semejantes a Él.

Ah, démosles su sangre, a fin de que les suministre las

ayudas necesarias y con su luz les haga comprender el bien

que hay en el sufrir y la semejanza que adquieren con Jesús; y

tú Mamá mía, ponte a su lado y como Madre afectuosa toca

con tus manos maternas sus miembros doloridos, alivia sus

dolores, tómalas en tus brazos y de tu corazón derrama

torrentes de gracias sobre todas sus penas.

Haz compañía a los abandonados, consuela a los afligidos,

a quien carece de los medios necesarios dispón tú almas

generosas que los socorran, a quien se encuentra bajo la

atrocidad de los dolores obtenles tregua y reposo, y así,

fortalecidos, puedan con más paciencia soportar cuanto Jesús

dispone para ellos.

Sigamos nuestro recorrido y entremos en las habitaciones

de los moribundos. ¡Mamá mía, qué terror, cuántas almas

están por caer en el infierno, cuántas después de una vida de

pecado quieren dar el último dolor a ese corazón

repetidamente traspasado, coronando su último respiro con un

acto de desesperación!

Muchos demonios están en torno a ellas infundiendo en su

corazón terror y espanto de los divinos juicios, y así dar el

último asalto para llevarlas al infierno, quisieran hacer salir las

llamas infernales para envolverlas en ellas y así no dar lugar a

la esperanza. Otras, atadas a los vínculos de la tierra no saben

resignarse a dar el último paso; ah Mamá, los momentos son

extremos, tienen mucha necesidad de ayuda, ¿no ves cómo

tiemblan? ¿Cómo se debaten entre los espasmos de la

agonía? ¿Cómo piden ayuda y piedad?

¡La tierra ya ha desaparecido para ellas! Mamá Santa, pon

tu mano materna sobre sus heladas frentes, acoge Tú sus

últimos respiros; demos a cada moribundo la sangre de Jesús,

y así, poniendo en fuga a los demonios, disponga a todos a

recibir los últimos sacramentos y a una buena y santa muerte.

Por consuelo démosles la agonía de Jesús, sus besos, sus

lágrimas, sus llagas; rompamos las ataduras que los tienen

atados, hagamos oír a todos la palabra del perdón y

pongámosles tal confianza en el corazón, que hagamos que se

arrojen en los brazos de Jesús. Y así, cuando Él los juzgue los

encontrará cubiertos con su sangre, abandonados en sus

brazos y a todos les dará su perdón.

Continuemos aún, oh Mamá; tu mirada materna vea con

amor la tierra y se mueva a compasión de tantas pobres

101

criaturas que tienen necesidad de esta sangre. Mamá mía, me

siento incitada por la mirada indagadora de Jesús a correr,

porque quiere almas; oigo sus gemidos en el fondo de mi

corazón que me repiten:

«¡Hija mía, ayúdame, dame almas!»

Pero mira, oh Mamá, cómo la tierra está llena de almas que

están por caer en el pecado y Jesús rompe en llanto viendo a

su sangre sufrir nuevas profanaciones. Se requiere un milagro

que les impida la caída, por eso démosles la sangre de Jesús,

para que encuentren en ella la fuerza y la gracia para no caer

en el pecado.

Un paso más, Mamá mía, y he aquí almas ya caídas en la

culpa, las cuales quisieran una mano que las levante, Jesús las

ama pero las mira horrorizado porque están enfangadas, y su

agonía se hace más intensa. Démosles la sangre de Jesús, y

así encuentren esa mano que las levante. Mira, oh Mamá, son

almas que tienen necesidad de esta sangre, almas muertas a

la gracia; ¡oh cómo es deplorable su estado! El Cielo las mira y

llora con dolor, la tierra las mira con repugnancia, todos los

elementos están contra ellas y quisieran destruirlas, porque

son enemigas del Creador. Ah Mamá, la sangre de Jesús

contiene la vida, démosla pues a fin de que a su contacto estas

almas renazcan, pero renazcan más bellas, tanto, que hagan

sonreír a todo el Cielo y a toda la tierra.

Giremos aún, oh Mamá; mira, hay almas que llevan la marca

de la perdición, almas que pecan y huyen de Jesús, que lo

ofenden y tienen desesperanza de su perdón, son los nuevos

Judas esparcidos por la tierra, y que traspasan ese corazón tan

amargado. Démosles la sangre de Jesús, a fin de que esta

sangre les borre la marca de la perdición y les imprima la de la

salvación; ponga en sus corazones tal confianza y amor

después de la culpa, que los haga correr a los pies de Jesús y

estrecharse a esos pies divinos para no separarse de ellos

jamás.

Mira, oh Mamá, hay almas que corren alocadamente hacia la

perdición y no hay quien las detenga en su carrera. Ah,

pongamos esta sangre delante a sus pies, para que al tocarla,

ante su luz y sus voces suplicantes porque las quiere salvas,

puedan retroceder y ponerse en el camino de la salvación.

Continuemos, Mamá, nuestro giro; mira, hay almas buenas,

almas inocentes en las que Jesús encuentra sus

complacencias y el reposo en la Creación, pero las criaturas

van a su alrededor con tantas insidias y escándalos, para

arrancar esta inocencia y convertir las complacencias y el

102

reposo de Jesús en llanto y amarguras, como si no tuvieran

otra mira que el dar continuos dolores a ese corazón divino.

Sellemos y circundemos pues su inocencia con la sangre de

Jesús, como si fuera un muro de defensa, a fin de que no entre

en ellas la culpa; con esa sangre pon en fuga a quien quisiera

contaminarlas, y las conserve puras y sin mancha, a fin de que

Jesús encuentre su reposo en la Creación y todas sus

complacencias, y por amor a ellas se mueva a piedad de tantas

otras pobres criaturas.

Mamá mía, pongamos a estas almas en la sangre de Jesús,

atémoslas una y otra vez con el Santo Querer de Dios,

llevémoslas a sus brazos, y con las dulces cadenas de su

amor, atémoslas a su corazón para endulzar las amarguras de

su mortal agonía.

Pero escucha, oh Mamá, esta sangre grita y quiere todavía

otras almas; corramos juntas y vayamos a las regiones de los

herejes y de los infieles. ¡Cuánto dolor no siente Jesús en

estas regiones! Él, que es vida de todos, no recibe en

correspondencia ni siquiera un pequeño acto de amor y no es

conocido por sus mismas criaturas.

Ah Mamá, démosles esta sangre a fin de que les disipe las

tinieblas de la ignorancia y de la herejía, les haga comprender

que tienen un alma, y abra a ellas el Cielo. Después

pongámoslas todas en la sangre de Jesús y conduzcámoslas

en torno a Él como tantos hijos huérfanos y exiliados que

encuentran a su Padre, y así Jesús se sentirá confortado en su

amarguísima agonía.

Pero parece que Jesús no está aún contento, porque quiere

otras almas aún. Las almas de los moribundos en estas

regiones se las siente arrancar de sus brazos para ir a caer en

el infierno. Estas almas están ya a punto de expirar y

precipitarse en el abismo, no hay nadie a su lado para

salvarlas; el tiempo apremia, los momentos son extremos y se

perderán sin duda. No, Mamá, esta sangre no será derramada

inútilmente por ellas, por eso volemos inmediatamente hacia

ellas, derramemos la sangre de Jesús sobre su cabeza y les

sirva de bautismo e infunda en ellas Fe, Esperanza y Amor.

Ponte a su lado, Mamá, suple todo lo que les falta, más aún,

déjate ver, en tu rostro resplandece la belleza de Jesús, tus

modos son en todo iguales a los suyos, y así, viéndote a Ti,

con certeza podrán conocer a Jesús; después estréchalas a tu

corazón materno, infunde en ellas la vida de Jesús que Tú

posees, diles que siendo Tú su Madre las quieres para siempre

felices contigo en el Cielo, y así, mientras expiran, recíbelas en

103

tus brazos y haz que de los tuyos pasen a los de Jesús; y si

Jesús mostrase, según los derechos de la Justicia, que no las

quiere recibir, recuérdale el amor con el que te las confió bajo

la cruz, reclama tus derechos de Madre, de manera que a tu

amor y a tus plegarias Él no sabrá resistir, y mientras

contentará tu corazón, contentará también sus ardientes

deseos.

Y ahora, oh Mamá, tomemos esta sangre y démosla a todos:

A los afligidos, para que por ella reciban consuelo; a los

pobres, para que sufran resignados su pobreza; a los que son

tentados, para que obtengan la victoria; a los incrédulos, para

que triunfe en ellos la virtud de la fe; a los blasfemos, para que

cambien las blasfemias en bendiciones; a los sacerdotes, a fin

de que comprendan su misión y sean dignos ministros de

Jesús. Con esta sangre toca sus labios, a fin de que no digan

palabras que no sean de gloria de Dios; toca sus pies para que

corran y vuelen en busca de almas para conducirlas a Jesús.

Demos esta sangre a los que rigen los pueblos, para que

estén unidos entre ellos y tengan mansedumbre y amor hacia

sus súbditos.

Volemos ahora al purgatorio y démosla también a las almas

purgantes, pues ellas lloran y suplican esta sangre para su

liberación. ¿No escuchas, Mamá, sus gemidos, sus delirios de

amor que las torturan, y cómo continuamente se sienten

atraídas hacia el sumo bien?

Mira cómo Jesús mismo quiere purificarlas para tenerlas

cuanto antes consigo, las atrae con su amor, y ellas le

corresponden con continuos ímpetus de amor hacia Él, pero al

encontrarse en su presencia, no pudiendo aún sostener la

pureza de la divina mirada, son obligadas a retroceder y a caer

de nuevo en las llamas. Mamá mía, descendamos en esta

profunda cárcel y derramando sobre ellas esta sangre,

llevémosles la luz, mitiguemos sus delirios de amor,

extingamos el fuego que las quema, purifiquémoslas de sus

manchas, y así, libres de toda pena, vuelen a los brazos del

sumo bien.

Demos esta sangre a las almas más abandonadas, a fin de

que encuentren en ella todos los sufragios que las criaturas les

niegan; a todas, oh Mamá, demos esta sangre, no privemos a

ninguna, a fin de que todas en virtud de ella encuentren alivio y

liberación. Haz de reina en estas regiones de llanto y de

lamentos, extiende tus manos maternas y una a una sácalas

de estas llamas ardientes, y haz que todas emprendan el vuelo

hacia el Cielo.

104

Y ahora hagamos también nosotras un vuelo hacia el Cielo.

Pongámonos a las puertas eternas, y permíteme, oh Mamá,

que también a Ti te dé esta sangre para tu mayor gloria. Esta

sangre te inunde de nueva luz y de nuevos contentos, y haz

que esta luz descienda en beneficio de todas las criaturas para

dar a todas gracias de salvación.

Mamá mía, dame también a mí esta sangre; Tú sabes

cuánto la necesito. Con tus mismas manos maternas retoca

todo mi ser con esta sangre, y retocándome purifica mis

manchas, sana mis llagas, enriquece mi pobreza; haz que esta

sangre circule en mis venas y me dé toda la vida de Jesús,

descienda en mi corazón y me lo transforme en el corazón

mismo de Jesús, me embellezca tanto que Jesús pueda

encontrar todos sus contentos en mí.

Ahora sí, oh Mamá, entremos a las regiones Celestiales y

demos esta sangre a todos los santos, a todos los ángeles, a

fin de que puedan recibir mayor gloria, prorrumpir en himnos de

agradecimiento a Jesús y rueguen por nosotros, y así en virtud

de esta sangre podamos un día reunirnos con ellos. Y después

de haber dado a todos esta sangre, vayamos de nuevo a

Jesús.

Ángeles, santos, vengan con nosotras; ah, Él suspira las

almas, quiere hacerlas reentrar a todas en su Humanidad para

darles a todas los frutos de su sangre. Pongámoslas en torno a

Él y se sentirá regresar la vida y recompensar por la

amarguísima agonía que ha sufrido. Y ahora Mamá santa,

llamemos a todos los elementos a hacerle compañía a fin de

que también ellos le den honor a Jesús.

Oh luz del sol, ven a disipar las tinieblas de esta noche para

dar consuelo a Jesús; oh estrellas, con vuestros trémulos rayos

descended del cielo y venid a dar consuelo a Jesús; flores de

la tierra, venid con vuestro perfume; pajarillos, venid con

vuestros trinos; elementos todos de la tierra, venid a confortar a

Jesús. Ven, oh mar, a refrescar y a lavar a Jesús, Él es nuestro

Creador, nuestra vida, nuestro todo; vengan todos a

confortarlo, a rendirle homenaje como a nuestro soberano

Señor. Pero, ay, Jesús no busca luz, estrellas, flores, pájaros,

Él quiere almas, almas.

Helas aquí, dulce bien mío, a todas juntas conmigo; a tu lado

está la amada Mamá, descansa entre sus brazos, también Ella

tendrá consuelo al estrecharte a su seno, pues ha tomado

mucha parte en tu dolorosa agonía; también está aquí

Magdalena, está Marta, y todas las almas amantes de todos

los siglos. Oh Jesús, acéptalas, y diles a todas una palabra de

105

perdón y de amor; átalas a todas en tu amor, a fin de que

ningún alma te huya más. Pero me parece que dices:

«¡Ah! Hija, ¡cuántas almas por la fuerza huyen de Mí y se

precipitan en la ruina eterna! ¿Cómo podrá entonces calmarse

mi dolor, si Yo amo tanto a una sola alma cuanto amo a todas

las almas juntas?»

Conclusión de la Agonía

Agonizante Jesús, mientras parece que está por apagarse tu

vida, oigo ya el estertor de la agonía, veo tus bellos ojos

eclipsados por la cercana muerte, tus santísimos miembros

abandonados, y frecuentemente siento que no respiras más, y

siento que el corazón se me rompe por el dolor. Te abrazo y te

siento helado; te muevo y no das señales de vida. ¿Jesús, has

muerto?

Afligida Mamá, ángeles del Cielo, vengan a llorar a Jesús y

no permitan que yo continúe viviendo sin Él, porque no puedo.

Me lo estrecho más fuerte y oigo que da otro respiro y de

nuevo no da señales de vida, y yo lo llamo: «¡Jesús, Jesús,

vida mía, no te mueras! Ya oigo el ruido de tus enemigos que

vienen a prenderte, ¿quién te defenderá en el estado en que te

encuentras?» Y Él, sacudido, parece que resurge de la muerte

a la vida, me mira y me dice:

«Hija, ¿estás aquí? ¿Has sido entonces espectadora de mis

penas y de las tantas muertes que he sufrido? Debes saber, oh

hija, que en estas tres horas de amarguísima agonía he

reunido en Mí todas las vidas de las criaturas, y he sufrido

todas sus penas y sus mismas muertes, dando a cada una mi

misma vida.

Mis agonías sostendrán las suyas; mis amarguras y mi

muerte se cambiarán para ellas en fuente de dulzura y de vida.

¡Ah, cuánto me cuestan las almas! ¡Si fuese al menos

correspondido! Por eso tú has visto que mientras moría, volvía

a respirar, eran las muertes de las criaturas que sentía en Mi»

Mi atormentado Jesús, ya que has querido encerrar en Ti

también mi vida, y por lo tanto también mi muerte, te ruego por

esta tu amarguísima agonía, que vengas a asistirme en el

momento de mi muerte. Yo te he dado mi corazón como

refugio y reposo, mis brazos para sostenerte y todo mi ser a tu

disposición, y yo, oh, de buena gana me entregaría en manos

de tus enemigos para poder morir yo en lugar tuyo.

Ven, oh vida de mi corazón en aquel momento a darme lo

que te he dado, tu compañía, tu corazón como lecho y

106

descanso, tus brazos como sostén, tu respiro afanoso para

aliviar mis afanes, de modo que conforme respire, respiraré por

medio de tu respiro, que como aire purificador me purificará de

toda mancha y me dispondrá al ingreso de la eterna

bienaventuranza.

Más aún mi dulce Jesús, aplicarás a mi alma toda tu

santísima Humanidad, de modo que mirándome me verás a

través de Ti mismo, y mirándote a Ti mismo en mí, no

encontrarás nada de qué juzgarme; después me bañarás en tu

sangre, me vestirás con la cándida vestidura de tu santísima

Voluntad, me adornarás con tu amor y dándome el último beso

me harás emprender el vuelo de la tierra al Cielo. Y ahora te

ruego que hagas esto que quiero para mí, a todos los

agonizantes; estréchatelos a todos en tu abrazo de amor y

dándoles el beso de la unión contigo sálvalos a todos y no

permitas que ninguno se pierda.

Afligido bien mío, te ofrezco esta hora santa en memoria de

tu Pasión y Muerte, para desarmar la justa ira de Dios por los

tantos pecados, por la conversión de todos los pecadores, por

la paz de los pueblos, por nuestra santificación y en sufragio de

las almas del purgatorio.

Pero veo que tus enemigos están ya cerca y Tú quieres

dejarme para ir a su encuentro. Jesús, permíteme que te de un

beso en tus labios, en los cuales Judas osará besarte con su

beso infernal; permíteme que te limpie el rostro bañado en

sangre, sobre el cual lloverán bofetadas y salivazos, y

estrechándome fuerte a tu corazón, yo no te dejo, sino que te

sigo y Tú me bendices y me asistes.

+ + +

Reflexiones de la Séptima Hora (11 PM)

13-34

Noviembre 19, 1921

Estaba haciendo compañía a mi Jesús agonizante en el

Huerto de Getsemaní, y por cuanto me era posible lo

compadecía, lo estrechaba fuerte a mi corazón tratando de

secarle el sudor mortal, y mi doliente Jesús, con voz apagada y

agonizante me ha dicho:

“Hija mía, dura y penosa fue mi agonía en el Huerto, quizá

más penosa que la de la cruz, porque si ésta fue el

cumplimiento y el triunfo sobre todos, aquí en el Huerto fue el

principio, y los males se sienten más al principio que cuando

107

están por terminar, en esta agonía la pena más desgarradora

fue cuando se me hicieron presentes uno por uno todos los

pecados, mi Humanidad comprendió toda la enormidad de

ellos y cada delito llevaba el sello de “muerte a un Dios”, y

estaba armado con espada para matarme. Delante a la

Divinidad la culpa me aparecía tan horrenda y más horrible que

la misma muerte; sólo al comprender qué significa pecado, Yo

me sentía morir y moría en realidad, grité al Padre y fue

inexorable, no hubo uno solo que al menos me diera una ayuda

para no hacerme morir, grité a todas las criaturas que tuvieran

piedad de Mí, pero en vano, así que mi Humanidad languidecía

y estaba por recibir el último golpe de la muerte, pero ¿sabes

tú quién impidió la ejecución y sostuvo mi Humanidad para no

morir? Primero fue mi inseparable Mamá, Ella al oírme pedir

ayuda voló a mi lado y me sostuvo, y Yo apoyé mi brazo

derecho en Ella, la miré casi agonizante y encontré en Ella la

inmensidad de mi Voluntad íntegra, sin haber habido nunca

ruptura alguna entre mi Voluntad y la suya. Mi Voluntad es

Vida, y como la Voluntad del Padre era inamovible, y la muerte

me venía de las criaturas, otra criatura que encerraba la Vida

de mi Voluntad me daba la vida. Y he aquí que mi Mamá, que

en el portento de mi Voluntad me concibió y me hizo nacer en

el tiempo, y ahora me da por segunda vez la vida para

hacerme cumplir la obra de la Redención. Después miré a la

izquierda y encontré a la pequeña hija de mi Querer, te

encontré a ti como primera, con el séquito de las otras hijas de

mi Voluntad, y así como a mi Mamá la quise Conmigo como

primer eslabón de la misericordia, con el cual debíamos abrir

las puertas a todas las criaturas, por eso quise apoyar en Ella

la derecha; a ti te quise como primer eslabón de la justicia,

para impedir que se descargase sobre todas las criaturas como

se merecen, por eso quise apoyar la izquierda, a fin de que la

sostuvieras junto Conmigo. Entonces, con estos dos apoyos Yo

me sentí dar nuevamente la vida, y como si nada hubiera

sufrido, con paso firme fui al encuentro de mis enemigos, y en

todas las penas que sufrí en mi Pasión, muchas de ellas

capaces de darme la muerte, estos dos apoyos no me dejaban

jamás, y cuando me veían a punto de morir, con mi Voluntad

que contenían me sostenían y me daban como tantos sorbos

de vida. ¡Oh! los prodigios de mi Querer, ¿quién puede jamás

numerarlos y calcular su valor? Por eso amo tanto a quien vive

de mi Querer, reconozco en ella mi retrato, mis nobles rasgos,

siento en ella mi mismo aliento, mi voz, y si no la amase me

defraudaría a Mí mismo, sería como un padre sin generación,

108

sin el noble cortejo de su corte y sin la corona de sus hijos, y si

no tuviera la generación, la corte, la corona, ¿cómo podría

llamarme Rey? Así que mi reino es formado por aquellos que

viven en mi Voluntad, y de este reino escojo la Madre, la Reina,

los hijos, los ministros, el ejército, el pueblo, Yo soy todo para

ellos y ellos son todos para Mí”.

Después estaba pensando en lo que Jesús me decía, y

decía entre mí: “¿Cómo se hace para poner en práctica esto?”

Y Jesús regresando ha agregado:

“Hija mía, las verdades para conocerlas, es necesario que

haya voluntad y el deseo de conocerlas. Supón una estancia

con las persianas cerradas, por cuanto sol haya afuera la

estancia está siempre en oscuridad; ahora, abrir las persianas

significa querer la luz, pero esto no basta si no se aprovecha la

luz para reordenar la estancia, sacudirla, ponerse a trabajar,

porque si no, es como matar esa luz y hacerse ingrato por la

luz recibida. Así no basta tener voluntad de conocer las

verdades, si a la luz de la verdad que lo ilumina no busca

sacudirse de sus debilidades y reordenarse según la luz de la

verdad que conoce, y junto con la luz de la verdad ponerse a

trabajar haciendo de ella sustancia propia,“” en modo de

trasparentar por su boca, por sus manos, por su

comportamiento, la luz de la verdad que ha absorbido,

entonces sería como si asesinara la verdad, y con no ponerla

en práctica sería estarse en pleno desorden delante de esa luz.

Pobre estancia, llena de luz pero toda desordenada,

trastornada y en pleno desorden, y una persona dentro que no

se preocupa de reordenarla, ¿qué compasión no daría? Tal es

quien conoce las verdades y no las pone en práctica.

Has de saber que en todas las verdades, como primer

alimento entra la simplicidad, si las verdades no fueran

simples, no serían luz y no podrían penetrar en las mentes

humanas para iluminarlas, y donde no hay luz no se pueden

distinguir los objetos; la simplicidad no sólo es luz, sino es

como el aire que se respira, que aunque no se ve da la

respiración a todo, y si no fuese por el aire, la tierra y todos

quedarían sin movimiento, así que si las virtudes, las verdades,

no llevan la marca de la simplicidad, serán sin luz y sin aire”.

+ + +

109

14-20

Abril 8, 1922

Encontrándome en mi habitual estado, estaba pensando en

el dolor que sufrió mi dulce Jesús en el huerto de Getsemaní,

cuando se presentaron ante su santidad todas nuestras culpas,

y Jesús todo afligido, en mi interior me ha dicho:

“Hija mía, mi dolor fue grande e incomprensible a la mente

creada, especialmente cuando vi la inteligencia humana

deformada, mi bella imagen que hice reproducir en ella, no más

bella, sino fea, horrible. Yo doté al hombre de voluntad,

inteligencia y memoria; en la primera refulgía mi Padre

Celestial, el cual como acto primero comunicaba su potencia,

su santidad, su altura, por lo cual elevaba a la voluntad

humana invistiéndola de su misma santidad, potencia y

nobleza, dejando todas las corrientes abiertas entre Él y la

voluntad humana, a fin de que siempre más se enriqueciera de

los tesoros de mi Divinidad; entre la voluntad humana y la

Divina no había tuyo ni mío, sino todo en común, con acuerdo

recíproco, era imagen nuestra, cosa nuestra, así que ella nos

reflejaba, por lo tanto nuestra Vida debía ser la suya, y por eso

constituía como acto primero su voluntad libre, independiente,

como era acto primero la Voluntad de mi Padre Celestial, pero

esta voluntad cuánto se ha desfigurado, de libre se ha vuelto

esclava de vilísimas pasiones. ¡Ah! es ella el principio de todos

los males del hombre, no se reconoce más, cómo ha

descendido de su nobleza, da asco mirarla.

Después, como acto segundo concurrí Yo, Hijo de Dios,

dotando al hombre de inteligencia, comunicándole mi

sabiduría, la ciencia de todas las cosas, a fin de que

conociéndolas pudiese gustar y hacerse feliz en el bien. Pero,

¡ay de Mí! Qué mar de vicios es la inteligencia de la criatura, de

la ciencia se ha servido para desconocer a su Creador.

Y después, como acto tercero concurrió el Espíritu Santo,

dotándolo de memoria, a fin de que recordándose de tantos

beneficios, pudiera estar en continuas corrientes de amor, en

continuas relaciones, el amor debía coronarla, abrazarla e

informar toda su vida. ¡Pero cómo queda contristado el Eterno

Amor! Esta memoria se recuerda de los placeres, de las

riquezas y hasta de pecar, y la Trinidad Sacrosanta es puesta

fuera de los dones dados a su criatura. Mi dolor fue

indescriptible al ver la deformidad de las tres potencias del

hombre, habíamos formado nuestra morada en él, y él nos

había arrojado fuera”.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

11-28 214 de 1912 con su vida oculta Jesús santificó divinisó todas las acciones humanas

   Buenas noches, cómo estamos? Aquí nuevamente con su programa libro de cielo y acompañados por el doctor buenas un programa en estamos tra...